Capítulo 10. Un problema a la vez
Eileen estaba gravemente desconcertada al ver aquella bolsita blanca entre las manos de Casper.
No necesitaba que alguien le explicara para tener ya el pleno conocimiento de lo que albergaba su interior, había visto películas y bueno, hacia un año una chica le había ofrecido exactamente lo mismo.
Droga.
Su semblante palideció por completo, sus ojos se ensancharon y un nudo se formó en su garganta haciéndole difícil la tarea de tragar saliva.
—¿Qué es eso? —preguntó con voz ligeramente temblorosa, prefiriendo fingir que no sabía lo qué era.
Casper alzó una ceja con cierto deje de incredulidad.
—¿No lo sabes? Esto, querida Eileen, es la respuesta a tus plegarias.
Eileen dudaba severamente que así fuera.
Había visto de cerca que tanto las drogas podían corromper la voluntad del ser humano, la misma chica que hacía un año le había ofrecido lo mismo sufrió el tormento de la dependencia a la heroína, sin nadie a su lado lo suficientemente interesado en su bienestar para frenarla.
Lisa Seych había fallecido hacía apenas unos meses a causa de una sobredosis.
Eileen nunca la volvió a mencionar, demasiado consternada con las circunstancias para ser capaz de hacerlo. Nadie tampoco en su escuela lo hizo, y ninguno ahí pareció muy apenado o triste por aquella ausencia. Sólo fue otra adolescente de las muchas en el mundo que decidió ir por el camino de las drogas y no se pudo controlar, ¿cierto?
Fue su problema, habían dicho todos, y eventualmente Eileen terminó creyendo lo mismo.
Pero ahora de nuevo se presentaba la misma situación. El mismo problema. El mismo detonante.
Rehuyó su mirada en dirección al suelo y rascó su brazo con cierta incomodidad que no pudo lograr ocultar.
—¿Hablan en serio? —cuestionó en voz baja—, ¿realmente ustedes consumen... Eso?
Estaba tan temerosa que ni siquiera podía pronunciar las letras de forma adecuada. Que patética, pensó para sí misma, tenía 16 años y tenía el tabú por la palabra, eso no tenía sentido alguno.
Al oír carraspear a uno del grupo Eileen decidió levantar la mirada, encontrándose con la de Peter, él la escudriñaba con los ojos entrecerrados, como meditando algo que solo en su mente cobraba razón.
—¿Por qué nos ves como si hubiéramos destripado a un gato? —preguntó de pronto Emma, enarcando ambas cejas, y acto seguido ladeó la cabeza—, ¿realmente jamás la has probado? Sólo es cocaína, no te estamos ofreciendo una jodida arma.
Eileen mordió el interior de su mejilla para abstenerse de decirles que habría preferido el arma si de escojer se trataba.
—Déjala en paz —interrumpió Peter, sin apartar su mirada de ella—, tampoco es como si la fuéramos a obligar. Eileen, no es necesario que nos mires como si estuviéramos firmando nuestra sentencia de muerte. No somos adictos.
—Creo recordar haber oído eso antes, me pregunto si habrá sido en un centro de rehabilitación —ironizó la chica sin poder ocultar su desagrado y leve molestia.
Le costaba creer que los primeros amigos que había logrado hacer tuvieran que pasar por esas horribles circunstancias, simplemente no podía creerlo. Tampoco estaba segura de cómo debía sentirse al respecto, ¿mal, triste, confundida? No supo cuál emoción escoger así que optó por dejarse guiar por el disgusto y el desdén.
—No somos adictos —saltó Adele con convicción—, yo sólo la uso cuando debo estudiar, me estoy tomando un año sabático, pero en realidad pronto entraré a estudiar medicina, te sorprendería saber lo mucho que exigen ahí, si estuvieras en mi lugar elegirías lo mismo.
Eileen vaciló, y le dedicó a Adele una mirada anonadada. Y pensar que había creído con firmeza que ella era la más cuerda del grupo.
—No, no lo haría —aseguró sin pensar—, ni de broma lo haría. ¿Saben lo serio que es esto? No, peor aun, ¿saben lo ilegal que es?
Scott rodó los ojos y soltó un suspiro exasperado.
—Gracias, Eileen, no sabíamos que la cocaína era ilegal en Inglaterra, y ahora gracias a tu brillante intelecto ya la sabemos —dijo con el sarcasmo explotando en cada una de sus palabras.
—¡Hablo en serio!
—Somos conscientes de eso —contestó Peter dirigiéndole a Scott una mirada de advertencia—, y nos lo tomamos con calma, Casper sólo lo ofrecía como una ayuda por verte tan estresada, nada más, ¿de acuerdo?
Eileen quería gritar que no, que no estaba de acuerdo y que probablemente jamás lo estaría, quería decirle lo que realmente pensaba, quería estallar y pedirles que dejaran la droga por completo.
Pero no lo hizo, ¿quién era ella para pedirles semejante cosa? No era nadie. Muy apenas si los conocía, les mentía sobre su edad y aquella dependencia a no quedar sola era tan pero tan fuerte que le bramó que no lo hiciera.
Y le hizo caso. Apretó con fuerza los labios y asintió con la cabeza, tratando de mirar con por lo menos condescendiencia a la bolsita blanca que Casper seguía sosteniendo, pero está vez con un par de ojos envueltos en desafío y rebeldía fijos en ella.
—Si ustedes creen que está bien entonces supongo que lo está —suspiró con abatimiento sintiéndose culpable y extraña.
—Sabía que lo entenderías —Peter sonrió con lo que pareció ser afecto—, ahora, ¿quién quiere ver otra película de terror?
•
Math siempre fue de la idea que las películas romántica eran una cosa desagradable y aun más horripilante que las de terror.
Y orgullo se puso en juego cuando descubrió que la que su madre había decidido reproducir en la televisión no le parecía tan mala. "How to Lose a Guy in 10 Days" aparte de ser una película donde el romance era la trama principal también era estadounidense, lo que le dió puntos menos en su reseña mental cuando recién comenzaba.
Y se quedó sorprendido cuando vió que realmente no era una mala película.
—¿Qué tal te pareció? —le preguntó su madre cuando por fin concluyó.
Math se encogió de hombros fingiendo suma indiferencia.
—Pudo ser peor —fueron sus palabras para evitar admitir que realmente le había gustado. Pero bueno, también entraba en la categoría de "humor", seguro por eso le agradó tanto.
Su madre sonrió con diversión.
—Eso ya es algo —comentó, y se levantó del sofá con lentitud—, debo atender unas llamadas, estaré en el cuarto, si llegan tu hermanos diles que deberán esperarse para cenar.
—De acuerdo.
Ella se dió la vuelta y subió por los escalones hasta llegar a su habitación donde Math la perdió de vista. Luego él se acomodó en el sofá con los pies sobre el reposabrazos y miró al techo con semblante pensativo, reflexionando en la trama de la película.
Se preguntó si acaso era posible que la vida de una persona realmente pudiera hilarse alrededor de una serie de coincidencias que tejieran una trama humorística.
No, decidió tras varios minutos, eso no era posible, la vida no podía ser tan agradable o de otra forma no habría necesidad de inventar a personas que vivieran esas situaciones.
Arrugó el entrecejo y ladeó la cabeza con intriga, tan inmerso en su propia filosofía que no oyó cuando el timbre sonó.
Din don, din don.
El timbre volvió a oírse con más insistencia y está vez Math lo escuchó, parpadeó con rapidez y se levantó del sofá con cierta dificultad, silenciosamente contento porque los anesetelgicos de su padre hubiesen hecho su trabajo.
Al abrir la puerta vió a su hermana del otro lado, la mirada de ella estaba fija en el suelo y sus brazos estaban cruzados en incertidumbre y duda.
Math vaciló al verla, con su rostro fruncido y sus labios esbozados en una casi imperceptible mueca.
—¿Estás bien? —no pudo evitar preguntar.
Eileen pareció pensar en una respuesta por varios minutos.
—Si descubrir que el mundo está hecho de grandes idiotas es estar bien, entonces sí, estoy perfectamente bien.
Esa no era la respuesta que Math esperaba.
—¿Quieres hablar al respecto? —titubeó. Vamos, él no servía para eso, ¿cómo era posible que existieran otros pares de hermanos a los cuales esta clase de tareas no se les dificultara? Debían tener alguna clase de superpoder o de otra forma jamás lo entendería.
—No. —contestó Eileen, e hizo amago de cruzar el umbral pero Math le detuvo presionando su mano sobre su hombro con delicadeza.
—¿Segura? —insistió, y la chica sacudió la cabeza.
—Demasiado —respondió, quitó su mano de su hombro y entró a la casa con paso un tanto arrastrado.
Math se quedó estático, estando bastante seguro de que su hermana mentía. Quizá tenía que ver con que los hombres nunca podrían entender a las mujeres, o tal vez era como él que era incapaz de admitir que le había gustado una película romántica.
Masajeó su sien y cerró la puerta, volviendo a su misma posición de antes en el sofá.
.
Fox al salir del taller de pintura pensó que al menos la tarde no había sido completamente desperdiciada y que había tenido puntos positivos.
Cuando él y Charles regresaron sobre el camino para volver éste último se detuvo a media calle y dijo:
—Tú regresa, ahora que lo pienso creo que lo mejor sería que fuera a ver a Danna, ella no sabe dónde vivo ahora
—¿Sabes dónde vive ella?
—No, no exactamente...
—Podría acompañarte, pronto va a anochecer y no creo que sea buena idea que vayas vagando por las calles como deambulante.
—Estaré bien —desestimó Charles con algo de apuro, Fox arrugó el entrecejo al notarlo pero decidió no señalar nada al respecto.
—Si tú dices —accedió por fin parcialmente convencido.
Charles dibujó una sonrisa en sus labios y palmeó su espalda.
—Bien, debo irme, regresaré al taller y seguro ahí la encuentro. Nos vemos mañana —se despidió, girándose sobre sus talones y caminando en dirección opuesta a la suya.
Fox se quedó de pie observándolo todo el trayecto hasta que dió vuelta en una esquina. Un mal sabor inundó su boca y se percató de que Charles había girado mal la dirección a dónde se suponía que se encontraba el taller del que venían.
—Sabía que se iba a perder —masculló para sí mismo, porque si su geografía no erraba en esa precisa calle a la que Charles se había metido era privada, y el dueño del lugar era un hombre que aborrecía en sobremanera a los niños y la persona más exagerada y desagradable que podía existir, razón por la que desde los 7 años no se le había vuelto ocurrido volver a pasar por allí.
Suspiró, debatiéndose entre seguir a Charles o dejar que él se metiera en problemas... No era tan cruel, ¿cierto? Lo pensó unos segundos y luego negó con la cabeza. No, no lo era, concluyó, soltando otro suspiro antes de decidir ir detrás de su amigo.
—¡Charles! —llamó, corriendo por la acera y girando la calle, no estando seguro si sentirse feliz o mal por que su memoria no hubiera estado incorecta.
Ahí estaba la calle por la que siendo más pequeño había temido tanto cruzar, se suponía que no debían existir las calles privadas, y sin embargo ésa existía, por algún motivo que jamás sabría del todo el Sr. Rumbler y sus horripilantes perros doberman eran la excepción a esa regla general.
Pero se sorprendió cuando vió a Charles del otro lado, habiendo cruzado sin aparentes problemas.
Sería que al final no se había perdido y todo estaba fríamente calculado, ¿pero cómo había hecho para atravesar los horribles perros y al Sr. Rumbler?
Fox trató de acercarse a la cerca pero tan pronto como lo hizo uno de los perros se acercó y comenzó a ladrarle como si no hubiera mañana.
Él arrugó la nariz en completa incomprensión. Y decidido, corrió hacia la otra calle con la intención de alcanzar a Charles y hacerle contarle cómo había logrado traspasar tal sitio.
•
Eileen estaba molesta.
Estaba molesta con Peter y su grupo de amigos que veían la cocaína como un dulce y no como la adicción peligrosa y la causa de muerte de muchas personas que realmente era. Estaba molesta con su estúpido profesor que creía los rumores que rondaban por la escuela. Estaba molesta con sus compañeros por crear esos rumores.
Y estaba molesta con ella misma por verse tan afectada por ellos.
"Ella es tan extraña" Recordaba que las personas solían murmurar, "Seguro se acuesta con todos los profesores para tener esas calificaciones" "No puedo creer que realmente tenga amigos" "Toda su familia es igual de desagradable"
¿Por qué no les prestó atención antes?
Se sobresaltó sobre su cama cuando oyó que alguien tocaba la puerta que había cerrado de una patada hace algunos minutos.
—Eileen, soy Math, ¿puedo pasar?
—¿Qué quieres? —preguntó ella sin moverse ni un centímetro de su lugar, detestando detectar su voz algo rota por el nudo en su garganta.
Math se quedó en silencio y en lugar de contestar abrió la puerta lentamente.
Su mente tardó en procesar el ver a su hermana sentada al pie su cama con sus ojos enrojecidos al igual que su nariz como cuando uno desea retener el llanto que amenaza con salir.
—¿Estabas llorando? —fue lo único que decidió preguntar, y tan pronto como lo hizo se dió cuenta de lo absurdo que era haberlo hecho.
—No —mintió Eileen, girando su cabeza hacia el otro lado.
La cama rechinó cuando Math tomó asiento a un lado suyo.
—¿Qué sucede? —cuestionó con suma suavidad—. Porque si alguien te ha hecho llorar entonces te juro que ese alguien se las verá conmigo y...
—No es eso —cortó la chica, algo abrumada por la seriedad con la que su hermano hablaba. Sorbió su nariz en un acto inconsciente y fijó su vista en un punto imaginario de la pared—. No creo que lo entenderías. Déjame sola, ¿quieres?
—No. Cuéntame, trataré de entender.
—¿Desde cuando te importan mis problemas?
—Desde siempre, el que no me vuelva un psicólogo profesional para ayudarte no implica que no me importe lo que te pase.
Eileen bufó y por unos minutos se quedó en silencio, preguntándose si realmente era buena idea contarle todo, en parte estaba molesta también con él por el hecho de que gracias a sus ridículas peleas a ella también la habían tachado de una terrible persona.
—Es tu culpa —dijo al final, y enseguida procedió a explicar todo lo que le afligía, exceptuando la situación con Peter y sus amigos, porque aun a pesar de estar en desacuerdo con lo que hacían realmente no pensaba delatarlos.
Al final de su un tanto largo relato (incluyendo una que otra lágrima rebelde y palabras altisonantes) Math la miró como si de pronto le hubiera crecido una tercera cabeza.
—Espera... ¿De verdad hablas en serio? —preguntó como si le costara creer.
—No, Math, lo acabo de inventar porque obviamente me encanta jugar con esas situaciones —ironizó Eileen con desagrado.
—Ya, no tienes que ser sarcástica. Pero me refiero a que... ¿El sustituto de cálculo? Había oído que ese menudo idiota tenía esposa.
Eileen no se sintió precisamente sorprendida ante la revelación.
—Sí, bueno, al parecer también no parece tener problemas en tener algo con menores de edad —exhaló aire y luego enterró su rostro entre sus manos—. Dios, ¿por qué accedí a contarte esto?
—Porque sabes que me haré cargo de ayudarte y...
—¡No golpearas al maestro!
—¡No dije que haría eso! Aunque, ¿por qué no?
—Math, creo que eres un experto en meterte con gente más grande que tú pero no creo que pudieras contra un adulto.
Math entrecerró los ojos meditando este hecho por unos cuantos instantes.
—Hum —murmuró, y después pareció recordar cuál era el punto de la conversación—. Como sea, no pensaba eso. Eileen, esto es serio, todo apunta a acoso, imagínate el escándalo que armaría mamá si se enterara.
—Por eso no lo hará —Eileen se incorporó y miró a su hermano con gravedad—. No puedes decirle, es más, no quiero que le cuentes a nadie, ¿de acuerdo? Es tan vergonzoso. Además, él no hizo nada, y dudo que vuelva a tratar de hacer algo.
—Debes de estar bromeando, no puedes simplemente fingir que eso no pasó.
—Sí puedo, y lo haré —la chica se levantó de la cama y se paró frente a Math con firmeza—. Y como se te ocurra decir algo al respecto te prometo que la próxima que termines en una de tus estúpidas peleas no habrá nadie para ayudarte, ¿lo entiendes?
Él frunció el ceño y la imitó en el acto de ponerse de pie.
—¿Entonces para qué demonios me cuentas si no quieres que actúe?
—No lo sé —murmuró Eileen con sinceridad, abrazándose a sí misma con gesto apesadumbrado—, pero sé que no quiero que le digas a nadie, por favor.
Math realmente dudó, apretó los puños con fuerza y salió de la habitación de su hermana con paso furtivo.
No, decidió al final, no le diría a nadie, pero se aseguraría que el profesor sustituto de Eileen jamás se le volviera a pasar por la mente el tener algo con una de sus alumnas.
El idiota lo pagaría.
.
Fox agradecía conocer de memoria las calles alternas a la privada del Sr. Rumbler o de otra forma no habría podido seguir a Charles y probablemente habría acabado perdido y angustiado.
No le costó mucho rodear la privada y encontrar la siguiente acera por la que Charles caminaba.
Le siguió de lejos al principio y al verlo girar en otra calle decidió sorprenderlo por detrás.
Pero al estar a punto de virar por la misma dirección se quedó quieto cuando se percató de que Charles estaba a tan solo un metro de distancia suya, y debido al ángulo en el que se encontraba no podía visualizarlo, y sin embargo eso no le impidió darse cuenta que había alguien más con él.
Estaba mal espiar a otra persona, se dijo a sí mismo, era completamente inapropiado oír una conversación ajena.
Y aun pese a todo no se movió, pues la curiosidad que sentía por saber sobre el pasado de Charles antes de mudarse a ahí era demasiada para moverse del lugar.
No era algo precisamente malo, ¿verdad? Sólo saciaría su curiosidad e intriga unos minutos y luego volvería a casa, total, ¿qué daño podía hacer?
