Capítulo 40. Comprensión.
Priscilla intentó escribirle a Roger.
En la noche recibió una carta de su novio con varias páginas de extensión. En ella explicaba lo sucedido con sus padres desde entonces y la investigación abierta en el Ministerio respecto al ataque. Era poco probable que aquello diese alguna solución y mucho menos represalias para los seguidores del Señor Tenebroso, en parte porque el Ministerio recibía demasiadas denuncias los últimos días y en parte porque ni siquiera sabían quiénes eran los agresores. Ni hablar de atrapar a alguien como Bellatrix Lestrange. Sus influencias ya estaban trabajando para afirmar que Priscilla la había confundido con alguién más; y Serena estaba tan indignada que prohibió a cualquier mensajero del Wizengamot pisar su casa, mucho menos iría su nieta a ofrecer declaraciones a un grupo de puercos corruptos.
Roger concluía con unos párrafos bastante cariñosos, pidiendo que guardase reposo y ansioso de poder verla de nuevo en Hogwarts. Eran tan preocupado y altruista que Priscilla se sintió tremendamente culpable, aún cuando no había hecho nada malo más que sentirse de cierta forma. Y eran eso, sentimientos, no acciones. Era inocente ¿No?
Intentando utilizar el tono más natural, Priscilla le envió un rápido mensaje. Dijo que estaba cansada, que también esperaba verlo, y que ya podrían hablar en Hogwarts.
No sonaba tan mal ¿Cierto? Casi huyendo de sus palabras, le entregó el papel de Driandra lo más rápido posible y sintió una mezcla de alivio y angustia al ver a la lechuza volar por la ventana.
Era una ridiculez de otro mundo que, después de un ataque así, estuviese más preocupada por su vida amorosa que por la herida en su estómago, y lo lenta de su reacción al quedar atrapada. Isobel estaría decepcionada... Mierda, debía escribir a Marlene; para volverle a dar el pésame, y a Lily; para preguntar sobre su estado. A Mary y Alice, para verificar que estuviesen bien... Al menos podía distraerse con eso, y apartar la mente de Sirius, quién a pesar de mantener silencio cada vez que pisaba de nuevo su habitación, parecía poder decirlo todo solo con los ojos.
*****
A pesar de sentirse mucho mejor, la cicatrización de su herida era importante. Después de todo, poco sabían de si Bellatrix había empapado su varita con algún veneno o usado un maleficio desconocido para ellos. Así que Priscilla permaneció en cama, haciendo sus deberes, mandando y recibiendo cartas de las chicas, y evadiendo cualquier interacción posible con Sirius. Sus padres estaban pendientes de ella, sin resultar abrumantes, y adoraban la presencia del chico en su casa. Ni qué decir de Serena, quien era mucho más cordial con él que nunca antes.
—Es bastante extraño —comentó la madre de Priscilla el sábado, mientras sentada tras ella, peinaba su largo cabello para secarlo. Antes de eso había recortado las puntas con mucha habilidad—. Ni conmigo fue amable. Pensaba en mí como la chica con ropa rota que buscaba corromper a su hijo.
—Pero si lo corrompiste.
— ¿Alentándolo a que siguiera sus sueños? Por supuesto —se enorgulleció Faith—. No me arrepiento de sacar lo mejor de tu padre.
—Yo diría que os apoyáis el uno al otro.
—Es como debe ser —sentenció— ¿Ese misterioso novio tuyo te apoya? No es lo que parece, si ni te ha visitado.
Priscilla intentó voltearse, pero su madre se lo impidió dándole un toque con el cepillo.
—Fui yo quién se lo pidió —aclaró con premura—. No me pareció ocasión adecuada para presentarlos.
—Sobre todo si tienes a otro chico metido en la casa.
— ¡Mamá! Sabes que no es de esa manera —dijo. Quiso decir algo bueno sobre Roger, y cómo iba a adorarlo una vez se conocieran, pero las palabras no salieron de su garganta. Ni siquiera le rozaron los labios.
Dos toques en la puerta avisaron la llegada de alguien más. Serena entró al cuarto con paso lento, su vestido arrastrando sobre la alfombra. Como pocas veces, llevaba el cabello suelto, y las manos juntas sobre el estómago. Priscilla sabía ahora que esa era una manera de esconder la varita.
— ¿Tienes todo listo? —Preguntó señalando a su macuto junto a la puerta.
—Sí —le ofreció una sonrisa— ¿Cómo estás?
—Bastante bien, querida. Tenía un poco de hambre, así que Sirius hizo té y panecillos para todos —dijo—. Es un chico muy educado.
No lo has visto volando las aulas en pedazos. O metiéndose en relaciones ajenas.
—Parecéis mejores amigos —notó.
—A diferencia del resto de mi familia, el joven Black aprecia mis consejos y compañía.
— ¿Y con qué lo has aconsejado, si se puede saber?
Serena ocultó una sonrisita.
—Eso es algo privado.
— ¡No puedes tener secretos con mi mejor amigo! Se supone que eres mi abuela.
Faith le dio un toque en el hombro con el cepillo.
— ¿Y eso por qué te molestaría? No puedes decidir con quién habla Sirius —dijo—. Menos si ya tienes un novio del que preocuparte. Y vaya que es preocupante, tanno te ha enviado pero ni una tarjeta...
—Un Fawcett, nada menos —Serena entrecerró los ojos—. Buenas influencias, eso es seguro, pero demasiado estirados.
—Roger es muy atento. Y sabe divertirse —masculló Priscilla.
—Ojalá me hubieses preguntado antes de salir con él.
— ¿Qué me habrías dicho? —Intentó contener la nota de fastidio en su voz.
—No lo hagas. Te esperara una vida de reuniones tediosas y una pareja que prefiere dormir en su oficina antes que contigo.
— ¿Qué dice, señora Floyd? ¿Una vida? —Faith sonrió inocentemente y terminado su trabajo, se puso en pie—. Priscilla es aún muy joven para eso.
Serena se encogió de hombros, su mirada llena de autosuficiencia en lo que la madre de Priscilla dejaba un beso en la coronilla de su hija y luego abandonaba la habitación, atraída por el olor a pan del piso inferior.
—Roger y yo apenas hemos comenzado a salir y somos muy responsables sobre el tiempo que pasamos juntos —dijo la pelinegra sin ánimo de juegos— ¿Por qué insinúas algo así? ¿Qué es lo que sabes?
—Solo lo obvio —dijo Serena caminando por la habitación, su tono pensativo—. Es un chico con futuro prometedor, de importante familia, que decidió presentarte con apenas unos meses de relación... Pregúntale cuales son tus planes contigo, y ya veremos.
— ¿Planes? —negó con la cabeza, incrédula— El plan es estar juntos... En tanto sea posible.
— ¿No ves un futuro?
—Apenas hemos estado juntos un par de meses y ni lo conocéis —dijo en cambio— ¿Por qué no te agrada? ¿Qué le has dicho a mamá para que esté recelosa de él?
— ¿Yo? Nada. Conozco a todo el mundo, Marie, y sé medirlos con precisión.
—Con Sirius te equivocaste.
—Por el contrario. Dije que vuestra amistad te traería grandes peligros y mira dónde has terminado debido a su familia —Hizo un gesto hacia su posición en cama—. Que él haya estado a la altura de la situación, y además tengáis sentimientos mucho más serios por el otro, es otro cuento.
Priscilla se guardó las respuestas, incapaz de confiar en su voz para hablar, justo en ese momento, de lo que sentía ¿Era tan obvio? ¿Todo el mundo lo sabía ya? Su relación con Sirius parecía una gigantesca bola de nieve que ella había empezado a empujar sola y ahora no podía detener, por más que hubiera saltado fuera del camino, ya que otras personas se encargaban de llevarla. Entre ellas el propio Sirius.
Sintió los dedos de su abuela tomarla por la barbilla para hacerle alzar el rostro. Su gesto era serio y Priscilla se estremeció bajo su mirada.
— ¿Qué es lo que sucede contigo, Marie? —Sonó como quien reflexiona en voz alta, sin esperar respuesta inmediata— No es momento de tomarse la vida o nuestras relaciones a la ligera. Ahora menos que nunca, cuando todo pende de un hilo. Has perdido el rumbo... Y rogaré a Merlín para que puedas encontrarlo pronto.
*****
—Ya te dije que el bolso lo llevo yo.
Alice extendió la mano y esperó con paciencia a que Priscilla le entregase su mochila. Las chicas las observaron divertidas, detenidas en el vestíbulo del castillo. Desde que había vuelto a clases dos semanas antes, era siempre lo mismo. Por las mañanas, al salir de clase, después de comer. Alice o Marlene insistían en que, debido a su herida, no era bueno cargar demasiado peso ni fatigarse mucho. Siendo que le gustaba llenar el bolso de libros y salir a correr todas las mañanas, ambas cosas eran un problema y sus amigas no estaban dispuestas a ir encontra de las indicaciones expresas de la señora Pomfrey.
Con lo mucho que le gustaba quejarse de los malos pacientes, estaba hecha todo un caso.
— ¿Por qué? ¿Acaso tengo algún tipo de problema en las manos?
—Porque es mi deber ayudarte —corrigió Alice, agitando la mano.
—No seas tan terca, Pri. Volveremos a llegar tarde —pidió Mary.
— ¿Al almuerzo? Siempre hay comida.
—Hoy servirán tarta de manzana —dijo Lily— Me muero por probarla.
La intervención de su amiga le hizo ceder. Así como todas procuraban cuidar la integridad de Priscilla, nadie era capaz de jugar con los nervios de Lily los últimos días. Un acuerdo tácito, por así decirlo. Extendió hacia Alice la mano que sujetaba el bolso. Antes de que la chica pudiera tomarlo, una mano varonil se interpuso y cerró los dedos alrededor de los tirantes.
—Me encargo yo —Sirius les ofreció una sonrisa esplendorosa.
Ajena a la expresión de Priscilla, Alice le ofreció una sonrisa.
—Gracias. Tal vez puedas hacerla entrar en razón. Yo me muero de hambre —Y volviéndose en dirección al Gran Salón, echó a caminar junto a Mary. Sabía que la dejaba en buenas manos.
— ¿Estás rehusando las indicaciones del médico, Floyd? —Chasqueó la lengua.
—Irónico, considerando que quiere ser medimaga —Marlene bufó.
Priscilla se cruzó de brazos.
—Estoy harta de sentirme como una inútil.
—Le rompiste la nariz a una mortífaga —recordó Lily con regocijo—. Nadie piensa que seas inútil.
—Ahora eres como sexy —sugirió Marlene—. La sexy bruja que pelea al estilo muggle.
Contuvo el impulso de poner los ojos en blanco. Aunque las chicas solo estuviesen intentando ser graciosas, resultaba fastidioso lo rápido que un chisme en Hogwarts podía volverse del tamaño de un dragón. La historia del ataque se había tergiversado de diversas maneras, y los estudiantes -sobre todos los de grado menor- miraban a Priscilla como si hubiese algo malo con ella. Incluso los profesores eran más condescendientes con ella (y Lily) extendiendo los plazos para entrega de trabajos y evitando presionarlas en clase.
No era posible, como deseaba más que a nada, fingir que nada había sucedido.
— ¿Sexy para las chicas o los chicos?
—Ambos —Marlene se encogió de hombros con gusto.
—Excepto para los Slytherin —corrigió Sirius.
—Han de pensar que soy una salvaje.
— ¿Por qué te importaría lo que piensen sobre ti?
—No necesitan más razones para llamarnos muggles —masculló Lily. Al menos alguien la entendía.
—Ah, no. No toleraré esta crisis de fe que tenéis —dijo Marlene.
—No es cuestión de fe —dijo Sirius—. Son hechos, chicas. Los mortífagos están mal, y nosotros bien. Fin.
— Es más complicado que eso —negó Priscilla, aunque sin deseos de ahondar en el tema. Sacudió la cabeza— ¿Vamos a la biblioteca?
— ¿No tienes hambre?
—Debo devolver unos libros primero —explicó, y le hizo un puchero a Sirius— ¿Por favor?
—Vale. Suena genial la idea de quitarle peso a tu mochila —Sirius fingió hacer un esfuerzo para colgársela en el hombro.
—Os acompaño. También tengo cosas que dejar —dijo Lily.
Un chico de alborotados rizos se acercó hacia ellos.
—Por fin, Fawcett —Marlene elevó las manos y un gesto malicioso se posó en su rostro— ¿Puedes hacernos un favor y recordarle a tu chica las indicaciones de reposo?
Roger le dirigió una mirada cariñosa a su novia, y a modo de saludo depositó un beso sobre los labios y otro en la cima de su cabeza. A Sirius le cambió el semblante por completo, pero se abstuvo de hacer alguno de los gestos que habría deseado. Al menos, ahora no era necesario fingir que se agradaban, pero tampoco podían evitar verse cuando ambos estaban pendientes del bienestar de la chica.
—Solo faltan un par de días; entonces podrás volver a hacer todo con normalidad. Calma —Echándose hacia atrás, echó un vistazo a Sirius.
Los dos se saludaron con un leve asentimiento de cabeza. Mierda ¿Acaso estaba haciendo calor? ¿O era que Priscilla estaba demasiado nerviosa?
—Lo llevaré yo —dijo haciendo referencia al bolso. No había simpatía en su voz.
Marlene y Lily intercambiaron una mirada divertida. Priscilla estaba comenzando a ponerse roja; si bien Roger aceptaba a Sirius como alguien que se preocupaba genuinamente por ella, no había olvidado que no estaba de acuerdo con su relación. Era una cuerda peligrosa sobre la cual caminar.
— ¿Seguro? Si mal no recuerdo, apartaste el campo de Quidditch para un entrenamiento dentro de... —Se giró hacia el reloj del vestíbulo— ¿Quince minutos?
—Llegaré a tiempo —Roger no le dio importancia.
— ¿Sabes lo que tarda Floyd en la biblioteca? A menos que vayas a dejarla con un bolso que no podrá cargar, espero no tengas problemas en decirle a tu equipo que llegas tarde por culpa de... una Gryffindor —añadió en voz baja, como quien confía un secreto.
— ¿Eso no sería un conflicto de intereses? —Apoyó Marlene entornando los ojos— Yo mataría a Potter si descuidase su deber como capitán por alguien de otra casa.
—Estáis siendo molestos —atajó Priscilla con un tono muy seiro— ¿Acaso tenéis algún problema con que Roger me acompañe?
Marlene y Sirius tuvieron la decencia de lucir normales de nuevo, no como personajes de circo.
— ¿Yo? En lo absoluto. Me preocupo por la sana competencia... Del Quidditch —dijo Sirius—. De todos modos, Fawcett, si suspenderás el entrenamiento, estaré encantado de llamar a mi equipo para utilizar el campo. Después de todo, falta menos de un mes para el partido...
Roger apretó la mandíbula, dejando en evidencia su disgusto. Así como deseaba estar con su novia, tenía responsabilidades con su casa. Resultaba casi ridículo, sin embargo, pensar en entrenamientos con lo sucedido en las Pascuas. Irrelevante.
— ¿Estarás bien? —Preguntó volviéndose hacia la pelinegra.
—Por supuesto. Te veré en la tarde.
Compartieron una breve sonrisa, y otro beso muy corto, antes de que Roger se alejase, sólo despidiéndose de Lily.
—No tenéis remedio —señaló Priscilla.
—Fue muy maleducado —acordó Lily—. Roger no tiene porqué pensar que no le agrada a los amigos de su novia.
—Pero es la verdad —terció Sirius. Ella lo ignoró.
—Y es amigo de Elizabeth. No tiene porqué agradarme —resolvió Marlene—. Os veo en clase —Y se fue al comedor, batiendo su cabello dorado.
Priscilla le echó una última mala mirada a Sirius, antes de tomar la ventaja junto a Lily en camino a la biblioteca.
*****
Recorrió los pasillos de la biblioteca con cuidado, fingiendo no notar que Sirius seguía cada uno de sus movimientos con atención, de pie a unos metros de ella. Llevaban días jugando el mismo juego, sin hablar de nada, pero pensándolo todo. No renegaba que él estuviera pendiente de su bienestar, que velase por ella, pero no había dando chance a que la fatídica conversación pudiera ser reanudada. Sirius seguramente estaba esperando que su recuperación estuviera a punto para volver a sacar el tema.
Para entonces, Priscilla esperaba haberse aclarado las ideas. No podía permitirse estar en una relación y tener pensamientos con alguien más. Estaba más allá de todo límite decente y moral.
Había sido sencillo fingir que nada sucedía cuando ella solo era la mejor amiga rechazada que quería seguir adelante con su vida. Pero que Sirius estuviera correspondiendo aquel sentimiento, aunque fuera de forma mínima... Era una traición a Roger. Mínima, pero lo era. Y él... Estaba por encima de todo lo bueno que Priscilla conociera. Merecía más.
Además ¿Qué pensaba Sirius? ¿Que dejaría ella a su novio sólo porque a él de repente le daba la gana? No era posible confiar en una opinión tan volátil, ni en alguien que no podía hablar de sus sentimientos con claridad ¿Quién se creía para tal cosa? Priscilla le extendió un libro para que lo guardase en la mochila, y le dirigió una mirada furibunda. En ese momento lo detestaba. Él correspondió con una sonrisa sin dientes, casi tímido. Más le valía seguir manteniendo un perfil bajo.
Sobretodo, porque ella no sabía qué iba a hacer si la tregua terminaba y no estaba lista.
*****
Priscilla se encontraba en una prisión entre sus brazos y el libro de leyes que el chico leía. Aunque estaba frente a sus ojos, su atención se centraba en el lago tras él y no en el pasar de las páginas. Comenzaban a nacer las primeras flores y el sol, aunque todavía pálido por el invierno, reflejaba la luz sobre la superficie del lago. Moviéndose de un lado a otro por la brisa, llegaban a descansar allí patos y pequeños cisnes. Unos estudiantes jugaban al frisbee y otros, justo como ellos, se reunían bajo la sombra de los árboles a estar más cerca de lo normal.
Roger le rozó con la nariz, desde la nuca hasta el lóbulo de la oreja. No pudo evitar estremecerse. Lo sentía respirar contra su piel, su pecho subiendo y bajando contra la espalda de ella, tan cerca que no solo notaba el olor de la primavera sino el de su colonia cada vez que inhalaba. En otro momento, con otras preocupaciones, si viviese otra vida, habría podido cerrar los ojos y quedarse dormida en aquel momento... Pero no pudo. Le temblaban los labios. Su corazón martilleaba de forma irregular. La mente iba a toda velocidad.
Ojalá Serena no hubiese dicho ni una palabra. Allí donde antes veía una relación tranquila, que fluía con seguridad y lentitud, ahora solo era capaz de detectar las pruebas de su propia debilidad, de un carácter pusilánime que la sorprendía y aterrorizaba. Cómo si hubiese metido en un cajón y dado llave a su seguridad y certeza; a la parte de ella misma que, al igual que su abuela, era capaz de medir a la gente con precisión. Lo distinto... ¿Era conformidad?
—Tengo algo para ti —susurró Roger de repente, cerrando el libro en sus narices. Se movió con agilidad, cambiando de posición para quedar frente a ella. Esbozó una sonrisa al tiempo que urgaba en su bolso.
— ¿Es algún tipo de regalo por convalecencia? —Indagó, saliendo de su letargo—. Debe ser algo sabroso.
—Espera un poco y verás —dijo Roger. Una vez localizado, alzó la mirada, su mano aún escondida en la mochila— ¿Cómo te sientes?
— ¿Eso que tiene que ver? —rio— Espera ¿En verdad es un regalo de convalecencia? Eso es un poco descortés...
—No es un regalo de convalecencia —negó él. La palabra ya estaba perdiendo significado—. Sé que has estado un poco distraída desde lo del ataque.
Priscilla se quedó en blanco durante un traicionero segundo. Intentó vaciar su expresión.
—Han pasado días ya. Estoy mejor.
—No va ni un mes.
—Me siento mejor —mintió, sintiendo que se le escapa la berborrea—. Te lo juro por Merlín. La herida es apenas una mancha y no me duele.
—Eso no es lo único que importa —Le dirigió una mirada suave, llena de tanto cariño que ella pudo sentir la caricia de Roger en las mejillas—. Tu bienestar...
— ¿Bienestar? ¿Después de un ataque? —Se le escapó la incredulidad— He estado distraída, cierto, pero no puedo decirte por qué. Ni siquiera sé cómo explicarlo.
—Puedes intentar —dijo con más fuerza.
Crisis de fé. Así la habían tildado Marlene y Sirius, sin más, como una simple etapa que ella y Lily atravesaban. Pero era más complicado que eso. Después de todo, ella era una recién llegada al mundo mágico ¿No? Dejando a Serena de lado, sus padres eran muggles ¿Qué pintaba? ¿Quién decía que los seguidores del señor Tenebroso no tenían razón? Eran más fuertes, ágiles, preparados... Los elegidos para portar el don de la magia.
No, por Merlín. Estoy hablando desde la pura angustia.
—Yo... Siento como si me hubiesen roto la burbuja. Que sí, hay una guerra, pero en tanto estemos dentro de Hogwarts no puede tocarnos ¿O sí? —Priscilla dejó escapar una leve desesperación en sus palabras— Hemos estados rodeados de esta calma privilegiada mientras la verdadera guerra va allá afuera. Y la gente desaparece o muere o sufre. Ni siquiera tengo cara para hablar de mi bienestar.
Roger le puso una mano en el hombro.
—Pero es importante, Priscilla. Debes hablar de lo que sientes. Viviste un momento duro. Bellatrix Lestrange es... No puedo describirla —Luchó por encontrar las palabras adecuadas—. Y nosotros te dejamos atrás. Está bien si estás molesta, si sientes que te abandoné...
—Tal vez me lo merecía. Por ser una sangresu... —sintió que se quedaba sin aire, y no pudo seguir hablando. La garganta de Priscilla sofocó cualquier otra palabra.
Roger la atrajo hacia sí. Reposó la cabeza en el cuello del chico, a sabiendas de que necesitaba un par de minutos para calmarse, para ordenar el torbellino de ideas que le cruzaba la mente y volver a sentir que era ella misma. Inhaló y exhaló, una y otra vez, sosteniendo el aire cada cierto tiempo y buscando vaciarse de todos los pensamientos apabullantes. Es una tontería.
Me estoy dejando llevar por mis pensamientos más débiles.
—Lo lamento —murmuró, apoyando la frente en el hombro de Roger—. No sé porqué dije eso. Yo... Necesito aclararme. Volver a tener claro lo que quiero.
—Puede que tenga algo para eso.
—Cierto —recordó echándose hacia atrás—. Continúa.
Aún estaban demasiado cerca del otro, como para que un profesor los regañase de haberlos visto. Roger se las arregló para mostrarle lo que había guardado en el bolso, sacando la mano de éste y abriendo los dedos con cuidado, de manera que solo ellos podían ver el dije en su palma. Era una figura bidimensional de un grifo, en posición lateral, con las alas extendidas y el pico elevado con altanería. El color de cada pluma, garra y ojo había sido trazado con un pincel y recubierto con un fino brillo que protegiese la pintura. Era delicado, frágil y antiguo.
—Faucet era una antigua manera de escribir grifo. De ahí proviene mi apellido —explicó Roger en voz baja—. Se ha modificado desde entonces, pero siguió siendo el blasón de nuestra casa. El dije es antiguo, como una reliquia que se pasa de generación en generación...
— ¿Y quieres dármelo... A mí?
Roger esbozó un gesto tímido.
—Tú... Me haces feliz. Cuando estoy contigo, es como si todas las piezas de mi vida calzaran donde deben estar, como si todo estuviese mejor que nunca. Te veo y... Te quiero en mi vida —dijo, con una mirada esperanzada, la mano aún abierta.
—Ya estoy en tu vida —se apresuró a decir Priscilla con dulzura, acariciando su mejilla—. No hace falta que me des algo tan importante para dejar eso en claro.
—Lo sé. Sé que te quiero y por eso creo que deberías tenerlo.
Priscilla volvió a bajar la mirada hacia la joya. No era algo tan simple como algo comprado en los suburbios londinenses o en una tienda de remates de Hogsmeade. No, era una parte de la historia de la familia de Roger, un objeto especial que para él tenía gran significado. Uno muy importante, aunque no lo hubiese dicho en voz alta.
—Roger, no puedo aceptar esto si, al dármelo, estás insinuando lo que creo.
Él frunció el ceño.
— ¿No quieres estar conmigo?
—Estoy contigo. No necesito nada que afirme eso —tragó saliva—. A menos que quieras decir algo más. Sobre por qué quieres que yo lo tenga.
El chico asintió. Con el tiempo, se le había hecho más fácil hablar bajo la atenta mirada de su novia, así que no fue tan difícil hilar las palabras.
—Pienso en el mañana, todos los días, cuando la guerra hace tambalear todo lo que creo tener hoy. Y sé que deseo, más que nada, estar contigo mañana, y el día después de ese, y todos los que han de venir —pronunció sin ningún atisbo de duda— ¿Tú piensas lo mismo?
Priscilla sintió que unas cuerdas invisibles se envolvían alrededor de su corazón. Deslizó el pulgar con suavidad por el borde de su pómulo.
—Roger... Me has dado tantas cosas buenas en tan poco tiempo que no sé si alguna vez podré compensártelo... Pero tengo diecisiete. No es una decisión que quiera o pueda tomar a esta edad. En el mundo muggle ni siquiera es legal.
—Las leyes nunca han detenido a nadie —observó él. Cerró los dedos en torno al dije—. Sin embargo, si no lo quieres...
—Es más difícil que eso —atajó ella, su mente trabajando a toda velocidad—. Me sorprendiste. No puedo ofrecerte una respuesta de la nada. No estaría siendo sincera.
— ¿Así que quieres pensar al respecto?
Se le cerró la garganta al ver la expresión de su novio. Lo apreciaba demasiado como para, sin siquiera considerarlo, echar a un lado su propuesta. Roger era increíble. Una de las personas más honestas que hubiera conocido, con la suficiente paciencia para ayudar a todos y el bastante temple para saber cuando poner un alto. Y la adoraba... Era fácil verlo, con solo una mirada, con el simple brillo que desprendía cuando ella estaba junto a él.
Aún así... Era una idea descabellada. Apresurada. Desprovista de toda racionalidad... Imposible de aceptar.
—Sí, Roger. Lo siento, pero no me esperaba esto —con un suspiro tembloroso, entrevió lo mucho que la situación la perturbaba. Él se apresuró a intervenir.
—Priscilla, yo te quiero... Más de lo que he querido a nadie que no fueran mis padres. No pensé que pudiera sentirme así por alguien jamás —continuó Roger con la misma dulzura—. Y por eso mismo jamás te presionaría. La comprensión, más allá de las palabras, es una de las cosas más necesarias en una relación. Siento haberte puesto en esta situación...
No le dejó continuar. Tirando de su corbata, silenció sus palabras con un beso dulce, trémulo, lleno de todos los sentimientos que hubieron de sumarse a su ya de por sí lleno corazón.
*****
La primera semana de mayo, tocó la evaluación de la señora Pomfrey. Se cumplía un mes desde el ataque, y su palabra era decisiva. Priscilla estuvo en la enfermería a tiempo, faltando poco para el desayuno. Recostada sobre una de las camillas y con la vista fija en el techo, esperó pacientemente el veredicto de la señora Pomfrey, que tanteaba su vientre con minuciosidad. Solo le quedaba una pequeña marca blanca como vestigio de la herida.
— ¿Duele? —preguntó la mujer, presionando con cuidado.
—Para nada —se apresuró Priscilla. La enfermera entrecerró los ojos—. Es en serio. Los primeros días era incómodo, y me daba mieod tocarla a la hora de bañarme, pero ahora no siento nada.
— ¿Fatiga?
—No. Como balanceado y siempre llevo una fruta por si me da hambre.
— ¿Sueño?
La chica vaciló. Quería, más que nada, salir del reposo. Pero confiaba más en el criterio de la señora Pomfrey que en sus deseos, así que era necesario ser honesta.
—Me cuesta quedarme dormida. Doy vueltas hasta que el cansancio me puede —confesó en voz baja—, y siento que no descanso en lo absoluto.
—Ya veo. Sigues estresada —Terminó y le bajó la camisa. Le indicó que tomara asiento— ¿Temes que algo vaya a suceder si bajas la guardia?
Se le escapó un suspiro, y tuvo que asentir a regañadientes. Pomfrey esbozó una sonrisa, algo muy poco común en ella, y buscó algo entre los bolsillos de su delantal de enfermera.
—Floyd, eres mucho más sensata que la mayoría de los estudiantes, tanto como para hacerle caso a tu enfermera y respetarme. Así que, cuando te lo digo, sabes tan bien como yo que no hay lugar más seguro que este colegio, bajo el cuidado del director Dumbledore ¿No es así? E incluso si te graduases mañana, eres una bruja ejemplar. No dejes que lo sucedido te haga pensar que estas condenada —dijo con naturalidad—. Hay batallas que ganamos y otras que no. En tanto más aprendamos, más posibilidades habrá de ganar.
Priscilla la escuchó atentamente. Su parte más racional iba cobrando fuerza con los días, recordándole que era ridículo sentirse así de desesperanza, de insegura sobre ella y todo lo que la rodeaba. Aún así... Demasiadas cosas debían replantearse. Sobre su vida, y su manera de ser... Sobre quiénes quería.
—Gracias, señora Pomfrey. Por cuidar de mí.
—Es parte de mi trabajo —sonrió con complicidad. Le extendió un pequeño frasco con un líquido verde—. Esto es un calmante muy leve. Se lo doy a los estudiantes que sufren crisis nerviosas debido a los exámenes. Un pequeño sorbo te ayudará a despejar la mente para dormir, al menos durante unas semanas. Entonces se regulará tu sueño. Avísame cuando eso suceda. Del resto, estás muy bien. No más reposo.
Priscilla se sintió a la vez aliviada y nerviosa. Impaciente. Recogió su mochila y se despidió de la señora Pomfrey con agradecimiento. Después de todo, sanar a un montón de estudiantes irresponsables que no siguen las indicaciones no era tarea fácil.
La enfermería estaba vacía. Habiéndose levantado antes que sus amigas, estas no pudieron acompañarla a la consulta y así evitó que llenasen a la señora Pomfrey con dudas tontas y una que otra imprudencia bienintencionada. Ahora, sin embargo, ya escuchaba movimiento en el castillo y las risas de los estudiantes por los pasillos. Priscilla se soltó la coleta y empujó las puertas de la enfermería.
No tardó mucho en distinguir a un chico sentado en el borde de una ventana. Iba contra toda norma de seguridad, estando en el segundo piso, pero no era como si a él le importase mucho. Alertado por sus pasos, Sirius se puso en pie y avanzó hacia ella, mientras la evaluaba de pies a cabeza. Extendió la mano para llevar el bolso.
— ¿Y? ¿Tienes tu veredicto?
Priscilla le dedicó una sonrisa en verdad sincera, y le entregó la mochila. Puede que hasta le sorprendiera un poco el gesto. Con su recuperación fuera de la mesa, podía ocupar la mente en otras cosas.
—Sí. Libre para todo —anunció, permitiéndose emocionar.
— ¡Excelente, Floyd!
— ¡Lo sé! Estaba volviéndome loca —dijo, aliviada.
—Espera ¿Por qué me das el bolso entonces?
Ella emprendió la marcha por el pasillo y él hubo de seguirla.
—Puede que no sea tan malo tener ayuda —bromeó traviesa.
—No me quejaré, por supuesto, pero es lindo verte admitirlo.
—La sinceridad le sienta bien a las personas —repuso, volviéndose para mirarlo.
—Ya te digo yo. —Entrecerró los ojos grises— Es como sacarse un camión de la espalda. Aún cuando el receptor de las verdades sea tan poco...
La chica carraspeó, dejando el juego a un lado. Mierda ¿Tan rápido? En verdad extrañaba las charlas tranquilas con Floyd.
— ¿Tienes tiempo para un paseo alrededor del lago?
Sirius se detuvo, frunciendo el ceño. Pero ella estaba siendo muy clara, su postura expectante, ni un atisbo de duda en la mirada.
— ¿Estás segura?
—Antes de irnos de vacaciones, yo dije muchas cosas y no te dejé hablar. Quería que me ofrecieras una respuesta honesta después de eso —explayó Priscilla, sonando elocuente y calmada—. Si la tienes, es mi turno de escuchar.
Él se quedó en blanco durante un par de segundos. Se oyó un chasquido (más bien maquinado por su propia cabeza) y una especie de chisporroteo hizo vibrar el espacio entre ellos.
—Pensé que querrías ignorar lo que dije.
Negó con la cabeza.
—Sabes lo que opino de ignorar así las cosas —Alzó la barbilla y tuvo que arrancarse las siguientes palabras—. A menos, claro, que te hayas arrepentido...
—En lo absoluto. —De inmediato, Sirius dio un paso al frente, obligándola a levantar más la mirada—. Vamos.
Sin esperar, la tomó de la mano y tiró de ella hacia los jardines. Con suerte, aún estarían vacíos, aunque habría que hablar en voz baja para evitar a los curiosos. Iban a perderse el desayuno.
*****
holaa!! dos semanas no me parece tanto de espera. ojalá tuviera más tiempo. los últimos días han llegado lectoras nuevas y revisando los demográficos de la historia me surgió la pregunta: de que país son? me curiosidad
opiniones?
feliz día, xoxo
08/05/2022; 9:02
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