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Capítulo cinco

Astaroth no era un demonio cualquiera, poseía terribles secretos que le permitieron llegar hasta ser el tercero al mando en el infierno siendo el encargado de torturar almas de todos los círculos del infierno, algunos incluso afirmaban que podría comprar su poder al de Lucifer pero que había preferido mantener una posición más baja por mera comodidad e incluso un poco de flojera. 

Sea como fuera, debías de protegerte y no hacerlo enojar de ninguna manera o terminarías descubriendo si había vida después de la muerte incluso si eras un ser celestial. 

Sus años de trabajo le permitieron poseer un hermoso castillo en el infierno que por lo general estaba vacío, porque su principal interés siempre sería su elegante local en Soho donde se dedicaba a vender libros muy de vez en cuando o a tentar con droga a los humanos cuando se aburria demasiado. 

En ese momento se encontraba sentado viendo con pereza su celular, aunque con un caos reinando en su cabeza porque le había hablado muy mal a ese ángel que lo tenía vuelto loco—. Quizás fui muy severo con ese dramático—murmuró—, no entiendo como aun así puede seguir teniendo esa cara tan bella, recompensa un poco su torpeza. 

La campana de la puerta sonó y Astaroth supuso que su hora de descanso había terminado cuando vio a dos hombres elegantes pararse enfrente de él. No era la primera vez que los dueños de los burdeles o los líderes de mafias querían hacerle daño, por supuesto todos murieron cuando decidían intentar matarlo. Solo una vez había sido desincorporado, todo gracias a Rafael y no a un peligroso humano, pero ese es otro tema.  

—¿Entonces crees poder vender mercancía en nuestra zona? —el señor no tardó en sacar su arma. 

—Sí—regresó su vista a su celular. 

Obviamente esto no les agradó a los hombres—. Si vendes solo puede ser de lo nuestro, ahora tienes una deuda con nosotros. 

—No. 

En verdad les sorprendía que apreciará tan poco su vida—. Decides morir entonces. 

—No es como si me pudieran matar.

Eso fue suficiente para que le dispararan una bala, pero en contra de toda lógica fue directo al hombro de quien tenía el arma, la sangre salpicó un poco a la cara del otro hombre, quien por supuesto se asustó—¡¿Pero qué mierda?!

—Si hice eso sin verlos imagínate que podría hacer si quisiera hacerles daño de verdad—contestó el demonio, esa era una simple advertencia que esperaba fuera suficiente para hacerlos desaparecer por un rato. 

Por supuesto que salieron corriendo, más que nada porque el herido estaba sangrando demasiado, nunca pensaron que iban a salir así de una librería manejada por un señor con nula condición física, de hecho, ya hasta tenían lista una bolsa negra para arrojar su cadáver al vertedero más cercano. 

Tan rápido como llegaron, así desaparecieron, dejando a Astaroth con una enorme sonrisa. Amaba ese miedo primitivo que los humanos tenían, en realidad, para ser sinceros le encantaba cualquier sensación que fuera abrumadora, desde el peligro, el amor, las ganas de conocimiento y una lujuria enorme.  

De hecho, era considerado por muchos como el demonio de la fertilidad y la lujuria, pero esa había sido una etapa muy rara en medio oriente en donde se mostró como una Diosa, solo por la mera curiosidad de sentirse un momento como algo valioso no un caído. Debía admitir que fue bueno pero los cananeos no podían durar para la eternidad. *

Le molestaba que muchas veces por ese motivo lo confundieran con Asmodeo, ese si era un ser bastante asqueroso con el cual prefería no tener contacto. Sin embargo, no podía negar que muchas veces tuvo una enorme diversión en las orgias que practicaban, porque a pesar de todo, era débil ante el sexo y eso lo hacía ser un demonio.

En pocas palabras, Astaroth odiaba casi toda la forma en que lo representaban, así como los ejemplos anteriores, también llegaban a hablar de él como un tesorero cuando en realidad nunca fue muy amigo de los banqueros, detestaba cuando lo llegaban a invocar. Tampoco entendía porque lo llamaban “el demonio desdichado”, si bien casi nunca sonreía y estaba muy en desacuerdo con la caída, no quería decir que fuera un llorón de primera, él se adaptó a los destinos de la vida o al inefable plan. 

Tal vez Astaroth no se daba cuenta que cada invocación a la cual respondía terminaba en una conversación nada parecida a la esperada por humanos, así como paso en 1810 con un pequeño campesino llamado Bill

—Mira, yo entiendo que los tiempos han cambiado humano Bill, pero sigo sin entender esas limitaciones que tienen, puedo ver hacia el futuro en el cual tu campo ya no existe y créeme que ese es el menor de los problemas  de tu simple existencia humana, pronto tendrás tres hijos a quienes no cuidaras muy bien así que te dejaran porque no aceptaste que tienen preferencias sexuales diferentes—hablaba muy serio mientras se sentaba en el sofá de la humilde choza—. El mundo sería un mejor lugar si los hombres no le tuvieran miedo al sexo anal, lo puedo asegurar, se siente muy bien. 

El hombre temblaba—Lord…

—¡Duque para ti, insolente! —gruñó por ser interrumpido—. Mira, seré directo, vas a morir solo ¿O cual era tu pregunta? 

—Quería saber cómo cultivar, me habían dicho que usted le da trabajo a los demás…así como el futuro de mi negocio—aunque con todo lo mencionado pocas ganas le quedaban. 

Astaroth lo miró, tal vez se había excedido—. Pues desde que compraste un campo sin saber cómo trabajarlo se veía que tu negocio no iba a despegar, no eres el más inteligente ¿Verdad? 

Esas eran las consecuencias de hablar con el Gran Duque infernal, siempre iba a contestarte con la verdad y tu futuro, aunque no fuera el mejor, sin embargo, a comparación de Belcebú seguía siendo la opción más viable para contactar con demonios. 

0-0-0

La puerta de su estudio se abrió de nueva cuenta, al instante reconoció quien entró por su peculiar olor a azúcar a punto de caramelizarse, era Rafael, su amado ángel. 

—Hola querido—sonrió Rafael al verlo y Astaroth solo pudo pensar en lo bello que se veía con ese atuendo rosa pálido. Era su tipo, alto, delgado, con pecas ligeramente coloreadas en su piel bronceada y esos ojos hechos con polvo de estrellas, más parecidos al oro. 

Ansiaba hacer muchas cosas con él, principalmente tener una casa, después hallarían la forma de tener a 10 hijos, lo cual requeriría mucho sexo…sin duda estaba dispuesto a repetir cuantas veces fuera necesario. Después mirarían documentales de gatos juntos, mientras envolvía a su ángel en una suave manta rosa.

Uno pensaría que, así como Astaroth tiene el poder de ver al futuro, simplemente sería curioso y revisaría que todos sus sueños pasaran, pero eso solo funcionaba en humanos, no en seres etéreos, por lo cual siempre ocultaba sus intenciones, un ángel tan hermoso no se fijaría en él. 

— Ah Rafael ¿Ya dejaste de llorar? —por dentro quiso golpearse, no necesitaba ser tan duro. 

—Fuiste muy duro…pero ya estoy mejor—cruzó sus brazos intentando esconder su inseguridad—. No vengo aquí por eso, solo vengo a informarte que necesito vivir contigo. 

Por un momento Astaroth pensó en arrodillarse a pedirle matrimonio, pero aguanto sus ganas—. No entiendo muy bien a que te refieres. 

—Es un asunto confidencial, pero prometo no hacer cosas raras—o no extremistas—. Aunque ya sabes…podríamos aprovechar para ver películas juntos o tomar un par de copas, sin mencionar pestes o pandemias ¿Vale? 

—Me parece perfecto. 

*Los Cananeos eran una tribu del mediterráneo considerada como pagana, adoraban a una diosa llamada Astarté a quien nombraron la diosa de la fertilidad, el sexo y la guerra



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