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10. El crimen más hermoso de todos

Capítulo 10: El crimen más hermoso de todos

La primera vez que a Oliver le gustó una chica fue cuando estaba cursando la preparatoria. No recordaba su nombre, pero sí las mariposas que sintió revolotear en su estómago cuando se topó con ella en los pasillos y le sonrió de una forma en la que nadie más lo había hecho antes.

La chica apenas había llegado de intercambio. Según lo que contó frente a la clase el primer día en que se incorporó, a su padre lo habían transferido por asuntos del trabajo desde Canadá y eso había obligado a toda la familia a mudarse a los Estados Unidos.

Más tarde supo que el hombre era gerente en uno de los bancos con mayor reputación de todo San Francisco. Su padre ya se había ocupado de integrarlo a su círculo social y, aunque ambos se veían a diario en la escuela, fue una cena entre ambas familias la que le brindó la oportunidad de volverse un poco más cercanos.

Oliver se había imaginado muchas veces besándola, saliendo a citas donde las risas y bromas desbordarían y él pudiera declararle cuánto movía su mundo. Pero el universo ha odiado a Oliver Fields desde su nacimiento y una razón para olvidarla acabó con la ilusión de ser más que solo su amigo: a ella le gustaban las chicas.

Recordaba todavía las lágrimas escurriéndose en sus mejillas cuando se lo confesó detrás de las gradas de la cancha, justo el mismo día en que había planeado decirle que le gustaba y que quería intentar algo con ella. Él solo había atinado a abrazarla con fuerza, mientras le susurraba al oído que no tenía por qué sentirse mal por eso. Oliver no le veía nada de malo a que esa linda chica fuera lesbiana. Sin embargo, su forma de ver las cosas cambió drásticamente cuando su padre mencionó que él y su madre debían cortar cualquier lazo con su familia.

"La chica está enferma y sus padres no son capaces de hacer algo para curarla", había dicho al volver de su compañía a altas horas de la noche. Lucía molesto, como si haberse enterado de la orientación sexual de la niña hubiera matado su buen humor. Su madre no había dicho ni hecho nada para contradecirlo. Fue la primera vez que Oliver se sintió decepcionado de ella. ¡Maldición! Sabía que su hijo le tenía un gran cariño y que esa dulce niña no estaba enferma. Oliver jamás entendió por qué no se pronunció ante tan grande injusticia.

Albert no solo estaba lastimando a Oliver, sino que también estaba convirtiendo a su esposa en una marioneta de sus prejuicios.

Ese mismo año, Oliver cortó sus lazos con la que algún día llegó a considerar su posible futura novia. Él no quiso hacerlo, pero no le quedaba otra opción. Era lastimarla o salir lastimado. Y Oliver ya no aguantaba los golpes que le propinaba Albert cuando no estaban de acuerdo. Ya no más.

—¿En qué piensas, Fields?

Ryan lo observaba con atención desde el otro extremo del sillón. Milagrosamente se habían puesto de acuerdo aquel día para ver una serie, ya que una fuerte tormenta sacudiría la ciudad y no era muy prudente salir a tontear por ahí.

—¿Qué te importa?

—Si no me importara, no te preguntaría —respondió sin subir el volumen de su voz, contrario a Oliver que ya luchaba con su mal temperamento—. ¿Tienes algo que hacer mañana?

—Deva irá a la casa de una abuela suya en el campo, así que no. ¿Por qué?

—Tengamos una cita.

Oliver hizo una mueca extraña, analizando de arriba a abajo al rubio que apenas se movía mientras aguardaba por una respuesta. ¿Él de verdad le estaba pidiendo salir?

—Por favor, di algo o lloro.

—No me desagrada la idea —admitió.

—¿De salir conmigo?

—De verte llorar.

Ryan hizo un mohín con sus labios y Oliver sintió el irresistible deseo de morderlos.

—No seas malo conmigo, Fields. Solo te estoy pidiendo salir a un lugar que conozco.

—No quiero tener una cita contigo, Davies. Yo te odio.

—Eso no te lo crees ni aunque te paguen —atacó al mismo tiempo que rodaba los ojos—. Y antes de que me hagas berrinche por ser insistente, déjame decirte que aún me debes un favor por rescatarte de la calle.

Oliver emitió un suspiro.

—¿Quieres cobrártelo con una cita?

—No me desagrada la idea —se burló el rubio, utilizando las mismas palabras del menor—. No es necesario que lo veas de un modo romántico. Me dejaste muy en claro que no quieres tener nada que ver conmigo en ese aspecto y lo respeto.

—Te estás dando por vencido.

—Que lo respete es muy diferente a estar de acuerdo con eso. Así que no, no me di por vencido todavía.

Luego de guiñarle un ojo a modo de coqueteo, ambos dirigieron sus ojos a la enorme pantalla plana frente a ellos. Oliver inclinó la cabeza a un lado.

—No entiendo por qué esta serie está de moda. Es muy mala.

—Esta una de las mejores series que tiene la plataforma —comentó desde el punto de vista crítico, tratando de dejar a un lado las subjetividades—. Respeta mis buenos gustos, Oliver.

El aludido dejó salir un bufido.

—No puedo decir que una serie es buena si su protagonista es insufrible.

—¿Qué tienes en su contra? ¡Ella es una reina!

—Se acostó con el novio de su amiga estando al tanto de su relación y encima espera que no se entere.

—Bueno, es una mujer soltera y puede vivir su sexualidad como se le dé la gana.

—No estoy condenando su sexualidad, tarado. Me molesta que haya mandado su amistad solo porque le gusta su novio. ¿Para qué? Para luego ponerse a llorar porque su amiga la terminó odiando. Me estresa porque se está pasando por el culo la confianza y credibilidad que tiene por un tipo que está jugando al novio fiel.

Ryan guardó silencio.

—Ese tipo es un idiota —soltó de repente.

—Y ella no se queda atrás.

—No lo había visto de esa manera. Tendremos que ver más series juntos de ahora en adelante, Oliver.

El castaño sonrió. Cuando el episodio que habían comenzado acabó, todo quedó en silencio. Ryan sintió que ese tipo de lapsos debían ser patentados por ellos. Como si la falta de ruido fuera algo que solo disfrutaban juntos.

—¿A dónde iremos mañana?

—¿Hablas en serio? —Oliver asintió—. ¿Alguna vez fuiste a Castro?

—¿Castro? ¿El distrito gay?

El rubio asintió. Oliver no supo la razón, pero la idea de poner pie y recorrer el distrito más odiado por su padre homofóbico le generaba cierta satisfacción. ¿Así se sentía ser un rebelde e ir en contra de los ideales de su familia?

—Papá le dice "el barrio del infierno".

—Tu padre es un imbécil.

—Dime algo que no sepa —Oliver comenzó a juguetear con sus anillos—. En realidad, estuve a nada de visitarlo una vez. Fue cuando estaba en la preparatoria. Mi clase iba a irse de visita al museo, pero yo no tenía ganas de ir.

—Uy, quisiste ponerte en piel de un chico malo. Me gusta.

—Recorrí media ciudad caminando y cuando por fin llegué a la entrada de Castro, mi padre ya estaba esperándome en su auto.

Ryan borró su sonrisa de inmediato. Pudo jurar que vio cómo Oliver disimulaba sus ganas de llorar.

—¿Y qué hizo?

El castaño negó repetidas veces, acurrucando sus piernas y rodeándolas con sus brazos.

—Oliver —lo llamó—. ¿Cómo supo dónde estabas?

—Mi profesora le dijo que no asistí a la excursión y que eso afectaría mi nota final. Sé que no fue su culpa porque era su trabajo, pero quizás así no hubiera hecho lo que hizo.

—¿A qué te refieres?

—Un ojo morado y el labio roto —vio cómo el contrario abría la boca, seguramente para insultar a su progenitor, pero lo detuvo antes de que siquiera comenzara—. Se tomó ese intento por visitar un distrito homosexual como una declaración de que me gustaban los hombres. Ryan ¿Querer caminar por una calle que tiene pintado un arco iris es un crimen?

Sin darse cuenta, las lágrimas ya recorrían con libertad sus mejillas y los constantes espasmos hacían lo que querían con su cuerpo. Era doloroso, pensar que su propio padre lo odiaba era doloroso. Ryan no soportó más. Verlo sufrir lo destruía de todas las maneras posibles, pero no importaba si de a poco iba cayendo.

Se acercó a él, rodeándolo con sus brazos. Oliver pegó un salto debido a que no acostumbraba a recibir esa clase de afectos. Le resultaba algo incómodo estar tan cerca de otro ser humano al punto de ponerse nervioso sin motivo alguno. Sin embargo, cuando aspiró el dulce perfume característico del rubio se dejó hacer.

—¿Y qué con eso? —susurró, iniciando unas sutiles caricias en su espalda—. Es el crimen más hermoso de todos, Oliver.

—No puedo ser gay, Ryan. No debo ser gay —sollozó.

—Shh, nadie dice que lo seas. ¿Por qué te condenas tanto si sabes quién eres en realidad?

Oliver se separó de su cuerpo rápidamente, como si las ropas del otro estuvieran en llamas y comenzara a quemarle.

—¿Oliver?

Silencio. Lo poco que el castaño hizo fue dirigir sus aguados ojos a los labios de Ryan. El rubio no sabía qué hacer o decir, pues su invitado parecía estar atravesando una especie de viaje en lo profundo de su subconsciente.

—Oliver...

—Bésame.

Ryan se sintió morir ahí mismo.

—¿Volviste a beber? —bromeó para cortar la tensión del ambiente.

Oliver se mantuvo ajeno al tono divertido del contrario, pasando por alto la necesidad de hacerse el gracioso para evitar tocar el tema.

