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Capítulo cuatro

Desde lo ocurrido, Dios decidió que un poco más de orden dentro del cielo no haría daño y solo vio al futuro para copiar muchas de las ideas que los humanos tendrían. Construyó grandes urbes con trenes bala y metros eficientes, hizo edificios donde cada uno tenía su departamento junto con prestaciones laborales para que pudieran comprar ropa hecha de gusanos de seda celestiales. Ella no creía en el capitalismo, pero adoraba ver ahorrar a sus ángeles para gastar en artículos que ella diseñaba de vez en cuando en sus ratos libres. 

La ciudad estaba dividida en tres principales distritos, el morado para Gabriel, el azul de Miguel y el rosa pertenecía a Rafael, esto iba más allá de una mera ubicación geográfica para que todo se viera más ordenado porque también significaba que mientras vivieras en alguno de los tres sectores tendrías de jefe a alguno de los tres poderosos hermanos. 

Nuevamente Dios había modificado las reglas, asignando a los empleados conforme a sus personalidades, lo cual de nuevo no salió -o tal vez si- de acuerdo al plan, porque muchos terminaron venerando a los arcángeles como si fueran sus ídolos. 

Especialmente los subordinados de Rafael le tenían un amor casi ridículo. Siempre existían peleas por ver quien atendería la recepción de su oficina o sus asistentes y secretarios principales. 

Antes de que él llegaba siempre perfumaban las hojas que utilizaba para firmar, regaban sus flores, ponían esa extraña música que le gustaba, dejaban unas pantuflas y se preparaban para hacerle la manicura. No era raro que al llegar a la tierra muchos pensaran que no era el tipo más heterosexual. 

Ese tipo de clasificaciones junto a los prejuicios no lo dañaban en absoluto, últimamente todos sus suspiros y tristezas se hallaban en el hecho de no poder pasar tanto tiempo con su querido Astaroth.

Astaroth el demonio de ojos azul eléctrico, de cabello negro despeinado con toques de canas era la mayor perdición de ese arcángel tan torpe y el enemigo a vencer por todos los asistentes de Rafael. 

Como algo extravagante hecho por Dios, cada ángel de menor categoría que trabajara en la torre más importante del distrito rosa tendría un nombre que empezara con la misma letra de quien le sirviera. Estaba Rene de la recepción, Renata quien servía los frappes en hermosos vasitos rosas, el musculoso Romeo de seguridad y Raguel, la mano derecha de Rafael. 

Su uniforme, lo crearon entre todos de manera orgullosa. Consistirá en una playera blanca con el rostro de su arcángel rodeado de corazones, así como cintas en sus cabellos mostrándolo como una marca notoria de su lealtad por él. En la tierra dirían que eran parecidos a fanáticas del k-pop. 

Justo en esos momentos se alistaron, el elevador se abriría en solo unos segundos. Pusieron rosas frescas, dulces de menta y extendieron una alfombra recién aspirada.  

—¡Buenos días! —gritaron al unísono al ver las puertas abiertas, lo que se encontraron no era su precioso Rafael sonriéndoles, sino un ser lleno de dramáticas lagrimas que mojaban todo a su alrededor con oro. 

—No puede ser posible—Raguel gruñó, ya se imaginaba que tenía algo que ver con ese malnacido. 

—¡Astaroth es un idiota! Me dijo que la peste había sido mi culpa—entró y de inmediato Romero lo ayudó a caminar, pues parece que se iba a desmayar—. Fueron los demonios quienes crearon la enfermedad yo no, cielos santos.

Los ángeles ya estaban hablando mal de ese demonio, algunos incluso tenían su rostro en sus dianas para dardos. 

—¿Pueden traerme algún té? —preguntó y al instante ya tenía varios en su escritorio—. Gracias…es solo que no lo aguanto algunas veces—limpió su nariz—. ¿Soy insuficiente para él? ¿Mi amistad no es suficiente?

Algunos se quedaron callado, era bastante disfuncional porque se supone que debería matar demonios, no berrear por ellos ni hacer dramas sin sentido, pero no podían decirle la verdad porque no querían verlo llorar más. Era su jefe a quien amaban incondicionalmente, no había nada más. 

Le dieron una cobija rosa mientras le murmuraban palabras de apoyo, razón por la cual no alcanzaron a parar a Gabriel cuando llego acompañado de Sandolphan, ese malvado ayudante suyo que nada bueno traía. 

—¿Y ahora porque lloras, hermano? El cielo se inundó el martes por tu estúpido drama—le gruñó obligando a los ángeles a irse, a excepción del suyo—. ¿Es uno de esos programas humanos de nuevo? 

El nombrado le vio de mala gana, ni siquiera lo dejaban llorar a gusto—. Para tu información, el personaje principal murió, era algo importante para mí ¿Okay? —una vez que limpio su nariz pudo continuar hablando—. Es solo que Astaroth…

—¿Ese lord del infierno? ¿Estás llorando por un demonio? —Sandolphan quien se había mantenido atrás de Gabriel se acercó, dispuesto a burlarse—. Que decepción eres. 

Rafael en serio quería tumbarle ese diente de oro, en realidad deseaba solo golpearlo, al menos un puñetazo lo mantendría al margen, pero temía que su manicura se rompiera cuando lo hiciera y él tenía estándares. 

No podría gritar por ahí sus verdaderas razones, porque por donde se viera la situación todo era un completo desastre prohibido en el cielo o infierno. Un poderoso arcángel enamorado del tercer desecho celestial más grande ¡Vaya ironía! Dudaba que su misericordiosa Madre aceptara llevarlo al altar tomando en cuenta la clase de yerno que tendría.

—Es fastidioso, solo eso…deberías de saberlo por todos los informes que escribo de él—cruzó sus brazos queriendo verse más calmado. 

—Aquellos donde mencionas lo malvado que es y una descripción muy detallada de “su masculino rostro” —Gabriel no sabía como tomarse esas partes de los informes, pero no preguntaba, gracias a eso era un ángel muy eficiente ¿no? —. Sabemos mucho de las fuerzas oscuras ¿verdad Sandolphan? 

—Claro, por ejemplo, tienen colmillos y huelen a podrido. 

—¡Exacto! ¡Que inteligente eres! Pero queremos documentar todo con mayor precisión, quizás hacer un libro ilustrado para los principiantes—Gabriel sonrió con su idea, de seguro le darían otra hermosa medalla—. En fin, gracias a la posición privilegiada que tienes se te ha asignado un puesto muy importante como investigador de demonios altamente peligrosos.

Los ojos de Rafael se iluminaron tanto que parecían dos aros hechos de oro recién fundido—. ¿Eso significa que podre vigilar más a Astaroth? 

—Claro, las veinticuatro horas del día, pero queremos un reporte diario.   

Rafael tomó su hermoso bolso, no perdería ni un solo segundo. 

 


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