Capítulo 41. Tácito.
abrázame fuerte, ven corriendo a mí
Sirius decidió que era más apropiado tomarla por la muñeca al cabo de un rato. Priscilla, que intentaba seguirle el paso con premura, despejó su mente de las otras preocupaciones, para poder dedicarle toda su atención a la conversación que estaba por tener lugar ¿Iban a terminar por fin lo discutido en enero?
Salieron a los jardines, notando que no había ninguna nube en el cielo. Un dulce contraste en el final de la primavera. El sol, demasiado pálido debido a la hora, no resultó una molestia por el momento, así que caminaron bajó él hasta dejar atrás el castillo y sus oídos chismosos. A lo lejos, salía humo de la cabaña del guardabosques y sobrevolaban el bosque las primeras aves.
A ambos les costó un poco saber por dónde iniciar la conversación. La situación, aunque tensa, no era dramática como el momento después del ataque de Priscilla o del último beso, lleno de lágrimas, que habían compartido. Las palabras desesperadas parecían no tener lugar entre los dos, que hombro con hombro, pensaban en lo mucho que extrañaban poder estar junto al otro y sentirse normales. Entendiendo la normalidad entre ellos como el estado de conexión al que estaban acostumbrados, claro.
Decidió empezar por lo más simple.
— ¿Sigues sintiéndote culpable por haberme dejado atrás?
Sirius le soltó.
—Sorprendentemente, no —dijo—. Después de reflexionar, que es lo único que parezco hacer últimamente, llegué a la conclusión de que, la razón por la que no me aseguré de que estuvieras bien es porque confío en ti. Era lógico para mí... Sé que puedes cuidar de ti misma.
— ¿Puedo? Me tumbaron como un trapo.
—Bellatrix es una excepción. No puedes esperar que un niño de primer año conjure un Patronus ¿O sí?
Al menos tuvo que concederle eso. Después de todo, era una niña cuando Bellatrix Lestrange se graduó de Hogwarts. La mujer llevaba años siendo una mortífaga, practicando, torturando, asesinando... Priscilla ni siquiera había presentado los Éxtasis.
—Excepto que no soy una niña —repuso al cabo de un rato—. Debí...
—Por Merlín ¿Vas en serio? —Sirius puso los ojos en blanco— ¿Qué pasa si sale Quién-tú-sabes detrás de ese árbol y nos ataca? ¿Vas a pensar en lo que debes hacer?
—Quién-tú-sabes no está detrás de ese árbol —Entrecerró los ojos— ¿A dónde quieres ir?
—Honestamente, habría preferido un pasadizo oscuro donde pudiera arrinconarte, ver a través de tus ojos y...
— ¡Sirius!
Él le ofreció una sonrisa conciliadora y cedió.
—Es una cuestión de instintos y reflejos. Actúas conforme pasan las cosas. Si te detienes a considerar qué hacer, así sea por un solo segundo, se acabó.
Tiró de ella hacia la sombra de un haya. Tragando saliva, Priscilla se deshizo de su agarre. Notó cuán alejados estaban del castillo, y como los frondosos brazos del árbol ocultaban casi que todo lo que sucediera bajo él ¿Acaso estaban en una situación indecorosa? Después de todo, juntarse a leer en la biblioteca o en una de las mesas de la sala común era mucho más anticlimático y seguro. Todos al rededor hablaban, se interrumpía, y la pose de ambos era demasiado fingida... Aquí sólo estaban ellos dos. Más la brisa hacía crujir las ramas y aprovechaba para dejar caricias en la piel de ambos. Más la mirada que compartieron, provocando con ella mucho más ruido que cualquier estudiante revoltoso.
Era malo, terrible, traicionero... Era como recibir un rayito de sol en un trozo de piel entumecida por el frío. Como tomar un vaso de agua helada después de un día caluroso. Y Priscilla quiso alargar ese sentimiento un poco más.
—Me pediste terminar con Roger —dijo cada palabra con cuidado.
—Sí. —Ni un ápice de duda— Te lo exigí.
Priscilla se cruzó de brazos, implacable.
— ¿Tienes idea de cómo te sentirías si tu novia se reúne en secreto con el chico que le exigió terminar contigo?
— ¿Molesto?
—No está bien, Sirius.
Por Merlín ¿Y a él cuando le había importado lo que estuviese bien? En aquel instante, Sirius no era capaz ni de pensar correctamente. Estaba muy ocupado deseando quitar el cabello revuelto de los hombros de Priscilla, y apreciando como el primer botón sin abrochar de su camisa dejaba ver una mísera porción de piel blanca que fue suficiente para hacerlo respirar hondo. Quería explicárselo, por supuesto... Que había destapado la olla y en vez de aliviar la presión, ahora hervía sin control.
—Tú querías terminar esta conversación —recordó dando un paso adelante— ¿No está de más el sermón?
—No es un sermón —corrigió—. Solo quiero que, antes de hablar, entiendas que yo no debería estar aquí. Roger no lo merece.
—Y de todos modos... —Dio un paso al frente, sin llegar a esbozar la sonrisa que deseaba— Todos saben que somos amigos. De alguna manera, yo confundí las cosas y tú, como te preocupas tanto por mí, quieres ayudarme.
— ¿Estás haciéndonos una coartada? Eso hace ver las cosas peor.
Sirius entrevió una sonrisa traviesa. Le tembló el gesto, solo un segundo, pero el suficiente para dejar ver lo nervioso que se sentía. Lo dispuesto que estaba a seguir adelante a pesar de todo.
—Dijiste que sabes cuándo estoy mintiendo. Y estuviste esperando, todo este tiempo, a qué admitiera cómo me siento —comenzó—. Bueno, digamos tuviste la esperanza de. Porque no esperaste para salir con alguien más —recordó con cierto rencor que no estaba justificado—. Pero cuando por fin lo dije, me rechazas ¿Qué significa eso?
Ella se quedó perpleja un segundo.
— ¿Ahora soy yo la que tiene que ofrecer respuestas?
—No leo tu mente, así que sí.
Priscilla dejó escapar una risa ronca, casi incrédula.
—No dijiste nada —apuntó—. Me pediste que terminase con Roger, pero no dijiste más nada.
Sirius tuvo que concederle eso. Asintió, decidiendo dejar para más tarde la parte en que Floyd debía responder. Pero con aquella concesión solo pudo sentirse más nervioso, como si le estuviesen inyectando dosis intermitentes de adrenalina. Lo tenía todo preparado... Y no quería estropearlo. Mientras la miraba, era su momento de vaciar dentro de esos irises todos los sentimientos que su misma dueña le había provocado.
No fue difícil. Ni complicado. Tan solo tuvo que abrir la llave.
—Mentí cuando dije que solo era superficial —comenzó con todo lo que había podido reflexionar—. Me gustas desde hace tanto tiempo, Floyd... En serio me gustas. No eres sólo mi amiga. Me conoces mejor que yo mismo, y es igual contigo. Tú sabes lo que tenemos... Ni siquiera he de decirlo en voz alta.
Priscilla cerró los ojos un segundo, y el rostro se le contrajo en un gesto de verdadero dolor. Quería... Tocarlo, acercarse a él, y al mismo tiempo no era posible. No lo deseaba. No era lo correcto.
—Es un sinsentido... Que te tomara todo este tiempo entenderlo —murmuró, tirando de las palabras como si fueran de una tonelada—. Que la única razón sea porque empecé a salir con alguien más.
Sirius profirió un suspiro obstinado.
— Por Merlín ¡Roger no tiene nada que ver! —Declaró—. Tú hablaste conmigo. Fuiste honesta, y directa, y terminó siendo la gota que derramó el vaso...
— ¡Yo no debería tener que corregirte! —Se enfureció ella, dando un paso al frente— Eres egoísta, y desinteresado y arrogante... Y estás actuando por un impulso de momento. Mañana correrá otra voz y cambiarás de opinión. Y yo tendré que asentir y aceptarlo....
Sirius echó la cabeza hacia atrás como si lo hubieran empujado.
— ¿Disculpa?4 ¿Eso es lo que piensas de todo esto? ¿De mí? —Sirius dejó caer la mandíbula— ¿Tan poco valor tiene mi palabra?
