Capítulo 36
25 de octubre de 1806
Una vez más hemos invadido el palacio de Quaxon. Sentada en el trono veo cómo Neisan y Gian ingresan trayendo consigo a mi próxima víctima: Lady Atenea, mi madre. A quien dejan de rodillas ante mí. Esbozo una sonrisa antes de beber un poco de vino.
— Es bueno volver a verte, madre.
Sonrío con diversión ante la mirada cargada de odio que me da. No le alegra en lo más mínimo verme aquí, su odio y desprecio por mí no es algo que desconozca. Después de todo, se ha pasado la vida dejándome en claro que no me quiere y que fui su peor error.
— ¿Qué es lo que quieres, maldita idiota? ¿Has venido a matarme?
— Así es. Que inteligente eres, madre.
La sorpresa y el temor reflejado en su rostro me hace saber que ella tenía la pequeña esperanza de que no estuviese aquí para matarla. Es realmente imbécil si cree que voy a perdonarla. Es una de las responsables de la muerte de Brais, me maltrató y menospreció durante años, causó demasiado daño, así que sufrirá las consecuencias de sus pecados.
Me levanto del trono y bajo los escalones hasta detenerme frente a ella, doy un chasquido haciendo que las llamas nazcan de mis dedos. Sus ojos se llenan de lágrimas y retrocede torpemente, temerosa.
— No —susurra —. Por favor, no lo hagas.
No me detengo. Ignoro sus palabras y continuo avanzando hacia ella, que retrocede con miedo sin parar de suplicar misericordia. Al retroceder termina topándose con Gian y, por algún motivo, sus ojos se iluminan con una pizca de esperanza al verlo.
— Ayúdame. —súplica con lágrimas en los ojos.
Gian se limita a esbozar una sonrisa ladeada y negar con la cabeza. Pero todo rastro de sonrisa y seguridad desaparece al instante, en el momento en que escucha las siguientes palabras de mi madre.
— Puedo ayudarte a encontrar a tu hermano —dice desesperada —. Sé quién es y dónde está. Puedo decírtelo. Solo debes ayudarme.
Suelto una carcajada sin gracia y niego con la cabeza antes de avanzar hacia ella, con las llamas brotando de mis manos y mi cabeza imaginando la forma en que ella gritará y sufrirá hasta el último respiro. Me encargaré de que así sea.
Solo nos separan unos pocos pasos, avanzo con una sonrisa en el rostro. Lista y decidida a cumplir con mi venganza de una vez por todas. Pero mis planes se ven interrumpidos cuando un cuerpo se planta en medio de mi camino.
Mi mirada sube hasta encontrarse con el oscuro color marrón de los ojos de Gian. Niego con la cabeza lentamente y espero que se aparte del camino, que se mueva de inmediato, que diga que solo es una broma. Pero no lo hace. No se mueve ni un solo centímetro del lugar en el que está. Permanece haciéndome frente, con una expresión de seriedad y determinación, con la mano en su espada, listo para utilizarla en cualquier momento de ser necesario.
— ¿Qué diablos haces?
— ¿Cuál es su nombre? —pregunta Gian, ignorando la pregunta de Neisan.
Me cuesta unos pocos segundos entender que no nos habla a ninguno de nosotros dos sino que sus palabras van dirigidas a mi madre.
— Umi Edevane.
Todos posamos nuestras miradas en ella al oír el nombre que da. Con los labios entreabiertos por la sorpresa y sin terminar de procesar lo que acaba de salir de sus labios.
— Lady Giulia se llevó a tu hermano cuando era un niño pequeño, luego de que asesinaran a tus padres, y lo entregó al reino —le explica —. Aquí fue criado como el hijo de un bufón, para que luego siguiese sus pasos. Umi, el bufón de la Corte de Agua es tu hermano perdido.
Intento rodear a Gian para acercarme a mi madre pero este me lo impide. Con un empujón me lanza lejos de ellos y saca su espada, posicionándose para pelear. El pelinegro reacciona al instante y prepara su arco y flecha, apuntando directo a la frente de Gian.
— Largo. —le espeta Gian a mi madre.
Ella se apresura a correr hacia la puerta, aferrándose con uñas y dientes a la única esperanza de sobrevivir. Sin embargo, toda esperanza se esfuma en el momento en que Neisan suelta la flecha y esta se dirige a mi madre, clavándose en su costado y provocando que caiga al suelo.
Entonces comienzo a avanzar hacia ella y aunque Gian intenta detenerme, no lo consigue. Una de las flechas de Neisan se clava en el hombro del castaño y hace una mueca de dolor. Sin detenerme, atrapo sus muñecas entre unas esposas de fuego que, al quemarlo, lo hacen soltar un grito de dolor.
Me concentro en mi madre y en sus súplicas, su llanto y su voz rota pidiendo misericordia.
— Ve a pedirle misericordia a Dios, imbécil. Frente a ti tienes al diablo, y yo no pienso perdonar tus pecados sino que haré que pagues por ellos. Arderás en el infierno.
Guio las llamas hacia ella y estas comienzan a quemarla dando inicio a los gritos agonizantes de mi madre. Esto está resultando más complicado y tardado de lo que debía ser, porque Atenea no para de intentar escapar en vano. No hay forma de que pueda irse, no tiene cómo escapar, no hay salida. Admito que es divertido ver su desesperación mientras corre de un lado al otro creyendo que puede escapar de mí. Se ve ridícula y estúpida dando vueltas por la sala del trono intentando encontrar una salida que no existe.
— ¡Ten misericordia! ¡Te lo ruego, hija! ¡Ten misericordia de mí!
— ¡¿Misericordia?! —vocifero — ¡¿Ahora sí soy tu hija?! Te pasaste la vida insultándome y haciéndome de menos, me manipulaba a tu antojo, asesinaste a mi esposo.
— No es cierto, eso no es cierto. Hija, yo te amo. —dice mientras se acerca llorando.
La ira corre por mis venas al oírla decir que me ama. Siento impotencia al escucharla decirme esas dos palabras por primera vez en mi vida.
Años atrás me habría regocijado al escuchar a mi madre decirme te amo pero en estos momentos no causa en mí nada más que asco y un aumento de mi odio.
Mátala.
Acaba con ella, Majestad.
A veces la gente comienza a “amarte" cuando esa es su única opción, cuando ya no tienen otra escapatoria. Te aman por conveniencia, por beneficio propio. Es por eso que nunca debes confiar en nadie. Los seres humanos tienden a ser egoístas, se preocupan por ellos mismos y nadie más.
— Pasé años rogando por tu atención y aprobación, di todo de mí para que estuvieses orgullosa de tu hija pero nada de lo que hacía parecía gustarte. ¡Para ti todo lo hacía mal! Solo te acercabas a mí y eras amable cuando necesitabas que te ayudase en algo. Me gritabas, maltratabas y menospreciabas.
>> ¡Solo necesitaba escuchar un “estoy orgullosa de ti, Ivy”! ¡Necesitaba escuchar al menos un “te amo" de tu parte! ¡Necesitaba que me quisieses! ¡Necesitaba tu amor, mamá!
Me percato de que las lágrimas han comenzado a correr por mis mejillas y las limpio rápidamente, no voy a llorar delante de ella y tampoco volveré a llorar por ella. Chasqueo los dedos de ambas manos y el fuego brota ellas, Atenea vuelve a suplicar una y otra vez pero no me detengo a oírla.
— Solías decirme que la vida no era un cuento de hadas, y tenías razón ¿Sabes, madre? En la vida real no hay finales felices, solo finales. Y este es el tuyo.
Encuentro satisfacción en su dolor, en sus gritos desgarradores, en su cuerpo retorciéndose bajo las llamas. Mientras el fuego la consume esbozo una sonrisa.
Lady Atenea ha muerto.
Tal como lo prometí, cobré venganza por la muerte de mi amado. Los asesinos de Brais ardieron en llamas, fueron consumidos por mi fuego. Agonizaron y sufrieron hasta el último minuto de su vida, al igual que Brais.
Azariel Zhasmar y Atenea Bly de Zhasmar están muertos.
Mi venganza ha culminado.
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