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2. Los caminos de la vida

Capítulo 2: Los caminos de la vida

—¡Ese grandísimo hijo de perra!

Oliver pegó un salto en su asiento al oír a su padre insultar desde el asiento delantero, olvidando por completo en qué estaba pensando segundos atrás. Aunque seguía con los audífonos puestos, la poderosa voz del hombre perforaba sus tímpanos sin problemas.

—No grites en el auto, Albert —reprochó en un tono sutil su esposa, mientras le daba unos últimos retoques a su maquillaje. Las panelistas últimamente le criticaban hasta qué grano nuevo le salía en la cara, por lo que había puesto todo su esmero y fortuna en lucir espléndida esa tarde—. No te da una buena imagen.

—¡No pedí tu opinión, mujer! —vociferó con la vista aún inmersa en su teléfono. Oliver rodó los ojos sin disimulo, agradeciendo lo distraídos que estaban sus padres como para notar tal falta de respeto—. El tal Rogger Davies volvió a hacer de las suyas. Maldito sinvergüenza.

Oh, eso.

El nombre de Rogger Davies ya se estaba volviendo muy usual en el vocabulario de su padre, acompañado siempre de algún insulto. Todo había comenzado a inicios de su campaña electoral cuando se enteró de que el partido de la segunda fuerza tenía un nuevo candidato.

Al principio no le había tomado mucha importancia, puesto que su enorme ego le impedía creer relevante a un tipo cuyo apellido no le sonaba en lo más mínimo. Albert había iniciado su carrera política desde hacía más de treinta años, por lo que un nombre cualquiera de la lista no podía hacerle competencia.

Subestimar a Rogger había sido su error número uno. A ese le siguieron muchos más que ahora mismo le estaban pasando factura en los resultados de la encuesta publicada recientemente.

—¡Me ganó por tres puntos en la maldita encuesta! ¿Puedes creerlo, Dorothy?

La mujer suspiró con pesadez. A veces su esposo perdía la cordura, ya no tenía remedio negarlo.

—Sí, cielo, lo creo. A diferencia de ti, yo sí puedo aceptar que ese hombre te ha estado superando en todos tus intentos de simpatizarle a las nuevas generaciones de votantes.

—¡Dorothy, no digas eso! —chilló como un niño pequeño y se cruzó de brazos, ofendido por el nulo apoyo de su mujer—. Sirve de algo y ayúdame a pensar cómo remediar esto.

—Bueno, hay dos caminos —la mujer le echó un veloz vistazo a su hijo por el retrovisor, quien le dedicó una sonrisa amplia, pero que parecía triste y decaída. Sabía que a Oliver no le gustaba que discutieran de política en el auto; ya bastante tenía el pobre chico con tener que asistir a esa reunión de beneficencia en contra de su voluntad—. Puedes renunciar a la política antes de que te conviertan en un meme, o empezar a lanzar una campaña por redes sociales para que los jóvenes de ahora crean que eres un viejo buena onda.

Oliver no pudo contenerse y estalló en carcajadas. Albert le miraba con el semblante serio, señal de desaprobación ante tan infantil conducta; al joven Fields no pudo importarle menos. Y es que cuando ves a menudo la decepción en los ojos de tus parientes, te terminas acostumbrando y te da lo mismo.

—Ríete bien —soltó, tosco, a medida que entraba al complejo y buscaba un lugar con sombra para aparcar el vehículo—. Los votantes no me tomarán en serio si me haces quedar mal.

Oliver resopló, quitando así un mechón de pelo rebelde que buscaba arruinarle el peinado que tanto le había costado hacerse esa mañana. El gel era refrescante pero ya sentía cómo se le endurecía hasta el cerebro por la cantidad que Albert le había obligado a echarse.

"Una figura pública siempre debe verse bien para las cámaras", fueron sus palabras exactas cuando comenzaba a quejarse de que se quedaría calvo si seguía echándole productos a su pelo.

El muchacho desconectó sus audífonos de un tirón y los arrojó en los asientos, guardó su teléfono en el bolsillo del saco azul y abrió la puerta del auto para respirar aire fresco. Los viajes, por más cortos que fueran, solían agotarlo de sobremanera y provocarle náuseas. Eso o el hecho de estar más de una hora con su controlador progenitor en un espacio reducido y sin poder saltar por la ventanilla como todo un desquiciado. Algún día lo intentaría.

Lo primero que divisó fue la fila de periodistas de los canales nacionales más importantes, junto a los fotógrafos de las revistas de chismes. Esas que solían leer las mujeres cuarentonas que no tenían nada más interesante para hacer que meterse en las vidas ajenas; incluso si eso justificaba la invasión a la privacidad de Oliver, que se aguantaba las ganas de gritarles toda clase de improperios.

Respirar y sonreír. Sonreír y respirar.

Todo sea porque su padre gane las elecciones, otra vez, y vuelva a la falsa tranquilidad de no tener que fingir ser ese prototipo de niño perfecto del que tanto le gustaba alardear.

—¡Señor Fields! —llamaba uno de los reporteros—. La información obtenida de la última encuesta a los habitantes de la ciudad indica que quedaría en segundo lugar en la elección al próximo alcalde. ¿Qué nos puede decir sobre esto?

Oliver aprovechó ese momento como una oportunidad para pasar de largo a las cámaras que tan nervioso lo ponían. Algunos de sus conocidos llegaban a burlarse de él por su reciente pánico a los flashes y todo lo que tuviera que ver con una cámara de video.

Para ellos era sencillo reírse, y eso le ponía los pelos de punta. Claro, ninguno de ellos había crecido con la presión de ser "el hijo de..." y podían hacer de sus vidas lo que se les diera la regalada gana.

Oliver los envidiaba tanto.

Encerrado en sus pensamientos, caminó sin rumbo por los jardines de aquel predio tan bonito que se había seleccionado para la celebración. No es que a los políticos realmente les interesara salvar el refugio de animales de la zona sur de la ciudad, pero con la excusa de asistir a una fiesta todo era válido.

Cuando llegó a la zona de los establos, unos sonidos extraños erizaron todo el largo de su cuerpo. Se quedó inmóvil, procurando no ser descubierto.

Oliver Fields era un ser humano bastante curioso. Sin embargo, no le daría el lujo a cualquiera de acusarlo de chismoso. Eso ni soñarlo.

Paso a paso, se fue adentrando en el hogar de los caballos de campo. El olor a desechos fecales era insoportable. ¿A quién diablos se le ocurría ocultarse en un lugar tan asqueroso como aquel?

Escuchó unos pasos acercándose a él y se quedó estático. Si llegaban a descubrirlo, perjudicaría muchísimo a la perfecta imagen que los reporteros tenían sobre él y su padre. La curiosidad, oh, maldita curiosidad que siempre lo metía en problemas.

Cerró los ojos, intentando tranquilizar los insoportables latidos de su corazón. Solo esperaba a que la pareja se marchara rápidamente y que nunca se enterasen de que había oído parte de su intimidad.

—¿Qué haces?

Oliver pegó un salto en el lugar y dejó escapar un gritito agudo.

Una joven chica pelirroja le miraba con una expresión divertida, mientras Oliver se debatía mentalmente una excusa perfecta para evitarla.

—Casi me matas del susto, Deva —reprochó el castaño con una mano tocando su pecho.

—Mi madre dice que eso es porque estabas haciendo algo que no debías —dice, subiendo y bajando sus cejas—. Nunca hubiera imaginado que eres del tipo pervertido, Oliver.

—¡Nada de eso! Solo pasaba y sin querer escuché.

—Ay, ajá. Como sea, tus padres me mandaron a buscarte. Tu papá no se veía muy contento cuando se dio cuenta que te escabulliste de la prensa, otra vez.

Oliver rodó los ojos. Ya ni siquiera podía tener un segundo en paz.

Deva relajó un poco sus expresiones, sintiendo como suyo el cansancio de su mejor amigo. Como hija de un funcionario público sabía más que nadie cómo se sentía Oliver y no era para menos. Ya empezaban a notarse las ojeras causadas por el insomnio; ni Oliver ni ella tenían días libres cuando se trataba de épocas electorales.

Al menos su padre ya tenía un cargo como senador y no le insistía tanto para que apareciera en espacios públicos. Aun así, su madre y ella no se salvaban de asistir a este tipo de eventos, así como Oliver y Dorothy eran arrastrados por Albert para presumir a su familia.

—Ánimo, Oliver, que no es el fin del mundo —el aludido apenas pudo sonreír. Deva siempre solía sacarle una sonrisa sincera; ella era el mejor y único apoyo que tenía en momentos como este donde odiaba existir—. La fiesta solo durará un par de horas, pero tenemos que estar presentes, aunque sea para saludar. Además, quiero presentarte a un amigo de la universidad.

Siendo llevado a rastras por Deva, regresaron a la zona donde se serviría el almuerzo. Los camarógrafos y fotógrafos mantenían distancia a petición de los organizadores para evitar incomodar más de la cuenta a los invitados.

A sus familias les había tocado la misma mesa, por lo que se encontraron con sus padres platicando animadamente. ¿Sobre qué? Pues, política.

—Entiendo que el Congreso quiera actualizarse con el mundo de hoy en día, Senador Lussac, pero también deberíamos preservar los valores con los que las generaciones de bien fuimos forjadas.

—Hemos sido buenos amigos desde ya muchos años, Albert —el Senador Lussac, padre de Deva, mantenía un porte sereno y el tono de su voz era respetuoso; contrario a cómo se expresaba el padre de Oliver—. Sin embargo, eso no me impide diferir con muchos de tus principios moralistas. Creo que las generaciones venideras merecen vivir de la manera en que muchos de nosotros no pudimos gracias a los prejuicios que las "generaciones de bien", como tú las llamas, se esmeraron por mantener.

—Entonces, mi amigo, estás diciendo que estás dispuesto a perder los futuros votos de los sectores conservadores en las reelecciones solo para darle el gusto a un pequeño grupo de gente desviada.

"Gente desviada", repitió Oliver en su cabeza. Esa expresión solía generarle un mal sabor en la boca.

—¿Qué importancia tiene eso cuando el cambio puede hacerse ahora? Albert, de eso trata la política, la verdadera política. De personas que tienen la oportunidad de tomar decisiones ahora para mejorar el mañana de los demás. Dime, ¿de qué sirve mantener felices a los sectores conservadores y a la Iglesia cuando ellos siempre han tenido beneficios?

—No puedes tener feliz a todo el mundo, Senador —replicó su padre, con ese tono que le decía que ya se estaba hartando de que no le diera la razón—. Lo mismo pasó con los afrodescendientes y latinos, y mira cómo estamos nosotros ahora. En la tele ves más gente negra en puestos altos de gobierno y celebridades que salen de los barrios bajos que ganan más popularidad. Incluso con Obama nos veíamos obligados a respetar a la gente de su raza solo porque él quería una igualdad que se transformará tarde o temprano en un problema más grande.

Oliver observó con detalle al Senador Lussac, notando una pequeña mueca de disgusto ante las palabras racistas de Fields. Luego, una sonrisa falsa surcó sus labios, mostrando que le daba la razón al candidato para futuro alcalde de San Francisco.

Y con ese simple gesto, Oliver se había dado cuenta que el padre de su amiga decidió callar para no tener que seguir discutiendo con alguien tan cerrado de mente y opuesto a sus ideales. A veces deseaba tener telepatía para entrar en la mente de ese admirable señor y saber si realmente apoyaba la campaña de su padre o simplemente lo hacía por pura empatía.

Para acabar con la tensión del ambiente, Dorothy carraspeó y dirigió su mirada a la madre de Deva.

—Cuéntanos, querida. ¿Qué tal le va a Deva en sus estudios?

—¡Oh, de maravilla! —respondió la mujer con un claro entusiasmo. A su lado, Deva sonrió mientras llevaba el tenedor con pasta a su boca—. Desde que nos dijo que quería abandonar Administración de Empresas para dedicarse a la actuación, ha estado mucho más alegre y charlatana.

Aunque Dorothy se mostraba feliz por la reciente noticia, Oliver notó cómo una nueva mueca de desprecio se plantaba en el rostro de Albert.

—Es una lástima —siseó, sin subir la mirada a los cinco pares de ojos que le observaban con recelo y sorpresa—. Era una carrera con mucha salida laboral. La actuación está bien cuando se trata de estrellas de Hollywood, pero la mayoría termina en algún teatro local perdiendo su tiempo y su vida misma.

—¿Estás diciendo que mi hija pierde su tiempo por hacer lo que ama, Albert? —la madre de la pelirroja no parecía contenta con sus palabras; más bien estaba furiosa por el ataque pasivo-agresivo hacia Deva.

—Cálmate, amor.

—No me digas que me calme, Edward —advirtió en un tono bajo pero firme. Oliver y Deva apenas podían tragar su comida por la tensión que se había formado nuevamente, esta vez entre Albert y la señora Lussac—. Puede ser tu amigo y todo lo que quieras, pero eso no lo autoriza a ningunear a Deva delante de nuestras narices.

La mujer se levantó del asiento y dejó la servilleta de tela encima de la mesa. Le dirigió una mirada severa a aquel hombre tan soberbio y vil. Deseaba tanto poder clavarle algo en la cara para borrarle esa sonrisa socarrona.

—Usted puede ser un exitoso empresario, salir victorioso en las elecciones y ganarse el respeto de toda una ciudad —Oliver prestaba atención a cada palabra, cada pausa, cada tono. Creía, sin duda alguna, que la madre de Deva era una de las poquísimas personas que se atrevía a enfrentar a su padre de la forma más respetuosa, pero sin titubear ni por un segundo—. Pero nada de eso borrará el hecho de que es usted un hombre nefasto y desagradable.

—Cariño, basta.

—Siento mucha lástima por usted, señor Fields —agregó, haciendo caso omiso a la petición de su marido—. Esperaré por ustedes en el auto. He perdido el apetito.

Sin decir más, se retiró de la mesa dándole un último saludo a Dorothy. Sabía que no era su culpa haberse casado con un hombre tan cruel como lo era Albert. Sin embargo, tampoco podía pasar por alto que su íntima amiga no había hecho absolutamente nada para parar esa humillación. Ella lo habría hecho sin pensarlo dos veces si se hubiese tratado de Oliver. ¿Por qué Dorothy no se opuso a las crudas palabras que brotaban de la boca de su marido?

—Supongo que ha de estar en sus días —ah, el típico comentario no podía faltar—. Dorothy también suele ser así cuando le llega el período.

—Papá —llamó Deva, impidiendo que este respondiera quién sabe qué a la estupidez que acababa de acotar Albert—. Me quedaré un rato más con Oliver, si te parece bien. ¿Puedes decirle a mamá que iré sola a casa?

Edward apenas asintió con la cabeza. Quizás ya estaba planeando cómo pedirle disculpas a su esposa por no intervenir en la acalorada charla con Albert; sí, sería una noche larga en el sofá de la sala de estar.

Con una respuesta afirmativa, Deva sujetó del brazo a Oliver y lo arrastró a través de los jardines mientras sonreía como una niña a la que acababan de comprarle su dulce favorito.

—Se llama Ryan y estudia Artes Plásticas —empezó a contarle, sin soltar su brazo—. Los profesores siempre lo halagan y dicen que es el mejor de su clase. ¡Incluso me hizo un retrato con acuarelas! Es muy talentoso y también una increíble persona. Sé que te agradará mucho.

—Deva, créeme que después del tipo ese del bar cualquier persona me parecerá agradable.

—¡Es cierto! —Deva paró en seco y le propinó un ligero golpe en la espalda. Oliver emitió un jadeo del dolor, sobándose la zona impactada—. Aún me debes esa plática, mal amigo. Ian me llamó anoche, borracho, diciendo que de a poco estás perdiendo tu supuesta heterosexualidad.

—¿Y ustedes desde cuándo conspiran en mi contra? —el lado dramático del castaño ya hacía aparición—. No se me está perdiendo nada por dejarme besar por un tipo que ni conozco...

—¡¿Se besaron?!

—¡Calla! ¿Quieres que te oigan los reporteros?

—Pero fue con lengua, ¿verdad?

—¡¿Qué te pasa, Deva?! —Oliver entró en pánico. Bueno, un ligero pánico gay, a los ojos de su querida amiga pelirroja—. Ni siquiera fue un beso como tal.

—Solo quería saber —murmuró, con un tierno mohín surcando sus labios—. Le preguntaré a Ian más tarde de todas formas.

Fue ahí cuando una pequeña lamparita se encendió en la cabeza de Oliver. Algo que nunca se había cuestionado hasta la misma noche en que su primo lo llevó a aquel bar en el centro de la ciudad.

¿Deva sabía que Ian era gay?

Y, de ser así, por qué su primo no había confiado en él para contárselo. ¿Cómo es que Deva, siendo su mejor amiga, tampoco le había dicho algo al respecto?

¿Tan poca confianza depositaba Ian en él como para no decirle algo tan importante?

—¡Ahí está el muy desgraciado! ¡Ryan!

El grito de Deva lo sacó de sus pensamientos y de inmediato giró hacia donde un chico rubio, alto y vestido con un traje negro de diseñador saludaba a lo lejos.

A medida que se fueron acercando, algo en él le gritaba que ya lo había visto antes. Tal vez en la revista de moda del mes pasado porque el chico tenía pinta de ser modelo. Descartó esa idea cuando recordó que estudiaba Bellas Artes y que Deva no había mencionado nada sobre el mundo del modelaje. Pero no iba a mentirle a su cerebrito, el chico podía ser un increíble modelo con toda la tranquilidad del mundo; solo bastaba con mirar cómo caminaba y ya te dabas una idea de él en la pasarela.

No fue hasta que estuvo a dos metros de distancia que la ficha cayó en Oliver, borrando la cordial sonrisa con la que había permanecido segundos atrás.

Era el chico del bar.

El idiota que se había reído de él en la maldita cara.

El pervertido que lo etiquetó de homosexual y de hetero-algo.

Sí, era oficial. El universo odiaba a Oliver Fields.

***

¡Hola, erizos! ¿Cómo va su mitad de semana?

Yo en lo personal estoy tranquila y feliz porque las actualizaciones van a un ritmo que me esfuerzo mucho por mantener😅 

¿Qué les pareció el capítulo 2 de FEF? Apenas vamos a ir conociendo nuevos personajes pero aún así quisiera saber si alguno ya les llama la atención o empiezan a amar/odia a otros.

Es la primera vez que escribo romance dirigido a adultos jóvenes y sé que es un gran desafío, así que agradezco que me estén apoyando💕

¡Nos leemos en la próxima actualización!

Mar🦔

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