Capítulo 46. Los nuevos de la Orden.
Un mes más tarde.
—Deberíamos pintar este lugar de amarillo.
Marlene dejó la caja sobre el piso de la sala. Se enderezó, estirando los brazos hacia arriba para aligerar un poco los músculos. A su alrededor, el lugar estaba lleno de cajas sin abrir y unas cuantas mantas blancas que antes cubrían los muebles. Era un piso cómodo y sencillo, de espacios pequeños pero tres habitaciones. Cuatro personas podían manejar la renta de un lugar así.
—Es el color de cabello de dos personas aquí —dijo Elizabeth, saliendo de una de las habitaciones—. Me parece justo.
—Siguiendo esa lógica, podríamos pintar de marrón —bufó Mary, sentada sobre la pequeña mesa del comedor.
—Priscilla tiene el cabello negro, así que vuestros votos son distintos —se mofó Marlene. Fue hasta la puerta y la cerró. Colgó su manojo de llaves en la pared, junto a los otros.
— ¡Todas las cajas arribas! —celebró Elizabeth. Compartió un rápido beso con su novia, y luego chocó palmas con la ex de su novia.
Era una situación bastante extraña. Todos sus amigos consideraron más que raro decidir irse a vivir juntas, pero ellas aseguraron poder manejarlo. Después de todo, necesitaban compañeros de piso y mudarse con alguien conocido era lo preferible.
Priscilla decidió no unirse a la celebración. Apretujada en el pequeño alféizar de la ventana, observaba a los transeúntes pisos más abajo. Estaban en pleno verano, pero los eternos nubarrones londineses se aseguraron de hacer el día lluvioso y algo frío. Ella ya no prestaba atención a esto último, sin embargo. Tenía frío todo el tiempo.
Las chicas la observaron –no lograban evitarlo–, pero no dijeron nada al respecto.
— ¿Ahora qué? —Marlene se tiró encima del sofá.
—Podemos ir a celebrar con una bebida —sugirió Elizabeth.
—O empezar a desempacar —dijo Mary.
—Qué va. En tanto haya una cama donde dormir y mi cepillo de dientes a la mano, podemos dejar eso para mañana —dijo Elizabeth, moviendo los dedos sobre la rodilla de la castaña— ¿Qué dices tú, Marlene?
Esta revisó el reloj de la pared.
—Aún tengo tiempo para mí compromiso de esta noche. Una bebida suena bien.
Las tres compartieron una sonrisa emocionada. Aún si no eran capaces de forjar una amistad perfecta en toda regla, las tres tenían las suficientes ganas y entusiasmo para intentar que todo saliera bien. Cuando tomaron la decisión, varios de sus amigos se notaron confundidos respecto a que Elizabeth y Mary, que eran una pareja, se fueran a vivir con la ex de Mary. Su relación era cordial, cierto, pero de ahí a compartir piso...
Para las chicas fue muy sencillo. Iban a necesitar un compañero, de todos modos, y preferible que fuese alguien conocido.
Las chicas fueron a buscar sus abrigos y una sombrilla. La primera en regresar fue Marlene, que con aprehensión notó a Priscilla en el mismo lugar y sin intenciones de moverse. Conocía sus intenciones, pero no estaba demás tratar de convencerla de los contrario. Tomó aire y, deslizándose con cuidado junto al sofá, se detuvo frente a su amiga.
Le puso una mano sobre el hombro, cubierto por un grueso suéter. Sin girarse, Priscilla entrelazó los dedos con los de Marlene, como saludándola.
— ¿Quieres venir? —dijo con energía— Nada se compara con las bebidas de Rosmerta, pero la cerveza muggle no está mal.
La vio esbozar una sonrisa.
— ¿Qué diría Dumbledore si nos ve llegar ebrias a la primera reunión?
—No iremos tan mal. En todo caso, podríamos volver luego de la reunión, y ahí sí embriagarnos.
—Me quedaré —dijo Priscilla, en voz baja—. Empiezo el lunes y quiero tener mis cosas en orden para entonces.
Aunque esperaba su respuesta, Marlene no pudo evitar sentirse decepcionada. Tragó saliva.
—Ya veo. Entonces... Nos vemos aquí después —apretó sus dedos—, ya sabes que no es bueno ir solo.
— ¿Quieres que te guarde cena?
—Comeré con las chicas.
—Vale.
Marlene frunció la boca. Hablar con Priscilla ahora era complicado; deseaba bromear con su amiga y reír a todo momento, pero no podía ser tan espontánea como antes, o soltar la primera broma que viniera a su mente. Priscilla había pasado por tanto durante las últimas semanas, y Marlene temía decir algo incorrecto o traer los temas prohibidos a colación.
En aquel momento, sin embargo, le pareció necesario mencionarlo. Aún sí, nuevamente, conocía la respuesta.
— ¿Ha cambiado de opinión tu abuela?
—No. —Priscilla se removió en su lugar— Sigue creyendo que estoy loca por unirme a la Orden y que debería tomar el primer vuelo a América.
—Ya lo pensará mejor. Después de todo, sigue aquí. Se preocupa por ti.
— ¿Qué hay de ti? —Preguntó, dejando entrever sus ganas por cambiar de tema.
—Mis padres entienden, pero no se unirán. Tienen su propia manera de hacer las cosas, y están en contacto con Dumbledore.
—Es bueno intercambiar información.
Marlene apretó los labios. Mierda, ¿por qué no lo decía y ya?
—Hoy irán nuevos miembros.
—Lo sé. Ya las demás saben que Mary no vendrá.
—Lo digo porque... Sirius estará ahí.
Se hizo el silencio. Durante un par de segundos, Marlene sintió que la mano de Priscilla se congelaba en la suya, como si al cuerpo le hubiera abandonado el alma. Pero continuó mirando la calle abajo, inmutable.
—Sí, supongo que sí.
—He pensado que podríais hablar...
Priscilla se dignó por fin a girarse, y clavó una mirada irritada en su amiga. Quitó la mano de un tirón.
— ¡Marlene!
— ¿¡Qué!? —Se cruzó de brazos— He intentado respetar tu espacio, Priscilla, pero esto es ridículo. Actúas como si nunca hubiera existido.
— ¿Y a ti qué? ¡Yo jamás...! —se detuvo un segundo. Sonrojada bajó el tono de voz— Yo jamás te pedí explicaciones de lo sucedido con Mary. Era privado.
—Esto es distinto —jadeó—. Lo mío con Mary fue un secreto. Pero tú y Sirius habéis sido como garrapatas durante los últimos tres años, ¿y de repente me dices que terminaron?
Las mejillas de Priscilla se tornaron rojas.
—Es privado y no hablaré al respecto —zanjó, acalorada—. Podemos comportarnos en presencia del otro, y eso es todo lo que necesitas saber.
Se dio vuelta hacia la ventana, dando por finalizada la conversación.
Marlene, molesta por la actitud de su amiga y insatisfecha por no haber conseguido ni un ápice de información, se marchó sin siquiera despedirse.
*****
Sirius hubo de posponer su viaje hasta después de la primera reunión de la Orden. Había hablado con Dumbledore al respecto, sintiéndose como un idiota por pensar en viajar cuando era el momento de unirse a pelear en la guerra, pero el profesor encontró que tal asunto coincidía de buena manera con sus planeas. Le interesaba buscar noticias en el exterior, hacer conexiones con magos extranjeros y explicarles que si el problema en Inglaterra no se resolvía pronto, iba a terminar expandiéndose por el resto de Europa, y quien sabe si más.
— ¿Estás listo, Canuto?
De pie en medio de la sala, Sirius se giró para ver salir a su amigo de la habitación que ahora le ocupaba. En tanto James ponía sus asuntos en orden para mudarse con Lily después de la boda (por sus padres anticuados), estaba quedándose con su mejor amigo. Aunque Sirius apreciaba la idea de vivir solo, apenas y había hecho eso cuando estaba con Floyd, que antaño se pasaba todos los días. Era bueno tener compañía que le distrajera, al menos por momentos, del desazón de la ruptura.
