Capítulo 27. Luna llena.
Priscilla dejó que Roger guiara su camino a través del salón, aunque intentando ignorar las miradas que les echaban ciertos estudiantes, muy parecidas a las recibidas cuando estaba con Sirius. Pasaba tan poco tiempo junto a miembros de la población masculina que todos a su alrededor parecían asumir que mantenía una relación con el primer chico que caminase a su lado por más de cinco minutos. Aún así, Priscilla decidió no comerse la cabeza con aquella idea; la gente iba a hablar sin importar cuál fuese la verdad y había venido a pasarla bien, no a mortificarse por lo que otros opinasen.
Sin embargo, sí que existía algo preocupándola. Ni James ni Remus, ambos miembros destacados del Club, se encontraban por el salón y mucho menos Sirius; ni qué decir de Peter. El embrollo en que se hallaban metidos aún no se solucionaba, entonces, y los jóvenes debían estar manos a la obra en ese momento. Priscilla esperaba que todos estuviesen a salvo y fuera de peligro, la consolaba un poco la idea de que Remus estuviese con ellos, pero no lo suficiente.
Priscilla respiró hondo, a la vez que acomodaba su mano sobre el brazo de Roger. Su traje era de una tela muy suave, descubrió, y su colonia agradable.
— ¡Roger, qué deleite verte! Cada día más apuesto...
La pareja se vio envuelta por un trío de mujeres muy variopinto que parecían conocer a Roger de toda la vida. Pronto descubrió Priscilla que además de ser su padre un alto mando en el Wizengamot, su madre era una socialité que disfrutaba de organizar fiestas y eventos para la sociedad mágica, tuvieran motivos de celebración como la presencia de un partido de Quidditch o no. Después de todo, gente con fortunas milenarias podia prescindir del trabajo y buscaban cosas en qué emplear su tiempo.
—Mi compañera es Priscilla Floyd —la presentó Roger una vez las mujeres dejaron de apretarle las mejillas. La mencionada inclinó la cabeza en forma de saludo—. Va en sexto año de Gryffindor.
—Es un placer —se limitó a decir Priscilla, cuyo pulso se aceleraba.
—Me parece que Horace nos hablo de ti hace un rato ¿No es así? De ti y la chica pelirroja, las mejores pocioneras de vuestro curso —recordó una de las mujeres, que tenía ojos negros profundos.
—Solo tengo buena mano; y estudio constantemente —sonrió.
—Le parecía extraordinario, siendo vosotras de familias muggles —acotó la de gabardina color amarillo canario—. Honestamente, yo también lo encuentro algo curioso.
Priscilla tensó los dedos alrededor del brazo de Roger— ¿Disculpe?
—Muchos nacidos muggles demuestran habilidades extraordinarias —señaló el chico con tensión—. Incluso mejores que aquellos con sangre pura, si me disculpáis.
Dos de las mujeres compartieron un escalofrío. Era evidente que encontraban aquellas palabras escandalosas.
—Pero si te has vuelto todo un revolucionario —rio la de gabardina, aunque sus ojos eran filosos.
—Roger solo es demasiado amable —intervino Priscilla con rapidez—. Aunque ambos coincidimos en que la perseverancia da muchos más resultados que el simple talento sin esfuerzo.
El chico esbozó una sonrisa en su dirección; le preocupaba que Priscilla fuera a sentirse juzgada. Pero la chica parecía en total control de la situación; y aquello solo acrecentó la admiración que sentía hacia su persona.
La única mujer que no estaba escandalizada, la del sombrero color escarlata, evaluó con renovado interés a la joven frente a ella.
—Me parece que tenéis razón —inició, echando una mirada a sus compañeras— ¿Recordáis el chico que llegó a San Mungo con su carta de presentación del profesor? Es un pasante todavía, pero prepara los mejores ungüentos en todo el hospital.
La los ojos negros soltó un suspiro— Eso he de reconocerlo. Mi amiga cercana, Cate Silverwood entró con un golpe de centauro el mes pasado; ya sabéis las hemorragias que causan sus patadas. Pero se recuperó sin mayores problemas...
— ¿Trabaja usted en San Mungo? —intervino Priscilla, quién no escuchaba nada más. Su voz calmada, apacible y llena de curiosidad provocó una sonrisa en la mujer del sombrero.
—Soy la vicepresidenta —explicó ella, y Priscilla no pudo ocultar su sorpresa—. Llevo prestando servicio durante treinta años. Dime ¿Te genera interés el Hospital Mágico?
Las mejillas de Priscilla se tiñeron de rojo.
—Me interesa ser medimaga. Obtuve extraordinarios en todos mis TIMOs y espero repetir los resultados con los Éxtasis el año entrante —informó.
—Será interesante ver tu evolución; si Horace tiene tan buena opinión de ti —declaró la mujer—. Roger sabe cómo contactarme; si dentro de dos años tus deseos no han cambiado, tal vez podrías encontrar tu lugar entre los residentes.
Priscilla dejó que sus fantasías volasen por unos minutos, tan alto que casi se perdió el resto de la conversación. Le ofreció un agradecimiento a la mujer, intentando ocultar su entusiasmo. Una vez las mujeres encontraron otro nuevo grupo de magos a los que interrogar, Roger condujo a Priscilla hasta el balcón del salón, dónde varios se acercaban a tomar algo de aire y ver el cielo estrellado. Él iba diciéndole trivialidades sobre el trío, pero Priscilla no podía pensar en más que la oferta de la señora, y tal vez cómo el balcón estaba mucho más solitario de lo esperado.
Deshizo su agarre sobre el chico una vez cruzaron las enredaderas que servían de protectoras a la puerta; escalaban por las paredes y envolvían suavemente los bordes del balcón así como las pequeñas columnas que soportaban el barandal. Priscilla contuvo un escalofrío e inhaló el aire helado de diciembre, que era refrescante para su organismo agitado, y apoyó los antebrazos sobre la piedra fría del balcón.
Paseó la mirada por la extensión de Hogwarts frente a ella, por el campo inmenso cubierto de un pasto verde, salpicado de nieve por aquí y allá, y el reflejo de la luna sobre las verjas del colegio. Era mágico, como un mundo aparte al que solo unos pocos afortunados como ella tenían acceso.
—Gracias por lo que dijiste hace rato. No has de preocuparte —comenzó, sintiendo a Roger colocarse a su lado—. Siempre y cuando no crucen la línea, ese tipo de comentarios no me molestan. Los ancianos suelen ser anticuados...
—No deberían hacer comentarios de ningún tipo —zanjó Roger con molestia—. Es ridículo ese pensamiento, más con los tiempos que corren, sabiendo que puede llevarse a tales extremos...
La euforia previa de Priscilla fue descendiendo. Echó un vistazo al chico a su lado, quién no le había quitado los ojos de encima, y más bien se había tomado el incidente muy a pecho.
—Además, eres una bruja muy talentosa, y tú misma lo dijiste, perseverante —continuó Roger—. Es imbécil pensar que tu sangre pueda influir en algo como eso.
—Gracias. Por decirlo tan claramente —dijo Priscilla sintiendo el corazón en un puño— ¿No pensará tu cita que estás secuestrado? —cuestionó de repente, incapaz de girarse para quedar frente a Roger.
—No era una cita, como te dije. Y si estoy aquí es porque eres con quién me habría gustado venir —confesó él. Tenía que si le quitaba los ojos de encima el resto de sus declaraciones quedasen sepultadas en su garganta.
Priscilla solo apretar los labios entre sí; estaba claro con quién había deseado asistir ella, y casi resultaba molesto que su simple imagen no se le borrase de la mente. Debería enfocarse en Roger, quién era capaz de poner sus deseos sobre la mesa sin ningún tapujo, y en sus propias cavilaciones.
—Se supone que soy el premio Anual y todas esas tonterías... —soltó Roger de repente, enderezando los hombros—. Pero me siento como un completo idiota cuando estoy hablando contigo ¿Te han dicho que tienes unos ojos reprobadores?
— ¿Reproba...?
—Me gustan, en realidad. Son preciosos —continuó el muchacho con exaltación—. Y no es que solo seas guapa, porque lo eres, pero también me gusta la amabilidad con la que sueles dirigirte a los demás. Tienes gestos dulces. Me gustaría... Seguir conociendo más de ti.
Priscilla se enderezó en su lugar, y sin quitar las manos de la baranda helada, giró el rostro para ver a Roger a la cara. Sabía que estaba escuchando claramente, y que aquello no era más que el pronunciamiento en voz alta de todo lo que Roger llevaba semanas demostrando... Que le atraía. Pero aún así, no terminaba de creerse que así fuera a ser la primera vez que un chico se le confesaba.
— ¿Crees...? —Roger se detuvo, tomó aire hondamente y bajó la voz— ¿Crees que pueda invitarte a salir una vez volvamos de las vacaciones Navideñas?
Priscilla parpadeó, como si algo le quemase y estuviese nublado todos sus pensamientos.
— ¿A salir?
—No hay ningún problema si dices que no —continuó Roger casa vez más rojo—. Solo me gustaría ser valiente y expresar mis deseos. Y dejar de recibir esa mirada.
Pero Priscilla no estaba mirándole. Acababa de descubrir algo quemando en su piel, de verdad, no como antes que era una metáfora. La chica reprimió un gesto de dolor y se cubrió la muñeca derecha con la mano opuesta, intentando de alguna manera detener aquella llamarada que parecía a punto de hacerle un agujero por el hueso y la carne.
Y tan rápido como aquella corriente le había herido, el dolor se alejó. El ámbar en su pulsera emitió un débil destello y quedó tibio, aunque dolía al rozar contra la piel quemada de Priscilla. Esta se quedó perpleja, contemplando la piedra, y la única explicación lógica para lo que el ámbar acababa de hacer parecía muy descabellada.
— ¿Estás bien? —preguntó Roger, colocando una mano sobre su brazo.
Priscilla respiró hondamente, intentando meditar la decisión que estaba apunto de tomar. Podía ignorar lo sucedido, y tachar de ridícula la idea que le cruzaba la mente: que aquella pulsera era un método de Sirius para comunicarse con ella, y si se había calentado era porque así funcionaba su llamada, y aquel momento, Sirius la requería. Podía tomar la mano de Roger y pedirle que volviesen al baile, y dejarse envolver por una noche de música y bebida.
Pero la simple sugerencia de que Sirius estuviese en peligro... Eso era más fuerte que todo lo demás. Que cualquier persona o deseo de Priscilla.
—Tengo que irme —anunció de repente, tomando la mano que Roger tenía sobre ella. Le ofreció una sonrisa— ¿Por qué no hablamos de esa salida en enero?
***
Priscilla bajó las escaleras hacia el vestíbulo del castillo a toda prisa. Como era de esperarse, las grandes puertas estaban cerradas, por lo que enfiló su camino hacia una de las tantas placitas alrededor del castillo que daban salida a los jardines.
Con un rápido movimiento de varita que habría hecho a McGonagall sentirse orgullosa, Priscilla desapareció el tacón de sus zapatos y convirtió la suela plana en algo más cómodo para poder correr. No tenía un destino marcado, era cierto, pero decidió irse por el Sauce Boxeador, era de lo que James y Sirius habían cuchicheado hace tiempo y no tenía por donde más empezar. Así pues, Priscilla se detuvo en la placita un momento para tomar aire antes de salir al campo desprotegido, y afianzó su agarre sobre la varita tal como llevaba meses practicando. Si Sirius se hallaba en peligro, ella podría encontrar cualquier amenaza en el camino.
Priscilla avanzó con cuidando, pero un chirrido tras de ella la hizo volverse de inmediato. Parecía el sonido de un animal como un conejo o alguna liebre... No deberían haber de esos en Hogwarts; tal vez en el Bosque Prohibido. Pronto salió de las sombras una figura pequeña, oscura y no más grande que la palma de Priscilla; una rata. Avanzó a toda velocidad por el suelo haciendo ese sonido agudo y delgado y se detuvo a los pies de Priscilla.
La muchacha se agachó, en tanto observaba al pequeño animal que seguramente era la mascota de algún estudiante irresponsable.
— ¿Te has perdido? —Cuestionó a la rata de color marrón claro, casi amarillo. Era baja y algo redonda. Le extendió una mano.
El animal, que parecía ligeramente desorientado, olió la punta de sus dedos primero antes de escabullirse debajo de su palma, como en busca de cariño. Priscilla emitió un pequeño gemido al ver tan tierno gesto y supo que no podría dejarle allí abandonado.
—Tengo algo que hacer ¿Vale? —dijo llamando la atención de la rata— ¿Crees que puedas seguirme un rato? Luego te llevaré conmigo y encontraremos a tu...
Un gruñido a la espalda de Priscilla hizo morir las palabras en su garganta. Un sonido gutural, turbio y animal que le hizo temblar de pies a cabeza. Había algo detrás de ella, algo que hizo a la rata entre sus dedos comenzar a emitir chillidos y casi escapar de vuelta al castillo.
El corazón de Priscilla se detuvo de manera súbita. Apretó la varita en una mano, y con la otra cogió al pequeño animal del piso. Entonces, con extrema calma y lentitud, comenzó a ponerse de pie a la vez que giraba sobre sí misma. Tenía que saber a qué se estaba enfrentando, y porqué una amenaza así entraría al colegio. Con la vista surcada por mechones desordenados de su cabello, Priscilla observó a la bestia frente a ella, iluminaba por más nada que la luz lunar.
Parecía un perro, pero era mucho más grande que cualquier cachorro que Priscilla hubiese visto antes. Tenía un abundante pelaje negro t andaba a cuatro patas, con un hocico retraído que mostraba los dientes filosos y listos para atacar. Respiraba pesadamente, y emitía una serie de gruñidos perturbadores. La chica sintió que se derretía en el piso, pero se armó de valor para extender la varita y prepararse para lanzar un escudo en tanto el animal se atreviese a dar un paso en su dirección.
Algo en este gesto hizo a la bestia ladear la cabeza, en un modo curioso. Cerró el hocico y emitió un sonido interesado, casi indefenso, y avanzó rápidamente hacia ella. Su postura había dejado de ser agresiva y por ello Priscilla no pudo lanzar el hechizo que estaba preparando, no pudo hacer nada más que observar al animal que se detuvo frente a ella y se sentó sobre sus patas traseras para dedicarse a observarla con unos ojos impresionantemente grises.
Priscilla, sin poder creerse lo familiares que le resultaban esos ojos. La rata en su mano izquierda emitió un chirrido en dirección al perro, quién le respondió con un gruñido molesto. La chica paseó la mirada entre ambos animales, quienes parecían comunicarse en silencio y frunciendo los hocicos.
—Pareces un perro infernal —murmuró hacia el animal negro, quién ladeó la cabeza y dejó caer las orejas, atraído por la voz de Priscilla—. Como el Cerbero de Hades... O el de Newgate...
La voz de Priscilla se cortó en lo que el perro emitió un ladrido entusiasmado. El corazón de la chica se detuvo por tercera vez en la noche, y retrocedió unos pasos, en tanto observada estupefacta al animal y en su mente se iban tejiendo las conjeturas y conclusiones.
Pero había aprendido a actuar con rapidez, y por ello dejó caer a la rata y le apuntó con la varita. El rayo de luz azul brotó sin que el perro pudiese detenerlo, ni que ella tuviera que pronunciar el hechizo en voz alta. Lo había estudiado lo suficiente, analizado cada parte de aquel complicado embrujo... De aquella innombrable transformación.
El joven emergió dando vueltas y tumbos en el lugar donde antes había estado la rata. Era bajito y encogido sobre sí mismo; como si intentase ocultar la suciedad de su uniforme, lo desgarrado de su túnica y la tierra que le manchaba el rostro. La mata de cabello castaño era lo único medianamente limpio en él.
Era inconcebible. Priscilla negó con la cabeza, en tanto el perro comenzaba a transformarse.
—No puedo creerlo —Priscilla apretó la mandíbula con tanta fuerza que sus dientes tronaron—. Sirius Black ¿Cómo has podido?
El chico, de pie y con el rostro lleno de tierra, balbuceó un par de cosas.
—Floyd...
—Esto es lo que hacéis por las noches —explotó ella— ¡Por eso queréis a la gente lejos del Sauce Boxeador!
—No exactamente...
— ¡Mira a Peter, por Merlín! —dijo señalando al joven que los observaba en silencio y con visible aturdimiento— ¿Lleva tres días transformado?
—Puede que sin querer le cayera un hechizo aturdidor en su forma animaga y pues...
— ¡Lleva tres días vagando por el castillo!
Sirius se cruzó de brazos.
—Bueno ¿Y cómo es que lo encontraste tan fácil?
Priscilla lo observó como si quisiera ahorcarlo con sus propias manos.
—No quieras venir a hacerme preguntas, Sirius Black. No cuando habéis sido... ¿Dónde están James y Remus?
Sirius tragó saliva, y su expresión de fingida calma desapareció. Peter hizo un sonido ahogado.
—Es que también son animagos, me imagino —continuó Priscilla—. Por Merlín ¿Cómo ha podido el prefecto de Gryffindor prestarse para tales cosas?
—Floyd, no sabes de lo que hablas —intervino Sirius, mucho más serio que antes—. Remus no ha hecho nada malo.
Priscilla se calló, algo confundida por el tono lúgubre de Sirius.
—Sé que todo esto se ve muy mal... Pero lo mejor sería que vuelvas a la Sala Común, y... Espera ¿Por qué no estás en la fiesta de Navidad?
La pelinegra se cruzó de brazos, y sus mejillas se tiñeron de rojo— Presentí que algo andaba mal y vine a buscarte.
—Pues lo agradezco —dijo Sirius, poniendo una mano sobre su hombro—. Por encontrar a Peter, también. No sé cómo lo hiciste tan rápido.
—Me llamó la a-atencion el olor de su p-perfume —intervino el chico, aun aturdido—. Es como floral...
— ¿Verdad que sí? —Sirius sonrió.
—No me parece momento de sonrisas, Black. Sigo muy sorprendida. Y Remus...
—Te digo que él es inocente.
Alzó una ceja— ¿O sea que no él anda por aquí transformado en animal?
—Bueno, sí, pero sigue siendo inocente.
—Ca-canuto ¿Que tanto podemos decirle? —iterrumpió Peter en voz tímida—. No sé si James y Remus querrían que le dijéramos...
—De un modo u otro ya nos descubrió, Colagusano —negó Sirius, resignado—. Y sé que por más molesta que esté, Floyd no nos delataría ¿Cierto?
La chica lo observó con molestia. Era difícil ser una alumna íntegra y de moral intachable cuando tú mejor amigo es Sirius Black.
—En tanto no pongáis en peligro la Seguridad Mágica —condicionó—. Y en tanto no sepa el resto de la historia, no podré decidir eso.
Sirius tragó saliva, viéndose en conflicto. La chica, por su lado, no sabía ni que pensar ni qué creer. Había venido con la intensión de defender a Sirius hasta del calamar gigante ¿Y qué encontró? La sorpresa de que los cuatro merodeadores eran animagos ilegales, puesto que no estaban registrados en el Ministerio; y que habían sido tan estúpidos como para perder al más escurridizo de ellos.
Era demasiado para una sola noche; una noche que estaba lejos de terminar.
Un aullido cortó la noche, como una línea aguda que puso en alerta a los tres adolescentes. Los chicos palidecieron y Priscilla dió un paso al frente, en dirección a la salida de la placita. Sirius fue mucho más rápido, y corrió en dirección a los jardines; cuando pasó junto a Priscilla la empujó de regreso al castillo.
— ¡Llévala a nuestro dormitorio y no la dejes salir, Peter! —ordenó con firmeza— ¡Te lo explicaré todo, Floyd! ¡Y muévete, Colagusano!
Priscilla no tuvo cómo replicar. Sirius le apuntó con la varita y lanzó una serie de cuerdas que anudaron las muñecas de la chica con firmeza y rapidez. Peter aprisionó su brazo y tiró de ella de vuelta al castillo, con tanta fuerza que la muchacha trastabilló y a mitad de caída su cabeza se alzó y pudo ver el cielo, limpio de nubes, lleno de estrellas y con una gran bola blanca en todo su esplendor.
Luna llena.
*****
—Lo siento tanto, Priscilla —repetía Peter una y otra vez, sin cesar—. No deberías haber visto aquello... Lo siento mucho, en serio.
Ella observó a Peter con el ceño fruncido; a la par que deseaba darle un buen bofetón. No podía cumplir el sueño, de todos modos, porque seguía atada de manos y Peter tenía en posesión su varita. Se hallaba sentada en la cama de Sirius, en el dormitorio de los chicos, y Peter iba de allá para acá luciendo mucho más desorientado que Priscilla, a quien los efectos del shock ya estaban dejando tranquila.
—Podría ayudarte —masculló—. Traerte algo de agua con azúcar. Te ves muy alterado; no es para menos si llevabas tres días aturdido en tu forma de animago.
Peter dio un respingo y dejó de dar vueltas alrededor del lugar.
—Eso es lo que sois, después de todo —espetó—. Sirius, James y tú. Animagos. Y Remus es un hombre lobo.
— ¡Qué estás gritando!
—Tú eres el único que está gritando —le reprendió. Negando con la cabeza, continuó con voz serena—. Remus es un hombre lobo y el director y demás profesores lo saben. Por eso enferma todos los meses. Y vosotros... Vosotros tenéis un sucio secreto desde hace Merlín sabe cuánto tiempo; y ni siquiera estáis en el registro ministerial de animagos —en tanto Priscilla hablaba, Peter se encogía sobre sí mismo—. No puedo imaginarme lo que habéis hecho para conseguir la transformación a tal edad.
—Priscilla...
—Todo esto me parece reprobable... Pero por favor, Peter, déjame ayudarte —suavizó su tono—. Jamás osaría a poneros en problemas; así que no planeo decir nada. Libérame y deja que te consiga algo.
Por repulsivo que resultase a su moral como ciudadana que respetaba las reglas, era cierto; Priscilla no planeaba decir ni un palabra. Si Remus era un licántropo y las señales eran las mismas que llevaba mostrando desde primer año, entonces Merlín sabría cuántos años tenía ocultando aquel secreto; intentando formar una vida más allá de su enfermedad. O su condición. A pesar de lo sorprendida que estaba, no se sentía bien llamar a Remus un enfermo.
Por todos los sabios mágicos, Priscilla ni siquiera podía empezar a relacionar a Remus con todo lo que había leído sobre los hombres lobo, conocidos por ser seres agresivos, despiadados, asesinos. El prefecto de sexto año era un muchacho calmado –tal vez demasiado considerando la influencia de James y Sirius– y hasta tímido, un amigo solidario e incondicional, un alumno aplicado y el representante de clase más confiable en que Priscilla pudiese pensar. Incluso más que Lily, quién era mucho más severa al poner un castigo.
Remus Lupin. Un licántropo. Impensable.
Peter juntó los párpados.
—Te soltaré, pero no puedes salir de la habitación hasta que Sirius venga y hable contigo —le informó el rubio—. Él y yo confiamos en ti, Priscilla, pero no sé decirte sobre James y Remus. Has de esperar y prometer que no dirás nada.
La idea de esperar a Sirius en su cama toda la noche hizo a Priscilla retorcerse por dentro, pero se limitó a asentir.
—Puedo dormir hasta entonces —resolvió.
Peter se acercó dando tumbos y comenzó a maniobrar la soga.
—Es increíble que no se haya ensuciado tu vestido —comentó, una vez Priscilla estuvo libre y pudo mover las muñecas.
Esta se reservó los comentarios sobre el montón de hechizos con los que había protegido su vestimenta y se limitó a quitarse los tacones. Hizo aparecer un sobre de té y luego de calentar un poco el agua de la jarra que tenían los chicos en la habitación, preparó una bebida para Peter, quién no tardó en echarse a dormir. A pesar de lo inquieta que estaba con toda la situación y el secreto de los muchachos, Priscilla se compadeció del chico y le acomodó en su cama antes de cubrirle con la cobija y cerrar las cortinas.
Una vez sola, Priscilla reparó en que no tenía planes de irse, pero tampoco alguna ropa para quedarse a dormir. Al menos, ninguna que fuera suya. Así que lanzó un hechizo de protección a la puerta para procurarse privacidad y se escondió tras la cama de Sirius, que tenía las cortinas corridas y la ocultaba de la puerta y la cama de Peter. Entonces se despojó de su vestido azul que tanto había deseado lucir ante Sirius, y quedando nada más en bragas, puesto que su vestido no llevaba sujetador, se colocó encima el suéter vinotinto que Sirius tenía a la mano sobre su baúl.
La prenda estaba helada y erizó cada poro de su piel, pero olía a su mejor amigo, después de todo. A la calidez de su piel y un poco de colonia, también. A mentiras, pudiera ser, a insensatez e irresponsabilidades, a secretos y cero medición del peligro...
—Tengo tantas cosas para decirte, Sirius Black —bufó Priscilla, resignada. Deshizo el hechizo, se metió en la cama de Sirius y volvió a correr las cortinas.
*****
así que Priscilla poco vestida esperando a Sirius en su cama
Gran combinación, a que sí
18/10/2021
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