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Todo el mundo puede verlo.

Tal vez fuese mi tenue sonrojo al tenerla cerca de mi lo que me delataba. O quizá mi mirada que no se apartaba de la suya.

Quizá era mi sonrisa ante el leve rubor que hacía resaltar sus adorables pecas. O que ella me sonriera con sinceridad, correspondiendo mi gesto.

A lo mejor era la risa que la princesa me regalaba al oír mi sarcasmo. O el hecho de que jurara que creía en mi.

Puede que fuese el leve roce ocasional de nuestras manos, y que al momento la mirada de Mérida huyera de mi.

Incluso se podía tratar de los tímidos abrazos que ella llegaba a darme, o de las pequeñas acciones, como acompañarme en un vuelo, que la bella pelirroja solía hacer por mi.

Realmente no lo sabía, pero entre más vueltas le daba al asunto, más pruebas o pistas encontraba.

Las tardes a solas, las lecciones de vuelo que Mérida suplicaba repetir, las clases de arquería y pelea a espada que yo a propósito solía alargar, las extensas pláticas sobre nuestras familias y vidas, el compartir nuestras metas y sueños, así como inconformidades ante nuestra sociedad.

Se trataba más que de un simple vínculo de amistad. Era algo más intenso, una unión con un nivel más alto, si puede denominarse así.

Era algo que todos podían ver sin excepción. Todo el mundo, incluidos nosotros mismos.

Sé que ella y los demás eran conscientes de lo mucho que me atraía, yo no solía esconder lo que sentía en realidad.

Sin embargo, yo también era consciente de que por mi, la hermosa pelirroja sentía algo más que una amistad, al menos sus ojos lo reflejaban así. No teníamos nada que ocultar.

Posiblemente sólo necesitábamos un poco de valor para afirmar ante todos lo que sucedía entre los dos.

— ¿No te parece una noche agradable? — preguntó Mérida sonriéndome.

—Lo es — respondí del mismo modo mientras veía como los guardianes celebraban nuestra reciente unión a ellos— . Aunque podría haber algo más interesante.

— ¿Qué idea tienes en mente? — adoraba cuando me preguntaba llena de curiosidad por mí.

—Bien, no creo que alguien note nuestra ausencia —tomé su mano y salimos del taller rápidamente entre risas hasta encontrar a Chimuelo— . Bien, quiero probar que tanto has aprendido.

Ella me miró un poco nerviosa.

 —Sabes que aun me fallan algunas cosas —mintió, ya lo dominaba a la perfección.

 —Bueno, podemos seguir con las clases si quieres — sugerí tímidamente y ella sonrió.

—De acuerdo.

Me atrevía a decir que ella volaba un dragón mucho mejor que otras personas. Escuchaba sus risas divertidas que eran como música para mi. No me importaba que su cabello chocara contra mi rostro un par de veces, podía aspirar su dulce aroma a fresas.

Chimuelo notó mi reacción y se burló de mi.

Incluso él podía ver lo loco que estaba por Mérida.

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