—Han pasado siglos desde que no te he vuelto a ver —comentaba la voz que supuso debía pertenecer a Danna.
—No han pasado ni dos semanas —oyó que respondía Charles con ligera burla.
—Pero se ha sentido toda una eternidad. ¿Por qué te mudaste?
—Porque... Era una buena oportunidad. No será por siempre, eso te lo aseguro.
—Ya no te creo. Nos dejaste a todos sin avisar, ni siquiera pudiste despedirte y ahora todos te extrañamos un montón.
—Lo sé, siento eso, pero era algo que debía hacer en el momento, si había dudas no sé si hubiera podido irme. Así que..., ¿y tú por qué has venido?
—Por mi tío, está enfermo y ya ves, me han obligado a venir a verlo aunque él es un cascabarrabias que ni quiere verme a mí. Hugh, de hecho estoy segura que ni mi nombre se ha querido aprender.
—¿Y vas regresar?
—¿A casa? Sí, por supuesto. ¿De verdad que no te gustaría regresar conmigo? La escuela no es lo mismo sin ti, todo se siente tan triste y diferente.
—No, no creo que regrese, mínimo estaré aquí otro mes.
Fox arrugó el entrecejo al oírlo y se acercó un poco más para no perderse de nada, demasiado ensimismado en tratar de escucharlo con claridad que ni siquiera le importó lo extraño o raro que pudiera lucir a los ojos de otras personas.
Tan envuelto en la tarea que al dar un paso en falso hacia su izquierda tropezó con su propio cordón del zapato, haciéndolo perder el equilibrio y caer de costado apenas teniendo tiempo de frenar con sus manos el impacto.
—¿Fox? —preguntó la voz de Charles en completa confusión.
Él se levantó del suelo de un salto, dándose cuenta que aquella situación no pintaba nada a su favor. Pensó en una respuesta satisfactoria por unos segundos, y pronto se dió cuenta de que era incapaz de inventar una.
—Hey... Yo sólo... Estaba por aquí de paso —dijo, carraspeando con su garganta y sin mirar a Charles a los ojos.
—¿Estabas espiandolo? —preguntó Danna con sus labios formando una clara "O" y sus cejas enarcadas.
—¡No! Claro que no —contestó Fox, mordió su labio inferior y maldijo en silencio lo patético que sonaba—, bueno, tal vez lo estaba oyendo pero no era mi intención espiarlos.
—¿Entonces cuál era? —cuestionó Charles, y al oírlo se percató de que en su tono realmente había molestia y enojo, Fox sólo entonces pudo notar que hasta ese momento nunca lo había oído así.
Fox jugeteó con sus pulgares y se encogió de hombros.
—Te seguí porque dijiste que ibas a regresar al taller y tomaste la dirección equivocada... Y ahora que lo pienso, ¿cómo lograste pasar los perros del Sr. Rumbler?
—Él es mi tío —respondió Danna, esbozando en sus labios una mueca al decirlo—. Loz perros también me responden a mí.
—¿Eres su sobrina? —preguntó Fox sin poder ocultar su sorpresa, y luego calló cuando se cuestionó si era la misma sorpresa que sentían los ex profesores de sus hermanos cuando él les decía su apellido.
—Sí, lo es —afirmó Charles, su enojo se había esfumado y parecía haber dado lugar al mismo nerviosismo que le había notado en el taller—. Ya está oscureciendo, creo que lo mejor será que nos vayamos.
Danna miró al cielo como queriendo confirmar lo que él decía.
—Es verdad —murmuró—, los perros se vuelven locos con la noche, y mi tío me mataría si por accidente se escapa uno. En fin, fue bueno verte, Abr-
—¡También fue un gusto, Danna! —le interrumpió Charles con una sonrisa, acto seguido tomó a Fox del brazo y lo guió hacia la acera contraria, una vez ahí lo soltó y ambos se encaminaron a sus casas.
Fox sopesó la idea de preguntarle acerca de las cosas que le había oído decir, pero supuso que sería demasiado molesto si el caso fuera el contrario y alguien lo estuviera espiando a él, así que optó por no agregar nada más y dejar que el trayecto fuera en total silencio.
Al llegar a su calle cada uno se separó para dirigirse a sus respectivas casas, y cuando Fox llegó observó que nadie se había molestado en cerrar la puerta con seguro y mucho menos con llave, desestimó este hecho y entró a casa.
—Por fin llegas —fueron las palabras de Math desde el sofá—, necesito hablar contigo.
Fox alzó una ceja.
—¿Acerca de qué?
—De simple y pura venganza.
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