Capítulo 44. Fisura.
Sirius despertó con una sensación extraña sobre el cuerpo.
Era verano, pero le pareció que el día era particularmente frío; tuvo que ponerse guantes. El cielo estaba nublado, cubierto de unas manchas grises y azules atípicas de junio. En lo que dejaba la sala común y se dirigía al Comedor, empezó a sentir el cuerpo pesado y el estómago revuelto; producto mala noche de sueño y el mal presagio de un día nublado en pleno verano.
Habría dormido mejor si Floyd hubiese accedido a subir a la cama con él. Aunque oliera un poco a agua estancada, abrazarla toda la noche siempre traía efectos curativos. Pero ella se negó, y fue a su habitación luciendo tan taciturna como cuando Sirius la encontró. Si había una idea rondado esa cabecita, Sirius planeaba esperar hasta que ella quisiera hablar.
Terminó de bajar las escaleras, feliz con su resolución, pero sin sentirse mejor. No iba a poder desayunar demasiado aquel día...
Había una chica pelirroja llorando en el Vestíbulo, con el rostro cubierto por ambas manos que sostenían una carta arrugada. De no haber pasado tanto tiempo junto a ella durante ese último año y conocerla tan bien, Sirius la habría ignorado, pero supo de inmediato que se trataba de Evans. Ella no era de las que andan llorando por ahí, mucho menos frente a los ojos curiosos.
—Evans... —Sirius se detuvo frente a ella— ¿Qué sucede, zanahoria? ¿Estás bien?
— ¿Bien? —se quitó las manos del rostro— ¿Sirius?
— ¿Sí?
Lily negó con la cabeza, confundida ante la situación. Tenía los ojos enrojecidos y las mejillas manchadas de lágrimas. La carta debía estar ilegible para ese momento.
— ¿Qué haces aquí?
—Iba a desayunar, pero luego te vi... —se cruzó de brazos— Si estás llorando por los exámenes que no hemos hecho, de verdad que...
—Sirius —dijo, empleando un tono mucho más severo, casi aterrado— ¿Dónde esta Priscilla?
—Probablemente durmiendo. Lucía agotada ayer. Estaba en la biblioteca, como te dije, y después de conversar un rato subió a vuestro cuarto.
— ¿De qué estás hablando? ¿No lo sabes?
— ¿Que vosotras os preocupáis demasiado? Sí.
—Por Merlín...
Sirius no comprendía el rostro escandalizado de Evans, y mucho menos el porqué la chica lo tomó del brazo para llevarlo a las puertas del vestíbulo, lejos de los estudiantes que transitaban por el lugar y el eco de las paredes. Era difícil tomarla en serio con el rostro enrojecido y la voz ronca, pero algo en su mirada hizo a Sirius enderezarse, alerta ante la situación.
—Escucha bien —empezó Lily, sin soltarlo—. Esta mañana, cuando me levanté, Pri no estaba en el dormitorio. Sé que suele quedarse contigo, y que en Hogwarts no pueden hacernos daño, pero no se porqué, me asusté. Creí que tal vez le sucedió algo ayer por la noche. Fui con el señor Filch a preguntar si no la había visto —tragó saliva—. Me insultó primero, diciendo que era una insensible, pero luego se dio cuenta de que yo no sabía...
—Comienzas a asustarme, zanahoria —Sirius intentó zafarse de su agarre.
—Priscilla no fue a la biblioteca. Estaba en el despacho de McGonagall —la voz se le quebró, y continuó con esfuerzo, a sabiendas de que la declaración necesitaba toda la claridad—. La profesora necesitaba decirle que sus padres fallecieron ayer. Un accidente de auto fatal.
Sirius se zafó de su toque de un manotón, y retrocedió, con el rostro cambiante, horrorizado. Miró a Evans como si no la reconociera.
—Imposible. Hablé con ella justo antes de dormir...
Lily intentó tragarse las lágrimas, y lo miró con pena.
—Debe haber sido después de que se lo dijeran.
Sirius negó con la cabeza, frenético. Sintió los ojos ardiendo y el pulso comenzó a acelerarse. Caminó al rededor de la chica, sintiendo que el mundo se hacía pequeño y él estaba a punto de ser aplastado.
—Pero ella... —se llevó las manos al cabello— No dijo nada, joder... ¡Nada! ¡Mierda! ¡Mierda! La vi ayer...
—Sirius, por favor, respira...
—No, no, no... —gimió— Por Merlín, Evans ¿Estás segura?
Lily se detuvo frente a él. Detestaba ser ella quien le diera la noticia, y quién tuviera que hacerlo después con el resto de sus amigos, pero no era su deber cuestionar a su amiga por tal decisión. Más bien, si estaba en sus manos hacer cualquier cosa que pudiera aligerar la desgracia de Priscilla... Lo haría sin dudar.
—Recibí una carta de su abuela hace unos minutos. Comunicaba la noticia... No pude terminar de leer.
Sirius apartó la mirada, como si le doliera. Cayó en el escalón de la entrada, y aceptando la sentencia, observó aquel día encapotado y frío que había sido preparado con detalle para tal desgracia. Imaginó el lugar donde podrían a los Floyd ese día, cuyas tumbas quedarían bautizadas con la lluvia incansable de Londres. Owen y Faith, por Merlín... Lo habían recibido con tanta calidez y hospitalidad en su hogar, y aún así lograron superar todo eso cuando empezó a salir con su hija, como si fuera parte de la familia. Nunca había discutido con ninguno su futuro con Priscilla, pero ambos lo apreciaban y confiaban en él para cuidarla.
Priscilla... por todos los magos. Lo que anoche le había parecido un especial charla junto al fuego, ahora le asemejaba las peores escenas de una cuento de terror ¿Cómo había podido ella sentarse allí y no decir nada? ¿Qué tan roto estaba su corazón? Y por último, no entendía cómo pudo ser tan imbécil para no notar que algo horrible estaba sucediéndole. De sólo pensar en lo que duró aquella situación... Se inclinó hacia delante, expulsando todo lo que no había digerido de la cena sobre el césped de la entrada.
Tras él, los pasos de Lily eran vacilantes. La observó mientras se limpiaba la boca.
—También había una para ti —le extendió un pequeño sobre—. Sirius, se que esto es difícil, pero si Priscilla no estaba contigo ¿Dónde...?
—Está con Serena —dijo, quitándole la carta de los dedos. No necesitaba leerla para saberlo—. Seguro se fue esta mañana. Sus padres lo eran todo para ella.
—Lo sé —Lily se sentó a su lado—. Ojalá hubiese dicho algo...
Ambos jóvenes observaron el paisaje de Hogwarts en silencio. Tras ellos, los estudiantes reían, entrando y saliendo del Comedor, discutiendo sus planes para el último fin de semana antes de los exámenes. Pronto tendrían que levantarse, y hablar con el resto de sus amigos.
—Apenas y pudo hablar ayer —Sirius abrió el sobre—. Maldición, debí darme cuenta de que algo le pasaba. Estaba medio dormido...
—Si no habló con ninguno, es porque no quería tener que decirlo —suspiró Lily—. No te culpes. Habrá sido su manera de manejar las cosas.
El negó con la cabeza, incapaz de creerse aquella mentira.
— ¿Quieres que hable con las chicas?
—Yo lo haré. Me toca soltarles la bomba —asumió Lily—. Tú no te preocupes por otras personas. Ayudar a Priscilla es lo importante.
*****
Sirius:
Si no dije nada es porque no pude. En voz alta, no puedo decirlo, y me duele pensarlo, es todo lo que hago a todo momento. El velorio será hoy por la tarde, y mañana en la mañana será el entierro. Resulta algo tétrico tener que dormir dónde mis padres están siendo preparados, pero no puedo imaginar dejarlos aquí solos. Es como si la abuela y yo estuviésemos velando por ellos hasta que estén donde pertenecen; ya que no pudimos cuidarlos, al menos nos debemos a esto. Es algo que necesito hacer sola y espero lo comprendas. Te amo. Vuelvo el domingo por la noche.
Para el final del día, Sirius estaba todo menos calmado. Había releído más de mil veces aquella maldita nota, traída por Drianda, y no lograba sentirse mejor ni terminaba de entenderla ¿Cómo que planeaba volver? Y peor aún ¿Cómo que iba a hacerlo todo sola?
Era una imagen desgarradora, pensar en Priscilla sola junto a aquellos féretros, teniendo que encargarse de todo junto a Serena, ambas teniendo que despedir a la mitad de su familia así, de un solo golpe. Y él no tenía derecho a decir nada.
Sentando en una de las ventanas del tercer piso, balanceaba las piernas por el borde. Sin apetito para la cena, y sin ánimos para soportar las miradas curiosas, había decidido recluirse en algún lugar solitario donde pudiera dar rienda suelta a sus pensamientos. No solo a la parte que extrañaba a Priscilla y hacia luto por los Floyd, sino también a la más lógica ¿Un accidente de auto fatal? La carta de Serena no escatimaba en detalles y era bastante específica, pero algo sobre ella se sentía impersonal... Sirius había buscado entre sus líneas algún tipo de código o mensaje secreto, dónde Serena pudiera estar implicando alguna cosa, pero hasta el momento no tenía nada.
— ¿Sirius?
Alertado, despegó la mirada de la noche y la dirigió hacia el chico que se había detenido a su lado.
Por un momento creyó que su mente le estaba jugando una mala pasada. Llevaba meses viéndolo, pero hacia más de un año que no cruzaban caminos ni palabras.
— ¿Qué quieres, Regulus? —preguntó con fastidio, mirándolo sin interés.
El joven de diecisiete años se toqueteó los dedos, indeciso. Le faltaba aquella soberbia arrogancia y su postura irreverente. En su lugar había una mirada nerviosa, y al hablar, un tono inseguro.
—Necesito hablar contigo.
— ¿Para qué? —Sirius exhaló sin risa— ¿Quieres un consejo sobre tu triste vida? ¿O sobre las atrocidades que te obligan a cometer?
—Sirius, escucha...
—No, escucha tú —apretó los dientes—. Hace mucho que me rendí contigo ¿Recuerdas? No más sermones, ni intentos de hacerte recuperar la cordura. Ya no es mi asunto.
Regulus cerró la boca.
—Ahórrate esa mirada de cordero —continuó—. No eres una víctima. Escogiste tu propio camino. Además... —contuvo el aire por un momento— Es un mal momento.
Los ojos del chico brillaron, interesados, y asintió con la cabeza.
—De eso necesito hablarte —miró a su alrededor para asegurar que estuviesen solos—. Sobre tu novia.
— ¿A qué te refieres? —frunció el ceño.
—Puede que yo sepa algo. Sobre lo que le sucedió a sus padres.
Ocurrió un golpe, y de pronto Sirius tenía a Regulus acorralado contra la pared, el antebrazo presionando sin piedad la garganta de su hermano. El pequeño luchó para liberarse, pero era incapaz de igual la fuerza del mayor, y además, no le quedaban demasiadas fuerzas como para intentarlo. Había grandes bolsas azules bajo sus ojos y las mejillas hundidas le daban un aspecto demacrado.
—Cuida mucho lo que vas a decir ahora, Reg —siseó su hermano mayor—. Porque si de algún modo estuviste involucrado...
— ¿Qué? —dijo con voz ahogada— No, yo jamás... No hice nada —le aseguró, esforzándose para respirar.
A Sirius le costó un par de minutos creerle. Regulus le recordaba a todos los demonios de su infancia, de su familia y la magia oscura que lo rodeaba... Pero seguía siendo su hermano. De algún modo, era capaz de leer la verdad en sus ojos.
— ¿Qué sabes? —preguntó sin soltarle.
Regulus tomó aire.
—Durante la Pascua, fuimos a visitar a los Lestrange. Nuestra prima se casó hace algunos años y ya sabes la relación que tienen ella y mamá... —se detuvo, buscando aire—. Hablaron sobre ti, como siempre. De tus amigos traidores, y tu novia nacida muggle... Odian todo lo que tenga que ver contigo.
Sirius ya sabía todo eso, e igual se sintió incómodo al escucharlo. Comenzó a aflojar su agarre sobre Regulus.
—No entiendo —negó con la cabeza— ¿Qué tiene que ver eso con los Floyd?
—Bellatrix sabe que la abuela de Priscilla es una bruja. Que un antepasado suyo era un Greengrass —continuó el chico—. Los Greengrass también lo saben, y saben que tienen parientes muggle. De alguna manera se ha convertido en un rumor vergonzoso alrededor de los mortífagos. Como tener un familiar con licantropía. Es una deshonra.
El tono lúgubre de Regulus era fatalista, como si ya conociera el final de esa historia. Sirius, por su parte, recordaba bien la manera en que tales familias actuaban, y el pensamiento endogámico que los dominaba. Tal parentesco era como la rama podrida de un árbol, y sólo podía hacerse una cosa con esas ramas.
Sirius se tiró el cabello hacia atrás, horrorizado.
— ¿Estás insinuando lo que creo?
—No encuentro otra explicación —Regulus evitó mirarlo a los ojos—. Estaban buscando una solución, y diciendo que el señor Tenebroso jamás podría enterarse. No sé los detalles de lo que les sucedió, Sirius, pero no me parece tan descabellado. Había demasiados motivos para hacerlo personal.
— ¿Y ahora qué? ¿Irán tras Priscilla? ¿Su abuela?
Regulus lo pensó durante unos segundos.
—Corren el mismo peligro que cualquier otro nacido muggle —dijo.
— ¿Por qué estás contándome esto? —Sirius se adelantó, nuevamente furioso— ¿En qué modo me beneficia esta información? ¿Crees que puedo ir con el Ministerio y denunciar el asesinato de unos muggles en base a lo que me dijo mi hermano, un mortífago?
—Yo...
— ¿Crees que no sé lo bien que cubren sus huellas? ¿Crees que incluso si pudiera probarse, alguien hará algo al respecto? —se irguió sobre su hermano— No estoy dudando. Sé que es cierto. Todos son perfectamente capaces de esto, pero...
—Creí que necesitabas saberlo —alcanzó a decir el chico—. A pesar de que los Greengrass se interesaron, fue nuestra familia quien lo hizo.
Sirius negó con la cabeza al oír aquellas palabras, que eran la culminación del recelo que Serena siempre había sentido por él. La sentencia final, el desenlace inevitable.
—Claro, por supuesto —emitió una risa ronca—. Me imagino que te morías por decírmelo.
Regulus se hizo pequeño ante su furia. Habían dos tipos de mortífagos. Los patéticos, magos ignorados que se unían a Voldemort con la esperanza de obtener algún tipo de gloria o reconocimiento, que jamás podrían alcanzar en sus miserables vidas comunes, escondiéndose detrás de otras faldas. Y los sociópatas, aquellos cuya sed de tortura y sangre se veía satisfecha a expensas de un líder dispuesto a darles rienda suelta como a sabuesos de caza; con tal de que cumpliesen sus deseos.
Su hermano pertenecía al primer grupo, por supuesto, al igual que el idiota de Snape y el imbécil de Malfoy.
— ¿Hubieras preferido no saber?
Sí. Porque ahora he de ser yo el que se lo diga a Priscilla.
—Sólo... Déjalo así —Sirius recogió su bolso y se lo colgó al hombro—. Déjame en paz, y a mi novia también.
Ni siquiera quiso volver a mirarlo. Había tomado su decisión mucho tiempo atrás, y esta implicaba dejar atrás a toda su familia tóxica, en pos de proteger su nueva vida, y a las personas que quería. Aparentemente, no había funcionado.
*****
Sirius se saltó la cena del domingo, y en cambio tomó asiento en las escaleras del vestíbulo a partir de las seis. El acuerdo con las amigas de Priscilla es que él iba a recibirla, y luego, si ella deseaba hablar, lo haría cuando llegase a su habitación. Por más que las quisieran, Sirius era la persona más cercana a Priscilla, y por ende, quien debía estar para ella en esa situación.
Él tampoco hubiese permitido que las cosas fueran de otra manera. Era su novia la que sufría, su mejor amiga, la chica que amaba. Y con lo dicho por su hermano... Tenía el deber de estar con ella.
Eran pasadas las ocho cuando vio a Priscilla recorrer el camino que seguía las rejas negras, con solo una mochila como equipaje. Sirius se puso en pie, y aunque alcanzó a bajar los escalones de la entrada, no logró avanzar más. Congelado, esperó que ella terminase de recorrer la distancia que los separaba. Se había transformado en una chica distinta a la que había besado sin cesar días atrás, protegidos tras las cortinas de su cama. Llevaba el cabello sujeto en una cola tan antigua que ya estaba despeinada, y las mejillas hundidas delataban su falta de comida.
Lo miró con unos ojos cansados, derrotados tras dos días de sufrimiento y tragedia. Ninguno fue capaz de decir nada. Ella dejó escapar un suspiro derrotado, y él abrió los brazos para recibirla. La envolvió con firmeza, sosteniendo su nuca con una mano y su espalda con la otra. Priscilla no hizo esfuerzo alguno, solo se dejó caer contra él y escondió el rostro en el arco de su cuello. La sintió temblar, tal vez conteniendo el llanto, y fortaleció su agarre.
El cabello de Priscilla cosquilleaba contra su mejilla, expidiendo un olor a jabón y algo más que solo le pertenecía a ella. A la chica de corazón implacable y nervios volátiles, de besos apasionados y caricias sinceras ¿Por qué ella, de todas las personas, era elegida para sufrir de tal manera? ¿Y por qué, de todas las opciones, se había enamorado del causante de ese sufrimiento?
Sirius sabía que ella no era tan impulsiva como para odiarlo tras conocer la noticia. Él no había planeado nada, ni tenía conocimiento del ataque antes de su perpetuación. Aún así... Su familia lo había hecho para enviar un mensaje, para vengarse, y de esa manera, Sirius no podía desligarse del todo del asunto. Estaba implicado, y Priscilla sí que podía resentirlo por eso. Colocar toda su rabia y frustración ante la injusta tragedia en el blanco más fácil.
Era ridículo, haberse esforzado tanto para hacer las cosas bien, para procurar en su relación honestidad y confianza, para dejar atrás el error que había cometido cuando apenas iniciaban... Para que ahora se encontraste en una encrucijada así por decisión de alguien más.
La apretó un poco más, olió nuevamente su cabello, y se concentró en la calidez de su pequeño cuerpo. Si estaba en sus manos la responsabilidad de poner fin a las cosas... Podría hacerlo al día siguiente. En ese momento, solo deseaba sostenerla contra sí, y fingir que tenían todo el tiempo del mundo, que su vida era una normal y que con la suficiente paciencia, saldrían adelante.
*****
Transcurrieron las dos semanas de los exámenes. Resultó sobrehumano, casi extraterrestre, la manera en que Priscilla fue capaz de mantenerse en una sola pieza durante esos catorce días. Más aún, tomando en cuenta que dejó de ir con sus amigas a estudiar y rechazó cada insinuación que le hizo Sirius sobre repasar sus notas. Lily estaba preocupada, pero Sirius sabía que, al igual que siempre, iba a aprobarlo todo con creces. Solo que esta vez, de acuerdo con las circunstancias, había decidido dejar de dar atención a asuntos irrelevantes, como repasar mil veces un contenido que ya sabía.
Más bien, había dejado de dar atención en general.
Intentar hablar con Priscilla era como hacerlo con un fantasma. Miraba sin ver, contestaba con desgana y nunca tomaba la primera palabra. Alice y Marlene la obligaban a tomar el sol un par de horas a lo largo del día, y Mary dormía con ella cuando no se quedaba con Sirius, acariciando su cabello y velando su sueño. Priscilla no planeaba echarse a morir, pero era su falta de petición de ayuda lo que empujó a sus amigos a actual de tal manera. Sintiéndose inútiles, fingir que estaban haciendo un esfuerzo positivo en su vida los animaba.
Con Sirius era distinto, pero complicado. Al acostarse juntos, el chico debía abrazarla un rato, murmurar un par de cosas, antes de conseguir que hablase y diera rienda suelta a sus pensamientos. Hablaban sin parar, sobre cualquier cosa, desde lo lindo del verano hasta el feo cabello de la examinadora del Ministerio. Aunque Priscilla no daba muestras de estar inquieta, para Sirius se sentía como caminar sobre la cuerda floja, o sostener entre los dedos un cristal a punto de romperse. Le daba miedo decir algo incorrecto, o traer el nombre de alguno a colación, o que se le fuera a escapar lo que sabía...
Vivía en un estado de alerta constante. Había decidido no decir nada para que Priscilla pudiera concentrarse en los exámenes sin más distracciones, y luego pensó que, siendo él su mejor amigo y la persona con la que más hablaba... No le haría bien enfadarse en un momento así. Necesitaba todo el apoyo posible, sentirse rodeada de aquellos que la amaban ¿Cierto?
Comenzaba a quedarse sin excusas.
El lunes después que terminaron los exámenes, ella propuso ir a sentarse un rato al borde del lago. Recogieron unos trozos de tarta y pavo del almuerzo, y guardaron algo de jugo en una cantimplora. Sirius la rodeó con un brazo al salir del Gran Salón. La gente solía quedarse viendo a Priscilla con pena, como pensando "pobre niña huérfana", y a pesar de no decir nada, ella lo notaba.
Sirius dejó la comida y sus mochilas bajo uno de lo árboles del jardín, y luego fue a unirse a su novia a las orillas del lago, quitándose los zapatos y las medias en el camino. Se subió un poco el borde de los pantalones para evitar mojarse, y sumergió los dedos en el agua fría. Era una sensación agradable, en contraste con el sol implacable de junio, y avanzó hasta tener el agua por los tobillos. Quedó un poco por detrás de Priscilla, viéndola de perfil. El viento jugaba con su cabello, y ella observaba en silencio la superficie del lago, que se extendía por gran parte del terreno y tocaba, en la otra punta, la estación de Hogsmeade.
— ¿Recuerdas cuando llegamos en primer año? —Preguntó con voz ronca— Vinimos por ahí.
— ¿Cómo olvidarlo? —Sirius sonrió— Quería nadar aquí, pero me daba mucho miedo el calamar.
—Yo igual. luego descubrí que se preocupa por los estudiantes.
—Vale ¿Te lo dijo cuando tomaste té con él?
Por increíble que pareciera, una pequeña risa brotó de sus labios. Débil, como si le doliera mover los labios, pero ahí estaba.
—He estado pensando...
—Acabamos de terminar los exámenes, Floyd. Es un buen momento para dejar de pensar —bromeó, pero esta vez no provocó risa alguna.
—Quisiera que dejaseis de tratarme como si fuera de porcelana y pudiera romperme en cualquier momento —dijo tranquilamente, volviéndose para mirarlo. Estaba en calma, preciosa, inalcanzable.
Sirius ladeó la cabeza.
—Tal vez deberías dejar de actuar como si así fuera.
— ¿A qué te refieres? —ella arrugó la nariz.
Dio un paso al frente, tomando aire.
—Apenas y has hablado estos días. Todos estamos preocupados por ti —dijo Sirius—. No has llorado, ni gritado, ni perdido los nervios. Supongo que estamos esperando a que suceda, y no me malinterpretes. Queremos estar allí para ti, si nos necesitas.
—Tal vez no necesito llorar ni tener una crisis —replicó ella demasiado rápido para ser cierto—. Ya pasó.
—Por favor, Floyd —la miró sin agregar nada.
Ella tomó aire, y se removió en su lugar, buscando las palabras adecuadas.
—La razón por la que me fui sin decir nada es porque necesitaba espacio —confesó por fin, apartando la mirada—. Para enloquecer. Comenzando con el hecho de que estrellé un tercio de la vajilla contra la pared de la cocina, y luego continué con los retratos. Es una suerte que solo necesitara romper cristales, porque si hubiera roto las fotografías, estuviera llorando de arrepentimiento ahora —la voz se le fue haciendo pequeña, invadida por las emociones— ¡Ah, casi lo olvidaba! Luego estuve a punto de romper el tocadiscos de mi padre, porque me dolía demasiado mirarlo, y mi abuela tuvo que atarme a una silla.
— ¿Qué Serena te ató?
—Apenas puedo recordar la mitad de las groserías que le dije —dijo tocándose la frente—. Insulté a una mujer que acababa de perder a su hijo y a su nuera, que tenía que lidiar no con uno, sino dos entierros... Y luego lloré hasta que mis ojos estuvieron tan hinchados que requerí un hechizo para poderlos abrir —intentaba ser cínica, pero el dolor en su voz era demasiado real. Se volvió nuevamente hacia Sirius, apenas logrando contener las lágrimas—. Después de eso, me sentí como la peor basura del mundo.
—Estoy seguro de que Serena sabe que no lo decías en serio —se apresuró a decir Sirius.
— ¿Acaso importa? En ese momento, todo lo que quería era lastimarla... —se encogió de hombros— No quiero haceros lo mismo, no quiero desquitarme con ustedes... No quiero que terminen odiándome.
—Serena no te odia —dijo con suavidad, caminando hasta ella. Tuvo que inclinar el rostro para seguir mirándola.
— ¿Te lo dijo en la correspondencia secreta que mantienen? —dijo sin molestia alguna.
Sirius suspiró.
—Hablamos porque ella necesita saber cómo estas. Y yo creo que puedo ayudarlas con eso —confesó, alzando una mano—. Te ayudaré con lo que necesites, Floyd. Si necesitas desquitarte, gritar... No hay manera que en pueda odiarte.
