Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

7

Me despierto. No tengo noción del horario, ni del clima. Tampoco se nada de mis amigos. Rezo por que estén bien.

¿Si hago una plegaria en el infierno le llegará a Dios en algún momento?

Me miro en un espejo enorme que hay en una de las paredes. Me veo asquerosa, más que asquerosa. El vómito está aún en parte de la remera, y mi pantalón bastante feo, algo roto, y el que esté manchado de sangre en la rodilla, le da el toque final, el toque al look de piltrafa.

Me miro las ojeras y el pelo graso, el rostro manchado del maquillaje sin retirar. Perfecto. Estoy con un aspecto deplorable y patético.

Se me ocurre buscar algún baño, pero no hay puertas. Ni siquiera una que me lleve a donde estaba antes.

¿Cómo se supone que sepan que ya estoy despierta? Debe haber alguna nota o algo.

Busco por todo el sitio algo que me llame la atención. Solo encuentro una campana pequeña y roja. La sacudo, hace un tinteo y un segundo después aparece una puerta.

Nadie sale de allí por lo que me apresuro a chequear que es lo qué hay detrás.

Un baño increíble, duchas sin cortinas, con mamparas transparentes altas y corredizas. Hay un jacuzzi y dos lava manos. El inodoro es blanco, con veinte botones, parece Chino, no lo sé, pero si es súper tecnológico. Okay, el diablo está mejor equipado que nuestro instituto manejado por Dios. Punto para el infierno.

Después de darme una ducha reparadora me recuerdo que este sitio podría tener cámaras. Tarde, ya me deben haber visto.

Me pongo la bata de toalla que se encuentra colgada. Cuando me miro en el espejo noto algo en ella. Un nombre. Mi nombre.

Esto se pone cada vez más lujoso, y extraño a la vez. Se supone que cuando te secuestran te deben maltratar o mínimamente no mimarte así.

Cuando vuelvo a mi habitación encuentro un jugo de naranja y un par de tostadas con manteca. Mi padre suele hacerlas en las mañanas de los domingos antes de ir a misa.

Me detengo antes de mordisquear la punta en mi boca. No debo hacerlo, es probable que no salga de aquí si lo hago. En los libros del instituto decían que una forma fácil de retener personas en el infierno, personas injustamente atrapadas, es dándole de comer y cayendo en esta estúpida trampa.

Dejo todo en su sitio y me cruzo de piernas sentada en el piso. No debí tampoco bañarme probablemente. Me comienzo a frustrar demasiado al tener en cuenta todo lo que está sucediendo. Recién estoy cayendo en que estoy secuestrada y lo que ello contempla.

Mis lágrimas comienzan a caer y no puedo dejar de hipar por un buen rato.

Estoy tan enojada conmigo misma por ser tan confiada y dejarme descansar como si nada.

¡Estoy con el mismísimo diablo en persona! ¡Idiota! ¡Idiota! ¿¡Cómo pude estar tan relajada todo este tiempo?! ¿Cuánto tiempo será realmente el que estoy aquí?

Estoy comenzando a ponerme histérica.

Hago silencio cuando escucho un leve "crack".

Alguien se presenta en la puerta, veo unos pies descalzos. Cuando levanto el rostro veo a Bruno allí con el rostro algo ensangrentado.

—¡Cielo! ¿Qué te hicieron? —dice con voz alarmada mientras se acerca a pasos de elefante.

—¿Bruno? ¿Qué haces acá?

Me levanto y comienzo a caminar, pero antes de llegar a él, la puerta detrás suyo se cierra, ó mejor dicho desaparece, dejándonos solos dentro.

Bruno retrocede, llega hasta donde estaba la puerta y comienza a golpear la pared blanca.

—Mierda. No se como abrirla.

Se vuelve a girar y me mira por segunda vez.

—¿Qué te sucedió?

Le miro el rostro aún goteando por la nariz.

—¿A ti qué te paso? ¿Y cómo es que entraste?

Me comienza a atar la bata y me doy cuenta que la llevo algo abierta. Mi ombligo se asoma y mis piernas están poco cubiertas.

Me avergüenzo tanto que me giro para que no me pueda observar. Quisiera tener algo para poder vestirme.

—¿Te tocaron? ¿Te hicieron algo?

Es como si fuese un padre preocupado. Me toma del brazo y continúa preguntando.

—¡¿Qué te hicieron?!

¡Pero bueno! ¿Y a este que le pasa?

—¡Nada! No me hicieron nada.

—¡Tenés la cara toda hinchada de llorar y la rodilla herida!

—¡Y a ti que te importa si no me conoces en absoluto!

Sigue tomándome del brazo con fuerza, lo cual me comienza a molestar más por su impertinencia que por el dolor.

—¡Cielo, decime que fue lo que te hizo tu padre!

Eso me deja aturdida.

—¿Mi padre?

Él se queda en shock sin poder decir nada. No sé que quiere decir con eso.

¿Mi padre tiene que ver con todo esto?

—¿De qué estás hablando Bruno? —le pregunto totalmente perdida.

Alguien hace aparecer la puerta nuevamente. Veo como pasa el hombre de ayer por la puerta y lo primero que hace es sonreírme. Luego se gira a mirar a Bruno con un rostro tan severo que supongo que fue él quien le propinó el golpe en su nariz.

—Ya hablaremos tu y yo.

Okay, serán padre e hijo supongo. Eso suele decir mi padre en momentos de tensión.

—Cielo, en breve te estará llegando un poco de ropa, para que puedas elegir qué ponerte.

—Okay, gracias. Señor...

Bruno me devuelve una mirada incrédula, tan imposible de describir como de imitar.

—Decime Lucifer, por favor.

—Bueno, gracias Lucifer.

Bruno no sale de su asombro. Está como un sapo siendo aplastado y por salirle los ojos de sus órbitas.

Luego de eso se retira sin decir más nada, dejándonos a solas con un enorme maletín que aparece tan rápido como él en desaparecer.

Le pido un minuto y me cambio en el baño lo más rápido que puedo para volver a discutir lo que estábamos hablando.

Cuando regreso está el cuarto vacío y la puerta abierta. Me miro en uno de los espejos con el jean nuevo que me ajusta bien por la cintura y me queda algo holgado en las caderas. El top que elegí es un negro como las zapatillas que tomé con cordones blanca. Necesito comodidad en caso de huir de aquí.

Todos los vestidos de seda, encaje y otros de lentejuelas me parecen demasiado vibrantes para combatir demonios.

Las joyas y accesorios no son imposibles de usar, pero no van con mi look del día. Las observó bien de cerca, intentando descifrar si son reales o si son imitación. Probablemente sean imitación al tratarse del mismísimo diablo. La tiro dentro de la valija y la cierro.

Salgo por la puerta y ya me encuentro en un sitio al aire libre, completamente verde, con agua del mar y una brisa que recorre todo el porche.

Siento el aroma a lavanda y melón de las velas aromatizantes que están decorando una mesa a juego con sillas de madera en color marfil.

Sigo sin comprender cómo es que esto es el infierno. ¿Qué queda para el cielo entonces?

Me siento en una de las hamacas colgadas en la sombra que da uno de los árboles. Intento no embellecer más a mis ojos por un rato, cerrándolos e intentando privarme de todos los lujos posibles, por que debería sentirme mal por no saber nada de mi amiga y sobre todo por estar secuestrada, ¿no?

Pero aunque lo intente no puedo no disfrutar de la brisa fresca en el cálido día en vaya a saber donde sea que estoy. Me miento a mi misma diciéndome que debo volver a mirar para detectar mi paradero.

Lo único que hago es alucinarme por la belleza del mar y las rocas blancas que hacen un reflejo tan bello que me tienta la idea de pintarlo.

Muchos años de pintura en el instituto, y muchos años pintando en mi habitación a escondidas, para que no descubrieran los extraños garabatos y formas para nada estoicas.

Pintaba cuando me sentía triste, cuando extrañaba a mis abuelos, cuando papá me regañaba o, lo que era más usual, pasaba de mi.

Sentimientos de angustia y desesperación eran esfumados a través del pincel. A veces pintaba tan emotiva que no veía lo que tenía delante mío. Terminaba la mayoría de las veces tirando a la basura esos resultados de las emociones puras.

Me decido a caminar para bajar la ansiedad y el malestar. Camino hasta dar con la orilla, con las zapatillas en ambas manos. Espero a que roce mis dedos el agua y luego cierro los ojos.

El sol me quema la nuca, y el pantalón de jean está casi prendido fuego. Lamentablemente no salí preparada para esto.

Me saco el pantalón y el top negro, los dejo sobre una de las rocas blancas y luego me meto hasta casi la cadera. Mis piernas me lo agradecen y me permito humedecer mi pelo con un poco de agua que agarro con ambas manos.

Es increíble, no puedo expresar las sensaciones que recorren por mi cuerpo.

Nunca nos habían permitido meternos al mar con tan poca ropa durante toda mi vida, ni mi padre, ni siquiera los padres divertidos y despreocupados de Jud.

Nosotras, desde pequeñas, veíamos como todas las chicas de nuestra edad usaban desde bañadores enterizos a bikinis con muy poca tela.

La ropa interior fina que llevo, nueva y delicada, no va a agradecerme como el resto de la ropa por haberla cuidado. Espero que luego no me pasen factura de todo lo que me prestan aquí, no podré costearlo por más oro que me haya dejado mamá. Aunque me tengan secuestrada y me reciban con comida de primera no pretenderán que me lleve esos lujos. Espero que tampoco pretendan que me quede mucho tiempo, ¿no?

Me surgen dudas. Aparecen en mi mente preguntas, una detrás de otra. Necesito buscar a Bruno. Tal vez él pueda responderme algunas.

Cuando me giro para ir en busca de mi ropa veo a quien estaba necesitando. Lotería.

—¡Bruno! —le grito para que se aproxime.

Él está muy relajado, apoyado sobre la piedra, observando todo desde la arena seca. Está completamente vestido, con pantalón largo y una camisa blanca. Está que arde, probablemente en ambos sentidos.

Reprimo mis pensamientos impuros y me acerco un poco, mientras él camina por la arena con sus zapatos idénticos a los de Lucifer.

—Deberías sacarte los zapatos.

—Deberías ponerte protector solar.

Me río de él sin disimulo.

—Por si no me viste, soy algo morena. —Levanto ambos brazos para que me examine —. No necesito cuidarme en esta época del año. —Mira mis brazos y luego vuelve a mirarme al rostro para decirme algo.

Saca de su bolsillo un protector solar y comienza a abrir la tapa.

Se la vuelvo a cerrar.

—Hay baja radiación en diciembre en Italia —intentó explicarle con paciencia, más de la que suelo tener, ya que el día esta bellísimo y mi buen humor está presente.

Me agarra la mano, abre otra vez la tapa y pone una buena cantidad de protector líquido en ella.

—Es que no estamos en Italia. Estamos en una isla de Brasil.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro