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Extra- Bajando las armas

Isha y Jinx estaba sentadas en el suelo de la oficina de Silco, dibujando diseños en la capa de Sevika con las pinturas nuevas que Silco les había comprado luego que descubrir que la niña tenía iguales inclinaciones artísticas que su hija.

¿Cuánto de eso era imitado y cuánto era por preferencia? Era difícil saber, pero siempre que ella fuera feliz, nadie la detendría; ni siquiera Sevika, por más protestas que hubiera presentado ante la idea de andar por Zaun con la capa adornada en brillantes garabatos infantiles.

Silco pudo adivinar la suavidad en sus ojos al ver a Jinx e Isha dibujar con tanta concentración solo para asegurarse que los monos se vieran intimidantes.

—Tanto criticarme y mírate ahora —comentó Silco, descansando su peso en el alfeizar de la ventana abierta que mostraba una vista de un Zaun renacido al atardecer.

—Guardártelo, viejo, en serio no quiero pensar mucho en eso —bufó Sevika, expulsando el humo nicotínico por la nariz.

—Te quería despedazar viva, ¿sabes? —admitió Silco en un susurro, aunque sabía que Jinx los estaba escuchando por la forma en que su mano se detuvo a medio trazo antes de continuar—. Cuando me enteré a través de los rumores.

—Lo supuse —dijo Sevika, mirando por el rabillo del ojo como Jinx fingía no estarles prestando atención—. ¿Qué te detuvo?

—Las escuché discutir —respondió Silco, dándole un trago a su bebida y sonriendo con cierta melancolía—. Ella se escuchaba tan rota ante la posibilidad de que ustedes se separaran que no encontré en mí fuerzas para quitarle eso. Todos han perdido tantas cosas en Zaun y a Jinx…, a Jinx yo quisiera darle todo. Además, dudo que nadie más pudiera lidiar con ella y a la vez ser leal a ella. Por eso es que siempre confíe en ti para cuidarla.

Sevika desvió la mirada hacia el horizonte de Zaun, con edificios en reconstrucción y otros siendo demolidos del todo, el sol escondiéndose a través de las nubes y el cielo tomando un color purpureo similar al shimmer.

—Me disculpo si rompí esa confianza.

Su lealtad inquebrantable a Zaun, a la causa y, por ende, a su líder, era la cualidad respetable y redimible de Sevika. Todos siempre habían sabido donde yacía su intransigencia revolucionaria; de allí que el patético intento de Finn para hacerla traicionar a Silco haya sido tan inesperado. La idea de que su relación con Jinx hubiera mancillado eso, de alguna manera, la hacía sentir culpable.

—Solo la romperías si le haces daño —afirmó Silco, mirando intensamente a Sevika directo a los ojos—. Este es el camino que escogiste, cuento con que permanezcas inamovible hasta el final. Nunca me has fallado, no lo hagas ahora. Y, sobre todo, no le falles a ella.

Sevika se encontró falta de palabras; aunque la verdad ella nunca había sido muy expresiva; y solo pudo asentir una vez antes de terminar su cigarro y lanzar el cabo hacia la calle, viendo a Silco beber el fondo de su trago.

Pasos rápido y pequeños captaron la atención de ambos, haciéndolos mirar hacia abajo, donde Isha estaba parada sosteniendo la capa de Sevika encima de su cabeza con sus dos brazos, tan alto y amplio como podía.

A lo largo de la tela rojiza brillaban en azul, rosado y verde distintos dibujos de monos, cangrejos, perros, un hurón y algo similar a un mapache. En medio de todo, el diseño de un oso en dos patas con la boca abierta se imponía. Todos eran objetivamente feos y habían sido pintados con expresiones deformes que buscaban hacerlos ver más intimidantes.

Joder, Sevika lo amaba.

—Bien hecho, niña —elogió de inmediato, sacudiendo el cabello de Isha en un gesto afectivo y con una sonrisa en el rostro de la que ella misma no era consciente—. Quedó perfecto.

El rostro de Isha se iluminó como un amanecer y de inmediato buscó la mirada de Jinx, mostrándole orgullosa la reacción de Sevika. Sonriente, Jinx aplaudió con ambas manos y la felicitó.

—Tendremos que hacerlo en todas sus capas —comentó Jinx, ignorando la mirada de advertencia que le dio Sevika. Sabía que la haría pagar por eso más tarde.

Asintiendo con determinación, Isha estuvo de acuerdo. Luego, y para sorpresa de todos, su manita señaló hacia Silco, haciendo que el hombre se sintiera algo confundido.

—¿Qué sucede, pequeña? ¿Quieres algo? —preguntó Silco, dejando a un lado su vaso vacío para prestarle absoluta atención a Isha.

Frunciendo el ceño para pensar en cómo comunicarse, Isha señaló primero a la capa de Sevika y luego a los objetos sobre el escritorio de Silco cubiertos de dibujos de Jinx, para terminar señalándose a sí misma y mirando a Silco expectante y esperanzada.

Eran ojos tan diferentes, la profundidad de la miel brillante atrapándolo y asfixiándolo con la misma intensidad que ojos azules antes lo habían hecho. Todavía ocurría a veces, solo que ahora la mirada que recibía provenía del mar violáceo que le había salvado la vida a su portadora. Silco no la adoraba menos por eso y, ciertamente, no sería con Isha que aprendería a controlarse.

—¿Quieres pintar algo mío también? —supuso Silco, viendo a Isha sonreír contenta y asentir.

—Ah, esto será interesante —farfulló Jinx, apoyando su peso contra el brazo de Sevika, quien rápidamente la rodeó por costumbre.

Silco determinó que tendría que acostumbrarse.

—¿Esto te parece bien? —sugirió Silco, señalando el chaleco que estaba usando en ese momento. Isha asintió de inmediato, haciendo gestos de agarrar con las manos. Silco sonrió—. Está bien, está bien —dijo, desabotonando el chaleco y quitándoselo—. Aquí tienes.

Isha soltó un gritito feliz, corriendo hacia donde habían dejado las pinturas y extendiendo el chaleco sobre la alfombra de inmediato. Jinx soltó una risilla por lo bajo, alejándose de Sevika con una caricia ligera en su brazo y yendo hacia Isha. Silco las observó fascinado.

—Siempre igual de dominado por niñas pequeñas —comentó Sevika con una sonrisa ladina.

—No creo que estés en posición de decir algo al respecto, Sevika —repuso Silco, alzando una ceja. Su atención fue dividida de nuevo hacia donde Jinx planeaba con Isha qué dibujar en su chaleco—. No obstante, en mi defensa, mi nieta es adorable.

«Sí, lo es», pensó Sevika, mirando con aprensión la hogareña escena.

—Imagino que el asunto de la limpieza fue llevado a cabo con eficacia —comentó Silco casualmente, encendiendo su tabaco y pasándole el fuego a Sevika al verla sacar un  cigarro.

—Creo que esta vez tardará más tiempo antes de que alguna rata tenga el valor de salir de su alcantarilla —respondió ella, aspirando el humo hacia sus pulmones y cerrando los ojos apenas un segundo.

—Bien.

—¿El asunto de la hermana y la piltie? —preguntó Sevika, no habiendo podido tranquilizarse desde el encuentro con Vi hacía dos días atrás. Seguía esperando algún ataque por la espalda desde las sombras allí a donde fuera.

—Leí el documento que enviaron. La propuesta es pagarle a Zaun en cuotas mensuales la deuda por el tiempo de explotación a cambio de que estemos dispuestos a comerciar los materiales de nuevo con ellos por un precio justo.

—¿Y la trampa?

—No encuentro ninguna por el momento, pero esta noche la vigilante viene a reunirse frente a frente conmigo. Tendrás que estar aquí.

Sevika miró de reojo a Silco, la pregunta evidente en el destello gris de sus ojos. Silco expulsó el humo en una exhalación cargada e indiferente.

—La hermana se queda afuera, solo viene a escoltar a la vigilante. No confío en que se controle si te ve.

Apenas haciendo un sonido de concordancia, Sevika le dio otra calada a su cigarro y siguió mirando a Jinx e Isha dibujar el chaleco de Silco, aunque la forma distraída en que Jinx estaba sentada le hizo saber a Sevika lo que su mente enferma estaba planeando.

Ella iba a quedarse, ella iba a hablar con Vi.

La última Gota estaba rebosante de vida cuando Caitlyn y Vi entraron al lugar. Varios clientes en las mesas bebiendo y apostando, otros jugando al billar, el barman preparando una fila de bebidas. Vi no recordaba haberlo visto así durante su corto tiempo en Zaun al salir de prisión, aunque tampoco era que estuviera prestando atención de todas formas.

Con su llegada, varios ojos se posaron en ellas. Vi no estaba exactamente contenta con eso. Su mano fue hacia la de Caitlyn de inmediato, avanzando por el bar hasta llegar a la barra. Una sola mirada en su dirección, y la persona detrás supo quienes eran.

—Silco espera a la piltie en su oficina —informó Ran, señalando hacia las escaleras a su izquierda—. Solo a la piltie.

—Eso no va a pasar —espetó Vi, siendo contenida por la mano de Cait apretando su agarre.

—Entonces beban algo o retírense —advirtió Ran, su mano descansando casualmente encima de una pistola visible al otro lado de la barra.

—Vi, escúchame —pidió Cait, dándole la espalda a Ran y atrayendo la atención de Vi al acunar su rostro—. No vinimos hasta aquí para nada. El Concejo sabe dónde estamos y Silco no es tan estúpido como para hacerle daño a la heredera de la casa Kiramman sabiendo lo que eso puede hacerle a la paz entre ambas naciones.

—No vas a ir allí sola.

—No me van a dejar ir contigo y no voy a volver sin verlo, así que siéntate en la barra o da una vuelta —repuso Caitlyn, intentando ser la voz de la razón cuando sabía que Vi estaba motivada por la llama inestable que los últimos días habían encendido.

Con un gruñido molesto, Vi asintió levemente, soltando la mano de Cait y viéndola subir las escaleras hacia la oficina de Silco. La mirada desinteresada, pero insistente, de Ran irritó a Vi. Se sentía una forastera en su propia tierra.

Un movimiento detrás de Ran atrajo su atención. En una banqueta detrás de la barra, la niña que ella había visto aferrada a Sevika estaba sentada jugando con una bomba de pintura hecha por Jinx, su casco adornado con garabatos familiares y manchas de pintura seca en sus deditos.

Vi en serio no había tenido intensiones de herirla. La había visto envolverse en Sevika cuando su puño ya iba en dirección a su rostro. Agradecía infinitamente el disparo de Caitlyn que rompió el guantelete, no le habría dado tiempo a detener el golpe y jamás se perdonaría si algo le pasaba a la niña. 

Los ojos de la niña se enfocaron en ella, rencorosos y con apenas un destello bien disimulado de miedo. Vi suponía que se lo merecía.

Frunciendo el ceño y suspirando rendida, Vi metió ambas manos en los bolsillos de su chaqueta negra y salió del bar, dejado detrás cualquier recuerdo que tuviera del lugar.

El aire de Zaun era más liviano de lo que ella recordaba, aun cuando su cuerpo parecía haberse acostumbrado al aire puro de Piltover, todavía no olvidaba lo que era pertenecer a Los Carriles.

Un destello violeta y azul se movió por los carriles superiores, haciendo a Vi girar en busca de la causa. La silueta que desapareció en la oscuridad era apenas divisible, pero Vi se arriesgó de todos modos.

Ascendiendo por la cara lateral de la edificación más cercana, Vi saltó de un techo al otro, llegando al carril más próximo y corriendo en la dirección en que vio ir a Jinx. Sus pies la llevaron por el camino familiar, la terraza en la que compartió infinidad de noches con su hermana la esperaba vacía y llena de melancolía.

Vi cayó sobre el techo, apenas jadeando, y se dejó envolver por el paisaje que hacía unos años era más deplorable y tóxico. Zaun había cambiado.

—Fascinante, ¿no es cierto? —comentó Jinx, apareciendo de entre las sombras y caminando hasta detenerse al lado de Vi.

—Nunca pensé que veríamos Los Carriles así.

—Vander lo pensó alguna vez, está fue su visión —dijo Jinx, apoyando ambas manos sobre el borde del muro que impedía la caída.

—¿Eso te dijo Silco? —cuestionó Vi con cierta irritación, descansando su peso sobre sus antebrazos contra el muro.

—Eso leí de su puño y letra en el diario que Silco negaría hasta la muerte todavía conservar.

Vi guardó silencio, admirando la ciudad que la había visto crecer y encontrándola extraña, la realidad de lo que apenas fue un sueño que no le perteneció del todo.

—Lamento lo de la niña. Intenté detener el golpe apenas la vi, pero mi cerebro no conectó lo suficientemente rápido.

—Nunca has sido la más achispada, hermana —comentó Jinx con una risilla, haciendo a Vi soltar una risa queda.

—¿Hermana? —repitió Vi dubitativa, un aire aprensivo en sus palabras—. Creí que ya no éramos eso.

—Dije lo que tenía que decir para que te alejaras —respondió Jinx, sus dientes enterrándose en su labio inferior—. El hecho de que no te matara aun cuando atacaste a Sevika prueba que todavía somos hermanas.

—¿Sevika y tú…?

—Nunca pasó nada indebido —aseguró Jinx de inmediato—. De niña le era indiferente y de adolescente nos odiábamos, las pocas veces que interactuábamos queríamos matarnos. Aun queremos, a veces, pero en lugar de disparar o golpear, sacamos la frustración de otra forma.

—Información que no necesitaba respecto a mi hermanita —repuso Vi, haciendo una mueca de desagrado que hizo reír a Jinx.

—¿Desde cuándo eres tan pudorosa? ¿Me vas a decir que no follaste hasta el cansancio en esas celdas de la prisión entre peleas, tatuajes y piercings?

Vi desvió la mirada, sintiendo el calor inundar su rostro y una sonrisa avergonzada romper su expresión de seriedad. Sería hipócrita de su parte criticar cualquier actividad de Jinx cuando ella misma tenía su recorrido con gente igual o peor que Sevika.

—Está bien, admito eso, pero… ¿Sevika? ¿En serio? —Vi miró a Jinx de reojo, una ceja alzada y una sonrisa suave apenas empezando a curvar sus labios.

—Empezó como algo físico —respondió Jinx, alzando los hombros—. Hice lo que pude para atraerla a la tentación; y no fue fácil porque pese a querer meterme una bala en la cabeza, seguía siendo la hija de Silco, así que ella me respetaba de cierta forma. Después de esa primera noche, la parte física nos mantuvo unidas y antes de darme cuenta, mi día a día se iluminaba alrededor de los momentos en que ella estaba cerca.

—Tú en serio quieres estar con ella —susurró Vi, más para sí misma que para Jinx, pero recibió un firme asentimiento de todas formas—. ¿Y la niña?

—Lo mismo que pasa con todos en Los Carriles. La encontramos y nos la quedamos al ver que no era de nadie.

—Sí, eso suena familiar —comentó Vi, haciéndolas a ambas reír quedamente.

El silencio se extendió entre ellas, confortable y ya no un enemigo, la distancia que las había separado desapareciendo poco a poco.

—¿Es cierto que Piltover quiere pagar la deuda por los crímenes de abuso a Zaun?

—Uno de los creadores del Hextech es zaunita —respondió Vi, dándole la espalda a la ciudad y descansando sobre sus codos—. Quiere dejarle a Zaun algo de todo lo que construyó, así que forzó al Concejo a aceptar. Es posible que Cait sea la mediadora como sheriff e hija de la Concejala Kiramman.

—Escalando alto, hermana.

—Cállate —espetó Vi sin rudeza, ambas riendo.

—Oye —Jinx mordió su labio inferior, tambaleándose en sus talones un par de veces de forma nerviosa—, si tu novia va a estar yendo y viniendo, eso significa que también tú, ¿no? —Vi asintió lentamente, sopesando a dónde iba Jinx con esto—. Entonces, si prometes no intentar matar a mi mujer de nuevo, quizás podríamos pasar tiempo juntas.

—Yo…, eso me encantaría —respondió Vi, intentando contener las lágrimas en sus ojos sin éxito.

Sonriendo, Jinx se tiró contra ella, envolviéndola en sus brazos y siendo abrazada por Vi. El calor familiar que apenas habían compartido calmó un dolor que ambas habían opacado con otras emociones, pero que nunca habían logrado erradicar. Eran hermanas, después de todo, estaban destinadas a estar juntas…

«…incluso a mundos de distancia».

Sevika cerró la puerta detrás de la piltie, inspirando profundamente para centrarse después de una larga reunión incómoda para todos los presentes, pese a no haberlo demostrado. Al menos Piltover le pagaría a Zaun una suma considerable.

—Solo podemos usar el dinero en escuelas, hospitales, fábricas, cosas que ayuden a la población —comentó Silco, releyendo el manifiesto que Caitlyn había traído consigo.

—Solo con eso significa que el dinero de nuestros negocios se queda en nuestros bolsillos y la población tiene trabajo y no muere de hambre —analizó Sevika, sirviéndole a ambos un trago de lo más fuerte de las botellas y despatarrándose en el sofá, su capa tirada hacia un lado.

Prefería no recordar la diversión en la mirada de la jodida piltie al verlos a Silco y a ella con los dibujos en sus ropas. Zaun iba a tener un festín con esto.

—Me parece un buen trato.

—Nunca dije que no lo fuera —repuso Silco, encendiendo su tabaco y lanzándole su encendedor a Sevika.

Sevika lo atrapó con facilidad, encendiendo su propio cigarro y descansando la cabeza contra el espaldar del sofá. Necesitaría dos días de descanso seguido para reponerse a la tensión de la última semana, pese a saber que no había tenido siquiera un día en años.

—Mantendremos a Jinx fuera de esto, está demasiado involucrada con lo de su hermana —dijo Silco, apartando el manifiesto hacia la esquina de su escritorio.

—Lo más coherente que te he escuchado decir en años —repuso Sevika, expulsando el humo hacia el techo y viéndolo ascender en un intento por controlar su cansancio.

La oficina se sumió en un silencio pesado, el arrastre de años de lucha y destrucción interminables recayendo siempre sobre sus hombros. Aun con las décadas de diferencia entre ellos, había una historia de dolor marcada en sus existencias mismas que era imborrable. Una sombra que pesaba, arrastrándose detrás de ellos a todas partes, siguiendo sus mismos pasos.

—Tendrás que deshacerte de todos los chem-varones —dijo Silco, rompiendo el silencio después de minutos de paz.

Sevika frunció el ceño, alzando la cabeza para mirarlo, el final de su cigarro casi quemando sus labios al darle la última calada.

—Aceptar el dinero de Piltover los volverá más avaros, no podemos perder el control ahora, sería arriesgar el futuro de Zaun. Nosotros no funcionamos como Piltover y su Concejo inservible de nepotistas déspotas, dale un poco de poder a esas ratas traicioneras y te comerán viva. Tienes que eliminarlos.

—Déjame planearlo bien —accedió Sevika, finalmente alcanzando su bebida—. Si los cazo uno por uno, los últimos estarán en sobreaviso y me esperarán. Si los reúno a todos será más difícil matarlos. ¿Tengo permiso de que Jinx me asista? Sus artefactos letales podrían ser útiles en esto.

—Haz lo que consideres conveniente, la decisión es enteramente tuya —respondió Silco, el humo alzándose desde sus fosas nasales y su mirada inquietante fija en Sevika.

—¿De qué va esto? ¿Qué no me estás diciendo? —cuestionó Sevika, inclinándose hacia adelante y mirando a Silco con suspicacia.

La mirada de Silco vagó por Sevika, deteniéndose en la capa dibujada y siguiendo hacia la alfombra en la que hacía unas horas Isha pintaba alegremente.

Eso era lo que él quería para Zaun, niños que pudieran disfrutar su niñez sin tener que trabajar en las minas o en Los Jardines tan pronto la pubertad los alcanzaba. Era lo que Vander había querido antes de que el precio fuera demasiado grande para él.

—Estoy viejo, el control no permanecerá en mis manos para siempre y tú y yo sabemos que Jinx no es lo suficientemente estable para liderar Zaun.

Sevika decidió ignorar la extraña admisión de Silco sobre una debilidad o defecto de Jinx, algo que jamás había ocurrido antes, porque su mente estaba más enfrascada en el rumbo que había tomado la conversación y la idea que empezaba a crearse de hacia dónde iba Silco con esto.

—De entre todos los que alguna vez participaron en una revolución por Zaun, la más leal a la causa, a la nación, siempre fuiste tú. No quiero que heredes todo en el caos de mi muerte y lo que eso le hará a Jinx, prefiero que el paso de poder sea tranquilo y asegure la estabilidad de Zaun.

—Silco…

—No te estoy escogiendo porque estés con mi hija, lo hago porque creo que nadie se lo merece más que tú.

—¿La vejez te ha ablandado? —inquirió Sevika con un deje burlesco que Silco apreció.

—Puede ser —respondió él, aspirando su tabaco y expulsando el humo lentamente—. O puede que, habiendo visto mi sueño realizado, simplemente quiero hacer lo mejor para asegurarme de que dure.

—No me estás dando un aumento de sueldo, me están dando la posición de líder de la Nación de Zaun —protestó Sevika, mirando a Silco incrédula.

—Lo sé —contestó él con firmeza, alzando su tabaco a modo de brindis antes de volver a llevarlo a su boca.

Sevika lo observó algunos segundos más, leyendo claro como el día la seriedad en la decisión de Silco. Cerrando los ojos, Sevika respiró profundamente el aire cargado del humo nicotínico y especiado de su cigarro y el tabaco, y bebió de un trago el resto de su vaso.

—Lo haré —aceptó ella.

—Yo jamás lo dude —respondió él.

«Jodida mierda».

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HOLA, HOLA, HOLAAAAAA.

No supero a Silco y Sevika tan adorables alrededor de Ishaaaaaaaaa. La niña tiene un talento para dominar a los adultos en su vida que es imparable.

Dicho esto, ya solo queda un capítulo señores. Espero estén preparados.

En fin, Sevinx mi religión y los antis que se atraganten 🛐🛐🛐

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