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⠀⠀Capítulo IV

128 d.C. ROCADRAGÓN.

Pensó que lo peor ya había acabado cuando dejó a su familia atrás, estaba muy equivocada. Casi hubiera preferido que su madre le abofeteara y le prohibiera acercarse de nuevo a Los Negros. Dado que no poseía un dragón —como escatimaban para recordárselo— había viajado en barco hasta Rocadragón.

Le enojaba y reconfortaba en iguales maneras que Jacaerys no hubiese sugerido que viajaran juntos en Vermax. Lo último que deseaba era depender de él para no caerse, después de vomitar por tercera vez en el barco se dio cuenta de que su esposo era un imbécil por dejarla hacer ese viaje de medio día. Sí, tenía guardias resguardándola, pero la proa y la salida fácil de ahogarse en el mar le parecía más y más llamativa.

Cuando sus pies al fin tocaron la arena, solo el firme agarre de sir Arryk Cargyll le impidió dar de bruces contra el suelo mojado. Su madre había ordenado que él la protegiera con su vida, si la reina no temiera por su propia vida habría gustosamente mandado a sir Criston con Vaenys.

—¿Se encuentra bien, su alteza?

Vaenys negó con la cabeza, mareada y enferma del estómago. Detestaba los viajes en barco y tenía frío. Sus vestidos airosos, ligeros y brillantes marcaban un contraste abismal con el aire húmedo y la neblina que oscurecía la isla.

A lo lejos, observó que la familia de su esposo marchaba a su encuentro tras las grandes puertas, todos parecían tan felices con la unión como ella. El único que tenía algo cercano a una sonrisa era Daemon, pero a Vaenys provocó escalofríos la malicia que prometía.

—Hermana —saludó Rhaenyra con ojo crítico y una pequeña sonrisa—. Espero tu viaje haya sido tranquilo.

Vaenys quiso hacer una reverencia, esa fue su intención, de verdad. Pero estaba asustada, enojada y lo poco que tenía del desayuno en su estómago se había revuelto. Todo el camino se preparó mentalmente para reprimir su carácter y causar una buena impresión por el bien de su supervivencia.

No había tomado en consideración que vomitar los pies de la futura reina y su esposo era una posibilidad.




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El maestre de confianza de Rhaenyra era meticuloso y cuidadoso de no hacer que ese momento fuese más humillante de lo que ya era. Debido a la «naturaleza de la relación» que todos suponen hay entre ella y Jacaerys, la primera sospecha que tienen es que podría estar encinta, por más que ella les asegura que solo una vez han estado juntos. La hacen acostarse bocarriba para ser revisada como uno de los insectos disecados de Helaena.

«¡No pasó nada, déjenme en paz!», quería gritar, sus fuerzas era tan pocas que tomó los brebajes que le ofrecieron y aceptó dócilmente las recomendaciones del maestre Gerardys.

—¿Está ella bien? —Rhaenyra entró a la habitación con expresión preocupada, pasando sus manos ansiosamente por su vientre abultado.

Vaenys se levantó de golpe cerrando las piernas y protegiendo su pudor, no fuese a ser le diera por entrar con tal libertad a alguien más.

—La princesa está bien —El maestre miró a Vaenys de manera extraña—. No hay nada diferente en ella.

—¿Crees que podría estar embarazada?

Apretó los dientes, enojada de que hablaran como si ella no estuviera allí.

—No, su alteza.

La dejaron poco después de eso. Vaenys se abrazó a sí misma con un nudo en su garganta. Odiaba Rocadragón, nunca le había gustado. Amaba pasear por los hermosos jardines de La Fortaleza Roja con Helaena, le gustaba mirar a los Capas Doradas en formación y el ruido de las ranitas de los estanques.

Recordando a su hermano Aegon cuando eran niños, el toque gentil de su madre en su cabello, la dulce voz de Helaena y la risa de Daeron, Vaenys se dejó caer en el mundo de los sueños, deseando con todo su corazón volver a ser una niña, inocente de disputas políticas y el terrible futuro que les asechaba.




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Vaenys notó primero que nada que el sol se había puesto; la habitación estaba apenas iluminada por la suave danza de las velas que le daba a ese aterrador castillo de piedra, un aspecto más romántico y mítico.

Lo segundo que percibió fue su cuello entumecido por quedarse dormida en una posición incómoda, pero no tenía frío a pesar de que la ventana estaba abierta. Sobre su cuerpo yacía una manta bastante pesada —no podría imaginar tener una así en Desembarco del Rey— perfecta para retener el calor de su cuerpo. Eso la alertó, no vio en ningún momento ese tejido de piel grueso.

Lo tercero y más alarmante fue la otra persona en la habitación: Jacaerys se estaba desnudando a pocos pasos de la cama.

—¿¡Qué crees que estás haciendo!?

Sin embargo, Jacaerys no tuvo ningún tipo de reacción violenta, es más, la ignoró y siguió retirándose la ropa como si nada. Vaenys se cubrió los ojos al percibir la intención de deshacerse de su ropa interior.

—Ponte la ropa —chilló ella—. ¿Qué haces desnudándote en mi habitación?

—Dirás nuestra habitación —pronunció él, esa corta oración hizo que un agujero se le hiciera en el estómago a Vaenys—. Ya puedes abrir los ojos, estoy vestido.

Con cierta duda, ella se arriesgó a ver un poco entre sus dedos, cuando lo vio en una túnica holgada y pantalones para dormir, despejó su rostro. Aun así, no abandonó su actitud defensiva.

—Dijiste «nuestra habitación».

—Sí, eso es lo que dije —metódicamente el príncipe recogió su ropa y la dejó en un lugar aparte, incluso se tomó el tiempo de doblarla y dejarla ordenada—. Somos marido y mujer, ¿no es lo que se espera?

—Si te atreves a ponerme un dedo encima...

—¿Entonces por qué? —Jacaerys al fin la miró, aunque todavía no ve un atisbo de violencia en él, sus fosas nasales y esa vena en su cuello delatan su enojo—. ¿Por qué nos metiste en eso? ¿Qué deseabas probar?

—Yo no hice nada —dijo ella obstinadamente—. Estaba borracha al igual que tú, yo nunca habría hecho algo así en mis cinco sentidos.

«Vamos, lagrimea un poco. Miente hasta que él se lo crea»

—No importa cuánto vino tenga encima, jamás me he propasado con una dama —dijo Jacaerys con la mandíbula apretada—. ¿Entiendes la gravedad de todo esto?

—¿Me estás amenazando acaso?

Jacaerys resopló frustrado porque Vaenys no podía ver más allá de cómo las circunstancias le afectaban a ella. Vio sus planes desplomarse frente a sus ojos en cámara lenta cuando Lord Mano y la Reina Alicent aparecieron en su habitación, con todo el esfuerzo, la preparación y cada hora de diversión sacrificada para ser el hijo perfecto de su madre, yéndose a la basura por un descuido.

Lo había repasado una y otra vez en su cabeza sin lograr esclarecer nada. Sí, podía apreciar la belleza superficial de su tía Vaenys cuando no pronunciaba una palabra y en esas extraordinarias ocasiones en las que no parecía haber chupado un limón, pero Vaenys no era el tipo de mujer por la que su piel clamaba.

Helaena, calma y bella, era más su estilo que la bonita bestia rabiosa que era su hermana menor, Vaenys.

Pero Jacaerys apreciaba sus pelotas, jamás diría eso en voz alta. Ni a Luke, los dioses saben que su hermano tenía la boca floja. Tampoco tenía la energía para discutir con su esposa toda la noche, ya había tenido suficiente con los regaños de Daemon y su madre.

Y eso que todavía no lo reprendían sus abuelos Lord Corlys y la princesa Rhaenys. Jace hizo una mueca por la simple idea.

—No, princesa Vaenys. Es mejor que te acostumbres a mi presencia —Jacaerys se sentó en el que supuso, sería a partir de ese momento, su lado de la cama. Vaenys se alejó tanto de él que casi se cayó del colchón—. No voy a tocarte, pero esta es ahora nuestra habitación.

—¿Y quieres que te crea?

—No, pero es la única opción que tienes.

Vaenys maldijo por lo bajo y se dio la vuelta para darle la espalda a Jacaerys, no se molestó en salir de la cama para cambiarse por algo más cómodo, apretó la cobijas haciéndose un rollito y cerró los ojos. Cuando al fin escuchó los suaves ronquidos de Jacaerys permitió que las mudas lágrimas de frustraciones se deslizaran hasta mojar las sábanas.




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No hablan, en la mañana Jacaerys le desea un buen día y Vaenys no responde, en la noche ella le exige que deje de moverse en la cama, él le hace caso, pero no profiere una palabra. Son infelices, pero al menos Jacaerys puede fingir que ella no existe cuando retoma sus responsabilidades y lecciones en Rocadragón.

No era tan sencillo para Vaenys, Rhaenyra le ofrecía sonrisas tensas, aparte de eso parecía que su hermana mayor prefería tenerla fuera de su vista, Rhaena y Baela la miraban de reojo, no obstante ninguna se acercaba a dirigirle la palabra, Joffrey y el bebé Aegon eran ignorantes a la situación.

Daemon era el peor de todo, le lanzaba miradas sucias sobre su hombro, como ella fuese una invitada desagradable en su hogar, como si fuese una alimaña vil. Vio muchas veces esa mirada dirigida a su abuelo, nunca antes hacia ella.

Lucerys era oficialmente el miembro que menos le desagradaba, el muchacho al día siguiente se había acercado como si nada a contarle las maravillas de la isla, poco interesante encontró su charla sobre tierra volcánica y moluscos, pero había sido amable, mucho más de lo que esperó de cualquiera de ellos.

Todavía no recibía cartas de su madre, apenas comía porque los mariscos estaba muy debajo de sus alimentos preferidos. No hubo pasteles de limón, ni dulces de frambuesa, porque el clima frío y húmedo de Rocadragón no dejaba crecer tal flora. Vaenys se preguntaba si ella se marchitaría en esas tierras.

Y no podía huir, porque los dioses la consideraron indigna de tener un dragón.




Capítulo V: 03 de julio.

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