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"Convénceme, dime que esto es correcto y que nadie saldrá lastimado, dime que esto es lo mejor para todos y que no me arrepentiré despues"

Se veía por milésima vez en el espejo buscando al menos un pequeño detalle que le hiciera sonreír al menos un poco, acomodaba con un poco de pesadez las flores que adornaban su cabello, una lagrima silenciosa rodó por su pálida mejilla, no quería hacerlo pero temía por Marín, tenía miedo de que algo malo le pasara y por ello seguía ahí, mirando su reflejo, vistiendo aquel blanco vestido que se ensanchaba a la perfección con su cintura y que delineaba su figura dándole un aire elegante, se veía como una princesa, una princesa encerrada en una torre, una princesa que había sido ultrajada y herida.

Los ojos de su madre se iluminaron al verla ahí, tan hermosa, sin notar que sus bellos ojos habían perdido ya todo el brillo, sin darse cuenta que su corazón gritaba por ayuda, la tomó de la mano y con prisa se dirigieron a aquel lugar donde se llevaría a cabo aquella ceremonia, el viento soplaba calmado, chocando con su rostro, diciéndole silenciosamente palabras de aliento, buscando reconfortar aquella alma que se veía aprisionada dentro de aquel cuerpo carente de toda la energía que poseía hace apenas unas lunas.

Adornado con hermosas flores blancas y listones, precedido por una alfombra de pétalos pálidos de rosas de exquisito olor, aquel altar se alzaba orgulloso ante la mirada de los presentes, de un lado aquellos que significaban una amistad para los padres de Shaina, y del otro lado, aquellos que venían de parte de su desconocido prometido, se detuvo en la entrada, esperando, rogando al cielo que todo fuera un sueño, una terrible pesadilla de la que pronto despertaría y se reiría de ello junto a Marín, una pesadilla de la que nunca más se acordaría, pero no era así, estaba en la cruel realidad de su tormento.

Sus oídos fueron inundados por la música que le decía "avanza", con pasos lentos entro de a poco en aquel techo que a su cenit le cubría con su feroz altura, viendo de un lado a otro los rostros de los presentes, buscando a alguien quien pudiese escuchar su silencioso grito, se detuvo frente al altar, aquel joven rubio le tendió amablemente la mano, la tomo con nervios y alzo la mirada encontrándose con una blanca sonrisa que en ese momento calmó un poco ese sentimiento que oprimía su corazón.

El sacerdote salió, se puso frente a la pareja, les sonrió y prosiguió a comenzar con la más cruel condena que se le puede dar a un ser que pertenece a otro mundo, comenzó con la atadura más atroz que se le puede dar a un bello ángel que pertenece a un paraíso distinto del que se conoce pero que le ha sido negado.

Muy atrás, en la puerta, dos pares de ojos observaban aquello que pasaba, unos cabellos castaños caían sobre un rostro triste y desolado, siendo acogido por su refugio y su apoyo, ¡El amor de su vida estaba yéndose para siempre! Y ella no podía hacer nada más que observar cómo le arrebataban el fruto prohibido que ya había sido probado por sus labios. 

—Si alguien se opone a esta boda, que hable ahora o calle para siempre — sentenció el sacerdote.

¡Yo! ¡Yo me opongo!, eso quería gritar Marín, pero las palabras no salían de su garganta, por más que intentase, solo pudo derramar lágrimas amargas bajo la atenta mirada de una mujer rubia que le veía desde una esquina que de igual manera estaba en la entrada de aquella construcción.

Un poco más y deberían decir los botos maritales, pero su garganta estaba sellada, no podía emitir ningún sonido, mantenía su mirada en los orbes azules que la miraban con delicadeza y con tristeza, ¡oh, alguien ha escuchado el grito de tu alma!, las manos de aquel joven rubio sostenían las suyas con fuerza, lanzando al aire otro silencioso mensaje que decía "todo va a estar bien".

Dios de mis padres, si es verdad que estás ahí y que amas a todos los que creen y no en ti, ten piedad de mi alma, no te pido que me perdones pues no cambiare, amo a Marín y así será, pero te pido que, si eres tan misericordioso como me ha dicho mamá, te apiades de mí y mandes a uno de tus ángeles a salvarme. Decía Shaina en su mente a la par que escuchaba al joven dar sus votos.

Era su turno, dio un suspiro y pronuncio las palabras adecuadas sintiendo como sobre sus hombros recaía la culpa y el peso de su castigo por amar a quien no debía, pero que de culpa no tenía ni siquiera las palabras, todo había acabado ya, no tenía ya nada que hacer que rendirse ante la situación, no, no debía, había hecho una promesa y aunque le costara la vida la cumpliría.

A las afueras de aquella construcción, las lágrimas de una joven mojaban sus mejillas, una mujer rubia se acercaba de la mano de un hombre, quizá era ella a quien buscaban, se acercaron un poco más, una opresión en sus pechos, tanto sufrimiento cargaba aquella bella mujer castaña que reprendía las horrendas ganas de gritar.

— ¿la conoces? — Preguntó aquella mujer.

— ¿A Shaina?, por supuesto, pero a usted no. — respondió Marín secando sus lagrimas

—Lo lamento, soy Yuzuriha y él es mi esposo Shion, un gusto, señorita. — La mujer le tendió la mano, Marín, no muy convencida la tomo.

—El gusto es mio, soy Marín, puedo preguntar ¿qué hacen aquí?

—Somos los padres de Milo — Dijo Shion señalando a su hijo quien estaba aún tomando las manos de Shaina. — ¿De dónde conoces a Shaina?

¡Qué descaro!, pensó Marín, pero decidió no decir algo fuera del lugar, despues de todo ella era la intrusa en ese escenario que tal parecía ser al más feliz de todos, pero que en realidad solo era una farsa y una obligada relación de la cual siempre estaría en contra.

—Ella es el amor de mi vida, pero ahora se irá con su hijo y yo no puedo hacer nada. — dijo bajando la mirada. ¡Era ella!, se miraron cómplices.

—Quizá no, pero nosotros si — dijo Shion con una media sonrisa. —Verás, no estamos de acuerdo con esto, ahora podemos hacer algo por ustedes, siempre me pareció algo fuera de lo normal una relación entre dos chicas pero ahora que las veo, no puedo decir lo mismo.

—Es verdad, además, nuestro hijo fue quien ideo todo — Completo Yuzuriha. — Las ayudaremos a estar juntas, es hora de irnos.

¡Alabados sean los dioses y sus misteriosas formas de actuar!, Yuzuriha le extendió la mano, las manos de su madre que hasta el momento se mantuvo callada, tomaron sus hombros, Marín giró la vista y se dio cuenta que su madre tenía una sonrisa, eso era una buena señal; asintió y tomo la mano de la rubia, poco a poco se alejaron hasta llegar a un auto, la primera parte del plan estaba hecha. 

"Yo seguiré en busca de una forma de querer, donde tú y yo podamos juntos estar mirándonos de frente"

Dan R

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Ya casi llegamos al final de esta historia.

Muchas gracias por leer.

Dan R

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