III
III
Poso mis pies sobre el frío suelo,
y los muevo,
uno delante del otro para mover mi tiempo,
para mover mi cuerpo demasiado joven
y demasiado gastado.
Qué mañana más fría,
qué día de verano más triste y apagado,
porque el sol lo cubro con la nube de mi tristeza,
su calor lo enfría mi gélida angustia
y la brisa del poniente es brisa polar
ante el peso de la abatida amargura que siento.
Qué fría mi mirada si no la encienden tus ojos.
Qué frío mi corazón si no lo calienta tu amor
y lo enciende la pasión que nos teníamos.
Qué frío...
Qué frío mi amor porque te has ido.
Poso mi fría mirada sobre el frío espejo,
para mirar aturdida la imagen que refleja.
Qué ojos más apagados y más muertos.
Qué profunda angustia que se lee en ellos.
Mi boca se dibuja amarga como el miedo,
con el rictus de la agonía y del cruel sufrimiento.
Siento sobre mis hombros el peso de la aflicción.
Mis cabellos son témpanos de hielo.
El vaho de mi aliento se congela si te evoco
y solo el pensamiento de lo que algún día fui
templa algo mi vida,
y me alienta a existir.
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