Le rozó los dedos con la mejilla, causando un escalofrío en ambos. La acarició con cuidado y vehemencia. Priscilla se refugió en el toque por instinto, trayendo un ligero rubor a sus mejillas. Era casi vergonzoso lo mucho que lo necesitaba, lo segura que podía sentirse al tenerlo a su lado.
—Dime que no estás pensando en suspender tu viaje —murmuró.
— ¿Qué? —A Sirius la declaración lo tomó desprevenido.
—Tu viaje de verano por el mundo —le recordó Priscilla.
—No creo que sea el momento...
—Dime que no vas a suspenderlo para cuidar de mí. —Ella tomó su mano entre las propias y se las llevó a los labios— Sabes que me mudaré con Marlene, Elizabeth y Mary. Mi abuela no me dejará sola. Tendré las suficientes personas para cuidar de mí.
—No es sobre cuántas personas estarán cuidándote, Priscilla —dijo él—. Soy tu novio, y quiero estar aquí para ti. Así sea para acompañarte en silencio.. —se le cortó la voz de repente.
Priscilla lo observó un segundo, sin entender lo que sucedía. Se sentía desconectada de la realidad, y de las emociones en general. Era el mecanismo de defensa que había ideado su mente para prevenir situaciones como saltar al fondo del lago negro, o romper el mobiliario de su hogar. Evitando la ola de dolor inmanejable, también evitaba cosas más sencillas. Esperaba que, con el tiempo, las sensaciones fueran volviendo a ella, así fuera poco a poco, y ser capaz de controlarlaa. Pero era tan fuerte aquella indiferencia que le preocupaba cuánto podría tardar en irse.
—Sé que me amas, y no te daría pase libre si me sintiera incómoda con la idea —le aseguró Priscilla—. Pero me sentiré mejor si supiera que estás cumpliendo tu sueño, que harás lo que te haga feliz. Me daría una motivación para hacer lo mismo yo —dijo lo último con esfuerzo, arrancando las palabras de su pecho. Pensar en un futuro que sus padres no verían se sentía incorrecto, traicionero. Erróneo.
Sirius movió la cabeza de manera casi imperceptible, sobrecogido por el miedo que sentía en ese momento.
—Ahórrate cualquier cursilería de que tu sueño soy yo —agregó Priscilla, dejando escapar par de lágrimas.
No era eso lo que Sirius iba a hacer. Viéndola sincerarse, a pesar del dolor que esto le causaba, debía ser una especie de palanca para lo que a él le tocaba hacer. Lo que llevaba días reteniendo en la punta de la lengua, demasiado asustado de que cuando lo soltase, no hubiera vuelta atrás en su relación. Tal vez no sería el fin... Pero abriría un grieta entre los dos, un pequeño lugar por donde el rencor y otros sentimientos indeseados iban a filtrarse sin que ninguno pudiera detenerlo.
Y Sirius no quería ser quien lo hiciera.
Díselo, Black. Es el momento perfecto. Si no lo haces ahora, nunca tendrás el valor para poner el tema sobre la mesa. Ella nunca te lo perdonará si lo descubre.
—Es que me da miedo perderte —confesó, más para sí mismo. Sintió que se le escapaban las palabras.
—Oh, Sirius...
Sintió que le envolvía el cuello con los brazos, y pronto estaban fundidos en un abrazo firme. Ambos necesitaban del otro para sostenerte en aquel momento, y eso hicieron, al compás de sus corazones que latían con fuerza, como si quisieran reunirse con el otro. La brisa continuó jugando con sus cabellos, con el borde de la falta y el cuello de las camisas; el mundo siguió su curso alrededor de ambos jóvenes. Sirius lo supo. No podía ser el que pusiera fin a aquel sentimiento; no tenía las agallas.
****
holaaa!
espero se encuentren bien y hayan disfrutado el capítulo :), a pesar de todo lo que está sucediendo, je
cómo siempre, me encantaría leer sus opiniones y cualquier recomendación que tengan
este ha de ser el capítulo que más rápido he escrito, después de iniciado no me pude detener. ya dije que estamos cerca del final y es una emoción agridulce :)
por cierto, noté que no he dedicado capítulos y si desean alguno en específico, pueden dejar un comentario aquí
me voy con la esperanza de que no ignoren mis preguntas, de nuevo xD
09/08/2022;
nos leemos pronto
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