Capítulo 47. Entre guerra y trabajo.
Priscilla tenía muy bien visualizado el lugar en que aparecieron. Había estado allí mil veces; sentada cerca de la ventana abierta mientras leía un libro; envuelta entre las cobijas de la cama, o buscando el otro par de su calcetín por el suelo. Todas las etapas de su vida podían ser halladas en cualquier rincón de la habitación.
Rompió el contacto con Sirius, y se dedicó a hacer una rápida evaluación en el piso superior que no duró más de un par de minutos. Al confirmar que Serena no estaba por ningún lado, volvó hacia la habitación y empezó a rebuscar en los cajones. Sirius había tomado asiento en el borde de la cama y la miraba con expresión vacilante.
— ¿Estoy secuestrado? —Preguntó con naturalidad.
— ¿Acaso te quité la varita o tranqué las salidas?
—Saliste...
—A ver que mi abuela no estuviese por aquí —aclaró. Extrajo un pequeño maletín del último cajón en su cómoda—. No necesito sus regaños ahora, menos cuando venimos de una reunión.
— ¿No debería haber algún mecanismo de defensa en la casa?
Priscilla colocó el rectángulo de cuero en la cama. Al abrirlo, reveló un montón de frascos y par de morteros, así como dejó escapar un olor a hierbas y algo quemado mucho tiempo atrás.
—Los quité hace unas semanas —dijo con expresión indiferente—. No me importa si vuelan la casa en pedazos. Ya nadie vive aquí, de todos modos.
Sirius comenzaba a recuperarse del shock de una Aparición tan repentina, y aquel comentario lo hizo esbozar una mueca.
—Floyd...
—Te traje porque aquí tengo mis medicinas viejas. Compré nuevas al mudarme, pero no había necesidad de ir al departamento.
—Y así evitamos vernos con tus amigas —completó con amargura.
Priscilla detuvo su búsqueda entre los artículos, y se giró para dedicarle una mirada que Sirius no supo cómo interpretar. A pesar de su aparente gesto serio, le temblaron los labios al hablar.
—Terminaste herido por protegerme.
—Tú evitaste que me convirtiera en un fuego artificial humano.
—Da igual si te curo aquí o allá —continuó ella—, a menos que hubieras preferido tener a Marlene y Lily revoloteando sobre nosotros todo el rato.
Sirius tuvo que darle la razón, y algo en su humor meditabundo mejoró.
—Tendrás que soportarlo tú sola al volver —dijo, y Priscilla correspondió con una pequeña sonrisa. Era mucho más de lo que esperaba, así que se dio por satisfecho.
Sirius se quitó los zapatos para poder montar los pies en la cama y darse vuelta. Ninguno dijo palabra en tanto él se deshacía de la chaqueta y la camisa, poniéndolas a un lado. A pesar de que le dolía un poco con cada movimiento, enderezó la espalda y respiró hondo para moverse lo menos posible en lo que Priscilla comenzaba a limpiar con gasa.
— ¿Qué tan mal se ve? —Preguntó al cabo de unos segundos.
—Son más que todo moretones, y un poco de sangre. No necesitará puntos, solo pomada. Sanará en un par días.
Sirius meditó las opciones para continuar la conversación. Deseaba encontrar algo más que ese tono frío y desinteresado.
— ¿Cómo supiste que estaba herido? —Tanteó. La escuchó conjurar algo, y la siguiente preparación que entró en contacto con la piel de su espalda estaba muy fría.
—Me sostuviste después que la pared explotó —recordó ella—, y te escuché cuando los restos cayeron ¿Qué planeabas? ¿Encerrarte en el baño a curar una herida que ni siquiera puedes ver?
—No es como si tuviera mucha opción —dijo Sirius—. Tal vez hubiera pedido ayuda a Remus.
—Yo voy a ser sanadora —dijo con los dientes apretados—. Si alguno está herido, yo me encargaré, ¿comprendes?
—No sé si me lo merezca —confesó en voz baja—. Después de lo que sucedió.
Allí estaba. El elefante en la habitación. Sirius aguardó, esperando que tras haber tirado de la espoleta, la granada se activase y su detonación terminara por fulminarlos a ambos, con todas las palabras no pronunciadas y los sentimientos sin expresar.