—Sí —le extendió una mano— ¿Lo haces tú o yo?
—Siempre es más divertido ser el que se Aparece —sonrió James, y sujetándolo fuerte, giró sobre sí mismo.
Sirius echó un último vistazo a la sala. Ahora que Floyd no respondía sus cartas, y actuaba como si nunca se hubiesen conocido, resultaba estúpido haber llenado el lugar con tantos recuerdos de ella. Empezando porque lo escogieron juntos, y siguiendo con que lo habían hecho en casi todas las superficies del lugar múltiples veces...
El único motivo porque la idea de mudarse ni siquiera rozaba su mente, es que conociéndola como la conocía, estimándola como la estimaba, confiaba en que tarde o temprano, volvería.
*****
— ¿Por qué, en nombre de todos los magos, Dumbledore escogió Peckham como punto de encuentro?
Un par de transeúntes se giró para dedicarle una mala mirada a Marlene, y ella se las regresó sin miedo. Su acompañante, con las manos escondidas en los bolsillos, hizo un rápido movimiento de la varita sin apenas mover los labios. De ese momento en adelante, los extraños solo escucharían un murmullo salir de sus labios.
— ¿Crees que es buena ideas insultar un barrio enfrente de sus residentes? —Priscilla la tomó del brazo para continuar andando.
—Solo digo que pudo escoger un lugar más lindo. Como Bayswater —Se echó el cabello hacia atrás.
—El punto es pasar desapercibido —le recordó—. Además, los mortífagos usan barrios bajos para hacer sus movidas. Nos vendrá bien ver qué sucede.
— ¿Pusiste un Muffliato?
—Sí. Deberíamos hacerlo nada más salir de casa —dijo Priscilla, meditabunda.
—Lo tomaré en cuenta.
Marlene cubrió la mano que Priscilla tenía en su brazo. Ninguna tenía deseos de mencionar su discusión previa, y llegaron a un silencioso acuerdo.
Para gusto de la rubia, llegaron a una de las zonas más iluminadas de Peckham, aunque el aspecto deshecho de las casas era igual en ése y el resto de los barrios. La parte baja de las paredes estaba manchada de suciedad y olían a basura y orine. Se detuvieron un instante para evaluar los alrededores.
—Eh —Marlene apuntó discretamente a un hombre recostado contra una de las farolas—. Ese es Fabián Prewett.
— ¿Estás segura? Hace años que no le veo.
—Lo vi en una fiesta la Navidad pasada —explicó Marlene—, es él.
—Quieres decir que dormisteis juntos.
La rubia se encogió de hombros.
—No me disculparé. Me gustaba desde que entré al colegio. —Dando por finalizada la conversación, Marlene se ajustó el sombrero, al tiempo que elevaba la mirada para conectarla con la de Fabián.
El joven hizo un gesto afirmativo, reconociéndola. Ambas chicas caminaron hasta él como si nada, y para no desentonar, compartieron un breve saludo y sonrisas correspondientes. Priscilla tuvo que reconocerle a Fabián que el tiempo no había hecho más que mejorías con su aspecto, y vio divertida como Marlene se sonrojaba.
—La reunión de esta tarde será en el número siete de Elm Grove —dijo Fabián en voz baja, después de asegurar que nadie estuviese viendo.
Priscilla supo que estaba ante un encantamiento Fidelio; era otro de los que Isobel les había recomendado usar al momento de crear un escondite. Sin embargo, conjurarlo a la perfección era complicado y una vez muerto el Guardián, el secreto se repartía entre demasiadas personas y dejaba de ser factible.
Tras de ellas, las pequeñas casas apiñadas comenzaron a moverse y abrir espacio para el número siete, el mencionado por Fabián.
—Debo esperar a los demás —dijo el joven, haciéndoles un gesto con la mano—. Entrad.
Una vez dentro de la casa, se hallaron en un pequeño vestíbulo con dos percheros de pared, ya cubiertos de muchos abrigos. Dejaron los suyos ahí y la sombrilla sobre el suelo. Había dos puertas, una de ellas entreabiertas que dejaba escapar un murmullo de voces.
—Sigo pensando que Elizabeth debería venir —masculló Marlene, acomodándose la bufanda—, y así será más fácil convencer a Mary.
—Eli apenas ha podido escapar de su familia. No debe ser fácil rebelarse tan abiertamente en su contra —dijo Priscilla—. Vamos.
Se limpió el sudor de las palmas en el pantalón. Necesitaba mantener la mente fría; estaba a punto de ir a su primera reunión y escuchar de primera mano la situación de guerra. Sabía lo grave que era la situación. Y aún así, se hallaba con el pulso acelerado, intentando empujar al fondo de su mente la idea de que iba a ver a Sirius ese día.
Si aquello le causaba molestia o emoción, aún no lo descifraba, y por lo mismo intentaba no pensar en eso.
Entraron. El lugar era una sala de estar con una mesa muy larga llena de asientos, la mitad de ellos ocupados. Estaba Gideon, el hermano de Fabián, junto a Frank y Alice. Se notaba que eran mucho más jóvenes que los otros presentes; Priscilla solo reconoció a un par y gracias a haber visto sus fotos en El Profeta. Dorcas Meadowes, una de las brujas más talentosas de su generación y conocida por sus batallas. Alastor Moody, el auror enloquecido con un ojo mágico, y a su lado el reconocido Edgard Bones, cuya carrera política en el Ministerio escalaba sin cesar. Un amigo de Dumbledore, Elphias Dodge. El resto eran personas mayores, de porte serio y recto. Y junto a la ventana, apartado del grupo, Remus Lupin.
Gideon fue el primero en ponerse en pie; era idéntico a su hermano. Esbozó una sonrisa una sonrisa afable y se acercó a las chicas.
—Vosotras sois Priscilla y Marlene, espero. —Estrechó la mano de cada una— Vamos, para que conozcáis al resto.
Gideon las llevó a través de la sala, presentándoles a cada miembro de la Orden. Priscilla se sintió aliviada al descubrir que, tal cual como aseguraba Frank, todos eran bastante educados y de perfil confiable. A excepción de Moody, que parecía pensar que todos allí eran traidores a punto de mostrar su marca tenebrosa. La que más seguridad le transmitió fue Emmeline Vance, una mujer de porte majestuoso y mirada afable que estrechó la mano de Priscilla con firmeza, como si le diera a entender que estaba bien tenerla allí.
Al cabo de unos minutos, Marlene se sentó junto a Alice y entabló conversación con ella y Frank. Priscilla decidió acercarse a donde antes había visto a Remus.
— ¿Qué hay? —Lo saludó con un apretón en el hombro. Remus apartó la mirada de la ventana, sacado de su ensoñación.
—Hola, Priscilla. —La sonrisa del chico fue sincera— ¿Acabas de llegar?
—Sí, con Marlene —dijo—. Nos hemos mudado juntas.
Remus se mostró gratamente sorprendido. Nunca daba muestras de recordar que en el pasado hubo de rechazar a la rubia.
—Que bueno. Es importante estar acompañado esos días.
— ¿Lo dices mientras te aislas?
—Puedo cuidarme solo —dijo sonrojandose.
—Claro —Priscilla miró alrededor— ¿Lleváis mucho esperando?
—No demasiado. Después de todo, llegué temprano. —Remus alzó las cejas— Me siento como un niño entre toda esta gente.
—Deberías ver cómo tratan a los de nuestra edad en el mundo muggle —bufó la pelinegra—. De todos modos, Dumbledore debe estar a punto de llegar.
—Sí. Espero que James y Sirius lleguen antes; iban a recoger a Lily primero.
Priscilla continuó mirando a la sala como si nada. Remus ladeó el rostro en su dirección.
—Por cierto, ¿estás bien? Sé que vosotros...
La puerta se abrió de repente. Por ella entraron los tres jóvenes antes mencionados y tras ellos Dumbledore y Fabián; así que eran los últimos. La sala quedó en silencio y la gente que continuaba en pie tomó asiento. Priscilla aprovechó la situación para eludir el interés de Remus, al tiempo que compartía una rápida sonrisa con Lily y se acercaba a ella. La disposición de las sillas disponibles hizo quedar juntos a los últimos en llegar; Priscilla terminó junto a Lily. Sin embargo, el asiento a su derecha quedó desocupado; y Sirius se adueñó de él sin pronunciar palabra ni dar señal de que la reconocía.
Ninguno de los presentes, a excepción de tal vez sus amigos, pudo siquiera imaginar el escalofrío que escaló por su espalda y la hizo apretar los dientes. No dio muestra alguna de percatarse de su llegada, ni movió el rostro ni un milímetro para verlo de reojo; sino que se congeló, sintiendo que algo gigante la aplastaba contra una pared invisible. Puede que él sintiera lo mismo, pensó Priscilla. Ni en sus más descabelladas pesadillas pudo haber imaginado que un día ella y Sirius estarían junto al otro sin ser capaces de dirigirse la palabra.
Ya había experimentado esa sensación, cuando se cruzaron brevemente en los pasillos del tren en su regreso a Londres, el día después de su discusión. Fue solo un instante, y Priscilla se encerró en uno de los compartimentos para huir de eso; pero el recuerdo seguía allí. Una ligera presión en el pecho, un suspiro en la garganta que no lograba escalar hasta su boca... Como si tuviera que hacer algo y su mente no la dejara reaccionar.
Nada de aquello pudo compararse con esto. La costumbre, al sentarse juntos, era rozar los pies por debajo de la mesa, buscar la mano del otro para entrelazar los dedos, compartir miradas breves en tanto no descuidaban su intervención en la charla. Aquí nada de eso fue posible. Priscilla se halló sujetándose las manos con fuerza sobre el regazo, con la mirada fija en el líder de la Orden.
Necesitaba enfocar sus ideas; y recordar el verdadero motivo por el que se hallaba ahí.
Dumbledore, en medio de la mesa, se mantuvo en pie.
—Muchas gracias por haber venido. Como estoy seguro que tenéis asuntos que atender, haremos de esta reunión lo más breve posible —dijo a modo de saludo—. Tenemos ocho nuevas caras el día de hoy; confío en que ya os hayáis presentado. Gideon, si fueras tan amable de enseñarles el conjuro de comunicación de la Orden una vez terminemos...
—Por supuesto —aceptó el joven rápidamente.
—Ahora, las noticias —dijo tomando asiento—. Edgar, si eres tan amable...
El mencionado diputado asintió, tomándose un momento para aclarar su garganta.
—El Ministro de Magia sigue siendo confiable, al menos por el momento. Sin embargo, sospecho que un secretario menor de su gabinete está bajo la maldición Imperius —anunció—. No tiene ningún tipo de poder político, pero de estar jugando para el toro bando, puede proveer información valiosa.
—Le pondré un ojo encima durante los siguientes días —dijo Sturgis Podmore—. Veamos qué sabe.
—Excelente ¿Emmeline?
—He hablado con Aberforth hace dos días —dijo la señora, morena y de cabello encanecido—. Los mortífagos continúan utilizando Cabeza de Puerco para discutir fechorías, pero parecen estar más desesperados que antes.
— ¿Tienen problemas para reclutar gente? —se interesó Sirius.
—No, sigue habiendo magos interesados en sumarse a sus filas. La cuestión es los que desean abandonarlas —explicó—. Tras el asesinato de la última vez y la desaparición de Dearborn, Voldemort ha presionado más allá de sus límites a varios mortífagos. Su bando está sumamente jerarquizado y es despótico; sus más fieles vasallos, como Bellatrix o Dolohov, tienen libertad de tratar a los nuevos como mejor les parezca. Como es de esperarse, esto causa disconformidad entre ellos.
