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Capítulo 3. Sentimientos

Math estaba pasando un muy mal rato.

Desde que había decidido que se saltaría las clases el destino parecía haberse decidido a darle una buena reprimienda y un castigo a cambio.

El destino como siempre tan amable.

Así que, cuando comenzó a caminar entre las calles con aire despreocupado y sin interés, tuvo el desfortunio de chocar contra la espalda de un oficial de policía.

Un hombre alto y moreno que portaba uniforme y una cara larga, se giró en cuanto sintió el golpe.

—¡Lo siento! No veía por donde iba —se disculpó Math de inmediato, pensando en que tenía la peor de las suertes.

—¿Qué edad tienes, muchacho? —preguntó el oficial a cambio, cruzando sus brazos y alzando las cejas, escudriñando con la mirada su aspecto que lamentablemente no ofrecía del todo uno de 'adulto'. En Inglaterra la educación se tomaba en serio, y si a alguien se le ocurría saltarse las clases por mero ocurrimiento había una alta probabilidad de que acabara sentado en la oficina de un oficial.

Math abrió la boca para responder, pero no emitió ninguna respuesta, el único día que decidía fugarse era cuando pasaba esto, realmente era terrible su suerte. Y entonces pasó el mejor de los milagros; Un chico, uno alto, de pelo azabache y ojos azules y que si era sincero no reconocía, se acercó y se posó a un lado suyo, y con voz seria se dirigió al oficial y dijo:

—Viene conmigo, ya sabe, vamos a una cita médica, si quiere puedo enseñarle mi credencial y los papeles que lo justifican si hace falta —el chico hablaba con tanta seguridad e hizo amago de buscar en su chaqueta, aunque el oficial lo detuvo alzando una mano y negando con la cabeza.

—No, está bien —dijo y miró a Math con curiosidad—, sólo eviten andar por calles peligrosas —y dicho esto se dio la vuelta y continuó andando por donde hace unos pocos minutos lo había hecho.

Math asintió, anonadado y con la lengua atada. Se giró hacia el chico, sin estar seguro si debía agradecerle o simplemente cuestionarle quién rayos era.

—¿Qué fue eso? —fue la pregunta que salió de sus labios

El chico se encogió de hombros,

—No me reconoces, pero yo a ti sí —sonrió levemente—. Mi nombre es William, soy ami-compañero de tu hermana Eileen.

Math asintió con la cabeza en comprensión, sin que se le pasara desapercibido el hecho de que William había estado a punto de decir "amigo", aunque decidió no mencionarle ese detalle.

—¿Así que... Por eso le mentiste a un oficial de policía?

William alzó una ceja.

—No suenas agradecido. ¿Sabías que algunos de ellos se toman muy enserio que los alumnos se salten clases y terminan llamando a sus padres?

—No me malentiendas. Estoy agradecido, mucho. Sólo que, ¿qué habrías hecho si él te hubiera dejado sacar todo eso que dijiste?

La sonrisa de William se ensanchó.

—Ah, no lo habría hecho. Lo conozco, mi padre trabaja en el cuerpo de policías, ellos no me recuerdan a mi, pero yo a ellos sí. Él no suele meterse con los jóvenes, le dices con seguridad una cosa, te lo cree y no te pida más pruebas.

—Wow... Sólo, wow —Math se rió y suspiró realmente aliviado. No imaginaba que habría hecho si el oficial hubiera querido tomar cartas sobre el asunto—. Bueno, creo que me iré antes de que con mi suerte me tope con otro policía o algo peor como mi madre. Te debo una.

—Espera, no te vayas —William lo tomó del brazo y lo jaló hacia la pared de la calle, apartándolo del medio donde estaban. Y alejó su mano al ver la mirada que Math le dedicaba—, lo siento por eso, sé que ustedes los británicos son muy fríos. Como sea...

—No soy británico —soltó Math, y ante el rostro interrogante de Wiliiam explicó:—, nací en Estados Unidos, mi familia vivió ahí unos años y luego nos mudamos aquí de nuevo. Supongo que lo de la sangre fría sólo es un problema de familia.

Tal revelación pareció sorprender a William.

—¿Entonces eres estadounidense? Eso es vergonzoso, es decir, yo soy Irlandés, pero no doy para tanto —dijo con algo de ironía y burla. Así que Irlanda explicaba aquel acento.

—Concuerdo con eso, y sí, lo soy. Pero no se te ocurra contarle a nadie. Mi reputación está en juego.

—¿Cuál reputación?

—Muy divertido. Ahora, ¿qué querías?

—Oh, cierto... Yo, hum, esto es algo raro y tal vez no quieras ayudarme pero, me gusta mucho tu hermana...

—¿Quieres mi ayuda para que salgan o algo así? —William asintió con la cabeza y Math soltó un pesado suspiro—. Me temo que no es mi campo, podré compartir casa con Eileen pero si te soy sincero no conozco mucho de ella. Y aunque así fuera dudo que te sirviera de algo.

Math comenzó a caminar, y sin mucha sorpresa vio como William lo imitó y caminó a un lado suyo.

—Vamos —insistió—, ¿ningún consejo o nada? Debe haber algo.

—William, basta. Podrás hacer todo lo que se te cruce por la mente, pero Eileen y tú simplemente no estarán juntos. Así son las cosas —si Math sintió algún remordimientos por la sequedad de su comentario no dio señales de ello.

William bajó la cabeza y asintió.

—Bien, lo entiendo —farfulló, y simplemente se giró y se fue de ahí cabizbajo y con paso algo lento.

Math apretó los labios, y sin embargo decidió olvidar el asunto, volviéndose al frente y una vez más empezando a caminar, en esta ocasión teniendo gran cuidado y precaución por donde iba y por donde cruzaba.

Así se pasó el resto del día hasta que supo que ya era hora de la salida, y por lo cual debía volver a casa.

Si era sincero aquella escapada le había dado todo menos satisfacción o alivio. Lo hacía sentir un verdadero cobarde... Pero, también decían que mejor dijeran "aquí corrió que aquí quedó". Math sí les temía a los chicos con los que se había metido, y era perfectamente consciente que había sido un profundo error haberlo hecho. Pero sabía que sería peor si intentaba frenar esa pelea. Así que su única opción era simplemente no ir a ella.

Iba caminando de regreso con grandes zancadas, hasta que en el trayecto se topó con su hermano menor. Con Fox. Con su Fox, su hermano de sangre. En compañía.

Y tal cosa lo sorprendió enormemente. Caminaba detrás de Fox y otro niño cuya estatura se igualaba a la de su hermano. Y se apresuró a llegar hasta ellos.

—¿Es tu amigo, Fox? —preguntó Math alzando las cejas, y observando como él rodaba los ojos.

—No —respondió un tanto cortante, y de nuevo Math se sorprendió cuando el niño castaño que iba a su lado no se lució herido o algo similar a eso—, somos compañeros de clase.

—Lo somos —confirmó el niño con una sonrisa—, y también vecinos, ¿eres su hermano?

—Eh, sí. Soy Mathieu. ¿Tú eres...?

—Charles Hall. Un gusto —su sonrisa se agrandó y sin embargo detuvo su paso, señalando con la cabeza la casa que era la contigua a la suya—. Bueno, debo irme. Adiós.

Y sin más el niño se giró y dejó a los hermanos Foster solos en aquella calle desierta, y ellos caminaron la poca distancia que les aguardaba hasta llegar por fin bajo el umbral de la puerta de su casa.

—¿Así que es tu amigo? —volvió a preguntar Math con la mera intención de molestar a su hermano, y él bufó con deje irritado.

—¿Quién es amigo de quién? —su madre preguntó, habiéndolos oído desde el sofá una vez que los chicos entraron y cerraron la puerta tras de sí.

—Nadie de nadie —contestó Fox dirigiéndose hacia las escaleras y subiendo con pesadez los escalones.

—Fox de Charles —respondió Math con una sonrisa divertida colgando de sus labios.

—¿Charles el niño que vive al lado? —Math asintió con la cabeza y su madre se puso de pie con un poco de emoción—. Oh, ¿de verdad?

—¡Él no es mi amigo! —gritó Fox desde la planta alta, y acto seguido sonó el sonido de la puerta de su habitación siendo cerrada con fuerza, provocando con esto que Math soltara una larga y extensa risa.

Fox nunca lo admitiría, pero no era fácil vivir en una familia donde ser antisocial era perfectamente algo normal. No recordaba ningún momento de su vida donde algun integrante de su familia no lo fuera. Simplemente se había criado en un mundo frío y sin amigos. Esto era algo que sentía en el fondo, pero a la hora de exteriorizarlo se convencía que era mejor haber vivido de esta forma, donde sólo estaban ellos para cuidarse y no tenían que sufrir situaciones que solo se daban en la sociedad. Pero tener un amigo era algo raro. Realmente raro. Como un vegetariano que ha sido criado así toda su vida y de repente decide comer carne.

Math lo encontraba como un motivo de burla y su madre como una celebración. Y para Fox... Para Fox era algo muy extraño, y por lo mismos se esforzaba en hacer que no sucediera.

Lamentablemente la Sra. Foster ya había decidido que se esforzaría en hacer la opuesto.

Así que para cuando Fox por fin se animó a bajar lo primero que ella hizo fue caminar hasta su lado y dedicarle una muy grande sonrisa.

—No es mi amigo y no lo invitaremos a cenar —objetó Fox sabiendo de antemano el discurso que vendría de la boca de su madre.

Ella arrugó el entrecejo, aunque no añadió nada más. Si alguien sabía a la perfección lo tercos que funcionaban sus hijos era esta mujer. Y por lo cual optó por no presionarlo, y en su lugar quizá recurrir a otro método. Sonrío para sus adentros y se quedó callada, habiendo ya decidido lo que podría hacer para ayudar a su hijo. Aunque el sólo pensarlo lo hacia una mala idea; Acudir a la Sra. Anderson.

.

El día siguiente llegó rápido y con él un clima húmedo y nublado, no lo suficiente como para que se pronosticara lluvia, pero sí algo frío, así que cuando la Sra. Foster salió de su casa encaminada a la de su vecina llevó un abrigo y la esperanza de que todo saliera bien.

Tocó el timbre de la residencia donde aquella mujer que no le agradaba del todo vivía, y esperó bajo el umbral.

Sus hijos ya habían partido a la escuela, incluso Eileen quien había alegado haberse sentido mejor, por lo cuál tenía todo el tiempo y paciencia del mundo. Cosa de la que se continuó convenciendo cuando pasaron alrededor de cinco minutos y la puerta seguía cerrada.

Es una mujer solitaria, no debe estar acostumbrada a las visitas, se dijo mentalmente. Y plantó la mejor de sus sonrisas cuando por fin se abrió la puerta. De ella emergió un rostro cansado y con arrugas, sin maquillaje alguno y con un par de ojos aceitunas quisquillosos que la veían con curiosidad e intriga.

—¿Qué quieres, Foster? —soltó la Sra. Anderson bruscamente cuando la hubo reconocido, sin cambiar su postura ni un centímetro.

—Llámame Alice, por favor.

—Bien, Alice, tú puedes decirme Anderson —ella sonrió falsamente—, ¿a qué viniste?

—Yo... Bueno, creo que tu sobrino y mi hijo se llevan bien, y no sé si sepas pero el mío tiene un poco de problemas con la confianza y las relaciones sociables.

—¿Esperas que confabulemos juntas para que tu hijo tenga amigos? —ironizó Anderson, y enseguida soltó una larga risa—. Lo siento, es imposible forzar una amistad. Sólo deja que suceda, ¿entiendes, Foster?

—Dime Alice —repitió ella con calma que no sentía—. Y no digo que forcemos nada, sé que con eso no llegaríamos a ningun lado... Pero quizá, no sé, hacer que pasen más tiempo junto. Sería algo sano.

—No tengo tiempo para eso. Además, yo nunca le he prohibido nada a Charles, el niño puede hacer lo que se le de la gana siempre y cuando no me involucre. Él lo sabe. Ahora, si me disculpas debo volver adentro.

—Oh, ¿interrumpí algo?

—No, pero no quiero ver tu rostro. Largo.

Y la puerta se cerró en sus narices. Alice saltó en su lugar, murmurando entre dientes los terribles modales de la mujer y lamentando una vez más la suerte de Charles, quien se había visto obligado a vivir con ella. Soltó un suspiro y volvió al interior de su casa, meditando sus otras opciones. Realmente quería hacer algo, sus otros hijos la habían apartado de sus vidas, y la verdad era que con justa razón lo habían hecho. Pero no era tarde para su hijo menor, o eso quería pensar.

Un poco más lejos de ahí, se encontraba sentado un Fox muy aburrido con sus brazos apoyados sobre su banca, mirando al techo y contando los minutos para que acabara la clase y fuera receso. Lamentablemente para eso faltaba alrededor de una hora entera, así que debía de soportar la hora de historia por mucho que no entendiera absolutamente nada.

La profesora Lara explicaba la historia sobre la segunda guerra mundial, y algunas otras cosas que Fox no entendía ni se molestaba en entender. La historia le aburría, demasiado, simplemente no lograba comprender por qué era importante conocerla.

—La próxima semana —anunció la profesora, cambiando su tono monótono por uno más entusiasmado, y solo por esto Fox decidió prestar atención—, iremos de excursión al museo Western Approaches, Es un museo que en su ubicación era el centro de mando naval y aéreo británico de la batalla del atlantico —algunos de la clase aplaudieron y vitorearon con emoción—. Pero para eso les entregaré a la salida unas hojas que deben ser firmadas por sus padres o tutores para más tardar el lunes, si vienen obtendrán algunos puntos extras para su evaluación, pero no es obligatorio.

Y tan pronto como se había interrumpido a sí misma, la profesora Lara volvió a su larga y aburrida, en opinión de Fox, explicación. Él apoyó su barbilla en su banca, y se sorprendió cuando una bolita de papel cayó en ella.

Frunció el ceño y la tomó entre sus dedos, incorporándose y desenvolviendo la bolita hasta convertirla en un pequeño pedazo de papel con unas palabras inscritas que decían:

¿Irás a la excursión?

PD: Soy Charles

Fox enarcó una ceja y se giró sobre su asiento, fijando su vista en el lugar donde Charles se sentaba, él tenía dos lápices en sus manos y parecía luchar entre ellos como si se trataran de dos pequeñas espadas y sus manos fueran adversarios, no lo miró ni una vez y estaba realmente absorto en lo que fuera que estaba haciendo.

Fox rodó los ojos y sacó su libro de texto, pensando que quizá así parecería que estaba prestando atención, pero apenas lo tendió sobre su banca que otra bolita de papel cayó sobre él, y Fox bufó mientras lo abría.

No me ignores y responde.

Decía el papelito, con aquella caligrafía tan descuidada y algo compleja de entender.

Esto es ridículo.

Escribió en un pedazo de hoja de su cuaderno, habiéndolo arrancado, acto seguido lo hizo bolita y sintiéndose como el mayor idiota se giró y lo lanzó en dirección a la banca de Charles, quien sin dirigirle la mirada sonrió. Fox sintió que alguien lo miraba y al alzar los ojos se encontró con los de su profesora Lara, pero ella rápidamente apartó la mirada, con el asomo de una sonrisa en la comisura de sus labios.

Y entonces sonó el timbre del receso, demostrando así lo rápido que podía pasarse una hora.

—La comunicación por papelitos no es ridícula —dijo Charles uniéndose a su lado cuando salieron de la clase—, es una avanzada forma de dar a entender palabras y sentimientos. Y es divertido. Ahora, dime, ¿irás a la excursión?

Fox se encogió de hombros.

—No quisiera ir —contestó frunciendo levemente el ceño—, pero tengo algunas bajas en historia así que me iría bien tener puntos extras.

—¿Bajas? ¿No eres bueno en historia?

—No me gusta, me aburre así que decido no prestarle tanta atención.

—¡Pero si la historia es genial! ¿De verdad no te emociona todo eso de las guerras, las revoluciones y las armas? Es muy interesante.

—Entonces tú eres el raro. No encuentro la emoción a nada de eso. Es aburrido.

—Sí, bueno, realmente no muchos encuentran la belleza de la historia.

—No hay belleza en eso.

—Lo que tú digas.

Ambos niños habían estado caminando entre los pasillos, hasta que Charles lo tomó del brazo y lo guió hacia otro diferente, uno que no daba al patio de juegos.

—¿A dónde me llevas? —preguntó Fox haciendo amago de alejarse y descubriendo al mismo tiempo que Charles tenía más fuerza de la que aparentaba y que bien, podía arrastrarlo si así lo quería. Él sonrió a modo de respuesta.

—Sé a donde voy si es lo que te preguntas —contestó tras unos minutos de tironear de él. Y sólo entonces Fox pudo reconocer los pasillos y las aulas.

Lo llevaba al salón de coro, el cuál se suponía que se hallaba desierto.

Su suposición fue correcta, y luego de unos pocos minutos más Charles abrió la puerta tan característica que tenía notas musicales pintadas en ella e hizo un ademán para que Fox entrara con él.

—¿Sabes que es contra las reglas entrar a los salones en horario de receso? —cuestionó alzando las cejas, y Charles se rió.

—No sabía que te importaban tanto las reglas.

—No lo hacen, ¿pero qué hacemos aquí?

La sonrisa de Charles se ensanchó, tornándose divertida, y enseguida se adelantó y cerró la puerta, caminó hasta el sitio donde los instrumentos descansaban y tomó una de las guitarras que más se adaptaban a su tamaño.

—Está sala es insonorizada, hecha para las audiciones y los ensayos de instrumentos —comentó Charles, hablando como si Fox no estuviera enterado de todo eso y señaló una puerta frente a ellos y añadió—, y en esa otra parte es para la organización del coro, donde no está insonorizado. Estuve investigando y leyendo, es genial como construyeron este sitio.

—Charles —presionó Fox cruzando sus brazos—, ¿a dónde quieres llegar con esto?

Charles no respondió, y en su lugar colgó la correa de la guitarra alrededor de su cuello, con la uña de ésta en su mano y una extensa sonrisa.

—Estuve practicando en casa de la Sra. Anderson, resulta que tenía una guitarra en su sótano, ¿puedes creerlo? Ya, ya, te voy a decir. Yo toco y tú cantas, ¿si?

—Estás demente si crees que pienso cantar.

—Vamos, Anderson ya me contó que desde su casa puede oírte. No es ningún secreto y no creo que debas sentirte mal por eso. Según ella cantas muy bien.

Fox sintió su rostro enrojecer, mientras se preguntaba que otras tantas personas lo sabían y que tan expuesto había sido sin siquiera darse cuenta, creyendo justamente lo contrario. Era realmente humillante, no descruzó los brazos y negó con la cabeza.

—No pasará —dijo, y sin previo aviso dio media vuelta y salió del aula, dejando a Charles sorprendido, quien realmente no tardó en quitarse la guitarra de encima y seguirlo.

.

Mientras tanto, Eileen se sentía enormemente exasperada y molesta, por que en primer lugar William había decidido faltar a clases —por segunda ocasión seguida, aparentemente— y habían cambiado temporalmente su compañero de ciencias a Jessie Phillips, una chica castaña y de gran boca que no dejaba de hablar de su novio y la relación tóxica que ellos mantenían hace dos meses.

—Entonces me lo encontré besándose con Lía, ¡con Lía! ¿Puedes creerlo? —contaba Jessie mientras Eileen se preguntaba que tan pronto podía enterrar su cabeza bajo el suelo para por fin dejar de escucharla—, y le dije que no lo quería volver a ver, pero no rompimos oficialmente, y horas después entro a mi casa y me dijo que lo lamentaba tanto, ¡y yo lo perdoné! Porque se veía tan arrepentido. ¿Y sabes qué pasó hoy? ¡Me lo encontré en los pasillos besuqueandose con Clara!

Eileen soltó un extenso suspiro frustrado y dejó sobre la mesa sus guantes aislantes y se quitó los lentes protectores del rostro.

—¡Deja a ese imbécil de una vez por todas! —gritó Eileen, entre la cólera de hacer todo el trabajo ella sola y la charla sobre tan grande idiotez. Quizá lo dijo demasiado alto, pues el profesor se giró a mirarla. Eileen rodó los ojos y bajó el volumen de su voz—. Mira, no me agradas, no te agrado. Pero por lo que más quieras y el respeto que te tengas si es que te tienes, deja a ese idiota.

Jessie la miró con sorpresa y tal vez algo de pavor, pues simplemente no se había esperado que ella respondiera tan violentamente, o simplemente que le respondiera.

—No lo entiendes —respondió bajando la mirada—. Él es el único que me quiere, ¿sabes? Mi familia nunca está ahí para mi, y él es la única constante en mi vida. No puedo dejarlo así como así. No es fácil. A veces creo que con quejarme y contarle todo esto a alguien de una manera lo soluciona —soltó un pesado suspiro—, pero realmente no lo hace.

—Es fácil. Sólo debes ir y decirle a ese infiel que lo suyo se acabó. No le encuentro la dificultad.

Jessie se puso de pie de su asiento de golpe, mirándola con deje de odio e incredulidad.

—Claro que tú lo ves fácil —dijo, o más bien, siseó por la forma en que sus labios se movían—. No te enamoras de nadie. No tienes sentimientos. Yo también creí que era fácil, pero resulta que cuando eres capaz de sentir no lo es.

Se dio media vuelta y se giró, saliendo dramáticamente de la clase sin que el profesor se enterara o siquiera volviera a alzar la mirada de su teléfono celular.

Eileen masajeó su sien con fuerza, alterada y realmente confundida. Jessie tenía razón y a la vez no tenía nada de ella. Tenía sentimientos, por supuesto que los tenía, que no quisiera demostrarlos ni usarlos con ellos, chicos que quizá nunca volvería a ver, era otra cosa. Pero los tenía, y ahí estaban intactos. Lo suficiente para saber lo que se sentía una decepción una y otra y otra vez. Y de todas formas volver a ella esperanzada a que algo por fin cambiara.

Sabía eso mejor que nadie, y no en vano le dijo que era fácil. Porque lo era una vez que las palabras salían de haberse quedado atascadas tanto tiempo en su garganta. Lo era cuando simplemente dejabas de aferrarte y lo dejabas ir.

Un nudo se formó en su garganta, y con pesadez Eileen lo tragó, volviendo a su trabajo y alejando de todas formas posibles los pensamientos de su mente.

Después de todo, Jessie sí tenía razón en algo; No se enamoraba de nadie y tampoco les tenía sentimientos.

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