14.
IKER
Lo probé todo: barranquismo, kayak, descenso por los rápidos del río, escalada... Había sido de lo más divertido, además de liberador y desestresante. Una terapia de diez. Salvo por el vacío que continuaba anclado en mi corazón; dos vacíos, para ser exactos. Suspiré, observando la oscuridad de la habitación. Tenía puesto el ventilador. Era una noche calurosa. Y estando solo, tenía demasiado tiempo para pensar cuando el sueño no quería llegar, provocado por el calor. Había sido un idiota. No había sido capaz de ir de frente y cuando lo fui, su negativa me dejó fuera de lugar. Con una decepción aplastante. Me sentí tan torpe y estúpido como cuando tuve huevos de dejar de lado a mi hermano. De ser incapaz de evitar su muerte. Me despojé de la pulsera y acaricié la cicatriz, con miedo. Había antepuesto mi mal genio a su borrachera, aquella que había pillado por el rechazo de una chica. Y había dejado que sucediera. Las lágrimas se agolparon en mis ojos, y las malas ideas, en mi cabeza.
Estallé. Salí corriendo hacia la cocina. Tenía que terminar cuanto antes con mi suplicio... ¡Qué hostias! ¡Tenía que dejar de sufrir lo que estaba sufriendo! No merecía vivir después de lo que hice. Tendría que haberlo detenido, o ser yo quien estuviera ocupando su lugar.
No me lo pensé. Abrí el cajón en busca de un filo que cortase lo necesario. Que no tuviera que ceder demasiado sobre mi piel. Estaba ido, enajenado, dolido. Coloqué el filo al lado mismo de la cicatriz. Tenía que ser rápido, preciso y decidido. Tenía que hacerlo ahora, ya que, en su día, tuvieron suerte de pillarme a tiempo. Mi padre me salvó de morir. Esta vez no habrá salvador que valga. Y pagaré por lo que hice. «¡No te atrevas!». Otra vez me llegó esa voz desde algún lugar de mi cabeza donde Lucas continuaba existiendo.
—¡Vete a la mierda! —grité, como si él pudiera escucharme, alto y claro.
Pero no pude. ¡Qué mierda! No fui capaz de acabar lo que comencé.
Arrojé el cuchillo al suelo y me dejé caer, aovillándome apoyado en los armarios bajos de la cocina. Necesitaba llorar. Me urgía sacar todo afuera, aunque nunca llegaría a sacarlo todo, ni sería suficiente para sentirme mejor. Tenía que llamar a Gorka, mi mejor amigo. Lo había dejado desatendido cuando estuve en Santillana del Mar. Demasiado desatendido sin darme cuenta, y le debía más que una explicación. No le había contado siquiera lo de Mariya. Y él no había protestado por mis silencios. No estaba bien que lo dejase así, de lado. Y ahora lo necesitaba, con una necesidad todavía mayor. Daba igual la hora. Él era de aquellos que venían a rescatarme, incluso en horas intempestivas. Marqué su número, temblando. Tardó muy poco en contestar.
—¿Qué pasa, tío?
Tragué saliva antes de responder.
—He sucumbido a mis deseos —confesé sollozando—. Lo siento.
Enseguida escuché el clic de fin de la llamada. Podía imaginarlo colocarse la ropa a todo correr, temiendo no llegar a tiempo. Espero que no llame a mis padres. No soportaría volver a ver el rostro de decepción de mi padre. De decepción y terror. Ni a mi madre, retorciéndose entre lágrimas por un segundo hijo al que podría perder. Y volví a derrumbarme. «Has hecho bien», murmuró la condenada voz interior que no sé ni de donde osaba venir, y que no se quería callar.
—¡Cállate! Tendrías que culparme por no hacerlo —grité, contradiciendo a la voz que estaba cansado de escuchar. Creo que me volví loco desde el día en el que Lucas falleció.
No tardé en escuchar el timbre. Me arrastré como pude hasta el telefonillo para responder, y abrir la puerta a Gorka. Sentía una debilidad mayor que si estuviera perdiendo litros de sangre por segundos. Lo escuché subir los escalones al galope.
—¿Estás bien? —preguntó a gritos en cuanto se plantó frente a mí, analizándome con rapidez; moviéndome entre sacudidas y el temblar de sus manos. Encontrándome hecho añicos, en el suelo.
—No pude hacerlo, tío. No pude —le confesé entre sollozos—. Soy la hostia de cobarde.
Gorka me abrazó con fuerza, amedrantado, y aliviado a la vez porque había llegado a tiempo.
—Me alegra saber que no has podido hacerlo, joder. —Se apartó para mirarme—. Deja que cierre la puerta. Los vecinos no tienen por qué saber esto —dijo, siendo cuidadoso con los temas de mi intimidad.
Me llevó hasta el sofá y me acomodó allí.
—¿Quieres que llame a tus padres?
—¡No! Por favor —grité, abriendo los ojos al máximo—. No quiero que se enteren que he vuelto a ser un puto cobarde.
—¿Qué ha pasado, tío?
—Puedo oírlo. Puedo oírlo cuando fallo, cuando me hundo. Cuando me empeño en cagarla. Puedo oírlo dentro de mi cabeza.
Negó, preocupado.
—Deberías de pasarte por la consulta del psicólogo. No debiste de abandonar la terapia.
—No me ayudaba. ¡Al contrario! Me asfixiaba.
Se sentó a mi lado, repasando los cabellos con los dedos, agobiado.
—Tienes que hacer algo. Darte cuenta de que él se lo buscó, y que no fue culpa tuya.
—¡Pude detenerlo! Y no quise, tío. ¡Soy la hostia de imbécil!
—Hay momentos en que se nos va un poco el norte. Pero es que tampoco podemos estar obsesionados con ejercer de ángel de la guarda.
—¡Tendría que haberlo evitado! Pasó todo muy deprisa. No pude evitar que se emborrachara, y mucho menos, detenerlo.
Me observó con tristeza.
—No puedes estar en todas partes, tío. No podías hacer más de lo hiciste.
—De haber hecho lo correcto, él aún hubiera estado aquí. Y no me sentiría así de mal.
—Aún está reciente todo eso. Con el tiempo sentiréis un poco de alivio, aunque no lo olvidaréis. Pero lo que pasó, pasó, y ya no puede cambiarse. Y lo siento mucho, Iker. Ojalá no hubiera sucedido. Soy el primero al que le duele mucho, tanto como a ti, como buen amigo tuyo que soy. Pero tenéis que seguir adelante. Él lo escogió así. Cometió un puto error. Al igual que aquel que estuviste a punto de cometer si tu padre no hubiera llegado a tiempo —me recordó, bajando la mirada hacia mi muñeca. Sentí de nuevo ese dolor multiplicado por tres. O por mil.
—Ojalá pudiera dar marcha atrás y evitar todo aquello.
—Ojalá pudiera tener ese don y ayudarte con eso.
Suspiré, con la mirada clavada en ningún lugar en concreto.
—¿Sabes? Siento haberte dejado de lado cuando me fui de vacaciones a Santillana del Mar.
—Hablábamos por el grupo. No te preocupes. Sabía de ti.
—Ya. Pero no era lo mismo. No te dije nada, directamente. No te conté cómo me sentía exactamente.
—Tranquilo. No estoy enfadado.
—¿Sabes? Conocí a una chica estupenda en el pueblo.
Me miró, sorprendido.
—¡Era verdad! —Abrió la boca exageradamente—. ¡Había una chavala! ¡Pero qué cabrón!
—Sí —confesé, dejando salir una sonrisa. Me salía con naturalidad cuando la mencionaba—. Pero no me atreví a decirle lo que sentía por ella. Solo me atrevo a lo peor —murmuré, en una de las peores reflexiones de mi vida.
—Oh... ¡Vaya! —se lamentó él—. Tendrías que llamarla y decirle lo que no le dijiste.
Reí con angustia.
—¿Y hacerla descubrir al tipo enajenado y suicida que estoy hecho, ese con el que le tocaría convivir, de haberlo intentado con ella? ¡Estás loco!
—Tienes que dejar de hacer esto. Te queda toda una vida por delante. Y te quedan cosas buenas por experimentar. Estoy seguro de que Lucas querría esto para ti. —Ladeó la cabeza, divertido—. ¡Igual, hasta quiere que vayas a por esa chica y de ahí, tantas voces locas por tu cabeza! No puede gritar más alto, pero sí decirlo tan claro, aunque sea desde el más allá.
Negué.
—Estoy cansado de escuchar sus críticas. Y llegan desde mi imaginación. Sé que no es él. Sería de locos creerlo.
—O tal vez sí. Y no se despegará de ti hasta que hagas lo correcto.
—No sé, tío.
—Joder, ¡tienes que intentarlo! —me propuso, mirando hacia el mismo punto de la nada; el que estaba observando yo.
MARIYA
Me estiré sobre la cama de Olga. Ella se estaba maquillando porque íbamos a salir.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó, sin apartar la mirada del espejo.
—¡Fatal! Es regresar aquí, y acordarme del gilipollas de Samuel.
—¡Que le den a ese capullo! —Se giró para enfrentarme—. ¿Y qué pasa con Iker?
—¿Qué pasa con él?
—¿Has intentado hablar con él? ¿Le has llamado? ¿Mandado un mensaje?
Me incorporé para responder.
—¿Por qué tendría que hacerlo? Él tampoco lo ha hecho.
—¿Y?
Me encogí de hombros.
—Él está en Bilbao y yo... yo estoy aquí.
—¿Y?
La fulminé con la mirada.
—¿Quieres dejar de poner tanto «Y» a nuestra conversación?
—¿Es que no te das cuenta? ¡Podrías haber tenido una bonita historia de amor si hubieras querido!
—Te gusta a ti. No voy a arrebatártelo.
Olga negó.
—Yo no le gusto a él. Tú eres quien le gusta. Lo desembuchó en nuestra, se suponía, «salida guay de proyecto ligue».
—¿Yo? ¡Pensaba que lo decía de broma!
—No sabes pillar las cosas al vuelo, hija —reprobó.
Volví a estirarme sobre la cama.
—¿Sabes? Echo de menos estar en Santillana del Mar preparando cosas ricas para los clientes de mi tía Colasa, con vosotros a mi lado.
—Querrás decir: con él a tu lado.
—Reconoce que lo hemos pasado genial. Aunque saliéramos lo justo de fiesta. Estuvimos muy a gusto.
—Ya. —Olga suspiró—. Estuvo guay. Fue como: chico desconocido aparece de la nada y nos llega a lo más hondo del corazón. —Asintió para sí misma—. Una bonita introducción para una historia de amor de Corín Tellado.
—Sí.
—Sobre un trío...
Me incorporé de golpe, y la observé con asco.
—¡¿Qué dices?! ¡¡Ni de coña!!
Soltó una chillona carcajada.
—¡Era broma! Pero no digas que no engancharía —insistió, señalándome, con el lápiz labial de color rojo burdeos todavía entre sus dedos.
—¡Pues no!
—Ya. —Recuperó su seriedad—. Tienes que llamarle. Es ahora cuando podéis quedar sin que vuestro tiempo demasiado ocupado os lo impida.
—Y luego, ¿qué? ¿Qué pasará luego?
—¡Una hora y poco más de camino! Eso está hecho en un abrir y cerrar de ojos. ¡No me seas quisqui!
—¿Y si no funciona? ¿Y si ya encontró a alguien? ¿Y si... ?
—¿Y si dejas de protestar? Mientras protestas, pierdes el tiempo.
—¿Y tú? No puedo dejarte sola.
Buscó su teléfono y me mostró la pantalla. Estaba chateando con alguien.
—¿Te acuerdas de Néstor?
—¿El chico del coche rojo, tan resalado?
—¡Ese! Me ha pedido salir.
—No...
—¡Que sí! ¡Y me encanta!
Rodé los ojos, nada sorprendida.
—¿Y qué chico que esté de buen ver, y derroche simpatía, no te gusta?
—¡Eso es cierto! —Me señaló—. ¡Muy aguda! ¡Llama a Iker! Tenéis que quedar para salir.
—Estará con sus amigos.
—¡A por el culo su peña! ¡Llámale! Ve a por él.
La observé estupefacta. Me estaba dando vía libre para que me quedase con él. ¡Estaba loca si lo hacía! Y si no, quizá, también.
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