Especial de Navidad: Parte 2
Las navidades de Ryan siempre le eran memorables. Recuerda que, cuando era niño, ansiaba que esa fecha llegara lo más pronto posible porque era uno de los pocos días al año en que su familia estaba completa y reunida bajo el mismo techo.
El doctor de su madre le daba permiso para que la sacaran del hospital, al menos para Nochebuena, y así pasara un momento con sus seres queridos antes de una muerte probable después de tanto batallar contra el cáncer.
Su padre, gran amante del trabajo, pedía el día libre en la oficina donde solía ser empleado antes de entrar en el mundo de la política. Pasaba por una tienda de barrio y ordenaba pollo rostizado con ensalada de papas, luego a la pastelería por una tarta de frutos rojos. Con mucha crema. A sus hijos les encantaba la crema.
No tenían una larga mesa ni un abundante banquete como otras familias, pero se tenían los unos a los otros y eso era más que suficiente para ellos.
También tenían un árbol enorme que días previos a la víspera de Navidad era adornado por Zoe y Ryan, quienes terminaban luchando en el suelo como dos animales por ver quién colocaba la estrella llena de brillantina dorada.
Las guirnaldas rodeándolo y las esferas colgando de sus ramas. Por último, las luces de tonos cálidos que emanaban una energía peculiar en aquella fría sala cuya chimenea siempre permanecía apagada.
Jamás le daban lugar al silencio, siempre había alguien riendo o contando alguna anécdota graciosa de años anteriores. A veces, se daban el lujo de abrir una sidra para brindar por la familia y el amor que, a pesar de todo, seguía manteniendo su optimismo de pie.
Los fuegos artificiales no tenían lugar en aquel vecindario; no cuando muchas personas de su comunidad habían expresado el malestar que el ruido ocasionaba en mascotas y parientes sensibles a él. Sin embargo, su padre siempre los sorprendía con esas varillas que lanzan chispas cuando las enciendes y te permiten trazar líneas anaranjadas en el aire.
¿Su parte preferida? Abrir los regalos y ver las caras de emoción de sus remitentes. Darse fuertes abrazos y agradecerle al otro por haber pensado en él al momento de comprarlo. Tal vez por eso disfrutaba ir de compras, contrario a quienes consideraban que era lo que mayor estrés conlleva en época festiva.
Ryan Davies amaba la Navidad. Por eso, cuando Oliver le confesó que no tenía buenos recuerdos de su fecha favorita quiso arrancarse el corazón. El rubio deseaba que su novio pudiera sentir la misma emoción que él sentía cada vez que realizaba pequeñas acciones que alimentan el Espíritu Navideño en las personas de bien. Ir de compras, ver las calles decoradas con adornos rojos y verdes, armar el árbol juntos. Cosas que ya formaban parte de la cultura popular y que nunca se ponían en discusión.
Pero Oliver Fields siempre le había parecido un reto. Uno maravilloso, obstinado y muy hermoso, pero un reto al fin y al cabo.
Y de la misma forma que se había propuesto a conquistarlo teniendo todo en contra, tuvo como meta principal lograr que el castaño comenzara a apreciar la Navidad al igual que el resto. Se tuvo tanta confianza en sí mismo y estuvo tan seguro de que su plan funcionaría que la decepción fue más fuerte de lo que creyó cuando pasó todo lo contrario.
Oliver estaba triste y se sentía completamente responsable por ello. Ya habían pasado varios días desde su salida al centro comercial, su departamento estaba lleno de decoraciones bonitas y llamativas, incluso había horneado galletas con chispas de chocolate que fueron atacadas por Pelusa apenas salieron del horno. A pesar de esto y de que la Navidad estaba cada vez más cerca, Ryan se sentía diferente. Como si una nube negra tapara de repente el hermoso sol en un día de playa, arruinando toda la energía positiva a su alrededor.
¿Eso quería decir que Oliver era su nube negra? Para nada. Simplemente, sentía que había hecho algo incorrecto y que la Ley del hielo que le estaba aplicando el castaño era consecuencia de eso.
Sus respuestas se limitaban a un mmh apenas audible y apenas le dirigía la mirada. Al principio creyó que estaba enojado, pero descartó la idea cuando una noche lo escuchó llorando en el baño antes de tocar la puerta porque quería darse una ducha. No, su Oliver no estaba molesto. Era algo peor porque estaba triste, agotado y con sus hermosos ojitos apagados.
Quiso matarse al llegar a la conclusión de que todo había empezado por su insistencia de contagiarle su emoción por los rituales propios de las fiestas.
Oliver nunca le había dicho que estaba de acuerdo con eso. Al contrario, se la pasó quejándose durante todo el día e incluso le había pedido volver a casa en alguna que otra oportunidad. Pero Ryan hizo caso omiso a sus peticiones, como si no supiera que Oliver, además de odiar a la gente, detestaba sentirse como un bicho raro.
Ryan era un pésimo novio porque no respetaba al cien por ciento los gustos y disgustos de Oliver. Ahora las cosas entre ellos se habían puesto extrañas, como lo eran antes de declararse sus sentimientos.
—Algo pasa entre esos dos —le murmuró Rose a su marido mientras le ayudaba a poner la mesa. Tenían una vista perfecta de la sala de estar, donde Zoe le enseñaba a Oliver las nuevas flores que había añadido a su cuaderno. Ryan estaba sentado en otro sillón, manteniendo una sospecha distancia entre los hermanos y él mismo—. No vinieron tomados de la mano como de costumbre ni se sentaron en el mismo sillón de siempre.
—Quizás son solo ideas tuyas —respondió el hombre sin darle mucha importancia, aunque levantando su mirada para corroborar sus dichos—. Es Nochebuena y ambos sabemos que Ryan estaba muy ansioso por traer a Oliver para que pase las fiestas con nosotros por primera vez. Además, Oliver ama mucho a su hermana y se siente culpable por no haber estado con ella en sus primeros años de vida. Tiene sentido que le preste más atención a ella que a su novio, ¿no?
—Puede ser, pero debes ver más allá. Nuestro hijo está triste, solo míralo. No para de mirarlo, pero tampoco se atreve a decir una sola palabra. ¿Y si pelearon? Digo, no sería la primera vez y es normal que las parejas peleen. Pero, ¿de verdad no entiendes lo que trato de decir?
El señor Davies terminó de colocar el último plato en su lugar y se dedicó a analizar bien la escena. Entre Ryan y Oliver había una clara distancia. Ryan estaba tenso, se mordía mucho el labio inferior y jugaba con los anillos de sus dedos. Oliver parecía abocado a lo que sea que Zoe le estuviese contando, pero a su vez estaba ido, como si sus pensamientos estuvieran en otro lugar.
Finalmente, suspiró.
—Lo admito, tienes razón —en Rose se dibujó una sonrisa, satisfecha por su victoria—. Iré a hablar con Ryan. Revisa el puré de calabaza por mí, por favor.
—Claro, cariño. Suerte.
Cruzó medio comedor hasta llegar a la sala que ahora era prisionera de un incómodo silencio.
Zoe fue la primera en notar la llegada de su padre, quien le hizo señas disimuladas indicando que quería hablar con su hermano a solas.
Dicen que los niños pueden llegar a ser más inteligentes que los adultos y Zoe era prueba de ello, pues entendió a la perfección el mensaje y llevó a Oliver a su habitación con la excusa de querer enseñarle su colección de algas marinas.
Una vez estuvieron solos, el hombre tomó asiento junto al rubio quien, confundido, se limitó a sonreír de lado con incomodidad.
—Tu madre cree que te pasa algo.
—Y tú estás de acuerdo con ella, de lo contrario no estarías aquí.
—Es correcto. Y ahora que estamos siendo tan directos el uno con el otro, dímelo. ¿Qué te tiene tan decaído?
—No es nada.
—¿No es nada? —preguntó con incredulidad—. Llegó tu día favorito del año y estás más deprimido que oficinista a las tres de la tarde de un martes. ¿Y quieres que crea que "no es nada"?
—Me corrijo. No es nada que tú o mamá puedan solucionar, ni siquiera yo puedo.
—¿Se trata de Oliver?
—¿Cómo sabes? —preguntó mirándolo a los ojos por primera vez desde que había llegado a su casa.
—Una vez me dijiste que él es como un problema sin solución —recordó entonces—. No podemos arreglar a las personas, hijo, mucho menos a aquellas que saben cuán rotas están.
—No quiero arreglarlo, me gusta tal y como es. Pero no puedo evitar sentirme de esta forma cuando he hecho de todo para que se sienta feliz.
—¿Te ha dicho que no es feliz?
—No.
—¿Entonces?
—Oliver nunca celebró la Navidad, papá. Jamás armó el árbol, hizo galletas de jengibre ni envolvió regalos. Ni siquiera estoy seguro de que haya recibido un presente alguna vez. En su casa, las fiestas no existían y le han arrebatado la parte más bonita de la infancia de los niños. Yo traté de hacerle vivir cada tradición navideña para que sintiera la misma euforia que siente todo el mundo en estas fechas. Fracasé, lo eché todo a perder y ahora apenas me dirige la palabra. Estoy... Estoy enojado. No con él, sino conmigo porque no supe respetar su negativa ante mi insistencia. ¿Qué puedo hacer para que me perdone?
Su padre analizó cada palabra, cada expresión, y luego de unos segundos en silencio solo pudo echarse a reír mientras negaba varias veces con la cabeza. Ryan le miraba atónito, tratando de buscar lo gracioso entre tanta angustia expresada. Creyó que al contarle de esto a un adulto experimentado podría tener algún consejo o solución a su problema, pero solo se había ganado una respuesta burlona por parte de nadie más ni menos que el alcalde de San Francisco.
—¿Ya terminaste?
—Lo siento, hijo. Es que los veíamos tan decaídos que creí que se trataba de algo más grave que esto.
—¿Y no lo es? —ya estaba bien, después esta burla seguramente tendría el valor para arreglar las cosas con Oliver. Solo faltaba que el castaño se burlara también y ya sería el colmo—. Papá, no me estás ayudando.
—Ryan, a veces eres muy tonto.
—Sí, Oliver me lo dice muy seguido.
—¡Ay, hijo mío! —exclamó, dándole unas cuantas palmaditas en su espalda—. No creo que Oliver esté enojado contigo, sino consigo mismo.
—No entiendo —le admitió.
—Él entiende lo mucho que amas la Navidad y cuánto deseas que sienta lo mismo que tú, pero también sabe bien que no puede obligarse a amar algo a lo que no está acostumbrado. ¿Recuerdas la vez que te llevé a ver el estreno de la séptima película de Star Wars?
—Recuerdo que todos en la sala estaban muy emocionados, sobre todo en la escena donde salió Han Solo.
—Exacto. Todos en la sala, excepto tú. ¿Por qué crees que fue eso?
—Porque nunca había visto la saga y ni siquiera era tan fanático como los demás. Incluso llegué a sentir que te estaba fallando porque no pude conectar con tu emoción por esa película.
—Eso que te pasó es lo mismo que le pasa a Oliver con la Navidad. Incluso sabiendo lo mucho que te emociona esta fecha, él no puede conectar contigo por más que lo intente.
—¿Y siente que me está fallando por eso?
—Es una teoría, pero nunca lo sabrás a menos que hablen —se levantó del sillón ante el llamado de Rose, quien dio aviso de que la cena ya estaba lista—. Iré a darle una mano a tu madre. Recuerda, Ryan. La comunicación es muy importante para mantener una relación. Habla con Oliver de esto y verás que él también aprenderá a disfrutar de la Navidad.
Con una última sonrisa, el señor Davies se retiró de la sala al mismo tiempo que Zoe y Oliver bajaban casi corriendo las escaleras.
Antes de que se le pudiera escapar al comedor, donde sus padres y su hermana ya estaban entablando una conversación amena, Ryan tomó a su novio del brazo y le obligó a quedarse ahí con él.
El castaño no dijo nada, simplemente se limitó a observar al rubio que luchaba consigo mismo para encontrar la forma de iniciar la charla. Sabía que su padre tenía razón, puesto que Oliver y él desde un comienzo habían basado su relación en la comunicación. Sin embargo, estos últimos días y con el estrés de las fiestas, había olvidado el importante papel que tenía la palabra entre ambos. Fue su error.
—¿Podemos hablar?
—Ya estamos en eso —respondió, burlón. Al ver una leve sonrisa en el rostro del más alto, supo que sus nervios se estaban disipando—. ¿La estás pasando bien?
—No tanto como me gustaría —se sinceró, agachando su cabeza.
—Lo siento.
—No te disculpes, soy yo quien debería hacerlo —volvió su mirada a él, esta vez apenado—. Lamento haberte puesto bajo tanta presión, no lo hice con malas intenciones.
—Lo sé, Ryan. No estoy molesto contigo, sino conmigo por no poder ponerme en tu lugar.
—No es necesario que lo hagas. Ahora lo sé, pero llegué a esa conclusión muy tarde. No tenemos que tener muchas cosas en común para querernos. Porque te quiero, ¿lo sabías?
A Oliver se le escapó una risita nerviosa. Ryan era ridículamente tierno y romántico, demasiado para su pequeño corazón.
—Tú no me quieres, me amas y eso es suficiente para mí.
—Entonces, ¿ya está todo bien entre nosotros?
—Nunca dejó de estarlo.
—No quiero romper su burbuja de amor, pero la cena se está enfriando —Zoe apenas se asomó detrás del muro con una expresión molesta, aunque ninguno la tomó en serio porque su tono no denotaba molestia alguna—. Más les vale que mi regalo sea bueno porque ser su hermana no es nada fácil para mí.
—Uy, sí. Y por eso prácticamente ya nos invadiste nuestro departamento.
—Técnicamente es de papá porque él lo compró, por ende es mío también. No se tarden.
Una vez la niña desapareció por donde había llegado, Ryan pasó sus manos alrededor de la cintura del contrario, ganándose una mirada hostil de su parte.
—Tu madre va a venir por nosotros si no vamos —le reprochó.
—No veo que estés poniendo resistencia para quedarte. Quería mostrarte una última tradición navideña antes de cenar. De hecho, es la primera vez que voy a formar parte de ella también.
—¿De qué se trata?
—Solo mira hacia arriba.
Oliver obedeció.
—¿La mancha en el techo? Creo que es nueva.
—¿Qué? —Ryan copió su acción, encontrándose con la dichosa mancha negruzca haciéndole compañía al candelabro de cristales—. Se supone que debería haber un muérdago. ¡Zoe, tenías una sola tarea!
—¿Un muérdago? ¿De una planta colgando de un hilo depende que puedas besarme?
—Deja de criticar las tradiciones, ya pasamos por esa oscura etapa. ¡¿Y ahora de qué te ríes?!
—Te ves alterado.
—¡Es que me parece el colmo! Primero papá y ahora tú. Ya no tengo ni cómo hacer para terminar bien esta Nochebuena.
Oliver no soportó más y aplastó las mejillas del rubio con sus manos, haciendo que sus labios parlanchines callaran y formaran un tierno piquito.
—Podrías solo besarme y ya.
—Pero el muérdago...
—Es ridículo.
—Oliver.
—Así me llamo.
—Deja de hacer eso.
—¿Hacer qué?
—Hacer que quiera pasar el resto de mis navidades contigo.
Ante su asombro, Ryan aprovechó para sujetar las manos que habían atrapado su rostro y unirlas con las suyas. Se acercó con rapidez a los labios del castaño, robándole un beso. Fueron unos segundos que Ryan sintió eternos después de tantos días estando distanciados. Se sentía en las nubes otra vez.
—Ya nos tardamos mucho —las orejas de Oliver se pintaron de rojo, al igual que sus pómulos—. Tus padres esperan.
—Es cierto, vamos.
Y mientras tomaban asiento ante la atenta mirada de Rose y las burlas de Zoe, Ryan no pudo evitar sentir que su corazón saldría disparado de su pecho cuando oyó a Oliver susurrar.
«—Creo que estoy empezando a amar la Navidad»
Al final, Oliver solo necesitaba una cosa para que el Espíritu Navideño se apoderara de él: sentirse amado.
***
¡Feliz Navidad, mis amores!
Ya terminamos con este especial, así que espero que les haya gustado❤️🩹
Amor infinito para ustedes🦔
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