No sucedió. Priscilla guardó silencio, sin detener su labor en curar la herida. A Sirius empezaba a frustrarle la situación; prefería los gritos y reclamos de la última vez que el frío glacial de esa conversación. Sin embargo, decidió esperar y dejarla trabajar, respetando que ella se estaba tomando en serio el deber de curar su herida.
—Con una cura al día vendrá bien, o cuando sientas mucho dolor —dijo Priscilla una vez hubo finalizado—. Levanta los brazos, por favor. Lo vendaré.
La tensión de aquel momento fue más fuerte que en cualquier otro de su relación; ni cuando tuvo que morderse la lengua durante meses al verla con Fawcett, o cuando ambos hicieron el esfuerzo de ignorar por completo su primer beso, sintieron tan paralización. Priscilla deslizó el vendaje alrededor de su torso y sobre uno de sus hombros con cuidado, dedicándole el tiempo necesario para afianzar la presión; aún así su deseo era dejar de tocarlo lo más pronto posible.
Sirius no sabía en qué enfocarse. Al dar una vuelta, ella se inclinaba y le rozaba con el cabello en el hombro; olía a perfume y emanaba calidez, era ella como llevaba tantos días soñándola, inalcanzable. Priscilla terminó un poco más arriba de su ombligo, y tuvo que inclinarse para coger un alfiler del maletín. Tal vez fue la imaginación de Sirius, pero juró verla moverse con lentitud, y a sus dedos presionando ahí donde sostenía el nudo final. Fue aún más despacio al engarzar el metal en la tela. Puede que ella, por más tirante que fuera la situación, tampoco deseaba cortarla de tajo.
Finalmente, se echó hacia atrás para examinar la rigidez del vendaje. Sirius actuó antes de que su mente lo aprobase y su mano salió disparada para sostener a la chica por la muñeca. Priscilla se quedó en blanco.
— ¿Qué sucede? ¿Te duele el vendaje?
—Por favor, Floyd —dijo, sin pensar en lo imprudente de sus palabras—. Háblame.
La reacción fue inmediata. Priscilla frunció los labios en una mueca y una pequeña arruga nació en medio de su frente. Se deshizo del agarre con firmeza.
—No es momento de eso —Pasó a su lado sin hesitar.
Sirius tomó aire, intentando controlar su irritación, pero aquello resultada desesperante.
— ¿Entonces cuándo? Me iré en cuestión de días...
—Sí, qué gran plan es ese —ironizó ella. Iba metiendo las cosas dentro del maletín con bastante dureza— Dime, Sirius, ¿ya pensaste en lo que habría sucedido si no estuvieses en grupo hoy? ¿Qué harás si te atacan estando solo?
—Eso no sucederá. Iré encubierto la mayor parte del tiempo en mi forma animaga; no habrá lugar para enfrentamientos.
—No puedes estar seguro de eso —contradijo Priscilla en un tono bajo y condenado.
— ¿Te preocupa que pueda sucederme algo?
Ella no respondió, pero Sirius pudo observar como su pulso se desestabilizó al bajar la cara superior de cuero, y el esfuerzo que supuso acertar el recorrido del cierre. Había perdido la concentración, y mientras se daba vuelta para recorrer la habitación en un intento de poner las cosas en su lugar, él imaginó como las palabras iban formándose en su mente y se preparaba para ceder ante la conversación que no estaba planeando tener.
—Todavía llevo pulsera —le recordó, abriendo el cajón de la cómoda—. Si llegas a estar en peligro, lo sabré. Claro que no habrá manera en que pueda ayudarte si ni siquiera dices a dónde vas. Tendré, ya sabes, que esperar a que el ámbar deje de quemar y elegir creer si lo hizo porque estás a salvo, o por el contrario, has muerto. Supongo que allí no correrías peligro alguno.
No había manera de refutar aquella teoría, aunque sonaba más a que sólo exteriorizaba sus preocupaciones, y no necesariamente buscaba una solución a ellos. Decirlo en voz alta era darle a entender a él que, por muy grande que fuese el problema entre ambos, se preocupaba.
Sirius se descubrió notando lo cambiada que estaba. Vistiendo colores más oscuros, sin expresión en el rostro, ni duda al momento de actuar, fuese para alzar la varita o atenderlo como si no fuese desgarrador tenerlo al frente. Se veía mayor, más madura. Fue por eso que al cabo de unos segundos, Priscilla terminó de divagar y redirigió sus pasos hasta detener de nuevo frente a él. Tomó el banco de su escritorio en el camino y lo utilizó como silla.
Continuó mirándolo con el gesto serio, reticente a revelar todos su pensamientos ante el. Pero algo más sublime se integró a la ecuación: una especie de honestidad irrefrenable, que se debía a la relación que ambos mantenían desde hace casi tres años. Priscilla no buscaba hacer como si nunca hubiese existido, pero pensar en eso le resultaba doloroso.
—Me da miedo que te vayas cuando aún no hemos podido hacer las paces —dijo por fin.
Sirius frunció el ceño. —No suena como si quisieras hacerlas ahora.
—Porque no estoy lista —dijo Priscilla, debilitando el tono—. Sirius, sé que lo que dije fue horrible. No he perdido por completo la razón, y sé reconocer eso. Te insulté de mil maneras y traté como si fueras el causante de todas las desgracias en su vida.
—Me lo merecía —se apresuró a decir él—. Te oculté algo terrible y no pretendo minimizarlo.
Ella negó con la cabeza.
—No es necesario que me hagas sentir mejor. Cometiste un error al no decirme, y lo sabemos, pero yo me dejé llevar por la ira y actué conforme a eso.
Algo se sentía erróneo en aquella conversación. Priscilla estaba siendo sincera y reconociendo su error, y él estaba dispuesto a disculparse cuántas veces fuesen necesarias, pero ella continuaba mirándolo como si eso no fuese suficiente.
Sirius volvió a cogerla de la mano. Esta vez, la sintió abrir la palma y recibir el contacto.
—Priscilla, jamás podré culparte o enfadarme por eso. Te encontrabas, y aún lo estás, en un proceso de duelo —dijo—. Todo eso se mezcló y terminaste diciendo cosas que no sentías.
—Ese es el tema —señaló con un deje cansado—. No sé si me arrepiento de todo lo que dije.
— ¿A qué te refieres? —Preguntó.
La vio luchar durante unos segundos para encontrar las palabras adecuadas, con las manos aún unidas.
—Debería estar avergonzada. Debería haber tocado tu puerta hace días, cuando me di cuenta que no tenía derecho a responder de la forma en que lo hice...
—Pero no has venido —logró articular Sirius en medio de su confusión—. De no ser por el ataque, ¿no habrías buscado manera de hablar conmigo?
— ¿Y decirte qué, Sirius? —Se le filtró el dolor— Aún sí estuve equivocada, no he sido capaz... —Tomó aire— No he podido deshacerme de estos sentimientos horribles. Cuando te veo, o pienso en ti, me hallo molesta, siento que he sido timada, y por sobre todas las cosas... No puedo evitar preguntarme si, de no haberte conocido, mis padres estarían vivos.
—Sabes que los Greengrass estaban interesados en vosotros —alcanzó a decir Sirius.
—Sí, pero ellos no actuaron. Los Black sí.
—No comprendo —dijo recuperando la voz—. Dijiste que te daba miedo irte sin hablar, ¿y ahora que todo esto es mí culpa?
Priscilla hizo una mueca, y el sufrimiento provocado por su situación actual comenzó a inundarle el rostro. Hizo un esfuerzo por continuar.
—Sé que está mal pensar de esa manera, Sirius. Que soy una persona horrible y que debería pudrirme por todo el rencor que estoy guardando... Pero no hallo manera de evitarlo —continuó con un hilo de voz, apretando la mano de Sirius entre las suyas—. Si pudiera hacerlo a un lado, no lo dudaría dos veces. Pero está en mi mente todo el día. Y me da miedo que jamás voy a ser capaz de superarlo.
» Y créeme que sé que te mereces algo mejor. —Hizo un esfuerzo por mantener la compostura— No fui capaz de entender tus motivos cuando no estabas listo para una relación, y ahora estoy culpándote por un crimen que cometió tu familia, no tú. Detesto no ser la persona que es capaz de amarte sin condiciones; detesto la persona en que me he convertido...
Le pasó un brazo por los hombros para atraerla hacia sí, cortando de tajo lo que estaba diciendo. No era capaz de verla destruirse en aquel modo; y mucho menos tenía las palabras adecuadas para evitarlo ¿Qué le dices a una persona que te repudia sin desearlo? ¿Una que por mucho que te ame, no logra dejar de resentirte? Ella aceptó el acercamiento de buena gana, y escondiendo el rostro en su cuello, dejó fluir todo lo inexpresado en las últimas semanas.
—Está bien. No te preocupes —murmuró Sirius, recostando la mejilla en su pelo—. Todo irá bien.
*****
Seis semanas después
—John ¿Qué clase de mago respetable le pone un nombre tan muggle a su hijo?
Priscilla supo que llevaba suficiente tiempo llenando expedientes cuando se encontró a sí misma criticando nombres de recién nacidos. Claro que, con toda la variedad de nombres notables en que pudieron haberse inspirado...
Exhausta, se llevó una mano al rostro para frotarse los ojos irritados. Con la otra, cerró el expediente y lo hizo a un lado. Los internos no tenían permitido embrujar plumas para rellenar el papeleo; era necesario que conociesen a sus pacientes de primera mano y de esa manera iban ejercitando la memoria. Necesitaban ser capaces de recordar a la perfección a todos los pacientes, o al menos la mayoría.
— ¿Por fin te vas a dormir?
Priscilla se giró a la chica que tenía a su lado, abriendo los ojos, y le ofreció una sonrisa. Alicent era una chica un año más avanzada que ella; durante su estadía en Hogwarts estuvo en Hufflepuff.
—Debo completar una última ronda en primera planta —respondió la pelinegra—. Sacar espinas, aplicar pomadas y rezar porque nadie haya traído consigo a la criaturita que lo atacó.
—Vale. —Le ofreció una sonrisa— Intenta no caer dormida sobre los pacientes.
Priscilla asintió con la cabeza.
—Lo intentaré —dijo. Después de todo, por más bien que le cayera Alicent, no era necesario ahondar en que si bien respetaba las horas de sueño, su mente no y le costaba bastante silenciarla.
Un poco más animada, Priscilla emprendió la marcha. Metió la pluma y su respectivo frasco de tinta en una pequeña bolsa para prevenir derrames, y la guardó en uno de los bolsillos de su uniforme. Al hacerlo, rozó sin querer el trozo de pergamino entregado por Driandra esa mañana, mientras desayunaba. Había sido releído múltiples veces; de camino al trabajo, durante el almuerzo, en el descanso de la tarde...
El viaje de Sirius estaba próximo a concluir. En el mes y medio que llevaba fuera de Inglaterra, la pulsera de Priscilla no quemó más que un par de veces, y bastaba con menos de una hora para recibir un patronus de Sirius (con forma de Grimm) informando que se encontraba a salvo. Ella no contestaba a ninguno de sus mensajes, en parte porque no sabía qué decir y en parte porque no deseaba decir nada. Los mensajes continuaban llegando y con eso le bastaba. Además, podría pillar a Sirius en medio de una situación delicada y delatar su posición, así que era mejor prevenir.
El estado de su relación era más complicado que nunca. Haber puesto las palabras sobre la mesa no significaba nada, no cuando al lado de ellas faltaba su debida solución. Ambos eran conscientes de eso, y ninguno deseaba presionar las cosas más allá de su límite. La respuesta más fácil, por el momento, era esperar y dejar que la distancia fluyera entre los dos, limando asperezas como el río que va erosionando poco a poco las piedras. Cuando estuviera hecho, ¿serían capaces de regresar a ser los de antes? ¿Y qué si tales sentimientos no eran como piedras si no de un material distinto? Si no era capaz de deshacerse de ellos ni el tiempo, ni la distancia ni ningún otro elemento que no fuese la determinación de sus partícipes.
El ataque en la estación de tren fue informado al Ministerio, que no pudo hacer más por Jordans que enviarlo un par de meses a Azkaban, condenado por poner en riesgo el Estatuto Internacional del Secreto. Se abrió una investigación sobre si estaba relacionado a Lord Voldemort como seguidor, pero pasaban los días y aquello no avanzaba. Frank, Alice y James, por otra parte, canjearon buena fama gracias a su manejo del incidente, a pesar de ser unos simples novatos. Alastor Moody decidió tomarlos más en serio tanto en el trabajo como en la Orden, i bien continuaba llamándolos mocosos.
Priscilla se detuvo en la primera puerta a la izquierda. Sala Omar Abasi: cuidados básicos. Observó con orgullo la placa que, bajo el sanador encargado, la designaba a ella como sanadora en prácticas. Era su asignación de la semana (por tanto, aún faltaban muchos meses para recorrer todas las salas del Hospital).
Solo tres camas estaban ocupadas, y ningún acompañante iba con ellos. Uno estaba medio dormido, otro leía una revista y el tercero le dedicó un saludo para nada amable. Eran personas con heridas no urgentes, y por tanto, gustaban de suponer que saldrían de allí en menos de lo que canta un gallo. Claro que los sanadores, por supuesto, no duermen a la puerta de las salas esperando que lleguen los pacientes.
Los revisó en el orden descrito. El primero fue rápido, requirió limpieza y pomada a causa de una quemadura, y un pequeño parche con infusión de díctamo para promover la cicatrización. Con el segundo, sin embargo, se quedó de piedra un momento. Al despegar la cara de la revista, el paciente se reveló como nada más y nada menos que Regulus Black. De contextura más delgada y un tono de piel casi transparente, apenas compartía similitudes con su hermano. Tal vez en el tono de los ojos grises y en el ceño altivo que los hacía ver como si se creyeran mejores que todo el mundo.
Priscilla no pudo evitar preguntarse si en verdad estaría herido, o si otras intenciones lo traían a San Mungo, e incitada por esto último, dirigió una mirada más minuciosa al hombre del insulto. Lo descubrió observándola con una sonrisa torcida. Llevaba ropas negras, manchadas de barros y hechas jirones en ciertos sitios.
Tomó asiento junto a Regulus, sin que su gesto delatase la aceleración de su pulso o las mil conjeturas que le cruzaban la mente. Después de todo, su trabajo era mil veces más importante que cualquier colapso mental que la presencia de un Black pudiese provocar en una situación diferente a esa. Enfrió el rostro lo mejor que pudo, relegando sus sentimientos de manera abrupta. Necesitaba ser cruel consigo misma.
— ¿Qué te trae por aquí? —Preguntó, poniéndose un nuevo par de guantes.
El chico no respondió. Se llevó las manos al borde de la camiseta y la alzó. Bajo el pecho y sobre la curva de las costillas, la herida estaba tapada por una burda especie de compresa, enrojecida por la pérdida de sangre. La mayor parte del torso estaba manchado de sangre seca.
— ¿Hace cuanto ocurrió la herida?
—Un par de horas —respondió el hombre de la otra cama. Priscilla comprendió que él estaba a cargo de Regulus.
Con esa cantidad de tiempo, la herida ya habría comenzado a coagularse. Comenzó a retirar el vendaje, revelando una superficie bañada en sangre y dos profundos huecos, que al verse liberados de la presión antes ejercida, volvieron a manar sangre de forma descontrolada. Se apresuró a taparla de nuevo, elevando una mirada consternada a los dos.
—Disculpa, ¿qué tipo de serpiente te mordió? —Preguntó mientras ejercía presión en la herida.
— ¿Y para qué necesitas saber eso? —El hombre subió las piernas a la camilla— Termina pronto. Me quiero ir.
—Es inusual que el sangrado sea tan abundante con el tiempo transcurrido. Si hay algún tipo de veneno que esté frenando la coagulación...
— ¿No puedes curarlo? —intervino Regulus. Su tono era débil y forzado a través del dolor.
—He de llamar al sanador encargado. Es una herida inusual, y necesita del antídoto para empezar a sanar.
— ¿O sea que se quedará la noche? —bufó el hombre.
—O hasta que consigamos el antídoto. Si vosotros lo sabéis...
—Estábamos en el campo —dijo Regulus—. Salió de la nada y me atacó. No alcanzamos a verla.
Priscilla se contuvo de decir nada, a sabiendas de que estaba mintiendo, probablemente presionado por el hombre que no dejaba de gruñir.
—Vale. En ese caso, tendremos que revisar y aplicar distintos tratamientos hasta que llegue el adecuado. Podría llevar un día o dos.
— ¿Tanto?
—A menos, claro que desees irte y sangrar hasta morir —ofreció ella con un tono menos amable.
—No habrá necesidad de eso —saltó el hombre poniéndose en pie y acercándose. Palmeó a Regulus en el hombro con más fuerza de la debida—. Cuídate, chico. No querría tener que venir acompañado para recordártelo.
Regulus lució más enfermo, si eso era posible, y el hombre se dio por satisfecho. Salió de la habitación sin más amenazas.
Priscilla tomó aire. Comenzaba ya a barajear opciones de antídotos, pero no podría discutirlas hasta la mañana siguiente con el encargado. Además, necesitaba enviar un patronus lo antes posible. Su agotamiento quedó aún más relegado.
—Intenta mantener la calma—le ordenó al chico—. Limpiaré un poco, luego cambiaremos el vendaje a uno más apretado, y serás trasladado a una sala mejor preparada. Te buscaré una bata y un par de sábanas. Estarás muy bien cuidado, ¿vale?
Regulus le dirigió una mirada asustada, pero asintió de todos modos. Lucía como un niño pequeño que se ha perdido a mitad de la calle, esos que creen que nadie los está buscando y serán abandonados para siempre.
— ¿Hay alguien a quién quieras enviar un mensaje? ¿Tus padres? —Propuso. Ella no deseaba encontrarse con los padres de Sirius más de lo que deseaba ser la sanadora del hermano de Sirius, pero era solo momentáneo. Ya podría pedirle a Alicent que cambiase su lugar un par de días.
—No será necesario. No quiero que se preocupen.
Como Regulus ya era mayor de edad, Priscilla tuvo que acceder a regañadientes. Estaban en la segunda semana de septiembre y el joven debía estar en Hogwarts, no en San Mungo con una herida provocada por sabrá Merlín qué cosa, y con la amenaza de ser visitado por más mortífagos si soltaba la lengua. Era algo que Dumbledore necesitaba saber, y cuanto antes.
*****
—Me quedo en el lado de la ventana —declaró Lily—. A menos que patees al dormir. Cogeré el sofá si es así.
—No te preocupes —Priscilla terminó de ponerse la pijama—. Siempre puedes irte con Marlene.
—No después de la vez que llegó con Aoi a las tres de la mañana. De no haberme levantado del suelo no hubieran visto que me tumbaron al lanzarse.
—Tenían tiempo sin verse —justificó con una sonrisita.
—De cualquier modo, si no logro dormir me limitaré a revisar papeleo atrasado.
— ¿También tienes insomnio?
Lily cruzó las piernas sobre el colchón, y se puso una almohada en el regazo.
—No es que piense que un mortífago va a entrar por la ventana para asesinarme... Bueno, a veces sí. Pero es más que eso. Todo el estrés y las horas de trabajo...
—Estás alerta a todas horas —continuó Priscilla—. Comprendo. Apenas logro relajarme cuando estoy en casa. En San Mungo siempre temo que vayan a venir por mí.
Con un suspiro se tumbó sobre la cama y dejó caer la cabeza sobre el regazo de su amiga. Lily comenzó a peinarla con los dedos, con suavidad y parsimonia.
—Te irá bien en tanto sigas poniendo los hechizos de protección —le recordó, pero sonaba dudosa— ¿Qué hay de Regulus?
—Debemos despacharle esta semana. La cantidad de pociones que he debido preparar y los vendajes que le he cambiado... Nunca pensé en ser sanadora para atender mortífagos.
—Lo sé. Y se suponía que correrías menos riesgo que nadie...
Priscilla guardó silencio. Solo Dumbledore sabía acerca del antepasado Greengrass que tenían ella y Serena; Priscilla consideró prudente decírselo, ya que esto aumentaba de cierta manera el riesgo que suponía atender a un mortífago en período de prueba. Sus amigas, por otro lado, continuaban en la ignorancia. Hablar de eso implicaba revelar la implicación de Sirius en el asesinato de sus padres, y generar una opinión al respecto.
No estaba preparada para que sus amigas mirasen a Sirius con malos ojos, o que al contrario, le dijeran que estaba siendo ridícula al respecto.
—Mañana vas con Marlene a donde los Roghen, ¿verdad?
—Sí —asintió Priscilla— ¿Qué puedes contarme sobre ellos? Marlene solo dijo que eran unos histéricos.
—Tienen razones para serlo. El señor es un muggle que cayó bajo las manos de un mago oscuro hace par de años. Ella trabajaba en el departamento de Relaciones Muggles, y lo conoció cuando buscaba curarle los malos recuerdos —la voz de Lily denotaba ternura—. Se enamoraron y tras varias audiencias con el Ministerio, acordaron permitir la relación. Después de todo, borrar esa cantidad de recuerdos de la mente del señor podría dejarlo chiflado. Ahora tienen dos hijos, pero son demasiado pequeños para ir a Hogwarts. Están desesperados por protección. De acuerdo a la descripción del mago oscuro que lo capturó, podría tratarse de Mulciber.
—Suena que será pan comido —Priscilla dejó escapar un bostezo. Las caricias de Lily eran un somnífero, y el agotamiento de sus extendidas guardias en San Mungo solo aumentaron el efecto.
—Eso espero. Sería una pena que algo les suceda.
Ya se había dormido, así que no pudo ver como el rostro de Lily se dejaba consumir por la tristeza. La Orden planeaba combatir a los mortífagos, era cierto, pero continuaban teniendo un número reducido de miembros y no podían dedicarse al trabajo comunitario. La única razón por la que propuso la misión a sus amigas fue porque la señora Roghen se presentó en su Departamento buscando a alguien que pudiera solidarizarse con su situación. Los de Seguridad Mágica y Aurores estaban hasta las nubes de exigencias y llamadas de auxilio, y nadie parecía tener respuesta para ella.
Había discutido largo y tendido con James al respecto. En su posición, Lily no podía hacer demasiado (al menos no sin volcarse en cuerpo y alma a la familia, lo que no era viable porque tenía su propia familia a la que cuidar), así que movió los hilos que estaban a su alcance.
Esperaba que funcionase.
******
El cielo empezó a caerse sobre ellas cuando sólo faltaba un pequeño tramo para llegar al cruce de la calle. Como si alguien hubiese cogido un bate para golpearlo, este se rompió cual cristal; los truenos delataron el quiebre y los fragmentos filosos se precipitaron en forma de frías gotas. Priscilla sintió estas ultimas como pequeñas dagas sobre el rostro. Frente a ella, Marlene gritó algo incomprensible; apuraron el paso al cruzar, para detenerse por fin en la puerta trasera de una casa.
—Sería genial tener un horario —bufó la rubia, sacándose la varita del pequeño parche escondido en su manga.
—Podrías haberte quedado —le recordó Priscilla, comenzando a recogerse el cabello—. Son sólo unos hechizos de protección de los que me puedo encargar.
—Si vieras lo que hemos tenido que hacer las últimas semanas... Las misiones son de dos personas como mínimo. Si te matan, al menos habrá alguien que dé el aviso.
— ¡Marlene! Me pone nerviosa que digas eso, al menos en esta situación.
Le ofreció una sonrisa— Es para liberar la tensión, Pri. Y para ver si tienes sentido del humor. Los sanadores suelen ser muy serios.
—Porque intentamos salvar vidas —apuntó.
—Vale —Dejando a un lado las sonrisas, Marlene volvió a colocarse en frente—. No bajes la varita ni por un segundo, por más amables que parezcan estas personas, no estaremos seguras hasta hacer las preguntas correspondientes. Podrían haberlos reemplazado.
Era la cuarta vez que le recitaba todas y cada una de las reglas. Aún así, Marlene tenía una buena razón para hacerlo. Con el trabajo en el hospital, la cantidad de víctimas de encantamientos oscuros que llegaban los últimos días le proporcionaban información valiosa que dar a la Orden, y Dumbledore decidió que otros podrían tomar sus turnos de guardia, al menos hasta que éstos no interfiriesen con los turnos en San Mungo. Esta era apenas su segunda misión.
Marlene empujó la puerta y entró, con la punta de la varita iluminada. Priscilla la siguió, caminando hacia atrás y con la vista fija en la calle, pendiente de cualquier espía. Los veranos con Isobel la habían dotado de buenos reflejos, y como bonus, Marlene y ella fueron compañeras de entrenamiento múltiples veces. Ambas conocían los movimientos de la otra.
El recibidor estaba oscuro, y la luz no funcionó cuando intentaron mover el interruptor. Confirmaron que las escaleras y el armario de abrigos estuviesen vacíos antes de seguir hacia la estancia. Esta resultó igual de oscura y con un ligero olor a humo. Priscilla comenzó a presentir que las cosas no estaban en su lugar, pero evitó alzar la voz. Movió la varita y una bola de luz blanca subió sobre ellas hasta arrojar luz en la habitación.
El suelo estaba hecho un desastre. Los sofás habían caido de lado, y al volcarse la mesa de café, las tazas se rompieron. El olor a quemado era provocado por un leño salido dela chimenea que consumió un poco la alfombra antes de apagarse. Y en las paredes alguien había echado una especie de líquido espeso... Sangre.
Ni siquiera se dio cuenta de lo que hacía, pero un rápido hechizo protector abandonó su varita. Un segundo después, un chorro de luz roja chocaba contra la pared invisible.
La luz sobre ellas se apagó. Priscilla sintió que Marlene la tomaba del brazo y tiraba de ella de regreso a la entrada de la casa; solo que a último minuto la empujó hacia las escaleras. Subieron a trompicones, escuchando maldiciones y cosas romperse a sus espaldas.
— ¡Busca a los niños! —gritó Marlene, haciendo a su compañera detenerse en el rellano—. Hay una pared falsa en el baño ¡Yo los detendré! ¡Vuelve por mí cuando estén a salvo!
— ¿¡Dejarte!?
— ¡Ahora! —Sin esperar respuesta, empezó a esquivar los hechizos y a devolverlos con destreza.
Priscilla terminó de subir las escaleras y se precipitó hacia el pasillo en una especie de trance, sin poder creer que estaba dejando atrás a su amiga. Recorrió las primeras dos habitaciones sin éxito, pero para la segunda encontró que la puerta no terminaba de abrir. Estaba a punto de romperla con magia cuando una especie de gemido. Con el corazón en la boca, se deslizó por el pequeño espacio de la puerta entreabierta.
En el baño apenas distinguía algo con ayuda de la varita. Tirada en el suelo, una mujer de aspecto moribundo y ropas manchadas de sangre intentaba cerrar la puerta sin demasiado éxito. Tras ella, la puerta del armario blanco estaba abierta y dos niños llorosos se acurrucaban, tratando de mantener despierta a su madre.
—Habéis venido —suspiró la mujer, sonriendo. Tal vez por eso sus hijos evitaron gritar.
—Claro que sí. Y ahora debemos irnos —Priscilla se arrodilló frente a ellos.
— ¿Han puesto la Marca sobre la casa?
—No aún.
—O sea que Harold aún está vivo... —desvarió la señora Roghen. Priscilla la cogió de la mano, incapaz de ocultar su pulso tembloroso.
—Tendremos que aparecernos —dijo en voz baja. A pesar de sonar calmada, le temblaban los labios— Es peligroso en vuestro estado, así que intente mantenerse despierta.
— ¿Tres personas? Muchacha, dejaras varias orejas en el camino... —Echó el rostro hacia atrás. Los niños lloraron con más fuerza, notando el estado de su madre.
Priscilla sintió su propia desesperación nacerle en las entrañas. Paso un brazo alrededor de la señora Roghen para levantarla y luego hizo que los niños la sujetasen con fuerza de un brazo; era probable que fuese su primera aparición, pero no tenía tiempo para prepararlos. Todavía se escuchaban estallidos en el pasillo, y se preguntó cuánto tiempo más Marlene podría resistir sin ayuda.
Era una McKinnon; estaba preparada para esa y muchas otras cosas. Con ese voto de confianza, giró sobre sí misma.
*****
hola!!! Que les ha parecido?
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también pueden dejarme sus opiniones, siempre es un gusto saber qué piensan
nos leemos pronto, xoxo
21/09/22; 17:43
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