Capítulo 23. Realidad.
Nevó durante la mañana del lunes siguiente. El cielo, cubierto por densas nubes blancas y esponjosas, proyectó sobre los terrenos del castillo una luz sucia, oscurecida, digna del oscuro momento que se vivió aquella semana en el colegio.
Priscilla apoyó el hombro en el borde de la ventana sin cristal del tercer piso, al tiempo que cruzada de brazos, enviaba una mirada hacia los jardines del colegio. Una fina capa de escarcha blanca cubría el césped, pero empezaba ya a ser marcada por la silueta de pasos y botas llenas de lodo. Parte de los responsables caminaba en ese momento hacia la verja del colegio, una adolescentes de bolso y hombros caídos, un hombre alto y fornido y un profesor bajito cuya capa se arrastraba por la nieve. Lorraine McAllen, su tío lejano y el profesor Flitwick.
De sus labios brotó un suspiro tembloroso, casi sollozo, que se disolvió en el aire igual lo hacían las vidas tan cruelmente arrebatadas como la familia de Lorraine. Tensó los dedos alrededor del papel en su mano, provocando un crujido desagradable y perturbador del silencio que reinaba en ese pasillo desolado con vista al jardín. El sonido despertó del letargo al chico detrás de ella, que estiró una mano para arrebatarle el periódico.
—No deberías haber leído eso —le reclamó y con un movimiento de su varita hizo al periódico consumirse sin dejar rastro—. Dumbledore nos dijo todo lo que necesitábamos saber.
Priscilla apretó los labios, sin apartar la mirada de los tres individuos que salían del colegio para poder desaparecerse a voluntad. Sentía el cuerpo aletargado, y el ambiente del castillo era igual, como si tan terrible noticia hubiera supuesto un hechizo de tristeza y desolación para todo el poblado. No era capaz de traspasar a palabras el sentimiento vacío que presionaba su corazón, o la voz en el fondo de su cabeza que le recordaba que su abuela le había advertido todo esto.
El ambiente había sido tan calmado los últimos meses... Incluso el campamento se sintió como un mundo aparte donde su carrera en el mundo mágico se disfrazó con el deseo de mejorar sus habilidades, con el camino que todo mago debía recorrer. Ahora la realidad cruda se presentaba de la manera tan terrible; recordando la verdadera cara de la guerra y del sanguinario camino que los mortífagos estaban dispuestos a recorrer.
El efecto de la noticia sobre el colegio fue inmediato. La euforia provocada por el primer partido de Quidditch se evaporó como si nunca hubiese existido, todos los profesores fueron convocados a una rápida reunión, mientras que los prefectos se encargaron de dirigir a los alumnos a las Salas para esperar por noticias e instrucciones. Muchos se pusieron nerviosos, tanto que los ciertos hijos de muggle recibieron permiso para ir a casa el próximo fin de semana. Priscilla aún no había escrito a sus padres, puesto que su decisión no estaba tomada. Finalmente, durante la cena, el director comunicó la terrible noticia y dió el anuncio oficial emitido por el Ministerio, que le otorgaba la culpa a los mortífagos y explicaba lo que de ahora en adelante ocurriría con los mestizos, hijos de muggle y demás para intentar garantizar su seguridad.
Nadie se sentía seguro, en verdad. El suceso no hizo más que alterar los nervios de Mary, y estando Lily tan ocupada con sus deberes de prefecta, entre Alice y Priscilla apenas y podían mantenerla calmada. Priscilla tuvo que recurrir a la señora Pomfrey, quien después de evaluar a Mary y permitir a Priscilla estar presente durante toda la consulta, dictaminó un par de recetas para dormir de vez en cuando, cero estrés en su organismo y otras reglas para conseguir calmar su mente y corazón. Priscilla pudo ofrecerse a preparar fichas pociones; pero era consciente de que hacerlas sin el debido permiso era ilegal y prefirió dejar a Mary encaminarse por el buen camino; si era que llegaba a conseguirlo.
Los pasillos se vaciaron de risas y escándalos por un par de días, algo como en el que Sirius y Priscilla se encontraban en ese momento. Durante aquel otoño de 1976, ningún estudiante podría imaginar que situaciones como la de Lorraine McAllen no se quedarían como sucesos extraordinarios, sino que empezarían a llevar los tablones de noticias y a destrozar la vida de muchas personas.
Al no recibir respuesta alguna, el chico tras ella emitió un bufido frustrado, y avanzó un paso en su dirección, posándose apenas a unos centímetros de distancia. Priscilla sintió su respiración caer con suavidad sobre la oreja, y su hombro rozar el pecho de chico; incluso percibía el calor que su cuerpo desprendía e hizo los vellos de su espalda erizarse. Pero aquello no era capaz de derretir su cuerpo entumecido.
—Floyd, no mires más —murmuró el moreno sobre su oído, bajando la voz hasta convertirlo en algo solo dedicado a ella—. No eres capaz de aliviar el sufrimiento de los otros; pero puedes compadecerte del tuyo y disminuirlo. Por favor, no te tortures así.
Priscilla negó con la cabeza.
—Ni siquiera los conocía —dijo por fin, y su voz sonó como una botella de lágrimas recién destapadas—. Pero aún así, no le hicieron nada a nadie más que existir. Y tenían niños pequeños, Sirius...
—Lo sé —aceptó sonando derrotado.
—Todos eran muggles que no fueron capaz de defenderse —continuó Priscilla, apretando las manos con fuerza—. Pudo ser cualquiera. Incluso mi familia...
—No, Floyd. Por Merlín —Sirius tiró de su mano con fuerza para darle vuelta y poder enfrentar sin obstáculos su rostro torturado. Ni siquiera le preocupó la poca delicadeza en su tacto, o la manera en que Priscilla no reaccionó ante tal brusquedad. Ella alzó sus ojos casi violetas y le sostuvo la mirada con firmeza, con el celo fruncido, como si odiase lo que veía frente a ella, o más bien las ideas que le cruzaban por la mente en ese instante. Sirius no se dejó acribillar—. Oíste al director; el Ministerio y él tomarán cartas en el asunto. No dejes que consuma tu mente o que te distraiga de tus objetivos.
Priscilla aspiró una honda bocanada de aire, al tiempo que evaluaba el semblante serio del chico. De algún modo que no concordaba con sus oscuros sentimientos, se iba volviendo más guapo cada día, tan atractivo que su corazón empezaba a doler de una forma diferente. En sus ojos grises no se distinguía tormenta o turbación; como si hubiera decidido cederle al cielo todas las nubes disponibles del día. Él no tenía razón para mentir. Sirius Black era conocido por desobedecer la ley, desconfiar de la autoridad y retar a cualquier figura de poder; pero confiaba en el profesor Dumbledore.
—Es verdad —aceptó Priscilla, su gesto torciéndose—. Pero eso no revertirá lo que pasó, y sigue siendo terrible.
—Lo sé —repitió Sirius, inclinando el rostro hacia ella—. Sé que todos los adultos nos ven como unos chiquillos, Floyd, pero tengo un objetivo. Y es evitar que los mortífagos sigan haciendo daño; es detener su reino del terror. Tú piensas igual, y los chicos también, y somos toda una generación dispuesta a frenarles. Sin importar lo que cueste o lo que debamos dar en el camino.
Sus palabras eran terribles; pensó Priscilla horrorizada. De solo pensar que el costo sería la vida de alguna de las personas que amaba....
—También hay una generación unida a los mortífagos, Black —repuso una voz burlona tras ellos—. Me ofende que quieras meternos a todos en el mismo saco.
La mirada de Priscilla viajó a un punto sobre el hombro de Sirius, al tiempo que los dedos del chico se tensaban sobre su mano y él mismo se daba vuelta para enfrentar a los invasores de su conversación. Imelda Gibbon, Amycus Mulciber y otro par de estudiantes de Slytherin cuyos lazos con Lord Voldemort no eran un secreto para nadie; mucho menos para el joven cuya familia había repudiado y estaba ligada a ellos.
—A mí me ofende que pienses que en verdad me importa lo que pienses, Gibbon —repuso Sirius, sus dedos apretando fuertemente a Priscilla, contrariando el tono calmado de su voz—. Una rata de alcantarilla como tú no podría preocuparme menos.
Imelda esbozó una sonrisa espeluznante.
— ¿Así es como tratas a las mujeres, Black?
—Sólo a las que son tan despreciables como tú.
—Claro, y así le dedicas tu atención a lastres como los que tienes detrás —saltó Mulciber, y Priscilla se tensó al tiempo que Sirius cuadraba los hombros. Parecía protegerla con su cuerpo, o al menos intentaba ocultarla de la vista del grupo recién llegado—. Honestamente, no sé qué error cometieron tus padres contigo.
—Diría que fue cuestión de suerte —ironizó Sirius—. Ya sabes, nacer en esa pocilga y tener la inteligencia de escoger algo distinto.
— ¿Te atreves a llamar pocilga una honorable casa como la Black? —saltó Patrick Travers, dando un paso hacia adelante. Priscilla buscó en el bolsillo de su falda la varita, y envolvió sus dedos alrededor de ella; Sirius la enarboló sin disimulo—. Deberían haberte enviado Azkaban, o desterrado a los bosques oscuros de Albania...
— ¿Por qué? —Sirius ladeó la cabeza— ¿No se supone que es ahí donde terminaréis tú y todos los mortífagos una vez os hayamos vencido?
—Para eso tendrías que mejorar tus reflejos —replicó Travers, y con una sacudida de capa reveló su varita, cuya punta ya estaba iluminada con un hechizo no pronunciado en voz alta.
Priscilla fue más rápida. Tiró de Sirius hacia sí y pasando la mano por debajo de su brazo, disparó un escudo –su mejor arma hasta el momento– que repelió cualquier maleficio horripilante que Travers hubiera estado dispuesto a mandarles. Este rebotó sobre la superficie de su defensa y se devolvió hacia el grupo de Slytherin cuyos reflejos no eran tan buenos, y todos salieron expulsados hacia atrás con tanta fuerza que terminaron inconscientes o aturdidos, emitiendo débiles quejidos.
—Mierda Floyd, eso fue increíble —silbó Sirius.
—Será mejor que nos vayamos —repuso Priscilla, tirando de su mano—. Somos solo dos y no estoy segura de que me vuelva a salir un hechizo así.
—Puras tonterías, eres muy buena —demeritó Sirius, y antes de marcharse, se dedicó a repartir ciertos embrujos sencillos, pero complicados para sus víctimas, entre los Slytherin— ¿Quieres ayudar?
Priscilla negó con la cabeza; tenía un gusto amargo en la boca por culpa de las palabras de Travers y Gibbon. Sirius notó esto, y finalizando su tarea, se acercó hasta ella.
—Vamos a comer algo —le invitó, entrelazando sus dedos con los de ella— Pero rápido, antes que nos empiecen a perseguir.
— ¡Vuelve, Black! ¡No seas cobarde! —llamó Mulciber con la voz desfigurada por el hechizo punzante que le deformaba el rostro; pero ya Priscilla y Sirius corrían lejos.
***
Bajaron las escaleras a toda velocidad, conscientes de los pasos apresurados tras ellos y las maldiciones conjuradas. Estuvieron a punto de alcanzarles, en realidad, pero por algún motivo, Sirius conocía un montón de pasadizos y escondites en el castillos, y tiró de ellos hacia el hueco en la pared de una de las estatuas en el Vestíbulo, que se transformó de pronto en un pasillo oscuro y cuyo punto de salida Priscilla desconocía.
— ¡Sirius, ¿Dónde estamos?! —reclamó Priscilla, apretando con fuerza la mano de Sirius y apenas capaz de distinguir su silueta en la oscuridad.
—Por Merlín, Floyd, no servirá de nada escondernos aquí si empiezas a gritar —reclamó el chico, y empezaron a avanzar por el pasillo guiados a su ritmo—. Es un pequeño pasillo que sale cerca de la biblioteca; no preguntes porqué.
Priscilla se mordió el interior de la mejilla, brevemente distraída de sus previas cavilaciones— ¿Cómo lo descubriste?
—Durante un fin de semana en que mi permiso para ir a Hogsmeade estaba suspendido, me puse a investigar por aquí. No recuerdo si les conté a los chicos, creo que ni siquiera lo incluí en el mapa...
—Está muy oscuro —repuso Priscilla, refunfuñando.
—Ay, Floyd. Espera que ponga unas cuantas galletas en tu estómago y ese humor mejorará.
—No estés tan seguro.
El tono lúgubre de Priscilla hizo a Sirius detenerse y dar vuelta. Ella casi chocó contra su pecho, y su cabello bailó sobre sus hombros y se dejó caer en mechones desordenados sobre su camisa. Sirius no podía verla tan claramente en medio de la oscuridad, pero percibió el aroma del mismo y tal vez atraído por la privacidad que aquella falta de luz les otorgaba, se inclinó hacia adelante.
—Antes de que esos imbéciles nos abordaran... Estaba diciendo algo —comenzó con tono suave, y el corazón de Priscilla comenzó a acelerarse—. Sobre lo que haremos para detener esto...
—Estabas diciendo que no importa el precio que hayamos de pagar —lo interrumpió ella, apretando los labios—. Pero no quiero hacer eso, Sirius; no quiero perder a ninguna de las personas que amo —Priscilla se humedeció los labios, consciente de que su aliento se mezclaba con el del chico, de una manera mucho más tenue que sus sentimientos en ese mismo instante— Ni siquiera estoy segura de querer visitar a mis padres este fin de semana... ¿Cómo voy a poder mirarles a la cara sabiendo el peligro que corren?
—Priscilla....
—Y aún así... —continuó, perturbada— Tenemos que detener a estas personas ¿No es así? —preguntó, con una voz tan clara y serena que no parecía estar anunciando un futuro tan horrible—. Tenemos que parar a Voldemort.
Sirius inhaló temblorosamente, y sintió sus lagrimas venir antes de verlas. Escuchó como su alma se templaba y volvía más fuerte al tomar un deber que no era suyo, y sintió su propio corazón caer a pedazos que no dolían, para luego reconstruirse y llegar a quererla con más fuerza de la que antes pudiera podido albergar.
Planeaba inclinarse y ceder a los impulsos, pero ella ya se estaba echando hacia adelante, tirando de él para unir sus labios en un beso húmedo por la sal de las lágrimas y su deseo por el otro. Recibieron el contacto anhelado con gusto y deseada espera, con el objetivo de repetir algo que ambos habían disfrutado.
La arrinconó contra la pared del pasillo, o tal vez fue ella que lo atrajo hacia sí, que lo envolvió como había hecho desde aquella tarde de noviembre en un pasillo igual de oscuro, con unas lágrimas distintas y los mismos labios suaves que en ese momento guiaban el beso hambriento, que movían su boca en una danza de succiones y mordidas, que vaciaban sobre él el deseo, la desesperación y el cariño. La espalda de Priscilla chocó contra la pared y su pecho se arqueó contra el de Sirius, presionando sus senos al mismo tiempo que él le subía los dedos por sus muslos, a gusto de poder jugar con la falda que en aquellos momentos le motivaba y sugería un estorbo a sus planes.
Priscilla lo sostuvo por las mejillas, manchando el rostro de Sirius con sus propias lágrimas, dejando su boca moverse hasta perder el sentido en un beso que deseaba tanto; que su alma pedía a gritos para poder mantenerse unida. Pero el ritmo fluctuó y se volvió más suave, más expectante y menos desenfrenado. Como si explorasen la boca del otro con todo el tiempo del mundo; Sirius le delineó el borde de los labios con la lengua, haciéndola gemir suavemente, e inclinarse para probar lo mismo y continuar entregada al beso.
Sirius se separó un segundo, y mirándose a los ojos a través de la oscuridad, ambos lucieron como si estuvieran a punto de decir algo. Pero él lo descartó primero y volvió a inclinarse, a envolver a Priscilla con su cuerpo. Quería besarla hasta perder la noción del tiempo, y disfrutar de sus labios rojos; en realidad, estaba decidido a no dejarla ir por un buen rato, o a permitir alguna interrupción.
Menos la del timbre que anunciaba una nueva hora de clases, por supuesto.
***
Querida Serena:
Si tienes tantos contactos en el mundo mágico como presumes, ya debes haberte enterado de los sucedido con la familia McAllen y los mortífagos que aún no han sido apresados por el crimen. Ni si quiera tengo que empezar a explicarte lo horrible que fue todo, mucho menos cuando ya he de saber lo que opinas respecto al tema, sobre la guerra y mi decisión de quedarme aquí. Así que, iré al grano. La seguridad de mis padres me preocupa terriblemente, y he evaluado todas las opciones posibles para garantizarla. A pesar de confiar en el Ministerio, hay demasiadas familias muggle que proteger y ya tienen bastante trabajo con las mágicas y las confrontaciones contra mortífagos. No sé si puedan abarcar tanto y no planeo dejar la seguridad de mis padres al destino.
Te imploro que vuelvas de tu viaje. Sé que eres una bruja fuerte y tan poderosa como para ocultar algo así durante tantos años; y te necesito. Eres mi abuela y te necesito en casa para establecer trampas y una seguridad que pueda asegurar la vida de mis padres mientras estoy lejos. La única forma en que podría terminar mi formación como bruja sería con tu ayuda, sabiendo que estás en casa velando por ellos. De no recibir respuesta en dos semanas, o si esta es negativa, dejaré el colegio para ir a casa y pedirle a mis padres que se marchen del país. Estaba decidida a luchar, y te lo dije, pero no soy la única implicada, y no puedo poner su seguridad en peligro.
Espero tu repuesta. Atentamente, tu nieta, Priscilla Floyd.
Priscilla recorrió sus palabras con la mirada más veces de las que fue capaz de contar. Había algo amargo en aquel escrito, y en la manera en que planteaba el plan a su abuela. A pesar de ser lo más inteligente que se le ocurrió, seguía considerándolo horrible y hasta cobarde. Le estaba entregando a su abuela la batuta sobre su vida, prácticamente. Serena la quería fuera del colegio y del país, lejos de la guerra, y ahora ella le ponía en la mano la decisión final. De su abuela preferir quedarse fuera, el deber de Priscilla quedaba con sus padres, para ir a su lado y velar por ellos. Ambas sabían lo que Priscilla los amaba, lo incapaz que era de ponerlos en riesgo.
¿Cómo no había pensado antes que con ella poseer habilidades mágicas, sus padres corrían peligro?
Incluso en medio de una guerra... No pensó que los mortífagos serían capaces de arremeter contra los padres de los nacidos muggle. Aquello estaba más allá de cualquier raya moral o ética.
Claro que a Priscilla aún le faltaba conocer mucho sobre los límites de los mortífagos, que no eran pequeños ni cuerdos.
— ¿Estás ocupada?
La voz tímida que pronunció aquellas palabras casi desconcertó a Priscilla. Al otro lado de la mesa en que estaba sentada se hallaba Marlene, con el cabello recogido en una larga trenza y un maquillaje sencillo que combinaba con su vestido beige. Comos siempre, la rubia era capaz de transmitir las intenciones de su presencia con el atuendo escogido.
Priscilla echó un rápido vistazo alrededor del Gran Salón. Eran las tres de la tarde y los estudiantes se apilaban en distintos puntos de sus mesas para realizar los deberes y tomar apuntes de sus libros. A diferencia de la llovizna que chocaba contra los ventanales del salón, el techo mágico ponía un cielo limpio y despejado.
—No, solo terminaba esta carta —contestó, moviendo un poco sus cuadernos para que Marlene pudiera colocar su bolso. Después tomó asiento— ¿Pasa algo?
—Seguro que sí. Es decir, ya sabes lo que pasa —Marlene se encogió de hombros—. Lo de Mary.
La pelinegra se aclaró la garganta.
—Pues lo sé. Pero... ¿Quieres hablar de eso?
Marlene pareció considerarlo un par de segundo; y Priscilla reparó en que, a diferencia de las últimas semanas, su rostro parecía mucho más sereno.
—No hay nada que decir... Ella me odia, y Lily también, porque son amigas. Y Alice solo me reprueba en silencio, porque fui una...
—Oye, espera —Priscilla la frenó, negando con la cabeza—. Ninguna de nosotras te odia, Marlene.
Dejo escapar un bufido—No me mientas. Sé que hice cosas horribles.
Priscilla tragó saliva, y empujando la carta debajo de un cuaderno, enfocó toda su atención en la rubia frente a ella.
—Mira, yo no sé nada sobre relaciones. Es decir, nunca me he enamorado, y solo conozco lo de mis padres... —cabeceó, decidiendo entre distintas opciones de discurso para la chica que era su amiga y al mismo tiempo no sabía cómo tratar—. No te puedo decir quién fue mala y quién buena. Puede que hayas hecho ciertas cosas como salir con otras personas, pero lo que dijo Mary no tiene ningún tipo de justificación, fue horrible y despiadado.
—Vaya. —Marlene alzó las cejas, y de manera irónica dijo:— Justo ahora no me siento terriblemente juzgada.
—Solo me gustaría conocer tu punto de la historia —repuso Priscilla con voz ronca—. Somos amigas, pero no sé cómo pasé todo este desastre por alto... No sé cómo no vi que tu corazón y el de Mary estaban rotos. Si quieres hablar, o quieres un consejo muy pobre... Aquí estoy.
Marlene sonrió, sus labios pálidos. Había preparado las palabras en su mente durante mucho tiempo, y cuando hubo de exponerlas, no resultó difícil.
—Simplemente fue la peor relación que jamás he tenido. En todo sentido. Es decir, yo fui la peor versión de mí misma y llevé a Mary a dudar de lo que veía y oía... Le mentí muchas veces y le oculté cualquier tontería por la que tenía todo el derecho a molestarse —tragó saliva, sus mejillas teñidas de rojo— ¿No es eso de lo más horrible?
La pelinegra cabeceó— Un poco, sí.
—Nunca pensé que podría comportarme así —negó—. Es decir, estaba consciente de lo que hacía... Pero ahora desearía darme un buen bofetón.
—No lo entiendo —suspiró Priscilla—. Hemos sido amigas desde siempre ¿Por qué ibas a comportarte así con Mary? Si la querías, y eres consciente de lo sensible que es...
Marlene parpadeó un par de veces, sus ojos dorados recorriendo los papeles y el semblante de su rostro oscureciéndose. Dentro de su corazón estaban todas las palabras listas, todas las confesiones que le había costado tanto tiempo armar... Pero no estaba segura de querer decirlo frente a Priscilla o cualquier otra persona, y recibir la mirada reprobatoria que sabía se merecía.
—Creo que me enamoré... O tal vez la quise más de lo que antes quise a cualquier chico. Y no supe como gestionarlo. Quería estar con ella, y al mismo tiempo... No quería perder mi libertad, o tener que rendirle cuentas a nadie —continuó Marlene, y Priscilla observó con aprehensión los sentimientos que fluctuaban en su mirada dorada, y que jamás había imaginado encontrar entre dos chicas. Que ciega había sido, después de todo, demasiado enfrascada en sus propios asuntos—. Suena como la más patética de todas las mentiras.
—Sólo suena a que estás tratando de abarcar más de lo que tus manos pueden sostener —rebatió Priscilla—. Marlene, lo que dije aquella vez estuvo movido por la rabia y los celos... Y me disculpo por ello. No tiene nada de malo que salgas con quien te apetezca, pero si tu corazón está sufriendo por ello...
—Sí, también he pensado en eso —Marlene se encogió de hombros, y una risa falsa escapó de sus labios—. Los chicos son lindos.
—Muy lindos —aceptó Priscilla, recordando por un segundo los labios de Sirius en su cuello.
—Y me gustaba salir con ellos —aceptó Marlene sin alegría en su tono—. Pero en algún punto se volvió una investigación sobre si podría gustarle a todo el mundo. Me hacía sentir mejor, tal vez porque he vivido rodeada de mujeres legendarias en el mundo mágico que creen que la reputación y ser un modelo a seguir es lo más alto a lo que puede apuntar un mago. A tener la admiración y la aprobación de todos; y me obsesioné con eso —Marlene exhaló un suspiro—. Tenías derecho a decirlo. Lo de Sirius fue pasarse de la raya en todo sentido, porque sé cuánto te importa, más allá de lo que admitas. Y sólo ahora puedo decir que tu amistad y la de las chicas es más importante para mí que el resto de las cosas tontas.
Priscilla cogió las manos de Marlene por encima de la mesa, y sostuvo sus dedos con cuidado. Llevaba una manicura impecable y montón de anillos y pulseras que le hacían relucir.
—Hay cosas más importantes que todo eso, Marlene. La guerra, y catástrofes como la de Lorraine —su voz se cortó por un segundo— Te quiero por ser quién eres. Extrovertida y llamativa, fácil de comunicar y hábil con las interacciones... Una luz en cualquier habitación. Todas nosotras te queremos por eso. Y creo que es lo importante.
Marlene parpadeó, y sus ojos se volvieron más brillantes por las lágrimas que comenzaron a filtrarse en ellos.
—Necesitaba escuchar algo como eso —confesó, con la voz ronca por las emociones. Luego sacudió la cabeza—. Aún así, no creo que yo y Mary tengamos reparación. Ni como amigas ni como amantes.
—Eso solo podrás determinarlo hablándolo con ella —resolvió Priscilla. No imaginaba tener que soportar tensiones como la de las últimas semanas, durante mucho más tiempo -como el resto de su vida, más o menos-. Pero tampoco veía una cura para tanto rencor acumulado. Y de cualquier manera, ni siquiera era decisión suya ver cómo terminarían las cosas—. Tal vez en unas semanas, cuando las cosas se calmen... Pero puedes estar segura de que te quiero tanto como siempre.
Su amiga esbozó una sonrisa de labios apretados, compungida por las lágrimas y las emociones que chocaban contra su corazón y amenazaban en desbordarse. Priscilla siempre la había considerado fuerte, templada por la fuerza y la resistencia de una personalidad admirable... Y ahora era igual. Incluso cuando sus acciones fueran erróneas, quería a la chica frente a ella con todo su corazón y estaba dispuesta a ayudarle tanto como la misma Marlene le había ayudado en el pasado.
—La amistad es algo simple —suspiró Marlene, echándose hacia atrás. Cogió una servilleta para limpiarse las lágrimas—. Ojalá el amor pudiera ser igual.
Priscilla palideció, al tiempo que tragaba saliva y su mente se llenaba de recuerdos que intentó desechar con rapidez, sin tener mucho éxito.
—Por eso no deberían mezclarse —continuó Marlene, frunciendo el ceño en dirección a Priscilla— ¿O el chupetón que ocultas con tu cabello dice lo contrario?
El sonrojo que inundó sus mejillas fue veloz y devastador como un tsunami, y la pelinegra se llevó una mano a la zona del crimen, delatándose. Dos días atrás, en un pasillo oscuro, Sirius le había otorgado esas marcas con permiso y hasta gusto, haciéndola suspirar en voz baja, y ahora Priscilla iba con bufanda o el cabello desordenado a todos lados. De solo recordar la manera en que, al sonar el timbre y ellos salir despeinados al pasillo, él le había acomodado la camisa para que no se notase su fechoría, a Priscilla le entraban ganas de tirarse de un balcón.
Pensar en cómo habían fingido demencia sobre lo ocurrido, al igual que con el beso de Halloween, le ocasionaba lo mismo.
Priscilla se mordió la lengua, a la vez que sus ojos azules recorrían la mesa.
—Dice algo de lo que aún no quiero hablar —masculló finalmente, arrancándole una risita a Marlene.
—Pero claro que no. —La rubia colocó su bolso sobre la mesa para comenzar a sacar sus libros y pergaminos— Coloca una cuchara o galeón frío sobre el moretón y disminuirá de color. A menos, claro, que te guste llevarlo.
Ni siquiera se molestó en responder.
*******
Holaaa!! Me disculpan la irregularidad de las últimas semanas. He estado preparando nuevos capítulos, así que aquí el nuevo plan: la semana siguiente no habrá, y la que viene después de esa (el domingo 26) sí. Entonces, las actualizaciones regulares –todos los domingos– se reanudarán en octubre.
Opiniones del capítulo? Me gusta decir que todo se está cocinando a fuego lento JAJAJA
Nos leemos después, xoxo
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