Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

11.

  IKER

  La opinión de Mariya —esa mujer que continuaba importándome tanto—, siguió dándome puñaladas en el pecho. ¿Por qué no podía fijarse en mí, y punto? ¿Por qué no podía ser más fácil que esto? «Iker, me gustas. Sí que quiero salir contigo». ¿Por qué no podía escuchar estas palabras de sus propios labios? Sacudí la cabeza, burlándome de mí mismo: «¡Ríndete atontado! Eres deprimente y patético».

  Colasa me había invitado a comer. Me había excusado alegando que tenía que empezar a hacer las maletas, puesto que el domingo ya lo tenía más que ocupado por culpa de Olga. Y como antes, a la pelirroja se le cayó el mundo a los pies.

  —Está bien. Un paseo y una cena... ¡Esta noche! Pero no podemos acostarnos tarde —mencioné, sin creerme ni yo mismo. ¿Me había vuelto un chalado? No. Era mi otro plan para volver celosa a Mariya. O hacer un último intento para que me hiciera caso de verdad.

  Se echó en mis brazos, como loca.

  —¡Ay, gracias!

  Fui a quitármela de encima. Se sabría que estaba fingiendo. Y no quería defraudar a nadie. Por muy embustero y canalla que me estuviera comportando. Mariya me estaba haciendo llegar a límites turbios que ni yo sabía que pudiera tener, salvo otros que sí conocía que tenía. Así que la abracé, pero sin llegar a apretarla, forzando una sonrisa.

  —¡Ya era hora, jolines! ¡Me teníais sufriendo! —largó Mariya, cosa que me hundió aún más, junto a lo que dijo a continuación—. Sois tal para cual. Tenéis que acabar juntos, sí o sí.

  Colasa aplaudió.

  —¡Bravo por la juventud! Esto tenemos que celebrarlo. Vamos chico, ven a comer.

  —No puedo. Mi equipaje. ¡Ya sabe!

  Ella asintió. Mi cabeza estaba en otro sitio. Mariya me miraba. No era una mirada que transmitiera que le gustaba, no. Era de esas miradas que se alegraban por los mejores acontecimientos que pudieran pasar. Otra razón más para derrumbarme todavía más. No solo por la pronta despedida.

—¿A qué hora nos vemos? —me preguntó Olga, con un brillo especial en su rostro. De repente me sentí horrible por lo que le estaba haciendo.

—A las siete. En la plaza del pueblo.

—Ok. Allí estaré.

  Me dio un beso en la mejilla y me tensé. No lo esperaba. Bueno, esperaba otro peor, en otro lugar menos adecuado y me alegré de equivocarme. Ella continuaba poniéndome de los nervios, la verdad. Y acababa de pedirle una cita. ¡No puedo estar más loco!


  Compré un par de cosas en el supermercado. Me lo comí, a la vez que metía las cosas dentro de las maletas. Había dejado un poco de ropa, fuera, para esa tarde, y para la excursión del día siguiente. ¿A quién se le podía ocurrir algo así, que, en un principio, hasta hubiera dado saltitos de alegría, y ahora me parecía un puto disparate? En fin. Veremos cómo acaba todo esto.

  Fue puntual. Olga estaba en el lugar exacto a la hora exacta. Su sonrisa se ensanchó en cuanto me vio acercarme. Estiró el brazo y me enseñó la palma de la mano para que la agarrara.

  —¿Qué? ¡No!

  —Iker, tenemos que hablar.

  Negué acojonado. Mal había empezado la cita que no debería de haber aceptado. ¿En qué hostias estaba pensando? Ella inclinó el rostro, insistiendo. Me lo pensé un poco. Terminé haciéndolo. Y empezamos a andar.

  —Mira, no quiero que pienses cosas raras. Tú y yo no...

  Me interrumpió.

  —No hace falta que digas nada. Y, por cierto, ¿desde cuándo?

  Me quedé extrañado.

  —Desde cuándo, ¿qué? —pregunté, mirando hacia el suelo sin detenerme.

  —No disimules. Sé cuánto te atrae mi amiga.

  Ahí sí que pego el frenazo, llegando a soltarla.

  —¿Cómo?

  —Se te nota como a dos leguas, chaval. ¿Crees que estoy tonta? —Dejó escapar una bocanada de aire con brusquedad—. He intentado hacer interferencias esperando que te fijaras en mí. Pero te dio tan fuerte que lo dudo.

  —No le digas nada, por favor —rogué, temiendo que se lo dijera por algún mensaje tan pronto pudiera, impaciente. Esta vez me encontraba entre la espada y la pared. Porque la noticia le llegaría a ella antes de que pudiera contenerla.

  —¿Por qué? A ver... Sé que sabes, y yo también sé, lo de Samuel. Pero Mariya tiene que avanzar.

  —Dijo que no podría haber nada entre nosotros.

  —Dijo...

  —Sí.

  Puso su mano sobre mi hombro.

  —Mira, chico; si algo sé de mi mejor amiga es que, después de una mala experiencia, es difícil convencerla para que cambie de parecer. Pero en algún momento tendrá que ir perdiendo el miedo. Ahora, que, si le haces daño, te cortaré los huevos —soltó, con una naturalidad, pero con un vibrato bien tenebroso que me estremeció. De repente, ella se me antojó el Muñeco Diabólico.

  —Y qué crees que tengo que hacer. ¿Terminar peleándome con ella?

  —¿Tienes una historia similar que te hace tener un carácter así, tan variable? Porque creo que deberías de deshacerte de todo lo que te una a esa parte que tanto duele. —Señaló hacia mi pulsera—. Y eso, es de lo primero que deberías de deshacerte.

—¡Eso jamás! Y no es lo que piensas.

  —¿Ah no? Porque lo guardas como paño en oro. Y tiene que ser algún regalo de alguien que ha calado muy hondo en ti.

  —No es lo que piensas —insistí.

  Fue a tocarla y la empujé. Se estaba pasando, y mucho.

—A ver, ¿quieres estar con Mariya, o por el contrario, continuar aferrado a alguien que no te pertenece?

  —Si esperas que te dé algún tipo de explicación, paso —espeté, lo suficientemente molesto. No tenía ganas de explicarle nada acerca de aquel objeto, y nada le importaba.

  —Como no te deshagas de recuerdos, no podrás adentrarte en otros nuevos. Y yo quiero demasiado a Mariya para que juegues con ella, ¿me oyes? No lo consentiré.

  Tenía que cambiar de tema. Me urgía. Estaba entrando en cólera.

  —A ver, ¿esto es una cita, o es una puta quedada para tirar mi reputación por los suelos?

  La vi respirar tan profundo que pensé que se iba a asfixiar.

—Lo digo en serio; como te vayas mañana sin decirle nada a Mariya, cobras.

  —¡Vete a la mierda!

  Me detuvo, sujetándome del brazo.

  —¡Ah no, precioso! La cita me la voy a cobrar igualmente. Tú te quedas conmigo.

  Rodé los ojos, cabreado. Pues nada; tenía que aguantar a doña remilgos y lengua suelta, lo quisiera o no, por unas horas.


MARIYA

  El teléfono me sonó. Ya me había puesto el pijama, y estaba ayudando a mi tía en la cocina. Era Olga. Junto al mensaje, me llegó el link de una dirección que tendría que abrir con Google Maps.

  • «Puedo adivinar que llevas ya el pijama puesto. Pues cámbiate y tira millas hacia aquí».

  El mensaje me dejó perpleja. La llamé, pero no contestó. Me cortaba la llamada. Crucé los dedos deseando que Iker no la hubiera dejado tirada. Porque ya lo conocía, y sabía que le daría calabazas en cuanto encontrara el momento adecuado. Le mandé un mensaje preguntándoselo. Y el mensaje fue ignorado, también. ¡De acuerdo! O me acercaba hasta allí, o no descubriría qué había pasado.

  Cuando llegué, me metí adentro. Vi cómo Olga levantaba la mano dándose cuenta de mi presencia, ya que le mandé un mensaje antes de entrar, por si la llamada no la cogía, y me explicó por dónde paraba. Y vi el rostro palidecido de Iker que, supongo, que no esperaba verme por allí. Le volvió el color conforme me iba acercando. Incluso se puso colorado a medida que me acerqué.

  —Bueno chico. Te va a tocar pagar dos cenas —soltó mi amiga Olga, sin cortarse un pelo. Iker parecía haber enmudecido. Tenía la mirada fija en mí—. ¡Chaval! —Chasqueó los dedos delante de su cara—. ¡Que estamos aquí!

  —¿Qué? ¡Ah! De acuerdo. No hay problema.

  Mi amiga se extrañó.

  —¿Nos vas a protestar, ni nada de eso? ¡Qué raro!

  Llegó la camarera para tomarnos nota. Supongo que Olga ya la había avisado de que faltaba un comensal. No tardó en tomar nota. Nosotras porque, más o menos, ya lo teníamos claro, y él, porque Olga lo aconsejó. Ahora, no levantaba la mirada de la mesa. Estaba molesto, nervioso... ¡Lo entiendo!

  —¿Ya te habías puesto el pijama rosita de las flores?

  —¡Olgaaa!

  —¡Solo rompo el hielo! ¡Mira pobre chaval!

  —¡A saber qué le has hecho!

  Levantó la mirada y apretó el ceño.

  —¡Que estoy aquí! No soy ningún niño pequeño para que tengáis que hablar por mí.

  —¡Ya era hora de que reaccionaras! —gruñó Olga. Parecía molesto con él. Más que Iker, con ella. Por muy absurdo que pareciera porque la contienda había empezado del revés—. ¡Jo! Tengo ganas de que llegue mañana para enseñarle a este guaperas los montes tan chulos y verdes que tenemos por aquí. ¡Ni Heidi!

  Me hizo reír. ¡Tenía unas cosas! Era lo que más me gustaba de ella. No solía enfurruñarse de verdad hasta que el enfado llegaba a sobrepasar sus límites de paciencia. Y, además, solía reconocer cuando no tenía razón, por muy testaruda que fuera.

  —Es una locura. Al día siguiente tendré agujetas —protestó Iker—. Veremos cómo hago para conducir hasta Bilbao, si es que me levanto —protestó, regresando la tristeza a golpearnos a los tres. ¿Por qué lo bueno termina pronto? ¿Por qué no quería quedarse quince días más, aquí? Tenía a Olga. Tenía tiempo para conocerla mejor y saber qué quiere, en verdad.

  —No tendrías que irte. Somos un equipo increíble que se va a ir a la porra porque te quieres largar.

  —¿Y tú? ¿No vas a volver a casa de tu abuela y, que por lo menos, te vea el pelo? ¿De verdad que no vas a abandonar? —Habían empezado una pequeña guerra que yo no sabía apaciguar. Y lo peor era que yo sería la que se volvería a encontrar sola, y saturada de trabajo nuevamente, cuando ellos se fueran. ¿Por qué no protestar? Porque no quería pelearme como lo estaban haciendo ellos.

  —Vale. ¡Ahí me has pillado, chaval! Pero si te quedas, valdrá la pena hacer pequeñas escapadas para divertirme con vosotros.

  —Di, más bien, para currar.

  —¿Y no nos divertíamos igualmente currando?

  El volumen de la voz fue subiendo a medida que se reprochaban las cosas. Y yo, en mitad de la contienda, como un aterrado espectador. O frenaba aquello, o terminarían por agarrarse de los pelos.

  —¿Vamos a cenar, o vamos a discutir? —interrumpí.

  —¿Y tú? ¿No vas a decir nada? —me reprochó Olga.

  Solté el aire contenido en mis pulmones. Luego me puse en pie.

  —Si vamos a estar así, ya terminé de cenar.

  —Apenas tocaste el plato. ¡Siéntate ahí! —me ordenó mi amiga, con su nivel de enfado rebosando el borde de la copa.

  —¡Si vamos a reñir, ni de coña!

  Cerró los ojos, intentando controlarse.

  —Díselo o se lo digo yo —gritó, enfrentándose a Iker, el cual, se quedó tan pálido que me preocupó.

  —¿Decirme? ¿Qué? —pregunté, con un poco de miedo. Porque, ¿qué era aquello que tenía que decirme?

  —¡Para, Olga! ¡Ya está bien! Te lo pido por favor.

  —Te arrepentirás cuando te vayas de no haberlo dicho a tiempo.

  —¿Arrepentirte? ¿De qué? ¡Queréis hablar más claro! —Guardaron silencio. Masticaban con rabia, clavándose la mirada con dureza—. ¿Me vais a contar qué os pasa?

Ninguno de los dos respondió. ¡Juro que van a volverme loca!

  Olga cambió enseguida de tema. Sacó a colación el tema sobre una serie que había escuchado que estrenaban a mitad agosto y que estaba basada en un libro de romance que nos habíamos leído ambas. Romance... ¿Por qué todo giraba en torno a la misma palabra? ¿Por qué acababa encadenándome a los recuerdos de Samuel? ¡Maldita sea! Ni en Santillana del Mar puedo deshacerme de esos recuerdos. Y eso que había venido hasta aquí para olvidar.


  —Recordad ser puntuales mañana por la mañana. El guía no nos va a esperar. ¿Entendéis?

  —¿Y si lo anulamos? No tengo ganas de ir —protestó Iker, después el consejo de Olga.

  —Te vas. Y quiero que nos echemos unas fotos. ¿Nos hemos echado alguna? ¡No! Y mira que hemos estado juntos una semana entera.

  —No necesitamos hacernos fotos —medio mentí, porque sí que me encantaría tener unas cuantas de Mariya para recordar la guapa que es. «Quédate». ¡No puedo! —hablé conmigo mismo, indeciso. Tenía que salir de allí, veloz. No quería enamorarme todavía. No quería que nada me atara a ningún lugar. Ser libre de a dónde ir, sin restricciones o protestas. Porque no es que quisiera regresar tan pronto a Bilbao. Pero a la vez necesitaba regresar a mi zona de confort y seguridad, mi pequeño pisito donde deprimirme a escondidas sin que nadie me censurara.

  —Pues yo sí que quiero una foto donde salgamos todos. Será un buen recuerdo para cuando ya no estés por aquí.

  Yo seguía callada pensando qué narices les había pasado a estos dos, o si la rareza en su modo de actuar estaba relacionada con la inminente despedida de Iker.

  —Paso...

  Iker nos dio la espalda. Era como si de repente hubiéramos desaparecido para él.

  —¡Mañana sé puntual! —le gritó Olga. Él levantó el dedo corazón y abrí los ojos, sorprendida.

  —Pero, ¿a ti qué te pasa? ¿No sabes aprovechar cuando te citas con el chico que te gusta? ¿No has aprovechado ni un mísero minuto para conseguir llevarlo a tu terreno?

  —No puedes llevar a tu terreno a quien no le gustas. ¿No es así?

  —¿No le gustas?

  —Por desgracia... ¡No! —Puso los ojos en blanco, y luego bufó, cansada—. Venga, tiremos millas hacia la casa de tus tíos. Mañana toca madrugar para la excursión. Y paso de perdérmela por quedarme dormida.

  —Iker no quiere hacerla.

  —Iker me importa un rábano. Lo que tiene que hacer es colaborar.

  —Mujer, ¡no seas tan dura con él!

  —¡Ay, si supieras! Se lo merece.

  —¿Por qué?

  Olga negó.

  —Tengo sueño. —Se ancló a mi brazo, preparada para ponerse a andar—. Necesito pillar camita. No puedo con mi alma. Así que menos charla y más prisas.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro