Capítulo 18. Naipes explosivos.
—Es una lástima lo del profesor de DCAO. Pero este es mejor que el anterior —comentó Alice, al tiempo que se enrollaba la bufanda de Gryffindor alrededor del cuello.
—Porque sabe explotar todo nuestro potencial —replicó Priscilla, pensando en todos los hechizos que habían aprendido durante la última semana—. Creo que eres la mejor de la clase. Los aurores serán afortunados de tenerte.
Alice se sonrojó— Todos sois demasiado buenos como para elegir al menor. En todo caso deberíamos decir que Peter es el peor.
— ¡Oye! Con esfuerzo cualquiera puede mejorar su potencial —Priscilla dijo aquello más como un compromiso, al no sentirse cómoda despreciando a Peter, que porque en serio creyese que el chico tuviese alguna esperanza de mejorar.
Las chicas bajaron por la ladera junto al castillo en dirección al campo de Quidditch. El otoño comenzaba ya a secar las hojas de los árboles y arrastraba las más viejas con la brisa, la cual también alborotó los largos cabellos de Priscilla que no pensó en sujetar.
— ¿Quieres ir más tarde a sentarnos junto al Sauce Boxeador? Loreline afirma haber conseguido la manera de detenerlo por más diez minutos.
—Será quedándose junto al nudo para presionarlo una y otra vez —refutó Priscilla, pensando en la descuidada chica de Hufflepuff—. Tienes gusto por el peligro.
—Es necesario —Alice se encogió de hombros—. Igual tú. Te brillaban los ojos cuando hablaste sobre vuelo en escoba con Roger.
Fue el turno de Priscilla de sonrojarse.
—Bueno, le cogí el gusto durante el campamento. Aunque me costó sostener el equilibrio.
—Ya. Ludwig te ayudó un montón —recordó Alice— ¿No has hablado más con él?
Priscilla tragó saliva, a la vez que su mente desfiló una serie de imágenes y recuerdos de forma fugaz. El beso con Ludwig, por supuesto... Y cómo no se lo había contado a nadie, y por algún motivo tampoco tenía intenciones de hacerlo. Era como si algo se retorciera en su estómago cada vez que pensaba en ello.
Había sido increíble en aquel entonces... Pero ahora parecía haber cometido un error.
—A veces nos enviamos cartas. No muy seguido, ya que ambos tenemos cosas que hacer —dijo Priscilla, tan seria como pudo. Alice continuó sin notar nada fuera de lugar.
—Ya. Mándale recuerdos de mi parte. Sobre el vuelo, supongo que podrías decirle a él que te lleve al campo alguna vez, cuando esté desocupado —las chicas entraron al campo, donde el equipo de Gryffindor terminaba de entrenar—. Si te gusta, no deberías perder la práctica.
Priscilla dejó de escudriñar la multitud para fijarse en Alice.
— ¿A quién? ¿Roger?
— ¿Qué? Me refería a Sirius —dijo Alice como algo obvio, y Priscilla volvió a fijarse en los jugadores con las túnicas llenas de tierra—. Es miembro del equipo y parece dispuesto a hacer cualquier cosa por ti.
—Pues claro. Es mi mejor amigo. Haríamos todo por el otro —aclaró Priscilla, sin reparar en como Alice alzó las cejas, sorprendida, ante su comentario—. Qué raro, no lo encuentro.
—Pues creí que teníais alguna especie de conexión mágica o un radar especial... —se burló Alice por lo bajito. Dios, contando a Lily y Mary, tenía amigas demasiado ingenuas como para notar la verdad tras sus sentimientos.
— ¡Hola, chicas!
Elizabeth Moore, la cazadora de séptimo año de Gryffindor, se acercó a ellas con una sonrisa en sus labios recién pintados de un ligero tono rojizo que la profesora McGonagall consentía. Estaba en el mismo año que Frank, quién había reemplazado a Wood como portero, y venía de una antigua familia un poco más estricta de que la de Marlene. Algo así como la de Sirius, más bien. Su hermana menor estaba en Slytherin y su madre era parte del Consejo Escolar.
— ¿Buscas a Frank? —preguntó, y Alice asintió—. Debe estar en los vestidores con el resto.
— ¿Os fue bien en la práctica? —preguntó Priscilla.
—Yo diría que sí. Frank es un gran jugador —alabó—. Aunque claro, al final James y Sirius comenzaron a jugar y terminaron todos llenos de tierra.
—Eso seguro suena como ellos —bufó Alice.
—Creo que han estado un poco más calmados desde que empezaron las clases —negó Priscilla—. Antes ya habrían mandado a un Slytherin con cuernos en la cabeza a la enfermería.
—No me opondría a eso —rio Elizabeth, con un sonido grácil y sutil.
Alice divisó a Frank saliendo de los vestidores, y el chico se acercó hasta ellas con la mirada fija en su novia. Ambos se saludaron con un apasionado beso, digno del afecto que se tenían, y luego se despidieron rápidamente.
Priscilla volvió la mirada hacia Elizabeth. Estaba tan contenta con las cuatro amigas que, más allá de ser simpática, en realidad no tenía mucho contacto con otras chicas.
—Vaya, creo que este verano hará frío —suspiró Priscilla, lamentando haber dejado la túnica en el pasillo.
—Déjame ver si tengo un par de mitones... Oh, creo que se los presté a Jesse —Elizabeth soltó un hondo suspiro de repente, cargado de tristeza, en contraste con los gestos suaves de su rostro.
Priscilla alzó las cejas.
— ¿Está todo bien?
—Supongo que sí, es solo que Lira y Jesse comenzaron a salir hace poco, y ahora todo es demasiado extraño —soltó Elizabeth de sopetón. Priscilla descubrió la razón de su súbita honestidad cuando vio a los mencionados saliendo de los vestidores—. Estamos en el mismo año y solíamos ser los tres para todo, y ahora que Wood se fue... —Elizabeth sacudió la cabeza— Mejor apresuro el paso. Nos vemos.
Priscilla se mantuvo en su lugar, a unos metros de los vestidores sobre el césped del campo, en lo que Elizabeth escondía el rostro tras su bufanda y se alejaba a toda velocidad. No pudo evitar sentir una punzada de empatía por la chica; que tus amigos te dejasen de lado, aunque fuese involuntario, debía doler.
La pelinegra se apartó el pelo del rostro con la costumbre que traía el tenerlo tan largo y revuelto, su atención fija en cualquier señal de Sirius. Este terminó apareciendo al cabo de varios minutos, luciendo tan bien como siempre. Llevaba el cabello mojado (seguramente de una ducha previa en los vestidores), y charlaba con James, alegre y sonriente. Priscilla sintió que su corazón se aceleraba, o tal vez se movió de lado a lado en su pecho, o subió y bajó por todo su cuerpo. Era imposible detenerlo. Sirius expedía brillo sin importar la distancia, y no se podía evitar fijarse en él. Aunque conociéndolo, a él no le hubiera gustado decirle brillo. Tal vez una neblina cuadraría mejor. Sí. La presencia del chico emanaba una neblina densa y susurrante que te envolvía el cuerpo, nublaba tus sentidos y le arrancaba la cordura a tu corazón.
— ¡Floyd!
Sirius, James, y otro chico y chica a quienes Priscilla reconoció como Jesse y Lira, se acercaron a la chica. Esta esbozó una sonrisa y los saludó con una mano, en tanto que la otra toqueteaba el borde de su bufanda roja y amarilla.
— ¿Cómo estáis? Elizabeth me dijo que iniciasteis una pelea de tierra o algo así —comentó la pelinegra dando unos pasos hacia el grupo.
Lira soltó un bufido— Sí. Y pensar que me arreglé las uñas ayer y ahora están mugres.
—Eres una jugadora de Quidditch —James le sacó la lengua—. No deberías poner tanto empeño en tus uñas.
—Además —Jesse le pasó un brazo por los hombros—, en cuanto lleguemos a la Sala Común, buscaremos un tazón con agua caliente, un poco de pintura y yo mismo me encargaré de arreglarte —dicho esto, ambos jóvenes se frotaron las narices como dos gatos.
Era evidente que James y Sirius estaban habituados a aquella actitud tan melosa, porque compartieron una mirada fastidiada. Priscilla pensó que esa era una de las cosas que molestaba a Elizabeth.
—De todas formas, me siento muy confiado —declaró Sirius, parándose junto a Priscilla y alzando una mano para sacudir el cabello de su amiga como si fuera un cachorro—. Patearemos el trasero de Hufflepuff en el siguiente partido.
—Me temo que eso solo sucederá si nuestros dos mejores cazadores no están castigados para entonces —suspiró Jesse. Priscilla se giró para ver a Sirius. Este había dejado un brazo alrededor de sus hombros y la mantenía cerca de sí.
— ¿Qué hiciste?
—Qué hicimos, querida, querrás decir —interrumpió James—. Me ofende que pienses que Sirius es la mente maestra detrás de todo.
—No te preocupes —Priscilla esbozó una falsa sonrisa—, se que vuestras travesuras siempre son un trabajo de dos ¿Entonces?
Sirius cabeceó.
—Puede que les hayamos dicho a unos niños de primer año que al fondo del Lago Negro vive una hermosa reina sirena. Y puede que luego les hayamos hecho un encantamiento casco-burbuja...
—No —la voz de Priscilla era apenas un jadeo, pero las comisuras elevadas de su boca la delataban.
—Para que fuesen a comprobarlo por sí mismos —continuó James—. Y puede que luego se hayan orinado encima cuando el calamar gigante los sacó uno a uno con sus tentáculos —culminó.
—No puedo creer que esos niños os hayan creído.
Sirius esbozó una sonrisa complacida.
—Eso mismo dije yo.
—Mi hermano estaba entre ellos —repuso Lira, pensativa—. Es un verdadero tonto.
—O tal vez no creyeron que unos estudiantes mayores y supuestamente más maduros fuesen a burlarse de ellos —señaló Jesse.
—Como fuera, ya podrán devolverla cuando ellos sean los mayores y otros los tontos —saltó James, sacudiéndose el cabello—. Mi castigo empieza ahora, así que me voy.
Priscilla frunció el ceño, en lo que veía a James irse.
— ¿No vas con él, Sirius?
—Cumplimos castigos separados. Minnie se dio cuenta que si los hacemos juntos terminamos causando más problemas y así nunca dejará de castigarnos. Tengo que limpiar el escobero más tarde —explicó, y con la mano que estaba sobre el hombro de Priscilla, tiró de un mechón de cabello juguetonamente— ¿Creíste que te plantaría?
—En lo absoluto —Priscilla esbozó una sonrisa radiante. Sirius no faltaba a su palabra con ella, aunque no es que quisiera confesar su confianza en él frente a Jesse y Lira.
—Que bueno, porque tenemos un compromiso —Sirius le miró la sonrisa un poco más de lo recomendable, antes de parpadear y desviar la mirada—. Nos vemos, chicos.
Sirius y Priscilla emprendieron el camino después de despedirse de Lira y Jesse (quien por algún motivo los miraba con las cejas alzadas). Ella le pasó un brazo alrededor de la cintura para poder apoyarse mejor, ya que Sirius parecía no tener intenciones de soltarla. Sirius era mucho más alto, y había ganado peso durante las vacaciones. Ella descubrió que la punta de sus dedos empezaba a descongelarse al entrar en contacto con él, que era cálido y electrizante.
—Me estoy congelando —suspiró Priscilla, pasando el otro brazo sobre su estómago para abrazarle—. Estamos acabando septiembre, no es justo que haga tanto frío.
Sirius emitió una pequeña risa que hizo vibrar su pecho. Priscilla inspiró con disimulo; olía a jabón y algún perfume cítrico.
— ¿Quieres que te preste un suéter? Aunque no me opongo a la idea de ser tu hogar por un rato...
Priscilla negó con la cabeza, y apoyó la mejilla sobre el pecho de Sirius. En algún punto de la marcha hacia el castillo habían detenido el paso, y la brisa chocaba contra ellos, alborotando sus cabellos.
—No, así está bien. Eres cálido y cómodo —murmuró, moviendo los labios contra el jersey de Sirius. Él era como un hechizo con el objetivo de adormecer sus sentidos, pensó la pelinegra, cuya mente no podía procesarlo todo a la vez; la calidez de Sirius, el buen olor de su ropa, y la dureza de sus músculos bajo el toque de Priscilla—. Quiero un abrazo de unos segundos y luego seguimos hacia el castillo.
—Vale —la voz de Sirius era baja, y su aliento rozó la oreja de Priscilla, como si éste hubiera inclinado el rostro—. Pero sólo porque no te puedo negar nada.
Priscilla sintió que su pecho se hinchaba de una emoción cosquillante y llena de intriga, algo que hizo su cuerpo estremecer. Sirius pensó que era el frío y la envolvió con más fuerza, y
—Es una suerte que estemos en igualdad de condiciones —suspiró, aunque no estuvo segura de que Sirius la hubiese oído y este tampoco demostró ninguna señal.
Porque yo haría todo lo que me pidieras.
***
Priscilla y Sirius encontraron un buen lugar donde sentarse en el tercer piso. Era el alféizar de una ventana de piedra, en cuyo borde externo había una maceta rectangular llena de pequeñas flores moradas. La brisa se colaba con aún menos temperatura y Priscilla recibió con gusto el suéter de Sirius, el cual ella tuvo que contenerse de inspirar porque olía a él en cada parte de la tela.
—Sí, estuve a punto de perder toda mi ropa y tuve que ir de compras con James. Antes de irnos de vacaciones ya me quedaban pequeños los pantalones —explicó Sirius, al ver que Priscilla tenía que subirse una y otra vez las mangas del suéter—. Pero te ves adorable, así que fue algo bueno haber crecido tanto.
—Y por algún motivo, solo tienes prendas que te quedan muy bien —añadió Priscilla, subiendo las piernas al banco de piedra. Se acomodó la falda para que no fuera a moverse en mal lugar.
—Tengo un gusto fino. No pienso andar con agujeros en la ropa, a pesar de ser un niño abandonado...
— ¡Sirius!
— ¿Qué? Alguien tiene que reírse de mis problemas —Sirius esbozó una sonrisa pícara, que combinaba tan bien con su aura juguetona y maliciosa—. De todas formas, me compré también una chaqueta de cuero que quiero que veas. En cuanto vayamos a Hogsmeade...
—Si te meterás de lleno en eso de ser motociclista, tendré que buscar una chaqueta yo también —declaró Priscilla, a quien la prenda se le antojaba atrevida, pero aún así quería probarla—. Estoy segura de que mi madre debe guardar alguna en su armario.
—Y si me hago un tatuaje ¿Te unes?
—Depende —Priscilla apoyó el codo sobre el borde de la ventaja, y luego dejó caer la barbilla en la palma de su mano—. Si quieres tatuarte algo genial, como una frase en griego antiguo... Pero nunca me tatuaría el nombre de una pareja ¿y tú?
—Bueno, si algún día me caso con Elizabeth Taylor, ten por seguro que...
—Hablo en serio —sonrió Priscilla—. Por ejemplo... ¿Elina?
Sirius ladeó la cabeza, a la vez que entrecerraba sus ojos grises, fijos sobre su amiga. Una expresión divertida le sondeó el rostro.
— ¿Quieres interrogarme sobre mis conquistas de una forma muy sutil, Floyd?
—Para nada —se desentendió Priscilla, con un tono demasiado fingido—. Solo os vi hablando el otro día, y no sé... me causó curiosidad.
—Pues en lo absoluto me tatuaría el nombre de Elina. No creo que salgamos más de... —Sirius alzó los dedos y empezó a contar— unas cuatro veces. Seguro no quiere verme la cara después de eso —dijo como si tuviera experiencia en el tema—. Seguirás siendo la única chica en mi vida.
—Si dices eso, me sentiré culpable cuando me encuentre un novio —bromeó Priscilla, sintiendo que todo su cuerpo burbujeaba de felicidad. Seguro era porque pasar tiempo con Sirius siempre la alegraba.
— ¿Estás planeando conseguirte un novio? Lo último que supe sobre tu vida amorosa es que nadie es lo suficientemente bueno para...
— ¡Yo no soy tan arrogante! —Lo regañó Priscilla—. Solo tengo muchas cosas que hacer. Pero eso podría cambiar pronto —insinuó, aunque sonaba más como una niña con una rabieta.
Sirius se inclinó hacia ella. Priscilla se había cruzado de brazos y lo siguió con la mirada atentamente.
— ¿Quién? —preguntó el castaño. Pero había algo en el brillo de sus ojos que hizo a Priscilla abrir la boca, estupefacta.
—Ya lo sabes.
— ¿Qué Roger Fawcett te anda siguiendo como un perro a su cola? Claro —fue el turno de Sirius de cruzarse de brazos—. Aunque me hubiera gustado oírlo de mi mejor amiga...
Priscilla puso los ojos en blanco.
—No te lo dije porque no me gusta, ni siquiera un poco —explicó, encogiéndose de hombros—. No es un tema relevante.
Sirius alzó una ceja. De alguna manera, algo en el pecho del chico se sintió tan liviano después de ver a Priscilla ser tan indiferente con aquel tema.
— ¿En serio?
—Sí. A diferencia de cómo te enteraste, pues es algo que quiero oír.
Sirius dejó caer los brazos, y entonces soltó un suspiro cargado de drama y exasperación.
—Primero te guiñó un ojo en el último partido del año pasado, el muy descarado —bufó—, y luego va y te sigue con la mirada a todas partes...
— ¿En serio te fijaste en eso?
—Y por si fuera poco, os vi hablando el otro día —Sirius ignoró su pregunta—. Estabais flirteando.
—Ya te dije que no me interesa; pero aún así soy amable.
—Pues es un tonto, así que no deberías. Podrías, no sé, escupirle un ojo.
—Ya, no haré eso —rio Priscilla, encantada con la visión de niño enfurruñado que otorgaba Sirius—. De todos modos ¿A ti qué más te da? Yo no ando molesta porque salgas con Elina o cualquier otra chica; es tu problema.
—Me da que Roger es el más tonto de los chicos tontos.
—Habló el que compitió con James esta mañana para ver quién podía comer más tostadas al mismo tiempo.
—Eso solo revalida mi punto. Tienes suficiente con un tonto —Sirius se adueñó de la idea con un tono sabio y fingido—. Y yo soy tu tonto.
Priscilla le dirigió una mirada enternecida.
—De todos modos, sólo estamos haciendo suposiciones. Roger sólo ha sido amable conmigo —aclaró, rascando su mejilla, pensativa—. Dijo que podríamos dar una vuelta en el campo de Quidditch un día de estos...
— ¿¡Qué!? —la voz de Sirius se alzó tanto que Priscilla dio un respingo.
— ¿Qué pasa?
— ¡Que ese tipito te quiere dar clases de vuelo!
Priscilla cabeceó. Sirius se había puesto en pie, con expresión indignada. Colocó los brazos en jarra, apoyando las manos en las caderas.
—No serían clases. Aprendí a volar en vacaciones con Marlene, así que...
— ¡Ja! Seguro que te tira de la escoba sólo para poder atajarte —reclamó Sirius, muy alterado—. Además, tienes un amigo que juega muy bien al Quidditch ¿Para qué ibas a querer andar en escoba con él?
—Sirius, estás siendo completamente irracional.
— ¿Yo? En lo absoluto —negó él—. Es más, ya mismo revisaré el horario del campo de Quidditch el próximo mes y te llevaré a dar "una vuelta". A saber qué pretendía ese degenerado... ¿Qué haces?
Sirius detuvo su diatriba al percatarse de que Priscilla lo ignoraba y sacaba un paquete de naipes de su bolso.
—Ignoro por completo tu rabieta —explicó ella muy tranquila—. Juguemos naipes explosivos.
—No es una rabieta —masculló Sirius, tomando asiento frente a Priscilla. Esta repartió el maso de cartas y ambos jóvenes comenzaron a armar el castillo de naipes en silencio, con la fría brisa que se colaba por la ventana como compañía, y aunque no lo admitirían en voz alta, agradecidos con el mismo tiempo que llevaba a la nariz de cada uno el perfume del otro.
—Entonces ¿Qué hay de Elina?
Las palabras abandonaron la boca de Priscilla antes de que pudiera detenerlas. No tenía una razón fundamentada para sentirse tan incómoda al imaginar a Sirius y Elina, era cierto, pero por esa misma repulsión quería sacarse la duda de lo que sucedía entre los dos cuanto antes. Por su parte, Sirius evitó levantar la mirada, fingiendo estar concentrado en los naipes frente a él y no en las manos delicadas de Priscilla que recordaba como suaves y gentiles cuando le habían tocado, y se aclaró la garganta. Pensó que aclararle a Priscilla su verdadera situación con Elina le traería tranquilidad, así como a él cuando supo que Roger no tenía posibilidad alguna con Priscilla.
Pese a que aquello tampoco tenía una razón.
—Supongo que es guapa, y... —besa bien, se abstuvo de decir. Seguro que su mejor amiga no quería escuchar eso— como te dije antes, no saldremos mucho. No tenemos de qué hablar —agregó apresurado, sintiendo la lengua enredada. Se sacudió los hombros para animar el cuerpo— ¿Qué hay de Elizabeth Moore? Es guapa y se sonroja cada vez que le dirijo la palabra.
—O sea que estás planeando dos conquistas al mismo tiempo —musitó Priscilla. Sirius contuv nuevamente las ganas de ver su rostro. Por algún motivo, se sentía avergonzado.
—Ojalá hubiera algo más con lo que entretenerse —replicó él—. Ya has visto a Marlene. Reconoce tan bien como yo la diversión de flirtear.
—Supongo que sí es emocionante —repuso ella en tono bajo. No porque no estuviera enamorada de ellos, iba a negar la electricidad que le había recorrido durante sus encuentros con Ludwig y Roger—. De todos modos ¿No sería incómodo? Ya que estáis juntos en el equipo.
—La conozco desde que éramos pequeños, Floyd.
—Ya, porque vuestras familias...
— ¿Se juntaban para conspirar sobre cómo conquistar el mundo y destruir a los muggles? Sí —Sirius arrugó la nariz—. Tienes razón, no saldré con ella. Eso le daría gusto a mis padres y ni por asomo haría eso.
—Yo nunca sugerí eso —replicó Priscilla, aunque no insistió más en el tema. Tampoco quería convencer a Sirius de hacerse novio de una chica guapa, inteligente y heredera de una gran familia como lo era Elizabeth.
La casa de naipes estuvo lista y Sirius se puso en pie. En cualquier momento estallaría y la campana de la cena sonaría pronto. Priscilla también se puso en pie, como sopesando la presencia de su amigo, y el tiempo que le quedaría a los naipes. Ambos se acercaron al otro; Priscilla tiró de las mandas del suéter para cubrirse los dedos, mientras que Sirius parecía no inmutarse antes la brisa. Él inclinó la cabeza hacia ella, con una expresión pensativa en el rostro.
— ¿Sabes? antes de que mencionaras a ese idiota...
—Y perdieras la cabeza totalmente...
—Estábamos hablando de tatuajes —continuó el, ignorando su señalamiento—. Pensaba... ¿Qué te parece si yo escojo un tatuaje para ti, y tú uno para mí? El primero que nos hagamos.
Sirius estaba más cerca de ella de lo que Priscilla consideraba apropiado. Pero claro, de esa manera podía ver las venas azules que le subían por el cuello, y la manera en que el hueso de su clavícula formaba un pequeño hueco en medio de ambos hombros... Priscilla no había pensado jamás que la forma tan marcada de una clavícula pudieran dejarla sin respiración. Pero Sirius lo hacía. Todo él era un huracán con la fuerza suficiente para llevarse lejos cualquier cosa.
Incluso Priscilla.
—Está bien —susurró, consciente de que su propio aliento le quemaba los labios—. Pero no nos diremos qué es, hasta que esté hecho —añadió, subiendo la mirada para encontrarse con la mirada gris de Sirius oscurecida— ¿Trato?
Priscilla vio como Sirius tragaba saliva, y su manzana de Adán bajar y subir, moviendo los músculos de su cuello y la piel...
Se echó hacia atrás, más obligada por su propia consciencia que alentada por su corazón desbocado a quedarse allí donde estaba.
—Trato.
La casa de naipes explotó.
***
opiniones? esto ya no se aguanta
chau chau, 25/07/2021, 14:10
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