Se irguió sobre ella con una expresión indignada y el ceño arrugado por la molestia. En qué momento... ¡Como habían llegado hasta allí!
— ¿O es que te da miedo que esto no funcione y te quedes sin tu plan de repuesto? ¿Sin tu novio de cartón? —Sirius emitió una ronca carcajada— No sé que se te ha metido en la cabeza para creerte semejantes mentiras. No pareces tú misma.
Priscilla apretó los dientes, furiosa con él, consigo misma, con la relación que le permitía a Sirius hablarle de aquel modo y saber que tenía derecho, porque todo era cierto...
—Si no soy yo misma ¿Por qué estás aquí?
—Me parece razonable esperar que recuperes la cordura —ironizó él.
Ella formó un puchero con los labios, molesta y a la vez dolida por aquellas palabras.
—No puedes culparme por querer seguridad —musitó entre dientes, con evidente esfuerzo.
Sirius arrugó el rostro.
—Cometí un error, Floyd —graznó—. Me asusté. Crecí con un matrimonio que se hacía cosas inombrables el uno al otro, cuando no nos las hacían a Regulus y a mí. Así que sí, salí corriendo. Me dejé llevar por la mierda que me pusieron mis padres sobre los hombros... Una sola vez —Inclinó el rostro hacia ella. Sintió su aliento en la barbilla, la exhalación de sus labios dulces sobre los de él. No fue un contacto como tal, sino el pretérito de una explosión—. Una puta vez. No puedes culparme por eso.
Apretando los labios, Priscilla negó con la cabeza, y su mano salió disparada al pecho de Sirius. Él respiraba con fuerza, pero a ella los pulmones se le quedaron sin aire. Extendió la palma, con cuidado, buscando el pulso de un corazón herido, uno que ella deseaba cuidar. Que estaba dispuesta a cuidar sin importar las circunstancias. Cualquier dolor o penuria que pudiera sentir, cualquier duda, orgullo o rencor, quedaba enterrado muy por debajo de lo que era ver a Sirius sufrir.
—Nunca... —Ella exhaló— Jamás te echaría la culpa de eso. No lo pensé...
Sirius le cubrió la mano con la suya. Ya no había más que un par de centímetros caprichosos separándolos, ahí donde sus bocas podrían encajar. Sintió las pestañas de Floyd rozar sus mejillas y su aliento temblarle contra la piel. Olía a ella, a la otra mitad de sí... Era lógico ¿No? Era tan obvio, tan previsible... Le buscó con la mirada, aunque tuvo que apartarse un poco para eso.
—Debes saber cuándo miento —le recordó. El mundo había desaparecido y esas palabras eran las primeras jamás pronunciadas— Mentí en Enero y te diste cuenta. Estoy diciendo la verdad ahora, y lo sabes. Aún tengo miedo, más que nunca en mi vida... Pero es mucho más aterradora la idea de perderte.
Priscilla respiró hondo, sostuvo el aire, lo soltó. Volvió a repetir la operación. Ahí estaba, tan esperado, tan pedido... Y aún así, no había lugar. Era como la pieza de un rompecabezas que, a pesar de pertenecer, no lograba encajar bien en ningún sitio. A menos que Priscilla le hiciera un espacio.
Lo soltó poco a poco, intentando memorizar el roce de sus dedos contra los de él. Hizo lo mismo con su aroma, y con el calor que provenía de su cuerpo. Le ofreció una sonrisa a medias, casi juguetona, aunque todavía llevaba lágrimas en las mejillas.
—Eso tendremos que verlo.
*****
Sirius tiró una nueva bolita de papel hacia la ventana. Al pegarse en el cristal, se unió a las otras que ya secas que había lanzado antes. Intentaba crear una forma abstracta, y planeaba continuar hasta aburrirse o ser detenido por algún prefecto fastidioso; que si no venían por eso, sería por sus pies subidos al sofá. Vaya, que cuidaban esos muebles más que a nada en el mundo. Empapó la siguiente bolita con saliva.
—Las notas están fuera de época. Evans debe haberse aburrido, aunque el estampado de lilies fue un detalle —Iba diciendo James. Sentado sobre el suelo, con un sándwich de pollo en la mano (preparado en las cocinas), parloteaba sin parar sobre Lily Evans. Qué novedad.
— ¿Qué hay de la plática? Es una buena manera de conocerla —terció Sirius—. Ah, pero es que no te habla.
—Se nota que no has prestado atención a mi vida, Canuto. Evans me saluda muy cordialmente cada que nos cruzamos en los pasillos —presumió el de lentes—. El problema es que si no está junto a McKinnon (que debería conseguirse novio), tiene la cabeza detrás de un libro. Y estoy más que seguro que ni lo necesita. Será Premio Anual.
—Dile eso.
—Pensará que solo la estoy adulando. Lo que necesito es un momento privado para invitarla a salir. Tal vez debería poner una bomba fétida en las mazmorras, aprovechar el alboroto y llevarla aparte.
—Sabrá que has sido tú.
—Y además prometí dejar las bromas malévolas de lado —bufó James, arrancando un trozo de su sándwich—. Esto no tiene reparo. No es que me importe pedírselo frente a todo el mundo, eh. Pero no quiero avergonzarla.
Sirius detuvo la bolita que tenía planeado lanzar, y se giró hacia su amigo con los ojos entrecerrados.
—En serio estás preocupado por esto.
—Pues claro.
—Vaya... —sacudió la cabeza—. Sé que Evans te gusta, pero...
— ¿Creíste que se me pasaría con el tiempo? —James puso los ojos en blanco. Estaba cansado de oír a Lunático decir lo mismo— A ver, Canuto. Todos sabemos que te gusta Floyd, a pesar de que tiene novio, y que está enfadada contigo, y que por si fuera poco, fuiste tú quien la rechazó en un principio. Aun así ¿Crees que se te va a pasar?
Sirius guardó silencio. Pensar en Priscilla le robaba mucho tiempo los últimos días... Sobretodo porque no podía evitar sentirse como un impostor la mitad del tiempo. La quería, por supuesto, y deseaba estar a su lado, pero no era una transformación mágica o algo por el estilo. Seguía teniendo la necesidad –o el anhelo– de salir corriendo, de volver a ponerle la correa a sus sentimientos para controlarlos a gusto. Sin embargo, ahora era menos recurrente, y tenía -o lo pensaba- más control sobre la situación. Sobre su mecanismo de defensa.
Sería difícil decidir una fecha para cuándo cayó en cuenta de que estaba siendo un verdadero idiota; pero probablemente inició en el cumpleaños de James, después de ver a Floyd salir de la Sala Común con Fawcett de la mano. Já, como si no supiera qué iban. Entonces Sirius hizo lo propio y recorrió el salón hasta que encontró a alguien resuelta como Josie Doyle, de Ravenclaw. Fue sencillo iniciar un beso, llevarla hasta un rincón y recorrer el cuerpo del otro con diversión. Pero no pudo invitarla a subir a su habitación. No pudo.
Y ni siquiera porque la última chica que estuvo en su cama fue Floyd, o porque era más que solo estaba besando a Josie para sacudirse los celos enfermizos y ácidos... Sino porque no provocó en él ni cosquillas. Luego, claro, Lily destrozó con un simple monólogo toda su autopercepción y Floyd puso a prueba la única cosa de la que estaba más seguro en el mundo (por detrás de los Merodeadores): su amistad. Fue una sucesión de eventos catastróficos que, junto a un par de días bastantes solitarios en su piso de Londres, lo condujeron a una única solución posible: estaba haciendo todo mal.
¿Era este el camino correcto?
Bajó la mirada, consciente de que no tenía todo resuelto. De que estaba dando el salto sin preocuparse, en lo más mínimo, por la tonta caída.
— ¿Es así de importante?
—Ni siquiera sé lo que es —musitó James—, pero quiero averiguarlo.
Ambos amigos guardaron silencio durante unos segundos. Parecidos y distintos, extraordinarios e idiotas, tenían muchas cosas que corregir. No iba a alcanzarles el tiempo para hacerlo.
Se hizo un murmullo en la entrada de la Sala Común. Un grupito de niños de primer año acababan de entrar y hablaban a toda velocidad, pasándose los chismes con asombro y emoción.
— ¡Están en el piso de abajo! —decía uno— El tal Travers sacó la varita y la amenazó. Nuestra prefecta es demasiado educada con esa serpiente...
—Sí. Lily podría derribarlo en dos segundos —confirmó otra de las niñas.
El efecto fue inmediato. James avanzó hasta los niños y los increpó con premura. Estos se detuvieron un segundo, sorprendidos ante la presencia del bromista, de quien se escuchaban historias por todo el palacio.
—E-estábamos viniendo de clases, señor —intervino un chico pálido—. Había unos chicos de Slytherin saliendo de un salón y se nos acercaron. Tiraron mi bolso y estaban riéndose cuando Lily los interceptó... Ella nos dijo que subiéramos.
— ¿Siguen abajo?
Asintieron. Los chicos salieron disparados a través del retrato. Aunque Lily no necesitase protección (y era más que seguro que se molestaría de verlos llegar), era demasiado decente para personas como Travers, a quien no le molestaría lanzar una maldición en medio de un condenado colegio.
Cuando llegaron al punto indicado, la confrontación ya había aglomerado par de estudiantes curiosos y Travers apuntaba a Lily con desafío. Esta tenía un corte sangrante en la sien y tras ella se escondía una niña de primer año.
—Pero bueno ¿Dónde están los profesores? —bufó James, abriéndose paso.
—Hoy tenían reunión con la asamblea de padres —informó otro.
Sirius notó su sorpresa. No era común que Potter pidiese la intervención de adultos en los asuntos de estudiantes.
— ¿Qué pasa, Travers? ¿Tan mal te va en clases que viniste a pedirle a Evans ayuda?
La intervención de James fue recibida con un murmullo. Travers pronunció una maldición y puso los ojos en blanco con fastidio. A Lily le provocó un pequeño tic en el ojo, y su gesto dejó entrever cierta angustia que solo James percibió. Había estudiado lo suficiente sus gestos como para descifrarlos sin esfuerzo. Desde luego, no podía ocurrir nada demasiado grave en esa situación... Pero estaba preocupada. Sirius se quedó atrás, por si acaso; cerca no estaban ni Floyd ni sus amigas.
—No hay nada que pudiera pedir de esta sangresucia —escupió el Slytherin.
—Mala respuesta —Y alzó la varita.
— ¡Potter! —exclamó la pelirroja, llamando su atención— Nada de ataques, santo cielo. Hay estudiantes.
James formó un puchero con los labios— ¡Por Merlín, Evans! ¿Y ese corte que tienes en la frente qué?
Ella tragó saliva. Seguro sentía la herida ardiendo. Pero James se limitó ante su mirada.
—Por favor, es que sois todos unos cobardes —bufó Travers y alzó la varita hacia el chico.
James titubeó, y solo alcanzó a echarse hacia un lado. Fue el turno de Sirius para adelantarse. Ayudado por posición escondida entre varios estudiantes, lanzó dos hechizos sin llegar necesidad de abrir los labios. Uno de desarme, otro que empujó a Travers hacia la pared de atrás. Sonriendo, Sirius llegó hasta su mejor amigo y le puso una mano en el hombro.
—Estas chicas no hacen más que meternos en líos —comentó, esbozando una sonrisa.
James esbozó una medio sonrisa. Se había contenido, por petición de Evans, y porque estaba seguro de que Canuto se haría cargo.
El grupo de estudiantes volvió a agitarse; esta vez por la llegada de la profesora Sprout. La mujer llevaba uno de sus vestidos menos remendados, y evaluó a cada uno de los estudiantes con el ceño fruncido. Travers estaba pronunciando incoherencias desde su posición en el suelo, mientras que Lily pronunciaba palabras calmadas a la niña que se había escondido tras ella.
— ¿Y bien? ¿Qué estaba sucediendo aquí, por amor a Merlín?
—Aldous Travers estaba intimidando a unos estudiantes de primer año, profesora —informó Lily, señalando a la niña junto a ella—. Especialmente a Emma. He tenido que intervenir.
— ¿Él te hizo eso? —la profesora señaló su herida. Lily asintió— En ese caso, id las dos a la Enfermería. Luego reúnete conmigo en la oficina del director. Hemos de discutir esto.
—Vale —Lily tragó saliva y echó una mirada nerviosa a los chicos.
—Es para dar su versión de los hechos ¿No, profesora? —Preguntó Sirius con cautela.
Sprout entrecerró los ojos hacia ellos. La multitud de estudiantes comenzó a disiparse.
—Para eso y algo más, Black. Como Evans bien sabe, atacar a otro alumno está penado.
— ¿Incluso si es en autodefensa? —reclamó James, sorprendido ante la situación— ¡Eso es ridículo!
Lily guardó silencio. No iba a delatar a Sirius, que tenía más castigos que nadie en su expediente.
—Eso lo decidirá el profesor Dumbledore, Potter —sentenció Sprout—. Ahora, si me disculpáis...
—Evans no ha hecho nada. Fue toda rectitud y pasividad —atajó James con dureza—. He sido yo quien atacó a Travers.
Sirius sonrió para sus adentros. Entre su mejor amigo y la chica que le gustaba, la única opción posible para culpar, era él mismo. Divertido, le colocó una mano en el hombro a James para adelantarse a él y atraer la atención de la profesora.
—Quieres llevarte todo el crédito, Cornamenta —y bajando la voz, añadió:— ¿Por qué no usas esa energía acompañando a Evans a la enfermería? —Extendió los brazos hacia la profesora de Herbología— Fui yo quien lanzó a la escoria a la pared. Habría hecho más, de no llegar usted...
— ¡Muestra respeto, Black!
—De cualquier manera, profesora, revise los hechizos de mi varita si lo desea —Sirius se encogió de hombros.
Sprout le echó una mirada asesina. Era ridículo pensar que aquel muchacho tan insolente fuese amigo de su alumna más prominente. Aunque estuviese mintiendo -que era poco probable- su historial no se vería peor de lo que ya estaba, y no podía decirse lo mismo de Lily.
—Vale. Vendrás conmigo entonces. Evans, querida, puedes descansar. Ve mañana con el profesor Dumbledore antes de clases. Y tú —señaló a un alumno chismoso de Ravenclaw—, lleva a este chico a la enfermería.
Con un movimiento de varita, hizo levitar a Travers como si estuviese en una camilla voladora. Se le envolvió un hilo de humo en el tobillo, que Sprout entregó al estudiante.
—Que la señora Pomfrey sepa lo ocurrido y le ponga un ojo encima —finalizó— ¡Ahora, volved a vuestras actividades! ¡Si pusierais la mitad de esta atención en clase, seríais casi tan buenos como un Scamander!
*****
Estaban sentados juntos y en silencio. Roger tomaba notas de un libro de Runas para un trabajo de clase, y aunque Priscilla tenía sus propios pergaminos sobre la mesa y una pluma bañada en tinta esperando a ser usada, se limitó a observarlo en silencio, la mejilla descansando sobre la palma de su mano.
Trabajaba con evidente concentración. Tenía los rizos echados hacia atrás con una liga de deporte, la corbata puesta con firmeza y se le marcaban las venas del dorso de la mano. Rasgaba con rapidez el papel, y movía los ojos del libro a sus notas con igual velocidad. No tenía la mente dispersa en asuntos existencialistas, no reflexionaba una y otra vez sobre haberse declarado con una reliquia familiar a la chica a su lado. Para él nada había cambiado.
¿Llevaba tanto tiempo pensando de esa manera? ¿Es que acaso tenía asumidas muchas más cosas que Priscilla ni imaginaba?
Todos los días que han de venir... Sonaba como una cantidad insana de tiempo, si consideraba pasarlos con un chico que llevaba par de meses conociendo. Incluso en su corazón culpable por la respuesta al ataque, en la sorpresa causada por la declaración de Sirius, y la ansiedad inminente de unos exámenes a la vuelta de la esquina. Incluso con todo eso, ella era capaz de formular una respuesta clara y decisiva.
—Roger —dijo con suavidad para no asustarle.
— ¿Sí? —él continuó escribiendo.
— ¿Puedes dejar eso un momento?
Él lo hizo al cabo de unos segundos, y puso la tapa al frasco de tinta, por si acaso. Volteó a verla con tranquilidad.
— ¿Tienes algún problema con tu tarea? —Se preocupó— No has empezado.
—Me pondré a ello mañana —resolvió la chica, mirándolo fijamente, como si intensare descifrar algún enigma escrito sobre su rostro.
—Si eso quieres...
—No quiero casarme —murmuró ella, en voz baja, saboreando las palabras una vez pasaron a través de sus labios.
—Oh. Oh, vale —Roger pareció salir de su modo trabajador, todo tranquilo y enfocado. Alzó las cejas— ¿Esto es por lo del otro día? Porque ya te dije que no buscaba incomodarte.
Ella negó con la cabeza.
—Cuando quieres algo, de verdad y no por un deseo pasajero, debes ser capaz de decirlo con claridad y fuerza—continuó con precisión—. De otra manera, sólo es un capricho, alguna necesidad pasajera motivada por el ego ¿No? Es ridículo ceder ante los caprichos de esa manera. Es lastimero dar tan poca prioridad a nuestro propio corazón.
—Priscilla, yo...
— ¿Es tan importante para ti? Necesito que lo digas —pidió, inclinando el rostro hacia él.
La expresión de Roger se debilitó, y el color se drenó lentamente de su rostro.
—Yo quiero casarme contigo, Priscilla. Creo que es lo mejor para los dos. El inicio de una gran vida para ambos —sonrió con tristeza—. Pero si sientes inseguridad al respecto, lo entiendo.
—No es una inseguridad —negó la chica—. Es que no quiero casarme, Roger. No quiero pensar en matrimonio durante un buen tiempo, ni contigo ni con nadie. Tengo muchas cosas que hacer antes.
Roger frunció el ceño, como si no comprendiese aquellas palabras.
— ¿Qué puede ser más importante que iniciar una familia junto a la persona que amas?
—Mis sueños. Mis planes. Todo —resolvió la chica, tomando su mano—. Roger, somos unos críos. No me puedo creer que pienses algo así.
—Yo no me puedo creer que le des tan poca importancia —refutó él, un poco más serio—. Pensé que sería increíble. Mudarnos juntos una vez termines el colegio en un año. Hacer planes juntos...
Priscilla dejó escapar una ronca exclamación.
— ¿Me lo estás preguntando? ¿O ya tenías todo planeado y sólo estás informándome? —ella le soltó la mano—. Las chicas y yo buscaremos un piso en cuanto salgamos de aquí. Pensábamos compartir un alquiler. Ese es el plan que tengo.
Él ladeó el rostro, confundido.
— ¿O sea que no tienes planes conmigo? —Preguntó, dolido.
—No es eso. Es que me parece demasiado. Todo —concilió—. Demasiada formalidad, demasiado apresurado. Somos novios, Roger. Ni siquiera tenemos un dos a la izquierda de nuestra edad.
Él sacudió la cabeza.
—Pensé que te gustaría la idea. Pensé... Que era de esperarse.
— ¿Quién lo espera? ¿Tú?
Su tono fue dulce, y en verdad esperaba conocer la razón detrás de toda aquella seriedad. A Roger, la pregunta pareció colocarlo fuera de lugar durante un par de segundos, e inclinó el rostro hacia ella. Guardó silencio, taciturno, o más bien incompetente al tema de aquella conversación.
—Yo solo pensé que era lo siguiente —dijo en voz baja.
Ella lo tomó de la barbilla.
—Lo lamento, Roger.
— ¿A qué te refieres? —Él se alarmó, notando la seriedad en su gesto—. Priscilla, no tienes que preocuparte por esto. Haremos el tema a un lado...
—Pero esa no es la solución ¿No? —ella esbozó una sonrisa triste.
Roger recuperó poco a poco la compostura. No era un crío, ni lo bastante cobarde como para fingir no darse cuenta de a dónde estaban yendo con toda esa conversación. Una simple pregunta que hubo de llevarlo en picada hasta caer en este momento, con los dedos de la chica sosteniendo su caída ¿Siempre había sido así de cálido su toque?
—Supongo que no.
*****
12/06/2022 18:13
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