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Capítulo 32. Práctica y costumbre.

«Roger Fawcett invitó a salir a Floyd»

«No hagas que Floyd deba darte un ultimátum, por Merlín. Eres Sirius Black»

«Ponte los malditos pantalones»

James era increíble para sermonar a sus amigos; tenía práctica y conocimiento tras haber sido sermoneado durante toda su vida. Y ver a su amigo comportarse distinto –en el mal sentido– alrededor de Floyd, lo hacía molestar. Desde titubear cuando tenía que hacer una declaración sobre ella, hasta seguirla con los ojos a través de la habitación, y mirarla en silencio cuando Floyd tomada asiento a su lado y hablaba con tanta confianza, sintiendo que Sirius era su lugar seguro.

La cosa es, claro, que no estaba consciente de eso. Mientras su corazón repasaba el asunto de Priscilla una y otra vez, su mente tuvo que buscar una manera de retirarse. Fue más difícil que otra veces, pero de nuevo: práctica. Práctica en construir facetas frías y desinteresadas que pudieran ayudar a Sirius a proteger su corazón en una situación aterradora. Como antaño había sido vivir con dos maltratadores. Como ahora era estar con Priscilla.

Personas abismalmente distintas; pero el mismo miedo. El de ser herido.

Enero fluyó más rápido de lo esperado, pero la nieve continuó cayendo y el frío impregnaba cada rincón del castillo; era como si pudiera colarse a través de la piedra y congelar los zapatos y los dedos de los pies. Las estufas seguían encendidas todo el día y las ventanas se abrían en rara ocasión; los jugadores de Quidditch entrenaban sin importar la helada o la llovizna; y los lugares cerca de la chimenea en la Sala Común era el lugar favorito de todos los alumnos. Era donde Priscilla se encontraba en ese momento, charlando con Alice y Lily, calentando la punta de sus dedos en el borde del fuego. El largo cabello negro caía por su espalda, y sus fuertes muslos empujaban su falda más arriba de la cordura.

Sirius la observó desde su lugar, fingiendo que jugaba con la varita, dibujando pequeñas estelas azules en el aire. Dejó de hacerlo cuando comenzaron a verse demasiado violetas; pero continuó echado sobre un sofá individual, escuchando a Remus hablarle a Peter en una de las mesas cercanas sobre una de las tantas materias que el joven no comprendía pero aún así lo intentaba, una y otra vez.

—Parece que te mueres del aburrimiento —rio una voz femenina, y seguido una chica se sentó sobre el posabrazos del sofá.

Sirius intentó no mirarla. No podía pensar en lo que sentía por ella y al mismo tiempo imaginar lo que deseaba hacerle. Pero olía bien, y el resuello de su calidez le erizaba la piel del brazo.

—Sólo porque no hay nada bueno que hacer —bufó, que inclinado sobre el posabrazos opuesto, podía evitar tocarla—. Lunático lleva todo el día enseñando lo mismo a Peter, y James anda por ahí armando no sé qué jugada de Quidditch...

— ¿Eso no debería agradarte?

—James es muy rebuscado; no entiendo el motivo, si se le da bien el juego...

—Se necesita algo más que simple talento —negó Priscilla, sonriendo—. Ganarse las cosas a pulso. Dar todo de sí para merecerlo.

Sirius contuvo un suspiro; así como llevaba días conteniendo sus pensamientos y sus emociones. Se puso en pie, y cogiendo del codo a Priscilla, le hizo una seña hacia la salida del retrato.

—Es de noche —señaló ella. Había pasado incluso la hora de la cena.

—En las cocinas aún trabajan —insistió él—. Necesito distraerme un poco.

Vaciló un par de segundos, pero en la Sala Común no quedaba casi nadie y los ojos grises y penetrantes de Sirius, que la miraban con fijeza, le convencieron. Él sonrió al ver su triunfo y tomó a Priscilla de la mano para irse a toda velocidad de allí.

La chica pocas veces había visto los pasillos de Hogwarts durante la noche, vacíos de alumnos y con las antorchas mágicas apagadas. Sombras gigantes se proyectaban en las paredes de piedras y alcanzaban el alto techo, los ventarrones soplaban a través de las ventanas sin cristal y la piedra congelada erizaba los bellos de su nuca, y pudiera haber temido que un espectro o un profesor cruzase cualquier esquina para sorprenderla, de no tener a Sirius sosteniendo su mano, tirando de ella hacia la parte más oscura. Acelerando su corazón. Empujándola contra una pared, haciéndola jadear. Colocando la rodilla en su entrepierna a la vez apoyaba las manos a cada lado de su cabeza, acorralándola.

A través de la oscuridad, sus labios se encontraron a mitad de camino, como cuando buscas a tientas la manija de una puerta. Un roce tímido que confirmó la presencia del otro, y les permitió abrirse al contacto. No distinguía más que sombras; aún así, Priscilla cerró los ojos y dejó que sus otros sentidos tomasen las riendas de la situación; sus pezones se fruncieron bajo la camisa del uniforme y arqueó el cuerpo contra él. No necesitaba reflexionar sobre la actitud extraña de los últimos días, o asegurarse una y otra vez que no tenía nada que ver con ella...

Lo besó y sintió que no sólo su boca se abría hacia él, sino también su cuerpo. El corazón dio un traqueteo en el pecho, la piel de su vientre se erizó como si hubiese cobrado vida y tembló contra su cuerpo, sus labios suspirantes en cuanto Sirius se echaba hacia atrás para coger aire. Priscilla deslizó los dedos por el mentón del chico, tan terriblemente aliviada... No sabía que era capaz de extrañarlo más de lo hecho durante el verano; pero sus sentimientos por Sirius solo se mezclaban una y otra vez para crecer y sorprenderla. Todo el tiempo.

Él comenzó a alejarse con suavidad, casi obligado, y quedó a centímetros de Priscilla. Ambos jóvenes respiraron con cuidado y lentitud, como si temieran la presencia del otro; Sirius hizo descender sus manos y con acarició el rostro de la chica de forma superficial, apenas rozándola y causando una cosquilla que la hizo sonreír.

—Deberíamos... —el titubeó, y sus dedos se alejaron de Priscilla. Mierda, él no era ningún cobarde—. Deberíamos hablar.

Todo en su interior se removió, y a la par que su mente examinaba las palabras de su mejor amigo, iban desfilando por ella imágenes de las últimas semanas, de su extraño comportamiento y lo raras que estaban las cosas entre ambos. El estómago se le contrajo de inmediato al descubrir de qué se trataba.

—Sirius... —su voz era apenas un susurro enojado y cauteloso— ¿Estás planeando dejar las cosas hasta aquí?

Sirius no lo negó. En algún punto de la atmósfera una nube se movió y la luz de luna entró por las ventanas del pasillo, aclarando un poco. Ella solo distinguió su silueta en la oscuridad.

—Vale —la muchacha tragó saliva, sin saber cómo detener o acomodar el torrente de palabras en su garganta—. Hablemos, entonces, y empezaré yo.

Dio un paso al frente. Sentía la adrenalina acelerar cada movimiento suyo, y inhibición puesta por su cerebro estuviera deshecha durante unos cuantos minutos; las palabras cayeron como una cascada.

—Me gustas. Me gustas muchísimo —lo dijo con la voz ronca, en el silencio del pasillo, para que él escuchase—. Desde de los TIMOs, más bien. Al principio quise creer que sólo era físico, que te encuentro guapo... Porque tiemblo cuando me tocas y mi corazón se acelera cuando te veo. Es como si fueras la única persona sobre la Tierra... Habría sido más fácil de esa manera; ignorar el impulso. Pero no es solo físico y me costó mucho descifrarlo.

La respiración de Sirius se atascó.

— ¿Cómo lo hiciste?

—Fue complicado... Eres mi mejor amigo y por eso te quiero, así que me costó entender que mis sentimientos iban más allá de eso —tragó saliva—. Pero me hace feliz verte sonreír, y poder provocar esa alegría es un don que me fascina. Y creo que mi corazón va a explotar cuando te sientas a mi lado a charlar de cualquier cosa, cuando te veo ser tan valiente e incluso obstinado...

» Y aunque soy consciente de todo eso, no estaría aquí hoy, confesándolo todo, si no creyese que yo también te gusto, y lo creo porque me considero una persona inteligente —culminó, detenida frente a Sirius, sintiendo el aliento del chico caer sobre los mechones de su cabello— Así que dime, porqué, si nos gustamos, quieres dejar las cosas hasta aquí.

Allí estaba. La declaración de Priscilla, la expresión en voz alta de lo que una vez el también llegó a sentir en su interior... Todo dicho por la persona que lo causaba, por la chica que lo enloquecía.

Y Sirius no pudo responder al instante, ya que tenía mil cosas atascadas en la garganta. Las palmas le sudaban y tuvo que aferrarlas a la tela de su pantalón, su corazón se detuvo y volvió a latir cien veces en un minuto. Le dolía el pecho por las palabras que no era capaz de pronunciar porque ni siquiera sabía en qué orden colocarlas. Ni cómo actuar frente a tal declaración, ni cómo sostener las manos de Priscilla y explicarle que lo mejor era lo que estaba a punto de hacer... Pero con esa chica frente a él, con ese par de inmensas gemas violetas viéndolo con dulzura y adoración ¿Cómo iba a ser capaz...?

—Lo siento, Floyd. Lo siento muchísimo —balbuceó él, y las lágrimas empañaron su visión de una manera que la oscuridad alivió—. Yo... Siento no poder darte lo que tú quieres. Es solo que no sirvo para estas cosas; tú misma lo has visto. —Todos estos años...— No sirvo para las relaciones. —Eres incapaz de aceptar amor—. No quiero una.

—No te estoy pidiendo una relación —negó ella, tajante y sin notar lo que sucedía con su amigo— Me gustas y yo te gusto. Si seguimos con esto, será una relación así no lo digas en voz alta. Preocuparte por alguien, y sostener su mano cuando las cosas van mal, y besarlo cuando te viene en gana... No necesitas el título para estar en una relación.

—El título te hace responsable —continuó Sirius que de algún modo podía seguir hablando sin llorar—. El título hace a la gente ponerse nerviosa, y empiezan a arruinar las cosas...

Priscilla frunció el seño, a la par que comprendía las palabras de Sirius.

—Lo que no quieres es hacerte responsable por un título —pronunció con lentitud, sin poder creerlo, anonadada— ¿Tú decisión está basada en eso?

Todas estas semanas, había otorgado su espacio a Sirius, creyendo que la guerra y los problemas de su hermano le tenían sorprendido y desesperanzado... Pero él solo estaba buscando la manera de decirle que no quería ser su estúpido novio. Que no deseaba una relación. Mierda ¿Podía ser más tonta? O ella se había equivocado de manera monumental, o Sirius era un total cobarde cuando venía a los sentimientos.

Aunque apresuradas, preparó sus siguientes palabras con cuidado.

— ¿Y... qué pasa si yo te digo que no quiero continuar con esto a menos que sea algo establecido? —musitó sin mirarle a los ojos— ¿Si resulta que no quiero algo casual? No quiero algo como lo que tienes con tus citas, de salir con otras personas y verse de vez en cuando...

—No te pediría algo así —negó Sirius, lúgubre.

Priscilla apretó los labios.

—Entonces deja de excusarte y dilo de una buena vez —espetó, tomando aire—. No soy de cristal.

Pero él no pudo decirlo. En realidad, no pudo pronunciar nada porque las lágrimas se precipitaron fuera de sus ojos y bañaron todo a su alrededor. Quería tanto decir algo, o pedir un tiempo fuera, y detener un segundo de toda aquella locura... Pero no sabía qué deseaba decir. De cómo tomar a Priscilla de la mano y explicarle que ni si quiera Sirius Black era capaz de lidiar con su propio desastre...

La chica tardó un segundo en comprender que aquellos sonidos ahogados eran de Sirius, que sollozaba en silencio.

—No, no ¿Por qué lloras? —Priscilla frunció el ceño, mientras sus manos se elevaban por inercia, intentando frenar las lágrimas de su mejor amigo.

—Lo siento, Floyd... Lo siento en verdad —negó él, sujetando a Priscilla por las muñecas para evitar su ayuda. Ella forcejeó, su corazón devastado al ver su rostro deshecho iluminado por la luna—. Es culpa mía que las cosas hayan resultado así, que todo esté arruinado, que nuestra amistad esté rota para siempre...

— ¿Qué dices? —Priscilla le interrumpió, acercando su rostro al suyo— Sirius Black ¿Cómo dices algo así?

Deseo y repudio. Anhelo y dolor. Familiaridad y alerta. Todo eso sintió él cuando ella exhaló el aire sobre sus labios, cuando sintió sus muñecas bajo el firme agarre. Si antes Priscilla era capaz de desatar mil cosas dentro de él, ahora estas se hallaban duplicadas: amiga y amante, dos características ahora mezcladas que como una nueva especie, Sirius aún necesitaba estudiar y entender, para descifrar sus necesidades y comportamiento. Pero no tenía tanto tiempo como deseaba y además, aquel espécimen le asustaba a la vez que resultaba excitante, lo hacía desear correr y al mismo tiempo quedarse.

—Tú dijiste que nada podría romper nuestra amistad ¿Recuerdas? Fue tu palabra —negó ella.

¿Cómo podría enojarme contigo al ver el dolor que todo esto te ha traído?

Sirius la observó sin entender.

—Si dejamos esto hasta aquí...

—Nuestra amistad continuará —repuso ella, sin dudarlo ni un segundo—. No sé cómo demonios lo haremos, pero de alguna manera será.

No planeaba perderlo. No por algo así.

— ¿No estás enojada? —preguntó con la voz empañada por las lágrimas.

Ella negó con la cabeza.

—Si dejar las cosas hasta aquí, si rechazar mis sentimientos, es lo que quieres en verdad, y no está motivado por el miedo a algo tan simple como una relación... Yo entenderé.

Él tomó aire. Claro que no lo quería. Solo deseaba besarla y huir con ella a los rincones más maravillosos del mundo... Pero no deseaba dejarla entrar a su corazón y mostrarle que ya era la dueña de todo allí dentro... Sirius Black no sabía cómo hacer eso que nadie jamás le había enseñado. Las lágrimas fueron silenciosas entonces, porque no era lo bastante idiota como para tomar una decisión y compadecerse a sí mismo por ello, como para no ser responsable de sus acciones. Tragó saliva y recompuso su tono de voz.

—Me atraes, Floyd —confesó entonces, sintiendo que su nariz se calentaba al rozar la de ella—. Pero es solo físico. No quiero una relación contigo.

Si bien aquellas palabras fueron como un rayo sobre los sentimientos de Priscilla, que apenas empezaban a germinar, ella luchó por no demostrarlo. Asintió, con los labios apretados, y al Sirius soltar sus muñecas, ella retrocedió lo bastante como para volver a sentir el frío del castillo a su alrededor, una brisa tan gélida como las palabras de Sirius.

—Gracias por decírmelo —dijo en voz muy baja, casi inaudible—. Aunque preferiría no haber tenido que sacarte las palabras con cucharilla.

—Estuvo mal de mi parte. Queremos cosas distintas y debí decirlo claramente.

—Yo no lo sabía, que me gustabas, hasta hace muy poco, y me costó descifrarlo —explicó Priscilla—. Es normal que te llevara un tiempo entenderlo. No puedo enfadarme por eso.

Sirius murmuró algo que ella no se molestó en escuchar. Tomó aire. Solo quería volver a su habitación y esconderse bajo las sábanas por dos años enteros.

—Deberíamos volver —anunció—. Ninguno de los dos tenía hambre de todos modos...

Reparó en el rostro de Sirius, aún húmedo, y se apresuró a limpiarle con la manga del suéter. Pero ya no estaría bien hacer aquello ¿Cierto? Porque ahora sólo serían amigos. Así que retrocedió, la mano apretada, y evitó la mirada de Sirius a toda costa. Él no hizo ningún comentario sobre su obvio ademán.

Regresaron en silencio a la Torre, con un par de interrupciones para evitar a Filch y otros profesores. Un vez despertaron a la Señora Gorda e ingresaron a la Sala Común, el fuego estaba ya casi apagado y ningún estudiante merodeaba por allí. Sirius tomó la delantera, entonces, y pasando un brazo sobre sus hombros, atrajo a Priscilla hacia un fuerte abrazo. Ambos suspiraron contra el otro, odiando la posición en que ahora estaban, pero sin poder hacer nada al respecto. La chica sintió que sus ojos se inundaban ante la frustración y el anhelo; ojalá pudiera tomar la mano de Sirius y subir a su habitación, despertar con el después de sentir que tocaba el cielo...

—Sabes que te quiero ¿Verdad? —Murmuró él contra su cabello—. Eres mi mejor amiga.

Priscilla acarició la espalda de Sirius. Olía su perfume, y la punta de sus dedos percibía su calidez...

El abrazo se rompió y ella no respondió sus palabras. Parpadeó, ayudada por la oscuridad para ahuyentar las lágrimas, y tras dar las buenas noches de manera temblorosa, subió a su habitación.

Las chicas dormían con tranquilidad. Mientras se quitaba el uniforme, Priscilla sollozó por lo bajo, reprimiendo sus ganas de echarse a gritar de la impotencia, y por el contrario se obligó a respirar hondo hasta poder calmarse. O hasta deshacerse de su histeria, ya que calmarse era imposible. Una vez enfundada en su pijama y envuelta en su cobija como una oruga, Priscilla pegó las rodillas al pecho y permitió que todo aquello allí escondido saliese. La impaciencia de las últimas semanas, el cansancio que le dejó tener que reunir aquel coraje nervioso para hablar con franqueza sobre lo que sentía, y por último... La desazón amarga del rechazo, como una especie de ácido que bajó por su garganta hasta caer sobre su corazón y corroerlo todo. Lo sentía arder y quemar en su pecho, tanto que llegó a alucinar que no podía respirar.

*****

Durante la prima visita a Hogsmeade, todo el suelo estaba cubierto de una crujiente capa de nieve blanca y la brisa mecía con suavidad los cabellos de las chicas y el borde de sus abrigos. Las chicas acordaron ir juntas hasta el pueblo y dividirse allá para que cada una hiciera lo que tenían planeado; poco antes de volver planeaban reunirse en las Tres Escobas a tomar una cerveza de mantequilla con Elizabeth Moore, la ahora pública novia de Mary. A pesar de seguían escondiéndose de los profesores y los alumnos que pudieran llevar el chisme a sus familias, Mary decidió compartir la dicha con sus amigas.

Priscilla se detuvo en las escaleras del castillo, y mientras el resto de los estudiantes descendían en camino a la gran verja, ella observó a Alice y Mary jugar con la nieve como dos niñas pequeñas. Marlene se unió al cabo de un segundo, riendo y bromeando con Mary como si nunca hubiesen pronunciado aquellas palabras tan hirientes ¿Escondían muy bien su rencor? ¿O el cariño que antaño hubieran sentido ahora les permitía desearle lo mejor a la otra y seguir con su vida? De cualquier manera, Priscilla estaba actuando como ellas, pero se sintiéndose una hipócrita.

Durante la semana después de aquella decepcionante noche, nada cambió entre ella y Sirius. Al menos en el exterior. Seguía reuniéndose para estudiar y leer, y recorriendo los pasillos mientras hablaban de cualquier cosa que hubiera sucedido en su día, o de cómo iban las prácticas del Quidditch de Sirius y las pociones curativas de Priscilla. Ninguno volvió a mencionar la conversación, o lo sucedido en el piso de Sirius y en Londres. Era como si ambos hubiesen olvidado lo sucedido desde Halloween hasta una semana antes, y fingían una normalidad tranquila e intocable.

Pero ella se cuidaba de tener la túnica y la mochila bien colgados todo el tiempo, para que él no se molestase en acomodarlos; y solía sujetar su cabello cuando estaban juntos para que él no tuviera que poner ningún mechón en su lugar; y claro que no le hablaba de las noches en vela, de su mente que repasaba una y otra vez aquellas lejanas vacaciones de invierno. Detestaba tener que colocar aquella disimulada distancia entre ella y su mejor amigo, pero ¿Qué más opción quedaba? No podía controlar su corazón que se aceleraba al Sirius colocar un dedo sobre ella, ni apagar el brillo de sus ojos cuando estaba a centímetros de distancia. Y si era incapaz de ejercer dominio sobre esas cosas, al menos intentaba reducir las oportunidades para que dichas sensaciones surgiesen.

Sintió algo suave rozarle el cuello, y luego el cabello presionado contra la nuca. Priscilla salió de su letargo y evaluó a su alrededor, al descubrir unas manos cálidas colocar una bufanda alrededor de su cuello.

— ¿Sólo llevas un abrigo? Con lo friolenta que eres —Lily, con las mejillas y la nariz tan rojas como su cabello, se plantó frente a la pelinegra con una sonrisa brillante—. Yo te doy la bufanda ¿Dónde están tus guantes?

—Me los he dejado en Londres —se inventó Priscilla, parpadeando, que poco le importaba prepararse para el frío.

— ¿También te dejaste allá la mente? ¿En qué nube andas?

Forzó una sonrisa de labios entumecidos.

—Llevo calcetines gruesos.

—Seguro que sí —Lily enlazó su brazo con el de Priscilla. Si notaba su comportamiento distante, no lo mencionó, sino que avanzó tras sus amigas—. Me aseguré de no desayunar mucho hoy, para comer en Hogsmeade. Siempre me llenó rápido con el chocolate caliente y llego aquí deseando haber probado más cosas. Es frustrante.

—Debes tener un estómago para la comida y otro para los dulces, como Sirius —bromeó Priscilla, sin darse cuenta de lo que decía.

—Venía bajando antes que nosotras —notó Lily— ¿Por qué no le pides sus guantes?

Priscilla miró tras ellas. En efecto, Sirius venía, charlando con sus amigos y los ojos fijos en ella. Conectaron miradas un segundo, y notó que traía entre las manos cubiertas, los guantes escarlatas de Priscilla, regalados por Marlene. Debían de haberse quedado en su piso.

—Debe cuidarse las manos para el Quidditch —negó, volviendo la cabeza—. Y tengo bolsillos ¿Ves?

Lily negó con la cabeza, divertida. A diferencia de aquella vez en que la pelea con Severus le costó a Priscilla noches de sueño y días sin comer, ahora actuaba con más naturalidad y sus amigas parecían no notar nada. No dejó de comer, ni de hacer ejercicio o de charlar con ellas. Ni siquiera estuvo cansada por la falta de sueño, puesto que prefería tomar siestas en la tarde siendo la noche el momento en que no lograba dormir. Su único rasgo delator eran unas profundas ojeras que tapaba con maquillaje.

Al llegar a pueblo, Alice se fue con Frank, Mary con Elizabeth, y Marlene y Lily corrieron hacia Honeydukes. Priscilla, por el contrario, se encaminó sola a comprar unos cuantos pergaminos y plumas; no era urgente, pero así podía aprovechar el trayecto para observar la nieve y el paisaje helado a su alrededor. Podía estar sola, por fin, sin tener que ofrecer respuestas que no deseaba. Así como quería a sus amigas, también quería que ninguna supiera sobre su experiencia con Sirius. No estaba lista para hablar de ello; ni siquiera estaba segura de tener algo para decir.

Se atraían físicamente. Ella quiso algo más. Él no. Fin del asunto.

Excepto que claro, a Priscilla le resultaba completamente inverosímil que la vibración en su alma cada que ellos se juntaban fuera unidireccional.

Pero si era lo que Sirius decía, ella estaba en el deber de creerle ¿No?

Con su bolsa de compras en la mano, iba saliendo de la tienda justo cuando otro cliente estaba a punto de entrar. Roger chocó contra Priscilla y ambos saltaron hacia atrás antes de reconocerse. Ella alcanzó a esbozar una sonrisa avergonzada mientras la mirada del chico se iluminó.

— ¡Hola! Lamento tropezarte. Vengo buscando cualquier lugar donde refugiarme del frío.

—No te preocupes —ella le echó un vistazo— ¿Vas a comprar algo?

—No, sólo vine a pasear por el pueblo —explicó el chico. Habían crecido más durante las vacaciones— ¿Qué planes tienes tú?

—Creo que veré a mis amigas para tomar algo —anunció. Pero era cierto ¿Por qué añadir el creo?

Roger vaciló un instante, y ella supo lo que iba a decir antes de hacerlo.

— ¿Quieres ir a tomar chocolate caliente? 

***
16/01/2022; 18:40

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