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Capítulo 16. Primero de septiembre de 1976.

ok pero antes de leer vean ese edit tan bello de nuestro amado Ben Barnes con el uniforme de Gryffindor. Yo morí.
***

— ¡Esto es despiadado!

     Priscilla observó con las cejas alzadas como su padre se cruzaba de brazos, enfurruñado, pero soltando el carrito en que ella había depositado su baúl y la jaula de Drianda.

—No te lo puedo creer, papá.

— ¿Qué cosa?

—Que hagas un escándalo por esto.

— ¿Por qué? Debe ser que todos los padres, cuando tienen hijos, quedan avisados de que un día éstos los despacharán como nada menos que un perro sarnoso.

—Cariño, los perros sarnosos se curan. No hables mal de ellos —sugirió Kate con dulzura, poniendo una mano en su hombro.

     A su alrededor, King's Cross bullía con la actividad típica de la estación. Olía al humo de las locomotoras y cada tanto el pitido de estas se alzaba por encima del sonido que todas las personas que iban y venían por los andenes ocasionaban, con sus risas y charlas, arrastre de baúles y mascota enjauladas.

—Pues no encuentro comparación mejor  —negó el señor—. Y de todos modos, no recibí la advertencia.

     Priscilla contuvo el impulso de pasarse una mano por el rostro, ya que hubiese arruinado su maquillaje. Aunque ligero, no necesitaba restos de máscara haciendo sus ojos los de un mapache.

—Papá, solo os dije que no era necesario que me acompañaras al andén 9¾.

— ¡Y lo repites como si nada! ¡Qué descaro!

     Kate soltó una carcajada.

—Vamos, cariño, ya no es una niña. Seguro que está ansiosa de ver a sus amigos y al montón de pretendientes que la esperan con flor en mano...

—Claro, y me voy a sentir mejor sabiendo que hay un montón de sabuesos detrás de mí pequeña —ironizó Owen.

—Vale, basta con comparaciones de perros —saltó Priscilla, alzando una mano—. Vendréis a recogerme como siempre en diciembre, no entiendo el problema en que vaya sola hoy —al ver qué su padre juntaba aún más las cejas, Priscilla esbozó un puchero—. Por favor...

—No necesitas mi permiso, después de todo —Owen puso los ojos en blanco—. No por eso mi corazón está menos roto.

—Si, ya lo capto. Debes ser tú el que escribe todas las baladas tristes en el trabajo. Dramático —aceptó Priscilla, y fue a darles un abrazo gigante a sus padres.

     Eran amorosos sin reservas, y en medio de la multitud de King's Cross, Priscilla de permitió cerrar los ojos y disfrutar en silencio del montón de besos que depositaron en su cabeza, reafirmando que era su pequeña niña sin importar el tiempo que transcurriera. Su padre le acomodó el cabello, en lo que su madre le acarició la mejilla, y ella sintió un breve deseo de quedarse allí por siempre, pero éste no tuvo oportunidad de propagarse. La emoción por volver a Hogwarts sobrepasaba cualquier cosa.

—Escríbenos pronto. Cuando estés en el tren, si es posible —pidió Owen una vez el abrazo comenzó a deshacerse.

—No os preocupéis. Nos veremos en Navidad, y para entonces habremos hablado tanto por carta que sentiréis que será mañana —sonrió ella, y cogió el mango del carrito.

—Cuídate mucho. Y a tus estudios, como siempre —le recordó Kate.

     Priscilla les dirigió una última mirada, intentando tatuar en su corazón la imagen de sus padres despidiéndola, antes de avanzar al muro en la pared que hacía de entrada al andén 9¾.

      La multitud del otro lado del muro era mucho más variopinta que los muggles detrás de él. Las lechuzas sobrevolaban los sombreros puntiagudos que los magos acostumbraban a usar, y estos vestían las túnicas más pintorescas, desde un brillante color esmeralda hasta un violeta tornasolado. Podían verse unos cuantos niños pequeños que, aferrados a las faldas de sus madres, lloraban de frustración al no poder ir al castillo aún. Los estudiantes abrazaban a sus amigos que no habían visto en todo el verano y algunas parejas subían rápido a la locomotora para poder encontrar un compartimento vacío.

     Priscilla escudriñó la multitud con cuidado. En otra ocasión se hubiera sentido culpable por esperar encontrarse con Sirius antes que con las chicas, pero esta no era una de ellas. Había visto a las muchachas tres días antes, y a Sirius hacia dos meses. Extrañaba ver de frente la tonalidad de sus ojos grises, no imaginarla, y la manera en que éstos se entrecerraban con ayuda de una sonrisa cuando prestaba total interés a lo que Priscilla decía. Su elegante encoger de hombros, su mirada altiva, y el desordenado flequillo de cabello oscuro que le tapaba la frente...

     Además, él era la opción más práctica para ayudar a cargar su baúl.

     Lo que finalmente le hizo deducir la posible ubicación de su mejor amigo fue localizar la cabellera castaño claro de Remus Lupin, que en dos meses había echado un estirón que lo hacía sobresalir un poco sobre la multitud. Si ya de por sí Priscilla no era demasiado alta, ahora parecería un enano junto a él. Lily igual. Se preguntó cuánto habría crecido Sirius en ese tiempo.

     Priscilla llevó su carrito hasta el chico, y al acercarse pudo divisar junto a él la figura baja y delgada de Peter Pettigrew y el cabello desarmado de James Potter. A este último le faltaban un par de centímetros para alcanzar a Remus.

— ¡Hola, chicos! —ella llegó con una sonrisa.

— ¿Qué tal, Priscilla? —Peter le ofreció una sonrisa tímida. Nunca sabía cómo actuar alrededor de una chica.

— ¿Vienes sola? —continuó Remus. Su cabello castaño le caía más largo, y bajo el sol de Londres las pálidas cicatrices en su rostro destellaban al moverse. Sin embargo, era guapo, y sus ojos amables desviaban cualquier atención de ellas; aún cuando a cualquiera –Priscilla incluida– podía causarle curiosidad su origen.

—Sí, mis padres se quedaron atrás —explicó, sin considerar necesario contar la escena que su padre había montado— ¿Qué hacéis aquí? No veo sus baúles...

—Esperamos a Sirius, que está hablando con los padres de James —respondió Peter.

—Ah, vale, ya me preguntaba...

— ¿Te hiciste algo en el rostro, Floyd? —preguntó James de repente, rompiendo el silencio que había guardado.

     Priscilla parpadeó.

— ¿Algo como qué?

—No sé... Te ves distinta —James esbozó una sonrisa maliciosa— ¿Qué podrá ser? ¿Un brillo más inusual en tu cabello? ¿El sonrojo de tus mejillas? Canuto va a tener que cuidarte bien las espaldas este curso, volverás locos a los muchachos...

—Vale, voy a pensar que estás jugando conmigo y no que una persona puede cambiar tanto en dos meses —Priscilla puso los ojos en blanco, pero sonreía.

—Pues claro que juego. Ya sabes que el puesto a la más guapa del curso solo puedo dárselo a Evans.

     Priscilla se volvió hacia el prefecto.

— ¿Cómo estás, Remus? ¿Pasaste un buen verano?

—Tan bien cómo se puede —repuso él, con un gesto entre cansado y amable.

—Seguro te hizo bien alejarte de tus dolores de cabeza —bromeó ella, señalando a James con la mirada.

     Remus rio.

—Bueno, aún tengo mi placa de prefecto, así que no los controlé tan mal el año pasado.

—Ay, Lunático —James le pasó un brazo por los hombros—. Sabes muy bien que Canuto y yo somos los soles que alumbran tus días. Y Peter algo como una estrella, porque es chiquito.

—Pero solo hay un sol, no dos —objetó el mencionado.

— ¿Qué hay de ti, Floyd? ¿Donde están tus maravillosas amigas? Y, ya sabes —James bajó la voz—, Evans.

—Aún debo encontrarlas —repuso ella, y Drianda ululó en su jaula— ¿Podríais ayudarme a subir mi baúl?

     Remus y James se hicieron cargo, dejando a Priscilla y a Peter esperando junto a la locomotora. Cuando estaban subiendo al vagón, ella oyó al pelinegro susurrar.

—Lunático, si tú y Canuto distraen a Floyd, podemos hacer que se quede en el vagón lo suficiente hasta que Evans venga a buscarla para saludar. Y nos veremos y y verás como la conquisto. Ya que tú no quieres que te acompañe a la cosa esa de los prefectos, no tengo opción... Pero no seáis muy obvios.

     Priscilla puso los ojos en blanco, aunque le divertía el comportamiento de James, y sospechaba que a éste en verdad no le molestaba ser rechazado cada tando por Lily. 

— ¿Qué hiciste tú este verano, Peter?

     El chico dio un respingo al notar que era él a quien se dirigían.

—Bueno, nada relevante... Es decir, claro que hice cosas, como limpiar un poco la casa, y los deberes del colegio... —él suspiró—. Mi madre no quiere que salgamos mucho, por cómo están las cosas.

—Ya, me lo imagino —la chica chasqueó la lengua. Una parte de ella se sintió culpable. A pesar de haber durado un mes entero mejorando sus habilidades como bruja, había estado tan protegida y en medio de un campo tan precioso que casi olvidó el peligro en el mundo mágico—. Yo fui con mis padres a la costa... Hace un frío terrible, como en toda Inglaterra, por supuesto...

     Se detuvo cuando divisó a un muchacho de cabellos oscuros avanzando entre la multitud de magos hacia ellos. Priscilla tragó saliva y una sonrisa se extendió por su rostro. 

— ¡Sirius! 

     No tuvo que avanzar demasiado, y de todos modos él también le había visto y sonreía. Los corazones de ambos adolescentes latían con fuerza cuando se envolvieron en una brazo firme y seguro, nada como la vez acelerada en que ella había saltado sobre él después de recibir las notas de sus TIMOs o después de pasar un día entero preocupada por la seguridad de Sirius. En verdad, siempre estaba saltando sobre Sirius, pensó Priscilla. Y él parecía muy cómodo con eso, desde luego, si se tomaba en cuenta la manera en que escondió el rostro en el cuello de Priscilla e inspiró sin ningún disimulo el olor de su cabello. Ella sintió un cosquilleo que se esparció por todo su cuerpo y estrechó a Sirius con fuerza; como si sus manos pudieran hacerle saber lo que lo había extrañado.

     Duró solo unos segundos, porque el tren partiría pronto, y en realidad no había ningún motivo por el que su abrazo debiese durar tanto, pensó Priscilla con algo de vergüenza, cuando se halló a sí misma deseando un poco mas de la calidez de Sirius, del buen olor de su colonia. Ella no sentía eso al saludar a sus amigas, desde luego. Ni siquiera llegó a sucederle con Severus. Y como llevaba haciendo los últimos días, apartó ese pensamiento insidioso de su mente.

—Sé nota que me extrañaste, querida Floyd —sonrió Sirius una vez Priscilla se echó hacia atrás. Él alzó la mano y le apartó el cabello de la cara con suavidad—. Pero está bien, porque yo también extrañé a la mejor amiga de todo el mundo.

—Harás que mi ego se infle —dijo Priscilla con nerviosismo, aún sintiendo los dedos de Sirius sobre su rostro. Echó una mirada sobre el hombro del chico— ¿Y los señores Potter?

—Ah, me dieron unos grandes consejos de vida y luego tuvieron que irse. Te mandaron saludos y una invitación a cenar en Navidad —dándose por satisfecho, Sirius dejó caer las manos. Ella no supo si sentirse aliviada o decepcionada, pero ciertamente pudo respirar mejor— ¿Qué hay de los tuyos?

—Se quedaron fuera de la estación. Por Merlín... —Priscilla lo recorrió con la mirada—, estás mucho más alto.

     No era solo eso. Sus ojos grises brillaban más que nunca, y algo en su sonrisa se veía más viva y feliz, como si pasar dos meses junto a la familia de su mejor amigo le hubiesen revitalizado. Después de todo, los Potter trataban a James y Sirius como unos niños mimados y el amor es el fertilizante más eficaz de todos. Ésto se reflejaba en Sirius, en su porte de hombros anchos, y brazos cuyos músculos se marcaban debajo de su suéter azul oscuro. Seguía siendo delgado, pero también parecía haber hecho ejercicio.

—Gracias —Sirius hizo una reverencia—. No negaré que me complace poder ser más alto que tú. Y que James también. Por algún motivo, Remus sigue siendo el más alto de todos.

—Debe tener buen ojo para vigilar a los de primer año desde lo alto.

—Supongo que ésa es la única desventaja de crecer; ya no puedes escabullire con tanta facilidad si no eres un mocoso —Sirius soltó un suspiro dramático—. Tú también has crecido, Floyd, aunque hacia los lados.

     Priscilla entrecerró los ojos.

—Eres tan impertinente como siempre, aunque no es mentira.

—Es que soy muy observador, querida —Sirius le pasó un brazo por los hombros y empezó a dirigirla hacia el tren a punto de partir. En algún punto Peter había desaparecido sin ellos—. Y estás usando maquillaje, no creas que no lo noté. Tus ojos se ven más preciosos aún.

—Solo llevan máscara.

—Pero si es tu mismo rostro.

     Ella puso los ojos en blanco.

—Máscara de pestañas, tonto. Les da volumen y color. Y bueno, el lápiz ayuda —continuó, consciente de que su bolso evitaba que ambas caderas se tocasen—. En fin, son pequeñas cosas como rubor y brillo que resaltan el rostro.

—Ya veo ¿Crees que me funcionen a mí?

—Solo te darían un toque andrógino —Priscilla negó en lo que avanzaban por el vagón, buscando a los chicos. El tren había partido ya—. Te ves bien así.

—Confiaré en tu buen juicio. Y tú también te ves bien —Sirius le picó la mejilla con un dedo—. Siempre has sido bonita, de todos modos.

     Algo en el corazón de Priscilla cambió, como un vuelco que lo hizo saltar hacia todos lados dentro de su pecho, cual pelota de billar en un mal juego. No fue necesario verse en un espejo para saber que, por la calidez de su rostro, debía estar sonrojada hasta las orejas.

     Vale, o Sirius habían hecho algo extraño durante aquel verano para hacerla sentir así o ella se estaba volviendo loca. Seguro que era la segunda. Más le valía volver a pensar con cordura.

     Encontraron el compartimento de los Merodeadores un segundo después y Priscilla se sintió aliviada de poder desviar su mente turbada hacia los chicos frente a ella. Este sentimiento duró poco.

—Con que así llegáis —James los miraba con acusación, los brazos cruzados sobre su pecho—. Después de hacer de Peter el mal tercio.

— ¿De qué hablas ahora? —Sirius río, tan relajado como siempre, después de saludar a Remus y Peter y tomar el asiento junto a la ventana que le cedió este último.

     Priscilla se recostó contra la puerta cerrada, consciente de que debía buscar a las chicas pronto. Divisó a Drianda sobre el asiento junto a James y la lechuza ululó encantada al verle.

—Peter dijo que os quedásteis flirteando —declaró James muy serio (aunque su cabello tan despeinado no pudiera darle menos que la apariencia de haberse caído de un risco).

—Nos saludamos porque estuvimos todo el verano sin vernos —negó Sirius sin inmutarse.

—Ya te gustaría poder saludar a Lily con tanta emoción —añadió Remus.

—Tal vez deberías intentar ser su amigo antes de salir con ella —sugirió Priscilla con malicia—. De igual modo te rechazaría, pero no lastimaría tanto tu orgullo.

—Es imposible lastimar algo irrompible, Floyd —negó James con un ademán—. Lo de Evans y yo va más allá de un simple rechazo.

— ¿Existe un Evans y tú? —cuestionó Peter con genuino interés.

—Existen tantas cosas que no os voy a explicar —negó James.

—Vale, ahora ponte de misterioso —Sirius le miraba con cariño.

—Tampoco las voy a revelar con espías presente —dijo James en un falso susurro.

     Priscilla soltó una carcajada, y se inclinó para recoger la jaula de Drianda. A pesar de las ganas que tenía de sentarse junto a Sirius, cogerle de la mano y preguntar cada detalle de su verano que hubiera podido perderse entre sus cartas, o simplemente hablar con él; no planeaba inmiscuirse en medio de él y sus amigos. Seguro que querían hablar sin ella presente, por más que James estuviese bromeando.

—Yo iré a buscar a mis amigas. Os veo en la cena —anunció, dándose vuelta. Sirius estaba ahí, abriendo la puerta del compartimento para ella, recordándole lo bien que olía su colonia.

—Cuídate de cualquier maleficio impertinente, Floyd —le sugirió él. Cuando ella estuvo de pie en el pasillo, susurró:— Y revisa el bolsillo de tu vestido.

     Antes de que Priscilla pudiese replicar, Sirius cerró la puerta en sus narices.

     Priscilla contuvo la necesidad de poner los ojos en blanco, y chasqueando la lengua, se puso en marcha a través del tren. Drianda la miraba con calma e interés desde los barrotes de su jaula; sabía que no le dejaría salir hasta estar a punto de llegar al castillo. Aunque era incapaz de perderse y eso lo sabía bien su dueña, era una vieja costumbre.

     Tuvo que recorrer un buen tramo del tren hasta conseguir a las chicas. El saludo fue sencillo; habían pasado todo agosto juntas, después de todo. Priscilla se puso a Drianda sobre las piernas y aprovechando que sus amigas no le miraban, se metió la mano en el bolsillo y sus dedos tocaron el borde de algo arrugado. Extrajo un papel hecho bolita que no tardó mucho en extender.

Espérame junto al Gran Salón después de la cena, me gustaría dar un paseo contigo en el castillo antes del toque de queda. Ya sabes, para hablar. Sé que podría haberlo dicho en persona, pero las notas son lindas ¿No crees?

*****

     La ceremonia fue tan buena como otros años. Priscilla disfrutó de ver a los pequeños de primer año, cuyas cabezas quedaban cubiertas por el sombrero y cuyos ojos brillaban sin disimulo al ver el esplendor del Gran Salón. Resultaba divertido, y nostálgico, pensar que seis años atrás ella había estado en ese banquillo, con sus rodillas delgadas y brazos débiles.

     Lo notó cuando hubo de mandar a hacer una nueva túnica ese verano, y al ponerse el vestido que había comprado la navidad pasada junto a Mary y Lily. Sus caderas eran más anchas, sus piernas más rellenas y sus brazos más fuertes. El correr, saltar y hacer pesas para mejorar el agarre en la varita resultó funcionar como un entrenamiento exhaustivo en su cuerpo. Y el hecho es que a Priscilla le gustaba. En el campamento les habían enseñado lo necesario para funcionar en un ejercicio de ataque o defensa, y Priscilla planeaba seguirlo. Así que sirvió un buen plato de cena y luego comenzó a pensar donde podría entrenar durante el año escolar sin que otros la vieran.

     Si se levantaba más temprano, podría correr alrededor del lago cuando el resto de los estudiantes aún dormían. Incluso ejercitar en el suelo de la habitación. Seguro que Alice o Marlene también se sumaban.

     Priscilla quedó llena de la cena, y con pensar en la cama calentita que le esperaba en su dormitorio, hizo que sus párpados pesaran un poco. Aunque eso no era suficiente para hacerle cambiar de opinión y posponer la reunión que tenía con Sirius fuera del Gran Salón, claro.

     Los prefectos apenas si le ponían atención a los alumnos de séptimo y sexo; así que fue fácil para ella atravesar la marea de estudiantes que salía del Comedor y acercarse a un chico de cabello oscuro que le esperaba recostado en una columna.

—Vaya, me costará acostumbrarme a verte más alto —bromeó ella con una sonrisa— ¿Es algo que continuará durante todo el año?

—Me temo que sí, mi querida Floyd. —Sirius echó a andar por el pasillo—. Tienes que cuidar el no quedarte atrás.

—No hay manera en que pueda solucionar mi estatura. Y soy lo bastante alta —replicó ella. Media un buen metro sesenta y siete—. Alcanzo los estantes altos de la cocina. Eso me funciona.

—Que práctico sonó eso.

— ¿Y qué hay? —Priscilla dejó que Sirius la tomase de la mano cuando salieron al jardín. Después de todo, iba a guiarla en su recorrido, y ella confiaba en él— ¿Qué hiciste en el verano?

— ¿No te lo conté todo por cartas?

— ¿Y para qué querías que nos viéramos entonces, si no era para hablar?

     Sirius paseó la mirada por las estrellas, calmado y sereno con la presencia de la chica a su lado.

—Me hiciste falta durante el verano. Quería verte cerca —explicó, deslizando el pulgar sobre el dorso de la mano de Priscilla—, y oírte sin tanto ruido alrededor. Es como si el resto del mundo fuera un pequeño estorbo cuando quiero ponerte atención.

     Sirius continuó hablando, sin notar que su compañera parecía estarse ahogando tras escuchar sus palabras.

—Ahora que preguntas, esto se me ocurrió apenas ayer, así que no tuve chance de decírtelo. Cumpliré la mayoría de edad en diciembre, ya sabes, así que al volver a casa en Navidad, comenzaré a buscar un departamento en Londres.

     Vale, eso era un tema sencillo. Priscilla se aferró a esa charla trivial para salir del hueco que aprisionaba su corazón y le hacía sentir un peso extraño y al mismo tiempo acelerado en todo el cuerpo.

—Tendrás que encontrar un mago que te rente. Porque en el mundo muggle no eres mayor hasta los dieciocho —comentó mientras se acercaban al lago negro—. Puedo buscar anuncios en El Profeta. Tengo una suscripción.

—Claro que ibas a tener una. Y sí, me ayudaría —Sirius sonaba complacido.

— ¿Te emociona la idea de vivir solo?

—Bueno, no tendré que recoger mis zapatos de la entrada hasta que me dé la gana y tampoco habrá un elfo molesto respirando sobre mi nuca todo el día, así que...

—Hablo en serio —Priscilla lo hizo detenerse, y se giró para quedar frente a Sirius—. En tus cartas hablaste de todas tus aventuras con James, de como conquistasteis a esas brujas turcas en Southampton... Pero ¿Cómo te sientes tú? —Priscilla apretó su mano, consciente de que era cálida y una corriente le ascendía ahí donde estaba tocándole—. No tenemos que hablar del pasado. Sino de lo que en verdad sientes ahora.

      Él parpadeó mientras la veía, con esos ojos grises tormentosos y el cabello oscuro y despeinado que le enmarcaba el rostro. Era usual ver una mueca burlona en sus labios, claro, pero ahora la curva era más elegante, casi apetecible... Demonios ¿Siempre había sido tan guapo?

     Vale, pues que estaba preocupada por su corazón y su mente, se reprendió Priscilla. No era momento de ponerse a pensar en lo atractivo que era Sirius.

     Porque lo era. Vaya que sí.

—Estoy bien, Priscilla —respondió Sirius finalmente, y ésta alzó la mirada. Sirius levantó los dedos para acariciarle el rostro, como un objeto delicado frente a él que quería cuidar—. Feliz. Al fin soy libre. Y quiero avanzar. Quiero ver mi futuro, quiero volar por el mundo... Y creo que con la ayuda de mis amigos, James, Peter, Remus, y por supuesto, tú, seré capaz de lograrlo.

     Priscilla sonrió débilmente, adormecida por el suave tacto de Sirius contra su mejilla.

—Con tanta emoción terminaré por creer que quieres mudarte a New York o a Río de Janeiro —balbuceó.

     Sirius dejó caer la mano, y reanudaron el paso.

—Planeo quedarme justo aquí, donde es necesario. Aunque claro que voy a viajar mucho. Después de todo, soy un rico heredero. —explicó— Estaba pensando en que podrías ayudarme a decorar el lugar donde viviré ¿No crees?

— ¿Y eso por qué?

—Me gustaría añadir cierto toque muggle. Mezclarme con la juventud de Londres. Tienen buenos excesos que a los magos nos vendrían bien.

— ¿Como los tatuajes y el vodka?

—He probado el vodka. Y en definitiva me haré un tatuaje. Varios, incluso. Y compraré una motocicleta y una chaqueta de cuero. Viajaré por la carretera, dormiré bajo un puente...

—Creo que conoces mejor la cultura muggle que yo.

—Entonces tendré que instruirte.

— ¡Eso no tiene sentido! —rio Priscilla sin poder evitarlo—. La muggle aquí soy yo, no tú.

—Podemos ser muggles los dos juntos —propuso Sirius. Deslizó sus dedos por la mano de Priscilla, enviando una corriente por todo su brazo, hasta entrelazar ambas manos. Como haría una pareja.

     Priscilla sintió que su corazón se aceleraba, pero no fue más allá, gracias a Merlín. De todos modos, no tendría por qué. Conocía a Sirius muy bien, habían compartidos horas y horas de pláticas y juegos y miradas... Era una parte de su vida. Su mejor amigo. No tenía razón para estar nerviosa. Ni por las palabras de antes, que debían considerarse normales de acuerdo a su relación. Ella también quería enfocarse en él cuando estaban reunidos, y hacer desaparecer cualquier distracción externa... Y no era por nada más que la amistad entre ellos; y su admiración a Sirius como persona y amigo.

—Vale —aceptó, consiente de que la corriente se había expandido por su cuerpo y ahora vibraba en cada parte de su ser—. Seremos muggles y magos juntos.

*****
Traigo el cap temprano pq sino se me olvida jeje, además he estado bien inspirada estos últimos días. Qué les pareció?

nos leemos el prox domingo 🧡🧡

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