—Bésame —pidió nuevamente. Sin saber por qué, su labio inferior comenzó a temblar. Lo mordió en un intento de que Ryan no lo notara, tan fuerte que casi lo hizo sangrar—. Por favor, solo bésame.

No, Oliver no tenía que rogarle para que el rubio lo besara. De ser por él, ya lo hubiera hecho desde la primera noche que pasó en su casa, salvándolo de la crueldad de sus horribles padres. Y Ryan quería besarlo. ¡Maldición! Quería besarlo tanto que dolía.

Quiso golpearse, repitiendo una y otra y otra vez que eso estaba mal, que no tenía que arrastrar a Oliver al infierno donde ya le era normal quemarse los órganos. Donde, a pesar de ser quien era y no arrepentirse de hacer lo que hacía, le aterraba como ninguna otra cosa que el chico del que se estaba enamorando supiera la farsa en la que se veía envuelto. Porque Ryan ya se había dado por vencido. Caía en picada hacia el barranco del amor. Un lugar al que había jurado nunca más volver, pero ahí estaba por él, por Oliver Fields y su personalidad insoportable.

Cuando entendió que Ryan no tenía la más mínima intención de cumplir con su petición, Oliver quiso clavarse una estaca en el corazón para olvidar que latía. Porque sí, ese órgano latía demasiado fuerte. Por Ryan y solo por Ryan. Y le asustaba. Le aterraba pensar que era como volver en el tiempo y tener a su lado al fantasma de la primera chica que amó. O que creyó amar.

Suspiró, rendido, a sabiendas que lo que sea que quería con Ryan Davies era tan imposible como ridículo. No porque se rehusaba a admitir que su falsa heterosexualidad se despedazaba cada vez que el rubio era lindo con él, sino porque sabía muy en el fondo que Ryan merecía algo mejor. Algo que el castaño no podía darle.

—Olvídalo, es estúpido —bajo la atenta mirada del chico que ocupaba sus pensamientos, se puso de pie con desgano—. Solo olvida lo que dije.

—Oliver, espera —llamó, pero fue en vano.

El menor había desaparecido y lo único que se escuchó a continuación fue el portazo de la puerta de la habitación que ambos compartían.

—Por la mismísima mierda —escupió en voz baja, luchando contra sus deseos de arrancarse todos y cada uno de sus cabellos hasta quedar calvo—. ¿Por qué no me dejas quererte, Oliver Fields?

Del otro lado del apartamento, Oliver se aguantaba las ganas de echarse a llorar. Cielos. A estas alturas debería darle la razón a su padre. Se estaba comportando como un maricón. Vivía llorando y ni siquiera sabía qué causaba ese sentimiento tan horrible. Era un desastre, no sabía controlar sus propias emociones. Cuando una situación se le estaba yendo de las manos, su garganta se cerraba y sus ojos comenzaban a llenarse de esas gotas saladas que ponían en tela de juicio su masculinidad. Ridículo.

Con su espalda aún pegada al marco de la puerta, se deslizó lentamente hasta tocar el suelo. Se sentía perdido y no tener a alguien a quien contarle solo empeoraba su humor. Y Deva, a ella le gustaba Ryan. Le había dejado en claro que haría lo necesario para que ese chico cayera rendido a sus pies. Era aterrador porque Oliver reconocía que la pelirroja tenía un don para que cualquier hombre se enamorara de ella. Rio con sorna, burlándose de sí mismo. Apenas caía en que le molestaba que Deva sintiera algo por Ryan, cuando él era completamente heterosexual.

No, al carajo. Si quería tener una mínima chance con el rubio debía por lo menos dejar de mentirse. Aunque no sabía si era del todo gay, puesto que el único hombre que hasta el momento le había sacudido el mundo era Ryan Davies. ¿Podía etiquetarse como bisexual?

Sacudió su cabeza que ya comenzaba a dolerle de tanto pensar. Dirigió sus ojos a la ventana y admiró la luna en cuarto creciente. Sonrió, quizás solo para engañar a su subconsciente y hacerle creer que un poco de felicidad inundada sus ganas de vivir. Ganas que creyó perdidas hace un tiempo atrás cuando era la marioneta de su padre. Ganas que Ryan le devolvió con tan solo unos días a su lado y esas sonrisas cómplices que siempre le regalaba. ¿Era posible que un desconocido le llenara de esperanzas?

Y entonces, con las emociones a flor de piel y el corazón volviéndose loco en su pecho, Oliver comprendió que aquel crimen del cual su propio padre lo condenaba como autor era bellísimo. Empezar a enamorarse era el crimen más hermoso de todos.

***

¡Hola, mis amores! ¿Cómo están?

Yo escribo esto antes de empezar la uni, así que si no actualizo pronto es porque tengo que acostumbrarme a la modalidad semipresencial primero. De antemano pido perdón si tardo 😔

¿Qué les pareció este capítulo?

¿Qué me dicen de la reacción de Oliver? ¿Creen que es exagerado o que es normal?

Les mando muchos besos y que tengan un buen inicio de clases❤

Mar🦔

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