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Capítulo 15. Explosiones.


     El suelo donde Priscilla se encontraba dos segundos antes, explotó.

     Ella se vio sacudida por la expansión y dio un salto hacia una trinchera que su equipo había cavado burdamente unas veinte hora antes. En ese entonces, todos reían y comentaban cómo sería el juego entre equipos, cuyo objetivo era tan sencillo como inmovilizar a los jugadores del oponente y capturar su bandera. Ahora, sin embargo, con los pulmones llenos de tierra, la perspectiva era distinta. Todo a su alrededor era un caos; gritos, sonidos de explosiones y hechizos lanzados por igual, destellos de luz cortaban el cielo y a veces lo hacía Isobel, quién montada en su escoba, vigilaba el juego de campaña desde el cielo. Las botas militares que llevaba Priscilla amortiguaron su caída dentro del hueco, y ella contó hasta tres, cuando los restos de tierra dejaron de golpearle la espaldas para sacar la mirada de su escondite.

     El lugar estaba demasiado nublado para distinguir nada. Los dos equipos llevaban uniformes de distintos colores para facilitar la comunicación, pero aún así, el aire estaba lleno de tierra y una densa neblina que Priscilla sospechaba era producto de las directoras. Su propio equipo se había dividido en tres escuadrones (uno de búsqueda, otro de reconocimiento y otro de guardia), pero el suyo se había divido cuando petrificaron a Spencer y ella y Mary salieron corriendo en direcciones opuestas. Ahora, escondida en una zanja, Priscilla intentaba divisar el borde del campo para saber dónde estaba la zona del equipo rojo.

— ¡Primario! ¡Primario! —una voz de muchacho se elevó por encima del bullicio. Priscilla se abalanzó a buscarlo justo cuando alguien vestido de rojo salía detrás de un barril hecho pedazos y apuntaba su varita hacia ellos.

     Priscilla se lanzó con el chico devuelta a la trinchera, y el chorro de luz pasó flotando sobre sus cabezas. Ambos cuerpos chocaron, aunque el de Priscilla salió mejor parado al quedar encima del otro, cuya espalda recibió el impacto.

— ¡AUCH!

— ¡Chist! ¡Ponte en guardia rápido! —replicó ella, y asomándose por el borde de la zanja, lanzó un hechizo aturdidor a la persona escondida detrás del barril, con tanta rapidez que Isobel habría estado orgullosa. Un segundo después, una especie de humo azul ascendió donde la persona se encontraba hasta perderse en el cielo. Aquella era la señal para que Isobel supiera que alguien había quedado fuera de combate.

— ¡Mierda, ¿Estará bien?!

—No fue muy fuerte. Lo suficiente como para hacerlo querer irse —murmuró la chica, y se giró para reconocer a su compañero. Era Ludwig, nada menos— ¿Qué haces aquí? ¿Qué pasó con el equipo de búsqueda?

—Nos separamos en dos grupos. A Julien lo aturdieron y no sé dónde están Rodrik y Amelia —Ludwig bufó. Priscilla reparó en su cabello revuelto y pegostoso por el sudor, y como ella misma comenzaba a sentirse sobrepasada.

—No sé que estrategia se armó Aoi, pero les está yendo demasiado bien —Priscilla puso los ojos en blanco—. Mi escuadrón también se disolvió.

—Hay que confiar en que Ahmet y los otros podrán defender la bandera —Ludwig tenía las blancas mejillas llenas de tierra y respiraba agitadamente—. Pero no podemos quedarnos aquí.

— ¿Dices que vayamos tú y yo a buscar la del otro equipo?

—Sí. Puede que nos ganen en el camino, y prefiero eso antes que estar aquí escondido. Me siento... No sé, quiero lanzar unos cuantos hechizos.

     Priscilla soltó una risa encantadora, y alzó la mano para limpiarle a Ludwig el hilo de sangre que le caía por la ceja. Él se quedó muy callado de repente, y de no haber tenido el rostro tan sucio, su ardiente sonrojo habría sido visible.

—Vale. Sino vendrán a darnos caza, de todos modos.

     Había algo precioso en su rostro, pensó Ludwig, en lo que la chica se ofrecía a echarle un poco de tierra húmeda de la zanja para disimular el amarillo de su uniforme. En sus ojos violetas, en sus labios sonrosados y entreabiertos debido a las grandes bocanadas de aire que debía tomar... 

—Listo —ella se acomodó la enorme campera que llevaba encima. La vestimenta era todo menos práctica. Le hizo un encantamiento casco burbuja a ambos—. Espalda con espalda, para estar pendientes de todo, pero no hay que retrasarnos mucho.

— ¡A correr, entonces! —declaró Ludwig  y la tomó de la mano para seguir sus instrucciones.

     El campo seguía lleno de tierra, pero las explosiones y los chorros de luz habían mermado; los jugadores restantes no eran muchos. Priscilla sintió algo zumbar sobre su cabeza,  más no se volvió para ver si se trataba de Isobel. Pasaron un terreno surcado de baches , cajas que servían como escondite y algunas zanjas con precaución. El casco burbuja facilitaba su respiración, al no tener que inhalar todo ese aire lleno de escombros, pero Priscilla tenía que pasar una mano frente a su rostro una y otra vez para despejar un poco su visión. Estaba en medio de esa labor cuando divisó algo rojo del otro lado del campo. Afianzó la mano de Ludwig con más fuerza y tiró de él para esconderlos detrás de una zanja. Rodaron con menos fuerza que la última vez.

—Mierda, espero que no se te esté haciendo costumbre —se quejó Ludwig.

     Priscilla no le hizo caso a sus quejas; ya habría de sufrir más tarde con todos los cardenales que iba ganando a lo largo de su recorrido en el campo.

—Mira hacia allá —señaló ella, al punto rojo que había visto antes.

     Ludwig soltó un silbido bajo. En la cima de un poste lo suficientemente alto como para distinguirlo a veinte metros de distancia, estaba la bandera del equipo rojo.  Cuatro personas la custodiaban, repartidas en los puntos cardinales, y a pesar del viento y la neblina, la bandera hondeaba como una llama que interpelaba a sus buscadores a acercarse.

— ¿Por qué resulta tan obvia? —Cuestionó la pelinegra, pasando saliva por su irritada garganta—. Si nosotros podemos verla, cualquier otro del equipo también.

—A menos que no quede nadie más —replicó Ludwig—. Entonces no estarían preocupados porque alguien se acerque.

—Y solo hay cuatro custodios, o sea que el resto está tras nuestra bandera —masculló—. A menos, claro, que estén escondidos alrededor... O no, porque ya nos habrían saltado encima. Mierda, ¿Qué están planeando?

 — ¿Qué te parece si voy a buscar algún tipo de refuerzo?

     Priscilla frunció el ceño, en lo que Ludwig se removía a su lado. Visualizó un momento a los cuatro protectores de la bandera, bastante alejados de ella, en realidad. Si era rápida, podía derribar a dos antes de que los otros cayeran en cuenta de lo que sucedía, y luego Ludwig se los cargaría mientras que ella iba a por la bandera. Eso si no titubeaba y era certera con su puntería, claro.

—Estaríamos perdiendo tiempo —negó Priscilla—. Puede que todo nuestro equipo esté fuera, o hayan sido todos capturados.

—Que esperanzador —ironizó Ludwig— ¿Luchamos, entonces?

—Yo iré a por Marguerite y Thelma. Tú por los otros dos.

     Y sin esperar respuesta, se lanzó de lleno al campo.

     Marguerite fue la primera en verla; le gritó algo en francés a Thelma, que no entendió. Priscilla fue por esta última con un embrujo certero y la puso a dormir, la brasilera se desplomó como un tronco sobre el campo de batalla. Luego siguió corriendo hacia la francesa, conteniendo las ganas de revisar cómo le iba a Ludwig. Marguerite estaba apenas enarbolando su varita, por lo que cuando Priscilla le envió el mismo hechizo que a Thelma, no atinó a protegerse y saltó a un lado, dejando que el hechizo fuera a estrellarse contra un trozo de tierra lejano.

     Priscilla maldijo para sus adentros su puntería y repitió la acción de Marguerite cuando ésta le lanzó un chorro de luz, esquivando por poco su resultado.

— ¡Pobge Telma! —rugió Marguerite, sacudiendo sus rizos rojos— ¡Atacag por lo bajo! ¡Sois bagbagos!

     La pelinegra ignoró sus quejas y empezó a lanzar hechizos aturdidores y de desarme a diestra y siniestra. Su contrincante los esquivaba todos, ayudada por su cuerpo delgado y rápido, pero no podía pensar con tanta claridad como para devolverle el ataque.

     Priscilla afianzó el agarre alrededor de su varita ¿Acaso estaba conteniendo su alcance, como insinuaba Isobel? De solo pensarlo le pareció ridículo y al mismo tiempo sembró la duda. Estaba harta de esconderse tras un muro invisible, era cierto, pero aquella costumbre era tan clásica de sí misma que era tonto pensar que ya la había desechado, en tan poco tiempo.

     La furia creció rugiendo en su pecho, y con más determinación que antes, Priscilla continuó sacudiendo el brazo y emanando chorros de luz, en lo que Marguerite se alejaba, describiendo un círculo alrededor de la torre con la bandera. En esa andanza fue que Priscilla consiguió ver a Ludwig luchando contra un oponente y a otro chico tendido sobre el césped.

— ¡Tu noviecito tiene pgoblemas! —rio Marguerite, que era como un ratón escurridizo y seguía alejándose— ¿Podgá escapag antes de que Calíope lo castigue pog salig con una menog?

     Priscilla abrió los labios, soltando una gran exclamación indignada— ¡Cómo te atreves! 

     Y, apuntando a los pies de la pelirroja, lanzó un hechizo tan cargado de fuerza y rabia que ella misma salió disparada hacia atrás, y ni todo un verano de entrenamientos pudo impedir que su cuerpo chocase con fuerza contra el suelo y la cabeza rebotase contra éste, enviando una oleada de dolor y confusión a lo largo de su anatomía. Priscilla se dobló sobre si misma, intentando recuperar el aire, sin aflojar su agarre sobre la varita, que era lo primordial.

     Rodó por la tierra, intentando recuperar el aire, pero sólo podía pensar en el dolor abrumador que le inundaba todo el cuerpo y hacía pitar su cabeza. Tardó un par de segundos en darse cuenta que no era solo culpa del impacto, sino que algo en verdad estaba pitando, un sonido elevado por encima de los gritos y las explosiones del campo. Era Isobel, cuya voz aumentada por un hechizo, gritaba. La alegría de lo que decía disminuyó un poco el dolor de Priscilla.

— ¡El equipo amarillo se proclama ganador! ¡Ludwig Eriksen tiene la bandera roja!

     Priscilla tosió y se obligó a sí misma a alzar la cabeza, en busca de Ludwig. El rubio venía corriendo en su dirección, con un trozo de tela en la mano y una gran sonrisa en los labios rojos por la emoción. Tras de él, los cuatro miembros derrotados del equipo se reunían. 

     Ludwig se acomodó la bandera en el bolsillo para tener las manos libres de recoger a Priscilla del suelo. Ella apenas estaba recuperando la orientación, pero se dejó hacer y compuso una sonrisa entusiasmada mientras Ludwig pasaba una mano alrededor de su torso para ponerla en pie. Ella lo abrazó por los hombros, compartiendo su entusiasmo.

— ¡Mierda, lo lograste! —ella rio y se echó hacia atrás—. Diría que te envidio, pero fue trabajo en equipo.

     Ludwig negó con la cabeza, completamente acelerado.

—Solo pude llegar porque tu último hechizo derribó a Marguerite y luego chocó contra el chico que peleaba conmigo —explicó él, y alzó una mano para apartarle el cabello del rostro. Priscilla tragó saliva, de repente consciente de lo cerca que estaban—. Fue increíble. 

     Priscilla tuvo ganas de responder algo, pero se detuvo al saber lo que iba a pasar. Ludwig se inclinó hacia ella, cerrando sus ojos tan azules como el cielo, y presionó sus bocas una contra la otra, quitándole el aliento. Fue algo cálido, un toque corto y sencillo que estremeció el cuerpo de Priscilla y le hizo sentir que su corazón se había fundido. Cuando Ludwig se echó hacia atrás, ambos estaban sonrojados. Priscilla se llevó una mano a los labios, sintiendo que le picaban, aún atontada por lo sucedido, y cruzó mirada con el rubio frente a ella. 

     No duró más de un segundo. Ambos jóvenes se separaron, entre aturdidos y eufóricos, y se echaron hacia atrás al oír el bullicio reanudarse. Los miembros de su equipo, ignorantes de lo que recién ocurrido entre ellos, se acercaban festejando; algunos tenían cortes y la mayoría estaba lleno de barro y el uniforme desgarrado. Mary avanzó hasta ella y la envolvió en un abrazo entusiasta.

