Capítulo 34. Cobardes.
Para la cena, todo Hogwarts pensaba que Roger Fawcett y Priscilla Floyd estaban saliendo. Así, sin más. Los habían visto besarse en una de las plazas y esa fue la conclusión inmediata. A todos les importaba muy poco si aquel fue si primer beso, o su segunda cita o si ni siquiera se habían enviado la primera carta.
Las reacciones fueron diversas, y la mayoría de ellas se dejaron de ver durante la comida. Un grupo de alumnas de Ravenclaw se le quedaron viendo a Priscilla, como estudiándola para ver si era digna de salir con su prefecto, pero ninguna se atrevió a acercarse e intentar saber la verdad. Y un chico Hufflepuff de tercer año que llevaba mucho tiempo teniendo un crush con Priscilla estuvo asesinando a Roger con la mirada toda la noche. Por su parte, los dos protagonistas del chisme se dedicaron una sonrisa cómplice a través de la multitud y pasaron toda su comida respondiendo la balacera de preguntas que tenían preparadas sus amigos.
Mientras que Alice estaba encantada pues conocía a Roger de antes y estaba al tanto de su interés en Priscilla, Mary y Lily casi saltaron en un pie intentando obtener cada detalle. La pelinegra no sabía qué decirles cuando apenas había tan poco qué contar, así que se conformó con exponer su buena opinión de él. Marlene, por otro lado, no dijo mucho. Planeaba esperar que las cosas fluyeran para saber si su amiga estaba haciendo aquello por las razones correctas.
Priscilla no se atrevió a ver a Sirius, sobre todo porque ya sabía que estaba haciendo él. Durante la cena, pocas veces apartó sus ojos grises de Priscilla, y habló tan poco que Remus y Peter intentaron averiguar qué le pasaba varias veces. James lo despreció con una palmada en el hombro.
—Te lo advertí, Canuto, pero de cualquier manera Fawcett se de adelantó —chasqueó la lengua—. Debiste hacer un mejor trabajo manteniéndolo lejos de tu chica.
Sirius sintió un deseo terrible de gritar, de espetarle al imbécil de Roger Fawcett que Priscilla solo estaba haciendo aquello por despecho, que lo utilizaba como su plato de segunda mesa sólo porque él la había rechazado primero. Pero supo de inmediato que aquello sería lo más mezquino que podría hacer en su vida. Priscilla nunca iba a perdonarlo, y peor aún, el nunca iba a ser capaz de hacerle algo así. Así que masticó y tragó las consecuencias de sus decisiones como todo un señorito.
—Sin embargo, para todo hay una primera vez —concluyó James sonriendo. No consideraba tan grave la situación—. La próxima será mejor.
¿Una chica después de Priscilla? Tuvo ganas de vomitar al pensarlo.
*****
Priscilla recibió una carta de su abuela durante el desayuno, pero la guardó para leer durante hora libre después de clase y así poder responder de inmediato. Aprovechó entonces para ir a la biblioteca, un lugar de paz y silencio, dónde podría tomar prestados un par de libros que necesitaba para sus nuevas clases. La profesora McGonagall tuvo razón cuando les advirtió la cantidad de tarea que habría ese año, así como que cada maestro querría llevar al borde sus límites y capacidades.
La carta no dijo nada nuevo, mas que sus padres ya se estaban cansando de tener a Serena en la casa, merodeando a su alrededor. Dependiendo de cómo evolucionase el resto del año escolar, Priscilla consideraba revelarles la verdad de la guerra y la persecución de muggles cuando volviera a casa durante el verano; y explicar que esa era la razón para que ella y su abuela los hubiesen estado vigilando sin siquiera informarles. Mientras tanto continuaban siendo felices e ignorantes. Respondió una corta misiva, algo evasiva incluso.
Luego cometió el error de mirar a su alrededor antes de abrir su libro de Encantamientos. Unos cuantos estudiantes se sentaban en las mesas contiguas, otros solo hojeaban la tapa de los libros en los estantes, y el asistente de Madame Pince iba de aquí por allá con su escalera mágica, rescatando los títulos de la parte más alta para llevarlos a quien lo pidiese. Podían bajarse con un simple hechizo, pero si no era conjurado correctamente tiraría consigo un montón de otros libros. La definición de desastre. En su evaluación, la mirada de Priscilla captó a Roger Fawcett cruzando la esquina de un estante, llamando la atención como siempre. Le lucía la placa de Premio Anual en el pecho, y llevaba el cabello peinado hacia atrás. Los rizos habían desaparecido.
Ella vaciló un instante, pero terminó poniéndose en pie y caminando hacia él. Roger estaba devolviendo un libro a su lugar cuando la pelinegra se detuvo a su lado y carraspeó.
— ¿Que está sucediendo?
Roger no se giró a verla. Su pulso se volvió tembloroso.
—Justo ahora, devuelvo un libro —murmuró el chico—. Tú estás estudiando, por lo que veo.
Priscilla entrecerró los ojos y él sintió que le perforaban la nuca.
—Eres increíble. Y yo idiota. No creía que fueras un cobarde.
Sin añadir nada más, volvió a su mesa y comenzó a recoger las cosas, sintiendo que temblaba de la indignación. No era para menos. Ni una carta, ni una palabra en los pasillos... ¿Tanta persecución para que terminase de aquella manera? Se sentía humillada, fracasada, como si no pudiera tener nunca buena suerte con los chicos. Mejor se iba a estudiar en la habitación o la Sala Común, cualquier lugar donde no tuviera que ver a Roger.
Aquello era mucho más fácil que lo de Sirius. Lo mejor sería comenzar a salir con chicos de otras casas; así podría huir fácilmente de ellos.
Que difícil debió ser para Marlene ¿Por qué Mary escogía salir con alguien de su propia casa de nuevo?
Se estaba colgando el bolso cuando sintió a Roger detenerse a su lado. Su colonia era mucho más fuerte.
—No eres idiota. Yo soy el idiota —la tomó del codo—. Ven, por favor.
Ignorando los estudiantes curiosos, se encaminaron hacia un área libre de mesas. Las estanterías se apiñaban muy juntas y el espacio era diminuto, Priscilla se deshizo del agarre de Roger con suavidad y se alejó unos pasos. No deseaba nuevos rumores sobre ellos dos liandose en la biblioteca.
—No tengo nada más que decir —le informó a Roger, y entonces se cruzó de brazos.
—Lo sé. Me he comportado como un tonto después de aquel día. Apenas si te he hablado. Bueno, vale, no te he hablado de nada. Y no es porque me hayas dejado de gustar... —guardó silencio. Esperó algún otro reproche, pero Priscilla cumplió su palabra y se mantuvo con la boca cerrada y sus ojos filosos clavados en él—. He pensado que, no sé... Debes estar tan ocupada con los deberes. Y yo he tenido las obligaciones de prefecto... Es decir, no tenemos tiempo...
Priscilla arrugó la cara, como si solo viera mierda salir de la boca de Roger. Tal vez así era. Mierda ¿Qué acababa de decir? Sonaba como todo un patán.
—Vale, tienes razón. Es mentira todo —Roger apretó la mandíbula. Se sentía como todo un idiota—. Es solo que... Y-yo... Por Merlín, no puedo pensar cuando me ves así, Priscilla.
La última frase fue mucho más estable, casi un poco autoritaria. La mencionada parpadeó, intentando borrar esa mirada de sus ojos, y se mordió el labio para no esbozar una sonrisa. Su enfado continuaba, pero era lindo ver a Roger nervioso.
—Yo... —Roger se pasó una mano por el cabello, despeinando el bonito trabajo— Black es tu mejor amigo ¿No? El mayor. Sirius.
Ella se removió en su lugar y rompió su voto de silencio— ¿Qué tiene que ver Sirius aquí?
—Me lo crucé en estos días en el campo de Quidditch. Potter hizo un comentario idiota, como de costumbre, y comenzamos a hablar de ti —Oh, no—. Todo el mundo sabe que tuvimos una cita, después de todo, y Black mejor que todos. Es decir, sabe que me gustas mucho. Creo que incluso le molesta. Y es lógico. Yo me pondría así si alguien quisiera salir con mi hermana menor...
Priscilla hizo un sonido estrangulado. Como si su relación con Sirius pudiera estar más alejada del cariño fraternal. Pobre Roger, pensó, aunque no planeaba sacarlo de su error. Ni a él ni a nadie.
—Él dijo que tal vez me esforzaba demasiado —completó Roger, caminando de allá para acá en el mismo pasillo. Oh, claro que no—. Si tu ni parecías interesada...
Intentó disimular la furia que escalaba por sus pies— ¿Y por eso has decidido ignorarme, en vez de hablarlo conmigo?
—Sé que suena como una tontería.
—Y de las grandes —completó Priscilla, sin contener su gesto molesto. Roger era un idiota, pero demasiado amable para su propio bien. Porque Sirius era capaz de muchas cosas, de los comentarios más cínicos y malintencionados... Ya podía imaginarse qué había dicho a Roger. Pasó junto al prefecto, o al menos esa fue su intención. No le interesaba escuchar nada más de él y, por el contrario, estaba deseando buscar a Sirius y preguntar directamente qué había dicho a Roger. Pero el muchacho la cogió del hombro y tiró de ella hasta que sus pechos estuvieron pegados y sus alientos se mezclaron. Seguía siendo humana, y con lo guapo que era el idiota... Su pulso se aceleró y ya no sabía si fue la furia o los nervios.
—Lo lamento —murmuró, en voz baja, y todo dentro de ella se tambaleó un poco. Su cerebro trabajó a toda velocidad.
Sirius no la quería cerca de Roger. Pero tampoco a su lado. Menudo imbécil. Y sin embargo, ahí estaba, metido en cada rincón de su cerebro, listo para aparecerse en cualquier pensamiento e influir todas las cosas que Priscilla deseaba hacer. Incluso en las que otros deseaban hacer con ella. No era justo, pensó mientras su mano cobraba vida propia y se envolvía en la corbata azul de Roger, y tiraba de él hacia adelante. Y seguro que existía alguna manera de deshacerse del molesto Sirius Black, intentó averiguar mientras sus labios se apoderaban de la boca de Roger Fawcett.
En aquel espacio reducido, envueltos por la oscuridad que proporcionaban las altas estanterías y la vibración del cuerpo de la chica, Roger pasó un brazo alrededor de su cintura y la apretó contra sí, casi de forma dolorosa. Era como un huracán, y un dementor... No porque ella luciera como uno, claro, pero sí parecía capaz de arrancarle el alma de un beso como aquel. Sintió que le quitaba el aliento, que todo a su alrededor desaparecía.
Priscilla se echó hacia atrás. No estaba ni la mitad de acelerada que él, y se deshizo de su agarre con suavidad.
—No me gustan las segundas oportunidades —declaró, mirándolo muy fijo a los ojos. Se acomodó el bolso para luego salir pitando de allí. Y Roger se quedó atrás, embobado, como si le hubiesen derretido el cerebro.
*****
Priscilla avanzaba con paso firme por los pasillos del castillo, en busca del charlatán mentiroso de Sirius Black. Apenas podía pensar en lo que diría, o en cómo reaccionaría él o de qué manera iba a sacarse de encima las ganas de gritar.
Lo encontró sentado en una ventana de piedra que daba a los jardines, charlando y bromeando con sus amigos. El pasillo era concurrido, por lo que descartó la idea de enfrentarlo allí. Necesitaba privacidad. Clavó su mirada violácea en Sirius y esperó unos segundos a que él se percatarse de su presencia. No tardó demasiado, por suerte. Sin embargo, al notar que Priscilla no planeaba acercarse ni dejar de verlo con aquel feo ceño fruncido, Sirius fue hasta ella con una sonrisa pintada en los labios.
— ¿Problemas con las pociones y necesitas mi fantástica ayuda? —preguntó con una sonrisa traviesa—. No es que sepa de Oclumancia, pero tu pequeña arruga me dice que...
—Tenemos que hablar. Ahora mismo —espetó ella, apartando de un manotazo la mano que Sirius había alzado para tocarle la frente.
Sin esperar respuesta, Priscilla se dió media vuelta y comenzó a buscar algún aula vacía. A su espalda Sirius fue a coger la mochila, sin llegar a despedirse de los Merodeadores, y se apresuró a alcanzar a la chica, cuyo comportamiento era inusual y desconcertante. No era difícil distinguirla entre la multitud, con el largo cabello negro batiéndose tras su espalda.
Priscilla escogió un salón cuya puerta estaba abierta y el interior vacío. Aún no sabía si Sirius la seguía, por lo que se llevó las manos a la cara y respiró hondamente, intentando calmar el latido desbocado de su corazón.
La puerta se cerró tras ella con cuidado y escuchó a un muchacho conjurar Muffliato. Un segundo después, el mismo chico la cogía del codo para darle vuelta y enfrentarla a la cara.
Priscilla abrió los ojos con cuidado. Frente a ella, Sirius la examinaba con el ceño fruncido. Llevaba la corbata suelta y el uniforme desordenado, así como el cabello; ambos claro, le daban un aspecto de elegante descuido. Sus ojos grises eran brillantes y claros, como si las nubes estuviesen calmadas y libres de albergar una tormenta. Era tan guapo que dolía. Su corazón se rompía y volvía a armarse mil veces cuando ella estaba frente a él.
— ¿Has hablado con Roger? —preguntó con cuidado, y sus gestos se contrajeron con dolor— ¿Le has dicho algo que pudiera hacerle creer que yo no estoy interesada?
El muchacho entreabrió los labios y el entendimiento le inundó la mirada.
—No es lo que tú crees.
Ella negó con la cabeza, más allá de lo molesta— No me lo puedo creer ¡Sirius Black! ¿Quién demonios te piensas que eres?
—Priscilla, Fawcett es un idiota —replicó Sirius al instante—. Un completo patán. No deberías haber salido con él en primer lugar.
—Ya, pues si te preocupa que me vaya a lastimar vienes y me lo dices en la cara —propuso Priscilla con sarcasmo—. No vas a mis espaldas a poner mentiras sobre mí.
— ¡No fueron mentiras! —exclamó Sirius— Sólo le dije lo que... Lo que consideré conveniente para tu bienestar, y eso es permanecer lejos de él. Eres mi mejor amiga y me preocupo por ti.
El gesto de la muchacha era incrédulo.
—Por amor a Merlín ¿Qué estás diciendo? ¡Hablas como si fuera un criminal! —se enfureció— ¿Acaso debo recordarte como te comportas tú con las chicas? ¿Con que moral vienes ahora a decidir quién es buen partido y quién no? ¡Como si viviéramos en la edad media y te tocase a ti escoger con quién salgo! —mierda, chillaba tan alto que agradeció el hechizo de silencio pronunciado— ¡No puedes meterte en mis asuntos de esa manera! ¡Te lo prohíbo, Sirius Black!
—Priscilla...
— ¿¡Cuando mierdas dije algo sobre cualquier chica que saliera contigo!? —lo acuso con un dedo, roja de la rabia— Las has escogido de todo tipo... Superficiales, arrogantes, maleducadas ¡Pero es tu maldito asunto! ¡No mío!
—No es...
— ¿Lo mismo? ¿Qué no es lo mismo? ¿Por qué demonios? —Parecía que iba a estallar— La única razón por la que no sería lo mismo es porque tu tienes mejor criterio y yo el cerebro de un maní. Y te juro por mi madre que si dices algo así no volveré a hablarte en toda mi vida.
Así que él guardó silencio, y tuvo la decencia de lucir avergonzado, por lo menos. La miraba directamente, con los ojos torturados. Priscilla se había vuelto tan bonita que no soportaba verla a la cara. Dolía verle sonreír a chicos como Roger Fawcett. Y odiaba más cuando ella lo veía a él, a Sirius, como si esperase algo que no podía darle, y como si le estuviese advirtiendo que, si no se daba prisa, ella tendría que buscarlo en alguien más.
—No es sobre escoger, Priscilla —masculló Sirius con fuerza, tirándose del cabello con una mano. No podía mirarla a los ojos, notó ella, cuando el chico se fijó en el espacio vacío entre los dos. Ahí, en voz baja, casi inaudible, agregó—. Él no es lo suficientemente bueno para ti.
—Ah, no —ironizó la muchacha en un susurro. Su molestia no había disminuido, no cuando su paciencia estaba colmada por culpa del comportamiento de Sirius—. Entonces, dime ¿Quién sí lo es?
Pero Sirius mantuvo la boca cerrada, porque no podía decir algo que ni él mismo terminaba de entender. Porque Priscilla no era como arriesgarse a quedar castigado por alguna travesura, o a lanzarse tras de la quaffle sin miedo a terminar herido. Ella era peligrosa para sus sentimientos, para la manera en que actuaba y pensaba, y Sirius no sabía cómo responder a ella.
El dedo acusador de ella lo pinchó en el pecho. Ella abrió la palma completa y la extendió sobre la tela, justo encima de su corazón. En ese momento, lo detestaba con todas sus fuerzas. Y al mismo tiempo...
—No es sobre eso ¿Cierto? No es sobre si Roger es bueno o no. Es sobre ti. Tú no quieres que salga con alguien más. Porque te gusto.
Pareció que Sirius iba a desmayarse allí mismo. Comenzó a negar con la cabeza, alterado ¿Cómo era posible que pudiera pronunciar aquello así, tan tranquila?
A Priscilla se le formó un nudo en la garganta.
—Y sabes que lo mío no es sobre Roger ¿Cierto? Que en realidad no me gusta tanto...
—Priscilla —no se le escuchaba la voz; era apenas un susurro—. Ya hablamos de esto...
— Me importas... Siempre me has importado tú. Y lo que pasó con nosotros en navidad. El cómo me siento cuando estoy contigo —continuó apenas moviendo los labios—. Pero si no puedes decirlo, Sirius... Si no puedes admitir lo que sientes —rectificó. Se inclinó un poco más, a sabiendas de que podía ser la última vez en que estuvieran así de cerca; en la que pudiera oler la colonia de Sirius tan claramente, y en la que pudiera percibir el calor de su aliento en la punta de la nariz—... Entonces jamás pasará.
Habiendo pronunciado la última palabra, Priscilla se echó hacia atrás y quitó la mano de su pecho. A ambos los recorrió una ráfaga de aire helado, que enfrió con rapidez cada parte de su piel que antes había quemado ante la cercanía del otro. Lo había intentado de nuevo, con el corazón herido, y él no era capaz de admitirlo. Pero ella lo sabía, en el fondo de su ser... Conocía el corazón de Sirius tan bien como el suyo propio.
La chica recogió su bolso del suelo, dónde antes lo había lanzado con molestia, y se dirigió a la salida tras dirigirle una escueta despedida al muchacho, que paralizado en su lugar, no terminaba de creerse lo que acababa de suceder. Que Priscilla hubiese sido tan franca sobre todo aquello que Sirius se esforzaba en ignorar.
—Espera —llamó Sirius volviéndose, y ella se detuvo bajo el marco de la puerta—. Priscilla... No quiero que estés molesta conmigo. Tienes razón, fue una falta de respeto de mi parte... Lo lamento.
Su gesto no se suavizó. Necesitaba volver a sentirse como ella misma, y no como un ser ligado a Sirius; no cuando él no era capaz de reconocerlo, o de ser recíproco.
—En tanto puedas respetar con quién decido salir o no... Todo estará bien entre nosotros.
*****
30/01/2022; 21:11
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