Capítulo 43. Una noticia inevitable.
Un año después.
La noticia de que Sirius Black salía con Priscilla Floyd dio pie a numerosos chismorreos en el colegio, tanto en chicos como en chicas.
Fue lógico que se difundiera tan rápido, tomando en cuenta que se habían besado frente a todo el colegio, y luego siguieron haciéndolo durante la pequeña fiesta de celebración en la Sala Común. Priscilla no recordaba haberse sentido así de feliz en mucho, mucho tiempo, como si todo fuera correcto y en su pecho tuviese una burbuja de éxtasis que no hacía más que crecer. No le importaba lo que los demás pudieran decir, cuando sus amigos estaban tan felices por ellos. Los molestaron un rato, con cariños, haciendo la típica broma de que "ya era tiempo" y que todos lo esperaban.
Su relación apenas sufrió cambios después de eso. A excepción de que se susurraban cosas cuando creían que nadie los veía, y de que se escabullían a cada rato libre para estar solos. Seguían estudiando juntos, y si uno respondía bien una pregunta, el otro se quitaba una prenda de ropa. Era un juego divertido. Eran unos días felices.
El chisme hubiera corrido por un lado mucho más escandalizado, de no ser porque Roger también se dejó ver con alguien más un par de días después; y así todos supieron que tanto él como Priscilla habían seguido su camino. Sin fecha, ni detalles, como ambos querían. Sin dramas.
La familia de Priscilla reaccionó con mucho gusto. Aunque Priscilla solía visitarlo para tener más privacidad, Sirius fue a cenar un par de veces durante el verano, los acompañó a la playa, y recibió de Serena un trato que no le habían visto antes con ninguna otra persona. Solían diferir respecto a la guerra, y evitaban tocar ese tema; pero ambos tenían una habilidad para comentarios tan cínicos que hacían reír al otro.
Dos semanas antes de volver a clase, regresaron al campamento de los McKinnon, esta vez junto a muchos más chicos de su edad. La situación siempre podía ponerse peor, los desastres continuaban asolando Inglaterra y los del Ministerio ya no hallaban cómo gestionar tantas quejas, accidentes y desapariciones. Poco a poco, fueron aumentando el rango de jurisdicción de los aurores, y las posiciones del jefe del Departamento de Seguridad, Barty Crouch, casi se igualaron con la del primer ministro, que sólo sabía colocar dementores en un Azkaban que los aurores llenaban a duras penas de mortífagos.
Volver al colegio para su séptimo y último año en Hogwarts fue una montaña rusa de emociones. Afuera la cosa era fea, pero el colegio exedía el mismo aire seguro. Alice se la pasaba todo el tiempo escribiendo cartas para Frank, al igual que Marlene con Aoi y Mary con Elizabeth. Las tres temían que algo malo pudiese sucederles fuera de los terrenos seguros de Hogwarts. Priscilla no deseaba dejar de lado a sus mejores amigas durante tiempos difíciles, así que hubo de quitarle a Sirius el tiempo extra que pasaban como consecuencia de la ecuación novio + mejor amigo, y dejarlo solo en novio. Entre la última ronda de clases, las fiestas de Club de Eminencias y las noticias devastadoras de la guerra, la vida escolar fue aún más movida que antes.
Lo de Lily y James fue todo lo que esperaban que fuera. Predecible, romántico, satisfactorio. Ambos fueron electos Premio Anual, e incluso sin esa cantidad de tiempo que tuvieron que pasar juntos, habían encontrado la manera para terminar igual. Junto y enamorados.
*****
—No he estudiado nada.
Sirius detuvo la sucesión de besos que se hallaba dejando en el cuello de Priscilla, para echarse hacia atrás y mirarla. Recostada sobre la cama, el cabello se le había movido alrededor de las almohadas. Tenía las mejillas sonrojadas y los ojos muy brillantes.
— ¿Por qué hablas sobre eso? —preguntó dolido— Estoy haciendo algo mal si piensas en esas cosas mientras...
Ella alzó las manos y le delineó el rostro con los dedos, haciéndole cerrar la boca, su corazón acelerado. No dejaba de darle un poco de nervios que pudiesen abrir las cortinas de repentes y hallarlos en aquella situación, con la ropa interior y el cuerpo lleno de marcas.
—No es eso.
Cansado por la posición, Sirius se echó hacia un lado y cayó sobre las sábanas con un jadeo. Ella enredó las piernas con las suyas, girando el rostro para poder apreciarlo.
—Lo sé —dijo—. Pero todo saldrá bien.
— ¿Tú dices? —dijo angustiada
Sirius empezó a dibujar figuras sobre la piel desnuda de su muslo, con dedicación.
—No todo en la vida son exámenes, Floyd. Tienes que enfocarte más en tus otras habilidades; lo del estudio está más que dominado —convino—. Si dejas a tus pacientes a mitad de un tratamiento agradable como acabas de hacer conmigo, no estarán felices.
La broma consiguió sacarle una sonrisa, aunque mínima.
—Tienes razón, lo siento —suspiró ella—. La espera no me deja pensar en nada más.
— ¿Aún no te responden?
—No —bufó—. Si no me llega mañana, perderé toda esperanza.
—Los de San Mungo se lo pierden ¿Quién no querría darle órdenes a una pasante tan linda como tú?
Se removió, buscando entre ellos la sábana para cubrirse.
—Lo haces sonar terrible. Al menos podré estar cerca de donde sucede la magia. En unos años, seré yo haciendo la magia.
— ¿Sabes que esa expresión deja de tener sentido cuando los médicos sí que usan magia?
Priscilla frotó la nariz contra su hombro.
—Estás intentando hacerme sentir mejor.
—No quiero que te preocupes de mas —corrigió Sirius.
— ¿Qué hay de ti? —ella mejoró el tono— ¿Algún plan para el verano? Además de continuar descubriendo pubs londinenses.
Sirius soltó una carcajada, y las caricias se elevaron hasta el interior de sus muslos con fingida naturalidad. Ella respiró hondo.
—Estaba pensando... —se aclaró la garganta— En hacer un pequeño viaje por Europa. Durante un par de meses, ya que no hay fecha de regreso. Algo así como mochilero.
—Suena increíble —se alegró ella—. Tienes que mandarme postales de a donde vayas.
— ¿Segura? —a Sirius le tembló la voz.
—Sí. Pero escribe algo bonito por detrás, o de otra manera no tendrán valor sentimental —se detuvo— ¿Por qué esa cara?
Sirius titubeó.
—Creí, no sé, que te incomodaria la idea de yo recorriendo el mundo. Sin ti.
Priscilla lo consideró durante unos segundos.
—Bueno, es obvio que en algún punto me gustaría recorrerlo contigo —aclaró Sirius—. Solo que ahora que no tengo a mis padres encima... Quiero ver cómo son las cosas. Por mi cuenta.
—Eso no me preocupa —aseguró ella.
— ¿Ni un poco? ¿Qué pasa si conozco a una francesa y...?
— ¿Estás intentando darme celos?
— ¿Y tú te estás riendo? —Sirius se giró hacia ella, su ceño fruncido— Soy atractivo ¿Oíste? Arrebatador. Y tengo el acento.
Priscilla se aguantó la risa por respeto.
—Si sientes la mitad de lo que yo por ti, no podrás mirar a nadie más —le confió en voz baja.
El rostro de Sirius se ablandó.
—Estas torciendo la situación —dijo sin quitarle la vista de los labios.
Ella se deleitó con la visión del chico sin camisa, despeinado y de labios hinchados. Cómo lo quería. Adoraba pasar el tiempo con Sirius más que con cualquier otra persona en el mundo entero. Lo amaba, y por eso, porque estaba tan segura de su vínculo, aquello no le parecía ningún tipo de obstáculo. No cuando conocía tan bien su naturaleza libre, su eterno deseo de vivir lo desconocido. Entre más pudiera conocer, más se volvería él mismo.
—Bueno, yo ya había hecho planes sin ti... No tendré casi tiempo para extrañarte.
—Eso me hace sentir mucho mejor.
—Será interesante hacer cosas que nos gusten por separado —insistió la pelinegra—. Estaremos más felices al vernos.
Compartieron una sonrisa cómplice, y el tratamiento agradable fue reanudado.
*****
Esta época previa a los exámenes no estuvo tan llena de angustia como las anteriores. Nada de colapsos nerviosos ni llantos a las tres de la madrugada. Por eso, Priscilla estuvo muy sorprendida cuando la profesora McGonagall la llamó a su despacho. No había fallado a ningún profesor, ni cometido infracciones en áreas escolares; y aunque se escapaba -muy seguido- a la habitación de Sirius durante las noches, podría jurar estar siendo mucho más discreta.
Era ya de noche y todos estaban en la cena, por lo que los pasillos estaban desiertos. Esperó que la profesora hablase rápido, fuera castigo o no, porque no deseaba perderse la cena y el delicioso pollo a la naranja que servirían. Aunque era verano, en las noches refrescaba y no había mejor sensación que acostarse en una cama calentita tras una cena a la altura del Gran Comedor. No le quedaban muchas noches como esa. Y tenía una noticia importante que darle a todos sus amigos.
Priscilla tocó un par de veces y esperó a escuchar permiso. Al adentrarse en la oficina, descubrió a la profesora junto a la ventana cerrada. La chimenea crepitaba y olía a galletas recién horneadas.
—Buenas noches, profesora —saludó con afabilidad— ¿Cómo se encuentra?
—Compuesta, como siempre —respondió McGonagall sin girarse a verla— ¿Quieres tomar asiento?
— ¿Está todo bien? —frunció el ceño— Me extrañó su llamado. Ya sabe que no estoy vendiendo tareas ilegales, y si necesita un favor, siempre podemos dejarlo para mañana. La cena...
—Será mejor que te sientes, Floyd —replicó, un poco más tensa.
Priscilla cuadró los hombros, más alerta ante la situación. Su apetito se redujo.
— ¿Está todo bien, profesora? Me está preocupando.
McGonagall se giró a verla. Era una mujer hecha y derecha, y siempre tenía la serenidad suficiente para enfrentarse a cualquier situación; esa vez no fue distinto. Tenía la tragedia graba en el rostro.
Priscilla lo entendió lentamente e intentó retroceder un paso, chocando con la puerta. Se le clavó el pomo en la cadera. Se visualizó a sí misma abriendo la puerta para salir corriendo de allí, y escapar de la noticia que estaba a punto de caer sobre ella y destruir la vida como la conocía.
—Ha habido un accidente de automóvil, Floyd...
—No.
—Tus padres...
— ¡No! —el grito le desgarró la garganta.
La profesora no se inmutó.
—Tus padres fallecieron en el acto, Priscilla. Iban viajando por la carretera hacia Manchester y un conductor se salió del camino. No se pudo hacer nada —tomó aire como si le costase pronunciar aquellas palabras— En verdad lo siento muchísimo.
El mundo empezó a terminar en ese momento. Era un lugar egoísta y lleno de miseria, cuyas paredes comenzaron a cerrarse sobre Priscilla. Sintió un dolor demoledor que le atravesaba el cuerpo, que la doblaba en dos. Se llevó las manos a los ojos, y presionándolos con fuerza, dejó escapar un grito demoledor que la empujó de rodillas contra el suelo. El sonido rebotó contra las paredes y volvió hacia ella como dagas que le perforaron la piel y desgarraron su pecho.
Fue lo único que dijo, y resultó ser suficiente. Una sola ronda era suficiente para asentar la noticia en lo más hondo de su ser. La chica se encogió sobre sí misma, como si quisiera imponerse el sentimiento de pequeñez y abandono desde el primer momento. Se hizo el silencio y transcurrieron los minutos como sentencias de cada nuevo momento como huérfana en el mundo.
Ni siquiera pudo ponerse en pie, pero de alguna manera logró encontrar su voz.
— ¿Mi abuela?
—No estaba con ellos al momento del accidente. Se encuentra a salvo. Hemos estado en contacto desde las seis. Vendrá a recogerte por mañana —se apresuró a decir McGonagall—. Entiendo la magnitud de tu perdida, Floyd, y no quiero que te ocupes por nada más que lo necesario.
— ¿A qué se refiere? —Priscilla elevó el rostro, desprovisto de vida.
—Bueno... no tienes que presentarte la semana próxima, por supuesto. Siempre has sido una alumna ejemplar. Moveremos tus exámenes unas semanas...
—No —negó con una voz que no parecía suya—. Estaré aquí el lunes a primera hora.
—Floyd, son solo dos días. Necesitarás descanso.
—No, profesora —repitió con más dureza, apretando la mandíbula con fuerza—. No me envíe a una casa donde mis padres ya no estarán, porque yo... —se le quebró la voz—. No me quite lo único que me hará mantener la cordura.
McGonagall inclinó la cabeza. Agradecía que la chica no estuviera viéndola, porque no podía ocultar la pena que sentía por ella. La compasión. Era una muchacha fuerte, y estaba rodeada de buenos amigos que se preocuparían por cuidarla bien, pero aún así... Ningún joven debería vivir una tragedia de esa magnitud. A la profesora le rompía el corazón ver a sus alumnos, quien hasta hace un par de años no le llegaban al hombro en altura, tener que enfrentarse a situaciones así una y otra vez, sin ninguna esperanza de que fueran a detenerse pronto.
De que alguna vez se acabaría la tragedia.
—Vale —su voz fue suave— ¿Quieres que llame a alguien para ti? Tal vez Evans, o...
Priscilla negó con la cabeza, y comenzó a ponerse en pie. Era como tener el cuerpo congelado, porque no podía sentir nada. Estaba muerta por dentro.
—Hasta mañana —y sin esperar respuesta, salió del despacho.
Hogwarts parecía un lugar distinto mientras recorría los pasillos. Las luces brillaban demasiado, y la calidez de las estufas era demasiado intensa, casi sofocante. Olía a canela y madera, pero era una esencia sin propósito ni gusto. Pronto sintió ganas de vomitar. Fue apresurando el paso, y en tanto su mente se llenaba con pensamientos fugaces y atronadores como relámpagos, se encontró corriendo en busca de una manera de salir del castillo.
Accidente. Muertos. Instantáneo.
Al llegar al vestíbulo, escuchó las risas y voces provenientes del Gran Comedor, percibió el olor a comida y la calidez de las velas flotantes. Aquello solo aumentó sus deseos de alejarse de allí, de seguir corriendo hasta terminar en un lugar que nadie conociera. Las puertas ya estaban cerradas por la hora, pero a Priscilla no le importó. Se dirigió a una de las ventanas sin cristal, y apoyando ambas manos en el alféizar para tomar impulso, saltó hacia el otro lado.
Recibió con gusto el dolor de la caída, y la mezcla de tierra y césped que la abrazó con dureza. Pronto se levantó y continuó corriendo, rodeando el castillo sin saber a dónde se dirigía. Le palpitaba la cabeza y el pecho comenzaba a quemarle en busca de aire. No porque no estuviera acostumbrado a la actividad física, sino que aquella túnica y los zapatos de clases no estaban incluidos en la rutina. Le ardían los pies y el sudor comenzó a mezclarse con las lágrimas que poco a poco fueron escapando de sus ojos, como un grifo que lleva mucho tiempo sin abrirse.
El destello de la luna sobre la superficie del agua fue lo que delató su destino. Priscilla lo recibió con gusto, como un esperado final, y caminó hasta que tuvo los muslos empapados. De un salto se sumergió. Fue un contraste agradable, el frío del agua contra su piel transpirada. Por un momento, todos sus pensamientos desaparecieron, llevado¿lols por la masa líquida que la cubría de pies a cabeza. Claro que, en lo que se acostumbró a la sensación, volvieron a fluir.
Muertos. Huérfana. Para siempre.
¿Había un escenario más terrible que ese? Durante más de un año había procurado la seguridad de sus padres, estableciendo junto a su abuela cada defensa posible para la casa, diciéndoles a ellos los protocolos a seguir cuando hablasen con nuevas personas. Un accidente... Un automóvil. Era ridículo, e impensable. Priscilla se dio cuenta, cuando emergió a la superficie, que no terminaba de creérselo. Le pareció que en cualquier momento Lily la despertaría para ir a clases, y en el Comedor recibiría sin falta la carta de sus padres.
Pero de alguna manera...
De algún modo, el universo se las arregló para arrebatárselos a los dos, al mismo tiempo. Como si no fuera lo bastante ridículo que nunca fueran a verla graduarse, ejerciendo su carrera, formando una familia... Como si no fuera lo bastante desgarrador nunca poder ver crecer las canas en el cabello de ambos, o apreciar las arrugas en sus manos.
Volvió a sumergirse, sintiendo una presión en el estómago. Bajo el agua, sus pensamientos dejaban de atropellarse durante un momento. Tal vez, si se quedaba abajo lo suficiente, podría dejar de pensar en lo absoluto. Solo por unos minutos de silencioso sufrimiento, su mente pararía de reproducir una y otra vez aquellas ideas e imágenes falsas; de lo sucedido, de cómo pudo suceder...
De pronto fue empujada fuera del agua. Más bien, algo que se había envuelto en su torso estaba tirando de ella por los aires, y se vio elevadas decenas de metros por encima del lago, a mitad de la noche, con algo negro moviéndose bajo ella. Un segundo grito de horror se construyó en su garganta, pero esta vez no llegó a dejarlo salir. Bajo la superficie, ya de por sí oscura, vio la silueta del calamar gigante. Su tentáculo salía del agua y era la presión que había sentido antes, sosteniéndola por la cintura.
Priscilla creyó que él la observaba, al menos durante un par de segundo. El tentáculo trazó un arco a través de lago, y la depositó en la orilla con toda la delicadeza que un calamar gigante podía tener. Empapada y en pleno aire libre, comenzó a sentir que el frío le calaba los huesos.
— ¡Niña, niña!
Se puso en pie con rapidez. Por la orilla del lago se acercaba corriendo el guardabosques del colegio, la farola en una mano.
— ¿Has perdido la cabeza? ¡Nadar en el lago a estar horas! —Hagrid se detuvo frente a ella, su tono de voz semigigante más imponente que de costumbre.
—Y-yo... —castañeó. En parte por el frío, en parte porque aún estaba saliendo de su trance. La ropa le escurría a chorros.
— ¿Priscilla? —colocó la luz sobre ellos— Vaya, niña... ¿McGonagall habló contigo?
Incapaz de articular una afirmación, movió la cabeza.
—Cuánto lo siento, niña —dijo—. Es casi imposible aprender a vivir sin ellos a esta edad. Como caerse del barco a mitad de la tormenta.
Qué gran consuelo.
—Aunque puedo asegurarte —agregó subiendo el tono— que no vas a aprender nada siendo comida por el calamar gigante.
—No creo que al calamar le guste la carne humana —terció Priscilla, apretando los puños.
— ¿Y qué pretendías?
—Nadar un poco —se encogió de hombros—. Pensar en otra cosa.
Hagrid contuvo un suspiro. No había manera de razonar en aquella muchacha.
—Vale ¿por qué no vas a pensar a tu Sala Común? —viéndola dudar, agregó:— Si has de despertar mañana temprano.
Priscilla asintió lentamente. En realidad, no terminaba de sentirse allí, ni acá. Cuando trazó el camino hacia el castillo, le pareció que estaba en piloto automático hasta que su verdadero yo pudiera enfrentar la magnitud de su situación.
*****
Aunque se había pasado la cena y la hora de dormir, Priscilla caminó con tranquilidad por los pasillos. No le importaba si rompía el toque de queda, y aunque se topó con el señor Filch, este la dejó pasar con un gruñido. Al menos por esa noche, entonces, tenía pase libre de niña huérfana.
Con un encantamiento de aire caliente, fue secando sus ropas en lo que iba hasta la Sala Común. Por algún motivo, no llegó a cruzarse con nadie más, ni el entrada del retrato, ni dentro de la Torre, cuando tomó asiento frente a la chimenea para tomar calor. Era como si el resto de la población hubiese desaparecido, o estuviesen de acuerdo en dejarla en paz, aunque fuese un rato, para permitirle iniciar su duelo en silencio y paz.
Las primeras lágrimas brotaron, iluminadas por el fuego que crepitaba lentamente. Eran unas gotas amargas y rebeldes que bajaron por sus mejillas en silencio. Priscilla las aceptó como algo inevitable, pero incapaz de echarse a llorar, se halló mordiéndose la mejilla con fuerza; el rostro contraído en una mueca de dolor. No era capaz de sucumbir a él, de dejarse llevar por la desgracia y terminar de convertirse en lo que ya estaba a medio camino de ser: una huérfana miserable, lastimera y patética.
Estaba tan sumergido en aquel espiral de sensaciones ácidas y ensordecedora negación, que casi no notó los pasos aproximándose a su espalda. El llanto se detuvo de inmediato, y el fuego no tardó demasiado en secarle las mejillas y dejarlas pegajosas.
— ¿Floyd?
Sirius le colocó la mano en el hombro, y ayudándose con el brazo, tiró de ella hacia atrás en el suelo.
—Estás demasiado cerca del fuego, nena —dijo con dulzura, tomando asiento a su lado— ¿Tienes frío?
Ella pensó haber perdido la voz por un instante. Continúo mirando las llamas.
—Un poco. Tomé una ducha hace rato —dijo en voz baja y enroquecida.
—Vale... —Sirius rio— ¿Cómo te fue?
— ¿De qué hablas?
Sirius alzó una mano y comenzó a moverle los mechones de cabello, aún húmedo, fuera del rostro.
—En la biblioteca, por supuesto —dijo—. Evans se preocupó porque no fuiste a la cena, pero le dije que necesitabas un tiempo a solas. Ya sabes, para despejarte de todo y concentrarte en tus cosas.
Los labios de la chica se curvaron— Así era.
—Lo sé. Por eso yo soy tu novio, y no ella —sonrió él, mirándola con adoración— ¿Qué pasa, mi amor? ¿Por qué te ves tan distraída?
Ella sintió un retorcijón en el pecho, y se le escapó un suspiro tembloroso. Sirius la rodeó con un brazo para atraerla hacia sí y apoyarla en su pecho, buscando ayudarle con calor y cariño. Olía a sudor y tierra, y se preguntó qué clase de baño habría estado tomando.
— ¿Es por nuestra conversación del otro día? —apoyó la mejilla contra su cabello— Sé que para ti es importante estudiar, y no pretendía minimizarlo. Respecto a lo de San Mungo, estoy seguro...
—Ya me han respondido —intervino Priscilla con la misma voz baja y cansada—. Dicen que no les hace falta ver mis últimas notas y que el puesto de interna es mío. Serán un par de años de servir café y rellenar formularios...
—Es increíble. Felicidades —la abrazó con más fuerza—. Te lo mereces.
Sí, pero ¿de qué me sirve ahora?
Esa era la noticia que planeaba dar durante la cena. Ya había escrito una carta a sus padres y aunque la verían la mañana siguiente, técnicamente era como contárselos primero, porque eran su familia. Los primeros en alegrarse por ella, en alentarla a seguir luchando...
— ¿Estás feliz?
Contuvo la respiración. Priscilla se imaginó abriendo la boca y diciendo la verdad. Pronunciado aquellas palabras devastadoras. Dando una noticia que ni ella misma terminaba de creerse. Tal vez podría ceder a la desesperación y los sollozos, a tirarse de los cabellos y gritar por todo el lugar sobre lo injusta que era la vida, sobre el dolor que sentía atravesando su pecho como una espada. Era lo esperado ¿No? En vez de correr hacia el lago, debería haber entrado llorando al Comedor, buscando el consuelo de aquellos a quienes amaba.
No lo hizo. Tal vez porque aquellos a quienes más amaba estaban muertos. Y declararlo era el punto final, uno para el que no estaba lista y pasaría muchos meses sin estarlo. Se apretujó contra Sirius, buscando su calor. Era mucho mejor estar envuelta en sus brazos que por las frías aguas del lago negro.
—Claro que sí. Solo que... Toda esta etapa está terminando, y no es que no quiera, pero... —cerró los ojos—. Me da miedo.
—Ya veo —dijo él— ¿Quieres que subamos? Te pondré medias calientes y hablaremos.
Priscilla no se movió.
— ¿Puedes abrazarme por un rato? Quiero... Quedarme aquí.
Desaparecer aquí. Dejar de pensar aquí.
—Vale. Te abrazaré todo el rato que quieras.
Fue casi grotesca la manera en que se hizo el contraste. Sirius sonrió, su corazón extasiado por aquella combinación entre el cuerpo de Floyd entre sus brazos y la calidez que emanaba. Y ella hubo de morderse los labios para evitar hacer lo que su corazón pugnaba, al hallarse en un lugar tan seguro como los brazos de Sirius, que era echarse a llorar y olvidar por horas todas las demás cosas.
Felicidad y tristeza. Éxito y tragedia. Gozó y sufrimiento se unieron en una danza donde el primero desconocía la existencia del otro y el segundo se refugió en el contraste para evitar profundizar su tragedia.
*****
Eeeeeh, que apenas he terminado el capítulo pero ya deseaba mostraros. que tal? :( aún falta mucha información en la que ahondaremos durante los siguientes caps
03/08/22; 23:30
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