Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5. Fiestas y excursiones no tan aburridas

El fin de semana vino y se fue rápido. Aunque no tanto como a Eileen le habría gustado.

Era el domingo por la tarde que ya casi rozaba con la noche, y ella paseaba por las afueras del hospital, con sus manos escondidas en sus bolsillos y su barbilla sobre su pecho, meditando en silencio y dando pasos muy lentos.

—No creí verte por aquí —dijo de repente una voz que la hizo alzar la cabeza. Era el chico que el viernes le había evitado una muy posible muerte—. Por favor no me digas que realmente sí eres suicida y estás aquí por tus antidepresivos.

Eileen frunció el ceño.

—Claro que no. Estoy aquí por mi hermano —contestó, mirando más a fondo a Peter y dándose cuenta que él llevaba bajo sus ojos unas muy grandes ojeras y un brillo en su mirada que no supo identificar—, ¿y tú por qué estás aquí?

—Trabajo aquí, ¿no es obvio?

Eileen le lanzó una mirada incrédula.

—¿De verdad?

—No —Peter se rió y acto seguido se encogió de hombros—. Pero no te puedo contar la razón, así que puedes quedarte con ésa.

—¿Por qué no me puedes contar?

—Principios, querida Eileen, son principios. Ahora, justo me dirigía a una cafetería, ¿me acompañas?

—No lo creo. Debo atender otros asuntos.

Peter puso una mano sobre su hombro y alzó una ceja.

—Vamos. No es ninguna cita. Además, sé lo tedioso que es permanecer en un hospital todo el rato. Es cansado. ¿Qué puede pasar si te vas 20 minutos?

Eileen sopesó la propuesta por algunos segundos, al final asintió, pues su humor estaba por los suelos y la verdad sí reconocía que tanto tiempo en el hospital era agotador. No sonrió ni miró a Peter a los ojos durante su corto trayecto, aun cuando hubieron llegado a una pequeña cafetería casi desértica pero algo acogedora y cálida.

Ambos chicos se sentaron junto a la ventana a poca distancia de la puerta, uno frente a otro, aunque poco después Peter se levantó para traer dos cafés para ambos. Eileen miraba por el cristal con su barbilla descansando sobre la palma de su mano y pensando en que probablemente habría denegado tal propuesta de haber sido circunstancias distintas. Distintas. Definitivamente lo eran. Nunca antes había estado en sitio tan calmado, siendo que a donde iba siempre había ruido y emoción. Debía admitir que era un tanto complaciente estar ahí.

—Luces aburrida —comentó Peter cuando regresó y tomó de nuevo asiento, mientras se inclinaba hacia el frente sobre la mesa y la miraba con un toque expectante.

Eileen apartó la mirada del vidrial y la dirigió hacia el chico, entrecerrando los ojos y tomando el café que él le ofrecía en su mano.

—Es cansancio —murmuró—. Tú mismo lo dijiste.

—Sí, bueno. El cansancio no necesariamente nos hace poner cara de aburrimiento. Deberías ver a mi padre, tan cansado de mi pero nunca lo he visto poner esa cara.

Eileen lo miró con un poco de curiosidad.

—¿Cansado de ti? —cuestionó, y Peter apretó los labios, quizá lo había dicho sin pensar y ahora lo lamentaba.

—Olvida eso. Es solo que, el hombre es algo duro de complacer. Es oficial de policía, ya sabes como son esos tipos —se encogió de hombros con indiferencia, y tal vez prisa por cambiar el tema.

Eileen por unos momentos pensó en que estas palabras le sonaban algo conocidas, pero pronto desechó el pensamiento sin poder hallar su origen.

Pronto ambos chicos comenzaron a conversar, Eileen al principio respondiendo en monosílabos y apenas abriendo su boca, pero conforme pasaron los minutos encontró en Peter una extraña confianza, él demostraba un aura atrayente y carismática que le parecía peculiar, pero en el buen sentido, o eso quiso creer. Tal vez en otras circunstancias, con otro chico y en otro momento, habría aprovechado para coquetear con el chico para que él pagara por todo y la llevara a casa. Pero no hoy, no tenía que ir a casa de todas maneras. Y tuvo el presentimiento que Peter tan solo habría continuado su coqueteo sin sentirse en lo más mínimo perturbado o atraído.

Cuando los 20 minutos pasaron, Peter se levantó y le ofreció una mano para ayudarla, una que Eileen rechazó con una mirada autosuficiente.

—¿Volverás al hospital? —preguntó Peter cuando pagaron sus cafés y salieron a la acera, el clima estaba frío y la probabilidad de que lloviera no estaba muy lejos.

—Eh, sí. No tengo nada mejor que hacer —respondió Eileen, encogiéndose de hombros.

—Hay una fiesta de unos amigos no muy lejos —murmuró Peter mirándola de soslayo—, digo, eso es algo que hacer, si quieres.

Eileen lo miró con la ceja levantada, meditando en silencio que tan buena opción era. Pensó en Math y en su madre, a quienes les había dicho que se iba a tomar un descanso y algo de aire fresco por las calles. Quería a su hermano, por supuesto que sí. Pero a decir verdad no veía diferencia en estar pegada a él las 24 horas del día o el no estarlo, de todas formas no era como si ambos hablaran o se tuvieran mucha confianza. Era como con Fox, quien en realidad había pasado más tiempo en casa que con Math, bajo la excusa de tener que estudiar para una excursión. No había nada de malo en querer volver a sus aires de antes y divertirse un poco, ¿no?

—¿Dónde es la fiesta? —cuestionó con una sombra de sonrisa en la comisura de sus labios. Y Peter sonrió más ampliamente.

—Sigueme y te mostraré —contestó, tendiendo un brazo hacia ella, el cuál fue descaradamente ignorado.

Los chicos caminaron por las calles, ahora en silencio y observando el cielo de vez en cuando, el cual ahora se había nublado y oscurecido, aunque por fortuna sin romper a llover. Tras lo que le pareció a Eileen unos 10 minutos, llegaron a una casa cuya música en su interior se oía grotescamente por toda la manzana. Peter corrió hasta el umbral siendo seguido por ella, y tan pronto como él tocó la puerta, ésta fue abierta por un chico pelirrojo y de lentes, él sonrió, gritó algo que se hizo incomprensible gracias al ruido, y enseguida tanto Peter como Eileen estaban dentro, haciéndose paso en la multitud.

Era una casa de dos pisos donde la fiesta se desarrollaba, con unas sospechas luces de neón colgando del techo e iluminando a un montón de adolescentes sudorosos que bailaban sin ir al ritmo de la música y que en su mayoría sostenían en sus manos vasos plásticos color rojo. Eileen no era tonta, sabía que eso era alcohol, y se puso pálida de solo entenderlo.

De todas las fiestas a las que había asistido el uso de alcohol era controlado, siendo que todos eran menores de edad y no era tan sencillo engañar a un barman como se hacia creer. Pero ahí todos parecían al borde de un colapso, todo el lugar apestaba a alcohol y si alguien escuchaba bien podía darse cuenta que todos hablaban incoherencias.

Eileen retrocedió y miró sobre su hombro. La puerta estaba ahora cerrada y unos cuantos chicos estaban en la entrada.

Buscó a Peter entre las personas, y con alegría notó que él ni siquiera se había apartado de su lado, debió ver su rostro fruncido en preocupación o discordia, porque le sonrió con tranquilidad y entonces la tomó del brazo, guiándola por la casa, haciéndola subir las escaleras y llevándola a un cuarto donde unos cuatro adolescentes se hallaban.

Una vez ahí cerró la puerta, y el sonido se apaciguó lo suficiente para poder oír las palabras de los demás.

—¿Quién es ella, Peter? —preguntó una joven con un mechón de pelo pintado de violeta y con una mirada curiosa, ella no sonaba borracha, al menos eso era una buena señal.

—Ella es Eileen —presentó él—. Es la chica a quien salvé de morir —se giró hacia ella y comenzó a señalar a los chicos que habían ahí. Señaló primero a la chica que había preguntado quién era y dijo:—. Ella es Adele, es la madre de nuestro grupo —señaló a un chico de piel morena y ojos avellana—. Él es Scott, pero puedes llamarlo idiota porque es un idiota  —señaló a una joven de pelo rojo intenso y ojos violetas que seguramente eran pupilentes—. Ella es Emma, da miedo pero en general es buena amiga —señaló a otro, de ojos grises intensos que la miraba fijamente—. Él es Casper, y sí, todos vemos sus ojos como una ironía. Y bueno, esos son mis súbditos a quiene me gusta llamar amgos.

La llamada Adele rodó los ojos con una leve sonrisa tirando de sus labios.

Eileen se quedó callada y en silencio, y pronto una duda cuya respuesta podía explicar algunas cosas inundó su mente.

—¿Qué edad tienen?

La pregunta detuvo la disputa en la que los adolescentes se habían envuelto, y todos la miraron mientras que Peter arrugaba el entrecejo.

—Todos aquí tenemos entre 19 y 20 —respondió él, y con cierto pánico añadió:—. Maldición, no me digas que eres menor, yo juro que te ves de 19.

Eileen observó que la mirada de los demás se tornaba curiosa o confundida. Si admitía tener 16 años probablemente todos ellos la mandarían a casa sin querer tener problemas o pensando que ella podía arruinar la noche, pero Eileen quería quedarse, por un extraño motivo al que no le hallaba sentido. La presencia de estos desconocidos le agradaba, le atraían en una manera que no reconocía. Pero quizá no tenía que haber una razón. Quizá sólo debía suceder. Sonrió y puso los ojos en blanco con burla.

—Por supuesto que tengo 19 —mintió, sin sentirse culpable por la facilidad con la que lo decía—. Sólo me aseguraba.

Peter sonrió y paso un brazo por sus hombros, con deje amistoso que Eileen por primera vez no desechó.

Tal vez esta sí sería una buena fiesta.

.

Cuando el lunes llegó Fox se había asegurado que su permiso para la excursión estuviera firmado, y con sorpresa observó como toda la clase le había entregado su permiso a la profesora. Le sorprendía porque Historia no era una materia precisamente apreciada (mayor razón para creer que Charles era el raro) y por lo mismo los museos en referencia a ella no eran muy concurridos. Pero tal vez ahora sí lo era gracias a que el tema principal era la segunda guerra mundial, y que, al igual que él, algunos alumnos iban mal en la materia.

Cuando subieron al autobús que los llevaría, la profesora Lara les dio la libertad de sentarse con el compañero que quisieran. Lamentablemente la opción de sentarse solo no era compatible, así que siendo que Charles era el único cuya presencia soportaba y viceversa, se sentó a su lado.

Y tuvo que oírlo hablar de datos históricos que no le interesaban durante todo el trayecto.

—... Así que, en conclusión, Hitler probablemente acudió a la Mafia para que ella financiara la segunda guerra mundial —fue lo último que contó Charles, antes de percatarse de que Fox ni siquiera lo estaba escuchando y miraba con los ojos casi cerrados hacia el techo del autobús—. Oye, la profesora te podría preguntar a ti sobre el tema, ¿no te importa?

Fox negó descaradamente con la cabeza, y abrió en su totalidad sus ojos.

—No realmente.

—¿Cómo es eso posible? Esto es realmente interesante —alzó un libro que no le había notado hasta ahora y lo agitó sobre sus ojos—, esto es la razón por la que la historia me fascina. Deberías leerlo y tal vez te interese.

—La historia es aburrida —fue la única respuesta de Fox, y Charles lo golpeó en el hombro como resultado—. ¿Qué quieres que diga? A uno de cien le importa la historia. Yo prefiero otras cosas.

—¿Cómo la música? ¿El canto? —cuestionó él con cierto deje de burla, y al no obtener respuesta añadió:—. Dicen que el que calla otorga, ¿tengo razón entonces?

—Cállate y mínimo déjame disfrutar la excursión —murmuró Fox restregando sus ojos con cansancio. Había pasado la noche en vela en la azotea (por muy peligroso que fuera y las muchas advertencias que había recibido, le parecía un sitio calmado y perfecto para pensar) meditando sobre algunos aspectos de su vida.

Algunos decían que cuando una persona experimentaba una circustancia cercana a la muerte, cambiaba radicalmente, para bien en general. Y se preguntaba si algo en Math había cambiado, si ese idiota había decidido no causar más problemas con otros o si por el contrario se había convencido de irse por caminos aun peores. Se preocupaba por su hermano, y en ocasiones se sentía algo mal por no demostrarlo como se debería hacer. Era solo que... No era común para ellos demostrar de formas físicas o exageradas su afecto, no para los hermanos Foster. Una mirada bastaba, o al menos para él, saber que por lo menos existía un cariño y una conexión.

—¿Tienes hermanos? —preguntó rompiendo el silencio, puesto que Charles por una vez le había hecho caso y se había mantenido callado envuelto en la lectura del libro que le había mostrado.

Charles alzó la mirada y pareció pensarlo por varios minutos.

—No —dijo por fin, con un poco de titubeo—, pero conocía a unas niñas que vivían por donde yo lo hacia. Nos considerabamos hermanos aunque no estuviéramos para nada relacionados.

—¿Eres hijo único? —no es que le sorprendiera, sino lo contrario. Encajaba en el por qué Charles siempre le hablaba sobre cosas que quizá otros no habrían querido escuchar, el no tener hermanos quizá tenía ese efecto en las personas.

—Lo soy —confirmó con un poco de vacilación y el ceño fruncido—, ¿por qué preguntas?

—Nada importante.

Y Fox volvió su vista a la ventana, pensando en como sería la vida de un hijo único. Sin hermanos. Debía ser aburrida, es decir, él al menos tenía a sus hermanos mayores para que cometieran todo los errores que pudieran, así cuando creciera sólo debería saber donde pisar, y las perspectivas y esperanzas de sus padres serían tal vez menores. Sonaba algo frío cuando lo pensaba de tal forma, pero la verdad era que realmente se alegraba por tener hermanos. No hacia falta demostrarlo para hacerlo verdad.

Llegaron por fin al Museo, habiendo estacionado el autobús un poco más lejos en Rumford St, y bajando todos en fila y alienados bajo las instrucciones de su profesora Lara.

Cuando llegaron a las puertas de aquel edificio que era cubierto por un rayo de sol que había decidido asomarse en ese día nublado y que hacía contraste con los cristales de sus ventanas ofreciendole un aspecto más bello de lo que realmente era, muchos se quedaron plasmados y mirando con asombro y emoción sobre sus cabezas, Charles entre ellos, que tan pronto como entraron comenzó a hablar de la historia que en teoría Fox ya había estudiado (solo que, por supuesto, ni siquiera la recordaba).

—Todo esta ubicado en el antiguo centro de comando de la Segunda Guerra Mundial —decía, aunque Fox era el único que parecía oírlo, ya que rápidamente los estudiantes comenzaron a hablar entre ellos mientras esperaban por la persona que los guiaría—, este museo incluye muchos recorridos geniales, y quiero verlos todos.

Fox bufó.

—Aburrido —murmuró mirando a su alrededor con pesadez, y sin prestar mucha atención a los detalles.

—No, no será aburrido —contradijo Charles—, ya verás, te lo enseñaré.

Fox estaba a punto de preguntarle a que se refería, pero Charles ya lo había tomado del brazo y jalaba de él hacia otra parte, en dirección opuesta a donde se suponía que se dirigía su clase, lo cual lo hizo pasar por un dejá vú.

—¿Qué haces? —cuestionó algo molesto cuando cayó en la cuenta que la intención de Charles era separarse del grupo.

—Veré todo por mi cuenta y a mi tiempo, y vendrás conmigo. Porque si lo escuchas todo de esa supuesta guía te vas a aburrir. Mejor vienes y lo ves de cerca —contestó, arrastrandolo por un pasillo desierto.

—Nos van a atrapar y nos van a suspender por tu culpa —musitó Fox sin poner demasiado empeño en hacerlos volver con los demás.

—Ni cuenta se van a dar que no estamos.

—Solo te aviso que si nos atrapan diré que me obligaste a ir mientras yo te intenté convencerte de lo contrario.

—¿Tienes miedo? Tienes tu propio canal, vecino-no-amigo, eso es suficiente para que se te quite el miedo y la cobardía de por vida. Así que andando.

—¿Acaso eso fue una broma? Necesitas más creatividad si buscar hacer una con mi nombre que no haya sido usada  —murmuró Fox entre la burla y el disgusto—. No te imaginas cuantas han hecho ya.

Su nombre era la única razón por la que no podía pasar totalmente desapercibido, de una forma u otra siempre era un tema de burla. Aunque por un extraño motivo sus padres no previnieron esto, quizá cegados por la emoción de ponerles a sus tres hijos nombres tan excéntricos que mientras ellos veían como originales todos los demás veían como raros.

—Ya me esforzaré —contestó Charles, y solo entonces lo soltó del brazo.

Ambos niños caminaron por los pasillos de aquel enorme museo, teniendo la fortuna de hallarse con que el sitio estaba lo suficiente desierto para que nadie se percatara de ellos.

—¿Sabes siquiera a donde vamos? —preguntó Fox cuando hubieron caminado por lo que le pareció una eternidad.

Charles asintió, aunque en su rostro se hallaba la duda. Al final negó con la cabeza y rascó su cuello.

—No... Pero mira, eso no significa nada malo —sonrió levemente—, solo caminemos un poco más, ya debemos toparnos con algo.

Desafortunadamente sí se toparon con algo.

O mejor dicho alguien.

Era un guardia que sólo los notó cuando giró su cabeza y encontró a dos figuras más pequeñas que él hablando entre sí a muy poca distancia suya.

—Hey. Ustedes —llamó el guardia arrugando el entrecejo—. No se supone que deban estar aquí, es área restringida.

Ambos niños saltaron, sin haberse dado cuenta de su presencia. Charles lo miró y se alejó cautelosamente, tomando el brazo de Fox, y acto seguido y sin decir nada jaló de él y los dos echaron a correr de ahí, asustados por la probabilidad de ser atrapados. El guardia intentó seguirles el paso, pero al poco rato se rindió, y los niños tomaron esto como un buen augurio y pararon, ya habiendo recorrido los pasillos y subido unas cuantas escaleras.

—Te dije que nos iban a atrapar —se quejó Fox, con las manos sobre sus rodillas y respirando con dificultad, sintiendo sus extremidades doler y su garganta arder.

Charles simplemente soltó una risa, que bien podía ser de diversión como el camuflaje de su nerviosismo.

—No nos atraparon, ¿qué problema hay entonces? —alegó, y tosió en su puño.

Fox miró a su alrededor, y con sorpresa descubrió que ya no estaban en los pasillos aburridos de antes, sino que era un sendero que atravesaba varias habitaciones, donde en su interior habían recreaciones de lugares y representaciones de hechos históricos a quien tan solo los dividían un gran cristal. Charles también lo notó, y aplaudió con entusiasmo.

—Llegamos —dijo, y comenzó a señalar a diestra y siniestra las habitaciones, mencionando qué era lo que representaba cada una y su historia. Hasta que llegaron a una en específico y Charles pareció emocionarse aún más—. Esta es la sala de operaciones central, con todo y su mapa de batalla. Mira esto y dime que no es genial.

Fox se encogió de hombros, escudriñando con la mirada el fondo de azulejos que formaba un mapa, las lámparas blancas que caían en cascada y los maniquíes sin rostro que yacían inmóviles frente a un mapa con fichas de colores en el medio.

—No lo es —comentó, con una sonrisa de burla, y está vez fue el turno de Charles de rodar los ojos—. Bueno, tal vez lo es un poco.

—¡Lo sabía!

Ambos chicos se sentaron en el suelo, uno oyendo al otro hablar sobre historias que intentaba hacer interesantes y hechos que según él realmente habían sucedido. No hace falta aclarar quién era quién.

Llegaron a un momento donde olvidaron que habían llegado ahí con su clase de sexto año, y sólo lo recordaron cuando otro grupo (de secundaria tal vez) cruzó por el mismo lugar, y su guía miró a los niños con sorpresa.

—¿Están perdidos? —les preguntó, y tanto Fox como Charles negaron instantáneamente con la cabeza, se pusieron de pie y salieron de allí sin darle lugar a la mujer de hacer más preguntas.

—Nos van a dejar como no se acuerden de nosotros —dijo Fox siguiendo a Charles y muy a duras penas alcanzando su paso, no era muy atlético después de todo—. Yo sabía que esto era una mala idea.

—No exageres —contestó Charles con una sonrisa que probablemente no tenía razón de ser—. Ya los hallaremos, no creo que se hayan olvidado por completo de nosotros.

Fox pensó en lo insufrible que Charles solía ser de vez en cuando, con esa actitud de que nada pasaba, y que curiosamente terminaba transmitiendo confianza de una extraña manera.

Al final resultó que Charles estaba errado, pues lograron llegar a lo que era un lugar de descanso donde vendían cafés y tés, y ninguno de sus compañeros se fijó en su aparición, y mucho menos en su ausencia. Ni siquiera su profesora, que parecía algo cansada de haber tenido que lidiar con el grupo entero.

—Vaya seguridad hay aquí —se rió Charles, sentándose a un lado suyo—. Ahora, dime, ¿tu perspectiva de la historia ha cambiado o sigue siendo la misma?

Fox fingió pensarlo por algunos minutos con las llemas de sus dedos sobre su mentón.

—Creo que tal vez no es tan aburrida —respondió por fin entrecerrando los ojos—, aunque no significa que me guste.

—Ya es un comienzo.

—Si tú lo dices.

Fox pensó que quizá la historia no era tan mala. Y que definitivamente esa excursión y escapada exitosa había sido todo menos aburrida.

*

Por si tenían curiosidad, en multimedia se encuentra el museo (sí, sí existe) que visitan. Aunque no he estado ahí, así que no aseguro que mi descripción sea la más correcta.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro