13.
IKER
Estuve a punto... A punto de decírselo tantas veces poniéndomelo la loca de su amiga en mis labios, y no fui capaz. Acaricié mi muñeca. Escuché la risa burlona de mi hermano, y solo pude llorar. Estaba reteniendo sentimientos. Estaba tan confuso y perdido que me privaba de cuanto me hiciera mejorar. Era como si me hubiera metido en una espiral de torturas que quisiera aplicarme por necesidad. Lo tenía merecido. ¡Vaya si lo tenía merecido!
Abrí la bolsa de mano y terminé de llenarla. Ya tenía llena la maleta principal y según mi memoria rápida no estaba olvidando nada. Solo darle las gracias a Colasa porque, finalmente, había abonado mi estancia allí como pago de mi ayuda. Me sentí un poco mal pues lo había hecho de corazón, y me había divertido con ello. Incluso, gracias a ello, había podido pasar más tiempo del que pensaba al lado de Mariya. Un tiempo que había llegado a su fin. Mariya... Su nombre no dejaba de dibujarse en mi cabeza. Y su confusión, también. No había dejado de pensar que el enfado que tenía en común con Olga, era por no decirle que sí a su proposición, cuando lo que estaba deseando era conseguirla a ella. Estaba ciega, aunque yo también se lo había ocultado con sutileza.
•«Ya estás largándote de ahí».
El mensaje me había llegado desde el grupo de amigos.
•«Saldré mañana, chicos. Nos vemos por la tarde y ya planearemos algo».
•«Genial, macho. Empieza la fiestaaa!!».
Empezaba la fiesta, y se alejaba algo que me parecía de mucho valor. Tenía que pasar página y seguir con lo que estaba haciendo en mi vida antes de llegar aquí. Llamé a mis padres para informarles. Desde la última llamada en que sentí que los tenía un poco abandonados, estuve mandando mensajes para hacerles saber que continuaba respirando. Mi madre se alegró de que ya regresara a casa. De poder darme un abrazo y saber que estaba bien.
—Tienes que venir a casa a comer.
—Eso está hecho. Pero primero tendré que deshacer mi equipaje y contentar a mis amigos, ama. Ya sabes cómo son.
—Unos revolucionarios y unos escandalosos —bromeó—. Sé cómo son. De acuerdo.
—Nos vemos. ¿Sí?
—Claro.
Seguía notando su voz triste. Los tres estábamos tristes porque faltaba quien formaba parte de un cuarteto con anterioridad.
—Eres gilipollas, Lucas —murmuré hacia la nada, derramando unas cuántas lágrimas más. Era mi hermano pequeño. Y yo era responsable de él. El que tendría que nombrarse gilipollas del año soy yo.
Terminé el equipaje, miré a mi alrededor y suspiré, melancólico. Habían sido unos breves días, pero habían tenido una intensidad incomparable, salvo los últimos, que acabaron por pasarnos factura a todos.
—Encantadas de conocerte —dijo Adela, hablando por Rita, también—. Esperamos volverte a ver por aquí otra vez, muchacho.
—No lo dude —casi mentí, porque no estaba seguro de regresar.
Cargué mis cosas en el coche. Lo había estacionado temporalmente en un lado de la plaza con los intermitentes dobles, puestos. Ahora sí que me marchaba de allí. Dejaría atrás los intensos días vividos. Dejaría atrás aquel atractivo y hospitalario municipio. Y por supuesto, la dejaría a ella, a la vez, atrás... ¡Cómo no!
Vacíe mis pulmones en un largo suspiro echando un último vistazo. Hoy no me apetecían despedidas. Sabía dónde estaría ella. Pero si fuera a despedirme, estaba seguro de que me echaría atrás, y me quedaría por más tiempo. No es lo planeado. Y me queda carretera por delante, y la visita a mis padres, por la tarde. Demasiado que desempacar, y muchas obligaciones que atender, incluidas las de mis amigos que ya me estaban esperando con ganas. Tal como había decidido, había llegado la hora de regresar a Bilbao.
Asentí, como si alguien me estuviera formulando una pregunta. Y luego me metí dentro del coche. Encendí el reproductor de música y puse mi música favorita. La que me acompañaría durante el camino de regreso a casa, junto a tantas fotografías que había sacado los instantes que había podido, para no rememorar ese viaje, porque en cuanto tuviera el álbum entre las manos, y me entrase la tristeza, volvería a colocarlo en su estante sin abrirlo.
MARIYA
Se me hacía extraño madrugar sin Olga replicando y gruñendo como un cachorrillo furioso. Sin sus risas cómplices mientras nos arreglábamos para venirnos a la panadería. Pero sobre todo, el encuentro habitual con Iker; con su perfecta sonrisa. Con su carácter impredecible. Sonreí al pensarlo. Porque a pesar de su carácter variable, el que persistía era el amigable y bromista en los momentos de trabajo. En las salidas nocturnas. Cuando nos quedábamos a solas. Me sentí mal por no conseguir mi propósito de juntarle con Olga. De conseguir que aquella bonita pareja funcionara. Pero también descubrí otro lado egoísta que, con su ausencia, me susurraba que a mí también me gustaba. Y, por qué no dije que sí cuando me propuso aceptara yo, en vez de Olga, aquella propuesta. Volví a sonreír, aunque esta vez ruborizándome; estoy tan cegada con Samuel que no soy capaz de avanzar. No fui capaz de aceptar. Negué despacito como quien calcula las palabras que no iba a soltar. Iker era algo pasajero. Algo bueno que tenía que sucedernos en vacaciones, dentro del apuro en el que mis tíos se vieron metidos. Por Cierto, Mi tío ya se atrevió a venir al negocio, a pesar de las miles de protestas por parte de su esposa, y mías. No sé quién era más testarudo. Bueno, sí lo sé: él nos ganó.
Pero era distinto. Muy distinto. No era como tener allí a mis amigos. Ni las conversaciones, ni las bromas... Todo era más profesional, y las conversaciones trataban sobre lo que quedaba pendiente realizar para recuperar las perdidas que hubiera podido ocasionar su ausencia.
—Manuel, con los chicos todo fue sobre ruedas. No hay pérdidas. Y tu sobrina recuperó su sonrisa durante aquellos días. Y ahora... ¡Mírala ahora! Lánguida y pensativa.
—¡No es verdad! —protesté.
—Cielo, dime la verdad, ¿ese chico te gustaba mucho?
Nadie me había hecho esa pregunta directa. Ni yo misma la había formulado cuando él me lo preguntó. ¿él me gustaba, de verdad? Samuel me gustaba de verdad. «Deja de darle vueltas a un imposible»; gritó una vocecilla dentro de mí. «¿Y qué si me gustaba, o me gusta? Ya no está».
—No. Éramos amigos. Y estuvo genial. Los tres estuvimos genial. Y ahora los echo de menos.
—Te aseguro que yo también. Vuestra juventud alegraba mis días y me daban más vidilla.
—Sí, ¿verdad?
Ella asintió.
—Podrías irte en busca de Olga y hacer un poco de vagueo —propuso mi tía, encontrándome decaída.
—Vine para ayudar.
—Pero el tío ya está bien. ¡Míralo! Se endereza a la perfección —dijo ella, sonriendo, aliviada—. Definitivamente, aquella medicación hizo milagros. Nuestro médico de familia, Chus, sabe lo que se hace, y lo que le nos funciona. Venga. Disfruta un poco de tus vacaciones. Lo necesitas.
—No. Da igual —me negué, como si no quisiera salir de aquellas cuatro paredes al exterior. Además, Olga estaría aún con su familia, en casa de su abuela. Puede que la llame esta tarde y salgamos esta noche. O quizá no. No tenía ganas de muchas cosas. El silencio que se había quedado por allí sin estar los tres, juntos, me parecía triste, pesado, extraño.
Contacté con Olga. Ella ya estaba liando los bártulos para regresar a Santander. Se llevaban a su abuela una semana a la ciudad, por mucho que se había negado. Tocaba el turno de cambiar las tornas. Y querían que estuviera más tiempo en compañía. Quizá sí fuera tiempo de volver a la ciudad. Pero me daba pena dejar a mis tíos, solos. ¿Y si mi tío volvía a recaer en cuanto me fuera? ¿Y si terminaban por agobiarse? Porque él no estaba todavía al cien por cien.
—¿En qué piensas, cariño? —quiso saber Colasa, removiendo el perol que humeaba, y olía deliciosamente. Me supo tan a hogar. Tan deliciosamente.
—Olga regresa a Santander. Me quedaré un poco más por aquí para echaros un cable. Una semana más. Luego regresaré a la ciudad.
—¿No te aburrirás sin salir con nadie por las noches? Hay fiesta por muy pequeño que sea esto.
Negué.
—No tengo ganas de fiesta —mentí. Lo que más le temía era a la soledad. Volvía a sentir que se había hecho un agujero más en mi maltrecho corazón.
Mi tía se acercó, agachándose para abrazarme.
—Cariño, te veo mal. Dudo que hayas podido olvidar a aquel zopenco. Y dudo que no necesites levantar unos ánimos que ya se desvanecieron. Necesitas salir, cambiar de aires... Necesitas a tus amigos. Haz las maletas y regresa a la ciudad. Pasa el tiempo que queda de verano con ella.
—Tía, tengo que... que ir al baño.
Ella asintió, dándome permiso. ¡Como si lo necesitara!
Y me metí en el baño, pero para llorar. Sentía tanta nostalgia, soledad; era como si no perteneciera a aquel mundo. Tal vez sí tuviera razón tía Colasa. Quizá tenía que soltar definitivamente el pesado lastre y empezar desde cero. Me miré al espejo. Mi gesto cansado me advertía de que, o paraba ya, o no podría detener la veloz carrera hacia mi total deterioro. Me había torturado suficiente. Había llegado la hora de hacer todo lo contrario.
https://youtu.be/KwuBD2tUBjo
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