9.
IKER
Estábamos trabajando duro. La tía de Mariya había decidido que, con Manuel convaleciente, no podía tener todo el día abierto, más que nada por no hacernos trabajar tanto a nosotros. Por lo que quería poner un cartelito avisando del nuevo horario de la panadería durante el tiempo que la situación estuviera así. Quería abrir solamente por las mañanas. Nos quedamos sorprendidos porque, con ese procedimiento, perdería mucho dinero. Dijo que, si no ganaba más ese verano, ya lo haría el siguiente. Yo me negué en rotundo, por ellos y por la irracionalidad de su decisión, aunque esperaba escuchar el razonamiento de su sobrina, quien pintaba más que yo en este asunto. Pero es que saldrían perdiendo en el negocio. No me parecía justo para ellos. Olga también se negó. Mariya, por supuesto, insistió en que no había abandonado sus vacaciones para eso, y que también se negaba a abandonarles así. A aceptar algo que consideraba que no tenía ni pies, ni cabeza; así, tan radical y sin razón, teniendo su ayuda. Era entonces cuando podría hacer caja, y tener unos ahorros por si vinieran tiempos peores.
—No, chicos. Estáis todo el día aquí, metidos, cuando tendríais que disfrutar, y sufro por vosotros. No me parece justo.
—Lo que no es justo es que esto os llevara al cierre definitivo del negocio. ¡Eso sí que sería injusto! —protestó Mariya, muy decidida a no desamparar a su propia familia. Si ellos le habían pedido auxilio, se negaba a dejarlos en la estacada.
—Chicos...
—Hasta las seis. Solo hasta las seis, tía. Podríamos estar abiertos hasta esas horas, ¿qué te parece la idea?
—Hija, es que...
—Señora Colasa, a mí me parece bien —insistí yo, que solo me vine a pasar una semana, y no sé hasta cuándo me quedaré. Sentía que abandonaba el barco si me iba.
—¿Lo decís en serio?
—¡Claro que sí! —confirmó Olga, feliz de estar echando un cable.
—Pero tú irás ahora mismo a dar aviso a tus padres de que vas a pasar la noche aquí. Y de paso, darle un beso muy fuerte a tu abuela, que apenas te ve porque te estoy acaparando.
—Sí, señora. —Hizo un saludo militar—. A sus órdenes. Así prepararé una pequeña maleta con mis cosas. No sé pasar las noches, fuera, sin mis potingues de belleza y todas mis cosas personales, además de ropa limpia.
—Cómo no —bisbiseé, y la pelirroja me dedicó un guiño divertido. ¡Otro escalofrío más que añadía a mi colección! Y no es que fuera placentero.
Quedamos en vernos en casa de la tía de Mariya. Habíamos tomado rumbos distintos de regreso a casa —en mi caso, hacia la pensión—, y yo me descubrí silbando por el camino. ¿Cuánto hacía que no silbaba? ¡Mucho tiempo! Muchísimo más del que recordaba.
Mi madre volvió a llamar. Estaba solo. Podía charlar con ella de lo que quisiera, sin escuchas. Por lo que atendí a su llamada.
—Iker.
—Ama, estoy bien. No he hecho nada que deba preocuparte. Mi corazón sigue latiendo, si es lo que quieres saber.
—Iker, no puedo quitarte de mis pensamientos. Cada vez que suena el teléfono me temo lo peor. No puedo con esta angustia que me golpea doblemente.
—Lo sé. Y puedes estar tranquila. Encontré gente estupenda en Santillana del Mar. Su hospitalidad rebasa la parte de mi oscuridad. Por ahora, estoy bajo vigilancia casi constante, así que...
—¿Estás comiendo bien? ¿Duermes mejor?
—Sí —mentí, cuando apenas dormía un par de horas mal dormidas. Unas pocas horas que transcurrían en horrendas pesadillas.
—Cielo, ve informándome. No me dejes sufrir así.
Inspiré hondo. Empezaba a tomar el control de mis rabietas y si lo hacía, mi madre se sosegaba conmigo.
—Tengo que dejarte. He quedado. Dale un abrazo a aita.
—Se lo daré de tu parte, cariño. Lo tengo al lado.
—¿Qué pasa, hijo? —lo escuché gritar desde el otro lado del teléfono.
—¡Bien papá! ¡Mis vacaciones están yendo fenomenal! —grité, haciendo que varias personas que transitaban por la misma calle que yo, se giraran para mirarme. ¡Qué locura! Pero es que, si no, no me oía.
—Me alegro, hijo. Si necesitas algo no dudes en llamar, ¿sí? Deja que escuchemos tu voz más a menudo.
—¡Ay, no empecéis! —protesté, colgando la llamada, poniendo los ojos en blanco. Bajé la mirada hasta mi ancha pulsera de cuero. Y la desolación volvió a asfixiarme con su cruel fuerza. En el fondo sí que era peligroso dejarme tan solo.
Sacudí la cabeza borrando cualquier idea disparatada que luego tuviera que lamentar. Tenía que llegar a la pensión, ducharme y cambiarme de ropa. Creo que, incluso estaba engordando con todo aquello tan delicioso que Colasa cocinaba para los que estábamos ayudándola, cosa que me hacía ahorrar en mis fondos vacacionales por la parte asignada para mis comidas.
Volvimos a encontrarnos en el lugar indicado. Mariya se había puesto guapísima. Llevaba una falda vaquera que le quedaba ceñida al cuerpo, y una blusa de tela estampada con los hombros al aire que la volvía doblemente sexy, junto a sus sandalias planas con cordones finos de cuero. Mis ojos hacían chiribitas, los rincones más sensibles de mi cuerpo la deseaban febrilmente, y "mi yo presente" trataba de disimularlo. Olga se adelantó, agarrándose a mi cintura con fuerza.
—¡Que nos vamos otra vez de fiesta, guaperas! —gritó, como una posesa. Yo intenté zafarme, pero no lo conseguí—. ¡Qué pulsera más chula! —Fue a tocarla y escondí la muñeca detrás de mi espalda—. ¡Vale, chico! No te la voy a robar.
—¡Deja de atosigar al pobre chaval, Olga! Lo tienes acobardado —se burló Mariya. Le dediqué una mueca insolente a la pelirroja y esta, se rio. Luego trasladé la mirada hacia Mariya. ¡Es tan guapa! Si ella supiera realmente lo que siento, quizá, ni me hablaría.
MARIYA
Cenamos en La Lolita unos bocadillos y algo para picar. Observé a mis acompañantes. Nos estábamos riendo de chorradas. Hablando como si esta amistad no se hubiera forjado hace pocos días, sino de mucho más atrás. Era reconfortante tener a gente que me hacía olvidar los malos instantes cuando estaban presentes, y eran capaces de hacerme creer que existía la gente extraordinaria. Estaban ayudando en la panadería sin pedir nada a cambio. Madrugando y durmiendo muy pocas horas, sacrificando sus vacaciones. Eso nadie lo haría. Y mientras trasteábamos allí, adentro, sentíamos que seguíamos estando muy a gusto, juntos, haciendo lo que hiciéramos.
—¿Conocéis al grupo "Todo o nada"? Ellos tocan esta noche en la placita de la Colegiata de Santa Juliana. No sé qué tipo de música tienen.
—Será Pop. O Indie —supuse. Ni idea.
—Yo no he oído hablar de ellos. Pero podríamos buscar por Internet. —Lo hizo y al momento, nos puso un vídeo musical de este mismo grupo. Sonaban bien.
—¡Pues están genial! —aplaudió Olga, emocionándose—. Puede que, después de esta noche, hasta escuche todas sus canciones en YouTube.
—Parece que hace poco que empezaron. Lo digo por las fechas de sus vídeos musicales.
—Pues molan. ¿Verdad Mariya? —Yo no perdía bocado. Estaba hambrienta—. Eso. Tú traga, que nosotros hablamos —comentó Olga con socarronería. Volvimos a reír—. Por cierto, guaperas, ¿tienes novia en Bilbao?
—¿Y a ti qué hostias te importa?
—Tampoco lo agobies, oye —la regañé, después de la reacción del pobre chaval. No podía castigarlo de aquella manera por mucho que le gustara. ¡Hacían una pareja muy mona! Ojalá terminasen el verano, juntos.
—¡Vaaale! No me grites. Solo consultaba, y recopilaba información importante.
—Pues métete la información importante por donde te quepa.
—¡¿Cómooo?!
—¡De acuerdo, chicos! Tengamos paz. ¿Hay más vídeos musicales de este grupo que comentamos? —lo interrogué, buscando cambiar la situación, y el estado de ánimo de la escena.
—Un segundo.
Terminamos de cenar, escuchando unas cuantas canciones más. La música me gustaba. Pienso que estos chicos llegarán muy lejos si siguen poniendo ese mismo ímpetu y constancia.
¡Y allí estaba! El aparatoso, pero espectacular escenario, preparado para esta noche. Me sentía muy emocionada. Habían puesto varias filas de sillas, pero también una zona libre como pista de baile improvisada. Los focos, los altavoces... No era como un concierto de Pablo Alborán en uno de los mejores estadios de fútbol, o en cualquier sala de espectáculos alucinante, pero para ser un pequeño pueblo aquello daría un resultado similar para la gente joven que se moría de aburrimiento fuera de las actividades más arriesgadas o emocionantes, que eran muy escasas. Se avecinaba diversión. Bailaríamos las canciones de aquellos chicos porque en verdad llamaban la atención con su música.
Bailamos, gritamos y nos salimos de madre, como suele decirse, como si fuéramos los únicos presentes que estuvieran disfrutando como niños de un grupo de música que todavía estaba empezando su carrera. Incluso ellos nos miraban emocionados, experimentando una conexión que les hacía venirse más arriba. Ya teníamos pensado incluso hacernos alguna foto con ellos, además de pedirles un autógrafo.
Llegó el instante de una de las canciones más lentas. Una que impactó contra mí como un fulminante misil. No la había escuchado aún, pero a medida que lo hacía era como si narrase lo que todavía me hacía sentir Samuel, y hasta el punto al que habíamos llegado. Me dio un bajón brutal. Y los ojos se me empañaron. Olga se dio cuenta y se abrazó a mí.
—Tranquila, cariño.
La canción se llamaba "Mira dentro de mí". ¿Por qué él nunca se había preocupado de hacerlo? De atender mis necesidades. De devolverme tanto amor como le estaba ofreciendo.
—Eh... —Iker se acercó y me abrazó por el otro lado—. Sea lo que sea, estoy aquí, también —murmuró, como quien consuela a su hermano, huyendo del rostro de Olga que, con la cercanía del abrazo, le quedaba demasiado cerca.
¡Y allí estábamos los tres! Yo, llorando como una magdalena, y ellos tratando de consolarme, sin éxito. La letra de la canción había abierto de nuevo la herida. Era demasiado real y directa. Un tremendo nudo se me colgó de la garganta. No hubo manera de deshacerme de él. El efecto Samuel todavía destrozaba mi corazón. Por su culpa, dejé de creer en el amor. Estaba dispuesta a no volver a experimentar nada por nadie pues me negaba a sufrir por culpa de otro capullo parecido a él.
—Ya encontrarás a alguien mejor —murmuró Olga, con un timbre de voz pausado y apacible, en busca de mi calma.
—No quiero a nadie más en mi vida. No puedo volver a amar otra vez.
—No puedes pensar así, Mariya —me regañó Iker, exteriorizando una dulzura infinita.
Lo miré de costado y me encogí de hombros. ¿Qué sabría él de eso? No estaba de acuerdo con su opinión.
—El amor es una mierda; simple y llanamente. No pienso volver a amar.
Noté como Olga acariciaba mi espalda. Iker me miraba con una tristeza tan profunda como si pudiera sentir ese mismo dolor. Quizá, detrás de su bipolaridad emocional, podría haber una historia semejante a la mía. No se lo iba a preguntar. Solo quería regocijarme en mi desolación hasta que terminara la canción, arropada de mis dos nuevos mejores amigos.
Caminamos en silencio de regreso a casa. Supongo que esperaban a que me recompusiera antes de decir algo. No dejaban de escudriñarme de soslayo, controlando cada uno de mis gestos y movimientos. Analizándolos con atención.
—Estoy bien, chicos. ¡En serio! —dije, tratando de aparentar lo que era una mentira como un trolebús. Soplé, exhausta—. Solo es cansancio. Si queréis, podéis quedaros un poco más. Mis energías, desde luego, se extinguieron ya.
—¿Nos quedamos un ratito más tú y yo? —preguntó Olga a Iker, totalmente eufórica, creyendo que su respuesta sería positiva.
—¡No! No —respondió él, con rapidez, entre aspavientos, con una mueca exagerada de desesperación—. Yo también estoy cansado. Tengo unas ganas horrendas de meterme en la cama —informó, buscando zafarse de su invitación.
—Pero cari... —Puso pucheritos—. ¡Solo será un ratito!
—¡Que no, tía!
Iker blanqueó los ojos y eso me sacó una sonrisa. ¡Es que de verdad que hacían una pareja estupenda! Eran como esos polos opuestos que estoy segura de que acabarían por atraerse si lo intentaban. Por mucho que él se negara a aceptarlo, o a reconocerlo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro