Capítulo 35. Lo distinto.
No era que a Priscilla no le gustara Roger. Pero tampoco le gustaba, precisamente. En realidad, era distinto. Estar con él, en vez de sentirse cayendo en una montaña rusa, era como montarse en las tacitas de la feria. Iban a paso lento, y si tenías la suficiente inocencia, podías fingir que no te estabas perdiendo de nada mejor. Y tenía muchos pros. Roger era claro con sus intenciones, no se limitaba a verla a través de sus pestañas con mil emociones contenidas en los ojos que no eran grises, sino medio ámbar.
A Priscilla le gustaban sus ojos. Cambiaban de color según el sol y la hora del día, volviéndose más claros u oscuros. También eran tan transparentes como el agua del Caribe; o tal vez se desvelaban con facilidad frente a ella. Le era fácil descubrir los pensamientos de Roger por sus ojos, por cómo brillaban y la manera en que se movían sus párpados. En realidad, Roger era como un libro abierto las veinticuatro horas del día; nuevamente, al menos para ella.
Después del percance, él volvió a la normalidad. Comenzaron a verse todos los días, así fuera una corta conversación después de cada comida porque no tenía tiempo o durante toda una tarde sentados en algún salón con la estufa encendida. Él siempre se sonrojaba al verla, y le besaba la sien con cuidado y dulzura al saludarla y despedirla. A veces iban a la biblioteca a besarse en algún rincón; ambos conocían el lugar como la palma de su mano, los horarios y el arte de ser sigilosos. A veces se paseaban por los pasillos más abandonados del castillo. A veces tenían que usar toda su fuerza de voluntad posible para frenar sus manos y recordarse que estaban dónde cualquiera podía verlos.
Incluso si no lo amaba, o si no sentía que sus almas eran una, Priscilla seguía siendo una pobre adolescente con hormonas. Y Roger era tan guapo, tan alto, tan encantador...
Al cabo de un tiempo, a Priscilla ya no le incomodó que dijeran que ella y Roger estaba saliendo. Después de todo, era lo más parecido a la verdad. Cuando caminaban por el pasillo iban tomados de la mano, o con el brazo de él alrededor de sus hombros. Si habían estado juntos durante una hora libre, Roger la llevaba hasta la puerta de su clase así tuviera que correr después para llegar a tiempo a la suya. Le acomodaba el pelo con cuidado, le ponía su bufanda de Ravenclaw aún si iba contra las normas sociales y le prestaba tanta atención que Priscilla se sentía como la criatura más fascinante de todo el mundo.
No le estaba mintiendo, ni saliendo con él por obligación o por despecho. Pero no era el amor épico que había creído tener con Sirius, aquel que consumía su piel y su mente. Era lo bastante madura como para admitirlo, aunque no lo bastante valiente como para decirlo en voz alta. Era... Era distinto.
Sirius no hizo más comentarios al respecto; y al contrario de lo que muchos hubieran querido, él y Priscilla siguieron viéndose con la frecuencia de antes, casi tenían un horario establecido de estudio y salidas al jardín. Podían leer juntos, o hablar sobre cualquier cosa, menos de Roger. Ese era un tema restringido aunque nadie lo hubiera declarado en voz alta. Ella seguía tomando las precauciones que limitaban su contacto, y aunque se querían tanto como siempre –se amaban– una fina capa de hielo se instaló entre ambos. Y lo sabían. Y ambos hacían todo lo posible para ignorarlo, porque no estaban dispuestos ni a quebrarlo, ni a perder al otro.
*****
—No puedo más ¿Vale? —Alice dejó caer sus libros sobre el mesón donde sus amigas estudiaban. Iba despeinada y con la frente arrugada. Miró a Priscilla— Tú, ¿Cuántos galeones quieres a cambio de hacerme unas cuantas tareas?
Lily se enderezó en su lugar de inmediato— ¡Alice, por Merlín!
— ¿Qué? —Alice alzó la barbilla, desafiante—. Estoy muy cansada, chicas. No soy tan inteligente como creía y no puedo con tanto ¿Vale? —Luego se dejó caer en el asiento junto a Mary y se echó a llorar a lágrima viva.
El estrés era un detonante muy fuerte. Las chicas sacaron agua y pañuelos que ofrecieron a Alice en silencio, a sabiendas de que nada productivo iba hacerse en tanto su amiga no se tranquilizase un poco. Priscilla carraspeó para atraer la atención de Lily.
—Tú eres la prefecta —comenzó como quien no quiere la cosa—. Así que... ¿Qué tanto te molestarías si hago su trabajo?
—Esa no es la solución, Pri —señaló Lily con dulzura. Su amiga lo aceptó al instante, aunque a regañadientes (no planeaba aceptar el dinero, después de todo). La pelirroja deslizó una mano por la espalda de Alice, que ahora solo moqueaba un poco. Mary le estaba apartando el cabello del rostro y Marlene miraba la escena en total aburrimiento.
Si no se movía, sus amigas no notarían que acababa de fumarse un porro.
—Es solo que tú luces muy calmada —Alice hipó— ¿Roger te hace las tareas a cambio de tu atención o qué?
Priscilla rio. Rara vez daba detalles sobre Roger, así que sus amigas prestaron atención.
—No es eso —aclaró—. A veces, cuando... —cuando no nos manoseamos, pensó— A veces me ayuda con ciertas cosas que no entiendo; es muy inteligente. También estudiamos juntos. Y luego me reúno con ustedes o Sirius a seguir estudiando. Ahora que lo pienso... —Priscilla frunció el ceño—. Debería buscarme un extracurricular. Todo lo que hago es estudiar.
—Eso es triste —notó Lily. De repente tenía el rostro arrugado—. Por Merlín, creo que también necesito un extracurricular. Mi vida gira en torno al colegio.
—Os lo he dicho —susurró Marlene, abriendo exageradamente los ojos. Sus amigas la ignoraron, conscientes de que estaba algo drogada.
—Y al menos vosotras tenéis pareja —continuó Lily, desinflada.
— ¿Y eso de qué sirve? —Alice enderezó. Tenía los ojos manchados de rímel— Ya ni siquiera disfruto de los besos o el rollo, pensando que pronto serán los exámenes y reprobaré. Y no quiero tener que decirle a la madre de Frank que reprobé.
—No vas a reprobar —saltó Mary con firmeza.
— ¿Le tienes miedo a la madre de Frank?
— ¿Y quién no? —silbó Marlene— Aunque me parece raro que pienses en ella mientras besuqueas a tu novio...
—No es el punto —intervino Mary—. Alice, incluso si repruebas, Frank te apoyará porque eso hacen las parejas ¿Vale? Su madre no tiene nada que ver. Él es tu novio, y ella solo un extra en la ecuación. No olvides eso.
— ¿Ahora eres una experta? —Alice se estrujó el rímel.
—Elizabeth tiene una madre complicada, así que aprendí un poco del tema —señaló Mary, y la rubia frente a ella puso los ojos en blanco—. Es una buena persona.
—Frank es una bueeeena persona —aseguró Marlene—. Sabe como robarle vino a nuestros padres en las fiestas ¿Recuerdas? Alguien que roba vino no se molestaría si repruebas una materia. Sería inmoral.
Volvieron a ignorar a Marlene.
—Demonios ¿Qué hago con mi vida? —Lily formó un puchero—. Por un momento me sentí triste por no tener novio, y ahora me siento estúpida por haber pensado eso. Pero ahora estáis hablando sobre el apoyo y las parejas y me siento sola.
—No te pierdes de nada —le aseguró Priscilla, cerrando su cuaderno de una vez—. Los chicos son... Un dolor de cabeza. Debe ser que no pensamos del mismo modo. Tú tienes todos estos sentimientos y ellos... Se esconden detrás de una lógica estúpida. No son ningún apoyo ¡Ni siquiera se entienden ellos mismos! Solo traen problemas —al menos, los que en verdad te importan. Al menos, los que dicen que no quieren ser tu novio y luego se molestan porque sales con alguien más e intentan sabotearlo. Al menos, los que tienen ojos grises y se meten en tu corazón...
Lily sacudió la cabeza— ¿Y a ti que te pasa?
Priscilla se encogió de hombros. Estaba rodeada de sus amigas, de las chicas que conocía desde siempre... Pero no era capaz de abrir la boca y desahogarse con ellas. De hablarles sobre su mejor amigo, sobre el chico cuya simple imagen era capaz de retorcer su corazón... De haber cruzado el retrato en ese momento, el corazón de Priscilla se habría detenido.
—Arriba tengo otro porro. Os vendría bien —declaró Marlene. Se puso en pie y desapareció en dirección a las habitaciones.
*****
Mary no se unió al grupo porque tenía cita con Elizabeth. Las chicas la llamaron aguafiestas, pero no importaba. Alice ya no lloraba y estaba recostada sobre el estómago de Marlene, que peinaba su cabello con los dedos; ambas chicas yacían en la alfombra. Lily y Priscilla estaban sobre una de las camas en posiciones inversas, sus cabezas en el hombro de la otra. Y todas estaban drogadas.
—Debería probarlo más seguido —murmuró la pelirroja—. Antes de corretear a los de primer año. Me vendría bien.
—Lo único que conseguirás es ponerte a jugar con ellos en vez de regañarlos —negó Alice— No sé cómo, pero Frank consigue que sean amigos.
—Son tan molestos —continuó Lily—. Los detesto. Bueno, no los detesto... Es que no se toman nada en serio y me dan ganas de detestarlos. Pero no puedo, me recuerdan a nosotras cuando estábamos en primer año. Y me gusta mi puesto de prefecta ¿Saben? Significa que los alumnos vean en mí una autoridad en quién confiar. Me gustaría ser la persona que yo necesitaba cuando tenían su edad.
—Son niños, Lily —bufó Marlene—. Solo les interesa comer todo lo que puedan y colarse en el baño de niñas.
—Gracias por complementar mi filosofía con ese comentario, Marlene. En verdad lo aprecio.
Priscilla arrugó la cara.
—Me dio envidia cuando te dieron la placa; ahora que sé que la ves con tanta seriedad solo siento fastidio —confesó con un bostezo—. Basta con mis problemas. Una abuela loca, un poco de sangre muggle y dos chicos tan guapos como desesperantes.
Marlene silbó— ¿Dooos?
Lily movió la cabeza, y su nariz rozó la comisura del ojo de Priscilla. Cuando habló, el aliento le calentó en la frente. Sonrió, complacida; su amiga siempre olía a lavanda y pergamino. Era como un campo de flores nacido en medio de una pila de libros. Qué idea tan genial. Debería proponerle a Madame Pince un jardín en la biblioteca.
—Es la primera vez que admites que Sirius es uno de tus chicos.
—Porque estoy en serio drogada. —Al pensarlo, se le formó un nudo en la garganta. La idea del jardín perdió atractivo— Haría falta más que un porro para que Sirius admita sus sentimientos. Y yo no soy ni su terapeuta, ni algún tipo de guía espiritual... No puedo darle las bolas que necesita para admitir sus sentimientos.
—Bolas —Alice rio. Era la que más estaba disfrutando el viaje—. Cuando vi las bolas de Frank por primera vez, me pareció tan raro...
—Shhhh —Marlene le colocó una mano encima de la boca—. Nadie quiere oír eso.
—Tu eres increíble, Pri —confesó Lily en voz baja—. Tienes un cabello precioso y una voz tan gentil... Me gusta mucho tu voz. Cuando das consejos, el tono de tu voz los hace sonar mil veces mejor. Creo que tu voz y esa linda sonrisa le harán bien a los pacientes. Serás la mejor medimaga de este mundo. Y...
—La mejor medimaga merece algo mejor que un chico incapaz de admitir sus sentimientos —completó Alice, libre del agarre de la rubia.
—Sí, eso pensaba yo —Lily esbozó una sonrisa, y sus ojos verdes conectaron con los de su mejor amiga. Ella también era gentil.
—A veces no es tan sencillo como decís —intervino Marlene. Se parecía a Sirius, y dentro de sí tenía debilidad por los corazones heridos, aquellos llenos de tantas murallas y fortalezas que ya no hallaban cómo dejar entrar a las personas. Lo comprendía—. A veces, duras tanto tiempo creando tácticas que te permitan sobrevivir... No es tan fácil deshacerse de una costumbre así. No es tan fácil comprender que no te van a lastimar.
—Debería serlo —replicó Lily con fiereza. Tenía una voluntad indomable al momento de defender a sus seres queridos—. Deberías estar dispuesto a ir hasta los confines del mundo si tus sentimientos son verdaderos. Dejar atrás cualquier duda. Se supone que estamos en la casa de los valientes —bufó, como cansada. En un gesto cariñoso, empujó la cabeza de Priscilla con el mentón—. No podemos culparte, de todos modos. No eres la primera ni la última persona dispuesta a esperar que la persona que quieren decida cambiar.
—Gracias —susurró, la voz ronca por las emociones—. Ahora no me siento tan tonta. Y... Es bueno recordar que tengo amigas tan geniales.
Lily sonrió, y depositó un beso sobre la sien de su amiga. Eran como hermanas, siempre dispuestas a escucharse, evaluar y emitir el mejor de los consejos; nunca criticar ni menospreciar. Nada parecido a su relación con Petunia, eso era seguro.
La pelinegra escuchó todo en silencio, digiriendo la información de una manera acelerada y más calmada de lo usual, ayudada por el opiáceo. Sirius flotaba sobre su cuerpo entumecido; siempre él, como una pequeña espina que no lograba sacar. Se respetaba lo suficiente a sí misma como para no insistirle más con el tema, pero eso no quitaba la sensación de lo que "podría haber sido si...".
Además, ella misma abrió la puerta para que alguien más entrase en su vida, y estaba consciente de eso. No se olvidaba de Roger, y por algún motivo que agradecía, era cien por ciento seguro que no lo estaba utilizando. Jamás hubiera permitido una bajeza tal. El sentimiento al lado del chico era verdadero, honesto y fenomenal.
¿Podría algún día igualar lo que tenía con Sirius?
O lo que tuvo. En pasado.
*****
Era finales de febrero y faltaba poco para el partido que disputarían Ravenclaw y Slytherin ese fin de semana. Los hinchas del Quidditch se arremolinaban en todos lados; en los pasillos, haciendo apuestas; en el Gran Comedor, llenándose los bolsillos de dulces para picar durante el juego; y en los vestidores algunos chicos y chicas nerviosos repasaban las jugadas planeadas. Intentaban calmarse unos a otros y darse palabras de aliento, pero a veces no resultaba tan útil.
El capitán del equipo de Ravenclaw, por el contario, había acorralado a una chica junto a la puerta de un salón, y ahora la presionaba contra la pared mientras sus labios se movían sobre los de ella, ambos hambrientos. Ella le acariciaba la nunca con cuidado, casi incapaz de moverse. Una de las manos de él se movía por el borde de su falda, causando cosquillas en el muslo que la hicieron sonreír: la otra mano le sostenía la mejilla con cuidado. Era una combinación extraña de sentimientos, pensó Roger Fawcett mientras aguantaba un suspiro después que ella tiró de su labio. Como era capaz de desearla, y al mismo tiempo, querer besar la cima de su frente con cariño.
Era un idiota, después de todo.
— ¿Qué harás durante la pascua? —Preguntó en voz baja, apenas separándose.
Priscilla se tomó un momento para contestar. Roger olía a algo delicioso, o es que ella era muy olfativa. De cualquier modo, era un manojo de sensaciones y estímulos que la hacían desear besarlo a todas horas. Y adoraba cuando él le acariciaba el cabello; como con ese gesto pretendía darle a entender que no planeaba dejar de hacerlo pronto.
—Falta como un mes para eso ¿Por qué?
Roger profirió un gemido bajo cuando ella le puso los labios en el cuello. Aún llevaba el uniforme y los primeros botones de su camisa estaban desabrochados.
— ¿Tienes planes?
—Quedarme aquí y estudiar o ir a mi casa y estudiar —se encogió de hombros—. Dependerá de lo que suene más divertido.
—Quiero que vengas conmigo —anunció él. Priscilla se echó hacía atrás, dejando una estela de besos amoratados tras de sí, para poder ver al chico a los ojos—. Es decir, a mi casa. Que te quedes durante la pascua. Te presentaré a mis padres, y puede que vayamos a cenar... Para que veas un poco de mi vida.
Se le tiñeron las mejillas de rojo. Era tan fácil notarlo.
— ¿Crees que para dentro de un mes sigas queriendo eso? —cuestionó con una sonrisita, intentando ocultar los nervios con aquella broma— Puede que te arrepientas.
—No cambio de opinión tan fácil, Priscilla —negó confiado—. Pensé que ya sabías eso. De cualquier manera, es solo para que lo consideres entre tus planes. Luego me dirás si quieres o no.
—Vale —aceptó ella, un poco más relajada— ¿Crees que debas volver con tu equipo ya?
—Aún no —esbozó una sonrisa traviesa, y la beso con suavidad en la cima de la nariz. Luego en los labios, con fuerza, haciendo vibrar su cuerpo— Si vinieras conmigo durante la Pascua, podríamos hacer esto todo el tiempo. Toda una semana. Suena bien.
Priscilla parpadeó, y sus ojos azules se llevaron toda la atención, como siempre. Fue el turno de Roger de ruborizarse.
—Podríamos hacer más que besarnos —insinuó— ¿Pensaste en eso? Tal vez me quieres chantajear.
—No es ningún chantaje. Solo uno de los beneficios que habría si vienes... Y claro, si lo quieres.
Internó los dedos en su cabello, cuyos rizos estaban recogidos en un pequeñísimo moño. Le brotaban desordenados, por toda la cabeza, la mayoría del tiempo, y a Priscilla le encantaban. Intentó pensar en como se vería ese cabello revuelto y sudado después de un pequeño maratón...
Mierda, estaba convertida en toda una pervertida.
—Me estás convenciendo... —susurró, empujando su pelvis contra la de él. Roger dejó escapar un suspiro.
—A veces desearía estar en la misma Casa que tú —confesó el chico. Hablaba moviendo los labios sobre los de ella— ¿No? Podrías colarte en mi habitación por las noches...
Por algún motivo, a Priscilla el estómago le dió un tirón desagradable. Negó suavemente con la cabeza.
—Nos veríamos demasiado seguido. Terminarías aburriéndote de mí.
Roger frunció el ceño.
— ¿Por qué dices cosas así? No planeo dejarte de un momento a otro, Priscilla. Ni desaparecer.
La pelinegra se encogió de hombros, pero su mirada se tornó triste, casi melancólica. No era fácil desviar los recuerdos de su única y última relación... Si era que podía considerarse así.
—Me parece vanidoso considerarse importante o indispensable en la vida de los demás.
—Mentira. Ese pensamiento es demasiado cínico para ti. —Le apartó el cabello del rostro, con suavidad y cariño, con adoración— No sé que idiota de tu Casa te hizo pensar de ese modo... Pero me hago responsable por mis acciones, Priscilla, y de cómo me relaciono con la gente. No te dejaré tirada. Al menos no sin previo aviso —bromeó al final. La chica esbozó una sonrisa divertida y Roger se dió por satisfecho; aunque sólo por el momento.
*****
Siendo principios de marzo, el jardín estaba inusualmente verde. Faltaban al menos otras dos semanas para que el invierno se acabase oficialmente, y que a causa de la primavera las copas de los árboles volvieran a llenarse de hojas verdes, frutos y todo tipo de flores. Los pájaros cantarían, el olor a Prado inundaría todo el lugar y las últimas clases de Aparición tomarían lugar.
Habían iniciado en Enero, poco después de la vuelta al colegio, y todos los estudiantes de sexto año estaban metidos de lleno en la práctica (e intentando no descuidar sus otras clases en el camino). A Priscila le resultó excitante al inicio y se lanzó a devorar libros al respecto y preguntar a los chicos de séptimo y algunos profesores cómo era la Aparición; quería hacerlo bien. Pero al iniciar las clases, se llevó el chasco de que era muchísimo más complicado y extenuante de lo que había pensado.
Su curso estaba lleno de puros talentos, y eso no era ningún secreto, mucho menos para los estudiantes en sí. Por ello, la frustración fue colectiva cuando prodigios como James Potter o Alice Max no lograron a la primera lo que, según el mismo instructor, era imposible. No debían preocuparse o sentirse mal, decían, pero no estaba consciente de lo tozudos que eran aquellos muchachos.
—No os preocupéis. Seguid con el objetivo en mente.
Fue una frustración más ¿Esperar, intentar y volver a fallar? Vaya mierda. Para la tercera clase, todos maldecía al profesor por lo bajo, pero seguían asistiendo de todos modos. Nadie era lo bastante débil como para renunciar y rendirse; habría sido la peor de las deshonras. Incluso para un Slytherin, solía decir Marlene con malicia.
Hasta que entonces, los resultados comenzaron a aparecer aquí y allá; aunque muchas veces desastrosos. Mary se dejó atrás la mano y Peter perdió unos cuantos mechones de su lindo cabello rubio. Todo eran burlas y risas hasta que Lily terminó perdiendo dos dedos del pie que la señora Pomfrey no pudo volver a unir. La chica no se había dado cuenta de la despartición hasta que fue a tomar un baño y para ese entonces sería fatal volver a unirlos al cuerpo, según palabras de la enfermera.
—Excepto por lo que le pasó a Lils... Es emocionante ¿No crees? —Priscilla cabeceó un poco, una sonrisita en sus labios—. Poder ir a donde desees... Sin nada más que magia.
—Es como el dinero. Puedes ir a donde desees, siempre que tengas el dinero ¿La magia es dinero?
Priscilla le dirigió una mirada arrugada por culpa de su respuesta. Sirius estaba tumbado en la manta que habían tomado prestada de las cocinas, y servía para evitar que el rocío del césped les mojase la ropa. Ella lo observaba desde la altura, cruzada de piernas y con la espalda recostada en el tronco. Los cubría la sombra de uno de tantos árboles en Hogwarts, y entre ellos se iban acumulando los envoltorios de dulces.
— ¿Siempre has sido tan materialista, o es consecuencia de tu cuantiosa herencia?
Sirius esbozó una sonrisa maliciosa. Se tapaba los ojos con el antebrazo.
—Así como el dinero, la Aparición tiene sus limitaciones, Floyd —comentó él con voz tranquila—. Nada ni nadie es omnipotente; aunque hay quienes lo intentan.
Ella dejó escapar un suspiro.
—Como Quién-tu-sabes ¿No? Se supone que es uno de los magos más poderosos, que está destinado a limpiar la raza mágica... —Se detuvo al oír el tono lúgubre que se hallaba empleando. Le temblaron los labios— Lo siento. No debería ser tan pesimista. Es solo que... Se me viene a la mente de repente. Estoy teniendo un buen momento y de pronto me acuerdo.
Sirius giró sobre sí mismo y apoyó el estomagó en el suelo para poder alzar la cabeza y ver bien a Priscilla. Había bajado el rostro y mechones rebeldes de cabello le enmarcaban las mejillas.
—Así es como te sientes, Floyd, no tienes que disculparte —negó con dulzura—. Pero debo corregirte. Dumbledore es el más poderoso, y no hay nada que purificar. Quien-tú-sabes solo es un loco más con delirios de grandeza, y como tantos que han existido, terminará siendo derrotado. Tarde o temprano. Claro que preferiría que fuera más temprano que tarde, para variar.
—Aún así... Hay quienes le apoyan. Personas muy fuertes le apoyan —continuó Priscilla, como si se estuviese sacando las palabras con pinzas—. A veces me da miedo.
Él tragó saliva.
—Regulus es uno de ellos —dijo apenas moviendo los labios—. Mi estúpido hermano menor. El que solía robarme el postre, a quien le gasté más bromas que aquí en todos mis años en Hogwarts... Es estúpido de mi hermano Regulus.
—Eso escuché. Lo lamento —se le hizo un nudo en la garganta—. Que toda tu familia... Lo siento mucho, Sirius. No te mereces nada de esto.
—Ni tú. Solo tienes la sangre un poco diferente ¿Y qué? Eso no debería traerle problemas a nadie —El chico apoyó la mejilla sobre la manta. El césped era blando bajo la suavidad de la tela, y se permitió cerrar los ojos un instante. No necesitaba ver a Priscilla, ni oírla; en realidad la conocía tanto que sólo sentir su presencia ya era como pronunciar mil palabras. Como haber vivido un millón de momentos a su lado—. Todos tenemos cosas que no merecemos.
Priscilla se inclinó hacia adelante, en su dirección, y el cabello terminó por deslizarse sobre sus hombros. Había olvidado recogerlo ese día, y el corazón le dio un vuelco que no tardó en volver a la normalidad. Sirius estaba acostado frente a ella y la espesa mata de cabello oscuro era todo lo que alcanzaba a ver. Llevaba la camisa remangada hasta los codos y sus ya múltiples tatuajes asomaban a la vista; algunos ridículos, otros significativos. Resultaba ridículo que tres meses atrás ambos jóvenes allí sentados estuviesen poniendo un dibujo permanente en la piel del otro.
La mano de la chica, esa en la que tenía la pulsera con el ámbar, se elevó por voluntad propia y estiró hasta llegar al cabello revuelto de su mejor amigo. Internó los dedos entre las hebras, con cuidado, como si estuviese acariciando algo peligroso y volátil, y comenzó a acariciarlo con cariño. Con amor. Le pareció una locura considerar monumental ese gesto, o haberse sentido tan nerviosa antes de realizarlo. Pero ahí estaba de nuevo, la naturalidad, la confianza de saber que en cualquier circunstancia, encajaban sin problemas.
—Tienes las manos muy suaves, Floyd.
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disculpad el día de tardanza, je. aprecio cualquier opinión 🥺
07/02/2022
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