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Frutos del mar.

La brisa se expandía sobre la suave arena. El sol comenzaba a esconderse y el mágico y bello momento se interrumpió.

—¡Idiota!

Una pelota golpeó la espalda del niño que disfrutaba del ocaso.

—¡Hijo de...! —insultó al voltear y ver al agresor. Se levantó de golpe.

Sin pensarlo, se arremangó la manga imaginaria de forma amenazante.

—Enano de mierda —dijo al correr hacia su hermano.

En un parpadeo, los dos rodaron por la arena. Zamarreándose la ropa y mostrando los dientes, los niños se enfrentaron en una gran lucha.

El "enano de mierda" era Tiziano, el hermano mayor; por supuesto, ese no era su apodo, pero su hermano menor disfrutaba llamarlo de esa manera. Tiziano era más pequeño por un centímetro y medio.

Además, Elías, tenía un gran sentido del amor propio, por lo que siempre se enfrentaban en esas batallas antes de la cena para mostrarse como el mejor.

Al final, no era más que jaladas de ropa y amplias sonrisas.

Uno tenía nueve y el otro diez años.

Tomaron un balde de metal en el que habían sumergido el gran hallazgo del día: unas cuantas almejas y fueron a casa.

Este era un pequeño pueblo que costeaba el mar, así que los dos hermanos pescaban todos los días para ayudar con los gastos de su abuela.

Al entrar por la puerta, ambos se detuvieron al ver a María, que los esperaba con los brazos cruzados y todas sus arrugas crispadas por el enfado.

—¿Otra vez esto? —regañó con una mueca desagradable.

—Ah, lo siento, abu, fue el enano —dijo Elías con una expresión lastimera, fingiendo un gran dolor en el corazón por ser intimidado por el mayor.

Tiziano tartamudeó molesto, sin poder formar una oración decente.

—A-b-u ab... fue uh, eh él.

María tomó la oreja de Elías y lo regañó.

—Anda, que la abuela no nació ayer. Ya no hagas esto —sacudió con rudeza la arena de los pantalones del niño—. Ya son grandes, hacen que esta abuela tenga que andar con el corazón en la mano por llegar tarde.

Después de esto, dió unas nalgaditas al mayor y los mandó a bañarse.

En la mesa, los tres se sentaron a comer las almejas que habían recolectado con arroz. Al finalizar, los niños acariciaron su barriga y salieron a ver el cielo estrellado.

Tiziano era un niño temeroso y Elías era todo lo contrario.

Pero el mayor tenía razones para serlo; este era un pueblo maldito después de todo.

—Eli... —murmuró Tiziano—. Hoy escuché de nuevo esa historia.

—¿Uh? —respondió el otro indiferente, balanceando su pierna apoyada en su rodilla. Al ver esos pequeños ojos café brillantes de miedo, no pudo evitar sonreír—. Oh, ¿así? ¿Tú qué piensas? ¿Será verdad?

—No te rías —refunfuñó, aferrándose a sus piernas—. No es gracioso.

Elías echó unas carcajadas y luego abrazó a su pequeño hermano mayor.

—No seas pendejo, ¿quién va a creer en eso? ¿Una bruja del mar que come niños? Vamos, Tizi, no dejes que estos prueblerinos vean tu cara de tonto.

Tiziano se frotó el cabello castaño que caía en su frente y suspiró. No respondió a las bromas del otro.

Elías lo soltó y plegó el brazo, haciendo que el músculo se formará.

—¡Eh! Mira, tranqui, yo la muelo a golpes si se acerca a comerte.

Él miró el "gran músculo" de su hermano menor y solo frunció el ceño. Molesto, se levantó y entró.

—¡Aaaah, qué niñito delicado! —dijo al levantarse y sacudir sus pantalones cortos. Admiró una vez hacia el mar que estaba a lo lejos, y sus hermosos ojos amarronados brillaron—. Enano tonto, ¿cómo puede existir una bruja del mar?

Luego de reír y burlarse entre dientes, entró para irse a dormir.

La noche era fresca y el dulce cántico del mar, con su oleaje suave, arrullaba como una canción de cuna.

Un delgado dedo se elevaba en la penumbra, pálido y arrugado, con uñas largas e irregulares. La piel estaba cubierta de manchas mohosas, como si la carne misma llevará demasiado tiempo descomponiéndose bajo el agua.

La mano se deslizaba con lentitud, acariciando una superficie frente a ella, mientras el cabello de la figura se balanceaba hacia arriba en el agua turbia.

Los labios de la figura se entreabrían y cerraban y burbujas de oxígeno ascendían hacia la oscuridad infinita.

¡Tac, tac, tac!

Golpeó tres veces la superficie translúcida. El sonido resonó, distorsionado bajo el agua.

Esperó un momento, observando.

¡Tac, tac, tac!

Golpeó de nuevo, esta vez su boca ampollada se curvó en una sonrisa extensa, mostrando una hilera de dientes afilados.

Del otro lado del vidrio, en una habitación apenas iluminada por una tenue luz de lámpara, había una litera.

La persona que dormía abajo se movió ante el sonido sutil.

El cuerpo delgado del niño giró inquieto, sin entender de dónde provenía aquel ruido.

Los ojos de la mujer detrás del vidrio escanearon con ansias el movimiento. Los suyos, vacíos y oscuros, brillaron por un instante.

¡Tac, tac, tac!

El niño se incorporó lentamente, frotándose los ojos con sus palmas. Miró alrededor, confuso y al no ver nada fuera de lo común, se acurrucó bajo las sábanas nuevamente.

Desde detrás del vidrio, la boca de la mujer se abrió de par en par. Una lengua larga y cubierta de protuberancias se deslizó hacia afuera, relamiendo los dientes con una lentitud codisiosa. Sus palmas podridas se frotaron contra la superficie translúcida.

Ella observó en silencio...

Tras unos minutos, como si hubiese decidido que aún no era el momento, su cuerpo empezó a balancearse hacia arriba, desvaneciéndose poco a poco en la oscuridad del agua turbia.

Después de todo, había tiempo.

『』

La familia de tres ha vivido en este pueblo costero durante algo más de un mes. Tras la trágica muerte de los padres de los niños en un asalto y un año después, el fallecimiento del abuelo por un infarto, el dolor parecía interminable. Sin embargo, ese mismo dolor los llevó a tomar la decisión de abandonar la bulliciosa ciudad y buscar la tranquilidad en un lugar más apartado.

La casa junto al mar representaba seguridad y paz, pero también el peso de una economía que empeoraba cada día. La vivienda en la ciudad aún no se vendía y los ahorros, junto a los préstamos, solo les habían permitido adquirir esta modesta casita.

La anciana apenas lograba cubrir los gastos con su pensión, por lo que Elías y Tiziano se esmeraban en ayudar como podían.

Frente al vasto océano, la solución parecía clara: aprovechar lo que el mar generosamente ofrecía.

Todos los días, los dos niños salían al amanecer, cargando una cubeta de metal, cañas improvisadas y redes caseras que habían aprendido a hacer gracias a tutoriales en internet.

Elías, con solo nueve años ya había tomado una decisión: sería el hombre de la casa.

Su corazón, endurecido por las pérdidas, lo impulsaba a proteger a su familia de todo peligro. Aquel día, cuando ocurrió el asalto, era demasiado pequeño para defender a sus padres. Pero ahora no permitiría que algo malo le sucediera a su hermano o a su abuela.

Así, día tras día, la rutina seguía sin prisa.

O al menos eso creían...

Dormían temprano, ya que al amanecer corrían hacia la costa. Pero aquella noche, mientras descansaban bajo las sábanas, Tiziano volvió a escuchar ese sonido extraño.

¡Tac!

El ruido se repetía a intervalos regulares. Tiziano abrió los ojos lentamente y se incorporó en la cama. Parpadeó varias veces, frotándose los ojos con los puños y entonces lo vio.

Frente a su cama estaba el espejo de cuerpo entero. Pero en lugar de reflejar su imagen, había una oscuridad densa.

Tragó saliva, paralizado.

Era imposible.

Gateó nervioso hacia el borde de la cama, sus ojos fijos en el espejo. No había ni rastro de su reflejo, solo esa negrura que se agitaba como si tuviera vida propia.

¡Aaaaah! —gritó de golpe.

Elías, que dormía en la litera superior, despertó sobresaltado y bajó rápidamente.

—¿Qué pasa? —preguntó, viendo a su hermano mayor con los ojos bien abiertos aterrorizado.

Las pupilas de Tiziano se contrajeron. Parecía reacio a apartar la vista del espejo, como si temiera que lo que fuera que estuviera ahí aprovecharía cualquier distracción.

—La... b-bruja —tartamudeó, apenas capaz de articular las palabras.

—¿Qué? —Elías frunció el ceño, incrédulo.

Tiziano, temblando, levantó el brazo y señaló el espejo.

—Allí... —dijo en voz baja.

Elías siguió la dirección que le indicaba su hermano y suspiró. Caminó hacia esa dirección con calma.

—¡No! —gritó desesperado—. ¡No te acerques!

Elías se detuvo y lo miró con fastidio.

—Tizi, no hay nada allí. —Se miró en el espejo, donde solo vio su propio reflejo y el de su hermano y se frotó las sienes—. Debiste tener una pesadilla. Anda, vuelve a dormir.

Pero Tiziano seguía viendo la sombra oscura que se movía detrás del vidrio.

—Está ahí, Eli... está ahí... ¡Aléjate!

—Dios, enano, basta ya. Vete a dormir —ordenó Elías, más molesto que antes.

Los ojos de Tiziano estaban llenos de lágrimas, pero su terror no disminuía. Estaban tan abiertos que parecía que al parpadear esa cosa tras el espejo lo devoraría. Un sudor se había acumulado en su frente y toda su piel estaba erizada.

Elías suspiró, resignado.

Pensó un momento y se dirigió al mueble. Tomó una toalla y cubrió el espejo.

—¿Mejor ahora? —dijo, señalando su "hazaña" con una sonrisa irónica—. Vamos, dormite.

Tiziano, sin embargo, no se calmaba. Sus ojos seguían fijos en la parte baja del espejo, donde unos ojos negros redondos seguían observándolo.

Cuando Elías volvió a subir a su litera, sintió un tirón en su pijama.

—Por favor... quédate conmigo —suplicó Tiziano, temblando.

Elías no necesitó escuchar más. Bajó sin decir una palabra y se acostó a su lado.

—¿Mejor así? Vamos, cerrá los ojos. Yo me quedo despierto ¿Sí? No te va a pasar nada mientras yo esté aquí.

Tiziano se cubrió hasta la cabeza y se hizo un bollo.

Pero mientras intentaba cerrar los ojos, podía sentir cómo aquella cosa seguía allí.

『』

Los días pasaban y la pesca iba en detrimento, como si las aguas del océano, antes generosas, se hubieran secado.

—¡¿Qué mierda están haciendo?! —gritó Elías, arrojando su cubeta de metal al suelo y corriendo hacia adelante.

A pocos metros, tres muchachos corpulentos rodeaban a Tiziano, quien yacía en el suelo, recibiendo una lluvia de patadas.

Los insultos que lanzaban los atacantes eran venenosos, mencionando a su madre, a su abuela, e incluso a una hermana que ni siquiera existía.

—¡Enano come mierda! —vociferó uno de ellos, el que más fuerte pateaba, justo antes de reírse y llenarle la boca a Tiziano con un puñado de arena.

Una mano lo agarró por el cuello de la camiseta y lo lanzó hacia atrás.

Sin pensarlo dos veces, Elías se abalanzó sobre ellos, luchando con una furia descontrolada. Los golpes erráticos eran solo un caos de rabia y desesperación.

Aunque terminaron perdiendo la pelea, Elías al menos sintió que no se lo había dejado fácil.

¡Nadie puede lastimar a su hermanito mayor!

Los tres muchachos escupieron sobre ellos antes de alejarse, aún despotricando.

—Decile a tu hermano que no vuelva a pisar mi zona —advirtió uno de ellos, arrojando una última patada de arena antes de darse la vuelta.

Elías, jadeando, miró a Tiziano, sus sentimientos enredados. Pero al ver las heridas en el rostro de su hermano, algo en su corazón se suavizó. Con esfuerzo, se levantó y extendió la mano.

—Vamos, más te vale que me expliques qué demonios fue todo esto. No vienes a ayudarme a pescar y te vas a la zona de esos idiotas.

Tiziano gimió en respuesta, incapaz de articular una explicación coherente. No había podido dormir en días, acosado por ese maldito sonido que lo perseguía incluso en sueños.

Solo fue a averiguar bien la historia de la bruja del mar, pero estos niños creyeron que fue a robar los pescados de su zona y lo atacaron.

La realidad es que el pueblo entero estaba alarmado y los rumores no tardaron en propagarse.

Todos comenzaban a murmurar que los extranjeros habían ofendido a la diosa del mar y que por su culpa, el océano les negaba su generosidad.

Elías, resignado, pasó el brazo de su hermano por los hombros y cargando la cubeta vacía, caminaron juntos hacia su hogar.

Ese día tampoco habían logrado pescar nada.

Al llegar a la casa, después de ser regañados, Tiziano fue a ducharse.

Bajo sus ojos se marcaban grandes manchas marrones, fruto de la falta de sueño.

Cuando estaba despierto, la cosa detrás del espejo lo atormentaba con ese sonido repetitivo, ese tac constante de uñas golpeando el vidrio. Y cuando lograba dormir, los sueños no ofrecían descanso.

Era siempre el mismo: él y Elías estaban en un pequeño bote, esperando que la caña se moviera.

El hilo de pesca se tenso y ambos se emocionaron, pero el pez era fuerte.

Demasiado fuerte.

Tiraban y tiraban, hasta que el hilo se rompió y Tiziano cayó.

El agua se volvió espesa, fangosa y su garganta comenzó a sentir la presión sobre la faringe.

Él abrió desesperado la boca y la viscosidad se introdujo en su garganta.

Todo su cuerpo se retorció mientras esa cosa de ojos redondos y negros nadaba hacia él.

La criatura sonrió y extendió unas uñas largas y filosas.

Él pataleó desesperado, mientras sus ojos se inyectaron en sangre al no poder respirar.

Burbujas agónicas de oxígeno se perdieron en la oscuridad y sintió cómo esas uñas podridas acariciaban sus brazos, clavándose lentamente, rascando una y otra vez.

La sangre de las heridas se mezcló con el negro del mar.

La criatura abrió la boca y sacó la lengua, lamiendo la sangre y subiendo hasta la garganta.

¡Tac!

El sonido lo sacudió de su recuerdo y un escalofrío recorrió su columna. Sus ojos se abrieron tanto que le dolían.

¡Tac!

El jabón en su mano cayó al suelo y lentamente, con el corazón palpitando de miedo, giró la cabeza hacia el lavabo.

La cortina de la ducha era blanca, bloqueando su vista del exterior.

Sus manos sudaban, el agua de la ducha mezclándose con su ansiedad. Tragó saliva con dificultad y temblando, corrió la cortina.

¡Aaaaah! —gritó, dando un paso hacia atrás mientras sus manos se aferraban a su cabello.

¡Aaaahhh! ¡Ayuda! ¡Ayuda! —las palabras salieron entre sollozos desgarradores—. ¡Aaaabuuuu! ¡Eliiii! ¡Aaaaaahhhh!

Elías irrumpió en el baño y su corazón se detuvo al ver a su hermano desnudo, acurrucado en una esquina, temblando como una hoja en la tormenta.

—¡Tizi!

Pero Tiziano continuó gritando, sus ojos, rojos y desorbitados.

¡Aaaahhh! ¡Ella me quiere comer! ¡Me quiere comer! —su pecho subió y bajó frenéticamente—. ¡Me quiere comer!

Y siguió gritando lo mismo, una y otra vez, hasta que su abuela llegó al baño, intentando calmarlo.

『』

Eran cerca de las cuatro de la mañana. Después de lograr tranquilizar al niño, la abuela decidió buscar un turno en el hospital. En un pueblo donde la salud pública era un desastre, debía hacer fila durante horas para conseguir una cita para ese mismo día.

Le preocupaba dejar a los pequeños solos a esa hora.

Elías, al notar el rostro angustiado de María, le sonrió para tranquilizarla.

—Abue, no te preocupes. ¿A quién dejas en casa? —se señaló a sí mismo—. ¿Quién mejor que yo para cuidarlo?

Ella solo emitió un "mmm" bajo y asintió.

—Si pasa algo, a dos casas está el viejo Alberto. Le avisé anoche que ustedes se quedarían solos.

—No te preocupes, yo lo cuido; no le va a pasar nada.

Después de un fuerte abrazo, Maria se marchó.

El otoño se acercaba y los días comenzaban a ser más frescos.

Elías cerró la puerta con llave y se fue a acurrucarse al lado de su hermanito mayor.

Acarició su frente y se quedó pensando en todo lo que había dicho.

Nada de eso tenía lógica.

La famosa historia de la "bruja del mar" es, en apariencia, una simple mentira.

Hace décadas, una mujer y su esposo se mudaron a este pueblo, pero los vecinos los miraban con recelo.

A ella se le consideraba una bruja, pues elaboraba medicamentos naturales y de vez en cuando, llevaba canastas de ofrendas al mar.

El problema comenzó cuando la pesca se redujo drásticamente.

Los dedos acusadores se volvieron hacia ella. Pero ese no fue el verdadero problema, o quizás sí.

En medio de rumores y acusaciones, su esposo la abandonó y sus clientes dejaron de acudir a ella en busca de sus remedios.

Un día, cuando nadie lo esperaba, la mujer se sumergió en el mar.

El pescador que presenció la escena, quien se convirtió en el principal narrador de la historia, dijo que la mujer, lucía demacrada, como si el peso del dolor la hubiera consumido. Cuando él intentó detenerla, ella le dijo solo dos cosas:

"Ustedes arruinaron mi vida. Él se fue por culpa de ustedes. Sus falsas acusaciones envenenaron el corazón de mi amado. Nunca entendieron qué..."

Lo que pronunció a continuación quedó grabado en la mente del pescador y su significado lo entendió al día siguiente.

Desde entonces, algunos afirmaban que había lanzado una maldición sobre el pueblo, otros que era solo una mujer con el corazón roto que se había suicidado.

Un solo hecho puede llevar a tantas interpretaciones.

Ahora, su hermanito mayor estaba atormentado por uno de esos relatos, que aseguraba que la bruja se alimentaba de los niños.

Elías acarició nuevamente el flequillo de Tiziano y en cuestión de minutos, se sumergió en un apacible sueño.

Lamentablemente, su compañero no tuvo esa suerte.

Una vez más, se repitió la pesadilla, pero esta vez se tornó más escalofriante. Despertó de golpe, con el cuerpo empapado en sudor.

A su lado, Elías dormía plácidamente.

Tiziano se frotó la frente, cubierta de humedad.

Estaba tan cansado...

Demasiado cansado...

Fuera, el sol comenzaba a asomarse lentamente.

Sin hacer ruido, se levantó de la cama.

Caminó hacia el baño. Antes de tocar la perilla, exhaló profundamente y la abrió de golpe.

Se plantó frente al espejo, su mirada fija en la superficie pulida, esperando lo inevitable.

—¡Sal! Sé que estás ahí —ordenó con voz quebrada.

Pero la criatura no se mostró.

—¡Te dije que salgas! ¡Dime qué quieres! —su tono se tornó desesperado.

Nada.

Ella seguía ausente.

Una risa estúpida se dibujó en su rostro y golpeó el vidrio con la palma.

—¡Sal! ¡Hija de puta! ¿Qué quieres? —palmeó con tanta fuerza que una pequeña grieta se formó en el espejo.

Sin embargo, la criatura no apareció.

Gotas gruesas de sudor resbalaban por su frente.

La ira, el miedo y el cansancio se entrelazaron en su interior, haciendo que su paciencia se desvaneciera.

Golpeó nuevamente.

—¡SAL!

Estaba tan delgado que las venas de su cuello parecían a punto de estallar.

—¡DIME QUÉ QUIERES!

Cuando estaba a punto de golpear de nuevo, una mano lo detuvo con fuerza.

—¿Qué estás haciendo? ¿Estás loco?

Elías lo miró con preocupación, tratando de apartarlo, pero Tiziano lo empujó, dirigiéndose hacia el vidrio una vez más.

El impacto fue más fuerte y las grietas se extendieron.

—¡Basta! —ordenó Elías, sujetándolo por la cintura con fuerza y girándolo hacia atrás—. No vuelvas a hacer esto. Te puedes herir.

Tiziano rió histéricamente.

—¿Y qué importa? Ella quiere comerme, ¡bien! —miró el vidrio agrietado—. ¡Ven, hija de puta! ¡Cómeme!

Elías no podía creer lo que escuchaba. Su hermano mayor había perdido la razón.

El vidrio emitió un fuerte ¡crack!

Cuando Tiziano se volvió hacia él, una corriente de agua negra comenzó a filtrarse a través de las grietas.

—¿Pero qué demonios es esto? —dijo, tocando una de las ranuras.

Una astilla de vidrio le pinchó el dedo y una gota de sangre brotó.

¡Tac! ¡Crack! ¡Tac! ¡Tac! ¡Crack! ¡Tac!

Los sonidos se multiplicaron, resonando en sus oídos haciéndoles doler la cabeza.

Tiziano se agarró el cabello.

—Cállate... ¡Cállate!

Elias corrió hacia él.

—Salgamos...

Esto era una locura.

Lamentablemente, la locura los atrapó.

El agua viscosa estalló con furia, los fragmentos de vidrio volaron en todas direcciones y el torrente repentino los empujó contra la pared.

Tiziano sintió un corte en la parte posterior de su cráneo; sangre caliente comenzó a caer. Su visión se volvió turbia y al enfocar, vio cómo del hueco del espejo emergían garras filosas que acariciaban el marco.

Elias gritó, incrédulo.

—¡¿Qué demonios es esto?!

La criatura sacó la cabeza.

Sus ojos eran negros y redondos como los de un tiburón, su cuerpo arrugado y en descomposición. Su cuello se extendió medio metro y sonrió de manera macabra a Elías.

Tiziano, aturdido por el zumbido en su cabeza, intentó levantarse.

Ella gruñó, mostrandole una hilera de dientes afilados.

—¡No te acerques a él! —gritó Elías, su voz temblando.

Ella ladeó la cabeza, relamiéndose los labios. En un movimiento rápido, su brazo se extendió, golpeando a Tiziano contra la pared y extendiendo la lengua para atrapar a Elías por el cuello.

Antes de que el niño pudiera gritar, fue arrastrado hacia el oscuro hueco.

Tiziano no alcanzó a comprender lo que sucedía antes de perder la conciencia.

『』

Alberto, un viejo pescador, estaba sentado en su bote. Esperó, pero sus vecinos no aparecieron, como había indicado la abuela de ellos. Así que, con tranquilidad, fue a hacer su rutina diaria.

Se levantó despacio y recogió su red.

Gordos peces se retorcían enérgicamente. Grandes y rosados, estaban llenos de la vitalidad de un infante que tiene décadas para disfrutar de esta vida.

El anciano tensó los labios con preocupación. Recordó a aquella mujer y la historia que su propio padre le había contado sobre su muerte.

"Ustedes arruinaron mi vida. Él se fue por culpa de ustedes. Sus falsas acusaciones envenenaron el corazón de mi amado. Nunca entendieron qué..."

La bruja del mar había dicho con una sonrisa siniestra en el rostro:

"Los frutos del mar deben estar en el mar. Si deseas poseerlos, debes entregar a cambio un fruto de la tierra."

Fin.

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