Capítulo 26. Cavilaciones.
—Necesito ayuda. Tengo... Algo que confesar.
La petición brotó de los labios de Priscilla de forma rápida y concisa. Se había detenido junto al sencillo banco de piedra en que se hallaba sentada Marlene; envuelta en su capa y a mitad de su proceso de maquillaje. La rubia bajó el espejo que sostenía frente a su rostro y le observó con una ceja alzada.
—Vale —incapaz de sostenerle la mirada, Priscilla comenzó a caminar alrededor de ella, sobre el delgado manto blanco que cubría el jardín—. No quería decirlo, a ninguna de ustedes, y menos a ti, porque fuiste quien más lo insinuó. Pero debo hacerlo o voy a enloquecer.
Marlene guardó silencio y observó a Priscilla caminar; pensando qué tornillo se le había zafado a su amiga ése día.
La pelinegra, cuyos problemas eran mucho mayores a si Marlene pensaba o no que estaba loca, tomó una bocanada honda de aire, tan helado que sus pulmones se quejaron por unos momentos, y luego la contuvo, temblando. En su cabeza se reproducían distintas maneras de iniciar aquella declaración, sopesando todo lo que necesitaba revelar a Marlene para obtener su consejo más sincero, y lo que aún no estaba dispuesta a confesar; los oscuros pensamientos sobre Sirius que deseaba mantener ocultos. El corazón de Priscilla iba a toda velocidad, tanto por lo que estaba a punto de decir, tanto porque faltaban muy pocas horas para el baile de Navidad y aún no comenzaba a arreglarse. Finalmente, apretó los ojos un segundo y dejó escapar todo el aire de golpe.
—Pasó algo entre Sirius y yo. Nos besamos —declaró, hablando con claridad, pero sin darle espacio a Marlene para replicar—. Empezó en Halloween, porque estábamos algo ebrios y sentíamos atracción. Dijimos que no volveríamos a hablar del tema, pero volvió a suceder... Hemos vuelto a besarnos par de veces, pero no hablamos de ello después. Y hace dos días discutimos por el tonto baile; porque él piensa que es estúpido y yo quería que viniera conmigo, y ha estado evitándome desde que me vio hablando con Roger el otro día, ya que por algún motivo se siente celoso... Y no sé bien qué está pasando, o si seguimos siendo amigos o estamos sumergidos hasta el fondo en el pozo sin fin de la locura.
Priscilla cerró la boca tras tomar otra inhalación. Solo entonces giró sobre sus pies y enfrentó a Marlene, quien le miraba con las cejas alzadas y una expresión de sorpresa.
—Tardaron un poco —dijo al cabo de unos segundos.
Priscilla le ofreció una mala mirada.
—Sí, sé que me lo dijiste.
—He estado diciendo "te lo dije" en mi cabeza desde que te regaló aquel brazalete... En fin —Marlene cruzó una pierna sobre la otra— ¿Cómo accediste a besos que luego no tienen explicación alguna? No te juzgo... Pero no parece lo tuyo.
Con el gesto mortificado, Priscilla negó con la cabeza.
—No lo sé. Tenía muchas ganas de hacerlo, tantas que no quise detenerme a pensar que deberíamos hablar las cosas antes.
—Claro... ¿Hay algo de qué hablar?
— ¿A qué te refieres?
—A ver, Priscilla —Marlene se acomodó la capa con gesto digno, luciendo tanto como Imogen que a Priscilla le dió un poco de miedo—. Hay muchos tipos de relaciones; Sirius y tú no sois los primeros en confundir amistad con pasión...
—No estamos en alguna novela inglesa de los años veinte...
—Ya quisiera yo —la atajó Marlene. Se mostraba muy seria y elocuente—. El punto es: ¿Solo sentías atracción física y querías besarlo? ¿O te sientes frustrada porque al ver a Sirius, sientes algo más? Si es lo segundo, ya lo creo que debéis sentaros a hablar lo antes posible. Si es lo primero, bien puedes tomar los contactos físicos que te vengan en gana y no pensar más en ello.
Priscilla se mordió el interior de la mejilla, en tanto sentía el corazón golpeando contra su pecho con fuerza demoledora y acelerada.
—Supongo que es eso —confesó en un murmullo, juntando las cejas—. No lo sé. Cuando estoy con él, sea jugando o estudiando, me siento feliz y en confianza. Pero al verle también siento algo en el vientre, como una calidez... —negando con la cabeza, volvió a caminar con premura—. Es demasiado guapo. Le veo jugando al Quidditch, o caminando con ese porte tan desgarbado y elegante al mismo tiempo y yo sólo... Quiero besarlo y... Tal vez hacer cosas que solo he oído mencionar.
Priscilla se detuvo un instante ante su acalorada confesión, solo para continuar con la parte más difusa y complicado.
» Sin embargo, el día que fuimos la campo de Quidditch, cuando volábamos sobre el Lago Negro, sentí... Como si fuera lo más hermoso que he visto jamás; como si no pudiera vivir sin él. No existía mi vida antes o después de Sirius; solo lo increíble que me siento con él a mi lado, conmigo misma cada vez que me mira y me dice lo importante que soy en su vida...
— ¿Lo amas?
Priscilla no se detuvo a pensarlo, sobretodo porque llevaba días realizándose esa pregunta a sí misma.
—Tanto como te amo a ti o a mis padres, o al resto de las chicas. Sois parte de mí. Pero hay algo... Algo que se me está escapando. Es una cosa mínima y distinta que siento hacia Sirius... No sé qué es, y creo que voy a enloquecer si no lo descifro pronto.
Con un último suspiro derrotado, Priscilla se dejó caer en el banco junto a Marlene, importándole poco lo frío de la piedra contra la piel de sus muslos que la falda no cubría. En realidad, desearía poder volverse de hielo por unos momentos y así dejar de sentir aquella bulliciosa masa de sentimientos que la acompañaban todo el día, a todas horas.
—Tú misma lo has dicho —suspiró Marlene—. Tienes que descifrar lo que te está sucediendo con Sirius, si es atracción o algo más. Una vez lo hayas hecho, entonces debes hablar con él, y recemos a Merlín porque vuestras opiniones coincidan.
—Supongo que eso es lo que me aterra, lo que no deseo que pase. Si resulta que nos hallamos en puntos distintos...
—Eso no lo sabrás hasta que no habléis —la interrumpió Marlene—. De cualquier manera, sé que os preocupáis el uno por el otro y vuestras consideraciones os llevarán por el mejor camino.
Tal vez estaba alguna de las dos recordando la aventura de Mary y Marlene, y su estrepitoso final, totalmente distanciado de la amistad que ambas sostuvieron antes de enredarse. De cualquier manera, ninguna dijo nada, y se mantuvieron en silencio observando un conflicto cuyas consecuencias podrían ser tan catastróficas como asombrosas.
***
Priscilla subió con paso cansado las escaleras que la llevarían a la Torre de Gryffindor. En el hombro llevaba colgada la mochila y en la mano una bolsa con los zapatos que Mariane Wormwood, una estudiante de Hufflepuff con gran sentido de la moda, le había prestado. Después de la plática con Marlene, no tenía deseos de hacer ninguna de las cosas indicadas, ni hablar con Sirius, ni aclarar su mente, y ahora dudaba de querer ir al baile. Después de todo, ahí estaría Roger, quién estaba claramente interesado en Priscilla y quién no le agradaba a Sirius.
Podría haberse sentido culpable por no rechazar los coqueteos de Roger, pero ¿Había alguna razón para ello? Sirius no era su novio, y a diferencia de la situación con Marlene, él y Roger no eran amigos. De todos modos, Priscilla no podía quitarse el escozor de estar haciendo algo mal al platicar con alguien tan interesado en ella, y aún más sabiendo que a Sirius le desagradaba.
Iba tan ensimismada en sus propios pensamientos que por poco no notó al chico que venía bajando las escaleras; y fue su sombra la que le avisó su presencia. Priscilla alzó el rostro y descubrió nada menos que a Sirius, lo que le hizo detener su paso en seco. El chico hizo lo propio cuando divisó a su mejor amiga.
Tardaron un par de segundos, mientras se contemplaban en silencio, en comprender que aquello resultaba ridículo. Ninguno estaba molesto con él otro, porque se querían demasiado, y a los dos les provocaba dolor estar lejos de su mejor amigo. Aún así, no llegaron a exponerlo en voz alta. Cada uno dió su respectivo paso hacia el otro y una vez estuvieron de frente, invirtieron posiciones para poder verse a los ojos. Priscilla era un poco más alta que muchas chicas, pero el crecimiento acelerado de Sirius la superaba por mucho.
—Hola —saludó Priscilla, con la voz baja.
Sirius examinó su rostro durante unos segundos. Iba desprovista de maquillaje, con las mejillas y la punta de la nariz enrojecidos por el frío. Tan pálida que hubiese podido parecer enferma de no ser por esos ojos azules, vibrantes, violáceos, en su piel contados y pequeños lunares destacaban como estrellas; como en su pómulo derecho y a mitad de su mandíbula. Parpadeando, Sirius contuvo el aire y se inclinó para presionar sus labios contra la mejilla de Priscilla.
— ¿Qué hay, Floyd? —dijo con una sonrisa propia de sí— ¿Esos son zapatos para el baile?
—Sí —luego de tomar aire, lo soltó: — ¿No tienes nada más que decir?
— ¿Sobre qué?
Priscilla entrecerró los ojos— Sobre tú evitándome todos estos días.
— ¿Evitándote? —Sirius alzó las cejas—. Han sido dos días, Floyd, y no te he evitado. En realidad, estuve ocupándome de ciertas cosas que no te puedo decir...
—Sé que me viste hablando con Roger el otro día. Y eres la persona más malcriada que conozco.
—Woah. Con que así las cosas —Sirius apoyó las manos en la cadera—. Tienes razón, os vi. Coqueteando, más bien, y horas después de nuestra tonta discusión. Estaba furioso.
— ¿Conmigo?
— ¿Qué? Claro que no —Sirius puso los ojos en blanco—. Estaba furioso conmigo mismo, y con el baile y con el mundo por dejar que gente tan estúpida como Roger Fawcett exista.
—Él... —Priscilla cerró la boca de repente. Decir en voz alta que Roger distaba mucho de ser un estúpido no era la mejor idea— ¿Es por él que me estás evitando?
Sirius dejó escapar el aire por la nariz en un suspiro medio divertido, y entonces alzó las manos para sostener a Priscilla por las mejillas, sus ojos fijos en los de la chica.
—Por mucho que deteste verte con Roger, Floyd, no soy un completo imbécil. Era cierto lo de hace rato. Ocurrió algo con los chicos, un problema en que nos metimos, y hemos intentado solucionar —explicó, inclinando el rostro hacia adelante. Con un tono de voz muy calmado, quería que Priscilla captase cada una de sus palabras—. Es por eso que apenas si he podido verte y por lo que tengo que irme rápido.
— ¿Ese problema en que os metisteis tiene algo que ver con Peter y que a pesar de llevar dos días reportándose enfermo, vosotros no dejáis a Lily entrar a vuestro dormitorio para verificar su estado? —cuestionó Priscilla, anhelando una respuesta negativa.
—Sí. Aunque por el momento me he encargado de distraerla.
Priscilla gimió de forma lastimera— Ay, Sirius ¿Qué habéis hecho? ¿Peter corre algún peligro?
—Más peligro del que me gustaría admitir.
—Por Merlín ¿Hay algo en que os pueda ayudar?
Una sonrisa juguetona se deslizó por los labios por los labios del chico. Sintiendo que la adoraba más que a nada, Sirius dejó un beso en el inicio de su cabello.
—En vez de ir y delatarme por ahí, tú me ofreces apoyo. Eres increíble.
—Confío en ti, Sirius Black, y en que acudirás a las autoridades pertinentes de ser necesario —lo corrigió Priscilla, juntando las cejas.
—Sí, pues eso no hará falta, y tampoco tu ayuda, aunque la agradezco. James y yo ya lo estamos solucionando —declaró y con los pulgares acarició las mejillas de Priscilla—. Pero nunca haría algo tan tonto como ignorarte por eso.
—Vale —aceptó Priscilla con una sonrisita, sintiéndose reconfortada por las palabras de Sirius.
—Y fui un idiota el otro día; cuándo estábamos hablando del baile.
—No, no te preocupes. Tal vez estuve un poco predispuesta a molestarme.
—No, no... Lo digo porque no te hablaba a ti como tal, sino a mis tontos recuerdos sobre lugares así. Es decir... Mis padres nos llevaron a Regulus y a mí a suficientes eventos aristocráticos. Teniendo dos hijos varones con excepcionales cualidades mágicas... Había de dónde presumir —Sirius bufó—. Y los últimos años me obligaban a ir sólo para poder insultarme frente a todo el mundo y decir: esta es la vergüenza de la familia Black. Con lo conocido que es el profesor Slughorn, no sería una sorpresa encontrármelos. A pesar de ser ambos unos inútiles, son adinerados y saben sonreír.
Priscilla apretó en puños los bordes del suéter de Sirius, buscando algo de qué sostenerse.
—Yo no quería menospreciarte o tachar de tontos tus motivos para ir —culminó el chico—. Fue una estupidez dejar que mis recuerdos interviniesen.
Ella tragó saliva, armando algún tipo de frase coherente en su cabeza. Lamentaba la situación de Sirius, y su corazón deseaba abrazarle y ponerle fin a aquellos malas memorias... Pero lo conocía bastante como para saber el rechazo que aquello iba a generar en Sirius, quien deseaba más que nada sacudirse de los hombros cualquier tristeza causada por sus progenitores, así que se abstuvo.
—Gracias por decírmelo. No estaba molesta contigo, de todos modos... —Cabeceó un poco— Solo quería una cita para el baile. Es decir, que fueras tú.
—Sí, lo sé —Sirius esbozó una sonrisa. Estaban muy cerca, tanto que la punta de sus narices se rozaban cada cierto tiempo—. A mí también me gustaría.
Priscilla parpadeó— ¿No hay manera de que eso suceda?
—Lo de Peter es urgente —dijo Sirius en cambio—. Aprovecharemos lo vacío de los pasillos esta noche para... Hacer lo que haremos. Así que no asistiré.
Priscilla trató de ignorar la desazón que aquella declaración le provocó en la boca. Después de todo, si Peter en verdad estaba corriendo peligro, Sirius no iba a darle la espalda... O tal vez era una de sus jugarretas y estaba aprovechándose de ella para no tener que decirle a Priscilla lo que en verdad pensaba: que no deseaba asistir con ella, que más bien sentía como un error haber llevado su amistad más allá de la línea.
De cualquier manera, no hubo forma de ocultar la decepción que inundó su mirada.
—Vale —aceptó. Y estiró un poco el cuello para intentar que Sirius la soltase; lo que no pasó. El captó rápidamente el cambio en su humor y frunció el ceño.
—No creerás que te estoy mintiendo ¿Cierto? —cuestionó endureciendo el tono— No tengo por qué mentirte, Floyd.
Priscilla desvió la mirada. Sabía que tenía razón. Que Sirius era leal a sus amigos y que jamás la dejaría sola a menos que tuviera una razón lo bastante válida... Pero por algún motivo se sentía enojada y frustrada, con ganas de pedirle, de la manera más tóxica, que abandonase todo para ir con ella a un estúpido baile.
O tal vez eran sus sentimientos arremolinados y contradictorios, que le impedían pensar con claridad. Tal vez le estaban poniendo un claro precio y condición: o aclaras qué es lo que está sucediendo en tu corazón, o te haremos actuar de la manera más errática posible hasta que todo este desastre termine.
O admites lo que sientes, o vuestra relación no tendrá reparación.
—Lo sé —se obligó a decir, mordiendo su mejilla para forzarse a continuar con normalidad. Sirius no tenía la culpa de que ella no supiera gestionar lo que estaba sintiendo.
—Entonces deshazte de esta arruga —señaló el punto entre las dos cejas de Priscilla. Ella esbozó una sonrisa e hizo caso—. Imagina lo difícil que es para mí saber que no podré bailar contigo y un montón de babosos sí.
—No me interesa ninguno de esos babosos —soltó de sopetón, ansiosa por coger algo de aire, que parecía imposible con Sirius robando toda su fuerza vital—. Tengo que ir a arreglarme, así que...
Él pareció salir del trance, y asintió con la cabeza.
—Avísame si necesitas ayuda, o si por obra y gracia de Merlín, todo se soluciona —finalizó Priscilla.
Sirius se inclinó hacia adelante con una sonrisa, sus ojos fijos en la boca de Priscilla— Gracias por preocuparte.
Pero ella giró el rostro un segundo después, y el beso de Sirius terminó impactando en su mejilla, haciendo al chico soltar un bufido exasperado. Sin molestarse en ofrecer una excusa, Priscilla terminó por despedirse y reanudar su camino.
***
El despacho del profesor Slughorn se agrandaba para las fiestas, y el día del baile hubo de hacerlo aún más. Del techo y las paredes colgaban distintas telas brillantes de colores navideños, y delicadas flores de pascua doradas caían del techo, tan hermosas que algunas chicas intentaba cogerlas para llevárselas a casa. Una banda tocaba música variada en una pequeña tarima y unas pocas personas bailaban frente a ellos; el resto se apiñaba en grupos o sofás para descansar los pies. Así mismo, los elfos iban de acá para allá llevando comida y bebidas a todo el mundo.
Priscilla resistió el impulso de recogerse las faldas del vestido al avanzar. Después de haber visto la túnica de la profesora McGonagall en la lechucería, investigó y no tardó mucho en encontrar el hechizo empleado para poder usarlo en sí misma; así que los bordes de su vestido no corrían peligro mas que el de sus manos sudadas. Le había gustado tanto la manera en que estaba vestida que permitió a Marlene sacarle una foto con la instantánea que sus padres le habían regalado para su cumpleaños; Priscilla consideraba algo egocéntrico hacerse fotos si no era una ocasión para recordar. En aquel caso, solo había que recordar su apariencia.
El vestido era de un color azul que iba a juego con sus ojos, las delgadas mangas en sus hombros resultaban más una decoración, puesto que entallaba con tal fuerza su abdomen y pecho que hacía sobresalir su cintura y el inicio de sus caderas, pues luego la falda caía de forma suave hasta sus pies. Había rizado las puntas de su cabello negro, largo hasta su ombligo, y luego sostenido dos mechones frontales de una manera envuelta que permitía ver los colgantes en sus orejas.
—Deberías quitarte esa fea pulsera —bufó Alice, viendo la muñeca de Priscilla con ceño fruncido.
Esta esbozó una sonrisa— ¿Solo porque Sirius no pudo venir?
—Porque te la regaló como alguna tonta manera de marcar territorio, pero no puede venir él mismo a declarar lo que quiere.
El rubor se subió a las mejillas de Priscilla. No había confesado a nadie más que Marlene lo sucedido con Sirius, pero algunas cosas resultaban obvias, después de todo.
—Quieres desquitarte con alguien —la reprendió Lily—. No estreses a Priscilla.
—No quiero desquitarme, sino señalar lo descarado de su comportamiento —bufó Alice. Un hermoso vestido amarillo con diversos brillos y pliegues hacía resaltar su corto cabello castaño y su figura alta y en forma—. Hombres... ¿Qué se han creído?
Priscilla siguió la mirada de Alice, descubriendo así la causa de su molestia. La señora Longbottom, madre de Frank, se encontraba en la fiesta, y agarrada del brazo de su hijo paseaba alrededor del salón sonriendo y saludando diversas figuras del mundo mágico. Por algún motivo, Alice no se encontraba con ellos.
—Frank está demasiado presionado por esa señora; no se da cuenta de la maravilla de chico que es —soltó Alice de repente, su tono mucho más suave al referirse a su novio, pero algo enfadado—. Él es demasiado bondadoso como para decírmelo en la cara... Pero la señora Longbottom cree que soy muy poca cosa para él.
— ¿Cómo? —Lily se enderezó, y los rizos que escapaban de su moño le acariciaron el rostro. Al igual que Priscilla, ella combinaba las prendas con su color de ojos tan despampanante, y en ese momento llevaba un vestido verde esmeralda de mangas largas con encaje transparente y falda hasta las rodillas.
—Después de Roger, es la gran promesa del séptimo año. Dumbledore en persona le explicó que solo por unas décimas estuvo a punto de conseguir el Premio Anual. Se convertirá en un gran auror, estoy segura... —Alice tragó saliva—. Mi familia no tiene mucho renombre, y yo tampoco destaco demasiado en mis clases.
—Qué dices, Alice —la detuvo Priscilla, dando un paso al frente.
—Tu también serás una excelente auror. De las mejores de nuestro tiempo, estoy segura —le informó Lily, con gesto solemne. Alice se limitó a encogerse de hombros.
—No estoy dudando de mis capacidades... Pero tampoco quiero poner a Frank en una situación complicada —explicó—. O que tenga que elegir entre esa señora horrible y yo.
—No digas eso —negó Priscilla, colocando una mano en su brazo—. Vosotros os queréis; no dejará que su madre se entrometa.
—Además, ya habéis hablado de esto —le recordó Lily.
Alice parpadeó, sus bonitos ojos castaños reparando de pronto en sus amigas.
—Tenéis razón —aceptó, esbozando una sonrisa—. A veces resulta preocupante, sabéis...
— ¿Priscilla?
La mencionada se giró al oír el llamado, descubriendo tras de sí a Roger Fawcett. El joven llevaba el cabello más corto, tanto que sus rizos habían desaparecido y podía peinarlo hacia atrás; y enfundado en un traje color azul marino hacía que las chicas se girasen a voltearlo cuando les pasaba por el lado. Priscilla esbozó una sonrisa sencilla e inclinó la cabeza a modo de saludo.
—Hola, Roger —le saludó, dando un paso en su dirección.
—Estás muy guapa —la elogió el chico con sinceridad, agradecido de que su acelerado corazón no pudiese ser oído por los presentes. Luego se enfocó en Alice y Lily—. Vosotras también, chicas.
—Gracias, Roger —Lily, que le conocía por sus labores de prefecto, tomó a Alice del brazo— ¿Quieres ir a buscar algo de beber?
Y sin esperar respuesta, las dos chicas se alejaron, dejando solos a los jóvenes. Estos compartieron una mirada avergonzada.
— ¿Damos una vuelta por el salón? Creo que ví a una amiga de mi madre por aquí —le informó Roger, extendiendo su brazo para que Priscilla se colgase de él—. No faltarán las preguntas pretenciosas sobre nuestro futuro, pero...
Priscilla aceptó su oferta, asegurándose una y otra vez que no estaba haciendo nada malo. Roger era muy amable, y ella era capaz de mantener todo a raya ¿Cierto?
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holaa!! Espero que hayan disfrutado el capítulo. Intento no estresarme mucho porque tienen muchas palabras jajaja, no quiero que la novela quedé tan larga, pero trataré de no pensar más en eso sino hasta que la edite, después de haberla terminado. Tuve q cortar la escena del final, así que el siguiente tendrá mucho salseo
No tiene nombre pq no se me ocurrió nada, aaaaaaa
nos leemos pronto
10/10/2021
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