Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 45. Frente abierto.


     Se deslizaron de la manera más sigilosa posible de regreso a la Torre. La mayoría de los estudiantes se dedicaba a merodear las áreas libres en los últimos días, aprovechando el tiempo libre y el buen clima. De todos modos, encontraron algunos adolescentes charlando en la Sala Común, pero si estos notaron como Sirius y Priscilla subieron las escaleras de los chicos, ninguno dijo ni una palabra.

—No hay nadie —anunció Sirius, cerrando la puerta de la habitación tras de sí.

—Por un momento pensé que nos encontraríamos a James y Lily —suspiró Priscilla. Hizo las cortinas a un lado y tomó asiento en la cama de su novio.

—  Incluso ellos deben tomar un poco de aire libre de vez en cuando. —Sirius se arrodilló frente a ella y tomándola de los pies, empezó a deshacer las trenzas de sus zapatos— Para eso puse el calcetín en la puerta.

     Priscilla lo observó con una sonrisa, en tanto el pulso le aumentaba.

—Pobre Remus y Peter, ¿y si quieren entrar? Si deben hacer algo... —Se cortó de repente.

     Él ascendió hacia una de sus piernas, e internando las manos debajo de la falda, metió los dedos entre su piel y la media, para tirar de esta últimas hacia abajo. Lo hizo con un expresión de oscura satisfacción. La mentira aún latía en el fondo de su mente, recordándole a cada segundo lo miserable de su estado. Pero era difícil mirar a Priscilla sentada allí, con las piernas separadas y el torso inclinado hacia atrás. La suavidad de su pecho lo llamaba, el recuerdo de la calidez de sus muslos comenzaba a despertarlo...

—Mala suerte para ellos —concluyó, dejando las medias a un lado.

     Se puso en pie. El objetivo era pensar en otra cosa, para distraerse del remordimiento que le causaba haber caído en cuenta de que nunca, jamás tendría el valor para confesarle la verdad a Priscilla.

     Y ella, que lo adoraba más que a nada en el mundo, que lo miraba como si fuera la mejor persona del mundo, enredó los pulgares en las presillas del pantalón y tiró de él hacia adelante.

     Cayó sobre ella, que le rodeó la cadera con las piernas en respuestas. También escurrió las manos bajo su camisa, deslizando los dedos sobre la piel tibia para disfrutar de la sensación, y tal vez recordar que él seguía allí. Estaba bien.

— ¿Me amarás aún si soy una persona horrible?

      Ni siquiera se detuvo a pensarlo.

—Sí.

— ¿Incluso si nunca vuelvo a reír? ¿Si me quedo para siempre como un ser lúgubre y pesimista?

     Sirius se inclinó hacia adelante. Sentía el corazón expandirse al verla, como una flor que abre sus pétalos al encontrarse con el sol, y aquella no fue la excepción. Con el cabello extendido sobre la sábana y su mirada violeta llena de incertidumbre.

—Claro que sí.

— ¿Y si me convenzo de que todo lo malo sucederá? ¿Si pierdo la esperanza? —Alzó la barbilla para calentarse los labios con su respiración— ¿Seguirás amándome?

    Él cerró los ojos, y se acercó más, moviéndose hasta que sus labios le rozaron la mejilla.

—Así es como funciona el trabajo en equipo, Floyd —dijo—. Cuando uno pierde la esperanza, el otro la mantiene viva. Cuando uno está muy herido como para andar, el otro cuida de él hasta que esté lo bastante fuerte para seguir el camino —Presionó ambas sienes juntas, e inspiró hondo, buscando su olor—. Seguiré amándote a pesar de todo.

*****


   Llegó el momento de hacer los baúles, solo que esta vez eran definitivos. Nada dejar planes para dentro de dos meses, ni de comprar corbatas nuevas o de emocionarse pensando en el nuevo dormitorio que tendrían el siguiente curso. No, esta era la marcha final de Hogwarts. El momento de despedirlo.

     Era una sensación de lo más agridulce. ¿Quién quería dejar atrás un castillo mágico? Lleno de comida deliciosa, habitaciones que se limpian solas, y todos los lugares posibles para recorrer con amigos y pasar horas divirtiéndose (cuando no se ahogaban en tareas). Pero ya no eran niños, y finalizar su estadía en el castillo significaba abrir la puerta para muchas más experiencias y oportunidades. Recorrer el mundo, empezar a trabajar, formar una familia...

     Si tan solo no hubiese una guerra que hiciera el momento mucho más difícil. 

— ¿Habéis repasado vuestros hechizos de defensa? —preguntó Marlene. Estaba organizando su ropa por colores sobre la cama, y eran todos tonos cálidos; dorado, rojo, naranja.

—Como unas cien veces estas últimas dos semanas —murmuró Mary—. He tenido muchos momentos para preocuparme de más.

—Nunca creí que me incomodaría el tiempo libre —sopesó Alice, sujetando sus pergaminos con cinta.

—Aprovéchalo —dijo Marlene—, pronto serás una adicta al trabajo.

—Si es necesario, que así sea —Alice esbozó una sonrisa. 

     La puerta de la habitación se abrió, y por ella entró Lily, con el cabello revuelto y los labios algo enrojecidos, así como las mejillas. Las chicas la observaron en silencio, divertidas, mientras ella intentaba ocultar su aspecto sujetando su melena en una cola.

—Lo seguro es que Lily no necesitará hechizos de protección —dijo Marlene—. Los mortífagos no podrán verla si está pegada a la boca Potter.

—Ay, por Merlín —le sacó la lengua. Estaba demasiado feliz como para intentar defenderse.

— ¿Qué hay de ti, Pri? —preguntó Mary con dulzura— ¿Has practicado?

     Cuatro pares de ojos se giraron hacia la aludida; últimamente era un poco más fácil hablar con ella, pero solo si estaba de ánimos. Sentada en el borde de la cama, había estado doblando las camisas del uniforme. Ladeó la cabeza en dirección a sus amigas, como si las palabras llegasen a ella unos minutos tarde.

—Hmmm... —frunció el ceño, tomando unos segundos para pensar— Recuerdo Salvio Hexia, ¿no? Y... —dejó las palabras en el aire. 

—No te preocupes —Alice tomó la delantera—. Marlene se encargará de todo eso.

— ¿Por qué no yo? —dijo Mary.

—Estarás muy ocupada con Elizabeth —picó Lily. 

     Priscilla volvió a lo suyo, dejando a sus amigas divertirse. Si terminaba rápido con el baúl, podría reunirse con Sirius en la Sala Común, y esperar juntos las notas finales. Tenía unas ranas de chocolate guardadas para comer durante la espera.

     Aunque no estaba tan nerviosa, el resultado era mucho más importa ésta que otras veces. En San Mungo habían confiado en ella y en sus notas previas para darle la plaza, pero si los resultados del séptimo año no era lo que ellos esperaban... Necesitaba dar la impresión de ser un buen prospecto. Si bien el accidente de sus padres no se había difundido, muchos de sus conocidos sabían al respecto, y la mayoría la miraba como esperando que explotase en cualquier momento, y no podía llevar esa fama consigo al trabajo.

     Al igual que le había dicho a la profesora McGonagall, era lo único que la mantenía cuerda. Si se desviaba aunque fuera un poco de su objetivo principal... La mente se le llenaba de imágenes horrorosas e ideas abrumadoras que no podía soportar.

     Lily la sorprendió tomando asiento a su lado. Con una sonrisa juguetona, se inclinó hacia adelante.

—James me pidió que nos casemos —dijo en confidencia.

    Priscilla abrió los ojos de par en par. A su espalda, sus otras tres amigas estaban enfrascadas en el color del piso que iban a rentar, y no alcanzaban a escucharlas.

     Evaluó un momento el rostro de Lily. Le brillaban los ojos y un juvenil rubor le cubría todas las mejillas y la nariz; su alegría era palpable y hasta contagiosa. Poco a poco, Priscilla esbozó su primera sonrisa sincera en muchos días.

— ¿C-cuándo? —alcanzó a balbucear, aún impactada por la noticia.

—Hace dos días. Y si es respecto al otro cuándo, será en diciembre. James dice que el Valle de Godric es precioso en invierno —Lily la cogió de las manos, y por un segundo su seguridad flaqueó—. Dime qué es buena idea y que seremos muy felices.

—No conozco dos personas más predestinadas —dijo Priscilla, apretando sus manos—. Pero, ¿estás segura?