—Unirse con la idea de poder repudiar a los nacidos muggles es una cosa —dijo Gideon Prewett, con tono severo—. Obligarlos a descuartizarlos...
—Disculpe —Lily se dirigió a Emmeline—. Dice que hay magos que solo buscaban la discriminación social, ¿pero no la matanza?
—Por increíble que parezca, sí —respondió Emmeline—. Ojalá entendieran que ambos están mal.
—Será porque son unos completos idiotas —bufó Moody.
—Más bien porque son niños, Alastor —dijo Dumbledore con serenidad—. Manipulados por su familia para unirse a Voldemort, hijos de mortífagos.
—Si alguno estuviera dispuesto a dejar tales valores atrás, nos serviría como espía —dijo Dorcas.
—Dudo que alguno tenga las agallas para arriesgarse así —negó James.
—Me temo que el joven Potter tiene razón —coincidió Dumbledore, aunque no sin cierta decepción—. Ahora, de acuerdo a la delegación de responsabilidades...
Los jóvenes se enderezaron,
—Alice y James, que están entrando al curso de Aurores, os encargaréis, al igual que Frank y Dorcas, de establecer hechizos de seguridad alrededor de las zonas amenazadas. Lily, felicidades por tu puesto en el Departamento de Relaciones Muggles.
—Gracias, profesor —la muchacha se sonrojó. Casi no se notaba el favoritismo.
—Presta atención a las inquietudes de aquellos con los que trates. En tanto más información, mejor —Dumbledore le ofreció una última sonrisa—. Esto te atañe a ti, Priscilla. Cada caso de magia oscura que veas en San Mungo, cada herida, cada paciente sospechoso. Debes informarlo todo y mantener un perfil bajo. Por otro lado, Black , más tarde discutiremos sobre tu viaje...
***
La reunión culminó al cabo de una hora. A pesar de conocer de antemano la situación, de llevar años viviendo en un mundo asolado por Voldemort y sus seguidores, Priscilla se sintió distinta al salir de la casa. Los días de estudiante preocupada sólo por libros y notas se sentían muy lejanos. Como miembro de la Orden, asumía ciertas responsabilidad, así como el deber de proteger a los que se viesen atacados. Como futura sanadora, tendría el poder de salvar vidas y mejorar su calidad.
Decidieron tomar el tren de regreso a Londres, para evitar el bullicio causado por múltiples Apariciones al mismo tiempo. Lily y Priscilla entendían bien el tema del abordaje y los traspasos entre trenes, y sus amigos lo consideraban una "cosa triste, para gente sin escobas". Para esa noche, Lily había decidido quedarse a dormir donde las chicas, en tanto los tres aspirantes a auror iban a un entrenamiento nocturno. Sirius, por otro lado, solo esperaba llegar a Londres para irse a terminar sus maletas; Remus y Peter iban con él.
Mientras esperaban el tren, Priscilla dio un paso atrás y se movió hasta las paredes de vidrio que dejaban ver las vías del tren. En el cielo, el sol empezaba a ocultarse y transformaba los colores en algo extraordinario: una combinación de nubes oscurecidas, ligero violeta que precedía la noche y abundante albaricoque que despedía el día. Bajo tal espectáculo, el distrito de Peckham resultaba más burdo que de costumbre, casas apiñadas y llenas de suciedad, tiendas sin ningún tipo de cuidado y gente que vagaba, cansada y rendida, a sabiendas de que no tenían otro destino.
Priscilla se mordió el interior de la mejilla, buscando otro foco de atención que el torrente de sensaciones que empezaban a germinar en su pecho. Lo último que necesitaba era ponerse a llorar allí, en medio de todos los que estaban dispuestos a ayudarla y darle su apoyo. Y no porque quisiera despreciarlos; pero si ella misma no terminaba de darse abasto ante la serie de errores que había cometido los últimos días, y los pensamientos desesperados que le cruzaban la mente en todo momento, ¿como iba a explicárselos?
No puedo ocuparme de esto ahora, se recordó. Tenía un trabajo en San Mungo y otro en la Orden a los que atenerse, y era necesario dedicarle su máximo potencial, para así asegurarse las mejores chances posibles de supervivencia. Una vez las cosas estuvieran en su lugar, buscaría manera de acomodar el estropicio en su mente. Tal vez incluso estuviera dispuesta a admitir en voz alta que había cometido un error...
Escuchó los pasos a su espalda, y supo de inmediato quién se acercaba. Era inimaginable que estuvieran en el mismo lugar y ninguno se atreviese a ir con el otro. Lo sintió detenerse a su lado, y supo que estaba examinando el paisaje, buscando en él lo que la hizo apartarse del grupo y detenerse allí. Sintió su corazón agitarse, desesperado, queriendo romper las cadenas autoimpuestas para realizar sus verdaderos deseos.
—Hay un fuerte contraste —señaló Sirius a modo de saludo.
Priscilla respiró un par de veces, ahuyentando los últimos resquicios de lágrimas. Podía dar media vuelta e ignorarlo, pero era la última vez que lo vería por bastante tiempo... Y allí estaba de nuevo esa sensación tortuosa, de anhelo, de querer hacer algo y no poder.
—Verás mucho más cuando estés de viaje —dijo, apretando los dedos en los bolsillos de la chaqueta—. Puede que cosas horribles.
—Te sorprendería los lugares a los que me enviará Dumbledore —respondió con atropello, alentado por la inesperada respuesta.
Ella frunció el ceño.
— ¿Por qué te lo dijo en secreto? —preguntó— Pensé que confiaba en nosotros.
—Siempre es mejor esperar lo peor —continuó el chico con ánimo—. Si voy a estar solo afuera, es preferible que nadie sepa dónde. Me comunicaré con Dumbledore a través de Patronus...
—Sí, pero... —Priscilla se detuvo un segundo. Luchaba con las palabras en la punta de la lengua, con más ganas de soltarlas que lo que había tenido las últimas semanas de hablar con cualquier persona.
Se giró hacia él. No porque desease mostrar que la expresión de su rostro no era furiosa, ni que sus ojos ya no despreciaban su simple presencia. Al contrario, era por sí misma. Deseaba procurarse una breve visión del chico; de su mirada expresiva y el borde de la mandíbula que había recorrido tanta veces con la punta de los labios tiempo atrás... Quería ver el rostro que omitió la cruda verdad durante un mes entero.
Apretó los dientes, buscando las palabras.
—Si te metes en problemas, ¿cómo vamos a saber dónde estás? —dijo en voz alta, avergonzada de decirlo— ¿Cómo podríamos ayudarte?
Sirius entreabrió los labios, sorprendido. Las palabras resultaban una revelación después de todo, pero su rostro tan inexpresivo le dejó saber que ella no planeaba ir más alla de eso. Expresba aus preocupación, pero eso no significaba ningún cambio notable.
—Estaré en contacto con Dumbledore todo el tiempo —dijo como quien no quiere asustar al receptor—. No tienes que preocuparte.
La arruga en su frente se acentuó.
—Vale —Priscilla desvió la mirada hacia el techo de la estación, buscando con qué entretenerse.
—Yo podría... enviarte una carta de vez en cuando —sugirió Sirius—. No podrías responderla ya que irá sin dirección, pero sabrás que estoy bien.
—Eso estaría bien —coincidió ella en voz baja. Por la forma en que continuó mirando un punto fijo y le brillaron los ojos, se notó que estaba conteniendo las lágrimas.
Estaría bien aunque no me lo merezca y no pueda recordar la mitad de los insultos que te dije. Estaría bien aunque, por más que entiendo que no fue tu culpa, no puedo dejar de sentir que estás contaminado y que no puedo perdonarte.
Sirius dio un paso hacia adelante, en contra de todo lo que había planeado y lo que era prudente. Se detuvo, sin embargo, cuando ella bajó la mirada y la fijó en un punto tras él.
— ¡Muévete! —gritó, alzando la varita.
Sirius se movió al tiempo que se giraba para ver qué estaba pasando. Tras ellos, un hombre vestido de negro se aproximaba con la varita en alto y un maleficio de color verde naciendo en la punta de ésta. Priscilla trató de detener el ataque, pero no estaba preparada y su hechizo salió mucho más tarde que el del atacante. Sirius atinó a tomarla del brazo y atraerla hacia sí para tirarse ambos contra el suelo.
El maleficio dio contra una pared, muchos metros más atrás, haciéndola volar por los aires y lanzar trozos de concreto en toda dirección. Sirius la apretó contra sí, cubriéndola de los escombros. Se oyeron gritos y exclamaciones, un par de maleficios más y unos cuantos forcejeos. Solo hasta que dejó de sentir los pequeños trozos de pared contra la espalda, pudo aflojar su agarre sobre ella.
Priscilla se apartó, aturdida, aunque lo ayudó a ponerse en pie. No muy lejos de donde estaba, Frank forcejeaba con el mortífagos para atarlo de manos, en tanto los otros apuntaban con su varita para prevenir cualquier movimiento sucio.
—Creo que es Jordans —dijo Alice, refiriéndose al atacante—. Un pececito, pero con varias denuncias en su contra.
— ¿Por qué nos atacó? —Lily sacudió la cabeza—. Estaba en desventaja.
—No estamos seguros en ningún lugar —dijo Peter, temblando.
—Seguro pensó que éramos un puñados de críos —sugirió Remus.
—Sí, y que no era nada desigual ocho contra uno —bufó James.
—No —negó Sirius, dando un paso al frente—. Si es un pececito, y ya Emmeline dijo lo que está sucediendo con los nuevos mortífagos...
—Puede que vengan más en camino —coincidió Frank, haciendo el último nudo. Se enderezó—. Derribar a los nuevos miembros de la Orden les viene bien.
—Sí que corren las noticias —dijo Marlene, inusualmente pálida.
Priscilla tragó saliva, aún aturdida por la caída.
—No debemos regresar en tren —dijo, llamando la atención—. Podrían atacarlo.
— ¿Habrá que Aparecernos? —preguntó Alice—. La idea es ir bajo perfil.
—Ya no sirve de mucho, ¿eh? —Lily miró el lugar salpicado de escombros.
—Floyd tiene razón —dijo James—. He creado una distracción para los muggles, pero no durará mucho. Vámonos.
—Alice, tú y yo llevaremos a este pequeño al Ministerio —declaró Frank, mirando al capturado con desprecio—. El resto, organizad un poco si podéis, y luego id a donde pensabais en primer lugar. Avisad en lo que estéis seguros. —Todos asintieron, de acuerdo— Buenos reflejos, Floyd. Sin ti, Black habría volado en pedacitos.
Priscilla asintió, aún temblorosa. James se despidió de Lily con un rápido beso y se fue en el primer grupo. Los rezagados se encargaron de volver a poner los trozos salvables de pared en su lugar, de hacer desaparecer el polvo y reconstruir las ventanas rotas. No fue un trabajo impecable por las prisas, pero daba la impresión de que el lugar estaba descuidado por el tiempo y no de que acababa de sufrir un ataque. No les llevó ni tres minutos.
Cuando volvieron a reunirse, Priscilla vio la intención de sus amigas de tomarla de la mano para realizar la Aparición. Pero ella había notado las muecas de dolor de Sirius, y oído sus quejas cuando los restos de pared le golpearon en la espalda. Se halló a si misma negando con la cabeza, y colocando una mano en el hombro del chico que un mes atrás, se encargó de destrozarle el corazón.
—Os veo en un par de horas —dijo a modo de despedida.
*****
25/08/2022; 23:01
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