— ¡Te vi desde lejos! ¡Esa luz llegó a todo el campo! —saltó la castaña, moviendo a Priscilla consigo— ¡Fue increíble!

      Priscilla rio, encantada con el entusiasmo de su mejor amiga. Feliz por la victoria y enaltecida como consecuencia de sus días en el campamento, su mente empujó hacia un lado lo que Ludwig le había hecho, y tomando la mano de Mary, fue a festejar con el resto del grupo.

***

     Después de recibir como recuerdo un pequeño broche que Priscilla colgó en su bolso, todo el mundo fue despachado a tomar una ducha y prepararse para la noche de despedida. La cena fue algo increíble. En lo que Calíope mantenía su fachada seria y amargada de anciana centenaria, Isobel profirió un cándido discurso para los jóvenes del campamento y a todos los participantes de ese año; así como hizo una breve actualización de lo que sabían sobre el avance de los mortífagos en Inglaterra y la política del ministerio contra Lord Voldemort. A pesar de lo que esto pudiera significar, todo el mundo tenía los ánimos en alto y la nostalgia del último día fue la que mantuvo relevancia por el resto de la noche.

     La fogata fue larga y entretenida. Habían un par de gaitas y otros instrumentos que Isobel hechizó que empujaron a Marlene y Lily a entonar un par de canciones, ambas tenían voces dulces que combinaban muy bien. Priscilla bailó hasta que le dolieron los pies, riendo y tomando las manos de Alice y Mary para unirse al resto del grupo. Su vista se topó un par de veces con Ludwig, pero por un silencioso acuerdo o mutua precaución, ambos jóvenes mantuvieron su distancia durante el resto de la noche. Sin embargo, cuando todo el mundo se había retirado a dormir, y las últimas llamas de la fogata se consumían, Priscilla halló al alemán merodeando cerca de su tienda. Habiendo Mary y Alice retirado hace un rato, ella no encontró mejor oportunidad para charlar un rato a solas. 

—Hola, Lud —Priscilla se alejó un poco de la tienda, hacia la parte contraria de la fogata, donde todo era más oscuro y era menos probable que los oyesen— ¿Estás bien?

     El alemán le ofreció un asentimiento como respuesta, aunque su mirada estaba fija en el valle a su alrededor. Era un lugar precioso de noche, notó Priscilla, por la manera en que el campo verde brillaba gracias a la luna y todas las estrellas podían verse claramente.

—Sí. Es que, bueno, pasamos todo el día en equipo y yo... Quería verte un momento a solas —confesó, y Priscilla se volvió para mirarle—. Mañana partiremos.

     Un suspiro triste brotó de los labios de Priscilla.

—Sí, lo sé. No quiero ponerme triste —comentó—, pero a todos os he tomado cariño. Y tú eres un caso especial.

     Ludwig no respondió. Era difícil ver el verde de sus ojos en la noche, y la luz de la luna se reflejaba sobre su piel, recordando el tono blanquecino que tenía cuando salió de Berlín a finales de julio. El entrenamiento bajo el sol había curtido su tono de piel.

     Él echó un vistazo rápido a Priscilla. Se estiraba el grueso suéter gris sobre las muñecas, más por costumbre que otra cosa, y llevaba unos pantalones elásticos negros. Se le pegaban a sus piernas como una segunda piel; el entrenamiento también había hecho cierto cambio en su anatomía. El cabello negro como una mancha de tinta le caía largo y desordenado sobre los hombros y la espalda; resultaba obvio que estaba a punto de echarse a dormir. Sin embargo, a él le parecía tan guapa como siempre.

— ¿Sucede algo...? —comenzó Priscilla, pero Ludwig empezó a hablar con rapidez.

—Yo... Quería disculparme por lo que pasó después de que cogí la bandera —soltó, y evitó mirar a Priscilla—. Sé que fue una falta de respeto de mi parte porque apenas y nos conocemos, y desde luego no quería ponerte en una situación incómoda, ya que te estimo muchísimo... Si estás enojada, lo entenderé.

     Priscilla parpadeó. Parte de ella esperaba poder ignorar aquel tema, auspiciada porque había evitado de manera sutil a Ludwig durante la cena y posterior fogata. Y sobre todo, porque no encontraba manera de explicar su razón para devolverle el beso como lo hizo. Porque solo lo consideraba un amigo, era cierto, pero la manera en que su sonrisa resplandecía y cómo la miraba... Tal vez hicieron tambalear la cordura de Priscilla.

—No tienes porqué disculparte —murmuró Priscilla, incapaz de evitar que su voz fuera menuda—. Después de todo, te habría empujado si me hubiera resultado desagradable, o algo por el estilo...

—Tampoco suena como si te agradó —replicó Ludwig.

      La pelinegra profirió un suspiro.

— ¿Qué quieres que te diga, Ludwig? No me lo esperaba. Y no lo estaba buscando —enumeró, llenando sus pulmones de aire y evitando mirarle a los ojos, para poder mantener la claridad de sus pensamientos. Una parte de ella estaba molesta, era cierto, pero la culpa del chico era evidente y no quería hacerlo sentir peor. Finalmente, prefirió zanjar sus dudas— ¿Qué sientes por mí? ¿Y por qué tuviste que esperar un momento así para dejarlo ver?

      Ludwig se pasó la mano por el cabello rubio, una expresión conflictiva en sus ojos que Priscilla no detectó en su afán de soportar los nervios. No es que fuera pésima hablando de sentimientos, pero si no tenía ningún discurso preparado... Para ella era difícil no quedarse en blanco.

—Es algo sencillo —anunció él, dando un paso hacia adelante—. Me gustas. No tanto como para estar perdido. Es... algo pequeño que ha crecido desde el día que te conocí. Creo que eres tan guapa que no puedo respirar, y tan simpática que podría hablar contigo todo el día —para cuando terminó de hablar, estaba tan cerca de Priscilla que su aliento movía los cabellos que caían por su sien—. No creas que estoy esperando algo a cambio, Priscilla. Vivimos como a cientos de kilómetros, y soy mayor que tú, y ni siquiera sientes lo mismo...

—No sé cómo se siente eso —espetó la pelinegra, con voz ahogada, pero sin moverse de su lugar—. Es decir, creí estar enamorada una vez, pero fue algo terrible y más parecido a una obsesión de mi parte... En realidad no sé lo que es gustar de una persona, mucho menos de ti.

—Si tienes que preguntártelo, eso es un no —dijo Ludwig, como para sus adentros, y retrocedió. Priscilla volvió a sentir que podía respirar.

—Es que somos amigos —boqueó Priscilla, soltando lo primero que venía a su atropellada cabeza—. También me gusta charlar contigo, y me preocupo por ti... ¿Cómo podría marcar la diferencia entre eso y... gustar? ¿No debería, no ser, haber una especie de límite dónde todo deja de ser simple amistad?

— ¿Seguimos hablando de lo mismo?

—En lo absoluto —suspiró Priscilla, y se cubrió la cara con las manos. No hacía nada más que parlotear, intentando distraer a su mente, que escogió un momento como ése para caer en cuenta de la mas absurda de las realidad. De que sí existía una línea entre amistad y amor; que Priscilla la conocía porque era muy probable la había cruzado con alguien.

     Sólo que no con Ludwig. Severus ni se asomaba por la conversación. Y Priscilla solo quería a otro chico lo suficiente como para considerarlo su mejor amigo.

     Separó los labios, boqueando como un pez fuera del agua por un poco de aire.

—Vale, está claro que esto te alteró de alguna manera...

—Estoy perfectamente —replicó Priscilla, y al notar su tono borde, carraspeó, buscando su tono más conciliador—. Tienes razón respecto a lo otro; no me siento de esa manera por ti. Lo siento, y si de alguna manera pudiera ayudarte, o hacerte sentir mejor...

—No, no, está bien —Ludwig sonrió, pero pareció que le costaba un gran esfuerzo—. Ni siquiera debí haber hecho lo de hoy. Me dejé llevar por el momento. No tengo ninguna intención de ir más allá.

—Pero te gusto.

—Sí.

—Y no planeabas hacer nada al respecto.

—Sí. Lo que intento decir es que... —Ludwig paseó la mirada por el suelo entre ellos— nuestra amistad vale más que algún sentimiento efímero que el verano haya podido provocar ¿Vale? Decidí ignorarlo hasta que desapareciera.

     Priscilla se estiró las mangas del suéter.

—Cuando te me acercaste hace rato, fue raro.

     Ludwig lo admitió con una sonrisa avergonzada.

—Soy culpable de querer agotar todas mis probabilidades antes de tirar la toalla.

     La pelinegra cabeceó, pensativa, intentando descifrar la manera de actuar de Ludwig y sus próximas palabras. Qué raro era todo aquello. Ningún chico se le había declarado antes, y de paso resultaba que ella no podía concentrarse en eso, sino que tenía que traer la imagen de un chico de ojos grises a colación.

— ¿Y estás bien con eso? Como tú dices... ¿Ignorarlo?

—Solo acepto la realidad. Si existiera alguna probabilidad, tal vez intentaría más, pero sé que no es así. Lo respeto y acepto lo que podemos conseguir —le extendió la mano—. Una amistad.

     Casi podía sonar simple. Una rápida resolución a un problema que podría pensarse más complicado. Pero Ludwig pudo despacharlo con rapidez, y Priscilla, por su tranquilidad y paz, decidió seguir su consejo, mientras le estrechaba la mano, pero no para aplicarlo en él sino en quien su mente no paraba de dar vueltas alrededor.

*****

     Priscilla se despertó al día siguiente con una sensación extraña en el cuerpo. El beso de Ludwig y su posterior conversación parecía ser parte de un sueño lejano, algún tipo de ensoñación demasiado extraña para considerarse verdad. Pero bastaron unos cuantos segundos para confirmarse que era verdadero, y que toda su mente seguía igual de revuelta, o peor.

     Priscilla no vio a Ludwig en el desayuno, ni habría de volverlo a ver pronto. Como estaba bien informada, el muchacho marchó esa misma madrugada, horas después de su beso, en un traslador hacia Berlín, junto a todos sus amigos alemanes. Era el último día del campamento, y ni bien se hubo recogido cada plato del desayuno, todo el mundo corrió a empacar sus cosas.

     No comentó nada de aquel beso con Alice y Mary, que charlaban tranquilamente mientras acomodaban su equipaje, ni con Lily y Marlene, que aparecieron al cabo de un rato. Tampoco sobre su charla ni el descubrimiento silencioso que realizó Priscilla la noche anterior. Bajo la luz de la luna, con la brisa de Gales acariciando sus pieles y el sereno galés como testigo, el momento y palabras intercambiados con Ludwig eran como un secreto, algo íntimo de parte de él y demasiado reciente y vergonzoso para ella.

     Estaba terminando de cepillar su cabello cuando Drianda entro volando por la puerta abierta de la tienda y dejó caer una carta sobre su regazo. Priscilla reconoció la caligrafía de y su corazón dio un vuelco furioso. Sirius.

     Madre mía. 

     Sirius era otro que, por supuesto, quedaba excluido del conocimiento de aquel acontecimiento. No había ninguna razón para contarle aquello, se aseguró Priscilla, mientras dejaba el cepillo sobre su mesa con pulso tembloroso. De por sí ellos no intercambiaban información que tuviesen que ver con las relaciones románticas de cada uno, y por ende los sentimientos de Ludwig y su inesperado beso quedaría por fuera de cualquier tema. Además, a Priscilla comenzaban a temblarle las manos como por un segundo llegó a pensar que sus sentimientos por Sirius podrían ir más allá de la amistad...

     No, de ninguna manera. Aquello no era más que una tonta suposición para la cual Priscilla decidió seguir el ejemplo de Ludwig, es decir, ignorar algo tan mínimo. 

     Priscilla guardó en su bolso la carta de Sirius (la leería más tarde), y tuvo que ponerla en medio de su libreta de mano, junto a la última carta que Ludwig le había dado. Su disgusto aumentó, al ver las dos cartas juntas; provenían de dos chicos a los que ella apreciaba y por algún motivo, no quería mezclar. Quería mantenerlos tan alejados como fuera posible.

     Cerró la libreta de un golpe, y mordiéndose la mejilla con fuerza, empezó a acomodar su baúl.

*****
uf, me costó terminar este capítulo, jaja. En parte porque me pican los dedos cada vez que voy a escribir una interacción entre Sirius y Priscilla y estoy ansiosa por su reencuentro, y en parte porque sufro con las escenas de acción como las del principio :(

lamento el súper retraso, mi internet no ha servido mucho jaja

nos leemos el domingo

7/7/2021, 21:33

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