Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 30. Noche Vieja.

alerta de +18
***

     Priscilla se detuvo frente al edificio e inhaló profundamente. Le latía el corazón con rapidez, y bajo la gruesa capa de abrigos su piel sudaba con ligereza y anticipación. Mierda, no quería oler mal. La chica se deshizo de su abrigo para permitir a la ventisca decembrina refrescar sus ropas, pero se mantuvo frente al lugar un par de segundos más.

     Era treinta y uno de diciembre y la gente iba y venía con bolsas llenas de comida o vino, con guirnaldas y premura navideña. Las panaderías olían a roscas y dulces, a ponche y pan de frutas. Una capa de nieve, blanca y esponjosa, había cubierto la calle y crujía bajo los zapatos de los transeúntes. Los copos débiles y casi tímidos seguían cayendo y acumulándose sobre las huellas, pero el cielo arrebolado pintaba a ser una noche de ventisca y grandes pilas de nieve.

     Con una mano sosteniendo su abrigo y la otra con la bolsa de las compras, Priscilla se las arregló para presionar el intercomunicador. Había enviado una nota a Sirius avisando la hora de su llegada, y si era puntual como ella esperaba, estaría esperándola en el portal para ayudarle con las cosas. El sonido de la puerta doble siendo removido por un momento hizo a Priscilla empujarla con el pie para colarse dentro del portal del edificio. Un segundo después, Sirius bajaba las escaleras a toda prisa y tomaba las bolsas de las manos de la chica.

     No fue sino hasta que estuvieron dentro del departamento con la calefacción encendida, que Priscilla pudo reparar en el chico y sonrojarse. Mientras Sirius decía algo sobre el vino y las copas que había comprado para ir llenando su despensa, la chica avanzó hacia él; se hallaba sacando las cosas de la bolsa para colocarlas sobre el mesón de la cocina y estaba de espaldas. De repente sentía el cuerpo acelerado, y un haz de pensamientos fugaces le decían una y otra vez lo que deseaban hacerle al chico, lo que solo se atrevía a pensar en las noches; las razones por las que se había detenido a calmar sus nervios minutos atrás.

—Te extrañé —murmuró ella, presionando la nariz contra el suéter negro de Sirius. Olía demasiado bien.

     Él echó el rostro hacia atrás, para apoyarse contra la chica.

—Yo también —suspiró—. A pesar de lo que disfruto no hacer deberes, las vacaciones resultan una tortura si no puedo verte todos los días.

—Suena a que necesitas mucho de mi presencia —bromeó.

—Si no fuera así, no te consideraría mi mejor amiga.

— ¿O sea que haces lo mismo con James y los chicos?

—No tanto. Tú eres más atractiva. Y besas bien. 

—Así que hay más intereses de por medio —negó Priscilla, echándose hacia atrás. Pero Sirius la retuvo y cambió los lugares para aprisionarla contra el mesón de la cocina. 

—Claro que no puedo decir que tú pienses lo mismo —arrugó la nariz, como un niño enfurruñado.

     Priscilla escudriñó en su rostro serio.

— ¿Estás enfadado? 

—Un poco —Sirius sacudió la cabeza—. Estuvimos juntos varios días después de las vacaciones, pero cuando consigo casa a penas y te veo ¿No te sientes cómoda aquí? ¿O conmigo?

     La respiración de Priscilla se atascó. No habían pasado tantos días... Pero tampoco era capaz de negar lo evidente. Y menos cuando los ojos de Sirius eran dos taladros, buscando conseguir la verdad.

—Es solo que... —Priscilla bajó la mirada, cohibida, para poder soltar lo que pensaba—. Bueno, Sirius... Esta es tu casa, y yo... No sé, es como tu zona de confort ¿Sabes? Y pensé que...

—Tienes que verme a los ojos, Floyd —interrumpió. La tomó y la subió a la encimera sin pedir permiso, empujando las latas de guisantes y el pan hacia atrás. Entonces se clavó entre las piernas de la chica sin cuidado, atrayéndola hacia sí. Ahora sí, estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco. El cuerpo de Priscilla vibró con más fuerza, y a punto de deshacerse allí mismo, se obligó a fijar la vista en Sirius.

—Primero pensé que tal vez no ibas a querer tenerme todo el día aquí metida. Como una intrusa o alguien que no es capaz de despegarse de ti.

     Sirius esbozó una sonrisa linda, satisfecha.

—El que no puede separarse de ti soy yo, Floyd.

—Bueno —se obligó a continuar, aún más sonrojada—, pero luego se me ocurrió que, si estábamos los dos solos y sin ninguna supervisión... Algo más podría suceder.

—Lo de antes era medio broma. Seguimos siendo amigos, Floyd. Disfruto de tu compañía tanto hoy como en el último año —le informó Sirius, impaciente—. No tiene que pasar nada.

—Es que yo quiero que pase —negó Priscilla, torturada por no poder apartar la mirada—. Pero también me da nervios ¿Ya te dije que a veces quiero arrancarte la ropa?

     Sirius rio. Priscilla suspiró, algo más calmada, sin saber si ahora que había expuesto sus miedos podría actuar como deseaba más tarde.

—Sí —se inclinó para besar la punta de su nariz—. Peor no tienes que preocuparse por eso ahora, Floyd. Cuando suceda... Estará bien. 

     Priscilla cerró los ojos, y atrajo a Sirius hacia su boca con un suspiro. Quería un beso sencillo y calmado... Pero siempre estaban las cosquillas, el hambre de más. No lo hubiera dejado ir de no ser porque Sirius se echó hacia atrás.

 —Gracias por aclararme todo. Vamos a cocinar la cena. 

***

     La cena consistió en trozos de pavo y ensalada echa por Sirius, mientras que Priscilla se encargó de los brownies y mantener las copas de vino llenas. Como un niño criado entre reuniones de adultos y cosas finas, la alacena ya estaba llena de los mejores vino que su herencia le permitía comprar. Ella no era muy aficionada del alcohol, pero algo en el ambiente frío y la música del tocadiscos le hizo tomar un sorbo tras otro. Para cuando la mesa estuvo servida y el reloj marcaba las diez de la noche, Priscilla salía de tomar una ducha y su cabeza se sentía más ligera que de costumbre.

     No era como si planeasen hacer algo más que estar junto al otro toda la noche, sin salir del departamento; aún así Priscilla se enfundó en un vestido azul, puso algo de maquillaje en su rostro y calzó unos tacones negros. Sirius también se encargó de ponerse una linda camisa de vestir negra y una colonia que aumentó los deseos de Priscilla de saltarle encima. 

—Todo quedó muy bien —murmuró Priscilla, una vez estuvieron sentados junto al gran ventanal de la pequeña sala (que Sirius había agrandado un poco con magia). Habían colgado luces blancas de navidad por todo el techo— ¿No tenías algún otro plan para hoy?

—Los Potter me invitaron a cenar antes de volver a clases, igual que la madre de Peter —Sirius se encogió de hombros—. Pero hoy soy solo tuyo.

     Ella esbozó una sonrisa encantada.

— ¿Incluso aunque solo nos sentemos a hablar en la oscuridad?

—Claro que sí. Me gusta la noche vieja... La comida es deliciosa, todo el mundo tiene buenos deseos para el nuevo año —Sirius cabeceó—. Claro que el año que viene, cuando tenga los dieciocho, estaré metido en una discoteca. 

     Continuaron comiendo, hablando de cualquier cosa y viendo los minutos del reloj acercarse más a la media noche. Mientras Priscilla probaba el último bocado de brownie, Sirius se levantó para poner algo de música en el tocadiscos. Él lucía muy entero, pero tras todo el vino los pensamientos de Priscilla desfilaban a toda velocidad mientras le miraba desde la mesa. Con aquellos pantalones negro, y el cabello peinado hacia atrás... Ella apretó las piernas, avergonzada. Al igual que en Halloween, el alcohol solo aumentaba su libido.

     No la hacía actuar de manera irracional, sino que abría una puerta para sus más bajos instintos.

— ¿Bailamos? —preguntó ella, poniéndose en pie. Avanzó hasta el espacio vació en medio de la sala y la cocina, y se quedó esperando a que su mejor amigo se acercara a ella. La miraba como un depredador a su presa, y los latidos de Priscilla fueron en aumento.

—Tienes los ojos casi negros, Floyd —jadeó él en voz baja, plantándose de frente a ella. Deslizó los dedos alrededor de su cintura como un ladrón que buscaba sacar las llaves de un bolsillo: suavemente, de manera casi imperceptible.

—No tanto como tú —replicó ella, apoyando la mejilla en su pecho. Oyó el corazón de Sirius golpear contra su pecho, y sintió los músculos tibios bajo el material de su camisa. Cada sonido, como la respiración sobre su cabello, y cada movimiento, como los dedos de Sirius acariciando su espalda... Todo estaba amplificado. Él la apretó contra sí y el cosquilleo en el vientre de Priscilla aumentó. 

     Se movió con él, apreciando la cercanía entre sus cuerpos. La voz suave de Coez era todo lo que llenaba el salón, con ciertos susurros de Sirius contra su oído. No era un cantante, pero podría decirle cualquier cosa y hacerla temblar. Priscilla no tenía miedo, sin embargo, no sabía cómo moverse; de qué manera iniciar todo aquello que deseaba hacer. 

     Alzó el rostro tímidamente, su boca seca y su ropa interior húmeda. Una estela de besos escapo de sus labios y fueron a repartirse por el cuello del chico, en la línea de su mentón. No reparó más en la música o el baile cuando sus manos buscaron deshacer los primeros botones de la camisa de Sirius, deseando desvelar los primeros trozos de la piel de su pecho. Sirius presionó su sien contra la de Priscilla, su respiración pesada contra la oreja de la chica.

E in fondo tutto quello che volevo, lo volevo con te... E sembra stupido, ma ci credevo e ci credevi anche te...

      Tembló sin intención ni poder de ocultarlo. Se estremeció contra Sirius y una sonrisa se deslizó por los labios del chico, cuya camisa ya estaba casi deshecha. 

—Sirius... —lo llamó, como si no conociera otra palabra—. Sirius, tócame...

     Él lo hizo. Con la respiración atascada entre sus labios entreabiertos, deslizó una mano entre ambos y la coló por debajo del vestido de Priscilla, quien separó un poco las piernas para permitirle acceso dentro de sus bragas. Pudo entonces sentir la humedad que había empapado su ropa interior, ésa que le permitió acceso dentro de Priscilla sin mucho esfuerzo. Coló un dedo dentro de la chica, y comenzó a moverlo con lentitud y profundidad, a la vez que estimulaba otra parte de ella con el pulgar.

— ¡Ah! —ella gimió con fuerza, y clavó los dedos sobre los hombros del chico, como un gato. Estaba hirviendo, y su centro palpitaba con placer y dolor—. Ah, Dios...

—Eres una chica muy ruidosa —se deleitó él, que con la otra mano sostenía a Priscilla por la espalda. Esta sentía las piernas como gelatina— ¿Quién te hace gritar así?

     Priscilla se mordió el labio con fuerza, complacida con el dolor que esto trajo. No podía formular una frase, por Merlín, no cuando el seguía estimulándola y iba por buen camino... Pero eso no le bastaba a Sirius; no le gustó la falta de respuesta. La empujó hacia atrás, buscando la pared donde apoyarla. Trasladó su mano desde la espalda hacia el cuello de la chica y tras envolver sus dedos al rededor la estampó con fuerza contra la madera. No buscaba lastimarla, pero sí llamar su atención. Sin embargo, los ojos de Priscilla se cerraron con gusto y frunció la boca en un gesto de placer aún más profundo que Sirius no notó en la oscuridad.

—Dilo, Floyd, o tendré que castigarte —la amenazó. 

     Ella movió sus uñas por los hombros de Sirius, dejando una marca roja, antes de tomarlo como apoyo para atraer su rostro.

—Hazlo de nuevo —lo retó—. Tienes que castigarme hasta que aprenda ¿No...?

     Era abrumador. El deseo que sentía por ella, sólo equiparable por la manera en que la chica parecía derretirse bajo su toque... Atacó su boca, entonces, deseando calmar su interior tormentoso con un beso de Priscilla. Ella lo recibió con la misma intensidad, tirando de su labio, al tiempo que apretaba el dedo que estaba en su interior. Incluyó otro entonces, y Priscilla lloriqueó, gimió y terminó alzando un grito cuando el orgasmo la golpeó, mojando la mano de Sirius y haciéndola caer contra sus brazos, extasiada y agradecida.

     Respiró contra él durante unos segundos, sus brazos aún alrededor de su cuello, pero sin sentirse satisfecha.

—Es increíble lo bien que me haces sentir —murmuró, buscando la boca de Sirius y enredado su lengua con la de él.

     Lo besó mientras se deshacía de su camisa. Sus dedos pudieron acariciar la piel caliente y dura de Sirius sin aquella molesta tela; bajaron por su vientre como un suspiro y comenzaron a deshacerse del cinturón y el cierre de su pantalón. Detuvo el beso para poder posar la boca sobre la clavícula de Sirius; el incio de un recorrido que hizo su lengua, dientes y labios por todo su cuerpo, tomando el tiempo necesario, inhalando el aroma que desprendía, apreciando cada centímetro frente a ella. Para cuando llegó a la V que se marcaba en sus caderas, Sirius tragó con dificultad, pero ella no estaba preocupada. No cuando estaba listo para recibirla.

     Puede que Marlene –por pura intuición, y no porque Priscilla dijera algo– le hubiese dado un consejo o dos durante Navidad.

     Sirius la sostuvo del cabello, mas no para añadirle profundidad, sino para apretarlo como sabía le gustaba. Fue su turno de gruñir, de hacerle saber mediante sonidos guturales que disfrutaba lo que estaba haciendo con sus labios alrededor de él. Le indicó una cosa o dos, como había hecho ella anteriormente para asegurarse una buena experiencia. Pero se hallaba demasiado estimulado tras haberla visto llegar al climax, junto a la satisfacción de ser el causante de aquello, y finalmente se vació en su boca, sintiendo que estaba a punto de desmayarse.

     Buscó a tientas el pomo de la puerta de su habitación, que debía estar cerca de la pared donde había apoyado a Priscilla. Una vez abierta ambos adolescentes temblorosos se dirigieron al interior, débilmente iluminado por la luz de la farola que entraba por la ventana sin cortina. Priscilla fue a cerrar los cristales para cortar el flujo de aire frío y Sirius se dejó caer sobre la cama, con la espalda algo elevada, buscando recuperar su respiración. Mientras que ella había dejado sus bragas empapadas a mitad de camino y ahora se quitaba los tacones, él solo llevaba el boxer y los pantalones medio caídos.

— ¿Estás bien? —preguntó Priscilla tímidamente, al irse quitando los zarcillos y las pulseras. Los dejó sobre el escritorio.

—Sí. Necesito unos minutos... —Sirius respiró hondamente, antes de añadir:— ¿No está estorbando tu vestido? He estado soñando con volver a verte, Priscilla.

     La pelinegra sonrió, desvergonzada.

— ¿Y que hago en esos sueños?

     Lo siguiente fue como un espectáculo a cámara lenta, en una especie de paraíso privado al que Sirius tenía pase, por algún motivo incomprensible. Con destreza llevo sus manos a la espalda y bajó el cierre de su vestido, que ahora podía quitar con tranquilidad; el hecho es que ella buscaba tardar un poco más.

—Muchas cosas... Pero nada como lo que podrías hacer ahora.

     La actitud confiada de Priscilla no delataba lo rápido que iba su corazón, o la presión que sentía en el pecho. Sirius era un espectador, tirado sobre la cama y apoyado en sus antebrazos, con la ropa interior a la vista y la mirada oscurecida. Ella tragó saliva, y los delgados tirantes del vestido se deslizaron por la piel suave de sus hombros con lentitud, dejando su abdomen y pequeños senos a la vista. Sentía el cuerpo caliente, como si la sangre corriera por él a toda velocidad, y la presión en su entrepierna volvía a ir en aumento. Quería algo más que los dedos de Sirius.

     Dejó caer la falda, y la tela acarició la ligera curva en su cadera hasta descender al piso; reveló sus muslos pegajosos y pálidos, tanto que a Sirius ya se le ocurrían manera de marcarlos y añadirles colores como el rojo y el morado.

—Ven acá —le ordenó con voz ronca. El descanso había finalizado.

     Sirius le hizo un favor deshaciéndose de los pantalones y quedando en ropa interior, así como avanzó de rodillas en la cama para alcanzarla a mitad de camino. La envolvió con sus fuertes brazos al mismo tiempo que sus bocas se buscaban la una a la otra, ansiosas, para elevarla y sentarla sobre sí. Resultó en un placer doloroso que Sirius volviera a estimularla, como si supiera exactamente que Priscilla estaba lejos de haber culminado. 

—Sirius... —ella exhaló el nombre contra sus labios, incapaz de concretar la frase. Si tenía el cuerpo ruborizado, sus mejillas parecieron a punto de explotar. 

     Tal vez él tomó eso como una pausa, porque dio vuelta con ella en la cama para posarla sobre el colchón; se irguió sobre ella y continuó besándola, acariciando la piel de Priscilla en otros puntos, como la piel cosquilleante de su vientre, y estimulando sus pezones con el borde del pulgar. Ella tomó unos segundos para calmar el latido desbocado de su corazón, y entonces llevó las manos hacia el borde de su bóxer. Sirius se echó hacia atrás un segundo, jadeante, intentando mirarla en medio de la oscuridad.

—Floyd... ¿Quieres hacerlo?

—Sí —su voz fue firme—. Quiero hacerlo contigo. 

     No habían dudas, o nervios, o una insidiosa preocupación que pudiera haber terminado por secarla y reducir su deseo. No, ninguna de esas cosas podían existir. No cuando Sirius estaba sobre ella, y sus cuerpos se fundían como si desearan convertirse en uno solo: las respiraciones, los dedos presionados sobre la piel del otro, el beso que no se rompía por demasiado tiempo. No cuando él chico que ella amaba estaba a punto de unirse a ella.

     Lo curioso es que su mente ni si quiera registró esa pequeña revelación –que lo amaba– porque el miembro de Sirius se hundió en ella. Priscilla enredó las piernas a su alrededor, sintiendo que la atravesaba mientras él terminaba de entrar con lentitud para no lastimarla, ayudado con lo húmeda que estaba y lo estimulada que la había dejado antes. Bombeó dentro de ella, una y otra vez, arrancado gemidos temblorosos de la boca entreabierta de Priscilla, haciendolo esconder el rostro en el cuello de la chica, marcándola sin pudor. Su clímax se construyó con rapidez y rompió como una segunda ola contra ella, haciendo al chico alcanzarla un par segundos después. 

     Se dejó caer unos segundos, temblando, como si quisiera fundirse con la chica bajo él. Ella frotó su mejilla contra el cabello de Sirius, que era suave como el plumón, con el corazón cristalizado, y feliz por lo que acababa de ocurrir. Quería atesorar ese momento, y a la persona con quien lo había compartido, por siempre.

     El nuevo año llegó sobre ellos en algún punto de su unión. Tal vez el momento en que se habían unido, o cuando se refugiaron en los brazos del otro para conciliar el sueño, cuando abrigaron sus corazones con la presencia del otro. Era tan fácil notar que se iban convirtieron en el centro del otro, y al mismo tiempo difícil predecir cuándo se darían cuenta de lo unidas que estaban sus almas.

*****
Hola! Que tal andamos?

Que tal el capítulo? Son unos cochinos jajajaja

Nos leemos pronto

28/11/21; 19:15

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro