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007.

El día había comenzado como cualquier otro. El sol brillaba con ese tono dorado típico de las mañanas en Daegu, y los pájaros cantaban entre los árboles que se veían desde la ventana de la sala. Jungkook estaba en la cocina con su madre, terminando de preparar el almuerzo mientras conversaban sobre el día anterior y las tareas de la escuela. La casa tenía un ambiente cálido, aunque con un leve peso que Jungkook no lograba identificar del todo.

La presencia de Taehyung, por supuesto, seguía siendo la causa principal de esa sensación incómoda que lo seguía a todas partes. Estaba ahí, sentado en la sala, con ese porte inmutable y esa sonrisa calmada que a Jungkook le resultaba imposible de leer.

—Jungkook, ¿te importaría traer un poco de arroz de la olla?—le pidió su madre con una sonrisa mientras revolvía las verduras en la sartén.

—¡Sí, mamá!—respondió él, limpiándose las manos rápidamente con una toalla de tela antes de dirigirse hacia la olla.

Cuando salió de la cocina y caminó hacia la sala, sus manos aún húmedas, pudo ver a Taehyung sentado de manera relajada en el sillón de color beige, con las piernas cruzadas y un vaso de agua en una mano. No era la primera vez que lo veía con esa actitud tan tranquila y distante, pero aún así sentía ese poder invisible que Taehyung parecía tener sobre el espacio.

Taehyung lo vio acercarse, y una sonrisa se asomó de inmediato en su rostro. Era una sonrisa que no se sentía natural, pero que era perfectamente efectiva para inquietar a Jungkook.

—Vaya, Jungkook...—dijo Taehyung con una voz suave y pausada mientras observaba al joven—. Tienes una habilidad interesante para hacer que todo se vea tan simple, incluso con lo joven que eres.

El corazón de Jungkook se aceleró con ese comentario. No era la primera vez que Taehyung lo miraba de esa manera, pero siempre lograba que se sintiera pequeño e incómodo.

—Eh… gracias, creo—respondió Jungkook, tratando de mantener su tono casual mientras se sentía más nervioso con cada palabra que intercambiaban.

La sonrisa de Taehyung se profundizó, convirtiéndose en una mueca juguetona pero perturbadora al mismo tiempo.

—No es un cumplido cualquiera, ¿sabes?—continuó con esa voz suave—. Me resulta interesante cómo puedes mantener la calma cuando todo está en movimiento. Eso es algo muy raro, especialmente en alguien tan joven.

El joven bajó la mirada hacia el vaso de arroz que tenía en las manos, sintiendo un nudo en el estómago. Jungkook intentó ignorar las palabras de Taehyung y volver a su rutina, pero la manera en que el mayor lo miraba le resultaba imposible de ignorar.

—¿Eh?—Jungkook preguntó, con un tono ligeramente inseguro.

—Nada—respondió Taehyung, encogiéndose de hombros—. Solo que me resulta fascinante tenerte cerca. Es una impresión... especial, por decirlo de alguna manera.

En ese momento, la madre de Jungkook salió de la cocina con una ensalada de lechuga y zanahoria, colocando el plato en la mesa.

—¡Chicos, la comida está lista!—anunció con una sonrisa amplia.

El momento fue como un salvavidas para Jungkook, quien se apresuró a dirigirse hacia la mesa para evitar que la conversación continuara. Sin embargo, Taehyung no perdió el momento para fijar su atención en el chico. A medida que los dos se sentaron en la mesa, con la madre de Jungkook sirviendo el arroz y charlando animadamente, Taehyung continuó con sus pequeños comentarios.

—La juventud tiene un encanto especial, Jungkook. No sé si lo sabes, pero hay algo en ti que resulta... muy natural—dijo Taehyung con una sonrisa casi ingenua, pero con una carga evidente en sus palabras.

Jungkook sintió el peso de sus palabras. Su madre estaba cerca, sirviendo comida y completamente ajena a la tensión entre ellos, pero él no podía evitar sentirse cada vez más incómodo.

—¿Natural?—preguntó Jungkook con un poco de incredulidad.

—Sí—respondió Taehyung con una voz tan calmada que parecía que todo lo que decía sonaba inocente, pero que en realidad tenía una segunda capa. A los ojos de Jungkook, ese simple elogio tenía algo oscuro—. Es como si todo estuviera escrito en ti. Como si fueras tan único que resultaras... una especie de imán, por decirlo de alguna manera.

La madre de Jungkook los miró sonriente, completamente ajena a la tensión que había comenzado a tejerse en ese instante.

—¡Coman!—dijo con una sonrisa—. Estoy segura de que les encantará el arroz.

Pero las palabras de Taehyung seguían resonando en la mente de Jungkook. El joven intentó mantener su concentración en la comida, pero cada vez que miraba hacia el plato, sentía que aquella mirada lo perseguía. Cada elogio, cada insinuación sutil, cada sonrisa, lo hacían sentir como si estuviera atrapado en un juego peligroso que no entendía del todo.

Taehyung, por su parte, seguía comiendo como si nada, completamente tranquilo, casi como si estuviera disfrutando de la incomodidad que Jungkook experimentaba. Sus palabras, aunque suaves, tenían un efecto venenoso que Jungkook no podía ignorar.

La conversación continuó con temas simples: el clima, la escuela, los planes para el próximo fin de semana, pero la tensión seguía ahí. Jungkook no podía dejar de mirar a Taehyung, preguntándose qué pasaría si alguna vez decidía confrontar ese comportamiento o si simplemente continuaría evitando sus miradas y sus insinuaciones.

Lo que Jungkook no podía ver, sin embargo, era que para Taehyung, el juego apenas había comenzado.

Y en ese momento, entre el aroma del arroz y la calidez de la mesa familiar, la semilla de una nueva tensión se plantó. Un juego de miradas, insinuaciones y deseo que solo se intensificaría con el tiempo.

Pero Jungkook aún no lo sabía.

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