Capítulo 38. Ataque.
Por la ventana empezaron a colarse los primeros rayos que anunciaron el comienzo del día. Aunque se hallaba envuelta en una ligera sábana, y en varias partes del cuerpo su calor era estimulado por el chico junto a ella, tenía algo de frío; y recibió el contacto con gusto. La luz le bañó el rostro la mejilla primero y luego el resto del rostro. Estaba del todo consciente cuando decidió abrir los ojos.
A esa hora, el cuarto se volvía un espectáculo de luces y sonidos. El árbol junto a la ventana era artífice de ambas cosas. Los pájaros se paraban en él muchas veces a lo largo del día para cantar y descansar, y las hojas movidas por el viento hacían cambiar frecuentemente el lugar donde caía el sol; creando una especie de baile entre los ases de luz.
La mansión de los Fawcett (porque no había otra manera de describirla) se ubicaba en una parcela a media hora de camino de Londres. Quedaba lo bastante alejada de sus vecinas como para propiciar el silencio y la soledad. En el terreno, los árboles eran seres centenarios de truncadas ramas infinitas y troncos poderosos, el campo verde se extendía en varias hectáreas muy bien cuidadas, y la flora y ecología era como salida del mejor sueño de cualquier ambientalista. Priscilla podía comprender cómo, a pesar de tener un lindo departamento en Londres, los Fawcett hicieran de este su hogar de ocasiones especiales, como Navidad o vacaciones. Aunque tenían un casero y par de elfos, sin duda recurrían a la magia para mantener el lugar tan bien conservado con tan poca ayuda.
Roger sintió a Priscilla despertarse, e hizo lo mismo que llevaba haciendo toda la semana: apretarla un poco más antes de darse la vuelta para seguir durmiendo. Ella se acurrucó contra él, embriagada entre su aroma y su calidez. Era algo casi adictivo dormir junto a alguien, sin tener que recurrir a nada más que la compañía de la otra persona y el sonido de su respiración.
Habían llegado el día anterior, después de pasar el inicio de la semana junto a los padres de Roger en Londres. Él les había pedido permiso para hacer una pequeña reunión aquel día en la casa, que contaba con comodidades como piscina y un set de quidditch casero. A Priscilla no le sorprendió lo mucho que confiaban los padres de Roger en él; para ese punto, era fácil notar la buena fe del chico. Le esperaban grandes cosas en el futuro. Tal vez por eso se mostraron algo serios al principio, cuando vieron a la chica de la que su hijo parecía tan embobado ¿Era una buena influencia?
Priscilla no pretendía sub estimarlos, pero siguió la normas sociales convencionales e hizo lo que tenía que hacer para agradarles. Habló sobre sus excelentes calificaciones y clases extras, de sus padres muggles de buenas costumbres, y de las aspiraciones que tenía para su futuro, como medimaga (y tal vez creadora de pociones para la piel y el cabello). Para cuando fue de noche, ellos habían bajado la guardia por completo, y durante los siguientes días la trataron con familiaridad. Tanto que ni parpadearon dos veces al darles las llaves de una casa vacía a dos adolescentes.
Roger se tardó un poco más esa mañana, y su corazón latió durante varios minutos contra la oreja de Priscilla. Escuchó en calma, y el tambor se fundió con los otros sonidos que inundaban el ambiente.
—Es como si estuviéramos en la casa de Ana —sonrió Priscilla, alzando el rostro hacia Roger—. La de Tejas Verdes.
— ¿Esa es una manera de decir que mi casa es mágica? —balbuceó Roger, medio dormido.
—Eso es una redundancia, dado que somos magos —aclaró, presionando un beso contra su mejilla.
Se separaron y ella abandonó la cama. Recogió una muda de ropa de su mochila y fue directo al baño a darse una ducha. Roger continuó su costumbre de dormir hasta tarde, sin perturbarse por el sol o el movimiento en la habitación, como si durante las vacaciones tuviera que hibernar para compensar lo poco que dormía en el colegio, ocupado entre sus obligaciones, clases y entrenamientos.
Priscilla desayunó sola bajo el gran abedul del patio, el que rozaba las ventanas de varias habitaciones. Ola y Pike, los dos elfos domésticos de la casa, no la dejaron ayudar con nada, como era costumbre, pero le hicieron compañía y charlaron con ella. Eran mucho más carismáticos que los otros elfos que Priscilla había conocido, y dado que la casa que atendían estaba deshabitada la mayor parte del año, les quedaba tiempo libre para jugar cartas o al soccer (una verdadera excepción a su raza). En ese momento estaban muy complacidos por tener a quién atender, y casi aullaron de felicidad al descubrir que vendrían más personas.
*****
—No pienso volver. Me quedaré viviendo aquí —declaró Alice, quitándose las gafas de sol para poder iniciar su bronceado—. No importa si tengo que colarme a escondidas.
—Eso es allanamiento —señaló Elizabeth. Aplicaba protector sobre el cuerpo pálido de Mary—. Claro que si varias personas lo hacemos ¿Contaría como una conquista? Después de todo, nadie dice que Inglaterra allanó Norteamérica.
—Es lo que siempre digo cuando vengo —coincidió Deacon. Se dejó caer en la tumbona junto a Marlene y le dirigió una flagrante sonrisa a la rubia, que lo ignoró—. Este lugar es increíble.
La piscina de la casa estaba construida en una amplia plataforma con piso de piedra y vallas de madera alrededor. Estaba en la parte trasera de la casa y disponía de múltiples tumbona, sillas, y hasta un horno de leña para hacer parrilla. Un fresno enorme daba sombra a una de las esquinas. A Priscilla no le era difícil sentirse impresionada, y hasta cierto punto incómoda por la magnitud del espacio y las diversas comodidades. Contrastaba con su minúscula casa adosada en el centro de Londres, donde el humo del tabaco que su padre encendía en la cocina llegaba hasta el ático y el salón del té era un rincón de la sala. Le gustaba ser minimalista, sin embargo; sentir que sus seres queridos estaban a unos pasos y no a mil escalones de distancia.
En tanto frotaba bloqueador por sus hombros, paseó la mirada alrededor del lugar. Elizabeth y Roger eran amigos de infancia (aunque sus familias no se llevaban bien) y ella se encargó de organizar lo de ese día. Había invitado varias personas de distintas casas y cursos, y todos estaban comiendo o bebiendo de lo que Ola y Pike repartían. Aprovechaban el sol del mediodía para lanzarse a la piscina y broncearse un poco. Diría alguien que era la hora más dañina del sol, pero estaban en Londres, donde las nubes apenas daban tregua. Incluso planeaban jugar quidditch más tarde.
Priscilla terminó su tarea y se enfocó en el chico frente a ella, que había observado con atención sus movimientos. Alzó las cejas.
— ¿Acaso quieres aprender cómo aplicar bloqueador o...?
Roger negó con la cabeza, haciendo sacudir sus rizos oscuros. La tumbona era larga y él había tomado asiento colocando una pierna de cada lado.
—Es que te ves guapa —explicó con picardía.
Le correspondió con una sonrisa. Él también estaba guapo, con lentes de sol y en traje de baño. Se inclinó hacia adelante, acomodándose entre las piernas de su novio, para iniciar un beso suave y algo tímido, contando con el montón de gente alrededor. El grito molesto de una chica y un posterior chapuzón los hizo separarse.
Lily había empujado a James a la piscina sin muchos problemas. Por su cabello desordenado y su bolso tirado en el piso, Priscilla supuso que él había intentado tirarla a ella primero. Bien merecido, pensó.
— ¿Cómo es que pelean tanto? —cuestionó Roger.
—Muy en el fondo se llevan bien —contradijo su novia—. Lily tiene todo el carácter y medios para que Potter la deje en paz. Si en verdad lo deseara, lo habría hecho hace tiempo.
— ¿Así que se gustan en secreto?
—Algo así —Priscilla apoyó la cabeza en el hombro del chico—. Pero no se lo digas a James. Se le subiría a la cabeza.
Lily dejó sus cosas a una tumbona de donde estaban ellos. No quiso arriesgarse con Potter, así que optó por meterse al agua de una vez.
— ¿Qué hay de Black?
Priscilla cerró los ojos, prohibiendoles fijarse donde deseaban: en el chico que fingía dormir, acostado plácidamente bajo la sombra del fresno. No habían cruzado más que un simple saludo, y aunque le vio ser igual de escueto y evasivo con los demás, estaba consciente de que su manera de actuar hacia ella no era la misma. Por lógica, ella lo esperaba. No por eso dejó de sentirse como una cachetada.
— ¿Qué pasa con él?
—Lleva raro desde que llegó. Pensé que iba a subirse al árbol para saltar a la piscina, o que estaría ligando con alguna de las chicas. Es tu mejor amigo ¿No deberías hablar con él?
Había decidido, mucho tiempo atrás, no hablarle a Roger de su relación con Sirius. Jamás. Era íntimo de muchas maneras, y doloroso en otras. Incluso podría suscitar problemas entre ellos, dado la actitud de su mejor amigo las últimas semanas. Pero aquello fue demasiado y no pudo evitar sentir vergüenza de sí misma.
—Nos hemos distanciado un poco —confesó en voz baja—. Ha hecho cosas... No se acostumbra a que yo esté saliendo contigo. A veces le molesta un poco. Así que prefiero quedarme aquí contigo.
— ¿Me estás eligiendo por encima de tu mejor amigo? No puedes hacer eso, te hará sufrir. Además, él debe pensar en mí como el tipo que intenta corromper a su hermana menor —Roger soltó una risa—. Quiere protegerte.
La chica se echó hacia atrás, llamando la atención de Roger hacia su rostro. Lo miró muy fijamente al decir:— No es... No es de esa manera.
Roger frunció el ceño, sin atrapar al instante sus palabras. Fue el rostro serio de Priscilla lo que se lo infirió. La comprensión inundó su rostro al cabo de unos segundos, y entonces su boca se entreabrió por la sorpresa.
—Oh. —Fue un sonido seco. Incrédulo. Ladeó la cabeza— ¿Le gustas a Black? ¿Está enamorado de ti o algo por el estilo?
—No lo sé —Priscilla tragó saliva. Sirius jamás lo había dicho en voz alta, después de todo—. Creo que simplemente está celoso ya que no le dedico el mismo tiempo que antes. No está acostumbrado y se siente amenazado —relató. Tenía el cuerpo tenso y se esforzaba por terminar de hablar—. Se lo dije, Roger. Hasta que no pueda estar en paz con esto, no quiero hablar más con él.
Roger ladeó la cabeza. Por su mente cruzaban un montón de cosas que no alcanzaba a categorizar. Se sentía confundido y no era para menos. A pesar de lucir mortificada y hasta triste, Priscilla no le estaba dando más que retazos de información, piezas inconexas de un rompecabezas que no calzaban. No sabía cómo ayudarla.
—No es cuestión de elegir —continuó ella—. Si estoy con alguien, él tiene que aceptarlo y apoyarme. Así como yo he hecho con él durante mucho tiempo.
Su novio asintió, pero continuó luciendo taciturno y algo introvertido durante un rato más. Le acarició la espalda en trazos suaves cuando ella volvió a inclinarse hacia adelante, refugiándose en su piel tibia por el sol, sintiéndose preocupada y al mismo tiempo aliviada. Por un lado temía que Roger fuera a molestarse con Sirius o empezase a recelar de él; a pesar de no ser un chico celoso, las acciones del otro eran molestas e inmaduras. Por el otro, sentía un peso menos en los hombros al revelar parte de la historia que había ocultado, si bien no toda (jamás sería toda). Ahora podía dejar de sentirse culpable, como si estuviera cometiendo la peor de las tradiciones.
******
No tardó demasiado hasta que organizaron la partida de Quidditch. Entre los que sabían jugar y los que se atrevieron, lograron armar dos equipos de cinco personas. Colocaron par de palos altos como portería en cada lado, y Roger prestó su equipo de Quidditch casero: tenía bludgers que no golpeaban demasiado fuerte y una única snitch que el dueño del juego podía atraer con un hechizo. Ocuparon una zona lejana a la casa para evitar romper cualquier ventana.
Elizabeth puso a Mary a jugar de buscadora. Era descabellado, pensaron todas sus amigas, pero la rubia lució muy confiada por la idea y su novia, aunque temerosa, decidió tomarlo como un reto. De igual forma, Lily terminó siendo la buscadora del equipo contrario por su contextura delgada. James alardeaba de haberla convencido. Incluso Alice, quien solía ponerse nerviosa en las alturas, ocupó el puesto de guardián solo para competir contra Frank, que se puso al contrario.
Reunidos en un pequeño grupo bajo el montón de escobas que pasaban zumbando a toda velocidad, quedaron Justin Goldstein (que se encargó de los comentarios), Marlene, un par de chicos más y Priscilla. El juego comenzó con Roger y Elizabeth contra el otro par de cazadores, Sirius y James. Disputaban la quaffle con una habilidad increíble y apenas dejaban espacio en el campo para que Ruby y Deacon pudiesen ejercer su papel como golpeadores.
— ¿Todo bien? —Marlene se colocó al lado de su amiga e inclinó la cabeza— Con Roger y Sirius, me refiero.
—Sí. —No titubeó, pero tampoco deseaba ahondar en el tema— Sirius ha sabido respetar su lugar.
Durante cuatro días, y únicamente porque no os habláis ni os habéis visto.
—Me alegro. —Inclinó la cabeza y esbozó una sonrisita— Los amigos de Roger son lindos. Hasta las chicas. Creo que quiero terminar con lo del celibato.
—Nada te lo impide —repuso Priscilla, sus ojos fijos en el juego frente a ella. Los chicos apenas estaban calentando y se retaban mutuamente.
—Solo mis malas experiencias.
— ¿Por qué? Has aprendido —meditó—. Puedes empezar a ligar sin tener que prometer cosas que no sucederán.
Marlene negó con la cabeza, batiendo sus rizos dorados.
—No quiero salir casualmente. Esto me hará sonar como una vieja, pero así es ¿Ves lo que sucede? Esto parece no tener fin. Aún cuando las cosas parecen estar ya lo bastante mal, siempre consiguen la manera de ponerse peor. Y yo... Yo veo a mis padres enfrentándose a la guerra, juntos, y sé que no serían tan fuertes si no se tuvieran el uno al otro —Marlene parecía haberlo meditado con antelación durante esos meses—. Antes no sabía lo que quería, y por eso lastimé personas, pero ahora lo sé. Confianza. Compañía. Comprensión. Quiero alguien con quién poder ir a la guerra.
Priscilla, escandalizada, la tomó del brazo, pero su amiga se mantuvo firme en su lugar.
—No hables así, Marlene —se apresuró a decir—. La gente muere y sufre en las guerras. Lo pierden todo. No es la barra con la que quieres medir el amor.
Marlene se giró. Tenía los ojos llenos de lágrimas, y una pena contenida, como si estuvieran apuñalando .
—Fueron tras mis bisabuelos el fin de semana. Los mortífagos los emboscaron en Gales —confesó, con esfuerzo y ronquera, apenas formando un susurro ante los gritos divertidos de los chicos en el aire—. Eran la cabeza de nuestra familia: magos poderosos, y por ende una amenaza. Se esforzaron. Los superaban ocho a uno y aún así dieron pelea. Al darse cuenta que era imposible, que el apoyo no llegaría a tiempo... Se encerraron en el sótano y fueron a por el veneno. Qué orgullosos ¿No? Los mortífagos dejaron la marca de todos modos, pero no los tocaron. Al menos respetaron eso —añadió con un amargo resentimiento—. Cuando los encontramos... Estaban abrazados, juntos. Hasta el final. —Se arrancaba las palabras con esfuerzo y dolor, con desesperación—. No quiero morir sola.
No sabía ni que decir. Justin y los demás se habían alejado, dándoles espacio.
—Marlene, pero qué... —jadeó Priscilla, reforzando su agarre sin darse cuenta, lastimando a ambas. Trató de organizar sus ideas—. Lo siento tanto, Marlene, y no lo sabía... Pero no vas a morir. Vamos a luchar hasta el final ¿Recuerdas? —No sabía cómo estaba logrando hablar, no cuando su corazón parecía haberse detenido. Calíope había sido su profesora, su más acérrima juez— No puedo creer que no dijeras nada, Mar...
Sus palabras se perdieron cuando captó algo negro moviéndose en el cielo. Sí, en el cielo, más allá de donde jugaban los chicos, detrás de todo el grupo, por dónde quedaba la ciudad. Como un par de notas negras que se iban acercando poco a poco, y por un momento pensó que se trataba de alguna avioneta o... Era demasiado pequeño, no podía ser. Y se movían en zigzag por el cielo, acercándose a ellos.
—Coge tu varita —murmuró, haciendo a su amiga girarse. Ya se distinguía la forma de varias personas con capucha negra encima de escobas.
—Mierda, mierda —Marlene salió disparada hacia el grupo— ¡Mortífagos! ¡Oigan! ¡Los malditos mortífagos!
Los gritos de Marlene se perdieron cuando la sangre de Priscilla rugió contra sus oídos y la mente se le quedó en blanco. No podían ser mortífagos. Era imposible ¿Por qué iban a querer atacarlos a ellos? ¡Un montón de estudiantes en traje de baño! Pero ya podía distinguir sus máscaras; las había visto un montón de veces en el periódico, bajo letras de advertencias. No, no era posible que aquello estuviera sucediendo...
Porque que de ser así, todos morirían en aquel momento.
Priscilla comenzó a retroceder. Primero tropezó con sus pies y luego inició la verdadera estampida de regreso a la casa. Los otros se habían adelantado apenas unos metros, frenéticos, y varios la llamaban entre la multitud. Lily fue la primera en verla atrás, y en un acto muy estúpido, se retrasó para esperar a su amiga. Era inútil, igual que correr cuando las escobas los alcanzarían en minutos, igual que intentar llegar a la casa cuando unos muros y ventanas no impediría el ataque... Echó un vistazo atrás, jurando que podía sentir a los mortífagos respirarle en la nuca. Fue cuando comenzaron a dispararles, cual cazador que acorrala a un montón de gallinas.
Alzó la varita más por inercia que otra cosa. Tenía el ritmo acelerado y le dolían los pies, Lily tiraba de ella con angustia. No era por valentía, o si quiera estrategia, porque temblaba de pies a cabeza por el miedo. Fue pura desesperación. Con un movimiento del brazo, trazó el arco más grande que pudo y pensó en las palabras. Se quedó sin aire al momento. El hechizo escudo emergió de su varita rápidamente; el más grande que había hecho hasta la fecha. Los maleficios rebotaron en él, yendo a parar hacia algunos mortífagos, y les retrasaron durante unos segundos. Se guardó la varita entre la piel y el short. Aferró con fuerza la mano de Lily, que estaba gritando algo.
— ¡La casa tiene salvaguardas! Cuando lleguemos, no podrán pasar ¡Apresúrate!
Podían llegar. Solo faltaban un par de segundos...
— ¡Secta!
Algo cayó sobre ella, aplastándola contra el piso. Su mano se vio violentamente separada de la Lily y rodó junto a una persona de ropas oscuras y cabello desordenado que se le metió en la boca y cerró sus ojos. Sintió su hombro contraerse de dolor, dislocado, y algo quemándola en el vientre. No, presionando contra su carne, como un atizador al rojo vivo.
—Al fin te consigo —la persona se echó hacia atrás. Era una mujer joven, hermosa, con cabello muy rebelde y expresión enloquecida— ¿Vino tu abuela? Quiero verla ya.
No podía moverse, pero no era un hechizo sino el shock del terror. Y aquella maldita mujer aplastándola. La conocía, de muchos años atrás, cuando estudiaba en Hogwarts y no parecía tan desquiciada. Bellatrix.
— ¿Está la vieja adentro, sangresucia? —alzó la mirada y la clavó en algo tras ellas—. Las dos lo sois, así que tú podríais contestar.
Lily enarboló la varita.
—Apártate de ella. Ahora.
—Si no estuvieras llorando, te creería. Pero los sangresucias sois unos cobardes.
Tiró de Priscilla y ambas se pusieron en pie. La inmovilizó colocando el brazo alrededor de su cuello, casi impidiéndole respirar. Le presionó la varita contra el costado, casi apuñalándola. El dolor en el vientre era peor que cualquier otro cólico y emitió un gemido doloroso al sentir el codo de la mujer apoyado sobre su hombro malo.
—Tu amiga está herida y sufre ¿Ves? Ahora colabora.
— ¿D-de qué vieja ha-hablas?
—Serena, por supuesto. —Sacudió a Priscilla— La abuela de esta mocosa impura.
Lily negó con la cabeza, sin comprender, sus mejillas bañadas en lágrimas y la varita aún en alto.
—No está aquí. Suéltala, por favor.
—Si no os podéis enfrentar a nosotros, no deberíais dejaros ver tan fácilmente —replicó Bellatrix con un tono divertido y jovial—. Teníamos tiempo queriendo echarle guante al niño Fawcett, pero su novia nos vendrá bien. Tiene fama de revolcarse con herederos como el traidor de mi primo.
Priscilla respiró hondo. Había clavado las uñas en el brazo de la mujer, pero a ésta parecía no importarle. No era capaz de moverse; su atacante era fuerte y temía que de intentar algo, ésta iba a dispararle un maleficio fulminante. Sentía el corazón latir con fuerza; la adrenalina reduciendo poco a poco el dolor y aumentando el ritmo de sus pensamientos.
—Solo quiere hacer tiempo, Lily —gruñó sin voz por la falta de aire—. Hasta que caiga mi escudo y sus compañeros pasen.
—Es lindo que pienses eso. —Le quitó la varita del costado y apuntó a Lily— ¡Crucio!
Era rápida y veloz: el maleficio alcanzó a su amiga al instante. Se retorció sobre sí misma, gritando, y cayó al suelo. Priscilla se sacudió con fuerza, olvidando por un momento el dolor ¿Como salir de aquella maldita situación? No veía a nadie alrededor, y estaba segura de que su escudo no duraría mucho más... Mierda, no quería morir.
Oyó a Bellatrix reír contra su oído. Estaba justo detrás de ella, y eran de la misma altura. En un movimiento desesperado, echó la cabeza hacia atrás con todas sus fuerzas, golpeándola en el rostro. Escuchó algo crujir.
La mujer la soltó, casi empujándola hacia el suelo. Priscilla avanzó a trompicones, y se llevó una mano a dónde sentía dolor en el vientre. Presionó con fuerza para intentar calmarlo. Ni siquiera se volteó a mirar, demasiado asustada por Bellatrix y la manera casi gustosa en que había torturado a su amiga. Con el rostro contraído por los sollozos, tomó la mano de Lily que aún tenía los dedos aferrados a la varita y echó a correr con ella. Estaban condenadas, eso era seguro, pero no por eso iba a dejar de moverse.
Le dolía a cada paso que daba, y el brazo libre le colgaba en un ángulo extraño. Lily corría, pero estaba aturdida y su paso era demasiado lento. Ambas se arrastraban mutuamente, llorando y sin decir una palabra. Bellatrix gritó algo tras ellas y un as de luz verde pasó rozando entre las cabezas de ambas chicas. La respuesta fueron dos hechizos rojizos que fueron en dirección a la mortífaga y no las golpearon por poco. Pero no los habían lanzado las chicas en retirada, sino otras dos, que corrían directo hacia sus amigas.
— ¡Sois como unos caracoles! —saludó Alice, encargándose de Priscilla. Le pasó un brazo alrededor de la cadera, tirando de ella hacia arriba, y aunque aminoró el peso en su vientre, el bamboleo de su hombro malo seguía siendo desgarrador. Marlene hizo lo mismo con Lily, yendo hacia la casa a pocos pasos de distancia. Sabía que el grupo estaba allí, pero no podía verlos por el encantamiento.
Al cruzar la barrera protectora alrededor del terreno, Priscilla lo sintió en el cuerpo como una vibración, un escáner que la reconocía ¿Cuando lo habían colocado? El caso fue que dejaron a Bellatrix atrás, al menos por unos segundos, y las voces confundidas de sus compañeros haciendo preguntas ocuparon el lugar de sus gritos. Alice la tomó del rostro para mirarla.
— ¿Puedes oírme, Pri? ¿Dónde te lastimaste?
Tardó un par de segundos en reaccionar. Asintió, confiriendo cierta seriedad a su gesto a pesar del dolor en el cuerpo. Se deshizo del agarre de su amiga para arrodillarse junto a Lily, que temblaba en brazos de Marlene. Sentía la mente nublada.
— ¿Dónde te duele?
Lily negó con la cabeza, mirándola. Se le habían secado las lágrimas en las mejillas— Tu hombro... Lo oí crujir.
—Déjame ver —Deacon se arrodilló frente a ella. Tenía la nariz manchada de sangre y le bajaba por la barbilla.
—No tengo nada —negó Priscilla frunciendo el ceño— ¿A ti qué te pasó?
—Marlene le dio un buen puñetazo. El idiota no quería dejarnos ir tras vosotras; temía que la barrera fuera a romperse si salíamos —respondió Alice, apartando al rubio de un empujón para revisar a Priscilla—. Las heridas no te duelen por el shock, Priscilla, así que debes decirme dónde te golpearon.
Volvió a negar con la cabeza.
—Sé que eso pasa, pero no me duele nada. Lo que crujió fue mi varita —mintió la pelinegra; aún tenía el palito de madera escondido contra le muslo. Estando arrodillada podía fingir que el brazo presionado contra su vientre era sólo producto de la posición— ¿Y los demás?
—Dieron vuelta a la casa para reforzar la protección —explicó Alice—. Mary y un grupo están dentro mandando mensajes —le colocó una mano en la mejilla y se le llenaron los ojos de lágrimas—. Lo siento tanto. Apenas si me di cuenta que os habíais quedado atrás.
—No te preocupes —respondió Lily, ya más calmada—. Aquella bruja se tiró de la escoba y nos cayó encima.
—Y ni siquiera acabamos con la maldita —rezongó Marlene con amargura— Encantamientos escudo. La maldita Isobel tenía razón, somos unas putas cobardes.
Llegaron más personas, pero Priscilla no veía a Sirius por ningún lado. Seguro que Roger y el resto de los chicos estaban junto a él. Se apretó el torso con más fuerza, deseando poder arrancarse el maldito brazo por el dolor. Pero no lograba decir una sola palabra de ayuda. Y debía estar haciendo algo más, pero su mente aturdida no lograba procesar qué era.
—Vamos a tener que salir de aquí —explicó Alice, echando un vistazo al borde. Los mortífagos se habían reunido alrededor y discutían, lo que le pareció extraño. Deberían estar intentando derribar el escudo—. Polvos flu, o Aparición. Ya veremos...
— ¡¿Estáis bien?!
Por fin llegaron, con la ropa llena de tierra y los rostro sudados. James ayudó a Lily a ponerse en pie, sustituyendo a Marlene con firmeza y seriedad, al tiempo que Frank y Roger se detenían junto a ellas. Priscilla logró levantarse. Temblaba, pero los otros lo asociaron con el shock y los nervios.
— ¿Qué os pasó? —Preguntó Roger, evaluando a ambas chicas lastimadas. Los que estaban en escobas llegaron primero a la casa y la recorrieron haciendo hechizos de protección; no habían visto el asalto— No comprendo ¿Ellos lograron traspasar la barrera?
—Ellas se quedaron atrás y Bellatrix Lestrange las atacó —respondió Alice, roja de la pena y la vergüenza. Había llegado tarde para ayudar—. Apenas pudimos ayudarlas a llegar. No tienen heridas, pero fue...
—Por Merlín, vamos adentro —Roger fue a ponerle una mano al hombro.
Sirius apareció, sondeando con rapidez el montón de chicos aturdidos hasta detenerse frente a su mejor amiga. La evaluó de pies a cabeza, con el ceño fruncido, y tardó un segundo en comprender lo que pasaba.
— ¿Qué te hizo, Floyd? ¿Dónte te lastimó?
—Está bien, Black —Frank empezó a moverse—. Debemos ir...
Pero él siguió mirándola, porque la conocía mejor que cualquier otra persona, y sabía las respuestas de ella antes de que fueran pronunciadas en voz alta. Abrumada por el dolor y feliz de verlo a salvo, Priscilla negó con la cabeza, y empezó llorar de nuevo. A lágrima viva, como si le hubieran quitado el tapón. Despegó los labios por fin.
—Creo que tengo el hombro dislocado. Y me golpeó en el estómago... —Se atrevió a bajar la mirada por fin. Apretaba tan fuerte que había perdido sensibilidad en la mano; solo entonces pudo notar que le escurría sangre por los dedos.
******
13/03/2022, 23:00
Intentaré traer el siguiente capítulo a mitad de semana o algo así xd empezaré a escribirlo ya
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro