Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 49. Atando cabos.


     Ya olía a café cuando Priscilla abrió los ojos. Estaba hundida en el blando colchón de sofá cama y tenía el cuerpo atrapado entre dos cosas: la gruesa cobija y las extremidades de Sirius. Resultaba doloroso pensar en el frío de los finales de Septiembre, cuando ambas cosas le proporcionaban tal calor; y dedicó un par de segundos a sentir el corazón de Sirius contra su pecho y a recapitular los hechos del día anterior. 

     Con un poco de esfuerzo se deshizo del chico y la cobija y se puso en pie. Necesitaba recoger sus cosas y llegar al turno diurno. Empezaba una nueva rotación y tendría tres días de trabajo exhaustivo y ningún descanso. De ese modo, al menos, tendría la distancia suficiente para poner en orden sus ideas. 

      Fue hasta la cocina, para descubrir que la persona despierta era James. El chico estaba untando mantequilla en unas rodajas de pan y tardó un par de segundos en darse cuenta de que estaba acompañado. No la miró a los ojos al hablar.

— ¿Dulces sueños, Floyd? —Se fijó en el reloj de la pared—. Quise dejar a Evans y a ti dormir un poco, pero van a ser las siete. Deberíamos irnos en un rato. 

—Iré a despertarla —asintió Priscilla, sonrojada. 

     No era necesario preguntar sobre si James se había percatado de los ocupantes del sofacama, y en realidad, el chico tampoco parecía demasiado entusiasmado por hablar con ella. Si bien su relación previa había sido de amistad, y aún mantenían contacto por medio de Lily, el que Priscilla hubiese terminado las cosas de manera tan abrupta con Sirius los dejó en una situación incómoda. A diferencia de sus amigas, James conocía la historia completa. Estuvo presente en el incidente del pasillo, y llevaba semanas viendo a su amigo debatirse entre el arrepentimiento y el despecho.

     Viendo la situación como un forastero: a pesar de que Sirius hubiera mentido, no tenía la culpa de lo sucedido, y Priscilla solo estaba buscando un chivo expiatorio. 

     La chica sintió que se le cerraba el estómago y retrocedió sobre sus pasos. Intentó sacudirse de encima aquella sensación de culpabilidad, en tanto se detenía frente a la puerta de James -antes el estudio- y tocaba con suavidad. Pasaron un par de minutos antes de que Lily emitiese un par de gruñidos inaudibles del otro lado, anunciándose despierta. Satisfecha, Priscilla dio media vuelta para ir a cepillarse los dientes, pero se encontró a un somnoliento Sirius avanzando por el pasillo.

 — ¿Así que éste es el horario de la gente trabajadora? Yo paso—bufó con los ojos aún medio cerrados. Se detuvo frente a ella y le ofreció una sonrisa—. Buenos días. 

     Se descubrió a sí misma devolviéndole la sonrisa con sinceridad.

— ¿Cómo te sientes? —continuó Sirius— Ayer debió ser agotador, ¿y hoy tienes que continuar salvando vidas?

—Lo que hago en el hospital va más de curar heridas y preparar pomadas —negó ella—. Aún no ponen una vida en mis manos.

—No lo minimices. Eres tú quien ha cuidado de mi hermano menor después que hiciera no sé qué locura.

     Tras bambalinas, quiso corregir. Era complicado explicar que a pesar de que no podía hallarse en la presencia de Regulus sin sentir que deseaba arrancarse la piel, tampoco era capaz de desentenderse del caso por completo. Decidió moverse al siguiente tema.

—Te dejaré una serie de complicaciones que podrían surgir con Marlene y todas las respuestas posibles. No será nada grave, excepto que puede quejarse mucho por el dolor del tobillo... Intentaré venir a repararlo mañana o pasado, pero solo si estoy segura de que funcionará. Dile eso ¿Vale? Sé que no es tu deber cuidarla, pero estaré de guardia los siguientes días y...

—Marlene es miembro de la Orden, y más importante, una amiga —la detuvo Sirius—. No será una carga cuidarla.

