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10.

  IKER

  Continuaba con la imagen de Mariya, llorando desconsolada, rondando por mi cabeza. Ya conocía su problema y de poder, le hubiera dado un buen escarmiento al tal Samuel, por capullo. Quería seguir en esta nueva aventura en la que me había embarcado sin comerlo, ni beberlo. Aunque también quería huir de las manos de Olga, que se empeñaba en atraparme, más tediosa cada vez. Podría declararme. Que Mariya supiera lo que siento por ella. Pero con el aviso que me dio aclarando que no podía haber nada entre ambos me hacía frenarme, pues tal precipitación sería una tentativa para dejar de hablarme. Eso me gustaba aún menos. Por lo que tendré que seguir manteniéndolo en un máximo secretismo, y que fuera lo que cualquier ser divino desease para mí que me ocurriera. Porque empiezo a sentir que, en el inmenso universo, no hay nadie a quien poder implorar para recibir ese tipo de ayuda divina.

  Me encaminé hacia la panadería. La semana había finalizado. Habíamos tocado el final de esta. Yo tenía que decidir si seguir quedándome, disfrutando de esta parte de mi vida que empezaba a gustarme, aunque fuera temporal o, por el contrario, regresar a casa. Allí, solo me comería la cabeza constantemente, tal y como lo había hecho hasta ahora. Pero, ¿y qué hacer? Tenía que seguir enfrentándome al fiero demonio que se empecinaba en destrozarme lentamente.

  —Buenos días —saludé, en cuanto Olga me abrió la puerta. Entré.

  —¿A que no sabes qué?

  Esa pregunta me paralizó. ¿Y por qué Colasa no había sido quien había salido a recibirme? La escuché por dentro hablando con la mujer que se empeñaba en volverme loco por momentos. Bien. Qué remedio.

  —¿Qué? —la interrogué con cautela.

  —Mañana iremos de excursión.

  —¡¿Qué?! El domingo es día de descanso.

  Negó.

  —Toda la semana trabajando, ¿y no permitirse ni un mísero kit-kat?

  —¡Ya salimos de fiesta por las noches!

  —Esta noche nos quedaremos en casita. Mañana quiero madrugar. Tenemos algo guay que hacer.

  —¿Ya me vas mareando al chico? ¡Ay Olga, hija! Mareas a cualquiera —la regañó Colasa, con dulzura, saliendo hacia donde ellos estaban.

  —¡No es verdad! Es una sorpresa que le quedaba por saber a Iker .Y tenía que contársela.

  —Lo sé. Ya te oí. Venga chicos. Adelantemos camino. O nos amanecerá con todo por hacer.


  Me metí adentro encontrándome con Mariya, concentrada en aquella masa que trabajaba con tanta soltura.

  —Buenos días —dije, casi en un murmullo. La voz me salió sin querer en un casi murmullo que no me gustó. Acabará por descubrirme.

  —Hola, Iker. Quiero darte las gracias por lo de ayer. Ya se las di a Olga. Sin vosotros me hubiera derrumbado. No hubiera podido levantarme otra vez.

  —Para eso están los amigos. Para qué, si no.

  —Siento no dejar que disfrutes de tus vacaciones. ¿Te irás el lunes? Creo recordar que mencionaste que te quedarías para una semana —soltó Mariya, quedándome de piedra, ¿cómo cojones lo sabían?—. O eso me dijo Rita —prosiguió—. Sí. Ella fue a quien le comentaste el tiempo de tu estancia, aquí.

  ¡Chivata!

  —¿Te vas este lunes? —Olga se sofocó. Se puso roja y medio azulada, como si hubiera dejado de respirar de repente—. ¡No te puedes ir! ¿Quién nos echará una mano? ¿Cómo podremos solas con esto? Quiero llevarte de excursión, a la playa... ¡Quiero hacer tantas cosas contigo!

  —Tú también tendrás que regresar para estar con tu abuela —le recordó—. Y supongo que Mariya se quedará con Colasa para ayudarla a sacar esto adelante. A eso vino, creo recordar.

  —¿Y la vas a dejar sola con todo este lío? ¿Nos vas a dejar solas? ¿Incluso a Colasa? ¿Pero te estás oyendo bien, tío?

  —Chicos, Manuel se encuentra mejor. Probablemente, mi marido podrá empezar a echarme una mano a partir de la semana que viene.

  —¿No está haciendo reposo? —cuestionó la pelirroja, enfadada.

  —Sí. Pero la medicación que le dieron está causando un efecto bien acertado y...

  —¡Y podría recaer, y empeorar! ¡Tonterías!

  —Cariño, cada cual tiene que seguir con lo suyo. E Iker tiene que volver a su vida normal. Y tú tienes que estar con tu familia, y con tu abuela. Deja que disfruten de ti.

  —Iker no se irá aún. ¡Mariya, dile que no se vaya! ¡Señora Colasa, deje que se quede una semana más! Alójelo en su casa, porfaaa —suplicó, mostrando su blanca dentadura al completo para luego terminar con un mohín.

  Yo me había puesto mucho más rojo aún. Resulta que estoy pirrado por Mariya, y quien estaba negociando mi estancia allí, era la pelirroja. Seguía igual de cabezona. ¡Eso no cambiaría mi parecer, si era lo que estaba esperando! Pero quedarme... lo haría por Mariya. Mi preciosa Mariya.

  —¿Qué dices, chico? —consultó la mujer, esperando una rápida respuesta.

  —Tengo que pensarlo —solté, como si yo también necesitase negociar.

  La pelirroja se aferró a mi brazo y me sacudí para que lo soltara.

  —¡Anda! ¡No me seas aguafiestas! Pórtate bien, chico —me suplicó, poniendo morritos. ¡Ay, por favor, de cuánto valor me toca armarme!

  —Ya veremos. Lo pensaré.

  —No te lo pienses mucho, chico. Tu plazo acaba mañana —me avisó Colasa, sonriendo con aquella familiaridad con que me había tratado desde que me había dejado caer por allí.

  —Si te quedas, te regalaré una pulsera más chula que esa. —Fue a tocarla y me aparté, fulminándola con la mirada—. Vale. Pues no te compraré ninguna. Dejaré que lleves esa misma. ¡No te enfades, hombre!

  Colasa se rio, al igual que Mariya. Olga tenía una energía inagotable que continuaba poniéndome a prueba cada dos, por tres. Y si seguía pinchándome de esa manera, mal íbamos a terminar.


  Esta tarde habían anunciado un teatro para niños. Marionetas, para ser exactos. Eso me recordó a algo que me hizo dudar en regresar a casa, o no. Porque había una ausencia. Una que no podía aceptar, como no aceptaban mis padres. Y aunque aquello me había recordado a aquella persona especial que para nada era ya un niño (más bien era un hombre hecho y derecho), recordé cuando lo llevaba a estos tipos de eventos, protestando como si me encontrara delante de un juicio, ante mis padres, tratando de escaquearme de esa responsabilidad, sin éxito ninguno. Por mí, ahora lo llevaría a cien mil sitios, si pudiera hacerlo, sin protestar. Ya no había remedio que valiera. Tenía que empezar a resignarme. O continuar volviéndome loco de cualquier manera. Recordé la oferta de la tía de Mariya. El ímpetu de la pelirroja. Y el final de mi semana concertada de vacaciones, y tenía, desde luego, que elegir. Me sentía de lo más confuso, pues si me quedaba, terminaría por acabar más colgado por aquella chica que no dejaba de robarme el corazón, sin darse cuenta, pero que huía de mí como si hubiera contraído alguna enfermedad contagiosa. De desquiciarme con Olga, que seguiría metiendo baza en un intento de hacerme suyo. Era verdad que, a través de las llamadas sabía cómo estaba mi madre, pero tampoco podía dejarla sola, con la que nos estaba cayendo. Sufría por mí. Me había visto en mis horas más bajas, y había blasfemado por lo que había sido capaz de hacer. Pienso que es normal que quiera que la llame en cuanto pueda, y a poder ser, a diario. Porque el día que yo sea padre, y vea a un hijo sufrir, seré el primero que le pondré la norma estricta de darme señales de vida para no dejarle solo con su dolor, y más si hubiera tenido instintos suicidas.

  —Definitivamente voy a volver a Bilbao. Planeé siete días, y esos siete están a fin de término. No hay más.

  —¿Qué? —Olga se quedó pálida. Estaba disgustada.

  —Ya sabes que me ofrezco a alojarte. Pero si decides lo contrario, no soy quién para cambiar tus planes. Aunque pagaré tu estancia en la pensión.

  —¿Qué? ¡No!

  —Me has ayudado, muchacho. Es de ser bien nacido, ser agradecido —admitió—. Será mi forma, nuestra forma de darte las gracias. Estoy segura de que Manuel estará de acuerdo conmigo. Empiezas a formar parte de esta pequeña familia.

  —¡Entonces quédate! —chillo Olga—. Vuelves a tener ese dinero en tu bolsillo, y puedes usarlo otra vez.

  Negué.

  —Es mi decisión. Os doy las gracias por todo. Por vuestra hospitalidad, y vuestra amistad. Pero tengo que regresar. Quiero compartir mis vacaciones con mis amigos. Es lo justo cuando no dejan de insistirme, mensaje tras mensaje.

  —Me parece justo —aceptó Mariya, sin algún asomo de súplica para que me quedara. ¡Menuda decepción!

  —Bien. Pues nada —farfullé, continuando con el trabajo de amasado de aquel pan de pueblo, con la tristeza impactando en mí como si me atacara un ciclón.


  MARIYA

  No quise exteriorizarlo. Pero que Iker se fuera hizo que me diera un vuelco el corazón. Me había acostumbrado a su compañía, y a la de Olga. Y cuando todo el mundo regresara a su lugar, sentiría un vacío irremplazable. Además, Olga estaba muy colgada por él. Se había sentido peor con el anuncio de su partida. ¿Cómo convencerle de que estaba equivocado? Olga era mucho más que su apariencia y que, con ella, ganaría mucho amor. Me sentí mal por ella. Porque aquellos días tan bonitos se estaban acabando. Porque, junto a ellos, no importaba madrugar y meterse al lío. Maldije para mis adentros hasta cansarme. De poco me servía maldecir y disgustarme tanto porque no llevaba a lugar ninguno, ni solución.

  Guardé silencio intentando no llorar. Cualquier escena de aquellas extremadamente sentimentales me llevaba a lo mismo: a llorar como una madalena. Porque, en el fondo, era otra despedida más. Y el verano no había acabado aún para ir despidiéndose con tanto bombo y platillo. De que la calma y la rutina regresaran para asfixiarme.

  Pero si yo me mantuve callada, Iker y Olga hicieron lo mismo. No nos atrevíamos a levantar la mirada, ni para atisbarse de reojo. Ni para mirarnos. Observarnos con aquellas caras tan largas nos ponía peor.

  —Chicos, no podéis estar así. Me estáis haciendo sentir mal incluso a mí.

  —Iker no se puede ir —escuché farfullar a Olga, en mitad de otra de sus pataletas.

  —Oye, tiene sus cosas que hacer. Tiene sus planes. Su vida. ¡No seas así, que nos jorobas a todos! —la regañé.

  Ella se dio la vuelta y con las manos enharinadas (como si hubiera olvidado que las tuviera sucias), lo agarró del brazo.

  —Concédeme una cita. ¡Esta noche! Aunque sea de mentira.

  Iker abrió tanto los ojos que me pareció que fueran a salirse de sus órbitas.

  —¡No! —gritó, molesto, sacudiéndose.

  —Hombre, hazle ese favorcete. Aunque sea de mentirijillas —le pedí, esperando que me lo concediera. Por Olga. Incluso por él. Porque estaba casi segura de que mi amiga podría hacerlo feliz.

  —¿Tú también? ¿Y por qué no sales tú, conmigo?

  Eso me dejó tan descolocada que incluso me enfadé.

  —¡Porque no soy la que está interesada por ti! Y Olga sí. ¡Vamos! ¡No seas tan egoísta!

  —¿Egoíst...? ¡Que os den! —maldijo, saliendo a toda prisa de la estancia, tropezándose con todo. Olga estuvo a punto de ir tras él. La retuve—. Déjalo. Está lo suficientemente furioso como para largar palabras que podrían herirte —la advertí, evitando que se disgustase más.

  —¿Por qué no se fija en mí, tía?

  —¡Porque es un cabezón y va a la suya! Pero bueno, se irá y se te pasará el capricho. ¡Ya te pirrarás por otro!

  —Como si eso fuera tan fácil.

  La miré arqueando una ceja con sorpresa. ¿En serio? ¡Si no dejaba de colgarse del primero que le pareciera de tan buen ver, acabaría en serios problemas! Pero Olga es Olga. Además, pronto se le pasaría la morriña de Iker en cuanto pasasen unos días de su ausencia, y encontrara a otro similar.

  Iker regresó al poco con un ceño tan fruncido que daba miedo. No dijo nada. Simplemente entró, y siguió con lo que había dejado a medias. En el fondo era un amor. Un tipo altruista al que no le importaba dejarse la piel por sus amigos. Eso lo había demostrado de sobra.

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