Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 19. Charles, Parte 1

Este es, en pocas palabras, un pequeño resumen de toda la historia pero vista desde las perspectiva inicial de Charles <3

Está dividido en dos partes para que no se vuelva tan cansado de leer.

.

Charles sabía que había sido un error aceptar toda esa farsa desde el instante en que lo hizo.

Sabía que estaba mal, que era inmoral, y que a decir verdad entendía muy poco todo ese asunto. Y sin embargo accedió a ella. Ese mismo día en que lo hizo volvió a casa con grandes noticias: Se mudaría temporalmente a Liverpool a una nueva escuela y a cambio obtendría una beca con una considerable suma de dinero.

—¿Liverpool? —había repetido su madre con enorme sorpresa, los ojos abiertos de par en par y sus labios formando una pequeña "O", se le quedó mirando unos segundos en blanco hasta que finalmente reaccionó, parpadeando con fuerza—
Eso... Eso está muy lejos, ¿no crees?

—Lo está —afirmó Charles, y en menor vehemencia agregó:— pero necesitamos el dinero

Esto era verdad, o al menos eso se repitió a sí mismo. Era lo suficiente cierto, dijo en su mente, lo suficiente para que aceptara ese trato que de por sí le había ocasionado un mal sabor en la boca.

No era ningún misterio en su familia su baja estabilidad económica, pues la fábrica donde su padre trabajaba había quebrado y ahora ni él ni su madre lograban encontrar un empleo, haciendo que en casa fueran notorias las carencias y que a nadie se le pudiera pasar desapercibido este hecho.

Pero su madre no parecía contenta con que su hijo se lo reiterara y lo usara como argumento, y sus labios esbozaron una mueca al oírlo.

—Lo sé —suspiró con deje de tristeza, abrazándose a sí misma y sentándose en el sofá del que se había levantado al escucharon la impactante noticia de Charles—, pero no quiero que te vayas.

El niño sonrió a medias, y se sentó a un lado de la mujer, tomando una de sus manos en gesto consolador.

—No será por siempre —dijo—, sólo por poco, lo suficiente para tener el dinero y que ustedes puedan encontrar trabajo, después volveré.

Los ojos de su madre no lucían convencidos, pero la necesidad era mayor que sus deseos. Así que asintió lentamente con la cabeza.

—De acuerdo —murmuró, y enseguida agregó:—, pero deberás contarme los detalles, quiero verificar las cosas antes de que te vayas y nos las arreglaremos para que me llames cada noche sin falta, ¿de acuerdo? Ahora cuéntamelo todo.

Charles apretó los labios, y acto seguido prosiguió a contarle la misma mentira que los misteriosos hombres habian hilado para él.

La cuestión era que Charles disfrutaba la actuación, le gustaba mirarse al espejo y pretender que estaba actuando frente a las cámaras que aguardaban ansiosas por sus reacciones, le gustaba lo bien que se sentía interpretar un papel de alguien más y hacerlo bien. Amaba actuar, porque implicaba ser alguien diferente a quién era, implicaba pretender ser una persona especial, y no un niño de 11 años con apariencia de 10, que vivía en el para nada extravagante Manchester con dos pequeñas hermanas y una deficiencia de dinero.

No se quejaba, realmente no, su familia era realmente increíble, y estaba seguro de que no la cambiaría por nada del mundo, pero la actuación le brindaba un espacio y bienestar que ellos no podían darle.

Aunque sabía que la cosa que los hombres extraños le habían pedido estaba fuera de los límites conocidos por las personas con delirios de grandeza que soñaban con ser actores. Y es que, ¿quién en su sano juicio aceptaría hacerse pasar por otra persona con una identidad completamente diferente y espiar a alguien más bajo el mismo concepto? Muchos pensarían que no valía la pena el riesgo, y es verdad, Charles tampoco lo creía.

Pero necesitaba el dinero.

Cuando se mudó a Liverpool lo hizo en autobús acompañado de uno de los hombres que le habían ofrecido el trato (quien se había hecho pasar frente a su madre por el director de la dichosa escuela que le había otorgado la supuesta beca) Charles no pudo entender cómo era posible que nunca antes hubiera salido de Manchester.

Viajar era la cosa más emocionante que alguna vez había hecho, y si había sentido culpa por haber accedido a eso inmediatamente se esfumó el sentimiento, demasiado ansioso por conocer más para poder pensar en ello.

El hombre a su lado no abrió la boca para nada durante el largo trayecto, y a Charles no le importó, estaba demasiado ocupado observando con detenimiento los lugares por los que el autobús pasaba para objetar algo de esto.

Al llegar a Liverpool el hombre lo guió en taxi a una gran casa que dejó a Charles sorprendido, pues su casa era a lo mucho la mitad de su tamaño ya que sólo consistía en un sólo piso. No como ésa. No como ninguna casa en ese vecindario en realidad.

Cuando entraron a ella la hora ya derrochaba en eso de las 9 de la noche, y las luces de la sala eran las únicas encendidas.

De las escaleras bajó una mujer de brazos cruzados, ojos renuentes, piel arrugada y cierto aire severo.

—Creí que llegarían mañana —dijo ella con tono cansado y a su vez montóno, como si no le importara demasiado.

Charles la miró con curiosidad, pero tomó la decisión de mantenerse en silencio, con sus manos aferradas a la única maleta que había traído consigo.

—Hubo un cambio de planes —fue la corta y seria respuesta del hombre a su costado.

—De acuerdo —asintió la mujer, luego dirigió sus ojos hacia Charles—. Te quedarás conmigo, niño, tu habitación está arriba a mano izquierda cruzando el baño. Puedes ir desempacando tus cosas.

Charles no contestó y subió sin pensar las escaleras, observando que en las paredes estaban colgados diversas fotografías de personas que no conocía en lo más mínimo, pero que le pareció interesante ver. Llegó a la habitación que la mujer le había indicado, advirtiendo en que estaba casi vacía, y lo único que había en su interior era una cama pegada a la pared, un armario empotrado del lado opuesto y un pequeño escritorio con una lámpara sobre su superficie y una ventana por encima.

Todo eso se sentía tan extraño y ajeno, pero no del todo, Charles tenía la facilidad para adaptarse a nuevos ambientes y no le era difícil aceptar nuevas circunstancias, aunque esto no evitaba que el nudo en la boca de su estómago se sintiera muy desagradable.

Soltó un tembloroso suspiro y pasó a sentarse a la cama del cuarto, dejando su maleta sobre ella y admirando con detenimiento las paredes.

Apenas si había pasado un par de horas desde que se había despedido de su familia y estaba seguro de que ya la extrañaba. Extrañaba a su madre y sus constantes intentos por apoyar su extraña pasión por la actuación (la cual, cabe decir, era una que tenía metida en la cabeza desde los 7 años), extrañaba a su padre y la brillante sonrisa en sus labios cuando le contaba algún dato interesante sobre la historia, y también extrañaba a Becky y a Abigail, sus pequeñas hermanas menores que resultaban ser un par de mellizas que por todo hacían preguntas.

Sí, realmente los extrañaba a todos, incluso a los niños de su vecindario que solían jugar con él por las tardes.

Un ruido delante suyo entonces lo hizo alzar la mirada.

La misma mujer que había visto hace un par de minutos atrás estaba ahí, de pie y apoyada contra el marco de la puerta.

—Sé que esto puede ser raro —dijo ella con tranquilidad y ligera suavidad—, pero creo que sólo será raro si lo volvemos así. Puedes llamarme Sra. Anderson. No suelo acostumbrar tener niños aquí, ¿hay algo que debería saber o tener en cuenta?

Charles negó con la cabeza.

—No... A menos que necesite saber que soy alérgico a la avellana.

—No está de más saberlo —contestó la Sra. Anderson.

Charles la miró con expresión inquisitiva, y tras quedarse unos segundos en silencio se decidió por proferir la pregunta que rondaba por su mente.

—¿Cómo conoce usted a esos... Hombres? —preguntó, sin saber realmente como referirse a ellos, y terminando con hacer énfasis a la palabra con un gesto de mano al aire.

La Sra. Anderson pareció pensar en una respuesta.

—Es una relación complicada —exhaló, no cortante pero si con un deje incómodo que revelaba su poca disposición a hablar del tema—. Los conozco de hace tiempo, y por si querías saberlo sus nombres son Carl y John.

No sonaban como los nombres de un par de personas que emanaban tal aire enigmático y misterioso, aunque Charles debía admitir que no conocía ningún momento que sonara así, y se conformó con almacenarlos en su mente para saber diferenciarlos en un futuro.

—¿Y los ayuda con todo eso que buscan hacer? Es decir, no sé que quieran hacer, pero suena realmente extraño —volvió a decir, incapaz de simplemente callar las preguntas que su curiosidad le exigía que dijera.

Tenía derecho a saber, pensó, si estaba dispuesto a apegarse al peculiar plan y el guión que los hombres habían preparado para él por lo menos merecía saber un poco de la razón por la que le pedían espiar a otra familia que por lo que veía no tenían relación con ella.

Los hombros de la Sra. Anderson se tensaron, e irguió su espalda.

—Los ayudo aceptando que te quedes conmigo —respondió—, y sí, sé cuál es su objetivo. Pero no te lo diré. Ahora, te recomiendo que vayas a dormir, tuviste un largo día y lo mejor será empezar bien el siguiente.

Charles no dijo nada cuando la Sra. Anderson le dedicó una sonrisa a medias aunque antes de que saliera de ahí se atrevió a preguntar;

—¿Podría usar su teléfono?

La Sra. Anderson asintió con la cabeza sin vacilar.

—Está en la sala —informó, antes de desaparecer por uno de los costados.

Charles se levantó de un brinco de la cama y con paso apresurado se encaminó a la sala, tomando el único teléfono que había allí y marcando el número que su madre le había dado.

No tenía demasiada experiencia con los teléfonos, esto se debía a que en su casa no solían usar uno (aún en medio de la era tecnológica) y le sorprendió un poco oír al otro lado la voz de su madre, calmando la añoranza que sentía por ella.

¿Todo bien, cariño? ¿Llegaste bien? —preguntó su madre.

Charles no pudo reprimir la sonrisa en sus labios.

—Estoy bien, mamá, todo está bien —aseveró, aunque en el fondo no lo sentía así.

Me alegra mucho, recuerda comportarte adecuadamente y hacer muchos amigos mañana... Oh, te voy a extrañar tanto, realmente quisiera que estuvieras aquí pero creo que es la mejor oportunidad para todos. Sólo recuerda que te amo, ¿sí?

—Por supuesto que lo recordaré.

De acuerdo... Quisiera seguir hablando pero ya es tarde y deberías ir a dormir, mañana es un gran día. Cuídate y mañana llama a la misma hora.

—Adiós, mamá —se despidió Charles con ligera tristeza segundos antes de escuchar como se cortaba la llamada.

Devolvió el teléfono a su lugar y subió por los escalones de regresó a su habitación.

No le molestaba dormir con la ropa de su viaje, así que se acurrucó entre las mantas de la cama captando a la vez una suave fragancia de lavanda. Giró su cabeza hacia la ventana, admirando el cielo abierto y estrellado que ninguna cortina cubría, consolandose en silencio con el recuerdo de lo que su padre le había dicho una vez:

—Sin importar dónde y que tan lejos de casa estés, siempre podrás mirar a las estrellas en la noche y tener la certeza de que ellas siempre serán las mismas y que en cualquier parte del mundo se verán igual.

Tenía razón. Su familia no estaba lejos, ellos veían exactamente las mismas estrellas que él. Y pensando en esto los ojos de Charles se cerraron permitiendo a su mente dormir.

Fue el despertador el que lo sacudió de sus sueños. Al principio Charles gruñó y quiso quedarse hasta que su madre fuera y lo levantara... Hasta que, claro, recordó que no estaba en casa, y que su madre tampoco estaba ahí.

El recordarlo lo hizo enderezarse de golpe como si hubiera recibido un choque eléctrico, y suspiró al darse cuenta que, en efecto, no estaba en casa. Era como decepcionarse con un hecho que ya sabía de antemano.

Apretó sus labios y se puso de pie, abriendo su maleta y ordenando su ropa sobre la cama que muy apenas había desordenado. No solía ser una persona ordenada, pero el estar en um nuevo ambiente inducía ese efecto en él. Se cambió de ropa y luego miró por la ventana. El día apenas empezaba y sintió un hormigueo cosquillear las puntas de sus manos, esa sensación que siempre sentía cuando se encontraba ansioso.

Salió del cuarto y bajó por las escaleras hasta que se detuvo al final, la Sra. Anderson no estaba, y Charles decidió restarle importancia. Caminó hasta la gran ventana junto a la puerta y se puso de puntillas asomándose por ella.

Ahí estaba. La casa vecina a un lado de la que los hombres Carl y John le habían hablado. Un agrio sabor trepó por su garganta y sus labios esbozaron una mueca.

Sabía que nada bueno podía salir de espiar a una familia, pero su lado positivo minimizaba el asunto y le decía con ligera indiferencia que nada malo podía salir de eso. Caso contrario a su otro lado pesimista, que no dejaba de recordarle que no conocía los hombres que lo habían contratado para eso y que podían resultar siendo unos horribles psicópatas.

Pero lamentablemente ya estaba ahí. Y si era honesto no quería dar vuelta atrás e irse sin ningún pago.

Jugeteó con sus pulgares, luego alisó su ropa asegurándose de que no tuviera ninguna arruga y con eso salió por la puerta con paso decidido hacia la casa a su lado. Ya sabía a quien pertenecía, pues uno de los hombres (que se preguntaba si era Carl o John) le había dado una sospechosa cantidad de información referente a lo mismo.

Eran la familia Foster. Y Charles tragó saliva cuando se paró frente a su puerta y la tocó con su puño.

La abrió una alta y esbelta mujer, de pelo rubio y ojos azules. Ella le miraba con deje de interés y curiosidad. Era Alice Foster.

Tan sólo conversó un poco con ella, mirando con discreción la construcción de su casa, después se despidió y volvió a la casa de la Sra. Anderson, quien ya se encontraba en la sala sentada sobre el sofá y con su atención enfrascada en resolver un crucigrama del periódico.

—¿Quieres desayunar algo antes de irte a la escuela? —le preguntó ella sin alzar la mirada del papel.

—No, estoy bien —contestó Charles, aunque su estómago rugió suavemente contradiciendo inmediatamente sus palabras.

Una ligera risa brotó de los labios de la Sra. Anderson, y por fin ella le miró.

—Te prepararé algo —decidió, y antes de que Charles pudiera objetar algo se puso de pie y se encaminó a la cocina.

Tras un ligero desayuno Charles salió una vez más de la casa, aunque en está ocasión con más nervios y con sus pasos titubeantes. Iba a ir a una nueva escuela, y eso lo ponía realmente nervioso.

Apretó sus puños con fuerza y miró las calles, al menos había entendido las instrucciones que la Sra. Anderson le había dado antes de marcharse, y eso ya era gran ganancia.

Estuvo tentado a soltar un grito de triunfo cuando consiguió llegar a las puertas de Whitefield.

Era una escuela diferente a la que se había acostumbrado en Manchester. Y parpadeó al verla, algo sorprendido por su magnitud y la cantidad de estudiantes que rondaban a su alrededor.

Sabía que tenía que dar con Foxworth, el hijo menor de la familia Foster y de quien los hombres le habían hablado.

Se las ingenió para encontrarlo. Aunque no fue el encuentro que Charles había planeado, y a decir verdad debía admitir que se sintió estupefacto al enterarse de que Fox no tenía ningún amigo.

¿Cómo logras establecer amistad com alguien que aborrece todo lo que implica este sencillo término?

No tenía sentido alguno, y sólo entonces Charles pudo apreciar el desafío del trato al que había accedido.

Fox no era una persona cooperativa, y si tuviera que describirlo en una palabra habría tenido que decir "frustrante". Era frustrante lo brusco que era cuando intentaba acercarse, es decir, vamos, ¿realmente le costaba tanto aceptar su presencia?

En un inicio le pareció que tenía esa actitud molesta que solía evitar en los niños de su escuela en Manchester, pero no era como si pudiera evitar a Fox, no cuando muchas cosas dependían de eso.

Así que simplemente Charles trató, trató de que Fox se detuviera de alejarlo. Trató con todas sus ganas y se pegó a su lado como chicle, trató hatsa que finalmente sucedió.

Hasta que por fin la noche en que Fox lo llamó por primera vez su amigo sucedió.

Debía admitir que cuando eso pasó en lugar de sentirse alegre se sintió realmente culpable y desdichado. Ya no sólo era la mentira de decir que sus padres habían muerto (pues, esto de por sí lo hacía sentir horrible y lloró cuando se la contó a Eileen) sino que también debía seguir con la mentira de su origen, de su verdad, de su verdadera identidad y de todo. Era doloroso no poder contarle nada a su madre, quien cada noche le llamaba para asegurarse de que estuviera bien.

Y odiaba toda esa situación en la que él mismo se había metido. Lo odiaba porque Fox le había agradado, porque sus hermanos también le habian agradado, e incluso la Sra. Foster con la que no tenía mucho contacto le parecía increíble.

El haberlos conocido se basaba en una mentira, y el saberlo impulsó a Charles a tratar de detener eso.

Solía reportarse (si así podía llamársele) con los hombres cada mañana antes de partir a la escuela (a excepción de su primer día). Honestamente, desde la segunda ocasión ya había comenzando a sospechar, porque, a pesar de que ambos sujetos parecían saber demasiado sobre la familia Foster al mismo tiempo no parecían saber nada.

Y las cosas que le pedían investigar eran muy peculiares para ignorar. Charles lo sabía, lo sabía y aún así procuraba apartar esos pensamientos de su mente.

Como si el fingir que ellos no estaban los haría desaparecer al minuto siguiente.

El sitio donde se reunía con Carl y John (afortunadamente ya sabía que nombre pertenecía a cada quien. El hombre de lentes era Carl, y el otro por consecuente era John. Aunque sus apellidos los seguía desconociendo) era un loft abandonado que le quedaba a una calle de distancia de su escuela, cosa que le hacia preguntarse si se habían ubicado ahí a propósito para facilitar su acceso.

Charles entró por la puerta principal, que era una desgastada y de apariencia desprolija, cuya perilla que no estaba bien atornillada giró y empujó para entrar.

Carl y John estaban sentados con expresiones expectantes en el único mueble del loft, el cual era un sofá oscuro y de cuero.

Charles había aprendido con sólo verlos que los dos eran realmente cercanos, y que incluso a veces le hablaban al unísono de una maneta que le parecía escalofriante. No tenían sentido del humor, o al menos hasta ese momento no habían demostrado tenerlo, y su singular personalidad era otra de las cosas que le hacia replantearse todo ese asunto.

—Así que —dijo Carl, como brazos cruzados sobre su pecho—, ¿qué hay de interesante, niño?

Charles miró al suelo y se encogió de hombros.

—Nada —comenzó diciendo y se detuvo al último minuto para después agregar:—, aunque, no estoy seguro de querer seguir con esto.

Sin necesidad de alzar su cabeza supo que tanto John como Carl se habían levantado de su asiento.

—¿Disculpa? —preguntó el primero con una gravedad en su tono hizo que Charles se encogiera. No solía sentirse intimidado por las figuras de autoridad o adultos con aires de superioridad, pero esos dos hombres eran su gran excepción a la regla.

—¿Cómo que no estás seguro? —continuó Carl.

Charles jugeteó con sus pulgares buscando algo que hacer en medio de ese aire tenso y pesado que podía cortarse con un cuchillo.

—Es solo que... No es algo usual, ¿saben? Es hasta raro... Este rollo de espiar a unas personas sigue sin convencerme. ¿No podría, ya saben, cancelar este trato y volver? No creo que el dinero valga lo que sea que busquen...

Solía divagar un poco cuando se ponía nervioso, pero se quedó callado cuando no recibió ninguna respuesta, y se atrevió a alzar la mirada luego de que pasaron varios minutos de total silencio.

Se sorprendió un poco al notar que ni John ni Carl le miraban con la que molestia que había esperado de antemano, sino que en sus ojos fulguraba un brillo de interés y curiosidad.

—No puedes volver —dijo Carl de pronto, y el brillo humorístico en sus pupilas se extinguió—. Pareces haber hecho un buen trabajo con Foxworth, ¿por qué querrías irte?

Charles se abstuvo de no arrugar el entrecejo.

—Ése es el punto —tragó saliva con dificultad—, él me agrada, y honestamente dudo de las intenciones de ustedes... ¿Cómo sé que no buscan hacerle daño?

—No lo sabes —aseveró Johh con ligera indiferencia, como si eso no fuera revelante en su conversación—, pero no depende de ti abandonar esto.

Charles soltó una risa sin atisbo de gracia, empezando a ponerse algo nervioso.

—¿Y qué harán? Les recuerdo que el secuestro es ilegal en muchas partes del mundo y que Inglaterra es una de ellas...

—¿Secuestrarte? No, no es para tanto. Creo que preferimos una alternativa más limpia. ¿Cómo se llama...? Ah, claro. El chantaje.

—Es simple —reanudó Carl—, o haces lo que te pedimos o tu familia sufrirá las consecuencias. No es como si no supiéramos donde se encuentra, y tampoco es como si alguien fuera  extrañar a un par de personas que ni siquiera tienen el dinero de pagar un entierro decente... ¿Entiendes lo que queremos decir?

Desafortunadamente Charles lo entendía. Y tuvo que forzarse a tragar la bilis que amenazaba con salir de ssu garganta. De pronto se sintió enfermo y realmente mal.

—Está bien —dijo, y escuchó su propia voz muy lejos y distorsionada—, seguiré con su patraña.

—No, no sólo "seguirás" —advirtió John—, también lo harás de buena gana y serás cooperativo. ¿Lo entiendes?

Charles bajó la mirada, y en contra de sus sentimientos que arañaban su garganta para tratar de salir asintió con la cabeza.

—De acuerdo —murmuró, esperando que su voz sonara más convencida de lo que se sentía.

Acto seguido dio media vuelta y cruzándose de brazos partió de ahí, volviendo al camino que daba a Whitefield. Llegó más temprano de lo usual, intentó que su mirada no delatara la rabia e impotencia que anidaba en la boca de su estómago, y sonrió aun cuando nadie lo veía, con la esperanza de que esa sonrisa fuera una convincente.

Lo suficiente para incluso convencer a sus propios pensamientos culpables que se volvían en contra suya una y otra vez.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro