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Capítulo 31. Nada puede ser igual.

1977

     Priscilla no dejó la casa de Sirius sino hasta el dos de enero, el día antes de regresar a Hogwarts. Debía preparar su baúl, y despedirse de su abuela ya que sus padres seguían de vacaciones. Como no era aconsejable que un mago fuera solo a ningún lado y menos durante tanto tiempo, Sirius la acompañó hasta el autobús noctámbulo y luego regresó a su hogar, pensando que debería conseguir para Floyd unos espejos como los que él y James tenían. Su seguridad como nacida muggle le preocupaba. 

     Pensaba otras cosas, también. Tal vez en otros tiempos sólo habría recordado una y otra vez lo bien que pasaron el tiempo, en cómo su cuerpo reaccionaba junto a ella, pero no era así. El tiempo que pasaba con Priscilla era demasiado bueno y Sirius lo disfrutaba mucho más de lo jamás hubiera hecho con cualquier otro amigo, eso ya estaba admitido ¿Así que ahora debía preguntarse qué sentía en verdad por quién  antaño había considerado sólo su mejor amiga? En la calidez que sentía dentro del pecho cuando Priscilla estaba recostada sobre él; en el cosquilleo de sus dedos cada que deseaban acariciarla cuando estaba cerca... 

     Era tan aterrador e incómodo que le erizaba los vellos de la nuca. Remus no paraba de insinuarlo, así como James, e incluso el propio Sirius había tenido que poner aquella palabra horrorosa sobre la mesa... Amor. Amor romántico. Del que hablaban las novelas en personajes tan insoportables como Catalina y Heathcliff, del que deberían haber tenido los padres de Sirius al casarse. 

     O puede que sí lo tuvieran. Algunos recuerdos borrosos de su infancia incluían a su madre sonriendo con ternura al ver a su esposo, a su padre inclinándose para besarla en los labios antes de irse al trabajo; antes de que las presiones sociales y la aristocracia mágica terminasen por hacerlos miserables y orillarles a hacer miserable la vida de los demás. Pero eran recuerdos demasiado lejanos, y el pequeño Sirius había deseado tanto tener una familia normal en la que él y su hermano pudieran ser felices que posiblemente los imaginó. 

      Y posiblemente también estaba imaginando lo que ahora veía frente a sus ojos. A una pareja de mediana edad vestidos de manera demasiado extravagante, caminando en la misma acera que él, solo que en dirección opuesta. Le bastó una sola ojeada a sus rostros bajo el sombrero para reconocerlos y decidir cruzar la acera.

     No había dado dos pasos cuando las palabras de la mujer flotaron en el aire y erizaron los vellos de su nuca.

—Es de mala educación ignorar a tus padres cuando los ves en la calle, Sirius Orión. 

      Los labios le temblaron al abrirlos. En realidad, todo su cuerpo se estremecía y las emociones dentro de él se mezclaban y explotaban haciendo de un desastre su cabeza y su ser. Desagrado, molestia, repugnancia, miedo...

— ¿A los padres de cuya casa hui deliberadamente hace seis meses? —el muchacho se giró, manteniendo la compostura, con los puños apretados en los bolsillos de su gabardina— ¿A la madre que me atacó mientras lo hacía? ¿O al padre que planeaba entregarme a los mortífagos?

     Walburga frunció la boca con indignación. A su lado, Orion miraba a su primogénito como si fuera una rata que acababa de salir de la alcantarilla.

— ¿Qué te has creído para hablarnos de ese modo? —Habló entre dientes, sin levantar la voz— ¿En qué clase de renacuajo insolente te has vuelto...?

—He sido así siempre; solo que ahora no puedes lanzarme un maleficio cada que hablo.

—Deberías estar en la calle como el traidor a la sangre que eres —continuó Walburga—. Pero ese estúpido Alphard...

— ¿Es por eso que andáis por el distrito muggle? ¿Queréis ver qué hago con el oro?

—Necesito saber cómo ensucias nuestro apellido, pequeño bast...

     Orión dió un paso al frente, y tanto Sirius como su madre guardaron silencio. El señor hizo un gesto a su esposa para que se alejase unos cuantos metros, y está se irguió en toda su postura, furiosa.

—Pagarás esto muy caro, Orión —pronunció su esposa, antes de caminar lejos de ambos.

     Su padre se volvió hacia Sirius y lo examinó con calma y un frío silencio. Podía reconocerse a sí mismo en la forma de la mandíbula del hombre, en los ojos calculadores y los hombros anchos. Pero ya no sentía más que odio por él.

—Para nadie dentro de los veintiocho es un secreto lo que el primogénito de los Black ha hecho —comenzó con voz pausada—. Nos deshonraste, y desde entonces has hecho de tu vida un escándalo. Eres un alumno alborotador y un joven aún más problemático.

     Sirius guardó silencio, a pesar de que todo en su interior rugía por salir, y gritar y tirarse del cabello... Su boca estaba paralizada.

—Ya has encausado tu vida por el mal camino y eso no se puede corregir —declaró el señor Black—. Te creíste sin dudar las mentiras que plantaron los Potter en tu cabeza, los ideales de confabulación con los sangre sucia y su vida libertina. Piensas que podéis desafiar al señor Tenebroso y no sufrir las consecuencias.

—Me parece que esta reprimenda llega un par de años tarde —soltó Sirius, con los dientes apretados. Poder arrancar esas palabras de su garganta fue una batalla.

— ¿Reprimirte? No. Tómalo como un favor hacia tu familia. El único que jamás harás. Baja la cabeza y permite que tu hermano ascienda en la sociedad sin más escándalos a su alrededor, dale algo de paz al corazón de tu madre —Orión se preparó para marcharse—. No le has brindado más que lágrimas y jamás me has dado ni una pizca de orgullo. Se suponía que debías ser nuestro primogénito, el heredero de los Black... Pero es como si estuvieras podrido hasta la médula.

      A pesar de que sentía el rostro desquebrajado, y el cuerpo entumecido, Sirius se las arregló para esbozar una sonrisa. 

— ¿Estás seguro de que no soy adoptado?

—Lamentablemente sí, estoy seguro —dijo en cambio el hombre—. Desde que viniste a este mundo, Sirius, has sido incapaz de recibir órdenes u instrucción alguna. Y aún peor que eso, rechazas cualquier preocupación y amor que alguien pueda profesar hacia ti. 

—Lo que tu consideras instrucción es enseñarme a odiar a personas que no han hecho nada malo —negó el chico mientras comenzaba a alejarse—. Lo que mamá me hizo no es amor. Y jamás os habéis preocupado por mí. 

     Esos sentimientos existen en su forma genuina. Pero puede que tengas razón, y yo sea incapaz de aceptarlos. 

*****

     La vuelta a Hogwarts fue blanca y helada. Nevó durante el viaje de ida, nevó mientras los estudiantes llegaban al castillo y continuó nevando hasta bien entrada la noche. La mayoría de las calderas estaban encendidas y Priscilla hubo de enfundarse en bufandas, mitones y varios suéteres para tomar la fuerza suficiente de ir a cenar. Las chicas la arrastraron, en parte porque todas estaban ansiosas de ponerse al día con las historias de las demás. Tanto así, que apenas y compartió un par de miradas con Sirius durante toda la cena. En realidad, no hablaban desde que se despidieron en el autobús, ya que era ridículo enviarse cartas estando a tan poca distancia.

     Priscilla ya lo extrañaba, mas no sabía qué estaba permitido ahora que habían vuelto al colegio. En realidad, eso la hizo sentir estúpida. Estando tan envuelta por el tonto Sirius y la libertad de estar solos en un piso, lo último que cruzó por la mente de Priscilla fue establecer límites o preguntarse qué iba a suceder una vez la vida volviera su curso. Una vez recordasen que eran mejores amigos que aún no querían revelar su rollo a los demás. Sobre todo porque no sabían de qué iba todo el rollo. 

     Una grata sorpresa fue ver que Marlene y Mary eran capaces de convivir en la presencia de la otra, aunque no se dirigían la palabra explícitamente. El resto de sus amigas ignoraban, claro, que una o dos cartas fueron compartidas entre las chicas durante las vacaciones, que si bien no perdonaban los insultos pronunciados después de Halloween, intentaban dejar todo en paz entre las dos. Aún debían compartir habitación por más de un año, y ver su rostro en los pasillos del colegio, y aliviar la situación para Lily, Alice y Priscilla. 

     La pelinegra notó a Marlene mirándola más de la cuenta, y por eso se acostó a dormir más temprano de lo esperando, huyendo de posibles preguntas. No era capaz de admitir que había ignorado su consejo por completo, y a pesar de que sus sentimientos eran muy claros ya, la simple idea de tener aquella conversación con Sirius la aterraba.

*****

—James me dijo que estás enfermo ¿Qué te sucede?

     La voz preocupada y urgente de Priscilla no sobresaltó a Sirius. Había percibido su llegada, tal vez por el olor de su perfume, o porque su corazón cambiaba de ritmo cuando ella estaba acerca. En cambio, se mantuvo impasible, mirando a través del balcón en la Torre de Astronomía, dónde el frío era insoportable y por lo tanto Floyd no debería estar a gusto. La subestimó, por supuesto. Si estaba preocupada por él, Priscilla era capaz de ir a cualquier rincón del mundo.

—No estoy enfermo —negó el chico, sin mirar a su alrededor. El lugar era lo bastante grande como para que distintos alumnos fueran a admirar el paisaje y conseguir algo de paz, por lo que no estaban solos.

     Maldijo a James en silencio por inmiscuirse y arrastrar a Priscilla dentro de la situación. Sí, era cierto que llevaba un par de días algo silencioso, incluso puede que instrospectivo, pero había dicho a sus amigos que no se preocupasen. Y sus obligaciones con el equipo chocaban con frecuencia con el tiempo libre de Priscilla –quien ahora también debía ocuparse de su venta de pociones para el cabello– por lo que apenas pudieron compartir tiempo durante ese mes.

      ¿Dolía después de haberla tenido tan cerca durante las fiestas, de haber despertado con su aroma flotando en toda la habitación? Sí. La presión en su pecho –cuando la veía sonreír a través de la masa estudiantil, cuando su cabello negro era revuelto por el viento– era tan insoportable que le avergonzaba atribuirle todo a una chica. Y al mismo tiempo reconocía que Priscilla no era sólo una chica. Era parte de sí mismo.

     ¿Era necesario estar lejos de ella para reflexionar sobre lo que en verdad quería? Claro, aunque no terminaba de funcionar. Quería tenerla cerca, quería estar con ella, pero las palabras de su padre seguían retumbando en su mente. Puede que en verdad fuera incapaz de aceptar el amor, que alguien como él no estuviera hecho para atarse a alguien ni para cuidar de otra persona...

— ¿Me he perdido de algo? —continuó Priscilla con suavidad—. Sé que he estado ocupada y apenas nos hemos visto, pero...

—Por Merlín, Floyd, no te culpes por eso —Sirius arrugó el rostro—. Ambos tenemos obligaciones.

     La chica bufó, insatisfecha.

—Tu mirada parece estar en otro planeta ¿Te estás volviendo loco?

— ¡Claro que no! —alzó la voz como si aquello fuera ridículo, despertando de su letargo— La gente tiene derecho a meditar sobre su vida de vez en cuando ¿Bien? No es mi culpa que Cornamenta tenga la profundidad espiritual de un pez.

     Priscilla juntó la cejas ¿Por qué no se volteaba a verla a la cara?

—Ah ¿Y qué estás meditando?

     El luchó con las palabras un momento; sus dedos se tensaron sobre el barandal.

—Nada que deba preocuparte —mintió en voz baja, suavizando su tono de voz. Lo último que quería era poner triste a Priscilla.

     Esta evaluó a Sirius en silencio, y todo a su alrededor pareció perder algo de color. Era extraño, después de todo, haber compartido tal intimidad con otra persona y ahora estar de pie frente a él, sin siquiera tocarle, dudosa sobre qué podía hacer frente al resto del mundo.

     Durante todo el mes había atribuido su lejanía a las ocupaciones de ambos... ¿Pero qué si estaba ocurriendo algo más?

—Sabes que puedes decirme lo que sea ¿No es así? —dijo, preguntándose en silencio qué tan insoportable podría volverse el nudo en su garganta—. Sin importar lo que haya sucedido entre nosotros durante las vacaciones. Seguimos siendo mejores amigos.

     Sirius no contestó. No podía hacerlo, cuando las cartas estaban muy cerca de quedar sobre la mesa. Se mantuvo en silencio, mirando a través de la venta las montañas congeladas en la lejanía. Y sin emitir sonido, movió la mano sobre el barandal, hasta cubrir los dedos de Priscilla con los suyos.

******

      Sirius continuó luciendo taciturno por el resto de Enero; y Priscilla esperó que él decidiese cuándo estaba listo para hablar. Después de todo, odiaba ser presionado y ella lo quería lo bastante como para esperar un par de días. Entretanto, necesitaba estudiar, y ocuparse de su trabajo en el Invernadero. La profesora Sprout prefería a un humano cortando la maleza y hojas malas de los cultivos, no a un elfo, y con la confianza que tenía a Priscilla también le permitía coger una o dos plantas de su preferencia para la preparación de sus pociones y otras cosas que ella planeaba hacer. Fue allí donde Marlene la interceptó.

— ¿Y bien? ¿Qué hicisteis en Navidad?

     La pelinegra fingió pensarse su respuesta, mientras Marlene tomaba asiento junto a una de las paredes de vidrio. Estaba enfocada en una maceta colgante, cuyas largas ramas ya casi rozaban el piso y comenzaban a dañarse por el frío.

—Sirius y yo buscamos un departamento dónde él se sintiera cómodo. Tardamos un par de días, pero encontramos uno bueno —relató—. Bueno después de toda la magia que le hicimos, claro. Las alfombras estaban muy sucias, y había moho en las esquinas de los baños. No sabía que Sirius era tan meticuloso hasta que comenzó a limpiar. Cambiamos la pared de la sala por un ventanal, y tuvimos que destapar la chimenea...

— ¿Estás relatando la remodelación?

     Ella contuvo un suspiro.

—Sí, sé que te refieres a lo otro.

— ¿Y bien? ¿Qué pensaste? —la rubia bajó la voz— ¿Qué sientes?

      Priscilla tomó más aire y su pecho dolió.

—Le quiero. Me gusta en ése sentido romántico —confesó, poniendo los ojos en blanco—. Mierda, me gusta mi mejor amigo.

     Resultaba ridículo confesarlo de forma tan clara después de haber pasado semanas meditando en silencio sobre lo que en verdad sentía; pero más ridículo era continuar fingiendo que ignoraba lo que su corazón sentía alrededor del chico, lo que su cuerpo deseaba de él. No era sólo físico, y puede que tampoco romántico; aquellos dos conceptos se habían mezclado para formar algo etéreo y mágico como lo que compartieron en casa de Sirius durante año nuevo.

— ¿Se lo dijiste?

—No. En realidad, Sirius ha estado actuando raro desde que volvimos al colegio —explicó Priscilla, pasando una mano por su frente—. Quise pensar que era por mí o algo que hice, pero de ser el caso, me lo diría. Creo que algo le sucedió... ¿Sus padres? ¿Las clases? Me preocupa mucho que pueda estar pasándola mal.

     El semblante de Marlene se tornó serio.

—Los espías de mi abuela han informado que en las vacaciones una nueva fila de mortífagos ascenderán. Estaban esperando por la mayoría de edad —relató, cabeceando—. Su hermano, Regulus, está entre ellos; así como muchos otros estudiantes de Slytherin. Sirius debe haberse enterado.

     Un suspiro tembloroso abandonó sus labios. En tiempos de guerra era muy sencillo pasar de cuestiones tan cotidianas como el amor a enterarse que habían personas a tu alrededor dispuestas a acabar contigo.

—Por Merlín... Es horroroso saber que personas que estudian juntos a nosotros trabajarán para Quien-tú-sabes. Me revuelve el estómago.

—Lo sé —Marlene se estrujó las manos en la bufanda del uniforme—. De cualquier manera, aunque Sirius se haya desligado de su familia, estas cosas siempre afectan. Dale unos días.

—No puedo imaginar cómo es. —Priscilla dejó el cortasetos sobre una de las mesas, y se deshizo se los guantes de jardinería— Y me siento como una idiota cuando olvido que hay una guerra fuera de aquí.

—No falta mucho para que lo recordemos todos los días —se encogió de hombros—. Mientras sigamos en Hogwarts, Dumbledore nos protegerá. Pero el año entrante...

—Sí, dejaremos el colegio —aceptó Priscilla. Era tan odioso. Pensar que deseaba volverse medimaga, que estaba enamorándose de alguien... Y luego recordar que la gente era asesinada por tener la composición incorrecta de sangre.

     La misma que ella tenía.

—Esforcémonos más en el campamento de este año. Y en el que sigue. Y el resto de nuestras vidas ¿Vale?

     Priscilla elevó la mirada hacia Marlene, que sonreía. No era una declaración sorprendente, y no aliviaba el peso en su pecho, pero tener a su amiga cerca fue como un soplo de aire fresco.

—Sí. Hagámoslo.

     La sonrisa que ambas compartieron se vio interrumpida por alguien que tocaba con suavidad la puerta del invernadero, que luego se abrió y dejó entrar a Roger Fawcett.

     Priscilla se paralizó un poco al verlo, al recordar su declaración decembrina, y que no le había visto desde entonces. Él le ofreció una sonrisa honesta.

—Priscilla ¿Como has estado? ¿Tuviste unas buenas navidades? —en vez de avanzar, se sostuvo las manos tras la espalda. Llevaba el cabello más largo y un pequeño rastro de barba en el mentón— Yo... Ah, hola, McKinnon.

—Roger —le dedicó un asentimiento de cabeza— ¿No deberías estar entrenando?

—Otro equipo está en el campo de Quidditch, y yo venía a los invernaderos a buscar a Priscilla —explicó él con cordialidad.

—Lamento que no nos hayamos visto desde el baile —intervino la mencionada. La petición de Roger llevaba días sin cruzar su mente—. He estado ocupada y...

—No te preocupes, todo estamos llenos de deberes —la tranquilizó él. Siempre era tan cordial, por Merlín—. Te... Te buscaré otro día ¿Está bien? 

—No tienes por qué irte...

—Espero que tengas buen día —continuó Roger, rojo hasta las orejas, y salió del invernadero sin añadir nada más.

     Marlene contuvo una risotada— ¿Cómo haces para poner nervioso al Premio Anual?

—Siendo una completa maleducada —bufó Priscilla. Ahora debía añadir a su lista de cosas por hacer explicarle a Roger que aunque era guapo, y educado y encantador y a veces hacia sudar las palmas de Priscilla, no podían salir porque ella sentía mil cosas más intensas por alguien más.

—Sería una buena manera de poner a Sirius celoso.

     Priscilla puso los brazos en jarra.

—Disculpa ¿Desde cuando quieres solucionarle la vida amorosa a los demás?

—Desde que la mía se tornó muy aburrida —explicó encogiéndose de hombros.

—O entendiste que necesitabas un descanso.

—Como sea, la gente se aprovechó de eso —refunfuñó la rubia, y después de dudarlo un poco, soltó:— Mary y Elizabeth Moore están saliendo. 

— ¿Qué?

—Sí. Y pensar que el año pasado me acosté con ambas en un mismo mes —dejó escapar un bufido dramático— ¿Esto es un reality show donde mis ex arman un complot para hacerme sentir indeseable?

      Priscilla parpadeó, aún sorprendida.

—Pensé que Elizabeth...

—Ella es bisexual. Y viene de una familia súper conservadora y obsesionada con la sangre, así que lo mantienen en secreto. Pero yo sé dónde se esconden dos lesbianas para besuquearse —entrecerró los ojos— ¿Qué? ¿Por qué te ríes?

— ¿Yo? Sólo encuentro irónico todo esto —Priscilla dejó de ocultar la sonrisa— ¿Cómo te sientes tú? ¿No es raro?

—Claro que sí. Odio pensar que puedan reunirse a hablar sobre mis defectos en la cama —suspiró—. Y detesto sentir que quedé fuera de la ecuación, como la tercera rueda o algo así. 

     Priscilla le colocó una mano en el hombro, en forma de cariño.

—No podrías ser la tercera rueda cuando estuviste primero con ambas.

—Eso es un cariño a mi autoestima.

—Aunque puede y sea un tipo de venganza. Del mundo. Como el karma.

     Marlene murmuró algo sobre estar indignada pero consciente de que se había buscado aquel castigo del universo. 

     Y ahí estaba, de nuevo. Cómo el tema podía ir de amor a guerra y regresar en menos de cinco minutos.

*****
OMG juré que ya estaba publicado el cap ajsjajaj pero aún es domingo!!

besitos :*

05/12/21; 23:33

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