Capítulo 3: En Mil Pedazos
Al otro día me encontraba en la cama. Pensé en la última vez que había dormido allí, y de eso hacía ya bastante tiempo. Recordé de momento lo que había sucedido la noche anterior y busqué a tientas el cuerpo de Ellius. Para mi sorpresa no estaba a mi lado ni en ninguna otra parte de la habitación. Me pareció extraño. En mi inspección del lugar con la mirada me topé con mi mesa de dibujos junto a los caballetes y un lienzo. Me paré para verlo de cerca y el dibujo me dejó helada. Allí estaba plasmado el día en que Ellius me pidió matrimonio.
Me disponía a acariciarlo cuando de repente escuché a Freia hablar desde el umbral de la puerta.
—Ania, iremos de compras. La llegada de la gran familia Lauselle no es cualquier cosa. Hay que hacer un baile de antifaces como en los viejos tiempos, querida— dijo Freia mientras me daba empujones hacia el baño.
—Pero Freia, estamos en pleno siglo veintiuno, año dos mil diecisiete; ¿no será extraño?— Pregunté, pues tenía entendido que en esta época solo se hacían fiestas alocadas, llenas de drogas y dubstep.
—Para nada, hermanita. La mitad de los que viven en el vecindario son guardianes de Hades. Así que no será nada raro. Además, somos la clase alta, cariño; podemos hacer lo que se nos venga en gana. Como invitar a tus amigas Asaia y Klein— Me dijo Freia mientras me dejaba en la puerta del baño y se iba a rebuscar mi armario.
— Suena fantástico— dije apretando la mandíbula.
La verdad, no me agradaban del todo los bailes. Pero ¿quién discute con Freia? Ni nuestro mismo padre se atrevía a contradecirla.
— Ah, y las chicas están aquí, by the way.
Freia abrió la puerta de la habitación y las chicas corrieron hasta donde mí. Nos abrazamos, y en este abrazo sentí una alegría sosegadora. Hacía ya un año que nos la veía. Exactamente el mismo tiempo que había transcurrido de la perdida de Ellius. Y digo pérdida porque el hecho de que no se recuerde de nuestro amor se siente así mismo. En ese momento se instaló Ellius en mi cabeza. ¿Dónde estará? ¿Por qué se habrá ido? ¿Y por qué esa pintura estaba allí? Ese cuadro lo había hecho el mismo día en que él me había pedido matrimonio. No tenía idea de que aún estuviera por ahí. Pensaba que mi padre se había encargado de eliminar todo recuerdo de nuestro amor. Sacudí mi cabeza y decidí dejar de pensar en él y concentrarme en mis amigas. Las analicé: ambas seguían igualitas. Klein era pequeña, tenía cabello rubio cenizo y ojos grandes verdes. Asaia, por el contrario, era alta, tenía cabello corto color marrón y ojos grandes color café.
Mientras me vestía, charlábamos animadas. Ellas me pusieron al día sobre sus travesuras y yo les conté sobre todo lo que pasó hace un año atrás; la angustia y el sufrimiento provocado por mi padre. Quería contarles sobre lo que hicimos anoche Ellius y yo, pero no me animé.
En media hora, Fahrer, el chofer privado de Freia, nos llevaría a el centro comercial. Una agencia de eventos que Freia había contratado se encargaría de todo lo relacionado con la fiesta. Los chicos se quedaron en la casa hablando y bebiendo; la fiesta ya había comenzado para ellos. Reconozco que antes de marcharme barrí el lugar con la mirada en busca de Ellius, pero no lo vi.
Llegamos al centro comercial y me sorprendió el tamaño del edificio. La última vez que estuve no era así. Al arribar, Freia nos indicó que teníamos que elegir trajes de gala. Y no solo eso, que tenían que ser de alta costura. Así que nos dirigimos a la tienda más cara del centro de compras. Freia saludó a un hombre afeminado, y le dijo que necesitaba los mejores vestidos para nosotras. El chico nos llevó a una parte exclusiva de la tienda, la misma que era para clientes especiales, según dijo él mismo. Hizo que otra empleada nos trajera champaña mientras iba tomando nuestras medidas y preguntándonos qué teníamos en mente para usar.
Todas llevaríamos vestidos victorianos, fue lo que exigió Freia. Después de todo, era una fiesta de antifaces. A las dos horas y media ya estábamos fuera de la tienda, todas con vestidos ridículamente caros y hermosos.
Luego de eso fuimos a una peluquería. Allí nos peinaron a nuestro gusto. Fue lo único en lo que Freia no intervino.
— Ania, cuéntanos más de Ellius— me dijo Asaia mientras nos hacían la manicura.
Suspiré profundamente antes de hablar.
—Ellius es un chico de otro mundo, es todo lo que pude haber soñado. Aunque...—hice una pausa —no se acuerde de mí, estoy decidida a reconquistarlo.
—Ay hermanita. De seguro lo logras. Su amor era muy fuerte— dijo Freia. —Esta noche lo volverás loco.
— Anoche tuvimos sexo...—confesé.
—¿Qué? Dijeron al unísono.— Hasta las muchachas que nos arreglaban las uñas fijaron su mirada en mí.
— ¡Por tu padre! ¿por qué no nos contaste eso al inicio? Las cosas están yendo mejor de lo que pensábamos—dijo Asaia.
— ¿Y qué hicieron? Dime que usaste esposas y unas buenas fustas— dijo Freia picoreta.
La miré escandalizada. Nunca he sentido atracción por ese tipo de conducta sexual. Todos mis hermanos piensan que pertenezco a otro lugar. Después de todo somos demonios, cuyo único destino es castigar y atormentar. Pero yo nunca sentí inclinación a castigar o torturar. Nunca sentí deseos de abusar de mis poderes y hacer que otros se sometieran a mi voluntad. Para mi padre eso no estaba mal, y eso me sorprendía. Por alguna extraña razón siempre me consintió y protegió. No me obligó a ser alguien que yo no sentía ni deseaba ser. La única vez que se comportó como lo que era, el mismísimo Hades, fue cuando se enteró que me casaría con Ellius. Nos separó de una forma cruel. Creía que se debía al hecho de que era su hija preferida y que no deseaba perderme, pero algo dentro de mí me decía que había algo más. Y no me equivocaba.
— ¡Pronto habrá boda! Ya puedo escuchar las campanas del infierno retumbando— dijo Klein soñadora. Las otras chicas rieron.
— Ay si, como si mi padre permitiera eso— dije rodando los ojos.
— Hablamos con Zeus, ¿Qué mas da? ¡Habrá boda!
Rodé los ojos. En ese mismo momento a mi celular llegó un mensaje. Odiaba estos aparatos ruidosos e impertinentes. Solo lo tenía porque era indispensable para comunicarnos en la Tierra. Vi el remitente Freia se había encargado de pasarme los contactos de los demonios que tenían una vida aquí; era Erebos. Este era el demonio con el que mi padre quería que contrajera matrimonio. No sabía porqué quería que me casara con él. ¿No quería perderme? De seguro si me casaba con Erebos no me perdería del todo, pues viviríamos en el mismo infierno. Es lo más sensato que se me ocurría pensar en ese momento.
Me enteré que los Lauselle harán un baile hoy en la noche, nos veremos allí... att. tu futuro esposo.
Volteé los ojos al cielo. Por alguna razón lo odiaba, por alguna razón jamás lo amaría y por alguna razón no lo soportaba; sabía cómo arruinarme el día con una sola palabra. En ese momento supe que la fiesta iba a ser de todo, menos divertida.
— Bueno chicas, el chofer ya está aquí, hora de irnos— dijo Freia mientras se ponía de pie y dejaba un mar de cadáveres en el piso
— Por Dios Freia, ¿qué has hecho?— Le dije aterrorizada.
— Tranquila, nadie se dará cuenta. Además, no están muertas, solo duermen— dijo mientras se secaba la sangre de las manos.
— Si tú lo dices— dije y seguí caminando, restándole importancia a lo que acaba de hacer Freia.
Llegamos a la mansión y todo se veía hermoso. Arreglos florales con rosas, candelabros, mesas y sillas color caoba; todo perfectamente combinado con rojo, verde, marrón y dorado.
En una esquina se encontraban par de ojos observándome desde las sombras. Sonreí y fui emocionada a saludar a Ellius. Pero cuando iba a acercarme, él simplemente se fue como alma que lleva mi padre. Con el rostro desfigurado por la decepción, subí las escaleras hasta mi habitación. Mis sentidos estaban en alerta, pues sabía que Erebos estaría rondando por la mansión. Por eso, al llegar a mi cuarto, puse el seguro. Cuando me volteé mi cuerpo hacia dentro pegué un respingo, pues en el sillón frente a la ventana se encontraba la figura que tanto quería evitar esa noche. Erebos se erguía fuerte, imponente, coqueto, como solo él podía ser. Tal vez si no lo odiara tanto me hubiese percatado que era dueño de una sonrisa hermosa y que contaba con una belleza exótica. Pero lo odiaba, y todo eso no lo podía ver en ese momento. Noté que sostenía en sus manos el cuadro que había pintado.
— ¡Suelta eso, ahora!— demandé sin moverme.
No quería acercarme a él. Le tenía miedo, más del que quería admitir. Él se acercó a mi rápidamente. Era uno de sus poderes. Me aprisionó contra la pared.
— Eres demasiado sentimental para ser hija de Hades.
Podía sentir su aliento sobre mi mejilla y escuchar los latidos de mi propio corazón.
— ¿Qué haces aquí?— Dije tratando de mantenerme calmada.
— ¿Que qué hago aquí? Tú sabes qué hago aquí. Vine a ver a mi prometida— susurró en mi oído y los vellos se me encresparon.
— Yo no soy nada tuyo...
— Pronto serás mi todo— pronunció acariciándome la mejilla.
— Para ser un demonio eres muy baboso y patético...— dije enarcando una ceja
— Tú sabes porqué lo hago... Le debo mucho al amo del infierno.
Él se retiró y fue hasta el cuadro nuevamente. Lo tomó en sus manos.
— Tienes talento, Ania. Solo que en este lienzo debería estar yo.
A continuación, brotó fuego de sus manos y la pintura se volvió cenizas. Grité y corrí hasta él. Sabía que era una simple pintura, pero para mí no lo era. Esta representaba lo que una vez fue mío, lo que un día me hizo feliz... Allí estaba plasmado el mejor día de mi vida. Lloré y mucho.
— ¡Te odio! ¡Jamás me casaría contigo! ¡Eres un monstruo!
— Tú también lo eres, es hora de que te comportes como lo que realmente eres.
De un momento a otro desapareció de la habitación. Me quedé unos segundos viendo las cenizas en el suelo. No quería que el amor de Ellius y mío acabara así, consumido, apagado... Tenía que hacer que recordara lo que un día fuimos. Antes de que fuera demasiado tarde.
A las dos horas, ya todos estábamos de punta en blanco. Los invitados comenzaban a llegar puntualmente. Era así porque todos ansiaban un poco de diversión y los únicos capaces de ello era la inigualable familia Lauselle.
Teníamos que abrir la fiesta con un baile formal. Luego de aquella fiesta la primera noche que estuve aquí, esto me parecía extremadamente ridículo. Bajamos las escaleras uno a uno. En la parte baja nos esperaban los compañeros de baile. Por un momento fugaz pensé que mis hermanos se encargarían de que fuera Ellius el mío, pero en cambio me encontré con la mirada lasciva de Erebos. Fue cuando supe que abriría el baile junto a él. Ganas no me faltaron de dejarlo plantado y no bailar nada, pero lo hice por Freia. Sabía que si me salía del libreto era capaz de enviarme de vuelta al averno.
— Luce hermosa, señorita— me dijo Erebos mientras me besaba la mano.
El baile dió comienzo con una melodía suave y precisa. A mitad de giro pude ver a Ellius entre la multitud. Lo distinguí aun con el antifaz puesto. Esa postura y ese cabello era inconfundible. Mi corazón se aceleró. Lo busqué con la mirada. Por un momento fugaz me miró, pero enseguida volteó su mirada hacia otro lado.
— Hace mucho que no estaba en la Tierra. Ha de admitir que se siente jodidamente bien. Los gritos, los quejidos y la oscuridad del infierno son abrumadores.
— Ni que lo digas— dije restándole importancia. Me dedicaba a buscar a Ellius una vez más, inútilmente.
— Deja de buscarlo. No sé por qué tanto empeño en un marica como él.
— No lo entenderías jamás. Eres incapaz de amar.
Lo miré directamente a los ojos y pude notar un ahínco de desasosiego en su mirada. En ese momento lo ignoré. Él iba a decir algo, pero se quedó callado y decidió hacer el intercambio de parejas justo en ese tiempo. Esta vez fue Godric el que tomó mi cintura.
— Hola, hermanita— dijo.
— Godric, ¿no sabes qué le pasa a Ellius? Lleva esquivándome todo el día.
— La verdad, sí está bien raro el día de hoy. Hemos tratado de que nos cuente, pero ha sido imposible. Y ya sabes que los poderes de persuasión son inútiles con los dioses. Tendrás que preguntárselo tu misma.
— Ojalá dejara de esquivarme para preguntarle.
— Creo que podrás hacerlo justo ahora.
Lo miré confundida mientras él me giraba el cuerpo. Tropecé con un cuerpo que jamás podría confundir. Era Ellius quien bailaría conmigo la siguiente pieza. No sabía qué decir, estaba realmente nerviosa. Él llevaba todo el día escabulléndose de mí. Tenía demasiadas cosas que decir, pero ninguna me parecía cuerda en esos momentos. Él decidió hablar primero. De sospechar lo que escucharía a continuación, jamás hubiese deseado que rompiera el silencio.
— No sé qué clase de juego enfermo pase por tu cabeza, pero quiero que cortes el rollo ya.
Sentí un golpe en la boca del estómago.
— ¿De... de qué hablas?— Pregunté como pude.
— No sé desde cuándo llevabas planeando lo que pasó anoche, pero desde ya te digo que se acabó.
— Ellius, de verdad no entiendo nada.
— Vi el cuadro en tu cuarto. ¿Una sola noche y ya te imaginas casándote conmigo? ¿Eres de esas locas obsesivas? Yo no soy hombre de esos, que lo sepas. Me gusta el sexo casual. Nada de ataduras... Tampoco pienso caer en el juego de una loca.
Dicho esto, se marchó. Otra persona tomó su lugar, pero yo no era capaz de bailar ni de seguir ningún ritmo. Estaba estupefacta... anonada.
Seguí detrás de él tratando de alcanzarlo. Él caminaba hacia el balcón. Cuando llegué estaba abrazando a una mujer. Ella me miraba fijamente y pude reconocer sus ojos. Era Asaia, quien sonreía con suficiencia. A continuación, se besaron profundamente. Sentí palidecer en mi lugar. Se sentía como una doble traición, aunque sabía de sobra que Ellius no recordaba lo nuestro. Pero la que era mi amiga sí. Le había contado todo lo que sentía hacia él esa misma tarde.
Salí corriendo de esa escena a toda prisa, sintiendo como el alma que se suponía no tenía, se escapaba de mí... Como mi corazón, que se suponía era frío, se destrozaba en mil pedazos
Multimedia: Erebos
Hola!!! Quiero leer opiniones!!! No sean fantasmas, dejenme sus comentarios... a quien odian, a quien aman, etc 💙💙
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