Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

❄️ Christmas Carol

Tema: Los fantasmas de Scrooge
Fandom: Jack Frost
Cantidad de palabras: 5118
Portada: sophrossine




No te imaginas la falta que me haces... Te extraño.




Jack, vestido con su atuendo oscuro, se paró en el corazón del escondite secreto de Santa, rodeado de las maravillas místicas del Polo Norte. Sus penetrantes ojos azules se fijaron en la deslumbrante vista ante él: un planeta colosal suspendido en medio de la habitación, adornado con luces destellantes y copos de nieve brillantes. Era una creación única de Santa, y aunque ya habían pasado diez años desde que se conocieron, le seguía sorprendiendo.

La Hada de los Dientes, con sus alas aleteando de emoción, estaba junto a Santa, su voz llena de entusiasmo y anticipación, mientras discutía animadamente las próximas festividades. Su delicada risa resonaba en el aire, mezclada armoniosamente con el suave tintineo de campanas y la tenue melodía que sonaba desde un fonógrafo distante.

El taller estaba lleno de actividad mientras los yetis trabajaban incansablemente en sus diversas tareas. Algunos de ellos fabricaban hábilmente juguetes intrincados, sus dedos ágiles daban vida a muñecas, autos y hermosos instrumentos de madera. Otros pintaban con delicadeza colores vibrantes en los caballitos de carrusel giratorios, sus pinceles danzaban elegantemente sobre las superficies suaves. La habitación se impregnó del aroma de galletas recién horneadas y chocolate caliente.

En medio de la escena bulliciosa, Jack sentía un vacío inexplicable en lo más profundo de su ser. Se apoyó en un sólido banco de trabajo de madera, con los brazos cruzados firmemente sobre el pecho mientras la frustración nublaba su espíritu antes brillante. Las decoraciones vibrantes y los alegres murmullos parecían solo amplificar su malestar.

Suspiró, su aliento escapando en un hilo de aire helado. Las melodías de los villancicos navideños sonaban suavemente de fondo, pero para los oídos de Jack, eran una sinfonía monótona de repetición.

—¡Este año va a ser maravilloso! —exclamó el Hada de los Dientes, con un brillo en sus ojos, interrumpiendo los pensamientos de Jack.

Santa asintió con una sonrisa amable.

—Sí, mi querida Hada, esta temporada siempre trae consigo mucha alegría y magia. Aunque también mucho trabajo —expresó el hombre, con un tono similar al de un viejo bonachón.

El hada revoloteaba alegremente alrededor de Norte, sus alas brillaban con cada movimiento.

—¡Y hay tanto por hacer! Los regalos deben ser empacados, los renos deben estar listos... ¡y no olvidemos las deliciosas galletas y leche que los esperan en las chimeneas!

Jack se mantenía inmóvil durante la conversación, esperando a que el resto de los guardianes aparecieran y, en efecto, hicieran el sacrificio de soportar aquella tortura en su lugar. Sin embargo, aún faltaba mucho tiempo para la llegada de los otros.

—¿Qué opinas tú, Jack? —preguntó Norte, con una pronunciación algo tosca.

—No lo sé... Sabes que no me gustan estas fechas; preferiría no participar.

Ante sus palabras, Norte se recompuso, tomando una posición intimidante cerca de Jack, quien se mantenía en una pose relajada y condescendiente.

—Tienes un deber, Frost. —Se cruzó de brazos, sosteniendo la mirada de su contraparte—. Como espíritu del invierno, debes participar de este gran ciclo, te guste o no.

Un viento frío comenzó a soplar alrededor de ellos, aumentando la tensión en el aire. Jack, sin inmutarse, sostuvo la mirada desafiante de Norte, mientras sus tatuajes brillaban con un resplandor helado.

—No necesito que me lo recuerdes, Norte. —Su voz resonó con frialdad, pero también con una pizca de rebeldía—. Soy el guardián del invierno, y siempre he desempeñado mi papel en este gran ciclo. Pero eso no significa que deba estar de acuerdo con todo lo que dictes.

Norte soltó un suspiro de frustración, dejando escapar una pequeña nube de vapor con cada exhalación.

—Entiende, Jack, que mi propósito es mantener el equilibrio en el mundo. Todos los guardianes tienen su papel y su responsabilidad, y tú no eres una excepción.