     Priscilla le dedicó una mirada aliviada. Ahí estaba de nuevo, aquel efecto aplacador. Resultaba imposible negar que la naturaleza simbiótica de su relación con Sirius había calado tan hondo en ambos, que la falta de la misma afectaba de mala manera múltiples aspectos en su vida.

     Abrió la puerta del cuarto. Marlene seguía durmiendo como un tronco, y Priscilla fue hasta el baño para cepillarse los dientes. Acababa de enjuagarse la boca cuando descubrió que Sirius la había seguido. Apoyado en el marco de la puerta, parecía tener más que decir.

—Anoche...

     Ahí estaba. Anoche. No se pronunció ninguna palabra al salir de la bañera, ni cuando ambos tomaron ropas limpias, ni al dirigirse hacia el sofá cama en un estado casi sonámbulo. Mucho menos al refugiarse en los brazos del otro, o al cubrirse con una cobija para calentar el sueño. Pero eventualmente llegarían las palabras, más temprano que tarde, y serian determinantes.

     Sirius aprovechó que estaba terminando de lavarse la cara para continuar. Era más fácil hacerlo sin aquellos dos ojos como clavos encima de él.

—Anoche fue increíble, y sentí cada cosa que dije. Nunca he creído que haya terminado, y no hay ninguna otra persona con la que desee estar que no seas tú —La miraba como hayando valor en su presencia—. Pero han pasado más de dos meses, Floyd, y ambos sabemos que esto no se sostendrá con un par de notas y unos cuantos encuentros esporádicos, llevados a cabo cuando ambos estemos demasiado exhaustos como para reprocharnos cualquier cosa.

     Priscilla se enderezó, y haciendo un esfuerzo por no mostrar su turbación, mantuvo un gesto serio frente al espejo.

— ¿Qué quieres decir?

     Sirius titubeó un segundo, al momento de poner sobre la mesa la siguiente declaración. Todo aquel discurso había sido planeado, notó Priscilla, y sospechó que él ni siquiera había pegado ojo en toda la noche, planeandolo.

—La decisión es tuya. Siempre ha sido tuya, en realidad, pero me negué a la primera porque no confiaba en tu buen juicio —confesó—. Esta vez no me quejaré, ni insistiré. Pero tampoco esperaré para siempre.

—Espera, ¿esto es una especie de ultimátum? —saltó Priscilla con un hilo de voz—. No comprendo. Pensé que entendías cómo me siento. 

—Lo hago, Floyd. Es por eso...

     Ella se volteó a verlo, y con ambos ojos le cortó el habla.

—Pues parece que no —Negó con la cabeza, aún sorprendida— ¿Te parece justo exigir una respuesta de un día para otro? 

—No se trata de eso —continuó Sirius con un tono mas dulce—. No puedo deshacer el error que cometí, Floyd. Está hecho. Y ahora hemos de actuar. Dudo que desees mantener esta incertidumbre entre nosotros más de lo que yo lo hago. 

     Priscilla volvió a sacudirse. Empezó a teñirse su piel de un intenso rubor.

—No creo que sea el momento para hablar de esto. Con todo lo que pasó ayer, y que Marlene podría despertar en cualquier momento...

     Él se quedó en blanco un segundo.

—Priscilla, no he podido hablar contigo más que una vez durante estos dos meses. Pensé que era lo mejor decirlo de una vez —aclaró, no sin cierto titubeo— Quiero simplificar las cosas. Evitar que haya cabos sueltos que nos impidan concentrarnos.

— ¿Cabos sueltos? —Incapaz de seguir escuchándolo, se giró y aferró los dedos al borde del lavamanos. La cerámica estaba fría y era incómoda la posición, pero le ayudó a enfocar la mente— Si eso es lo que piensas, entonces termínalo tu. Para que puedas concentrarte.

     Sirius dió un paso hacia adelante. Aún no llevaba colonia, pero el cuerpo Priscilla pareció notar su cercanía y los bellos de la nuca se le erizaron. Apretó su agarre, notando como en el pecho le nacía un sentimiento ya conocido y antaño deshechado.

—Priscilla, yo nos coloqué en esta situación —dijo él en voz baja—. Sé que lo arruiné, pero no me considero tan horrible persona como para lavarme las manos y dejar esto así. Yo tengo la culpa...

— ¿De un crimen que no cometiste? —insistió Priscilla, forzándose a mantener el tono— Tenías razón, ¿vale? Yo iba a terminar alejándome, me lo dijeras o no. Te he culpado algo en lo que no tuviste nada que ver. Yo, tu mejor amiga, tu novia, la que debería apoyarte más que nadie ¿Cómo no puedes querer dejarme después de eso? Es más, si eso es lo que quieres, ¿por qué no me lo dices y ya?

     Sirius sintió la punta de sus dedos cosquillear. Quería apartarle el cabello de la espalda, envolverla por la cintura y enterrar la nariz en el arco de su cuello... Quería tratarla con naturalidad y recordarle que nada de eso era culpa suya. Excepto que sí lo era, culpa de ella, y de él, y de su entorno, y de todas las personas que los habían empujado a ese punto.

— ¿Qué es lo que quieres tú, Floyd? Esto es lo correcto. Darte el mazo —dijo—. Pero ahora resulta que no quieres volver y tampoco quieres terminarlo.

—No he dicho ninguna de las dos cosas.

—Pues tendrás que, porque yo no puedo —zanjó Sirius—. Si fuera por mí, nunca nos habríamos separado. Nunca me habría alejado de ti, por nada ni nadie, excepto tú misma. Por eso no lo terminaré.

     Priscilla se removió, incómoda. No podía creer que, después de todo, Sirius estuviera poniéndola en una situación así; y que probablemente estuviera haciendo lo correcto.

—Sea que decidas volver o dejarlo, ambos resultados serán difíciles para ti —continuó Sirius—. Ninguno nos matará, eso es lo bueno. Por otro lado, yo sé que es lo que me haría más feliz, pero no puedo hablar por ti.

     Así que la pelota estaba en su tejado. Ella sabía que, por más que lo hubieran disfrutado, situaciones como las de ayer no debían volverse un hábito, o ambos terminarían llevando su relación a un rincón oscuro y vicioso que no traería ningún tipo de felicidad. Encuentros rápidos, emociones sin pronunciar y el miedo latente, a cada paso, de estropearlo todo. Ambos se respetaban lo bastante para no ir hasta ese lugar.

     El silencio se mantuvo un par de segundos, interrumpido pocas veces por la gotera del lavabo, los automóviles de la calle y las voces lejanas de Lily y James en la cocina. Priscilla lo empleó como un tiempo fuera, para tomar aire y considerar las acciones a tomar.

     Se dio vuelta. Sirius estaba mucho más cerca que la última vez, tanto que le rozó el pecho al hablar, y le calentó los labios con su aliento.

—Mi rotación comienza hoy. Vendré, pero sólo para atender a Marlene. No libro hasta dentro de tres días —dijo suavemente— ¿Crees que podamos hablar entonces?

     El asintió con la cabeza, pero estaba tan ensimismado en mirarla que ella no supo si la había escuchado en verdad. Sus ojos no tardaron en tomarla de la mano para obligarla a sumergirse en una situación, que de no ser tan propicia, habría evitado. Así que se lanzaron al mismo tiempo, echando el rostro hacia adelante para compartir un beso sin consecuencias ni expectativas.

     Fue dulce, casi tímido. Sirius ahuyentó el frío del ambiente con su presencia, y le colocó llamas en los labios; ellas bajaron a través de la garganta de Priscilla y se extendieron por las paredes de su torso. Había algo en su interior que nadie más entendía ni podía llegar a tener.

*****

     Priscilla tuvo que desinfectar abcesos y heridas toda la mañana. Pareció haber una especie de complot entre los sanadores encargados, porque cada uno de los pacientes que atendió tenían casos inusualmente grotescos y olorosos. Después de todo, aunque la situación de la señora Roghen fuera urgente, a ninguno le hizo gracia que una interna se apareciera en el pabellón de emergencias como si fuera su patio trasero. Priscilla lo soportó con estoicismo, a sabiendas de que su camino como saco de boxeo apenas se iniciaba.

    Lily visitó San Mungo a la hora del almuerzo para hablar con Priscilla, que tenía unos treinta minutos de descanso. La segunda estaba preparada para comprar un sándwich en la cafetería, cuando la primera sacó del bolso unos envases con pollo, ensalada y papas recién hechas. Estaba caliente cuando Priscilla lo tomó entre sus manos.

—Cortesía de Mary. No se le puede contar toda la situación, pero pasé por allá para decirle que Marlene estará fuera unos días —explicó abriendo su envase—. Dijo que te dejaría la cena preparada cuando llegues hoy.

—Ojalá la guarde en la nevera, no sé a qué hora llegaré. Tengo que ir a hacerle curas a Marlene...

—Alguien de la Orden se encargará de eso —corrigió Lily—. Dumbledore no espera que te encargues de todo, Pri. 

—No es molestia —saltó Priscilla.

—Lo sé —Su amiga le dirigió una sonrisa dulce—. Pero tienes que descansar. Además, así puedes establecer distancia con Sirius para aclarar las cosas, ¿no?

     Lily lo sabía. No era necesario preguntárselo, podía deducirlo por la manera en que su amiga la miraba, como si tuviera lanzas en los ojos y fuera capaz de traspasarla. Tal vez James se lo hubiese dicho, o ella lo dedujo por cuenta propia. Tal vez se hubiese levantado a mitad de la noche por un vaso de agua y los hubiese visto dormidos y abrazados. 

     No se dijo más nada, y ambas empezaron comer. La presión nunca había funcionado con su amiga, y Lily lo sabía. Al igual que con la pelea que rompió su amistad con Severus, se guardaba para sí misma las razones de su rompimiento con Sirius. Lily podía intuir ciertas cosas, pero no conocer a profundidad los sentimientos de Priscilla si ésta no los expresaba. 

      Volvió a tomar la palabra cuando iban a mitad de la comida. 

—El profesor estaba un poco preocupado por ti —comenzó Lily—. Quería que te dijera que para llevar el trabajo en orden, debes tener la mente en paz. 

—Eso suena como Yoda, y estoy bastante segura de que Dumbledore no ve películas muggle —rio Priscilla, concentrada en su ensalada. 

      Lily fingió no entender la broma.

—Me dijo que tu abuela está preocupada por ti y que deberías hablar con ella. 

     Priscilla alzó la mirada por fin, pero solo para entrecerrar los ojos en dirección a Lily. La mención de su abuela, o más bien, la mujer que había conspirado con Sirius para ocultarle toda la verdad, era mínima los últimos días. Después de todo, Priscilla no deseaba hablar con ella y tampoco añoraba tenerla sobre el hombro, refunfuñando sobre lo feo de la guerra y lo poco hecha que estaba ella Priscilla para eso. Serena había demostrado, una y otra vez, que no la consideraba lo bastante fuerte como para afrontar un terror así.

—Estoy segura de que no dijo eso.

—Que sí. Tu abuela lo ha estado llenando de cartas e insistiendo...

— ¡Lily!

—Vale, que no ha sido él —Puso los ojos en blanco—. Me ha escrito a mí. Está harta de tu silencio, pero es lo bastante respetuosa como para no aparecerse en tu casa de repente. 

—Sería lo mínimo, ¿no? 

     Lily colocó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia adelante.

—Pri, no tengo ni idea de lo sucedido entre tú y ella, o entre tú y Sirius. Lo que sea que fuera, te aseguro que el camino que estás tomando no es la solución. 

—Vale, tienes razón —Dejó caer el tenedor—. No sabes lo que pasó, así que no puedes opinar acerca de mis decisiones.

     La pelirroja no se dejó amedrentar. Por el contrario, estiró la mano para coger la de su amiga a través de la mesa y apretarla con fuerza. 

—Sé que esto no es lo que te hace feliz —insistió—. Sé que estás sufriendo, y crees que es la única alternativa. Sé que tus padres murieron, y que alejar a las dos personas más importantes en tu vida es solo un modo de ahogar el dolor. 

—Lily, basta —Priscila negó con la cabeza, su voz cristalizada—. Tengo que volver al trabajo en diez minutos ¿De verdad crees que la mejor manera de abordarme es esta?

—Te amo, y estoy preocupada por ti —respondió ella—. Dos personas murieron ayer. Serena es una persona buscada, y Sirius acaba de volver de una peligrosísima misión ¿De verdad quieres estar alejada de ellos en un momento así?

— ¡No es...! —Priscilla se zafó de su agarre y dijo en voz controlada:— No es tan sencillo. Me mintieron, Lily. En la cara, durante semanas, y quién sabe cuánto más habrían continuado de no ser porque la idiota  de Gibbon ¡Esa escoria! Imagina descubrir la verdad por ella y no por tu abuela o tu novio. Cuando pienso en eso... Es como si me partieran a la mitad. Y duele, todo el tiempo. No puedo detenerlo, no puedo dejar de sentirme así.

—Ellos no pueden cambiar lo que pasó, Priscilla. Está hecho —replicó Lily, con la mano aún sobre la mesa— ¿Crees que estoy aquí abogando por ellos? ¿Que me interesa aliviar la carga de su culpa? Pues no. Me preocupas tú, y quiero que seas feliz tú. Lo que sea que elijas, vas a tener que ser más valiente y fuerte de lo que ellos fueron. Y si esta separación te está trayendo más angustia que felicidad, entonces no vale la pena.

     Priscilla guardó silencio, y observó la mano extendida de su amiga. A su alcance, cuando todo lo demás se caía y tambaleaba. Por encima de todo, Lily seguía ahí, dispuesta a soportar su mal humor y su silencio autoimpuesto. Así como ella, Marlene la abordaba cada tanto, Alice no dejaba de enviar cartas, Mary preparaba comida como una forma de expresar su apoyo.

     No iban a juzgarla si decidía dar marcha atrás e iniciar la reconciliación. No. Solo iban a sonreír cuando vieran que tal gesto estaba de regreso en su rostro.

****

— ¿Qué tan necesario es este último chequeo? —bufó el chico con la bata— Me siento genial. Puedes firmar mi salida.

     Priscilla contuvo un suspiro y continuó empujando la silla de ruedas. Su primer impulso de lavarse las manos con el caso de Regulus y entregárselo a una compañera, terminó por sucumbir a su sentido de la lealtad. Si alguien debía cuidar al hermano de Sirius, era ella. Así que había puesto un ojo extra sobre él y atendido cada paso de su recuperación.

—No la firmaré yo, sino el sanador encargado —explicó en tono neutro—. Pero debo darle mi visto bueno, y más me vale no estar equivocada.

— ¿Y este sanador tuyo acepta críticas? Porque le diré que eres de las enfermeras más paranoicas...

—Discúlpame por intentar salvarte de una infección —Priscilla detuvo la silla frente a la puerta del almacén, y se dispuso a rodearla.

—No he visto este laboratorio antes...

—Debemos hacer una parada —anunció ella, arrodillándose frente al chico—. Hay alguien aquí esperando por ti.

     Regulus entrecerró los ojos, y su gesto angustiado se deformó lentamente.

—No me digas que terminaste por venderme con los de la Orden —siseó—. Sabes que hay ojos en mí.

—No en este momento, y definitivamente no en esa sala —resolvió Priscilla poniéndose en pie. Colocó la mano sobre la manija—. Estarás a salvo, Regulus. Tu hermano solo quiere hablar.

     De inmediato, el chico se giró a verla, incrédulo, pero Priscilla no tenía pinta de estar bromeando. Por el contrario, abrió la puerta y reveló tras ella un pequeño cuarto, con múltiples estanterías de metal llenas de artículos médicos e ingredientes para pociones. Colgaba una mísera lámpara del techo, y por su pobre iluminación, lo que podía confundirse con uno de los rincones oscuros del cuarto terminó siendo un muchacho alto de abrigo oscuro. Este se aproximó al abrirse la puerta.

     Priscilla empujó la silla al interior del cuarto, luego le dirigió una mirada a Sirius. Este le agradeció con una sonrisa.

—Tenéis como máximo unos cuarenta minutos. Es cuando empiezan los turnos de cura —dijo dando un paso atrás—. Además, los... vigilantes de Regulus podrían aparecer en cualquier momento.

     Esperó oír una queja, o una especie de reticencia por parte del menor. Si los mortífagos lo descubrían hablando con su hermano, un conocido traidor a la sangre, las consecuencias podrían ser terribles para él y toda su familia. Pero ningún sonido escapó de sus labios; toda su atención estaba fija en su hermano mayor. Así que Priscilla cerró la puerta y montó guardia en el pasillo, satisfecha consigo misma, y preguntándose cómo podemos seguir apoyando a un ser amado después de que haya tomado tan malas decisiones.

     No deseaba ser una hipócrita ni una cobarde. Si había sido capaz de concertar un encuentro así, entonces debía tener el valor para enfrentarse al suyo propio.

*****

     Su tercer turno terminó a las ocho de la noche. Priscilla era libre, por fin, de ir a su casa a tomar una buena ducha y dormir como un oso. Pero una vez puso un pie fuera del escaparate falso que era la fachada del hospital, se encontró visualizando un destino distinto. Tenía algo que hacer, y encaminó sus pasos hacia donde quedaba la casa de sus padres.

     Tardó menos de una hora en llegar, y en cuanto abrió la puerta el olor a polvo y suciedad le rascó la nariz. Un par de meses sin usar y ya comenzaban a haber telarañas en la chimenea, las sábanas blancas que cubrían los muebles estaban manchadas de polvo y las ventanas sucias impedían el paso de luz. Encendió una bombilla, intentando no descorazonarse al ver el lugar. Ella y Serena acordaron que no era buena idea venderla, después de todo, Priscilla podría considerar mudarse allí en un futuro, cuando dejara de sentir que su madre iba a asomar la cabeza en cada esquina o que su padre estaba viendo televisión arriba. Por el momento, sin embargo, tampoco era buena idea dejar que el lugar se fuera deteriorando.

     Priscilla localizó lo que buscaba sobre la mesa de la cocina, en el mismo lugar que las había dejado cuando se las entregaron por primera vez. Dos cajas de madera oscura –escogida por Serena– y dentro de ellas, las cenizas de sus padres. Sacó de su mochila un pequeño bolso de tela y las guardó dentro. 

     Reducidos a nada más que polvo, el lugar donde Owen y Faith deberían descansar era uno solo. Nada de jardines, ni parques, ni a la sombra de un árbol. No, la costa de Inglaterra era la mejor opción. Aunque de aguas frías y nubes constantes, sus padres adoraban llevarla allá de vacaciones; incluso habían invitado a Sirius un par de veces. Ese era un buen lugar, lo bastante accesible como para visitarlo de vez en cuando, pero no demasiado cerca como para terminar vagando cual ánima en pena por él.

     Tomó asiento a la mesa y esperó a que llegase la otra persona. No había visto a Serena muchas veces tras el funeral, apenas para poner la casa en orden y para discutir los asuntos legales de sus padres. Una vez que descubrió la información que ella y Sirius le habían ocultado, el contacto se acabó. Priscilla sabía que su abuela tenía muchas de conocer su estado y ubicación las veinticuatro horas del día, pero como había dicho Lily, al menos respetaba el silencio de su nieta. 

      El sonido de un motor alertó a Priscilla, y luego vio que la sala se inundaba con la luz amarilla de unos faros. Recogió sus cosas y se puso en pie para marcharse. No había tocado más nada, por lo que solo necesitó volver a colocar la silla en su lugar. Era más fácil de ese modo: entre menos revolviera el polvo, menos se agitarían sus recuerdos y las probabilidades de otro ataque de nervios serían meno. Esta vez no había nadie que pudiera evitar la destrucción de la casa.

      Cerró la puerta con llave, y avanzó por el camino empedrado hacia el automóvil que la esperaba. Comenzaba a anochecer y el viento otoñal le alborotó la bufanda que llevaba. Dejó su mochila y el bolso en el asiento trasero, luego se acomodó en el puesto del copiloto y se colocó el cinturón de seguridad. 

     Serena, tras el volante, la observó en absoluto silencio, tal vez encantada por el gesto maduro que ahora lucía el rostro de su nieta, tal vez entristecida ante la dureza de sus ojos. De cualquier manera, no intentó saludarla o buscar su conversación. Encendió el motor y ambas avanzaron hacia un destino que terminaría por decidir el futuro de su relación, o la falta de éste. 

*****

      El viaje hasta Brighton fue de casi dos horas. Bajaron las ventanas, luego las subieron ante el frío. Encendieron la radio y al rato volvió a apagarse. Subieron la temperatura de la calefacción, cada una se arrebujó en su abrigo. En cierto punto dejó de ser una cuestión de respeto al silencio y todo pasó a convertirse en un reto de quién soportaba estar más rato sin hablar con la otra.

     Era evidente para ambas que, quién hablase primero, estaba admitiendo de algún modo su equivocación, y lo que deseaba la atención de la otra. 

     Aparcaron el auto y fueron caminando hasta la playa; eran pasadas las once y ambas llevaban la varita bajo la manga. Resultaba curioso, notó Priscilla, haber recibido la noticia más devastadora de su vida dos meses atrás, en una noche un poco menos fría que esa. Aquel momento se sentía lejos y cerca al mismo tiempo. Ahora, sin embargo, no sentía ganas de tirarse al agua y anclarse a las profundidades para no volver a salir. Apretó los dedos en torno a la bolsa en lo que descubría que sus sentimientos estaban mucho más relacionados con la vida que con la muerte; y se descubrió deseando poder usar el agua de mar para dar forma a las cenizas de sus padres y traerlos de vuelta durante unos pocos segundos. Así podrían compartir un abrazo más fuerte que los anteriores, un trío de sonrisas más cálidas y una ronda de besos que dijesen con su firmeza todo lo que un muerto no puede pronunciar.

      Priscilla se había creído capaz de casi cualquier cosa desde que despertaron sus poderes mágicos, pero en aquel momento, no hallaba ningún hechizo que pudiese resolver el nudo de su garganta. La varita podía defenderla de los ataques, pero una vez muerta, nada podría hacer por ella. 

      La playa estaba vacía a excepción de la caseta del salvavidas, iluminada con focos amarillos y de la que provenía música muy baja. Serena y Priscilla dejaron los zapatos atrás y fueron descalzas hasta la orilla, dónde el agua fría por la noche les acarició los pies. Había espuma solo en el borde de la playa, dónde olas muy delgadas lamían la costa; del resto, el mar estaba calmado.

— ¿Quieres decir unas palabras? —Preguntó Serena.

     Priscilla apretó los dedos en torno a las cajas de madera. El corazon le dio un vuelco y se sintió vacilar. Tal vez era demasiado pronto, solo habían transcurrido dos meses, y después de todo, algunas personas guardan las cenizas en el salón para siempre. No eran unas cajas feas, esas que había elegido para sus padres. Incluso podría mentir y decir que eran decoración, para que los invitados no se sintieran incómodos...

—Detesto imaginarlos en una casa oscura y abandonada —dijo la anciana—, y estoy segura que a ti también. Esto es solo el miedo haciéndote dudar.

     La chica no respondió, sino que bajó la mirada hacia la tapa de la urna que estaba encima y aceptó en silencio que las lágrimas acudieran a sus ojos. No era noticia nueva, sus padres estaban muertos... Pero cada día lejos de ellos, cada acción que tomaba sin consultarles, era una nueva manera de romper el hilo, de aceptar que ya no estaban aquí para ella y se habían ido por siempre.

—No estoy lista —confesó en medio de un sollozo—. No puedo hacerlo, abuela. No aún.

—Marie, espera un segundo. Respira hondo —Serena le colocó una mano en el hombro.

—Fue muy rápido. Deberíamos esperar...

—El tiempo no cambiará nada. Lo que hay en esa caja no volverá a formarse —continuó su abuela, con un tono tenso—. Debe hacerse hoy, y lo sabes.

     Priscilla cayó de rodillas, mojando su pantalón con agua y arena, y su abuela la acompañó un segundo más tarde. La joven dejó salir todas las lágrimas acumuladas, toda la desesperacion que había ocultado para intentar continuar su vida con normalidad, y que para más bien que mal le había permitido salir adelante. Mientras sus hombros temblaban y en el pecho sentía que nunca más iba a dejar de llorar, escaparon junto a las lágrimas los últimos vestigios de su infancia. Quienes la habían criado y enseñado, los designados a protegerla durante toda su vida, ya no estaban en este mundo. Irse de esa playa sin ellos significaba que más nunca tendría el derecho de flaquear. Toda la responsabilidad estaba en sus hombros ahora. Y debía estar a la altura de las circunstancias.

      Le pasó la urna de su padre a Serena y se quedó ella con la de Faith. Una madre despidiendo a su hijo. Una hija despidiendo a su madre.

       Con una diferencia de segundos, ambas mujeres dejaron caer las cenizas sobre el agua. Vieron como la espuma de la orilla las revolvía, dispersando las partículas, para luego retirarse y llevarse los restos de Owen y Faith Floyd para siempre.

— ¿Por qué no me lo dijiste? —Preguntó Priscilla en voz baja. Serena le colocó una mano en la rodilla a modo de señal de que estaba escuchando— Después de perder a mis padres, no era momento de perderte a ti y a Sirius. Pero vosotros me mentisteis de todas maneras, cuando más necesitaba vuestro apoyo.

—Fue tu decisión alejarte, Marie. Nosotros solo queríamos protegerte —repuso su abuela con tranquilidad.

— ¿Por qué? —insistió la joven, girándose a verla, con el rostro deformado por las lágrimas y el llanto— ¿No creíste que sería capaz de soportarlo? ¿No soy acaso lo bastante fuerte?

—Durante un período de duelo se hacen locuras —respondió Serena apretando la mano sobre su rodilla—, la mente parece estar nublada y todo lo razonable se ve difuminada. Hace dos años amenazaste con abandonar la escuela para cuidar de tus padres, ¿recuerdas? No quería imaginar de qué serías capaz ahora que ya no estaban.

     Priscilla volteó la mirada con amargura.

—No hice nada, de todos modos. Los Black y los Lestrange siguen felices por ahí.

—Entonces todo resultó mejor de lo que yo pensaba. Descubrir nuestra mentira te dejó tan agotada que no has tenido tiempo de cometer una locura.

— ¿Que...? —Priscilla le dirigió un gesto de estupefacción— Abuela, ¿te estás escuchando? Ni siquiera suenas arrepentida ¿Acaso entiendes lo que me dolió esto?

—Mi trabajo es protegerte, Marie. A todo costo y por encima de todas las cosas, incluso de los sentimientos —dijo Serena con tono implacable—. No pienso disculparme con eso.

     Priscilla se mordió el interior de la mejilla. Con que su abuela, tragedias de por medio o no, nunca cambiaría. Mucho menos intentaría tratarla como una igual, ahora que había dejado claro que la consideraba una chiquilla impulsiva a la que necesitaba cuidar. Priscilla entendía su sentido de la responsabilidad, de verdad que sí, pero no planeaba dejar que se interpusiera en su vida de ese modo.

—Por otra parte, si lo que buscas es consuelo —continuó Serena—, deberías buscarlo con el chico cuyo corazón has roto.

******
solo queda uno!!!

02/12/22, 9:02

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro