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Capítulo 16. Toda historia tiene dos versiones.

Charles y Fox caminaron por las calles de regreso a casa en un silencio un tanto incómodo y tenso. Fox, en particular, buscaba una oportunidad para comenzar una conversación, y sin embargo no hallaba ninguna y simplemente se mantenía callado, de brazos cruzados y cabizbajo con su mirada fija en el suelo.

Sus zancadas eran cortas al igual que las de Charles, y aunque ambos no hablaban habían hecho un acuerdo mutuo silencioso de no apresurarse por llegar.

Fox al cabo de varios minutos se rindió con la idea de iniciar una charla y decidió sumirse en sus propios pensamientos. Su mente divagó y empezó a preguntarse si acaso Charles realmente guardaba un secreto que a su juicio era tan malo que lo hacía actuar de esa manera. Intentó hacerse con tal pensamientos, pero eventualmente no lo logró, porque, ¿qué secreto podía ser tan terrible?

Él no sabía demasiado acerca de mantener cosas en secreto, ya que en realidad no conocía a personas que le confiaran uno y nunca se había visto envuelto en la circunstancia de verse obligado a no contarle a nadie más alguna cosa. Miró al Charles y notó como su semblante seguía fluctuando entre los nervios y la duda.

Fox volvió su vista a la acera, y se alegró por saberse al pie de la letra las calles que guiaban el camino a su casa, pues en menos de lo que lo esperaba ya estaban caminando sobre su calle.

—Podemos ir a la casa de la Sra. Anderson —comentó Charles con su voz sonando algo ronca y rasposa. Fox notó por segunda ocasión que se refería al lugar en nombre de la Sra. Anderson y no al suyo propio. Dió por hecho que se debía a la poca familiaridad, aun cuando eso lo puso a pensar fugazmente en el hecho de que Charles se había mudado ahí hace tan sólo dos semanas, y sacudió el pensamiento de su mente por lo ajeno que le parecía—. Tengo sus llaves, y no creo que tengas las de tu casa.

—Tienes razón, no las tengo —respondió Fox, y ambos se encaminaron al frente en dirección a la casa de la Sra. Anderson.

La casa era de dos pisos, y a decir verdad Fox siempre imaginó su interior como un lugar desierto y con aires tétricos, principalmente porque siempre había creído que esa era la pinta que debía tener el decorado de una mujer como la Sra. Anderson. Pero cuando Charles giró el picaporte de la puerta y la empujó hacía dentro dejando así su interior a la vista comprendió lo equivocado que estaba con ese pensamiento.

Un aroma a la lavanda mezclado con vainilla o algo similar picó su nariz cuando cruzó el umbral, y observó con curiosidad que el tapizado de las paredes era de un color azul celeste, uno colorido y vivaz y no el gris al que su mente se había hecho la idea. Por unos instantes recordó las extrañas y entrañables paredes de la casa de aquél tío de Edward al que habían visitado gracias a Liliane.

Avistó un largo librero empotrado a la pared del lado izquierdo con diversas filas y columnas, donde reposaba bajo una de las horizontales un televisor pequeño y apagado. En las demás columnas yacían innumerables libros que aproximadamente sumaban entre 150 y 200, y Fox no pudo evitar sentirse sorprendido al respecto.

—Es genial, ¿no es así? —dijo Charles a su lado tras haber cerrado la puerta, su semblante ya no lucía tan cansado y nervioso y Fox lo tomó como algo bueno.

—Lo es —afirmó, no se consideraba un fan de la lectura pero como cualquier persona sabía apreciar lo que era una gran colección de libros—, ¿la Sra. Anderson realmente leyó todos éstos?

Charles se encogió de hombros.

—Ella dice que sí, aunque también dijo que hubo algunos que una de sus hermanas trajo y que jamás leyó porque se trataban de temas médicos o algo así que no entendía —una sonrisa subió a sus labios y enseguida agregó:—. Lo más genial son los libros de historia que tiene, me prestó algunos y son increíbles.

—Sólo tú te emocionas con la historia —se burló Fox, dió un par de pasos hasta quedar frente a frente al librero y con sus dedos tocó con suavidad la superficie de la madera con la que estaba hecho.

—Es porque la historia es emocionante —murmuró Charles, y luego, desviando el tema preguntó:—. ¿Sabes jugar ajedrez?

Fox enarcó una ceja y se volvió hacia él.

—Sólo lo básico. ¿Por qué?

Charles estiró su brazo y tomó entre sus manos una caja oscura sobre la cual se encontraban unos cuantos libros.

—Podríamos jugar —sugirió—. ¿Cuánto crees que se demore tu madre en volver?

Fox dibujó un gesto pensativo en su semblante, y acto seguido se encogió de hombros.

—No lo sé. Unas horas diría yo, en las fiestas suele juntarse con mi tía y otras mujeres y se ponen hablar de muchas cosas... Eso sí es aburrido.

—Ahí no puedo diferir —comentó Charles, y señaló con su cabeza la caja entre sus manos—. ¿Jugamos entonces?

Fox asintió. Y ambos pasaron a sentarse en el suelo de la sala, uno frente a otro con una mesa de vidrio de por medio.

—¿Sabías que el ajedrez viene de los tableros que los reyes de antaño usaban para desarrollar sus tácticas contra reinos enemigos? —preguntó Charles, sacando de la caja oscura un tablero con casillas en blanco y negro, lo desdobló y desparramó las piezas sobre la mesa provocando un sonido similar al de un par de cristales tintineando entre sí.

—Creo recordar haber oído sobre eso antes —respondió Fox, observando con interés las diversas piezas frente a él.

La última vez que Fox había jugado ajedrez con alguien había sido con Math hace un par de meses atrás, pues había sido su hermano en realidad quien le enseñó cómo jugar. Fox se preguntó en silencio si acaso Math se había percatado ya de la ausencia de él y de Charles en la fiesta, aunque acabó deduciendo que probablemente no era así y que era completamente ajeno a eso.

Los dos comenzaron a acomodar las piezas sin hacer ruido alguno. Fox siempre vió el ajedrez como un curioso juego de mesa, aunque a decir verdad debía admitir que lo encontraba interesante y entretenido.

Charles jugó las blancas y Fox las negras, y sin decir nada en voz alta ambos simplemente comenzaron la partida.

—Desearía que la Sra. Anderson estuviera aquí —dijo de pronto Charles en voz baja, moviendo su Torre con gesto perezoso y con cierto desánimo. Luego sacudió la cabeza y alzó la barbilla para ver a Fox—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Técnicamente ya lo acabas de hacer —ironizó Fox.

—Sabes a lo que me refiero.

Fox sonrió levemente.

—Lo sé. ¿Qué es?

—¿Me consideras parte de tu familia? —su voz apenas si era lo suficiente alta para que Fox lo alcanzara a oír.

Y la realidad era que eso lo puso a pensar. Ya que si era honesto no estaba seguro de qué responder o de que respuesta esperaba Charles.

—¿A qué viene eso? —decidió preguntar en su lugar, despegando su mirada del tablero y fijando sus ojos en el rostro de Charles, quien se encogió de hombros.

—Es simple curiosidad —contestó, bajando su mirada y tomando una de las piezas para observarla detenidamente como si abruptamente se hubiera convertido en el objeto más llamativo de esa habitación.

—Supongo que sí —suspiró Fox con algo de vacilación, y pronto rectificó:—, es decir, realmente has hecho estas dos semanas de conocerte las más largas de mi vida, eres el único que quiso ser mi amigo aun cuando yo me esforzaba por decir que no necesitaba uno... Así que sí, si tuviera que admitirlo diría que te considero parte de mi familia, y estoy seguro de que mi madre piensa igual.

Charles no respondió nada por unos minutos, dejando la pieza que había mantenido en su mano sobre una de las casillas y soltando un suspiro de entre sus labios.

—¿He hecho estas dos semanas las más largas de tu vida? —repitió, con una sonrisa subiendo a la comisura de sus labios—, ¿qué significa eso exactamente?

Fox parpadeó un par de veces.

—¿De todo lo que dije fue lo único que escuchaste? —preguntó, devolviendo la sonrisa—. Bueno, para que sepas, eres como ese dios Cronos, detienes el tiempo y lo haces muy largo.

—Cronos no es un dios —resopló Charles—, es un Titán. Y tomaré eso como un cumplido, gracias.

—Era un cumplido.

—Tu forma de dar cumplidos son muy extrañas...

—No lo son, eso sólo que no las entiendes —defendió Fox, y se calló de improviso cuando sus oídos percibieron el inconfundible sonido del motor de un auto a las afueras de la casa, por unos segundos le restó importancia pero al oír el sonido persistir y mantenerse como el suave y al mismo tiempo ruidoso ronroneo de un gato se levantó de su lugar y caminó con cautela hasta el umbral de la puerta de la casa.

Se asomó por la ventana que yacía a un lado, apartando con lentitud la cortina que le impedía ver el otro lado. Visualizó con sorpresa que se hallaba un auto estacionado sobre el asfalto, a tan solo menos de un metro de distancia de la residencia Anderson.

Dudó acerca de a quién podía pertenecer ese auto que a esa distancia no alcanzaba a avistar del todo. Pero con desconcierto observó que lograba reconocerlo, y pestañeó con fuerza ante lo mismo.

Reconocía ese auto. Era el auto de su padre.

—¿Qué sucede? —preguntó Charles de pie a su lado, haciendo sobresaltar a Fox, quien inmediatamente cerró la cortina y se volvió hacia el interior de la casa.

—Es mi padre... Bueno, su auto, está aquí, acaba de estacionarse afuera —contestó aun sin salir de la estupefacción, pues recordaba con firmeza el como su madre había negado rotundamente la asistencia de su padre a la boda de Liliane por motivos labores.

Así que no tenía el más mínimo sentido que estuviera ahí  y no en su viaje de negocios que se suponía que le demoraría a lo sumo otra semana más.

Charles también se asomó por la ventana, con menos discreción que Fox y apoyando sus manos sobre el alféizar. Estuvo así un par de instantes antes de fruncir el entrecejo y apartarse de ahí.

—Creía que estaba de viaje o algo así —dijo Charles.

—Yo también —masculló Fox, considerablemente tenso. Y sin previo aviso, caminó hasta la puerta y giró la perilla, abriéndola con innecesaria fuerza y cruzando con furtivas zancadas el patio.

Charles lo siguió en silencio. Y ambos llegaron en poco al auto negro que reposaba bajo la acera, con su motor ronroneando y manteniéndose completamente inmóvil. Fox vaciló, dando un par de pasos al frente para mirar detenidamente el automóvil. Sin duda pertenecía a su padre, aunque ésto sólo se confirmó en sobremanera cuando la puerta del conductor se abrió lentamente, emergiendo de ella una figura alta y delgada.

Era su padre.

Fox se sorprendió y dió un paso atrás  observando a su padre salir, erguirse y mirarlo con el mismo desconcierto con el que él lo miraba.

Daron Foster era un hombre de rostro pálido, de ojos grandes y algo hundidos cuyos iris no aguardaban un color específico, pues éstos fluctuaban constantemente entre el azul y el verde y el color solía depender de su estado de ánimo. Era delgado e incluso algunos lo describirían como escuálido. Su cabello era descuidado y de una curiosa mezcla que variaba entre el rubio y el castaño, y siempre que lo veías sostenía esa postura que denotaba seguridad y ligera altanería.

No era lo que se definía el padre del año, pues para empezar no mantenía una presencia constante en la vida de sus hijos, y sin embargo Fox no pudo evitar sentir cierta alegría al verlo. Esa alegría y alivio que siempre sentía cuando su padre volvía a casa, como si se tratara de una señal de que todo iba a estar simplemente bien.

—Fox, ¿qué haces aquí? —cuestionó su padre, enarcando ambas cejas y sin hacer ningún esfuerzo por ocultar la sorpresa en sus palabras. Llevaba puesto una chaqueta negra y un par de pantalones oscuros, y si su intención era pasar desapercibido no hacía un buen trabaja gracias a su rostro cansado y grandes ojeras en su semblante que le podían hacer destacar sin duda alguna en un mar de personas.

Fox se cruzó de brazos e inclinó ligeramente la cabeza.

—Podría preguntarte lo mismo —apuntó. Se sentía feliz de verlo, y sin embargo al mismo tiempo se sentía extraño y un amargo sabor inundaba su boca con el sólo pensamiento.

Su padre también se cruzó de brazos, y luego su mirada se fijó en Charles.

—¿Él quién es? —preguntó, desviando a propósito el tema.

—Es Charles. Es mi amigo —contestó Fox.

—No sabía que tenías amigos —comentó su padre, e hizo un gesto de indiferencia con su mano como restándole total importancia—. Da igual. Sólo he venido aquí por poco, debo buscar un par de cosas y después volveré a irme.

—¿Ni siquiera te pasaras a felicitar a Liliane por su boda? —inquirió Fox con ligera molestia en su tono de voz por la insistencia de su padre en querer marcharse de nuevo.

—¿Hoy es su boda? Creí que era dentro de una semana.

—La adelantó para hoy, en realidad ya se casó y está en su fiesta. Yo creí que te habían enviado una invitación.

Su padre sopesó esto y se encogió de hombros con suma indiferencia.

—Probablemente lo hicieron. No recuerdo. Aunque, si ya es su fiesta, ¿qué haces tú aquí?

—Estaba aburrido ahí.

Los ojos de su padre se entrecerraron con sospecha, sacudió la cabeza y soltó un extenuante suspiro.

—Como sea. Debo entrar, no tengo tiempo para ir a la fiesta de Liliane. No le digas a nadie que estuve aquí, Fox.

—¿Por qué no? —preguntó él a cambio con confusión y curiosidad.

—Sólo no lo hagas, ¿quieres? Ahora vuelvan de donde vinieron y no se metan en esto.

Tras decir esto, su padre alisó sus ropas y se encaminó con paso seguro hacia la puerta de la resistencia Foster, dejando a Fox junto a Charles con intriga inundando su semblante y el entrecejo arrugado.

Y de improviso y sin pensarlo del todo siguió a su padre al interior de la casa, cuya puerta había dejado abierta sin el menor reparo. Charles le siguió de cerca pero con menos iniciativa. Fox cruzó el umbral y al no hallar indicio de su padre en la planta baja subió de dos en dos los escalones hasta llegar al pasillo superior.

Notó que la única habitación con la luz encendida era la recámara de sus padres y con cuidado y en silencio dió un par de pasos para acercarse a ella.

Su padre estaba de espaldas a la puerta, y parecía estar revisando con gran vehemencia su armario, sacando cosas y volviendolas a guardar con la misma cantidad de ímpetu.

—¿Qué buscas? —se atrevió a preguntar Fox, avanzando solo un paso para quedar bajo el umbral de la puerta abierta hacia dentro.

Su padre se tensó al oírlo y se puso de pie de casi un salto, y girándose con violencia hacia él lo miró con molestia.

—Te dije que te quedaras fuera de esto —recriminó, y acto seguido pasó una mano por su rostro denotando así el cansancio que claramente sentía, murmuró un par de cosas inaudibles y al final agregó:—. Estoy buscando algo. Un maletín, ¿de acuerdo?

—¿Para qué lo necesitas?

—Sólo lo necesito. Necesito ese maletín.

.

Math no supo que responder cuando Beatriz le informó con desdén y poca condescendiencia que el chico con el que su hermana estaba bailando no era nadie más y nadie menos que su primo.

—Espera, ¿tu primo? —repitió, sin saber el motivo por el que Beatriz lucía simplemente tan molesta—. Vaya, es un mundo muy pequeño, ¿no crees?

Beatriz arrugó la nariz.

—Demasiado diría yo —espetó, y buscando en el interior del bolso beige discreto que llevaba a su costado sacó su celular, tecleó son suma rapidez algo en él y tras volverlo a guardar agregó:—. Lo que no entiendes, Math, es que llevo buscando a ese idiota desde hace varios días. ¿Quieres saber por qué me mudé de Denver? Peter es el motivo.

Math alzó ambas manos.

—Espera, espera, ¿has dicho Peter? Ví que Eileen hablaba por mensajes con alguien llamado así, ¿son amigos o algo?

Beatriz, en lugar de responder, lo tomó de la muñeca y sin darle tiempo de pensar al respecto lo arrastró por todo el patio, dando trompicones al andar y apartando con leve violencia a los niños que se atravesaban en su camino.

Ambos entraron al comedor, cruzando la puerta abierta e inmediatamente se dirigieron a donde Eileen y Peter se encontraban.

Tanto uno como el otro detuvieron su baile al verlos a tan poca distancia suya.

Peter parpadeó varias veces como si tratara de confirmar que lo que sus ojos veían era verdad y no un engaño de su mente.

—Hola, Peter, ¿me recuerdas? —preguntó Beatriz, y lejos de hablar en un tono amistoso lo hacía en uno cargado de desagrado y disgusto, junto a un brillo de furia centellando con vivacidad en sus ojos.

Peter pareció atragantarse con su propia saliva y tosió en su puño con fuerza, girando su cabeza al suelo.

Eileen miró a Beatriz con confusión.

—¿Quién eres? —cuestionó, ladeando su cabeza y dibujando en su semblante un gesto de vacilación y duda.

Beatriz ni siquiera se molestó en mirar a Eileen, y en su lugar se volvió hacia Peter, acercándose a él. Alzó un dedo en lo que debía ser una postura amenazante y luego con su otra mano lo empujó en el hombro con rudeza y severidad.

—¡¿Dónde demonios estabas?! —chilló, y Peter dió un paso atrás, alzando su mirada para ver el rostro de la chica y tensando visiblemente su mandíbula y hombros.

Math decidió intervenir, y tomó está vez él la muñeca de Beatriz con suavidad, obligándola a retroceder un paso.

—Creo que deberías calmarte —le murmuró al oído, observando el como todos parecían haber escuchado a la perfección el grito de Beatriz y ahora la mayoría había parado de bailar y miraban en su dirección con semblantes curiosos y cargados de intriga.

Beatriz apartó su mano con impetuosidad y fuerza.

—No me voy a calmar, Math —respondió molesta. Y volvió a señalar con un dedo acusatorio a Peter—. Tú me debes una explicación, y también una a William, y una a tus padres.

Peter era un poema de emociones, y su mirada fluctuaba entre la duda, la sorpresa e incluso el terror. Eileen lo único que podía hacer era mirarlo en silencio, pues no comprendía lo suficiente para poder ser capaz de decir algo.

—Mierda —murmuró Peter, rehuyendo su mirada una vez más—. Escucha, Beatriz... Sé que no fue correcto irme de esa manera...

—¿Correcto? Peter, creímos que algo te había sucedido, imbécil, no te costaba absolutamente nada llamarnos y decirnos dónde estabas—le interrumpió ella tajante, y al percatarse de las miradas que los invitados les dedicaban rugió:—. ¡¿Qué demonios están mirando todos?!

Las personas no se esperaban tal agresividad, y se miraron unas a otras como preguntándose qué se suponía que debían responder a ello. La música se había detenido, y la gente se removió nerviosa en sus lugares, apartando sus ojos de la escena frente a ellos y girándose hacía otros lados. ¿Quién podía culparlos? El estado de Beatriz en ese momento realmente era de temer como para que el hacer caso omiso a sus palabras fuera considerado una alternativa cuerda.

—No los llamé porque estoy cansado de que todos ustedes traten de controlar mi vida —contestó Peter, con tono bajo y a su vez desafiante.

Eileen se cruzó de brazos sin lograr ocultar la incomodidad que sentía en ese momento.

—¿Puedo saber de qué están hablando? —preguntó con cierta timidez, dirigiendo su mirada hacia Beatriz y el color rojo de furia que inundaba su rostro entero

—De nada importante —dijo Peter, aunque su postura y rostro delataban justo todo lo contrario—. Beatriz, ¿quieres detenerte? Estás haciendo una escena, y creo yo que no es un buen momento.

El tono de Peter era calmado y suave, como si le estuviera hablando a un perrito fuera de control que minutos atrás le había mordido. Y esto sólo pareció enfurecer más a Beatriz.

—¿Detenerme? ¿Por qué? ¿No quieres que tu linda amiga sepa del gran idiota que eres?

Eileen se volvió hacia Peter, extrañada y si era posible aún más confundida.

—¿De qué habla? —inquirió, una parte de ella moría por exigir que alguien le explicara todo lo que estaba sucediendo. Pues nada era claro, y se asimilaba a oír tan sólo un lado de una conversación al teléfono; simplemente no tenía sentido alguno. Pero su otro lado le preguntaba en gran silencio si realmente quería saberlo, si saberlo realmente valía la pena.

—De nada —cortó Peter con rigidez en su tono—. Creo que es tiempo de que nos vayamos.

—No, Peter. —alegó Beatriz—. No irás a ningún lado después de todo lo que nos hiciste pasar —se giró hacia Eileen y una risa sin atisbo de gracia y hasta irónica salió de entre sus labios—. Eres la hermana de Math, ¿cierto? Te pareces a él. No creo que sea buena idea que sigas junto a Peter, créeme, él podrá ser todo menos una buena influencia.

—Beatriz, no te atrevas —advirtió Peter.

—¿Por qué no?

—Yo quiero saber —prorrumpió Math con desdén.

—¿Por qué te importa a ti? —gruñó Peter con tono hostil.

—Porque Eileen es mi hermana, y si Beatriz dice que eres una mala influencia quiero saber el motivo.

—Math, no te metas —murmuró Eileen, frunciendo el entrecejo.

Beatriz puso los ojos en blanco con gran exasperación.

—Bien, Peter, yo no diré nada. Pero me parece que ella y tu grupito estúpido de amigos les debe interesar saber cómo escapaste de rehabilitación.

—¿Rehabilitación? —repitieron con incredulidad Math y Eileen al unísono. El primero con sorpresa y disgusto, y la segunda sintiéndose perpleja y a su vez herida.

—No fue así lo que pasó —explicó Peter de inmediato, sus ojos clavados en sus zapatos y sus brazos cruzados. Su voz había pasado de ser suave a convertirse en un hilo nervioso y titubeante.

—Dijiste que no era ninguna adicción —expuso Eileen, mirando su rostro con agravio y alarma.

—¿Adicción? —preguntó Math, ensanchando los ojos—, ¿sabías sobre eso?

—Sí, lo sabía.

—¿Y no me lo contaste?

—No tengo que contarte todo —espetó ella algo mordaz, después se volvió hacía Peter y añadió:—. ¿Escapaste de rehabilitación? ¿Cuándo pasó eso?

—Hace unas semanas —contestó Beatriz por él. Parecía haberse calmado y su ira se había apaciguado considerablemente. Las personas ya no los miraban y la música había vuelto a sonar, lo cual representaba un gran alivio para todos ellos—. Desde hace meses que él está en todo ess idiotez de las drogas, no nos dijo nada y no lo supimos hasta que tuvo una sobredosis. Sólo soy su prima, así que no me cuentan mucho esas cosas, pero cuando sus padres lo internaron en rehabilitación y escapó hasta yo tuve que venir para ayudar en su búsqueda. Sus padres no quisieron acudir a las autoridades porque temían que tendría problemas con la ley, así que sólo nosotros sabíamos sobre eso. Y una semana después aquí estamos, y soy yo quien lo encuentra tan campante en una fiesta y tan feliz de la vida como si todo lo que nos hizo pasar jamás hubiera sucedido.

—Nunca pedí que me buscaran —masculló Peter, pero aún a pesar de lo que decía su semblante dejaba a la vista el remordimiento que sentía en ese mismo instante.

—No tenías que hacerlo. Tus padres y William son tu familia, ¿realmente creíste que no te buscarían y te dejarían irte sin más?

—Espera, ¿William? —cuestionó Eileen.

—Sí, William el que estaba enamorado de ti —se burló Math. Luego pareció reparar en lo que dijo y con estupefacción se volvió hacia Peter agregando:—. Aguarda, ¿tú y él de verdad son hermanos?

—Sí, lo somos —aseveró una nueva voz a sus espaldas.

Y cómo no. Era quien faltaba.

Era William, y los miraban a los 4 con seriedad.

.

Esta historia se acerca tanto a su final, y la verdad una parte de mí lo espera con ansias y otra parte de mí no quiere que esta historia acabe jamás <\3

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