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Amor a través de las líneas de batalla.

Cuando era niño, muchas veces me preguntaba qué había en las lejanas Tierras Altas.

Papá aseguraba que nuestros enemigos vivían ahí. Ellos eran un mayor problema antes de los dragones, y con el cambio que había logrado, los dragones pasaban a segundo término.

Él deseaba extender el dominio de Berk, como algunos gobernantes, y estaba dispuesto a atacar si era necesario. Y desgraciadamente lo sería, los clanes de las Tierras Altas se unían para impedir a toda costa los deseos de Estoico, el Vasto.

Si se hubiese tratado de algún otro lugar, quizá ni me hubiese molestado en razonar con mi padre, que en verdad era una tarea difícil hacerlo.

Pero el miedo creció en mi cuando Bocón había mencionado el reino de DunBroch y la furia de mi padre juntos en una oración.

—Mi padre dijo que no habrá dragones en la batalla, para que sea justo para ambos.

—Quizá mi padre agradecería ese detalle —dijo mi princesa encogiéndose de hombros.

—Mer...

—Por milésima vez, Hipo, iré a esa batalla, es mi deber como primogénita acompañar a mi padre.

Sus brillantes ojos azules parecían mirarme con un poco de tristeza.

—No quiero perderte —solté de repente.

¿Acaso era una lágrima la que bajaba por su mejilla?

Mi pelirroja me abrazó con fuerza.

—Ni yo a ti —la oí susurrar.

Supe que se había mostrado fuerte durante mucho tiempo. Correspondí con la misma intensidad.

Pudieron ser minutos u horas los que pasamos juntos, abrazados. Después me besó tímidamente en los labios. No era nuestro primer beso, pero seguía siendo tan dulce como el primero. Nos separamos un poco.

—Huyamos Mer —le sugerí.

— ¿Qué?

—Vayámonos lejos, solos tú y yo.

Ella rio ante mi idea.

—Claro, sólo nosotros —dijo con una radiante sonrisa.

Ambos escuchamos un leve rugido.

—Y tú también, Chimuelo —dijo Mérida hacia mi dragón con una sonrisa.

Oímos un suave relincho y yo reí.

—Tú igual, Angus. No te preocupes. 

Esa noche no regresé a Berk ni mi arquera a su castillo. Nos quedamos juntos en el bosque, nuestro lugar de encuentros, junto a mi furia nocturna y su caballo.

Mérida no dudo abrazarme con libertad, y yo hice lo mismo. Sabía que nuestro amor no era malo, no había porque arrepentirse de lo que sucedía entre nosotros.

El cielo estaba lleno de estrellas, y nos pusimos a contarlas hasta que el sueño nos venció.

La reina Elinor dice que una luz mágica apareció afuera del castillo, y no dudó de avisarle al rey Fergus. Juntos la siguieron hasta llegar al bosque.

Mi padre dice que al llegar a la orilla notó mi ausencia y ocurrió lo mismo, siguió una pequeña luz que lo guió hacia nosotros.

Fue entonces cuando ambos líderes se dieron cuenta del daño que provocarían, no sólo a su gente, sino también a las personas que más amaban.

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