—Sí. Es decir... Debería preocuparme que somos demasiado jóvenes y tenemos que aprender a vivir juntos. —Su sonrisa volvió a inflarse— Pero sé que, una vez superadas esas barreras, todo estará bien.

     Tuvo que esperar un segundo para volver a hablar. Aún si Priscilla no concebía el matrimonio a esa edad, Lily y ella eran muy distintas, manejaban la vida de maneras diferentes y los sueños y esperanzas del futuro eran distintos. No había razón para que la boda fuese una equivocación, más que las dudas y los prejuicios que, en un momento tan inestable como aquel, era menester hacer a un lado.

—Es una gran idea y seréis muy felices —aseguró Priscilla.

—Gracias —Lily estuvo a punto de echarse a llorar—. Si no estabas de acuerdo, iba a tener muchos problemas en pedirte que fueses mi madrina.

— ¿Yo? —Priscilla se quedó en blanco. Las últimas semanas, su vida estaba tan llena de desgracias y tristezas, que la idea de ser parte de algo tan feliz como una boda resultaba extraña, ilógica.

— ¿Quién más si no?

     Conmovida, envolvió los brazos alrededor de su amiga y tiro de ella en un abrazo. Lily siempre era fácil de abrazar y devolvía el agarre con aún más cariño. Se sostuvieron un par de minutos, ambas conscientes de que aquello iba mucho más allá de ser madrina o de una boda. Últimamente, cualquier momento era bueno para recordar lo mucho que importaba que la otra estuviese bien.

—Vale —murmuro contra su cabello—. Está bien. Te quiero.

*****

     Priscilla bajó y descubrió que Sirius no estaba en la Sala Común. Tenía la opción de esperarlo, o de caminar por ahí a ver si lo buscaba. Escogió la segunda; porque no soportaba la idea de quedarse sentada sola, bajo las miradas de lástima de sus compañeros, y un paseo le ayudaría a despejar la mente.

     Había muchas personas por los pasillos. Estudiantes hablando, riendo, algunos coqueteando. Las clases habían finalizado y al día siguiente volverían todos a sus casas. Para los de séptimo año, sería la última vez.  Priscilla había tenido problemas los últimos meses para imaginarse lejos del castillo que era su hogar temporal, pero con los últimos sucesos, la importancia que daba a aquella idea quedó reducida detrás de muchas otras preocupaciones en su mente.

     Decidió acortar por un pasillo sin mucha gente, pero un segundo después descubrió la razón de eso. Su paso se tambaleó al encontrarse frente a un grupo abundante de chicos de Slytherin. Desde el aumento progresivo de los ataques, muy pocos estudiantes iban solos por los pasillos, y los de cursos inferiores procuraban pegarse a los prefectos. La costumbre de años había prevalecido sobre la precaución de unos meses, y ahora se hallaba en aquella situación.

     La primera opción fue actuar con naturalidad y seguir su camino; cuando Patrick Travers dio un paso adelante y le bloqueó el paso, quedó descartada. Sin disimulo, Priscilla se sacó la varita de la manga.

— ¿Así es como saludas a tus compañeros ahora? —Travers compuso una mueca de desdén.

—No considero compañeros a quienes se dedican a atacar alumnos —dijo con tranquilidad—. En cualquier caso, prefiero estar preparada. 

—Pequeña zorra sangre sucia. —Dio un paso hacia adelante— Te crees tan superior a todos.

— ¿A vosotros? Por supuesto. —Alzó el mentor, sin sentirse afectada— Yo respeto los derechos básicos de los demás.

—Intrusos como tú no deberían tener derechos...

—No des otro paso —Enarboló la varita, y en silencio estuvo orgullosa de su mano sin temblor.

—En verdad, Floyd, es un gran descuido ir sola por los pasillos —Travers la ignoró—, sobretodo cuando he deseado tanto desquitarme por lo de tu novio.

—Fue hace más de un año. Supéralo —dijo con sincero fastidio. Frente a ella no veía más que un puñado de arrogantes hipócritas, pero aún así, estaba sola y era preferible evita la confrontación.

     Ofendidos, sus compañeros buscaron avanzar, pero Travers les hizo contener. Deseaba encargarse de la chica él solo. Pero no pudo contener a Imelda Gibbon, que avanzó de todos modos. Cada día más demacrada, daba un aspecto decadente y desaliñado. Se las arregló para ofrecerle una sonrisa torcida a Priscilla.

—La sangre sucia podría tener razón —dijo, saboreando con gusto sus palabras—. Después de todo, sabes lo que ha hecho Black con su familia —inclinó el rostro hacia Priscilla—, aunque no sé sí ella lo sabe.

     Priscilla sintió que algo oscuro se asentaba en su corazón y echaba raíces a lo largo de todo el pecho, entumeciendo poco a poco sus extremidades. Como fuera, dos veranos bajo la tutela de Isobel habían tenido efecto sobre ella y fue capaz de mantener la compostura; incluso de recordar que no podía fiarse de las palabras de unos mortífagos.

—Cierto —Travers esbozó una sonrisa satisfecha—. Te lo tuviste bien guardado todos estos años, Floyd... ¿O planeas recuperar el apellido Greengrass?

     El efecto fue inmediato. Priscilla retrocedió, aturdida bajo el efecto de esas palabras.

— ¿Cómo se te ocurre? —dijo Gibbon— Mírala, es una cosa patética.

     Travers se encogió de hombros.

—Justo como fueron sus asquerosos padres mu...

     No pudo terminar la frase. Priscilla conjuró un ataque y lanzó al chico contra la pared, con tanta fuerza que Imelda y todos sus compañeros jadearon sorprendidas. Imelda se adelantó furiosa.

— ¡Insolente!

— ¡Acércate! —la retó Priscilla, apuntandola con la varita— ¡Te sacaré los ojos si te atreves a decir algo más sobre mis padres!

     Estaba tan furiosa que Imelda tuvo la decencia de mirarla con cautela. Sin embargo, tras ella, sus compañeros ya habían sacado la varita y apuntaban a Priscilla.

—Deberías amenazar así a quienes los mataron —dijo Imelda, y se complació con la reacción provocada—. Te limitas a llorar contra los muros sin pensar con algo de inteligencia. Me complace que hayan eliminado de su linaje la mugre relación contigo, pero tú eres menos que escoria.

     El pulso le falló, y le costó bastante encontrar las palabras adecuadas.

— ¿Quiénes? —alcanzó a articular.

     Imelda entrecerró los ojos en un gesto cruel y miserable.

—Ya lo sabes —dijo, y escupió contra los pies de Priscilla.

     La mente se le nubló de la rabia. Alzó la mano libre y le cruzó el rostro a Imelda con tanta fuerza que terminó por lanzarla contra el suelo. Todos los Slytherin se le vinieron encima, y no alcanzó a conjurar ni una simple defensa. Un rayo amarillo le pasó rozando el rostro y terminó impactando en el pecho de uno de los atacantes.

     Priscilla se giró, confundida. Tras ella, James y Sirius se aproximaron a toda velocidad.

— ¡Muévete, Floyd!

    Pero no alcanzó a cumplir. Algo la golpeó en la espalda y salió expulsada contra una de las paredes. Le estalló el hombro de dolor y cayó contra el suelo en un golpe seco, cual muñeca de trapo. No perdió el conocimiento, pero quedó entumecida sobre el suelo, intentando recuperar el aliento e ignorar la idea que pulsaba en su mente. La verdad insinuada por Gibbon, que terminaba por coincidir con el mundo en que vivían.

     No era ni la primera ni la última alumna cuyos padres eran asesinados por mortífagos. Pero su abuela había negado tal idea, y además, algo no terminaba de encajar...

*****

     Escuchó a los alumnos discutir con rabia e insultos. Ningún otro hechizo fue conjurado, por el contrario, negociaron una rápida tregua que terminaba por lavar las manos de ambas partes. Por más que quisieran sacarse los ojos, ninguno deseaba terminar suspendidos el último día, no con las repercusiones que tendría esto en sus trabajos y notas.

     Para cuando Priscilla pudo sentarse y recostar la espalda contra la piedra, el pasillo estaba vaciándose. Echó la cabeza hacia atrás e intentó regular su respiración. Sirius se arrodilló frente a ella y la evaluó en busca de heridas.

— ¿Qué pasa, Floyd? —dijo— ¿Planeadas enfrentarte a esos matones tu solita?

     Priscilla se sacudió el toque.

—Deja.

—Necesito ver si te lastimaste...

—Sirius, suéltame —repitió con más seriedad.

     El chico hizo caso ante el tono tan inusual empleado. James, de pie, retrocedió un poco para concederles privacidad, notando por el gesto de Priscilla que algo no iba bien.

     Ella observó a Sirius con detenimiento. Conocía aquel rostro mejor que cualquier otra persona. Descifraba a la perfección todo sentimiento que le embargara los ojos grises; delineaba a la sin esfuerzo la curva de la nariz y la línea de la mandíbula; tenía memorizada la forma de los labios que tantas veces habían luchado contra los suyos una batalla que ninguno buscaba ganar.

     Las últimas semanas, el agotamiento la orilló a dar por sentado esos detalles que antes siempre halagaba. Y ahora que, bajo un nuevo foco, se detenía a examinarlos, descubrió algo desagradable.

     ¿Era miedo lo que le hacía al chico entonar los ojos de esa manera? ¿Serían nervios los que volvían su respiración pesada? ¿Y la aprehensión la causa de que al tragar pareciera empujar un puñado de clavos por su garganta?

     Priscilla frunció el ceño, horrorizada ante lo que estaba a punto de descubrir.

—Creo que los mortífagos asesinaron a mis padres —murmuró, inclinando el rostro hacia adelante.

     La reacción de Sirius fue justo la que esperaba causar. Se le juntaron las cejas y el puñado de clavos se transformó en ácido de batería.

—Saben que tengo un antepasado Greengrass —continuó con esfuerzo—. Imelda dijo que habían eliminado su linaje podrido, pero no sé a quién se refería. —La voz casi se transformó en un movimiento de labios— No son los únicos mortífagos con los que estoy emparentada.

     Se descubrió a sí misma deseando una negación total. No puedes creer en las palabras de Gibbon. Buscan perturbarte. Son unos manipuladores. Pero aquello no estuvo ni cerca de suceder. Sirius se quedó en su lugar, petrificado, luciendo como si viviera una pesadilla.

—No podemos estar seguros de nada —alcanzó a decir.

     A Priscilla se le contrajo el rostro en un gesto de dolor condenado. Lo esperaba, lo sabía, y sin embargo... Cada palabra iba a sentirse como un puñal en la espalda.

— ¿Desde hace cuanto lo sabes? —dijo con voz ahogada.

—Floyd, esto no...

—Solo contéstame —jadeó ella, cayendo ante el deseo de suplicar. De mostrarse tan devastada como se sentía.

—El sábado que desperté y no estabas. Regulus se acercó a mí y me confesó lo que había escuchado entre los mortífagos.

— ¿Hace un mes? —Ladeó el rostro— Sirius...

—Son solo sospechas —se apresuró a decir—. No sabemos qué sucedió.

     Priscilla negó con la cabeza.

—De eso hablas con mi abuela, ¿verdad? No sólo os preocupa mi bienestar.

—Serena tenía una corazonada —dijo—. Pero no sabemos, Floyd, no sabemos nada.

      Comenzó a ponerse en pie. Sirius intentó ayudarla, pero ella lo empujó sin fuerzas, dejando ver lo poco que deseaba tenerlo cerca en aquel momento. Para aquel momento, el pasillo estaba vacío, y James se hallaba casi en el otro extremo, esforzándose por no entrometerse pero listo para ayudar (sin que lo supieran, había colocado un hechizo silenciador alrededor de ellos para privatizar su conversación). Buscando un poco de intimidad, Priscilla caminó hasta una de las puertas adyacentes al pasillo y se metió en un salón vacío.

     Sirius entró tras ella y cerró la puerta con fuerza. Por su parte, Priscilla trataba de contener sus deseos de gritar y sumirse en la histeria. Necesitaba pensar con claridad, mantener la mente fría y no hacer nada de lo que pudiera arrepentirse después; sin que eso significase ir en contra de su buen juicio.

— ¿Cómo no se me ocurrió antes? —preguntó— Era de esperarse...

—No podrías haberlo previsto, Floyd. Tenías otras cosas en mente...

—No necesito que tú decidas eso por mí —negó, mirándolo de arriba a abajo como si no lo conociera— ¿Cómo pudiste no decírmelo? ¡Un mes, Sirius! ¡Ha pasado un jodido mes!

— ¡Una noticia como esa no te haría bien! —dijo desesperado— ¿Para qué? No hay manera de revertirlo, y buscarías a quién echarle la culpa. A mí, por ejemplo.

    Priscilla avanzó hacia él. Estaba hecha un desastre, con el rostro rojo por la rabia, el cabello revuelto por la caída, y la frente empapada de sudor.

—No busques hacerte la víctima —lo increpó—. No es tu derecho manipular cómo me voy a sentir. Serena podrá tener sus motivos como mi abuela... Pero tú eres mi maldito novio. Mi mejor amigo —se rompió al decir esto último. Volvió a empujarlo con mucha más fuerza, una y otra vez— ¡Hipócrita! ¡Me miraste a la cara todo este tiempo y te callaste!

—Basta, Floyd... ¡Basta! —La sujetó de las muñecas con fuerza, obligándola a quedarse quieta. Se le clavó en la palma el ámbar de la pulsera que ella aún llevaba— Por esto no dije nada. Ibas a obsesionarte con la idea. Ibas a saber que fue mi familia y a detestarme por ello.

     Priscilla lo observó con rabia, como si quisiera sacarle los ojos. Era algo insólito. Nunca, jamás, en toda su vida, Sirius podría haber imaginado que algún día sería el objetivo de tal furia. Que surgiera un sentimiento de traición al descubrir la noticia era de esperarse, pero aquello estaba más allá de cualquier pesadilla.

—Hace mucho que hice las pases con el hecho de que tu familia nunca me aceptaría —dijo ella, tomando aire—, porque yo soy una sangre sucia que se atrevió a ensuciar su noble familia. Y ya que también te repudiaban a ti, nunca me afectó demasiado... Son escoria.

     Sirius se sintió atravesado por esas palabras. Saber que tu familia de odiaba era una cosa, pero ver a la persona que más amas en todo el mundo decírtelo en tu cara era un nuevo tipo de dolor.

—Y ahora parece que tú también lo eres. Porque debiste decírmelo —continuó— ¡Debiste hacerlo sin importar qué! Viste lo que estaba sufriendo, lo mucho que me dolía... ¡Cuán cínico hay que ser para estar tan cerca y quedarse callado!

— ¡Es justo por esto que no quería hacerlo!

— ¡Cállate! ¡Deja las malditas excusas! ¡Solo piensas en lo que tú quieres y en tus motivos! —Se sacudió, intentando liberarse sin éxito— Desde el principio de esta relación, solo nos regimos por lo que tú quieres y por lo que tú te sientes dispuesto a hacer... Se acabó, es suficiente.

     Lo miró a los ojos al decir eso, para que no cupiese duda de sus sentimientos.

— ¿Qué quieres decir?

—Estoy harta de esto —escupió Priscilla entre dientes—. Hemos terminado. Ya basta de mentiras, de manipulaciones...

     Sirius la apretó con más fuerza para atraerla hacia sí, quedando tan cerca que la situación se malinterpretaba por algo mucho más romántico que rabioso. Hacía calor, y ambos respiraban agitados. Era insoportable estar así de cerca de alguien, pero mantuvo la posición porque necesitaba que ella recuperase la cordura.

—No lo dices eso —dijo con una voz serena y calmada—. Estas furiosa con los mortífagos que se sintieron con derecho a tomar la vida de tus padres —la mantuvo quieta cuando volvió a sacudirse—, y porque sin quererlo, esos asesinos están vinculados a la persona que amas... Y descargas toda esa furia conmigo, porque es lo único que queda de los dos vínculos más importantes en tu vida. No soportas que hayan infectado nuestra relación de esta manera —Sirius dejó escapar un suspiro derrotado—. Y la verdad, Floyd, yo tampoco soporto que hayan hecho eso. Es por eso que duele tanto.

     Sobrevino el silencio. Ensordecedor a causa de los gritos que lo precedieron, pareció durar más de lo que ninguno era capaz de soportar sin que el otro dijera nada. Sirius aflojó su agarre, y las manos de ella recuperaron un poco el color.

     ¿Como habían llegado a ese momento? Ellos, que debieron recorrer un camino tan largo para aceptar sus sentimientos, que estaban tan enamorados y nunca jamás dudaron de lo que sentían por el otro, aún si quisieron ocultarlo. 

—Sé que desquitarte conmigo es lo más fácil. Sabes que no es mi culpa, pero aún así, es como si hubiera cometido un error —continuó Sirius. Comenzaron a caerle lágrimas por las mejillas—. Pero somos más fuertes que esto, Floyd. Sé que lo somos. Podemos superarlo.

     Sirius necesitaba que ella viera más allá de su ira y que hiciera a un lado su sentido autodestructivo. Era como si pudiera leerle la mente. Su vida se estaba cayendo a pedazos, ¿qué más daba si arruinaba una cosa más? ¿Si se deshacía de otra persona? Una que, además, solo era un recordatorio constante de lo sucedido. 

     Priscilla cedió ante las lágrimas, y estas se mezclaron con el sudor de su rostro. Solo así dejó entrever el dolor que la causa la situación, lo mucho que estaba sufriendo por debajo de toda la furia. Si continuaba con esa decisión, más tarde se arrepentiría. Así como Sirius no podía imaginar una vida sin Floyd a su lado, estaba seguro de que ella iba a lamentar haberlo echado. Por eso necesitaba hacerla entrar en razón. 

— ¿Recuerdas cuando leímos Cumbres Borrascosas? —Empleó una voz suave— «Hay más de mí en ti que en mí mismo. De lo que estén hechas nuestras almas...»

— ¡No! —lo detuvo— No me vengas con eso. No digas más nada —A través de las lágrimas, logró serenar su tono. Respiró hondo—. Ya es suficientes, Sirius, suéltame.

   Sintiendo que alguien más controlaba sus movimientos, Sirius bajó las manos, y casi deshizo el agarre. Había algo distinto en el semblante de Priscilla; ya no era rabia motivada por el sufrimiento, sino pura determinación, tan bien construida que lo asustó. Continuó rozandola con los dedos.

—Dijiste que no querías hacer lo mismo que con tu abuela —dijo con un nudo en la garganta—. Desquitarte con los otros y hacer cosas que en realidad no sientes...

—Puedes estar seguro de que esto lo digo en serio.

—Imposible. Si estuvieras en tus cinco sentidos, nunca harías esto. Piensa un poco cosas...

— ¿Pensar? ¿Tú lo hiciste cuando ocultaste que tu familia mató a mis padres? —Priscilla frunció el ceño. No se reconocía a sí misma ni al chico frente a ella—. Me conoces. Sabías como iba a sentirme, y aún así lo ocultaste para protegerte...

—Para evitar esto —corrigió, pero fue ignorado.

—Sólo retrasaste lo inevitable —alzó la barbilla—. No importa si piensas que me he vuelto loca, o que se me han zafado todos los tornillos... En verdad, ya no me importa. 

     Su gesto era serio al hablar. Priscilla echó las manos hacia atrás, rompiendo por fin el contacto y revelando el rosetón en sus muñecas. Ninguno de los dos reparó en ello. Se miraba fijamente, evaluándose en silencio, seguros de que el otro había perdido la razón y de que nunca serían capaz de superar aquella actitud. Y ambos, en el fondo, esperaban que el tiempo sirviera para hacerlos recapacitar.

     Mil objeciones cruzaron la mente de Sirius. Mil y un maneras de retenerla, de suplicar, de intentar que cambiase de opinión... Pero fue capaz de contenerlas. Por un segundo, sintió que era un idiota al hacerlo, pero luego comprendió que, equivocada o no, loca de atar o no,  se callaba porque era su deber respetar la decisión de Priscilla. Aún si estuviese a punto de desgarrar su corazón y esparcir los trozos alrededor de todo el lugar... Aún así. Si la amaba, si la respetaba lo suficiente, entonces aceptaba su decisión de alejarse de él.

—Espero que estés segura de lo que haces —dijo, lúgubre. 

      Priscilla no respondió. Ni siquiera volteó a verlo una última vez antes de salir de la habitación. 

*****
hola!!!

Casi desde el inicio de la historia tenía esta escena del final en mente, así como el suceso que la ocasiona y lo que sin duda provocará una grieta en la relación de ambos... Escribirla se siente catártico, como llegar al final de una etapa

¿Qué les puedo decir? Mejor no vaticino más sobre los capítulos restante, pero si puedo decir que son pocos.

19/08/2022; 0:13

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro