Preludio: Donde nuestra historia acabó
"La venganza es dulce... El remordimiento, amargo."
Uno, dos, tres...
Tres segundos. Tan sólo pasaron tres segundos desde que perdió la noción del tiempo y a ella le habían parecido tres mortíferas horas; tres segundos desde que vio su vida y su futuro pasar frente a su nariz, para escapársele como agua entre las manos; tres míseros segundos desde que lo vio tan cerca de ella y luego, nada.
Estaba tan absorta, tan ida y tan vulnerable que, si alguien pensara en atacarla, ella ni se daría cuenta. Y tampoco era que alguien quisiera acercársele por parecer una loca o excéntrica chica, en absoluto se trataba de eso. De todos modos, ella ya estaba acompañada... Muy bien acompañada.
Dos brazos rodeando su cintura. Un par de ojos rojos que evitaban su rostro. Y unos labios que se apoderaban de los suyos. Unos condenados y carnosos labios.
Ochako se sentía mareada. Quería alejarlo de ella, pero por alguna razón, no podía hacerlo. Sus piernas se habían congelado en su sitio y sus manos se encontraban heladas, formando un par de perfectos puños sobre el pecho ajeno. La magia que sus hormonas producían era anormal, un delito. Como si sus labios hubieran concordado con la medida de los labios masculinos. ¿Qué le pasaba? Se suponía que no debía de gustarle tanto. Se suponía que no debía estar haciendo aquello con ese chico. Sobre todo porque ella estaba en una relación... Una relación con el amigo de la infancia de ese tipo.
—¿Kacchan?
Oh, sí. Su casi mejor amigo de la infancia.
La magia se rompió en un instante, cual burbuja siendo pinchada por el dedo de un niño pequeño. Estupefacta, abrió los ojos un tanto más de lo normal y giró su cabeza como si hubiera sido enfocada en cámara lenta, tan sólo para encontrarse con el dueño de tan melodiosa voz, que más bien, ahora no le parecía tan melodiosa; y finalmente lo encontró. De pie, ahí, frente a ellos dos con una cara digna de retratar y los puños apretados. Con los hombros subiendo y bajando aceleradamente. Fue entonces cuando ella se dio cuenta de su ansiedad.
—Uraraka...
Y se olvidaba de una tercera persona. La misma que la besó sin motivo alguno.
La misma que sonreía con súbito descaro frente a los ojos de Izuku; que se burlaba a sabiendas de que el chico pecoso sufría a cada segundo transcurrido. Como si con aquella media sonrisa le dejara claro «quién era el mejor». Y sinceramente no lo comprendía. Ese rubio con complejo de sádico le restregaba a Izuku, su novio, que se había besado con ella. Y que no le daba remordimiento alguno.
—Deku, yo...
Demonios, las palabras más simples se acomplejaban con cada milésima de segundo. Ochako quería decir –debía decir– que toda esa situación había sido un rotundo error; que Bakugou había llegado de la nada al salón de clases donde ella casualmente estaba sola y, sin darle ningún motivo o aviso, la tomó de la cintura con poca delicadeza, la acercó a su cuerpo y le plantó un beso. Un maldito y sensual beso.
Ella no tenía la culpa de nada, ¿verdad?
—Ustedes dos...
Dos palabras, una frase inconclusa y una huída por parte de Izuku le hicieron saber que todo estaba acabado. Ella lo había acabado todo.
Y de repente, todo se volvió vacío, oscuridad... Culpa.
Ochako Uraraka era la peor persona del mundo. Si antes se preguntaba qué tanto se merecía a alguien como Midoriya, ahora se decía que nada. Ella no merecía ser querida por alguien tan bueno y puro como el chico que ahora abandonaba el aula, con el corazón roto y las ilusiones arrancadas por ambos descarados. Le molestaba ser tan cobarde como para ir en su búsqueda y explicarle las cosas, en vez de quedarse en el mismo lugar, tan sólo observando cómo él se marchaba.
Pero si había algo que le molestara más que su propia cobardía, eso era el hecho de que aquel rubio explosivo siguiera ahí también, a un costado suyo y con la misma sonrisa arrogante con la que Deku lo vio. Creyéndose superior a todo el mundo, cuando en realidad no valía nada. Ni siquiera la pena de gastar el tiempo odiándolo. Imbécil.
—¿Estás satisfecho? —Escupió con todo el rencor posible.
Él la volteó a ver con una mueca de disgusto, probablemente molesto por el tono ácido que usó en su pregunta. No obstante, pronto volvió a sonreír triunfal y se encogió de hombros, dispuesto a abandonar el salón, donde las clases terminaron hacía mucho tiempo.
—Sí —respondió simplemente—. Finalmente ese maldito aprenderá que no puede ni podrá superarme... En ningún aspecto.
Ochako sintió la sangre hervir. No podía creer lo que sus oídos escuchaban.
Y no era consciente de sus actos.
Una cachetada resonó por todo el salón y pocos segundos después, la mejilla roja de Katsuki ardía como el demonio.
—¡¿Quién rayos te crees?! —Quiso callar, sin embargo, se sentía tan furiosa que no le importaba en ese momento ser asesinada por Bakugou—. ¡¿Qué es lo que quieres de él?!
Y como era de esperarse, el temperamento del rubio ascendió con tal rapidez, que no sólo una vena adornó su frente, sino que también pequeñas explosiones rodeaban sus gruesas manos. ¿Quién se creía ella para golpearlo de esa forma? Estaba enojado, muy enojado.
El tiempo se detuvo de nuevo, después de que Katsuki la tomara violentamente de ambas manos y la llevara hacia la pared, junto a la pizarra, dejándola prisionera y con ambos brazos a los costados de su cabeza; pero sobre todo, se acercaba peligrosamente a su rostro, con una mirada que destilaba ira y en cualquier momento explotaría, literalmente. Rozó su nariz contra la de ella y soltó un gruñido que dejó escapar un aliento masculino, combinado con el de ella a causa del beso reciente. Nunca antes Ochako había sentido por su compañero de clases, tanto miedo y rencor a la vez. Aquellos dos sentimientos pronto se convirtieron en angustia.
Si no hacía nada en ese momento, Katsuki la mataría.
—Eres una tonta... No sabes nada.
¿Cómo habían llegado hasta ese punto?
No quería saberlo y tampoco se esforzaría por recordarlo. Lo importante ahora era que debía escapar de él; empero, la fuerza del rubio era tanta que no podía mover sus manos y las mismas comenzaban a doler. Soltó un gemido de dolor, mientras se retorcía debajo de él. ¿Por qué ella era tan débil?
Se lo merecía, por haber ilusionado a Deku cuando sabía que nunca sentiría nada más que amistad por él.
De un momento a otro, el chico se las ingenió ágilmente para sostenerla con una sola mano, dejando al aire un puño para nada amistoso. Pretendía golpearla, no cabía duda. Y a esas alturas, a Ochako no le quedó de otra más que apretar los párpados con fuerza, esperando el golpe que daría de lleno en su estómago, o tal vez en su rostro.
Un golpe que nunca llegó.
[...]
Midoriya salió del aula como si hubiera visto al peor villano de la historia, dando largas y pesadas zancadas que hacían sonar estruendosos taconeos contra el firme piso de los pasillos. Una vez fuera del establecimiento escolar, se encontró en la puerta del inmueble con Shouto, quien lo esperaba pacientemente mientras miraba hacia el horizonte. Tan tranquilo e impasible como siempre.
—Midoriya, ¿estás bien?
¿Por qué tenía que preguntar aquello? ¿No se suponía que era uno de los alumnos más inteligentes de la academia? Bastaba con observar el rostro de Midoriya para darse cuenta de que algo no andaba bien y, tampoco hacía falta averiguar cuál era el problema con él si se ponía a analizar que anteriormente, había ido a buscar a su novia Uraraka y no regresó en su compañía.
Por su parte, Deku no pudo evitar soltar las lágrimas que había retenido por tanto tiempo, desde que vio a su novia traicionarlo con su mejor amigo. Era patético al lloriquear por amor, cuando la ciudad era invadida por crueles villanos que amenazaban con terminar la paz y la seguridad para sus habitantes. Porque, en vez de estar entrenando para ser un digno sucesor de All Might, se derrumbaba sentimentalmente por Uraraka. No podía evitarlo.
—Ellos dos tienen algo —Todoroki arqueó una ceja, a la espera de que continuara—. Kacchan y Uraraka me han estado viendo la cara.
El chico mitad albino se sorprendió, claro, sin demostrarlo. No concebía que una chica tan educada e inocente como Uraraka traicionara a Izuku siéndole infiel, ni siquiera llegaba a imaginárselo. Mucho menos con Bakugou, el chico más apático y agrio de la clase –y probablemente, de la academia—. No obstante, su amigo tampoco parecía estar mintiendo, por lo que le parecía una vil jugada hacia él.
Quiso opinar, pero decidió callarse y dejar que Midoriya le hablara al cielo, como si en verdad lo escuchara. Suspiró. No terminaba de entender el concepto del amor y el porqué la gente tendía a enamorarse; claramente eso era una pérdida de tiempo que solamente hacía sufrir a las personas y las volvía idiotas. ¿Acaso eran masoquistas?
Todoroki esperaba no enamorarse... Nunca.
—Todoroki —el de cabello verde llamó, logrando que su compañero lo mirara de soslayo—. ¿Po-podrías... Acompañar a Uraraka hasta su dormitorio? No-o quiero que esté sola.
Definitivamente no deseaba enamorarse. Mucho menos de una forma tan patética como Midoriya.
¿No había dicho que estaba con Bakugou? Bien podía acompañarla ese tipo. Además, él no se llevaba tan bien con Uraraka, de hecho, ni siquiera sabía si se llevaba bien con ella. No cabía duda de que el amor volvía idiotas a las personas.
Suspiró lentamente y se encaminó de nuevo hacia el aula, donde suponía que estaba la chica. Le restó importancia al sutil agradecimiento por parte de Midoriya y caminó perezosamente hasta perderse de su vista, en silencio y un poco molesto por verse involucrado en los problemas de su amigo. Ahora comprobaba que no sólo el amor podía volver tontas a las personas. También la amistad podía hacerlo.
No, no era eso.
Todoroki realmente quería hablar con esa mujercita para decirle unas cuantas verdades. Y si el idiota de Bakugou estaba con ella, mucho mejor. Su amistad con Midoriya lo valía. Debía valerlo.
Empero, lo último que esperó al llegar al salón fue encontrarse con aquella extraña escena, siendo protagonizada nada menos que por los dos responsables de la tristeza de su amigo.
Entonces todo pareció ir en cámara lenta. Como si pudiera fácilmente pausar o retroceder las acciones de Bakugou y las expresiones en el rostro de Uraraka. El tiempo corría más despacio ante sus ojos.
Aquel rubio explosivo, manteniéndola inmovilizada en la pared y con el puño en el aire, repleto de chispas que explotaban una tras otra,, dispuesto a atacar; y ella, asustada y con la espalda erguida completamente hacia la pared, sin hacer nada por impedirlo. Incluso le pareció ver un temblor en su pequeño cuerpo.
¿Qué pasaba? ¿Por qué no se defendía?
Esa tonta...
No supo cuándo fue que el tiempo transcurrió demasiado rápido; no supo en qué momento sintió pena por la chica gravedad; no supo cómo se movió tan rápido, siendo impulsado por el sentido del deber... Y lo que nunca sabría era el porqué miró al rubio con tanta furia, en el mismo momento que activaba su quirk en el lado derecho y le congelaba la mano con la que la golpearía, junto a la mitad de su cuerpo. Protegiendo a Uraraka.
Y cuando sintió sus manos ser liberadas, en compañía de un drástico descenso de temperatura, ella abrió los ojos de golpe, encontrándose con Shouto. De espaldas, sosteniendo el brazo congelado de un iracundo Bakugou.
Estaba en problemas.
—To-Todoro...
—¡Bastardo! —Como era de esperarse, Bakugou bramó en su nivel máximo de ira.
Estaba en muchos problemas.
—Uraraka... —Todoroki la miró de reojo, ignorando por completo al rubio.
—¡Te mataré! —El hielo del chico mitad pelirrojo se rompió. Bakugou explotaba por dentro.
Y Uraraka sabía que ese día, al menos uno de los tres terminaría muerto.
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