Jack se cruzó de brazos, manteniendo su posición desafiante.

—Lo sé, Norte. Pero también tengo derecho a elegir cómo quiero desempeñar ese papel. No voy a ser un títere que sigue tus órdenes ciegamente.

—No te estoy pidiendo que te conviertas en un títere, Jack. Solo te estoy recordando tu deber, y espero que lo aceptes. ¡Ya eres demasiado grande para estos comportamientos!

El viento comenzó a soplar con más fuerza, como si el ambiente mismo respondiera a la tensión entre los dos guardianes. Jack se mantuvo estoico, su mirada desafiante nunca flaqueó.

—¡Alto! —gritó el Hada, sintiéndose asfixiada por la acalorada discusión—. Por todos los dientes..., piensen en lo que están diciendo por un segundo.

No era la primera vez que discutían; lo habían hecho desde el principio. Sin embargo, en los últimos años esas discusiones se habían vuelto más intensas. Jack anhelaba algo más. Al principio, fue fácil acostumbrarse, pero cuando se dio cuenta de que ya era un adulto maduro, el mundo pareció detenerse por un momento. Se preguntaba qué habría pasado si aún fuera humano, si hubiera celebrado sus veintiocho años junto a su familia. ¿Habría tenido hijos, una esposa y cómo estaría su hermana? Estas eran cuestiones ajenas a la visión de los demás guardianes, especialmente de Norte, quien simplemente lo veía como alguien caprichoso.

—Me largo de aquí —sentenció con frialdad.

Aún enojado, caminó hacia la puerta, sus pasos resonando suavemente en el suelo de madera. En ese momento no le importaron los gritos de Norte, ni las súplicas del Hada; solo quería salir de ahí. La sala principal se fue alejando a medida que se acercaba a la entrada. Tomó un profundo aliento y abrió la puerta, encontrando la noche oscura y silenciosa frente a él.

El contraste fue impactante. La luz dorada de la guarida dio paso a una oscuridad densa, interrumpida sólo por la tenue luz de las estrellas y la luna.

Él caminaba en medio del espesor de la nieve, sus pies dejando una marca profunda con cada paso que daba. La tensión y la frustración habían llenado la guarida, y necesitaba alejarse de allí, al menos por unos días. No le agradaba huir de una discusión, pero no tenía otro remedio.

Mientras avanzaba, su mirada se posó en un pequeño portal tapado por una puerta. Era una entrada a uno de los miles de portales que atravesaban el mundo. Jack se detuvo frente al portal, con una expresión más calmada. Sabía que tenía que atravesarlo.

Extendió su pie y, con cuidado, empujó la pesada puerta que bloqueaba el acceso al portal. Con un suave crujido, la puerta se abrió revelando un agujero oscuro.

Sin pensarlo dos veces, se lanzó al vacío. Su estómago se revolvió mientras caía rápidamente a través del hueco, sintiendo cómo su cuerpo se estiraba en el proceso. El torbellino de colores y luces parpadeantes lo envolvieron, mientras era disparado a través del agujero.

Finalmente, emergió en un pequeño bosque nevado. La nieve se arremolinaba en torno suyo, remolinos de cristales blancos danzando en el aire frío. Jack aterrizó torpemente, levantando una pequeña nube de nieve al hacerlo. Se sacudió la escarcha de sus ropas y miró a su alrededor con cierta molestia.

A veces, los portales no eran precisos, y eso le había ocurrido en esa ocasión. Ni siquiera la magia era tan exacta como muchos pensaban.

—Parece que esto nunca va a acabar —murmuró en un quejido.

Cuando estaba a punto de sumergirse en el agujero, una leve vibración en la tierra llamó su atención. A escasos metros de él, otro agujero se abrió en el suelo: era Conejo. Ambos se sorprendieron al encontrarse en ese lugar.

—¿Muchacho? —dijo Conejo con una ceja levantada, sorprendido al ver a Jack en ese lugar.

—¿Canguro? —preguntó Jack con una sonrisa juguetona, esperando provocar una reacción en su acompañante.

Siempre habían tenido esa clase de relación, una rivalidad graciosa que a veces desafiaba los límites de la amistad. Pero a lo largo del tiempo, su tensión había disminuido y habían aprendido a apreciarse mutuamente.

—Muy gracioso, niño —dijo Conejo, soltando una risa cargada de sarcasmo mientras cruzaba los brazos—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—El portal falló y terminé teletransportandome al lugar equivocado. ¿Y qué demonios estás haciendo tú aquí? —respondió Jack, con una ceja levantada.

Conejo pareció dudar por un momento, inseguro de si debería compartir lo que estaba ocurriendo o no. Decidió que era mejor ser sincero con Jack, a pesar de todo.

—Algo extraño está sucediendo en el flujo del tiempo, lo siento en mis huesos...

Jack frunció el ceño, observando a Conejo con preocupación. Sabía que su amigo tenía un don especial para percibir los cambios en el ambiente mágico, por lo que su afirmación no podía ser tomada a la ligera.

—¿Qué quieres decir con que el tiempo se siente diferente? —preguntó Jack, mientras se ajustaba su chaqueta con nerviosismo.

Conejo suspiró y miró a su alrededor, como si esperara encontrar alguna pista en el entorno.

—No lo sé exactamente. Es una sensación sutil pero persistente. La magia que normalmente fluye a través de mis portales se ha vuelto inestable. Hay algo fuera de lugar... algo que está afectando la delicada armonía de nuestro mundo.

—Podría ser el hombre Luna, a veces hace cosas inexplicables. —Se mostró cabizbajo, con una imagen triste—. Lo sabemos mejor que nadie.

—Seguramente... Debo ir a la guarida. —Hizo una breve pausa antes de continuar—. Intentaré controlar a Norte.

—¿Cómo lo sabes? —interrogó con desconcierto.

—Siempre es la misma historia, niño —explicó con un tono de compasión—. Hasta luego, Jack.

De repente, al dar dos pisadas en el suelo, un enorme hueco se abrió y Conejo, con una sonrisa astuta, saltó y desapareció por completo. Al mismo tiempo, una pequeña flor brotó en medio de la nieve.

Estaba solo otra vez, reflexionando sobre si era momento de marcharse. Sin embargo, algo en el ambiente lo hizo detenerse. Un suave murmullo en el viento y una extraña atracción hacia ese lugar desconocido. Quizás Conejo tenía razón y existía algo especial aquí. La luna irradiaba una luz más brillante e intensa de lo habitual, como si el Hombre Luna estuviera detrás de todo esto con sus misteriosas formas de actuar.

Con cautela, Jack comenzó a explorar el área, observando los árboles cubiertos de nieve que lo rodeaban y ocasionalmente echando un vistazo a la luna en el cielo. El tiempo parecía haberse detenido, como si estuviera atrapado en un instante eterno. Sin embargo, de repente, se topó con un lago congelado. Una sensación de familiaridad lo invadió, como si hubiera visto este lugar en algún momento, pero no podía recordar dónde.

—A veces no sé lo que esperas de mí.

Se detuvo frente al lago, su mirada se perdió en la superficie brillante que reflejaba la luna llena. Un escalofrío recorrió su espalda mientras intentaba recordar.

De repente, un destello fugaz de memoria iluminó su mente: en ese lugar había nacido Jack Frost.

Una lágrima helada se deslizó por sus mejillas, ¿por qué la Luna tenía que ser tan cruel?

Dio media vuelta para alejarse del lugar, pero de repente sintió que algo lo sostenía, una fuerza invisible lo envolvió y lo arrastró hacia adelante, hacia el lago. El hielo comenzó a quebrarse bajo sus pies, y el sonido agudo y amenazante de la ruptura llenó el aire.

—¡No, déjame ir! —gritó, su voz llena de temor y desesperación. Luchó contra la fuerza invisible que lo arrastraba, pero fue en vano. Parecía que el lago tenía otros planes para él.

El hielo se rompió por completo y cayó al agua helada. La sensación de frío intenso invadió su cuerpo, por primera vez en siglos, haciéndolo temblar de pies a cabeza. La lucha parecía inútil, y una sensación de rendición comenzó a invadir el ambiente.

Por un instante, todo pareció desvanecerse a su alrededor, y una oscuridad abrumadora lo envolvió. El silencio y la calma dominaban, haciendo que Jack se preguntara si había vuelto a morir... o eso pensó.

—¡Jack... Jack! —exclamó, con entusiasmo, aquella voz desconocida.

Ambos se encontraban en una vieja cabaña, donde muebles de madera recubiertos de paja y cuero animal llenaban la estancia. La luz del sol se colaba por la ventana, creando un ambiente cálido. Sin embargo, a pesar de la aparente familiaridad del escenario, Jack pensó que todo aquello debía ser solo un sueño.

—¡Jack! —repitió la voz, esta vez con más fuerza y expectación.

Él parpadeó varias veces, tratando de asimilar la situación. ¿Cómo era posible que ella estuviera allí, en medio de ese extraño lugar?

—¿Eres realmente tú? —preguntó Jack, su voz temblorosa mientras se levantaba de la rústica cama en la que había estado descansando.

La niña sonrió ampliamente y se acercó, abrazándolo con cariño.

—¡Mamá, Jack actúa de forma extraña!

«¿Mamá?», se preguntó en su interior, vacilando entre si era todo un sueño o si realmente estaba sucediendo. Por un instante creyó que tal vez todavía estaba sumergido en el lago.

—¿¡Ya despertó!? —preguntó a gritos una voz femenina.

La mujer entró apresuradamente en la habitación, con el rostro demacrado y angustiado. Su cabello, normalmente resplandeciente como los copos de nieve, colgaba desordenado alrededor de su rostro pálido. Sus ojos azules, que solían brillar con la misma claridad que el hielo, estaban llenos de tristeza y miedo. Su vestido era de un azul helado que parecía desvanecerse en contraste con la madera oscura y las vigas crujientes que sostenían el techo de la antigua cabaña.

—¡Míralo, mamá! —gritó Emma, señalando a su hermano.

—¡Ay, no puedo creer que hayas patinado sobre el lago! ¡Ya te dije que es peligroso!

Jack quedó paralizado, con los labios temblorosos.

—Lo siento, sólo estaba tratando de divertirme.

—Divertirse, ¿a costa de caer al agua helada? Podrías haber muerto —expresó con voz angustiada—. Incluso Emma pudo salir lastimada.

—Jack me salvó —intervino la pequeña.

Lo que ellas no sabían era que él ya estaba muerto. Tragó saliva, tanteando el terreno y cuidando sus palabras con precisión. A pesar de su apariencia juvenil, Jack había dejado de ser un niño hace mucho tiempo, y sabía que cualquier descuido podría poner en peligro la delicada situación. Recordó con melancolía el día en que murió, durante la celebración del encendido, una festividad antiquísima en la que se quemaba un muñeco en el centro de la aldea, en una tradición más arcaica que la Navidad. En medio de sus reflexiones, su mente divagaba hacia su pequeña hermana, Emma, y se preguntó si disfrutaría de la Navidad actual, con regalos y un árbol resplandeciente de luces. Por un instante consideró las palabras de Norte.

—¿Qué te pasa? Estás muy callado.

—No es nada, solo estaba pensando en el encendido. ¿Cuándo es? —preguntó cauteloso.

—Esta noche —contestaron ambas al unísono.

«Pasaron solo unas horas desde que caí al lago», pensó. Comenzó a observar con atención el lugar mientras caminaba alrededor: necesitaba salir de allí, quería confirmar lo que tanto cruzaba por su mente.

—¿Está todo bien, hijo?

—Sí, mamá, es solo que... Quiero tomar aire fresco.

Como si algo le estuviera llamando, comenzó a caminar por su casa sin saber qué buscaba. Sus pies lo llevaron directamente al viejo almacén junto a la puerta. Allí, entre polvo y telarañas, vio un viejo bastón de madera. Jack sonrió al reconocerlo. En el presente, se había convertido en su arma más confiable, pero, por alguna razón, sentía que ya no lo necesitaba.

Dejando a un lado el bastón, Jack salió apresuradamente de su hogar. Sin embargo, algo extraño ocurrió. Al levantar la mirada hacia el cielo, una ola de frialdad abrasadora lo envolvió por completo. El sol brillaba con fuerza y, sin embargo, el viento soplaba gélido como un invierno implacable; podía sentir el frío una vez más.

Confundido y preocupado, corrió hacia el lago. A medida que se acercaba, el frío se volvía más intenso y penetrante. Era seguido por su familia, quienes lo miraban con preocupación desde el marco de la puerta; creían que él se había enloquecido.

—¿¡Qué estás haciendo!? —interrogó su madre.

Se aproximó corriendo al lago para contemplar su reflejo en el hielo: volvió a ser humano. Por un breve instante, la duda nubló su mente, preguntándose si todo aquello era simplemente un sueño. Después, sin poder contenerse, cayó de rodillas al suelo, dejando escapar un suspiro lleno de emoción.

El brillo del sol sobre la superficie congelada del agua se reflejaba en sus ojos, y con cada latido de su corazón, sentía como si la magia le hubiera devuelto algo que creía perdido para siempre. No podía evitar tocar su rostro, sentir la calidez de su propia piel, y sonreír.

Sus dedos temblorosos se alzaron hasta su pecho, sintiendo su pulso acelerado, la vitalidad y el latir de su corazón. El viento helado acarició su rostro y le hizo recordar todas las cosas que había dejado atrás: los olores, los sabores, el frío y el calor.

—¡Mi cabello es castaño! —soltó entre risas ansiosas—. ¡Es tan común!

Emma, preocupada por su hermano, tomó su vieja chaqueta de cuero y corrió hacia él. Lo abrazó con una fuerza sobrenatural y por un momento pensó en que él moriría por salvarla, y que de haber sucedido ella estaría sola para siempre.

—No debes salir cuando hace frío; la ventisca es mentirosa y podrías morir... Debes quedarte siempre conmigo, Jack.

—Sí... Estaré contigo siempre.

A pesar de que una parte de él se sentía feliz de haber vuelto a ser humano y estar con su familia, la otra parte estaba inquieta, embargada por una preocupación aterradora. Desde su transformación en Jack Frost, había asumido el papel de protector y guardián, ¿qué sería de los niños si él no hubiera sido escogido?

El mero hecho de pensar en su presente le calcomanía el alma; no quería pensar en nada más que su familia. Siempre quiso tener una segunda oportunidad, pero habían tantas dudas en su mente.

El tiempo pasaba, y conforme el sol descendía más se encontraba sumido en una inquietud palpable, mientras esperaba ansiosamente que la luna apareciera. La intriga y las preguntas sin respuesta sobre su regreso en el tiempo lo consumían, haciendo que su mente y su corazón estuvieran en constante agitación.

Emma había notado su cambio de actitud y trataban de acercarse a él, pero su ansiedad era tan abrumadora que apenas podía convivir con ella. Se sentía distante, atrapado en sus pensamientos y obsesionado con descubrir el motivo detrás del inesperado regreso. La sensación de incertidumbre y desasosiego formaba un nudo en su estómago, aferrado a la esperanza de que la llegada de la noche trajera las respuestas que tanto ansiaba.

—La Estivalta comienza en una hora, Jack —dijo con tristeza—. ¿No quieres celebrar este año?

Jack observó se reojo a Emma, su mirada era triste, y eso simplemente ablandó su corazón.

—Sí, quiero, Emma.

La sonrisa de la pequeña se ensanchó mientras se dirigía a su habitación, dejando a Jack desconcertado. Regresó con una mano llena de montones de paja, y en la otra sostenía unos hilos. Se sentó frente a Jack y le tendió la mitad de cada cosa, emocionada.

—¡Hagamos muñecos de paja! —exclamó entusiasmada, su voz llena de energía y anticipación.

Jack miró los materiales con curiosidad, sin poder contener su propia sonrisa al ver la emoción de Emma. Aceptó la paja y los hilos con gratitud.

Ambos se sumergieron en la tarea, dedicándose por completo a entrelazar los hilos delicadamente alrededor de los montones de paja, dándole forma a los pequeños y adorables cuerpos de los muñecos. La intricada labor requería destreza y paciencia, pero a la luz del atardecer, el salón estaba impregnado de una atmósfera tranquila y envolvente.

—Él tuyo está quedando muy feo.

—¿Ah, sí? Ya verás que cuando termine estará más lindo que la Estivalta.

Emma miró a Jack con desafío, dejando escapar una risa contagiosa.

Mientras tanto, en la villa, una gran masa de gente se había congregado para levantar la majestuosa Estivalta. El bullicio y la emoción llenaban el aire, mientras los preparativos para la fiesta estival estaban en pleno apogeo.

Al mismo tiempo, en el cielo, el sol se deslizaba suavemente hacia el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. Las nubes dispersas se tornaban de un suave tono de malva, mientras las suaves brisas de la tarde mecían suavemente los altos tallos de trigo. Y, en la lejanía, la luna comenzaba a levantarse lentamente, una esfera plateada que ascendía con gracia, transformando el cielo en un despliegue de colores y matices encantadores.

Ya era la hora.

—Emma, ve a prepararte, mientras doy un paseo. ¿Si?

—Uhm... Está bien —respondió dudosa.

Jack se levantó, guardando su muñeco de paja en sus bolsillos. Esperó a que Emma ingresara a la habitación para salir de la casa, envolvió su cuerpo con una chaqueta y se dirigió al lago.

Con paso vacilante, avanzó hacia el lago congelado. Estaba lleno de inquietud y curiosidad por lo que el Hombre Luna tenía para decirle. Mientras caminaba, los copos de nieve se posaban suavemente en su cabello y se derretían en cálida piel.

La luz pálida de la luna iluminaba la escena, creando un ambiente mágico y enigmático. Jack levantó la mirada hacia el cielo, esperando respuestas a sus múltiples preguntas. ¿Por qué estaba su destino vinculado a la luna? ¿Qué significaba todo esto?

El viento susurraba palabras misteriosas a su oído, y una voz serena y profunda lo llamó desde el viento helado.

«Oh, guardián...», se escuchó en el ambiente. «Ven, acércate un poco más».

Estremeciéndose, Jack se acercó más al borde del lago cubierto de hielo, donde patinaban cristales brillantes.

El viento tomó forma, y una figura etérea se alzó ante él. Era el Hombre Luna, vestido con túnicas plateadas. Jack palideció, por primera vez, había visto su verdadera esencia.

«A media noche el tiempo se detendrá, y deberás decidir dónde está tu camino, Jack Frost», susurró con una calma inquietante.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó con desconcierto, pero el silencio fue su única respuesta.

El hombre Luna se había ido.

El sonido de la música, seductora e intrigante, capturó su atención. Como un susurro melodioso que flotaba en el aire, los ritmos cautivadores de los tambores profundos, las flautas misteriosas y las guitarras mágicas lo guiaron a través de las estrechas callejuelas. A su lado, Emma tambaleaba en su caminar, ansiosa por salir a correr lejos del cobijo de su hermano.

Al llegar a la plaza principal, quedó maravillado ante la construcción que ocupaba el centro. Pues no era un simple muñeco de paja aquella Estivalta. Era una figura sobrenatural, imponente y enigmática, que parecía a punto de cobrar vida. Prendida en fuego, la vista era asombrosa.

A su alrededor, los habitantes de la aldea danzaban en una coreografía hipnótica y elegante. Vestidos con trajes encantadores, elaborados con telas que parecían haber sido tejidas en el reino de las hadas, cada paso y movimiento parecían un conjuro en sí mismo. La música en crescendo llenaba el aire, incitando a los bailarines a mostrar su destreza, mientras la nieve caía suavemente, como pequeños copos de nieve bailando junto con ellos.

Risas resonaban en cada esquina y aplausos efusivos acompañaban los giros y saltos de los bailarines.

—¿Quieres bailar? —preguntó Jack, con una sonrisa en el rostro.

Emma miró a su hermano mayor con ojos brillantes de emoción. Asintió rápidamente y tomó su mano con entusiasmo. Juntos corrieron hacia el centro de la festividad.

La música se filtraba desde algún lugar cercano, y Jack y Emma comenzaron a moverse al ritmo. Dieron saltos frenéticos, riendo a carcajadas mientras giraban alrededor uno del otro. Sus risas llenaban el aire, contagiando la alegría a cualquier persona que los observara.

Jack levantaba a Emma en el aire, haciendo que su pequeño cuerpo flotara por un segundo antes de bajarlo suavemente al suelo. La risa de Emma llenaba sus oídos, recordándole lo afortunado que se sentía de tenerla como hermana.

—¡Casi me dejas caer!

—Eres una exagerada —respondió Jack, mientras lentamente detenían su baile.

Aún agarrados de la mano, Emma se aferró más a él, escondiendo su diminuto cuerpo a la vista de los aldeanos.

—Tengo hambre —murmuró apenada—. ¿Tú también estás hambriento?

—Podría comerme todo el ganado.

Ambos rieron al unísono.

Siguieron el delicioso aroma de la comida hasta llegar a los puestos donde su madre estaba sirviendo panes y caldos. Los estómagos de ambos empezaron a rugir de inmediato, y sus ojos se iluminaron al ver la variedad de opciones frente a ellos.

—Se ve tan delicioso...

Se acercaron al puesto de su madre con una sonrisa radiante, donde ella los recibió con un cálido abrazo. Los clientes que estaban esperando su turno para ordenar también sonrieron al ver a los hermanos juntos, compartiendo un momento especial en el evento.

Mientras esperaban su turno, Jack y Emma observaron a su alrededor, emocionados por los diferentes juegos y apuestas que se estaban llevando a cabo. Podían ver un juego de tiro al blanco, un puesto de lanzamiento de herraduras y una corrida de cerdos.

—Niños, por aquí. —Señaló su madre, llevándolos a las bancas adyacentes al puesto—. ¿Les traigo sopa o pan?

Jack y Emma se miraron con complicidad.

—¿Ambas?

—Sí, queremos ambas —completó Jack.

La madre respondió con una sonrisa cálida y cariñosa ante la solicitud de sus hijos. Se acercó a la caldera, donde el caldo hirviendo despedía un delicioso aroma. Con cuidado, llenó dos tazones grandes con el caliento líquido reconfortante. Luego, tomó una media barra de pan recién horneado y lo cortó en rebanadas iguales, asegurándose de que cada uno tuviera su porción justa.

Con manos amorosas, colocó un tazón humeante frente a Jack y otro frente a Emma. Observó con orgullo cómo sus hijos disfrutaban y apreciaban el gesto de cariño. El vapor ascendente acariciaba sus rostros, una invitación a saborear el caldo casero que ella misma había preparado con esmero.

—Gracias, mamá.

—Coman bien, mis niños —sentenció antes de regresar a su puesto.

Mordieron el pan recién cortado, apreciando la textura crujiente y el aroma delicioso que desprendía, por alguna razón, Jack recordó el olor de la guarida; el aroma a recién horneado, a calidez. Por su mente rondaban aquellos niños del presente, que lo esperaban ansiosos, y sus amigos. ¿Por qué se sentía así?

—Emma... ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Sí, claro —respondió, mostrando cómo el caldo se deslizaba por su barbilla.

—¿Tú estarías bien sin mí? —Dio un sorbo a su caldo, buscando las palabras correctas—. Si yo pudiera ayudar a los demás, ¿aceptarías que no estuviera a tu lado?

Emma dejó de comer, se quedó callada unos segundos. Jack estaba nervioso por su respuesta.

—Creo que... está bien, si es para ayudar a los demás. No me dejarías sola porque no me quieres, sino que estarías siendo un héroe, como los príncipes de los cuentos de mamá —respondió con entusiasmo.

—¿Segura?

—¡Claro! Mi hermano sería un héroe, y todos contarían lindas historias sobre él salvando aldeas, reinos mágicos.

Esa era la respuesta que Jack tanto necesitaba, pero aún el peso de la decisión estaba sobre sus hombros. Después de tanto pensarlo, entendió las palabras del Hombre Luna: ser Jack Frost, el héroe de los sueños o Jack, el niño; esa era la cuestión. ¿El mundo realmente necesitaba a Jack Frost?

Tras la comida, fueron de regreso a la Estivalta. Ambos tomaron asiento sobre la nieve, viendo cómo las llamas consumían cada parte de la figura; faltaba poco para la media noche.

—Es muy bonita.

—Tu muñeca quedó más bonita.

—Es cierto... Soy la mejor diseñadora de juguetes.

Jack colocó su mano sobre la cabellera de Emma, acariciándola con suavidad.

—¿Cuál es tu sueño, Emma?

—Preparar todas las Estivaltas hasta el día de mi muerte —explicó con calma—. Quiero hacer muñecas para todo el mundo; quiero cocinar como lo hace mamá; quiero hacer a todos felices.

—Es un lindo sueño, Emma.

Se preguntó si al final Emma pudo cumplir su sueño, si hizo a todos felices, si su muerte la afectó de forma irremediable. ¿Las cosas hubieran resultado bien si él aún siguiera vivo?

A medida que la noche avanzaba, las llamas brillantes comenzaron a envolver al muñeco gigante. Las lenguas de fuego bailaban y crepitaban, creando un espectáculo fascinante para los hermanos. Jack y Emma se mantuvieron ahí, hipnotizados por las llamas ardientes que parecían danzar al ritmo del viento invernal.

La luz cálida de las llamas iluminaba sus rostros mientras los copos de nieve caían suavemente a su alrededor.

A medida que la Estivalta se consumía por completo, las llamas disminuyeron gradualmente. Los restos carbonizados fueron cayendo al suelo, dejando solo cenizas y recuerdos de la Estivalta que alguna vez fue.

—Te amo, Emma.

—Yo también te amo, Jack.

—Ya tomé mi decisión.

Emma lo observó, confundida, sin entender las palabras de su hermano. Jack lloraba en silencio, observando a su hermana con detenimiento y pasando la yema de sus dedos por su piel.

—De verdad te amo, eso nunca lo olvides.

—¡Y hay tanto por hacer! Los regalos deben ser empacados, los renos deben estar listos... ¡y no olvidemos las deliciosas galletas y leche que los esperan en las chimeneas!

Jack se encontró confundido, sin saber en qué momento había llegado de regreso a la guarida, escuchando las mismas palabras de antes.

—¿Qué opinas tú, Jack?

Se quedó sin aliento al darse cuenta de que había regresado a la guarida. El lugar estaba sumido por el dulce aroma a galletas, iluminado por algunas velas que parpadeaban con fuerza en los rincones; había algo diferente.

Sus ojos recorrieron la habitación, deteniéndose en la mesa de madera donde Hada, Sandman y Norte se encontraban.

—Sí, niño, ¿qué opinas? —intervino Conejo atrás de él, provocándole un sobresalto.

—¿Tú qué haces aquí... Tus portales no fallan...? —preguntó entre tartamudeos.

—¿Mis portales? No ha sucedido nada con mis portales —aseguró con la ceja levantada—. ¿Estás bien, Jack?

—Sí..., estoy bien.

Todos parecieron dudar de las palabras de Jack. Norte se acercó a ellos, con una posición autoritaria.

—¿Que opinas, Jack? —volvió a preguntar.

Por un instante, pensó en Emma. De forma instintiva llevó sus manos hacia los bolsillos, encontrándose con el muñeco de paja. Quiso darle las gracias a la Luna, pero solo una lágrima fugaz se deslizó por su mejilla.

—Creo que... está bien. Hay que terminar todos los preparativos y ayudaré con eso—dijo, pensativo, su voz era temblorosa—, pero quiero algo a cambio.

—¿Algo a cambio? —preguntó Hada, su mirada mostraba preocupación.

Todos se miraron por un segundo, tensos por lo que se avecinaba. Sandman cerró los ojos, y tapó sus oídos, esperando que todo pasase.

—Frost... No creo que sea buena idea lo que sea que tengas en mente —afirmó Conejo.

Jack negó con la cabeza, una sonrisa melancólica en su rostro.

—Quiero una muñeca, para todos los niños. Una muñeca castaña, con una sonrisa muy hermosa.

—¿¡Qué!? —preguntaron al unisono, perplejos por lo que acababan de escuchar.

Norte, sorprendido, dio unos pasos más hacia Jack. Trataba de descifrar si solo era otra broma o si hablaba con honestidad.

—¿Una muñeca, estás bromeando?

—No, Norte, no estoy bromeando.

Se detuvo por un instante, pensativo, llamó a uno de sus yetis y le susurró algo al oído. Estaba particularmente feliz por aquella petición.

—¿Y cómo se llamará la muñeca?

—Emma, ese será su nombre... Quiero que todos la amen, al menos por esta navidad.

—Así será, Frost.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro