Capítulo 14. El entrenamiento.
— ¡Vamos, Priscilla! —exclamó Isobel McKinnon dando una palmada— ¡Tú puedes hacerlo mejor!
Priscilla apretó los dientes con furia y afianzó el agarre alrededor de su varita, elevada en el aire. La fuerte brisa de la colina le alborotaba la túnica y arrancaba mechones de su trenza de cabello, además de que se le hacía casi imposible escuchar qué maleficios estaba pronunciando Alice, varios metros frente a ella, cuando movía los labios. Tenía el corazón acelerado y su mente iba a una velocidad impresionante, recordando y descartando cada hechizo aprendido durante todos sus años de estudio.
Un chorro de luz escapó de la varita de su contrincante y Priscilla lo repelió con fuerza, pero saltó un lado para evitar ser derrumbada por su encantamiento escudo. Apoyó la rodilla en el piso y sin apenas mover la boca devolvió a Alice un ataque más fuerte y rápido de lo que su amiga pudo preveer. Priscilla corrió hacia ella mientras Alice escapaba del montón de tierra a punto de explotar.
— ¡Ascendio! —conjuró la de cabello castaño, y fue lanzada varios metros más allá del alcance de Priscilla. Grave error, porque el golpe al caer al piso le sacó todo el aire. Priscilla pidió a sus piernas un poco más de resistencia y continuó avanzando hasta la chica que apenas se recuperaba.
— ¡Atabraquium!
De la varita de Priscilla salieron unas cuerdas marrones que, sin tregua ni medio tiempo, se envolvieron alrededor de las muñecas de Alice con tan fuerza que se le escapó la varita entre los dedos. Priscilla se llevó una mano al pecho, aún acelerado, y tomó una bocanada de aire fresco.
—Un final inesperado —comentó Madame Isobel acercándose a sus dos alumnas. Llevaba las manos cogidas tras la espalda y una elegante túnica púrpura—. Pero todavía tenéis demasiado miedo de lastimar a la otra. Mientras eso sea así, no podréis explotar al máximo vuestro potencial.
— ¿Quiere que nos hagamos daño? —refunfuñó Alice, que con los dientes intentaba deshacer las cuerdas que le cogían las manos y los pies. Priscilla se agachó de inmediato a su lado para ayudarla.
—Quiero que seáis despiadadas, niña, como serían los magos tenebrosos con vosotras si algún día os enfrentáis a ellos. Que sepáis que nunca estaréis frente a un contrincante que juegue limpio —Isobel puso los ojos en blanco—. Que no os preocupen las heridas. Aquí tenemos lo mejor para cuidaros.
Las chicas compartieron una mirada exasperada a la que Isobel no prestó demasiada atención. Era mejor ella, sin embargo, que su madre. Calíope McKinnon, la bisabuela de Marlene, era simplemente aterradora. Evaluaba los progresos de las chicas al final de la semana, y al menos hasta ahora, solo se encargaba de decir lo mucho que apestaban todas. Sobre todo su nieta, quién, según ella, debería ser mucho más prodigiosa que el resto solo por ser una McKinnon.
Después de revisar su reloj de bolsillo, Isobel consintió que regresaran al campamento. Anduvieron andando un par de minutos hasta llegar a un pequeño poblado protegido por varias colinas. No debían sobrepasar las cincuenta personas, y estaban organizados en una serie de tiendas alrededor de una fogata que se encendía en las noches y en las que se reunían todos en la mañana para leer la primera edición de El Profeta y compartir cualquier noticia que hubiesen recibido por fuentes extraoficiales.
Priscilla y Alice se dirigieron al comedero, una de las tiendas más grandes. Se organizaban mesas largas y bancos como de campamento muggle y todos recibían el mismo menú en bandejas. Esa semana Priscilla se encargaba, junto a otros, de limpiar los trastos de la cena, así que podía comer el almuerzo con tranquilidad. A los que ya eran mayores de edad se les asignaba la limpieza de los baños para que no requiriese tanto esfuerzo, ya que podían usar la varita.
—Mamá me dijo que buscará algún hechizo ilusorio para arreglarme ¡Pero no sé cuándo será eso! —estaba lloriqueando Marlene cuando las dos chicas llegaron a la mesa. Allí ya estaban Mary y Lily.
Cuando Priscilla tomó asiento frente a Marlene, descubrió la causa de su angustia: de la mañana al mediodía, la rubia de había quedado sin cejas, y ahora solo le quedaban dos manchas oscuras, como de hollín, sobre los ojos.
Priscilla y Alice soltaron una carcajada inevitable al verla, pero al menos la primera tuvo la decencia de cubrirse la boca (aunque más por la sorpresa que por discreción).
Marlene se volvió hacia Lily.
— ¡Dijiste que no se notaba tanto!
— ¡Tanto! —exclamó Alice en medio de la risa— ¡Si tienes un letrero en toda la frente!
— ¡Lily! ¡Me mentiste!
— ¡Ay, Dios! ¡Pero si pareces un espectro! —Alice dio una palmada a la mesa, y las cuatro chicas estallaron en carcajadas en lo que Marlene se enfurruñó en su lugar.
— ¿Qué... Qué fue lo que te pasó? —preguntó Priscilla al cabo de un rato, tomando un poco de jugo para aclararse la garganta. Alice intentaba tomar aire, pero había dejado de reír.
—Un hechizo mal conjurado —bufó Marlene —. Si no llevara el cabello bajo la gorra, lo habría perdido también.
—Seguro que tú madre consigue algo para repararlo —la alentó Lily.
Priscilla se mordió el labio con indecisión.
—Yo tengo algo que tal vez ayude —confesó, y sus amigas se volvieron hacia ellas—. Hace unos meses estuve trabajando en una poción para hacer crecer el cabello. La probé en el mío y funcionó, pero tal vez fuera porque toda la vida me ha crecido rápido. Sin embargo, si la quieres probar...
— ¿Es de tu invención? —cuestionó Mary alzando las cejas.
Pero Marlene ya se había puesto en pie de un golpe.
—Probémosla.
Tuvieron que sentarla y hacerle esperar a que todas terminasen de comer, mas la decisión estaba tomada.
***
Esperaron a la noche, puesto que las clases de la tarde no era algo a lo que se pudiese faltar. Ni siquiera Marlene, quien con sus dos manchas negras como cejas tuvo que presentarse, acompañada de Mary, las más amable de las cuatro. Iba repitiéndole buenas palabras y distrayendo las miradas curiosas.
—No necesitas ningunas cejas; si así eres muy bonita...
Priscilla fue muy cuidadosa la aplicar una ligera y delgada línea de poción sobre el antiguo arco de las cejas de Marlene. Sólo quería que crecieran lo suficiente como para poder depilarse y recortar a como estaban antes, no que fueran a terminar siendo algún tipo de extensiones o cortinas sobre sus ojos.
Cuando terminó de aplicar la línea de la derecha, dejó caer el palillo empleado en la papelera y se echó hacia atrás, observando a la rubia, sentada en una silla frente a ella, con atención. A su lado, el resto de las chicas también veían a Marlene fijamente.
— ¿Cómo cuánto debería tardar? —preguntó Marlene con voz aguda, como si se tratase de una niña esperando un dulce.
—No mucho, porque debe crecer solo un poco —explicó Priscilla, que sentía su corazón a punto de salir de su pecho—. Aunque tal vez puede ser que haya puesto muy poco como para...
— ¡Oh! —Lily pegó un respingo y se inclinó hacia Marlene— ¡Creo que ya viene!
Las chicas se pusieron alrededor de la rubia como si fuera algún tipo de extraterrestre, con cuidado le echaron la cabeza hacia atrás y la luz proveniente de la puerta abierta de la carpa le bañó el rostro. Priscilla tuvo que contener un grito. Finos y claros como habían sido sus antecesores, sobre los ojos de Marlene estaban apareciendo varios vellos a lo largo del arco de la ceja.
Alice le echó una mirada estupefacta a Priscilla.
— ¡No lo puedo creer!
Mary le pasó un espejo a Marlene, y esta, al verse como antes (tal vez con un poco de uniceja) soltó un chillido emocionado.
— ¡Pri, Pri! —exclamó y se levantó para envolver a la pelinegra en un abrazo entusiasmado. Sus amigas se unieron entre risas— ¡Muchas gracias!
—No fue nada —repuso Priscilla con una amplia sonrisa—. No estaba segura de si funcionaría.
—Ahora solo hay que depilarlas un poco —sopesó Mary—. Pero el trabajo principal está hecho. Es increíble.
— ¿Piensas venderla, Pri? Creo que quiero mi cabello largo de regreso —comentó Alice, viendo con duda los mechones que le rozaban los hombros.
—Bueno, aún no lo sé —Priscilla frunció el ceño—. Cuando la hice, sólo quería ver de qué era capaz... Pero tengo varios frascos preparados. Puedo darte uno con gusto.
—Estoy muy orgullosa de ti —confesó Lily poniéndole una mano sobre el hombro—. Eres asombrosa.
Priscilla se sonrojó.
—Y ni se te ocurra ser modesta —le acusó Marlene, que volvía a verse en el espejo con alegría—. Merlín, te debo una muy grande ¡Espera a que mi madre lo vea!
"Espera a que le cuente a Sirius. Qué contenta esto", pensó Priscilla sin dejar de sonreír. En el cajón junto a su cama asignada guardaba el montón de cartas que había intercambiado con Sirius ese verano. Casi no le daban tregua a sus lechuzas, que tenían que llevar cartas cada uno o dos días. A Priscilla le gustaba que siempre tenían algo para contarse y que Sirius a veces soltaba frases que le aceleraban el corazón, como "Ojalá hubieras visto esto" y "Oí algo que seguro te encantará", "Ya quiero que nos veamos". Sin tomar en cuenta sus razones, ella le extrañaba y él de vuelta, así que no necesitaba más.
***
Priscilla estuvo despierta hasta más tarde de lo habitual. Compartía tienda con Alice y Mary, que dormitaban tranquilamente en sus camas, mientras ella escribía una carta a sus padres y otra a Sirius.
En la primera, estuvo a punto de pedir a sus padres que fueran al Callejón Diagón a comprar la lista de textos que Priscilla había recibido por lechuza esa mañana, pero se contuvo. No sólo porque quería evitar que se confundieran con las monedas y el título de los libros, sino porque era algo que ella adoraba hacer. Era su costumbre comprar los libros deprisa para echarles uno o dos leídas antes del inicio de las clases, pero ese año hubo de ser distinto. Las chicas y ella irían poco antes del primero de septiembre a hacer las compras juntas. Así que se limitó a hablarles de los campos verdes de Gales, sus lagos relucientes y las baladas que podía recitarte un campesino si le pagabas lo suficente.
La segunda fue mucho más honesta y entusiasta. A Priscilla se le aceleró el corazón mientras dibujaba aquellas líneas y hablaba a Sirius de cada una de sus aventuras. En realidad, no dejaba de pensar en él a cada segundo y en lo mucho que le echaba de menos, a sus ojos grises y su sonrisa coqueta. Disfrutaba cada minuto de su viaje, era cierto, y de todas las cosas que aprendía cada día, pero también moría de ganas de volver a verle lo antes posible.
Aquello no era nada que hubiera sentido antes, y por ende, Priscilla no podía darse cuenta de lo que en verdad estaba sucediendo.
***
Las semanas en el campamento transcurrieron sin que Priscilla ni sus amigas pudieran considerarse unas alumnas ejemplares, tal cómo habían sido en Hogwarts. No es que fueran malas brujas, y junto a unos chicos alemanes, eran las más jóvenes de todo el campamento. Pero Calíope, la bisabuela de Marlene, era la examinadora más acérrima que tendrían jamás y siempre hallaba un fallo en las respuestas teóricas de todos y en sus hechizos. Isobel, por otro lado, tenía unas maneras de hablar mucho más vulgares y no dudaba al momento de practicar en uno de sus alumnos el hechizo que debían aprender.
— ¡No pienses en tus alrededores, Alice! —le reprochó una tarde en que todos los jóvenes practicaban duelo en el mismo campo—. Andas viendo alrededor a ver a quién puedes ayudar, en vez de concentrarte en tu oponente. Así no te salvas tú ni puedes socorrer a alguien más.
Alice apretó los labios. Estaban todos ordenados en una fila, hombro con hombro, hasta el grupo de aurores de veintipocos que respetaban mucho a Isobel.
—Lo que daría por que Isobel se pusiera una venda en los ojos —murmuró Ludwig, un joven alemán— ¡Me pongo muy nervioso cuando sé que está mirándome!
—Dímelo a mí —susurró Priscilla de vuelta, esbozando una sonrisa.
—No, tú eres siempre demasiado confiada —contradijo el chico. Priscilla no le respondió, porque Isobel se acercaba a ellos.
—Lily, lo mismo que a Alice. Enfócate en derrotar al que tienes delante y luego podrás ir a por los demás —la bruja chasqueó los dedos—. Steiner, ¿qué te digo a ti? Si te divirtieras un poco menos, tal vez tu varita te tomaría más en serio —Ludwig tragó saliva—. Por último, Priscilla. Tanto talento como el de tus amigas, sin duda alguna... Pero sigues intentando reprimirlo. Titubeas al lanzar un hechizo fulminante ¿Cuál es tu problema? Así no llegarás a ningún lado.
Isobel dio media vuelta, haciendo sondear su capa.
—La próxima semana no habrá evaluación, sino el juego de campaña. Ya conocéis las reglas y los grupos están organizados desde que llegásteis, así que procurad practicar y espero ver un verdadero enfrentamiento.
Sin más, la mujer se alejó del grupo que no superaba las veinte personas. Sus edades iban desde los quince hasta los veinticinco años y tenían todos nacionalidades muy distintas, aunque la mayoría europeos. Había solo una bruja brasilera, otra turca y un taiwanés. De no haber estudiado Priscilla tanto las otras culturas mágicas, le habrían causado gran curiosidad, como sucedía con Marlene, que les observaba hasta rozar lo grosero.
—Vale, ya que Ahmet decició que nos reunamos en la tarde, podemos irnos por ahora —le informó Ludwig a Priscilla— ¿Qué dices si caminamos un rato? Creo que irán los chicos a almorzar en el pueblo cercano.
Así fue. Mientras que Mary y Lily se quedaron atras, Marlene, Alice y otros aprendices emprendieron el camino de veinte minutos que separaba el campamento -de por sí cubierto tras varias barreras mágicas- del pueblo. Priscilla y Ludwig s eunieron al grupo, aunque se rezagaron un par de metros para mantener una conversación de dos.
Ludwig era un chico muy simpático. Podía hacer una conversación de cualquier cosa, incluso del pajarito amarillo que se había posado sobre su cabeza esa mañana, y recibía las respuestas de Priscilla con una sonrisa amable y sincera. Tenía veintidós y era de Hamburgo, y como si su acento no fuera suficiente para notar que era extranjero, tenía un cabello casi tan blanco como la nieve y ojos muy claros. Siempre llevaba protector solar encima; con el sol de Gales su piel podía irritarse muy fácil.
— ¿Te parece si seguimos de largo hasta la taberna de Emeline? —le ofreció Ludwig cuando llegaron al pueblo; un pintoreco sitio donde los turistas que iban en carretera a menudo se detenían para comer y descansar—. Los chicos quieren comer donde Phillis pero el estofado de Emeline es...
—Está bien. Hace una sopa de leche muy buena —Priscilla se encogió de hombros.
Se separaron del grupo y siguieron hasta donde Emeline. Era una taberna muy linda, con luces amarillas que iluminaban la edificación de madera oscura y mesas junto a las ventanas, así como algunas macetas flotantes y enredaderas que caían por las columnas. Priscilla y Ludwig se sentaron junto a una ventana con flores azules.
—Así que ¿Cómo te sientes después del regaño de Isobel? —Preguntó Lud una vez estuvieron esperando su comida. Priscilla se deshizo se su chaqueta de Jean y sus pálidos hombros cubiertos de lunares quedaron a la vista, debido al sencillo vestido de tirantes que llevaba.
—Supongo que sé que tiene razón —reconoció ella.
—Es buena leyendo a las personas.
—Me recuerda a mi abuela; y no de una forma bonita.
Él soltó una risa.
— ¿Es una mujer intimidante?
Priscilla lo pensó un par de segundos.
—La cuestión con las mujeres como mi abuela o Isobel es que parecen ser dueñas de todo. Del suelo por el que caminan, de cada persona a la que le ponen la mirada encima... Es como si una parte de mí quisiera complacerla para no molestarlas, y la otra solo quiere plantarse frente a ellas y decirles que no pueden hacer lo que se les venga en gana solo porque son más poderosas que un dragón.
— ¿No es eso el poder? —cuestionó Ludwig entrecerrando los ojos— ¿La capacidad de hacer lo que quieras?
—Sí es así, entonces una parte de mí quiere ir contra el flujo natural de las cosas.
—Con que eres una rebelde.
Lo meditó un segundo.
—Me aprovecho cuando la anciana Joreong prepara los platos de la cena para pedir doble ración porque sé que no recuerda los rostros, así que sí.
— ¿Estás evadiendo mis preguntas personales con chistes?
Priscilla esbozó una sonrisa coqueta. Su corazón se calentó de forma agradable al recordar a Sirius, que era aficionado a escapar de temas difíciles de esa manera.
—Puede ser... ¿Qué hay de ti? ¿Sobre lo que Isobel dijo?
La camarera dejó sus platos sobre la mesa y ambos dieron gracias. Ludwig la miró en silencio por un par de segundos antes de dar su brazo a torcer.
—Acepto sus críticas, pero igual me seguiré divirtiendo —dijo Lud mientras pinchaba su estofado—. De todos modos, Isobel solo es una de muchos maestros. Puede que algún día nosotros mismos nos volvamos lo suficientemente importantes como para que unos mocosos decidan que nuestra opinión sobre ellos es trascendental.
Priscilla meditó sus palabras mientras daba un bocado a su sopa. No lo hubiera considerado de esa manera de no ser por la respuesta del chico. Era extraño imaginarse a sí misma como una bruja importante algún día, tal como lo eran las profesoras McGonagall y Sprout, y aún más ridículo era pensar que aquellas mujeres que Priscilla tanto respetaba hubiesen sido un día adolescentes inexpertas y en constante aprendizaje.
Ludwig llenó el resto del almuerzo hablando sobre su tío abuelo, el mago responsable de los primeros años de su educación y la de sus hermanos. Era un viejo muy sabio y perspicaz, algo así como el profesor Kirke de las Crónicas de Narnia. Ahí se zambulleron en otra extensa conversación sobre lo mucho que amaban esa saga de libros, y duró tanto incluso discutían sobre ello al llegar al campamento.
—Digo, no tiene algún tipo de narración rebuscada o extensa —decía Priscilla. A pesar de ir en un camino lleno de guijarros y que se curvaba en ciertos lugares, Ludwig no apartaba la mirada de ella—. Pero es como si en la sencillez de las descripciones radica la belleza de los libros. Te hace sentir envuelto. Como si fuera tu abuelo o alguien que quieres mucho el que te está contando la historia.
—Así es como yo lo veo —coincidió Ludwig—. Y aún así, no se puede negar que sea uno de los grandes...
— ¡Cuidado!
Priscilla lo tomó del codo para apartarlo de un pequeño hueco en la gravilla que habría hecho a Ludwig y caer de forma estrepitosa sobre el suelo. El material de su chaqueta era suave, descubrió ella, en lo que el muchacho se endrezaba, y la tela bastante delgada; bajo los dedos percibía los musculos de su antebrazo y la calidez de su piel. No le soltó.
— ¿Estás bien? —preguntó ella, apretando su agarre sin llegar a resultar brusca.
—Sí, sí... —él sacudió la cabeza, sonrojado—. Me salvaste de una buena. Habría sido un feo tropezón. No vi.
—Eso es porque no dejas de verme —replicó ella, soltándole. Sonaba más azorada que molesta. Desvió la mirada, consciente de que aún estaban detenidos a mitad del camino y que ella se había sonrojado tanto como él.
—Lo siento... ES decir, me gusta verte cuando hablas. No es que vaya por ahí mirando a todo el mundo —aclaró rápidamente—. Sólo me gusta ver la expresión en tu rostro cuando dices algo.
Priscilla alzó las cejas, a la vez que intentaba contener una sonrisa. No sabía porque, a pesar de lo directo en sus palabras, Ludwig parecía decirlo todo con demasiada amabilidad. Tal vez fueran los gestos dulces de su rostro o la confianza que había fraguado en ella, al ser tan buen conversador. Se mordió la mejilla, lo suficiente para contener la sonrisa que pugnaba por salir de sus labios.
—Vale. Pero intenta mirar un poco más el camino —sugirió con suavidad, y una mirada que no ayudó a bajar el sonrojo de Lud.
Él asintió con la cabeza.
***
Mary se dejó caer en la cama de Marlene con un suspiro.
— ¿Cuántas explosiones podrían haber en el campo? ¿Tu abuela no te dijo nada?
Marlene esperó un par de segundos para contestar. Sostenía un espejo de mano frente a su rostro y estaba corrigiendo las fallas en el maquillaje de sus ojos.
—Apenas si he hablado con ellas en estos días. Me tratan como a una alumna más.
—Es lo justo —repuso Lily, que hojeaba un libro de pociones sobre su cama. Llevaba un pijama con estampado de patitos de lo más tonto—. Sobre todo si te empeñas en seguir saliendo a escondidas cuando lo tenemos prohibido.
— ¡Telma y el resto lo hacen todo el tiempo! —se quejó Alice en lo que se calzaba unas botas militares.
—Porque son mayores de edad. En cambio nosotras estamos bajo el cargo de los padres de Marlene —le recordó Priscilla—. Os ponéis en riesgo.
Marlene se sacudió la melena rubia.
—Mira, cumpliré los diecisiete en enero. Ya estamos a finales de agosto, lo que significa que es septiembre. Octubre siempre pasa en un santiamén y nadie cuenta noviembre. Es decir, menos de un mes para mí cumpleaños —concluyó, en lo que sus amigas compartían una mirada confundida— ¡Es como si ya los tuviera!
—Además deberías venir. Ludwig preguntó por ti —notó Alice. Tenía los ojos ahumados y el cabello con un rizado espectacular.
—Él es solo un amigo —aseguró Priscilla.
—Y te lleva como diez años —añadió Mary.
—Solo son seis —negó Priscilla.
—Vaya, pero si los estás contando —se burló Marlene.
—Ludwig es el más educado de todos ellos —saltó Lily—. Y nos respeta mucho; en especial a Priscilla. No debéis confundir las cosas.
—Yo no confundo nada —Alice se encogió de hombros—. Se le nota que le gusta a Priscilla, así como lo de Aoi con Marlene.
— ¿¡Qué!?
Marlene le echó una mala mirada a Alice al tiempo que se colgaba su bolso.
—Ya me la echaste encima.
— ¿Tienes algo con Aoi? —preguntó Mary, entrecerrando sus ojos castaños. Lucía entre molesta y aturdida. Por algún motivo, Marlene la miró sorprendida, como notando que ella también había escuchado eso.
Finalmente, enderezó los hombros.
—No es problema de vosotras, chicas —dijo con una firmeza cuestionable, y avanzó hasta la entrada de la tienda—. Y no os preocupéis por mí. Os lo agradezco, porque sois mis amigas, pero ya me encargo yo. Te espero afuera, Alice.
Esta miraba a Mary con una mueca en los labios. Pero no era nada con el puchero de Mary, a quien se le saltaban las lágrimas.
— ¡No entiendo porqué tiene que ser tan... Tan...! —Mary se cortó, dio media vuelta a su cuerpo y se enrolló en las sábanas para desaparecer como una oruga. En la cama de Marlene.
—Vale, cuidad a esta dramática —les dijo a sus dos amigas que se quedaban atrás, y estas asintieron—. Os quiero.
—Te queremos —respondieron Lily y Priscilla compartiendo una mirada exasperada.
Priscilla y Lily compartieron un corto silencio después de que Alice se marcho. La pelirroja no estaba prestándole verdadera atención a su libro, y la pelinegra no tenía nada verdaderamente interesante que hacer; pero aún no agarraba el sueño y había venido a la tienda de Lily y Marlene a entretenerse.
— ¿Es verdad lo de Ludwig? —preguntó de repente.
Lily cerró su libro.
—Si estás pensando...
—No es eso —la cortó rápidamente—. Es no se me había ocurrido. Excepto por algo que pasó esta tarde, él ha sido muy respetuoso conmigo. Jamás imaginé que tendría otras intenciones.
— ¿Estás segura?
— ¿Dices que sería su amiga si no me tratase bien?
—No, sino que a pesar de no saber cuáles son sus intenciones... Te busca mucho. Es decir, cuando ve que estás desocupada o haciendo una tarea sola... Es extraño.
—No lo sé. Hablamos mucho. Sobre las cosas que nos gustan, y su vida en Alemania —explicó Priscilla—. Además, como tú misma lo dijiste, es demasiado mayor para mí.
Desde el revoltijo de sábanas que era Mary, salió su voz amortiguada.
—Pero ¿Te gusta?
Priscilla no lo pensó mucho.
—No. Es decir, no lo había visto de ese modo —suspiró—. Y de cualquier forma ¿Cómo se siente cuando te gusta alguien? Porque disfruto hablar con él como con vosotras. Y sé que no me gustáis.
—Es... —Mary se dio vuelta para ver a sus amigas de la otra cama. Había dejado de llorar— Es como si el mundo se hiciera más brillante cuando esa persona entra a la habitación. Y no quieres pensar en más nada, o estar con nadie más... Porque es el centro de todo.
Priscilla se perdió con las últimas palabras de Mary. A pesar de haber entendido ver a alguien como el centro del mundo –así era como se miraban sus padres–, a ella no le sucedía eso con nadie, mucho menos si pensaba Ludwig, a quien apenas conocía. Pero hubo un segundo, durante la primer descripción de Mary, en que Priscilla se sintió titubear... Porque ella conocía a una persona que podía iluminar todo con su mirada gris, con un chiste mal elaborado, con un abrazo y un piquete en la mejilla. Alguien a quien ella confiaba tristezas y alegrías porque su alma se sentía mejor para hacerlo.
Pero era imposible.
***
Holaa! Espero que os haya gustado el capítulo. Ayer no lo subí porque se me fue el internet y ajá; ando emocionada pq llegamos a los 600 jeje
nos leemos el prox domingo :*
28/06/21; 19:15
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