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Capítulo 23. Fox ~ Final

Cuando Fox se asomó por la ventana notó que había una patrulla estacionada afuera, había oído desde el interior la puerta de un auto siendo azotada contra su marco, pero no había esperado que se tratara de un par de policías los que aguardaban frente a su casa; Una mujer y un hombre.

Fox frunció el ceño al percatarse de que ambos se dirigían hacia su casa.

—¿Quiénes son? —preguntó Math, sentado en la sala y con su vista enfocada en su celular.

—Son policías —contestó Fox, y se apartó de inmediato de la ventana cuando uno de ellos miró en su dirección.

El timbre entonces sonó.

Math se levantó con cierta cautela y fue él quien se encargó de abrir la puerta.

Los policías lo escudriñaron con la mirada antes de mirarse entre ellos sin decir nada.

—¿Buscan algo? —inquirió Math, alzando las cejas.

La mujer aclaró su garganta.

—En realidad sí —respondió—, buscábamos hablar con ustedes.

—¿Para qué?

—Por la situación de su... Padre. Aún no es un caso cerrado y la investigación del disparo sigue abierta, nos gustaría oír su versión de la historia.

Fox apretó los puños y se dió un paso atrás con la intención de pasar desapercibido, lo que por fortuna consiguió siendo que ninguno de los policías le prestó atención.

—No hay mucho que contar realmente —dijo Math con leve indiferencia.

—¿Qué sucede? —preguntó de improviso la voz de su madre con un tono débil y vacilante, tenía un delatantal sobre su ropa y sus manos estaban metidas en sus bolsillos. Su piel era pálida y su pelo un desastre, había estado así desde la noticia del coma de su padre, y si Fox creyó que era deprimente decidió no señalarlo.

—Estamos aquí para continuar con el caso de su marido —contestó el policías con sus manos sobre su espalda recta—, necesitamos de su colaboración.

Los labios de su madre esbozaron algo que se asemejaba a una sonrisa.

—Claro, por supuesto, pasen y sientanse cómodos.

Fox observó en silencio como los policías hacían exactamente lo contrario, pues se quedaron de pie a un lado del sofá con posturas tensas mirando a su alrededor con un poco de ansiedad. La mujer detuvo su mirada en Fox, quien había logrado ocultarse tras la cortina, los ojos de ella eran inquisitivos y persistentes, casi como si pudieran leer lo que pasaba por su mente.

Fox quería contarles todo lo que había visto, pero tenía miedo. No había dejado de pensar en Charles desde los sucesos que habían dado lugar hace menos de un día. Mentiría si dijera que no había vuelto a la casa de la Sra. Anderson en la mañana.

Charles se había ido una vez que Fox se marchó, lo había dejado ahí con la esperanza de que le siguiera para tratar de explicarle mejor las circunstancias.

Sólo que no lo hizo.

Nunca había entendido bien la expresión de "estar entre la espada y la pared", pero ahora la comprendía a la perfección. Se sentía atrapado, ahogado y asfixiado, era como nadar en un mar cuyo fondo no se veía. Sus hermanos no podían entenderlo, su madre estaba teniendo un colapso nervioso y había una alta probabilidad de que su padre jamás volviera a despertar.

Fox jamás se había sentido tan solo.

—Así que —agregó su madre, sentándose en el sofá con su vista fija en los policías—, ¿qué necesitan saber?

—Todo —contestó el hombre—, todo lo que puedan recordar.

Su madre se quedó en silencio y minutos más tarde logró relatar lo que había pasado.

Su versión de la historia era pobre y desinformado, ella no sabía mucho, aunque calló al final del relato y dirigió su mirada hacia Fox.

—Creo que mi hijo podría contarles más de esto que yo —dijo ella.

—¿Y por qué sería eso? —preguntó la policía con sus ojos brillando en curiosidad, fijando su mirada en Fox.

Él sólo bajó la cabeza odiando el hecho de que su madre hubiese decidido sacar el tema a colocación.

Quería huir de la escena, sin embargo sabía que no podía. Se cruzó de brazos, era consciente de que aún estaba algo lejos para hacerse oír correctamente pero eso no le impidió responder diciendo:

—Porque creo que conocí a los hombres responsables del disparo.

No alzó la mirada pero supo que los dos policías le miraban con gran sorpresa.

—¿A qué te refieres? —cuestionó la mujer, perpleja—, quiero decir, ¿podrías describirlos?

Fox lo hizo. Intentó describirlos tal y como los recordaba en su mente, omitió grandes detalles; Las palabras que habían pronunciado, la involucración de Charles en la historia... Básicamente casi todo, a excepción de los sucesos con los hombres que le habían parecido tan peculiares y aterradores.

—¿Se parecían a estos? —preguntó la policía, acto seguido dió un par de zancadas para terminar frente a él y le mostró una fotografía de su teléfono celular.

—Sí, son ellos —contestó Fox, mirando la imagen fijamente, sintiendo un escalofrío recorrer su espina dorsal al recordar tan vívidamente el haber estado tan cerca de ellos. En la fotografía los hombres miraban a la cámara y sus semblantes eran serios.

La policía se irguió de golpe y compartió una veloz mirada con su compañero, una que no pasó inadvertida para ninguno de los presentes.

—¿Estás seguro que estos fueron los hombres que viste? —insistió el policía, acercándose a Fox—, ¿realmente seguro?

Fox arrugó el entrecejo, irritado por el tono que el hombre usaba con él.

—Sí, lo estoy —aseveró sin lograr ocultar su molestia.

—Entonces tenemos un problema —suspiró la policía.

—¿Por qué? —preguntó su madre, cruzándose de brazos—, ¿quiénes son ellos?

—No estamos del todo seguros —respondió el policía—, pero han sido muy buscados a lo largo del país. Son parte de una red de narcotráfico con la que no hemos podido dar, trabajaron con un hombre por un largo tiempo pero al final él acabó por entregarlos a la ley con la condición de tener inmunidad. Ellos pasaron años en prisión hasta que hallaron la forma de salir.

—¿Por qué ellos querrían herir a Daron? —preguntó su madre con ligero nerviosismo en su timbre, se puso de pie retorciendo sus dedos y mirando a la pareja de policías.

—Porque el hombre que los entregó a la ley fue él —contestó la policía, mirándola de soslayo.

—¿Están diciendo que él trabajó con esos hombres? No, imposible —espetó está vez la voz de Eileen, quien al parecer había llegado sin hacer ningún ruido.

Fox se sentía igual de incrédulo que su hermana.

—Pero es verdad —arguyó la policía—, y si lo que dicen también lo es significa que esto es un problema. Ya no están en el país, eso es seguro, pero nada nos asegura que no vuelvan. Son conocidos por hacer planes a largo plazo, por ahora emitiremos su orden de búsqueda, pero tememos que no podemos hacer más que eso. Les estaremos poniendo al tanto de los sucesos pero por el momento no queda más qué decir.

Sin agregar ninguna otra cosa, los policías hicieron una leve inclinación de despedida y salieron por la puerta principal.

Su madre se tumbó sobre el sofá mirando vagamente el marco de la puerta.

—¿Daron estuvo involucrado en narcotráfico? —preguntó ella para sí misma en un murmullo apenas audible.

Ninguno de sus hijos respondió, quizá porque no sabían qué responder.

La cena después de eso fue silenciosa y tranquila. Nadie dijo nada en voz alta. Su madre apenas si despegaba su mirada de la superficie de su mesa lo que hacía que Fox sintiera una peculiar tensión aflorar en el aire que respiraba.

Por lo mismo no se quedó demasiado y cuando acabó se retiró del comedor dirigiéndose directamente hacia su habitación.

Se recostó sobre su cama mirando el techo con renuencia y cansancio. Ese día había sido realmente agotador en toda la extensión de la palabra, jamás había sido fan de las sorpresas. Odiaba las sorpresas, le gustaba más mantener las cosas bajo su control, saber lo que iba a suceder.

Hace tan poco su vida podía resumirse en la palabra monotonía, ahora ya no. Ahora su padre estaba en coma, su único amigo resultó no serlo y todo parecía simplemente caerse a pedazos.

Fox sintió un nudo formarse en su garganta y miró por su ventana, la noche ya había caído, el cielo que alcanzaba a visualizar era estrellado y colmado de paz, totalmente opuesto a los sentimientos que fluctuaban en él. Se sorprendió entonces cuando miró que una luz se encendía en una de las habitaciones de la casa de al lado; La casa de la Sra. Anderson.

¿Sería posible que ella ya hubiera regresado de donde fuera a dónde se había marchado? Tal vez ella podía darle una mejor explicación de lo que había ocurrido... Debía estar también involucrada en todo ese misterio, ¿cierto? Eso tenía sentido.

Fox se levantó de su cama de un salto y se asomó por la ventana, las luces de la casa de la Sra. Anderson estaban encendidas. Tenía que hablar con ella.

Ató sus zapatos y a hurtadillas salió de su habitación, dando pasos lentos y asegurándose de que no fuera oído. Su madre y hermanos al parecer ya se habían ido a dormir, lo que facilitaba su tarea de salir de casa.

Al hacerlo respiró el aire fresco de la noche, los charcos de la lluvia de ayer aun se hallaban en el suelo, Fox los esquivó sin mucho esfuerzo y logró llegar hasta el frente de la casa de la Sra. Anderson.

Mordió el interior de su mejilla con fuerza cuando un poderoso dejá vú atacó su mente. Recordaba con gran descripción como un poco más tarde de esa misma hora el día de ayer se encontraba en el mismo lugar, sólo que la diferencia era que había estado ahí por Charles. Y ahora ya no.

Tocó la puerta, dudoso. Y retrocedió cuando se abrió de golpe mientras de ella emergía el rostro de la Sra. Anderson.

Días atrás eso habría bastado para ahuyentarlo de allí como un gato espantado, sin embargo ese día no era como los anteriores.

—Necesito hablar con usted —dijo Fox con inevitable voz insistente.

La Sra. Anderson titubeó.

—¿Por qué? —preguntó, pero su tono era tan vacilante que confirmó las sospechas de Fox.

—Creo que ya sabe la respuesta —aseveró él.

La mujer soltó un suspiro y se reclinó sobre el marco de la puerta.

—Oí lo que pasó con tu padre —comentó—, pero no sé qué tenga que ver eso conmigo...

A Fox le enfureció que hablara como si en realidad no lo supiera.

—¡Sí lo sabe! —exclamó—, ya lo sé todo; Sobre Charles, sobre esos hombres y sobre ese disparo, ellos me lo contaron todo. No me mienta.

—De acuerdo —murmuró ella—, ¿qué quieres saber?

—Quiero saber por qué Charles o cualquiera que sea su nombre accedió a esa mentira... A participar en algo tan horrible como eso —su voz se quebró, Fox sintió un ardor de furia burbujear en su interior y bajó la mirada—, ¿por qué lo hizo?

—Él no quería... Fox, tienes que entender que esta engaño no sólo te afectó a ti, yo tampoco quería que esto pasara.

—¿Entonces por qué sucedió? ¡¿Por qué no me dijeron nada?!

—Porque no podrías entenderlo —a Fox le sorprendió oír el tono de la Sra. Anderson sonar tan débil y átono, esto llamó su atención y lo hizo levantar la mirada para encontrarse con que los ojos de la mujer se habían enrojecido cubriéndose por una delgada capa de lágrimas que se esforzaba por retener—, no es sencillo.

—Pudieron haberlo intentado.

—¿Y luego qué? No podrías haber hecho ninguna cosa y sólo habrías entrado en este juego donde nadie podía decir nada. Esos hombres... Los conozco, los ví crecer, acepté tener a Charles aquí porque ellos me lo pidieron. No te habríamos hecho ningún favor al decirte lo que estaba pasando, ¿por qué crees que ellos no lo pensaron dos veces el contartelo todo? Sabían que dudarías en acudir a la policía, no podrías decirlo todo sin delatar a Charles, sin iniciar toda una investigación... Ellos lo sabían, nada les importa, sólo creen que la vida es un juego, que las reglas existen para romperse. Por algo Charles nunca dijo nada.

Fox se quedó en silencio, dándose el tiempo para procesar estas palabras. Tragó saliva y entrelazó sus manos jugeteando con sus pulgares con cierto deje nervioso que era incapaz de ocultar.

Habían tantas diferentes emociones chocando contra las paredes de su mente, no sabía por cuál ceder y simplemente se sentía muy confundido.

Lágrimas se acumularon en sus ojos por la frustración y aunque las trató de contener no lo consiguió, dejó que rodaran por sus mejillas y su garganta emitiera un sollozo.

Se sorprendió cuando sintió que los brazos de la Sra. Anderson lo envolvían en un abrazo.

Siempre imaginó a la mujer como una persona en lo más mínimo afectiva (la forma en que trataba a su madre le hacía pensar particularmente eso) sin embargo no pudo apartarse del abrazo y lo único que pudo hacer fue aferrarse a la ropa de ella impregnada del mismo aroma que cubría su casa.

—Lo extraño —lloró Fox en su hombro—, extraño a Charles.

—Lo sé —respondió la Sra. Anderson con suavidad—, él es tu amigo... Y jamás quiso hacerte daño.

—¿Entonces por qué se fue? Se fue sin dar explicaciones, no me dijo nada... Simplemente se fue.

La Sra. Anderson se alejó un poco y lo miró estando en cuclillas.

—Podrías preguntarle —sugirió y Fox frunció el ceño.

—¿Cómo?

—Puedo llevarte con él, vive en Manchester.

Fox no reparó en el dato de que Charles realmente vivía a sólo unas unas horas de distancia. Saberlo le dolió, porque era saber algo a quién nunca conoció en realidad.

—Si se marchó tal vez fue algo —contestó, dudoso—, tal vez es porque no quiere verme.

—Él quiere, pero se fue porque tenía miedo de tu reacción... De lo que pensarías más tarde.

—¿Cómo sabe eso?

—Porque sé que la amistad puede ser confusa... Todo tipo de relación, desde una amistad hasta de una madre con su hijo, puede ser compleja y muchas veces caen en agujeros que necesitan ser cubiertos con trabajo y esfuerzo. Por eso no puedes mantener una relación emocional con cualquiera, lleva su tiempo y de vez en cuando es difícil mantenerla, eso las hace tan valiosas.

Fox dudó.

—Pero no puedo ir a Manchester, es muy tarde —dijo, a decir verdad el motivo por el que no quería ir era porque no tenía el valor de enfrentarse a Charles... A lo que fuera que tuviera que decir, a enfrentar la verdad y no la mentira en la que estuvo viviendo esas dos semanas.

La Sra. Anderson enderezó su espalda y posó sus manos sobre su cadera.

—Aún no es muy tarde —agregó—, te sugeriría ir otro día pero no creo estar disponible hasta entonces y no parece que tu madre tenga el tiempo de salir. Además, a esta hora no hay demasiado tráfico, podemos ahorrarnos unas cuantas horas.

Fox pensó en su madre y recordó la gran mirada perdida que había destacado en su semblante, la mirada de una persona que ya no sabía por dónde caminar. Había una alta probabilidad de que ni siquiera se percatara de su ausencia durante la noche entera.

—Está bien —accedió tras meditarlo por unos largos minutos—, quiero ir con usted.

El auto de la Sra. Anderson era un modelo anticuado y viejo, estaba aparcado a una orilla de la acera.

La mujer subió al asiento del conductor y Fox le siguió dejándose caer a su lado.

La Sra. Anderson encendió el motor y al auto comenzó a moverse hacia delante.

.

Ya había pasado alrededor de media hora cuando Fox empezó a caer en la cuenta de a dónde se estaban dirigiendo. Percibió una amarga sensación consquillear la boca de su estómago y se hundió en su asiento. De repente le habían entrado ganas de vomitar y estaba seguro que el motivo era lo ansioso que se sentía.

Cuando el auto se estacionó Fox entendió la gravedad del asunto y su rostro palideció por completo.

—¿Y bien? —preguntó la Sra. Anderson mirándolo con detenimiento.

Fox sacudió la cabeza.

—Me siento mal, podría venir otro día... Quizá dentro de un año o dos.

La Sra. Anderson arrugó el entrecejo.

—No querrás hacer eso —dijo.

—¿Por qué no? Tal vez tenía razón en no tener amigos y tal vez estoy mejor solo...

—No, no lo estás, nadie está mejor solo. Podrás decir lo que quieras pero todos sin excepción necesitamos de alguien con quien contar, sólo hazlo, entra y habla con Charles, ¿qué podría salir mal?

—Muchas cosas en realidad.

—Sólo ve.

Fox soltó un suspiro y miró por la ventana, ahí se encontraba una casa, una pequeña y de un sólo piso. El vecindario dónde la Sra. Anderson había aparcado tenía filas de casas similares, un sitio más apartado del Manchester en sí, un lugar que probablemente las personas que visitaban el estado pasaban de largo.

Antes de permitirse cambiar de opinión abrió la puerta del auto y salió, el clima de la noche era templado y no muy frío, Fox miró a su alrededor notando que las casas tenían sus luces apagadas y nadie parecía estar despierto. La calle estaba desierta y no pudo negar que esto bajaba por completo sus ánimos.

Sin embargo no se permitió pensarlo y con cierta monotonía en su forma de caminar se acercó a la casa que la Sra. Anderson le había señalado en un inicio.

Tocó la puerta antes de dejar que la voz en su cabeza comenzara a recriminar sus acciones.

¿Realmente era una buena idea? La voz que no quería permitir entrar inundó su mente como una fría ventisca en pleno verano.

No, no era una buena idea, se respondió a sí mismo, pero estaba cansado y no quería huir. Por una vez en su vida quería ser espontáneo y hacer algo fuera de lo usual, a final de cuentas, su vida últimamente se podía resumir en eso.

Cuando la puerta por fin abrió lo hizo hacia atrás de un tirón mientras que a través de ella se asomaba el rostro de una niña pequeña, con un cabello castaño que le llegaba a la cintura y un par de ojos avellana que resplandecían en la oscuridad.

—¿Quién eres? —preguntó ella, entrecerrando los ojos y presionando sus manos sobre el marco de la puerta.

Fox entró en pánico, ¿debía responder? ¿Debía marcharse? Ni siquiera sabía quién era esa niña, no sabía nada, entendió, ¿cómo pudo pensar que sabía algo sobre Charles? Quizá lo mejor era volver, quizá Charles realmente no quería saber nada de él.

Antes de poder pensar algo más la puerta se abrió en su totalidad. Pero está vez alguien más estaba al otro lado.

Era Charles.

Quién, a decir verdad, lucía muy confundido y desconcertado.

—F-fox —tartamudeó Charles—, ¿qué haces aquí?

—No estoy seguro —contestó Fox con gran sinceridad, congelado por no estar seguro de cómo reaccionar, sintió su respiración ir más rápido, como siempre le sucedía cuando estaba nervioso, ¡nunca antes había tenido que pasar por eso! Porque principalmente nunca antes había tenido un amigo—, pero creo que esto fue un error... Yo... Adiós.

Sin darse el tiempo de arrepentirse Fox se giró sobre sus talones y salió huyendo de ahí.

Se cruzó de brazos y ni siquiera miró el auto de la Sra. Anderson estacionado al otro lado de la acera, seguro podía volver a ella más tarde, porque tenía la leve certeza de que si lo hacía en ese instante ella lo obligaría a volver a intentarlo.

Y no podía, carecía del valor necesario.

—¡Fox, espera! —escuchó que alguien gritaba a sus espaldas, sin darse la vuelta supo que se trataba de Charles.

Fox paró de caminar, pero no se volvió hacia él, se quedó en su mismo lugar, estático y mirando al frente.

Charles entonces llegó a su lado con la respiración agitada y mirándolo con el entrecejo fruncido.

—¿Qué fue eso? —preguntó.

Fox apretó los dientes sin atreverse a dirigirle la mirada.

—No lo sé —contestó, luego se sintió frustrado por no saber qué más decir, ¡eso era realmente odioso! ¿Cómo era que existían personas que lograban expresarse tan bien verbalmente? A él le parecía imposible—, creo que sólo necesitaba saber.

—¿Saber qué? —el tono que Charles empleaba era suave y dudoso, seguramente él tampoco sabía qué contestar.

Fox se forzó a mirarlo.

—Saber tu nombre... Tu nombre real, saber sobre tu familia, tu vida, por qué aceptaste esa farsa... Y sobre todo, saber si realmente fuiste mi amigo.

Charles se quedó en silencio por unos largos minutos que parecieron ser eternos.

Fox no dejó de pensar en que había sido una terrible idea, sopesaba la idea de marcharse de nuevo cuando la voz de Charles le sorprendió diciendo:

—Abraham.

—¿Qué? —preguntó Fox  sin entender a lo qué se refería.

—Mi nombre... Es Abraham...

—¿Cómo Abraham Lincoln?

—Sí, no soy el único de mi familia con un extraño gusto a la historia.

Fox pensó en esto.

—Familia —repitió, sintiendo el concepto extraño viniendo de Charles (a quién decidió seguir llamando mentalmente así, pues aún no se hacía a la idea de que se llamara de otra manera).

—Sí... Familia... Escucha, sé lo mal que estuvo aceptar todo eso y sé que probablemente cualquier cosa que diga sonará como una terrible excusa, pero debes de saber que sí eras mi amigo... Eres mi amigo, Fox, quise parar esto —su voz se quebró y rehuyó su mirada—, pero no pude y entonces ellos amenazaron a mi familia y...

Fox lo detuvo de seguir hablando, dió un paso hacia delante y lo envolvió en un abrazo.

—Está bien —murmuró—, lo entiendo.

Charles negó con la cabeza y se apartó.

—No, no está bien —espetó en un débil hilo de voz—, te mentí, tu padre está en coma por mi culpa, ¿por qué no estás molesto conmigo?

Fox parpadeó varias veces.

—¿Quieres que lo esté? —inquirió.

—No, pero sería más fácil responder si lo estuvieras.

—Estuve molesto, lo admito, pero la Sra. Anderson me contó sobre esos hombres, no es tu culpa lo que sucedió... Es suya.

—Pero aún así...

Fox volvió a interrumpirle con rapidez.

—Somos amigos, ¿no es así?

—Sí...

—Entonces no veo por qué sigues quejándote. No nos conocimos de la forma convencional y quizá no conozco mucho sobre tí en realidad, pero eres mi amigo, mi único amigo, no quiero perder eso.

Charles soltó un suspiro.

—¿Así que me perdonas? —preguntó por lo bajo y Fox resopló.

—Creí que había quedado claro que no tienes por qué disculparte... Tú tampoco la has pasado bien, tú no causaste ese disparo, ¿lo entiendes?

—Eso creo...

—Más te vale —murmuró Fox—, a propósito, creo que me gusta más el nombre de Charles, si te llamo Abraham siento que le estoy hablando a una estatura.

Una sombra de sonrisa subió a la comisura de los labios de Charles.

—Sí, bueno, yo tampoco soy fan de mi nombre, puedes seguir llamándome Charles, la verdad es que no me molesta.

—Eso es bueno, no creo que me pueda acostumbrar al otro nombre... Es demasiado americano.

—¡Hay muchas personas que se llaman Abraham y no son de América! Abraham Maslow, por ejemplo...

—¿El tipo de la pirámide? Estoy casi seguro de que él también era americano.

—¿Sabes qué? No importa. Lo que sí importa, Fox, es que debo presentarte a mi familia... Empezar de cero y de una mejor manera, ¿qué dices?

Fox sonrió.

—Eso suena bien.

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